martes, 8 de septiembre de 2015

Hebreos 11:4-7 Tres ejemplos notables de cómo es imposible agradar a Dios sin la fe-1

La fe perseverante:
Tres ejemplos notables de cómo es imposible agradar a Dios sin la fe
Hebreos 11:4-7

Introducción:
La vida del creyente se encuentra llena de muchas dificultades. Este no es un camino idílico de rosas, paz y prosperidad, sino que, como dijo Pablo: “Es necesario que a través de muchas tribulaciones entremos en el Reino de Dios” (Hch. 14:22). Pero, si este caminar está invadido de muchas dificultades ¿de qué manera podremos mantenernos firmes en la vida cristiana? Indudablemente las promesas de salvación que hemos recibido a través de Cristo Jesús nos permiten transitar en medio de las tribulaciones, las aflicciones y las luchas que debemos librar contra el pecado que aún permanece en nosotros y en el mundo, ellas son las que nos dan la fuerza para perseverar hasta el fin. “Peregrino” en su largo y dificultoso caminar hacia la tierra de Beulah, hacia la Santa Sión, logró mantener su paso firme, porque ya había vislumbrado, a lo lejos, la hermosura de esta santa ciudad. Los creyentes nos mantenemos firmes y perseverantes en la vida cristiana porque a lo lejos podemos ver las glorias que nos esperan en los cielos.
Los creyentes hebreos también estaban participando de estas tribulaciones, algunos sufriendo físicamente por la causa de Cristo, y otros, luchando contra los deseos de apartarse de la fe, debido a la influencia de falsos maestros que denigraban de la fe cristiana y ponían por encima la religión judía. Pero ¿Cómo lograrían mantenerse ellos firmes frente  a las adversidades que les afligían a causa de haber iniciado el camino de la vida cristiana? De la única manera que lograrían llegar hasta el final, y recibir el premio de la victoria, era, imitando a sus ancestros creyentes, los cuales, así como ellos, padecieron las tribulaciones propias que acarrea el camino a la Santa Sión.

Estos ancestros demostraron poseer la verdadera fe, aquella que se apropia de Cristo y sus promesas de salvación, la fe que persevera hasta el fin. Por eso, con el fin de animarlos con estos ejemplos y mostrarles la resistencia y la persistencia de esta fe, el autor de la carta toma a los más sobresalientes héroes de la fe del Antiguo Testamento y los clasifica por grupos para enseñarles, de manera gráfica y práctica, que la fe perseverante es persistente, porque ella se basa en la plena certeza y convicción de cosas que esperamos, pero que ahora no se pueden ver con nuestros ojos físicos.

El primer grupo de creyentes del Antiguo Testamento está conformado por tres héroes que, a causa de su fe, recibieron la aprobación divina, el desprecio de los hombres, y por ella condenaron a los enemigos de Dios. Estos tres hombres son Abel, Enoc y Noé. (v. 4-7). Luego, el autor dedica bastante tiempo al que es denominado en las Sagradas Escrituras “el padre de los que son de la fe”, es decir, a Abraham. Este héroe sobresaliente del Antiguo Testamento manifestó poseer la fe que alcanza las promesas y persiste en medio de la ausencia de evidencias tangibles (v. 8-19). En los versos 20 al 22, el autor resalta a los padres de la nación judía, Isaac, Jacob y José, quienes, aunque aún eran errantes en la tierra, estaban convencidos de que Dios les constituiría en la gran nación que había prometido, y con base en esa fe anunciaron bendiciones sobre sus hijos. Luego se dedica un espacio mayor a Moisés, el gran legislador y constructor de la nación Israelita. Por la fe, este hombre pudo sacudir al poderoso imperio Egipcio, logrando la liberación del pueblo y su entrada a una tierra, que aunque era muy productiva, estaba invadida por tribus peligrosas e idólatras, a las cuales ellos debían enfrentar. Por esta fe ellos pudieron vencer y entrar a las promesas que habían esperado por muchos siglos. En los versos 31 y 32, se mencionan los nombres de otros héroes y heroínas de la fe como son: Rahab la ramera, Gedeón, Barac, Sansón, Jefté, David, Samuel y los profetas.

Todos estos héroes de la fe se caracterizaron por mantenerse siempre como viendo al invisible, y a pesar de no tener el testimonio tangible de lo prometido, fueron pacientes y aguardaron la promesa, la cual no podían disfrutar antes que nosotros, y por eso ellos murieron sin recibir lo prometido (v. 39), para que todos los creyentes, de todos los tiempos, disfrutemos juntos las promesas de salvación que pueden ser recibidas solo a través de Jesús, el autor y consumador de la fe (Heb. 12:2).

Empecemos nuestro análisis con el primer personaje mencionado por nuestro autor sagrado, Abel. “Por la fe Abel ofreció a Dios más excelente sacrificio que Caín, por lo cual alcanzó testimonio de que era justo, dando Dios testimonio de sus ofrendas; y muerto, aún habla por ella” (v. 4).

La narración bíblica de la vida de Abel es muy corta, no obstante, su importancia en la historia de la fe es tal que nuestro autor lo pone al inicio de sus héroes. Abel fue el segundo hijo de Adán (Gén. 4:1-2), luego de Caín, quienes nacieron fuera del paraíso y heredaron la naturaleza pecaminosa de Adán. Mientras de Adán se dice que fue hecho a la imagen y semejanza de Dios, de sus hijos se dice que fueron a “su semejanza, conforme a su semejanza” (Gen. 5:3), lo cual indica que todos los descendientes de Adán traerían una imagen corrompida por el pecado. Abel fue concebido de padres pecaminosos y su naturaleza también estaba en una condición caída. Abel pudo decir con el salmista “He aquí en maldad he sido formado, y en pecado me concibió mi madre” (Salmo 51:5). A pesar de traer una naturaleza depravada por las inclinaciones pecaminosas, la gracia de Dios obró en él concediéndole el don de la fe salvadora, a través de la cual pudo caminar en pos de lo santo, lo bueno y lo que agrada a Dios. Abel tenía padres pecadores y su hermano mayor no era el mejor ejemplo espiritual. Caín había nacido también de padres pecadores, pero en él no había obrado la fe. Su corazón era incrédulo y vendido al mal.
A pesar del estado pecaminoso de la prístina familia humana que habitó la tierra, el corazón de Abel recibió la santa influencia del Espíritu de Dios y conoció a su Creador de una manera plena y transformadora.

Este Abel es considerado un hombre justo, no por sus obras, sino por la fe. El mismo Jesús, hablando de la sangre de los profetas que había sido derramada en territorio de Israel, mencionó la de Abel y le llamó “Abel el justo” (Mt. 23:35).

Un hecho de la vida de Abel es tomado por el autor a los hebreos para presentar la realidad de la fe perseverante de este siervo del Señor. Un día, tanto Abel como Caín presentaron ofrendas al Señor. Esta práctica debió ser aprendida de sus padres, quienes de seguro le habían explicado todo lo que pasó en Edén y las consecuencias funestas para sus vidas. También le habrían explicado que ahora solo por medio de la fe ellos podrían tener comunión con ese Dios al que habían ofendido. Es muy probable que, tanto Caín como Abel, presentaran ofrendas a Dios en agradecimiento por la provisión y la vida que les daba.

Lo cierto es que Abel “ofreció a Dios más excelente sacrificio que Caín” (v. 4). La excelencia del sacrificio no estribaba en los elementos usados, pues, aunque el texto no lo dice, es muy probable que Caín haya escogido lo mejor de la cosecha, así como Abel escogió lo mejor de las ovejas. Ellos, de seguro, habían aprendido que a Dios se le ofrece lo mejor, no lo insignificante o defectuoso. La excelencia del sacrificio de Abel tampoco está relacionada con el hecho de haber ofrecido una ofrenda de sangre, pues, como luego se deja ver en la Ley de Moisés, el Señor también acepta las ofrendas vegetales como ofrendas de paz.

Hebreos dice que la excelencia de la ofrenda presentada por Abel estaba en la fe. Abel fue un hombre de fe y confiaba plenamente, no en sus obras, o en el sacrificio mismo, sino en la gracia de Dios. Caín por el contrario no tenía fe, era un incrédulo, y “…era del maligno…” (1 Jn. 3:12). ¿Cómo sabemos, además de lo que dice el autor de Hebreos, que Abel era un hombre de fe? Génesis nos dice que Dios se había agradado en Abel: “Y Jehová miró con agrado a Abel…” (4:4) ¿Porqué miró Dios con agrado a Abel? ¿Por su ofrenda? No. Lo miró con agrado porque Abel confiaba solamente en él para su salvación, su corazón se había humillado ante el Soberano Salvador y la ofrenda fue presentada con contrición, reconociendo que su Salvación y su justicia descansaban solo en la simiente prometida que vendría a salvar a los pecadores. Abel había comprendido lo que luego uno de sus descendientes expresó con profunda emoción: “Porque no quieres sacrificio, que yo lo daría; no quieres holocausto. Los sacrificios de Dios son el espíritu quebrantado; al corazón contrito y humillado no despreciarás tú, oh Dios.” (Sal. 51:16-17).

Abel y su ofrenda encontraron el agrado de Dios porque en su corazón se mantenía como viendo al invisible y la fe estaba viva en él. No era una fe meramente intelectual o emocional. Tenía la fe sobrenatural que produce las obras de santidad, y éste vivía como un justo. Sus obras hablaban de la justificación que se había obrado en él por medio de la fe, y aprendió a caminar con Dios, viviendo Coram Deo, en la presencia de Dios. De Abel se podía decir lo mismo que Dios dijo de Job: “No has considerado a mi siervo Job, que no hay otro como él en la tierra, varón perfecto y recto, temeroso de Dios y apartado del mal” (Job 1:8). Abel era un hombre que vivía en armonía con Dios y con los demás hombres.

Abel agradó a Dios porque él se mantuvo siempre en la fe que caracteriza a los salvos. Abel supo lo que a Caín se le olvidó, que “…sin fe es imposible agradar a Dios” (Heb. 11:6).
La ofrenda de Abel fue recibida con agrado porque Dios ama la adoración de los que han sido justificados por la fe, pero aborrece las ofrendas de los malvados. “… dando Dios testimonio de sus ofrendas…” (Heb. 11:4). El que ha sido justificado adora a Dios con alegría, y su ofrenda es recibida con agrado “…porque Dios ama al dador alegre” (2 Cor. 9:7). Pero la adoración de los incrédulos es rechazada por el Señor: “El sacrificio de los impíos es abominación a Jehová; más la oración de los rectos es su gozo” (Prov. 15:8).

… y muerto aún habla por ella”. Es posible que esta frase haga referencia a la sangre de Abel que fue derramada por Caín, y así como las almas de los justos martirizados claman al Señor para que vengue sus muertes (Ap. 6:10), la sangre de Abel el justo clamaba al Señor desde la tierra. (Gen. 4:10).
Una aclaración respecto a la forma de cómo Dios dio testimonio de haber aceptado la ofrenda. No sabemos realmente cómo fue esto. Algunos comentaristas dicen que probablemente fue a través del fuego que, en ciertas ocasiones en la historia del Antiguo Testamento, descendía del cielo para quemar la ofrenda, pero esta información no aparece en el libro de Génesis, ni en otro libro. Asimismo algunos creen que Dios envió un viento recio que se oponía a la ofrenda de Caín, pero esto tampoco nos es mencionado en las Sagradas Escrituras. Es probable que Dios haya dado una convicción en el corazón de Abel de haber sido aprobado por Dios. Y lo mismo pudo haber sucedido con Caín.

El segundo personaje mencionado por nuestro autor como un testimonio de perseverancia en la fe es Enoc.  De este creyente también tenemos poca información. Solo se nos dice que a la edad de sesenta y cinco años engendró a Matusalén (Gén. 5:21), que luego vivió trescientos años más y engendró muchos hijos e hijas, y el verso 24 del capítulo 5 de Génesis narra en pocas palabras la desaparición misteriosa de Enoc, diciendo: “Caminó, pues, Enoc con Dios, y desapareció, porque le llevó Dios”. En la carta de Judas se le menciona como el séptimo desde Adán, es decir, miembro de la séptima generación de la descendencia de Adán.

Aunque la información que tenemos de este héroe procede de una corta genealogía, lo cierto es que fue un hombre de mucha piedad en su tiempo. Si de Job se dice que era un hombre recto, y de Abel que era justo, de Enoc se dice que caminó con Dios. “¿Qué significa la frase caminar con Dios? Significa que la persona vive una vida espiritual en la que le dice todo a Dios (véase Gn. 6:9). Enoc vivió una vida normal, criando hijos e hijas, pero toda su vida se caracterizó por su amor a Dios”[1].  Enoc vivió una vida plenamente Coram Deo, y su cercanía a Dios fue tan profunda, que Dios quiso tenerlo en su presencia sin que pasara por el proceso natural de la muerte. Definitivamente la vida de este hombre fue ejemplar en todo, pero especialmente de una devoción espiritual inigualable, solo superada por el Hijo de Dios.

Aunque la historia de la vida de Enoc, sus obras y sus palabras, son prácticamente desconocidas, no obstante Dios mismo testificó de él que fue un hombre íntegro, justo y piadoso en todos sus caminos. No siempre los más mencionados en la historia son los más santos, o los más vistos o escuchados son los más piadosos. Muchos santos, muy cercanos a Dios, pasan desapercibidos entre el pueblo de Dios.

Pero ¿Cómo pudo Enoc gozar tanto del favor divino, al punto que la Biblia dice que él caminó con Dios, y al punto de que Dios quiso llevarlo vivo a los mismos cielos? El autor de Hebreos responde diciendo que esto se debió solo a la Fe. Enoc también nació con una naturaleza pecaminosa y tenía las tendencias depravadas de todos los hijos de Adán, no obstante, en él estaba la fe perseverante, aquella que se aferra a Cristo, y por esa fe caminó en este mundo, anhelando ver al Rey de la gloria, y amando la presencia del Padre, al punto que Dios le concedió el deseo de su corazón y se lo llevó a su presencia sin mediar la muerte.

De seguro que el corazón de Enoc, siendo regenerado por la Gracia, debido a la fe que tenía, se mantuvo creciendo en una constante santificación, al punto que anhelaba con ardiente deseo estar en la presencia directa de ese Dios que amaba, tal como hoy día el Espíritu y la Iglesia oran para que Cristo venga pronto por su pueblo. Enoc aprendió a deleitarse en el Señor, y él le concedió las peticiones de su corazón (Sal. 37:4).

Aplicaciones:
- Las ofrendas y la adoración en la cual el Señor se agrada es aquella que procede de un corazón lleno de fe. Pero de esa clase de fe sobrenatural que produce frutos agradables a Dios, porque se alimenta constantemente de la gracia de Cristo. No presentes la ofrenda de Caín ante el Señor, es decir, con un corazón incrédulo, sino hazlo con fe, sabiendo que Dios mira el corazón más que a la ofrenda misma. Y la mejor forma de presentar verdadera adoración es hacerlo a través de Cristo. Si tenemos fe en él entonces presentemos la adoración que agrada a Dios, si confiamos en nosotros y no estamos dependiendo de Cristo, sino que nuestro corazón es incrédulo, entonces no nos debemos a presentarnos delante de Dios, porque solo recibiremos su desaprobación. Pero hoy es el día aceptable y el tiempo de salvación. Si tu corazón es incrédulo y confías en tus buenas obras, confiesa tu maldad delante de Dios y suplica a Cristo se apiade de tu alma y te conceda la salvación.
- Así como Abel siguió ejerciendo influencia luego de su muerte, de la misma manera todos los que son piadosos impactan a los hombres que les conocieron, aún después de la muerte. El ejemplo de un padre o una madre piadosa será recordado por sus hijos, por sus vecinos y conocidos. Los preceptos de un padre o una madre piadosa, aunque en vida fueron escucharon con indiferencia por sus hijos, luego de muertos, pueden ser una poderosa influencia para que ellos vengan a la fe salvadora. Mientras que el mal testimonio de los impíos que han muerto va decayendo y su influencia perniciosa va desapareciendo, lo contrario sucede con el buen testimonio de los redimidos. Entre más pasa el tiempo, luego de su muerte, su testimonio impacta con más claridad. Hermano y hermana, ¿Por qué te recordarán las futuras generaciones? ¿Por ser una persona piadosa que manifestaba su fe a través de las obras santas?
- Abel fue un hermano menor que Caín, y él recibió la influencia de su perverso y cruel hermano. Se nos ha dicho que es más fácil imitar lo malo que lo bueno, y esta es la triste realidad de muchas personas jóvenes. Pero Abel no imitó lo malo ni aprendió de su hermano Caín, sino que se mantuvo como viendo a Jesús a través de los ojos de la fe, y llegó a ser un hombre santo, consagrado a Dios. Abel se aferró a la causa divina y rechazó la influencia maligna de su hermano mayor. Apreciado niño, joven y señorita que escuchas esta enseñanza, no es verdad que debes imitar lo malo, es posible imitar lo bueno, si sigues las pisadas de Jesús y confías en él. Jesús te ayudará a huir del pecado que hay en el mundo y te fortalecerá para que seas un joven o un niño que agrada a Dios. Abel no cedió a las presiones del mundo, sino que se mantuvo firme en la fe en Dios.
- Enoc vivió en un tiempo donde la maldad de los hombres había empezado a crecer en la tierra. La multiplicación de la raza humana estuvo acompañada de la multiplicación de la maldad, como se dice de los días de su bisnieto Noé “Y vio Jehová que la maldad de los hombres era mucha en la tierra, y que todo designio de los pensamientos del corazón de ellos era de continuo solamente el mal” (Gén. 6:5). Pero en medio de una generación maligna y rebelde, Enoc caminó con Dios. Él se apartó de los caminos perversos de la sociedad de su época y se mantuvo firme en la fe de los creyentes, sabiendo que no debemos amar al mundo ni a sus deleites, sino que, como peregrinos, anhelamos las cosas de nuestra patria celestial, y fue su anhelo por lo celeste, lo sublime y excelso tan alto, que Dios le concedió sacarlo de en medio de las maldades de este mundo y llevarlo a la Santa Sión. Hermano y hermana, te pregunto ¿Dónde está puesto tu corazón? ¿En lo terreno o en lo celestial? ¿Cuál es el deseo de tu corazón? ¿Lo que Dios desea o lo que el mundo desea? Si tienes la fe de Enoc, entonces tu deleite será pensar en las cosas sublimes y tu deseo será vivir Coram Deo, es decir, en la presencia de Dios.



[1] Kistemaker, Simon. Hebreos. Página 372-373

Hebreos 11:1-3 Descripción general de la fe - segunda parte

La fe perseverante
Descripción general de la fe. Segunda parte
Por la fe se alcanza el favor divino
Hebreos 11:1-3
Introducción:
En la introducción del capítulo 11, el autor de Hebreos, nos presentó varias características de la fe perseverante. Él nos dijo que la verdadera fe, la que es un don de Dios y por medio de la cual nos asimos de la gracia salvadora (Ef. 2:8), no es una mera especulación de algo desconocido, sino que ella es plena certeza, absoluta certidumbre de recibir lo que esperamos, aunque en el momento no lo estamos viendo. La fe que se opone a la incredulidad y que nos libra del camino de la apostasía es férrea convicción en las promesas divinas, aunque por el momento no estemos viendo plenamente su cumplimiento. Podemos resumir las características de la fe perseverante, que el autor mencionó en el verso 1, con las palabras del pastor y predicador Arthur Pink “La fe cierra los ojos a todo lo que se ve y abre sus oídos a todo lo que Dios ha dicho. La fe es una convicción poderosa que está por encima de los razonamientos carnales, los prejuicios carnales y las excusas carnales. La fe aclara el juicio, moldea el corazón, mueve la voluntad y reforma la vida. La fe nos quita las cosas terrenales y las vanidades del mundo, y nos ocupa en las realidades espirituales y divinas. Se llena de valor contra el desaliento, se ríe de las dificultades, resiste al diablo y triunfa sobre las tentaciones. Lo hace porque une al alma con Dios y toma su fuerza de él. Así, la fe es una cosa completamente sobrenatural”.
Ahora en los versos 2 y 3 el autor prosigue mostrándonos dos características adicionales de la fe perseverante:
1. Por la fe se alcanza el favor divino. V. 2
2. Por la fe se aprehende[1] lo que está por encima de la razón. V. 3

Analicemos el versículo 2.
1. Por la fe se alcanza el favor divino.Porque por ella alcanzaron buen testimonio los antiguos”.
La palabra inicial porque (en) indica continuación con lo que se dijo en el verso 1, es decir, el medio por el cual alcanzaron buen testimonio los antiguos es la fe. Ya hemos visto que esta fe se caracteriza por una confianza plena e incólume en la Palabra de Dios, en sus promesas, y especialmente en caminar confiadamente a través de las vicisitudes de este mundo, teniendo la absoluta certidumbre de que Dios cumplirá su propósito de salvación en nosotros.
Esta clase de fe fue la que caracterizó a los antiguos, y también la que caracteriza y caracterizará a los santos de todos tiempos.
Con el fin de comprender mejor este pasaje, hagámosle dos preguntas: ¿Qué significa alcanzar buen testimonio? y ¿Quiénes son estos antiguos?

Empecemos respondiendo la segunda pregunta. Literalmente el texto dice “los ancianos”, refiriéndose con ello a los mismos antepasados que ya mencionó en el capítulo 1, versículo 1 (Dios, habiendo hablado muchas veces y de muchas maneras en otro tiempo a los padres por los profetas); pero de manera más clara, el término ancianos, antiguos o antepasados se refiere al listado de personajes que el autor nos presentará en todo el capítulo 11, el cual no es exhaustivo, sino que nos presenta una muestra de cómo la fe modeló el estilo de vida  de los creyentes en el Antiguo Testamento. Siendo que en los próximos versículos analizaremos de manera particular a cada uno de los personajes antiguos mencionados por el autor de la carta, entonces no profundizaremos más, por ahora, en este tema.
La fe que se convirtió en el norte y guía de los antepasados en la historia del pueblo de Israel, es la misma fe que caracteriza hoy a los creyentes.

Ahora pasemos a la segunda pregunta ¿Qué significa alcanzar buen testimonio? Esta expresión significa “ser aprobado”, es decir, los creyentes del Antiguo Testamento o de la antigua dispensación recibieron aprobación divina a causa de su fe. Ellos fueron alabados por Dios a causa de su fe. Esta será la característica principal de todos los personajes que el autor nos mostrará en la lista del capítulo 11. Todos ellos recibieron testimonio de ser aprobados por Dios, no por las obras, sino por la fe. Abel alcanzó buen testimonio o fue aprobado por Dios, a causa de la fe (v. 4); de la misma manera, Enoc tuvo testimonio de haber agradado a Dios, en virtud de la fe (v. 5). No solo estos dos recibieron testimonio de ser aprobados por Dios a causa de la fe, sino que el verso 39 afirma que todos los personajes mencionados, y de seguro, todos los santos del Antiguo Testamento “alcanzaron buen testimonio mediante la fe”; no mediante la fe en la fe, como enseñan los falsos profetas de la teología de la super-fe y la palabra de poder, sino  la fe puesta en la Palabra de Dios, y especialmente en Jesús, el Mesías que vendría para obrar la completa redención. Esto es algo que nunca debemos olvidar. La verdadera fe que agrada a Dios, es aquella que persevera férreamente confiada en Jesús. El propósito que el autor de la carta tiene al presentarnos estas características de la fe, y darnos ejemplos de cómo la fe moldea la vida de los creyentes, no tiene otro fin sino el de animarnos y exhortarnos a nunca caer en la incredulidad o la apostasía, de manera que siempre estemos depositando nuestra fe en Jesús. Esta será la conclusión práctica que el autor extraerá de todo este capítulo: “Por tanto, nosotros también, teniendo en derredor nuestro tan grande nube de testigos, despojémonos de todo peso y del pecado que nos asedia, y corramos con paciencia la carrera que tenemos por delante, puestos los ojos en Jesús, el autor y consumador de la fe…” (12:1-2).

El en el versículo 6 nuestro autor dirá que la fe es el medio por el cual agradamos a Dios, de manera que “las realidades que expresa la palabra y se sustancia por la fe son tan convincentes, que los antiguos se acreditaron en ella e hicieron de la fe la razón fundamental de su existencia. Por esta clase de fe los antiguos recibieron la acreditación divina del beneplácito de Dios con ellos…”[2].

Este buen testimonio alcanzado por los antiguos no procedió de los hombres, sino de Dios, puesto que es preciso “agradar a Dios” (v. 6). Fue Dios quien dijo de Job “y Jehová dijo a Satanás: ¿No has considerado a mi siervo Job, que no hay otro como él en la tierra, varón perfecto y recto, temeroso de Dios y apartado del mal? (Job 1:8). La aprobación que recibió Job es la misma aprobación que recibieron los creyentes en el Antiguo Testamento y la que reciben los creyentes en la era cristiana. El Espíritu Santo testifica de Enoc: “Caminó, pues, Enoc con Dios, y desapareció, porque le llevó Dios”. (Gén. 5:24). Dios dijo de David que era “un varón conforme a su corazón” (1 Sam. 13:14). El Señor también testificó que Abraham era su “amigo” (2 Cr. 20:7. No esperamos la aprobación de los hombres, ni la gloria de ellos, sino la aprobación divina. La gloria o alabanza que procede de Dios es la única que realmente importa en esta vida y en la eternidad: “Porque no es aprobado el que se alaba a sí mismo, sino aquel a quien Dios alaba” (2 Cor. 10:18). Este testimonio no solo está escrito en los cielos, sino que el Señor lo implanta en el corazón de cada uno de sus hijos. Si tenemos la verdadera fe perseverante “El Espíritu mismo da testimonio a nuestro espíritu de que somos hijos de Dios” (Ro. 8:16).

Ahora, ¿Por qué son alabadas o aprobadas estas personas? No por sus obras, sino por la fe, y no por la fe en la fe, sino por la fe en Dios, la fe en su Palabra, la fe en Cristo, la fe que recibe la gracia ofrecida solo con base en la obra y el sacrificio perfecto de Jesús.
Los creyentes del Antiguo Testamento no fueron aprobados (justificados) por las obras, sino solo por la fe. Todo lo que ellos pudieron hacer, todos los servicios que rindieron al Señor, todos los sufrimientos y vejaciones que sufrieron fue el resultado de una sola cosa: La fe. La fe en la Palabra de Dios fue la base de su santa obediencia, de su excelente servicio y del paciente sufrimiento que soportaron por la causa del Reino. Si los creyentes Hebreos querían identificarse con la religión de sus padres, la de los antiguos hebreos, entonces era necesario que ellos perseveraran en la fe verdadera que se aferra a la Palabra de Dios, a la palabra del evangelio. Algunos creyentes hebreos estaban siendo tentados a regresar al judaísmo, a practicar las ceremonias del Antiguo Testamento, a hacer sacrificios de animales por el pecado, a volver a depender de la mediación de sacerdotes humanos, pero si ellos hacían eso estaban mostrando que no tenían la fe verdadera que caracterizó a los creyentes antiguos de Israel, los cuales no vieron en esos sacrificios, ceremonias y mediaciones, la base de su salvación, sino que se mantuvieron mirando con fe al prometido Salvador y Mesías, el cual, cumplido el tiempo, vino a la tierra y dio su vida en rescate de los pecadores. El autor ha demostrado, a través de la carta, que todas las leyes ceremoniales, los sacrificios en el altar y la mediación de los sacerdotes, no era más que sombra de lo que Cristo haría de manera perfecta con su vida, obra y muerte en Cruz. De manera que si los creyentes del Antiguo Testamento vivieran en la época del Nuevo, ellos no practicarían ninguna de las ceremonias antiguas, ni sacrificarían animales, y si los sacerdotes del Antiguo templo judaico vivieran hoy, se rasgarían sus vestidos sacerdotales, se quitarían los adornos de la cabeza, y se avergonzarían de ser llamados sacerdotes, y se postrarían ante aquel que es el verdadero sacrificio, el verdadero santuario y el verdadero sacerdote, y no aceptarían que se les llamara así.

Cuando el autor dice que los antiguos creyentes fueron aprobados por Dios por la fe, está afirmando que todos los creyentes, tanto en la antigua dispensación como en la nueva, han sido, son y serán salvos solo mediante la fe. Nadie fue salvo por obras. Tal como dice el apóstol Pablo: “Ya que por las obras de la Ley ningún ser humano será justificado delante de él” (Ro. 3:20). “Concluimos, pues, que el hombre es justificado por fe sin las obras de la Ley” (Ro. 3:28). “Sabiendo que el hombre no es justificado por las obras de la ley, sino por la fe de Jesucristo, nosotros también hemos creído en Jesucristo, para ser justificados por la fe de Cristo y no por las obras de la Ley, por cuanto por las obras de la Ley nadie será justificado” (Gál. 2:16).
La fe es el medio que Dios usa para aceptarnos como Hijos suyos. “Más a todos los que le recibieron, a los que creen en su nombre, les dio potestad de ser hechos hijos de Dios” (Juan 1:12). Ella no es la fuente de la salvación, sino el medio que recibe la gracia de Dios. La fe no es algo nuevo, de esta dispensación, sino que la fe ha sido implantada por Dios en los corazones de los creyentes desde Adán y Eva, y así seguirá siendo hasta que el último de los escogidos sea salvo. Por medio de la fe Abel se apoderó de Cristo, así como lo hacemos nosotros hoy. Con la diferencia que Abel podía ver a Cristo a través de sombras (los sacrificios) y ahora nosotros lo vemos claramente.

2. Por la fe se aprehende lo que está por encima de la razón. V. 3 “Por la fe entendemos haber sido constituido el universo por la Palabra de Dios, de modo que lo que ve fue hecho de lo que no se veía”.

En este verso, el autor de la carta, prosigue describiendo a la fe perseverante. Esta fe, aunque está puesta en cosas que no ven (como ya se dijo en el verso 1), no obstante, ella no es vana y no se quedará sin fruto. En el tiempo indicado por Dios, esta fe puesta en lo invisible, verá cómo se hace visible todo lo que Dios nos ha prometido en su Palabra, porque la Palabra de Dios tiene el poder para traer a nosotros esas cosas que no vemos.

El verso 3 es considerado por algunos comentaristas cristianos (Simon Kistemaker) el primer ejemplo del Antiguo Testamento que el autor presenta para demostrar lo que es la fe, mientras que otros, como Arthur Pink, creen que este verso forma parte de las características de la fe que el autor mencionó ya en los dos primeros versos. Particularmente considero que el verso 3 puede ser considerado como una transición entre la sección de los dos primeros versos, y la sección de los ejemplos que va desde el verso 4.

El verso 3 aún continúa presentando características de la fe verdadera, aunque usa un suceso tomado del Antiguo Testamento. No habla de la fe particular de un personaje, sino de una acción ejecutada por Dios, en la cual nadie estuvo presente, ningún hombre, y no obstante se nos manda a aceptar ese hecho por la sola fe. Ni la ciencia ni la filosofía han podido determinar de manera segura y clara cómo surgió todo lo que existe. El origen del mundo sigue siendo un misterio para los hombres de ciencia. Muchas teorías se han presentado para explicar el origen de las especies y del cosmos, pero no están libres de muchos problemas, pues, la ciencia versa sobre cosas que pueden ser probadas en el laboratorio, pero nadie puede probar científicamente cómo fue la creación, puesto que esto sucedió hace muchos miles de años. Todas las teorías científicas y filosóficas son solo conjeturas. Pero el hombre de fe, aunque no logra entender todas las cosas de la creación, sabe, por medio de la fe y no porque estuvo presente, que este mundo material surgió de lo que no se veía, de lo invisible, es decir, de Dios. El poder de la Palabra (Rhema)[3] de Dios, creó todas las cosas. 

Cuando el autor dice “Por la fe entendemos haber sido constituido el universo…” quiere afirmar que la fe no está separada de la razón. La fe le permite a la razón comprender cosas que están más allá de la ciencia. La fe no está en contra de la razón, cuando esta ha sido influenciada y renovada por el Espíritu de Dios. La razón caída es la que no puede comprender las verdades espirituales, porque está muy afectada por el pecado. La fe no es una confianza ciega en la Palabra de Dios, sino una persuasión inteligente de su veracidad, su sabiduría y belleza. A través de la revelación bíblica podemos comprender algunas cosas de cómo fue constituido y organizado el universo:
1. Que el mundo no es eterno, ni se creó a sí mismo, sino que un poder externo al mundo mismo fue quien lo generó.
2. Que ese poder externo fue quien ordenó toda la creación, y que el orden que encontramos en el universo no fue producto de la “todopoderosa” evolución.
3. Que ese poder externo no es una fuerza ciega o impersonal, sino Dios.
4. Que el Todopoderoso y Sabio Dios hizo el mundo con gran exactitud y dispuso cada elemento para que cumpliera con el propósito divino, de manera que todo lo creado expresara las perfecciones de Dios.
5. Que Dios hizo el mundo por su Palabra y por su excelsa sabiduría, a través de su Eterno Hijo, quien es la Palabra encarnada y creadora.
6. Que todo lo creado no surgió de otra cosa creada, sino que procedió de un poder invisible y externo al mundo mismo.

La fe cristiana es racional, puesto que, a diferencia de las muchas teorías “científicas” no creemos que el mundo es eterno, o que surgió de la nada, pues, como dice la máxima filosófica “de la nada, nada sale”. El mundo procedió de Dios, quien es eterno. Pero no solo surgió de Dios, sino que él mismo lo diseñó y organizó. Nadie estuvo presente, pero por fe en la Palabra revelada de Dios comprendemos el origen del universo.

Así como por fe aceptamos el origen del universo por la sola Palabra de Dios, quien habló y las cosas fueron hechas, también debemos aceptar que ahora no estamos viendo nuestra completa redención, ni el cielo y la tierra nueva, ahora no estamos viendo que reinamos con Cristo, no estamos viendo la gloriosa realidad del reino de Cristo, pero, por fe, tenemos la plena certeza que eso, que ahora permanece invisible para nosotros, se hará realidad y visible, no por nuestra palabra, o el Rhema humano, sino por el poder de Dios.

Aplicaciones:
- Los que tienen el poderoso y buen testimonio del Espíritu Santo en sus corazones, no desmayan a causa de los reproches del mundo, pues, su gloria, es la confirmación que Dios da a sus corazones de que son hijos de Dios, de que son justos, rectos, los bien-amados, sus amigos, su precioso tesoro, los escogidos. ¿Estás sufriendo vituperios y desprecios a causa de tu fe en Cristo? Tú debes estar por encima de ellos, porque la gloria o el desprecio de los hombres no son nada comparado con la gloria o el desprecio que se puede recibir del Soberano y Todopoderoso Dios. Así no tengas títulos nobiliarios, ni seas una persona con cuentas bancarias en Suiza; así tu nombre no sea publicado en las revistas de farándula más famosas del país, ni tu foto salga en la televisión o la prensa; no obstante, has recibido el mejor título nobiliario que ninguno de los herederos reales de las más grandes y pomposas monarquías europeas podrá recibir, a menos que sean creyentes, y este título es el de “hijos de Dios”. Fuiste adoptado por el Soberano que se sienta en el Trono Alto y Sublime. Fuiste convertido en coheredero con el Hijo de Dios, Jesús, y ahora esperamos una herencia más sublime que cualquier palacio terreno, y viviremos para siempre en las mansiones celestiales, cuya belleza jamás podrá ser descrita, imaginada o pintada por el más ingenioso artista del mundo. Siendo que la fe nos convierte en personas de tan alto rango ¿Porqué te abates cuando otros te desprecian? Espera pacientemente en Dios, porque le alabarás por toda la eternidad junto con los millares de santos ángeles. ¿Por qué te turbas cuando las necesidades materiales apremian o las enfermedades graves aquejan nuestros cuerpos? Si morimos, entonces reinaremos para siempre con el Rey de reyes.
- ¿Aún no estás seguro de ser aprobado por Dios? Entonces hoy puedes estarlo, no debes continuar en ese estado de duda. Deposita tu fe y confianza en Jesús. Todos los que miraron a Él, por medio de la fe, desde Adán y Eva, hasta el día de hoy, no fueron defraudados. Todos los que acudieron a él, a su sacrificio expiatorio, recibieron la dicha de ser considerados hijos de Dios, y ahora tienen el testimonio de Dios, a través del Espíritu Santo, en sus corazones de que son los amados del Padre, que son rectos, justos y perfectos en Cristo. Acude a Cristo hoy, en un acto de sola fe, y míralo muriendo en la cruz por ti, derramando su preciosa sangre que tiene el poder de limpiar los más impuros y sucios pecados. Cuando le veas, en un acto de fe, y le pidas su misericordia, de todo corazón, ten la certeza de que Dios te ha aceptado en Su Reino y ahora formas parte de los que heredarán todas las promesas.
- Un camino que de seguro conducirá a la incredulidad y la apostasía es el dudar de que este mundo fue creado directamente por la Palabra y el poder de Dios. “El hombre moderno se rehúsa a aceptar el relato de la creación que se halla en Génesis. Para él la enseñanza acerca de la evolución resuelve problemas y contesta preguntas. Dado que esta doctrina sustituye el relato bíblico de la creación, el hombre rechaza a Dios y a su Palabra. En respuesta a la incredulidad, el cristiano mantiene su fe sin vacilar. El sigue enseñando confiadamente el relato de la creación que Dios ha revelado en la Escritura”[4]. Aunque el mundo científico trate de ridiculizarnos por creer en la revelación bíblica, y entender el origen del mundo como siendo creado por la Palabra de Dios, no obstante confiamos plenamente en lo que Dios mismo ha revelado, y no nos atrevemos a ponerla en tela de juicio, ni a dar explicaciones extra-bíblicas de esta verdad.



[1] Aprehender (no confundir con aprender) significa asimilar o llegar a entender algo. Son palabras sinónimas de aprehender: captar, asimilar, percibir, comprender, entender, concebir, discernir
[2] Pérez, Samuel. Hebreos. Página 616
[3] Rhema significa “La palabra hablada”. Dios habló y los mundos fueron creados. Rhema hace referencia al fiat imperial de Dios. El fiat es el mandato para que una cosa tenga efecto.
[4] Kistemaker, Simon. Hebreos. Página 369

Hebreos 11:1-3 Descripción general de la fe

La fe perseverante
Descripción general de la fe
Hebreos 11:1-3
Introducción:
La carta o el libro a los Hebreos contiene fuertes llamados de atención para que los creyentes perseveren en la fe en Cristo y no desmayen ante los diversos ataques y persecuciones que les vendrán como consecuencia de creer en Jesús como su único y suficiente Salvador.
Es muy probable que los creyentes a los cuales se dirige la carta a los Hebreos, estuvieran siendo tentados a abandonar la fe cristiana y retornar al judaísmo. Las persecuciones, los sufrimientos, las falsas enseñanzas de algunos maestros judíos y otros elementos adversos se habían convertido como en una especie de caldo de cultivo que estaba llevando a estos creyentes a considerar la posibilidad de retroceder en la vida cristiana.
De allí las constantes exhortaciones que nuestro autor hace a sus lectores:

Por tanto, es necesario que con más diligencia atendamos a las cosas que hemos oído, no sea que nos deslicemos ¿Cómo escaparemos nosotros, si descuidamos una salvación tan grande? (2:1, 3).
Mirad, hermanos, que no haya en ninguno de vosotros corazón malo de incredulidad para apartarse del Dios vivo” (3:12).
Temamos, pues, no sea que permaneciendo aún la promesa de entrar en su reposo, alguno de vosotros parezca no haberlo alcanzado” (4:1)
Por tanto, teniendo un gran sumo sacerdote que traspasó los cielos, Jesús el Hijo de Dios, retengamos nuestra profesión.” 4:14).
Porque es imposible que los que una vez fueron iluminados y gustaron del don celestial, y fueron hechos partícipes del Espíritu Santo, y asimismo gustaron de la Palabra de Dios y los poderes del siglo venidero, y recayeron, sean otra vez renovados para arrepentimiento, crucificando de nuevo para sí mismos al Hijo de Dios y exponiéndole a vituperio” (6:4-6).
Porque si pecáremos voluntariamente después de haber recibido el conocimiento de la verdad, ya no queda más sacrificio por los pecados, sino una horrenda expectación de juicio, y de hervor de fuego que ha de devorar a los adversarios” (10:26-27).

Si hacemos una revisión minuciosa de todas estas advertencias, y las miramos en su contexto inmediato, encontramos que todas se enfocan en el asunto de la fe en Jesús como el único medio de salvación. Toda la exposición del autor de la carta se centra en demostrar que Jesús es superior a todo el sistema religioso judaico: Jesús es superior a los ángeles, Jesús es superior a Moisés, Jesús es el gran sumo sacerdote superior a Aarón y toda la casta sacerdotal, pues, él es sacerdote de la clase de Melquisedec. Toda la exposición ha demostrado la exclusividad del sacrificio de Cristo como único medio de efectiva salvación para los creyentes.

Al finalizar el capítulo 10, el autor de la carta, animó a los creyentes para que se mantuvieran firmes en la fe, sabiendo que “el justo vivirá por fe, y si retrocediere, no agradará a mi alma” (10:38). El justo, es decir, el salvo, depende totalmente de la fe, pues, sin ella, es imposible que agrade a Dios. La fe en Cristo se apropia de su justicia y esta le es imputada, de manera que goza del favor divino y Dios lo ama, así como ama al Hijo en el cual tiene complacencia, pues, al creer en Cristo, la santidad de Cristo lo reviste.
Por lo tanto, y con el ánimo de ayudar a estos creyentes afligidos, temerosos y tambaleantes, el autor hace un paréntesis en su exhortación y en todo el capítulo 11 les muestra ejemplos, tomados del Antiguo Testamento, de personas que tuvieron una fe perseverante, y que a pesar de no haber recibido lo prometido, mientras estuvieron en esta tierra, tomaron tan en serio la Palabra y la promesa de Dios, que vivieron y actuaron basados en esas maravillosas promesas.
Todo el capítulo 11 nos presenta la fe que persevera hasta el fin, por medio de la cual se alcanza la salvación del alma.
La estructura de este capítulo es muy sencilla, y, siguiendo la división del puritano William Perkins, considero que consta de dos partes:
1. Una descripción general de la fe perseverante (v. 1-3)
2. Ilustración de esta fe perseverante a través de testimonios y ejemplos tomados del Antiguo Testamento. (v. 4-39)

Empecemos con la primera parte del capítulo. Una descripción general de la fe perseverante (v. 1-3).
Es pues, la fe[1] la certeza de lo que se espera, la convicción de lo que no se ve”. Es importante notar que la expresión “Es pues”(RV) o “ahora” (KJV), o “ahora bien” (NVI) indica que lo que sigue en este pasaje es la continuación o que guarda estrecha relación con lo que se acaba de decir. Para entender bien a qué se refiere el autor de la carta con la fe de que habla en todo el capítulo 11, entonces es necesario tener en cuenta  lo que precede inmediatamente al versículo 1 y que se encuentra unido con la expresión ahora pues.

En la última parte del capítulo 10, el autor ha exhortado a los lectores para que no dejen de congregarse, para que se ayuden mutuamente con el fin de mantenerse firmes en la fe cristiana, para que eviten cualquier postura que los inicie en el camino de la apostasía, para que miren las terribles consecuencias que vendrán sobre los que abandonan la fe en Cristo. Luego les dijo que recordaran las tribulaciones y angustias que ya han sufrido por causa de Cristo, y les anima a seguir sufriendo con paciencia, pues, la promesa se alcanza solo por aquellos que perseveran hasta el fin. Al final del capítulo 10 les animó aún más para que se mantuvieran firmes en la fe, a pesar de las tribulaciones que esto conlleva, porque la promesa del retorno de Cristo para dar la completa salvación a los que confían en él, está muy cercana. Si han esperado tanto, entonces deben esperar pacientemente un poco más. Y luego concluye su exhortación diciéndoles que los justos viven por fe, y a través de esa fe ellos no retrocederán para perdición sino que perseverarán para preservación de sus almas.

Luego, en el capítulo 11, el autor describe cómo es esa fe que persevera hasta el fin para salvación del alma, dando una serie de ejemplos tomados del Antiguo Testamento. El capítulo 11 puede ser considerado como un paréntesis, ya que, luego, en el capítulo 12, el autor de la carta continúa con su exhortación y anima a los creyentes para que sigan corriendo con paciencia la carrera que tienen por delante (v. 1) “puestos los ojos en Jesús, el autor y consumador de la fe” (v. 2).
El autor empieza diciendo “Es, pues, la fe la certeza de lo que se espera”. La palabra fe, en el Nuevo Testamento, es polisémica, es decir, tiene varias acepciones:
1. En algunas ocasiones significa una declaración o confesión doctrinal. “Aquel que en otro tiempo nos perseguía, ahora predica la fe que en otro tiempo asolaba” (Gal. 1:23).
2. En otras ocasiones la fe significa creer de manera personal y sincera en Jesús. “Pero éstas se han escrito para que creáis que Jesús es el Cristo, el Hijo de Dios, y para que creyendo, tengáis vida en su nombre” (Juan 20:31).
3. También en el Nuevo Testamento la fe puede significar confianza en que Dios hará un milagro, esperanza de que algo futuro vendrá, entre otros.

Ahora, el autor de Hebreos, en este capítulo, da a la fe el  significado de una total confianza que es depositada en Dios, en sus promesas, en su Palabra, y de manera especial, en Jesucristo como el Hijo de Dios y el único medio suficiente para dar salvación eterna al hombre.
El autor, contrapone dos elementos adversos en esta carta: La fe versus la incredulidad o la apostasía. Lo opuesto de la incredulidad es la fe, lo opuesto del pecado de la apostasía es la virtud de la fe. Lo opuesto de rechazar a Cristo de manera consciente (apostasía) es la fe perseverante en él como Salvador.
Y esta fe perseverante no es cualidad de unos pocos creyentes, los múltiples ejemplos que el autor presenta en este capítulo 11 evidencian que esta es una característica de los que verdaderamente han conocido al Señor.
El autor de la carta dice que esta fe perseverante es la plena certeza de lo que se espera. El Catecismo de Heidelberg, redactado por Zacarías Ursino, define así la fe de que habla nuestro autor sagrado:
“La verdadera fe, creada en mí por el Espíritu Santo por medio del Evangelio – no es solamente un firme conocimiento y convicción de que todo lo que Dios revela en su Palabra es cierto, sino también una certeza profundamente enraizada de que no solamente a otro, sino también a mí, me han sido perdonados los pecados, que he sido reconciliado por siempre con Dios, y que se me ha concedido la salvación. Estos son dones de pura gracia obtenidos para nosotros por Cristo[2].
La palabra “certeza” que se usa en la Reina Valera, también puede ser traducido “estar seguro” (es, pues, la fe el estar seguro de lo que se espera), y en algunas versiones se le traduce como “sustancia[3] (Es pues, la fe, la sustancia de lo que se espera), tomada de la palabra griega hypostasis[4] que usa el autor en este versículo. Si usamos la palabra certeza, hablamos de la confianza subjetiva del creyente. Es como decir: Si estoy seguro de algo, entonces tengo certeza en mi corazón. Esto es algo que está arraigado en el creyente. Pero si usamos la palabra “sustancia”, entonces estamos hablando de la certeza como algo objetivo, que está fuera del creyente. La sustancia es algo con lo que el creyente puede contar. “Una traducción lo formula así: <la fe es el título de propiedad de las cosas esperadas>”[5].

Es, pues, la fe la certeza[6] de lo que se espera”. La fe verdadera está segura y confiada en lo que esperamos, es decir, en la esperanza. Y ¿qué es lo que esperamos los creyentes? Todas las cosas que la gracia de Dios ha prometido para sus hijos, todas las promesas del Evangelio, que nos llevarán a la completa redención y la glorificación futura. La fe es como un ancla que se afirma con seguridad inamovible en la esperanza de la salvación completa que recibiremos por los méritos de Cristo y gozaremos para siempre en la comunión perfecta con Dios. La fe genuina no se angustia o desespera porque no puede ver lo que se le ha prometido, pues, de lo contrario no sería fe. La fe no puede separarse de la paciencia. “No alcanzaremos la meta de la salvación sin paciencia, pues el profeta declara que el justo vive por fe; empero la fe nos dirige a las cosas que están lejos y que aún no disfrutamos; entonces ésta necesariamente incluye paciencia”[7]. En esta vida el creyente recibe muy poco de lo que espera, porque su fe debe ser ejercitada, y de la única manera que ella se desarrolla, es no recibiendo de inmediato todo lo que espera, sino, aguardando confiadamente y sin desmayar, a pesar de no recibir, en esta vida, lo prometido. Esto es lo que dice Pablo al respecto: “… nosotros también gemimos dentro de nosotros mismos, esperando la adopción, la redención de nuestro cuerpo. Porque en esperanza fuimos salvos; pero la esperanza que se ve, no es esperanza; porque lo que alguno ve ¿a qué esperarlo? Pero si esperamos lo que no vemos, con paciencia lo aguardamos” (Ro. 8:23-25).

Es, pues, la fe… la convicción de lo que no se ve”. Las palabras certeza y convicción son sinónimos en este pasaje. Lo que en suma nos dejan ver, estas dos palabras, es que la fe tiene una plena certidumbre en la esperanza. Es una profunda convicción interna que no será quitada o suprimida por nada. Ni por las pruebas, ni por los sufrimientos, ni porque no llega lo que se espera. “El creyente está convencido de que las cosas que no puede ver son reales. Sin embargo, no toda convicción es igual a la fe. La convicción es equivalente a la fe cuando prevalece la certidumbre, aunque la evidencia esté ausente. Las cosas que no vemos son aquellas que tienen que ver con el futuro, el cual a su tiempo se transformará en presente. Aun aquellas cosas del presente, y ciertamente las del pasado, que están más allá de nuestro alcance corresponden a la categoría de lo que no vemos”[8].

¿Qué es lo que no vemos, a lo cual se aferra la fe del creyente? La completa redención, la glorificación futura. Pero la fe verdadera está tan convencida de que esto es algo seguro para el creyente, que ahora, en nuestro caminar por el desierto de este mundo y en medio de las aflicciones que nos produce el pecado, Satanás y el mundo, vivimos como si ya tuviéramos lo que esperamos, y por eso nada puede quitarnos de manera definitiva el gozo que produce sabernos glorificados, en fe, y viviendo para siempre en la misma presencia del Soberano Dios. Como dijo F. F. Bruce “… en la época del Antiguo Testamento, hubo muchos hombres y mujeres que no tenían nada más que las promesas de Dios sobre las cuales descansar, sin ninguna evidencia visible de que estas promesas tuvieran cumplimiento alguna vez; sin embargo, estas promesas significaban tanto para ellos que regularon el curso entero de sus vidas a la luz de ellas. Las promesas estaban relacionadas con un estado de cosas pertenecientes al futuro; pero esta gente actuó como si ese estado de cosas ya estuviera presente, porque estaban muy convencidos de que Dios podía y quería cumplir lo que había prometido. En otras palabras: ellos fueron hombres y mujeres de fe. Su fe consistió simplemente en confiar en la Palabra de Dios y dirigir sus vidas de acuerdo a ella; por lo tanto, las cosas futuras en cuanto a su propia experiencia, eran presentes para la fe, y cosas que no se veían externamente eran visibles para los ojos interiores”[9].
La fe son los ojos espirituales del creyente, y así como somos convencidos de lo terreno por las cosas que nuestros ojos físicos ven, a través de los ojos de la fe, que miran las promesas de la gracia, somos convencidos de las verdades espirituales, las cuales son invisibles. Los ojos físicos nos convencen de las cosas que pertenecen a lo visible, pero la fe nos capacita para ver el orden de lo invisible. Como dice Calvino, la fe se afirma o planta su pie con confianza en las cosas ausentes, que casi están fuera del alcance de nuestra comprensión. La fe es la convicción, ala videncia o la demostración de las cosas que no se ven, esto es lo mismo que decir, que la fe hace aparecer o ver las cosas invisibles, las que esperamos, las que todavía no son, pero son tan ciertas para nosotros, que ya las vemos como en nuestra posesión total. Es en este sentido que el apóstol Pablo, hablando de la completa salvación del creyente, desde el principio hasta el fin, él dice que “a los que predestinó, a éstos también llamó; y a los que llamó, a éstos también justificó; y a los que justificó, a estos también glorificó” (Ro. 8:30). Aunque ya hemos sido predestinados, llamados y justificados, la glorificación es aún futura, no la estamos viendo. Nuestros cuerpos aún llevan la semilla de la muerte, y más pronto de lo que pensamos, estarán sepultados en la fría tierra. Pero la fe se apropia a tal punto de las promesas, que el apóstol nos ve como si ya estuviésemos glorificados.

La fe perseverante anticipa como propio lo que aún no vemos. “La fe es una actualización del anticipo del alma. Es el ojo del alma que nos permitirá vivir en el disfrute presente de las cosas que no se ven. Penetra el velo de los sentidos y hace que las cosas invisibles se hagan reales y tangibles; pasa más allá de las vicisitudes del tiempo y se aferra a las bendiciones del futuro eterno. Es una activa convicción que mueve y moldea la conducta humana. La fe bíblica es la obediencia confiada a la palabra de Dios a pesar de las circunstancias…”[10]

Aplicaciones:
- La fe no se arraiga en lo que vemos, sino en lo que no vemos. La fe tiene la plena certidumbre de que lo prometido por Dios para nuestras almas es inamoviblemente seguro. La fe tiene una confiada seguridad en las promesas divinas. Aunque a veces no sintamos que estamos perdonados, o que somos nuevas criaturas, o que el Espíritu de Dios está en nosotros, o que vamos camino al cielo, o que gozamos del favor divino, la fe toma como suyo propio lo que Aquel en el cual ella está puesta ha prometido. Pero no se trata de una fe superficial, no, la fe verdadera es interna, profunda, arraigada en Cristo. Ella no mira ningún mérito alguno en el individuo, sino que se despoja de toda autoconfianza y mira con total dependencia a Cristo, sabiendo que solo de él procede toda esperanza. ¿Tienes esta clase de fe? Si no puedes responder afirmativamente con plena convicción, entonces clama al Señor para que te el don de la fe. Recuerda que esta clase de fe perseverante no es producida por el hombre, no puede gestarse a través de técnicas o meditación especial. No, esta clase de fe es un don sobrenatural del Espíritu Santo, que nos es dado solo por Gracia. Esta fe que procede del cielo, es la que nos lleva a apropiarnos de Cristo como nuestro único y suficiente Salvador. Si has acudido así a Cristo, entonces tiene la fe sobrenatural que procede del Altísimo, y solo te quede continuar alimentado esta fe por medio de la Palabra de Dios, sus promesas y los ejemplos que encontramos en ella, y que estaremos estudiando en todo el capítulo 11 de Hebreos.
- Aunque la fe no es irracional, y no es un paso en la oscuridad o en el vacío, sino que ella se posa sobre las promesas seguras de la Palabra de Gracia, no obstante, ella es misteriosa y sobrenatural, pues, está convencida de cosas que aún no podemos ver con nuestros ojos físicos, de cosas que parecieran ser contradictorias, “porque el Espíritu de Dios nos muestra las cosas ocultas, cuyo conocimiento nuestros sentidos no pueden alcanzar: se nos promete la vida eterna, pero dicha promesa se hace a los muertos; se nos asegura una radiante resurrección, pero todavía estamos envueltos en podredumbre; somos declarados justos y sin embargo el pecado mora en nosotros; se nos dice que somos dichosos, y no obstante, estamos aún entre muchas aflicciones: se nos promete abundancia de todas las cosas buenas, y a pesar de ello padecemos hambre y sed; Dios declara que vendrá pronto (a nosotros), y no obstante parece sordo cuando clamamos a él”[11]. De manera que la fe, alimenta nuestra esperanza, conduciéndonos a ser pacientes en medio de las pruebas y el caminar por el desierto de este mundo, nutriéndonos con la Palabra de Dios, la cual nos asegura que pronto reinaremos con él. Por lo tanto hermanos, no desmayemos en medio de las tribulaciones, dudas, confusiones y angustias de la vida terrena. Mantengamos la mirada puesta en aquel que nos ha hecho preciosas promesas y que con total seguridad un día nos dará lo que prometió.





















[1] El autor de la carta no trata de presentar una definición concisa y completa de lo que es la fe. Ese no es su propósito. El autor afirma aquí lo que es la fe. En especial, él quiere presentar ciertas características de la fe relacionadas con la paciencia que espera confiadamente en lo prometido.
[2] Kistemaker, Simon. Hebreos. Página 364 (citando al Catecismo de Heidelberg)
[3] “Esta palabra griega, que etimológicamente quiere decir sub-stantia, lo que está debajo, lo que sirve de base y fundamento, significa lo que da base y realidad subsistente a las cosas que esperamos. Si en geología puede significar “sedimento”, y en filosofía el sujeto de los accidentes, o sea la substancia, la naturaleza de los individuos, en esta carta a los Hebreos (3:14) ha adoptado el significado de lo que está en el fondo del alma, con el sentido de seguridad, confianza y garantía de las cosas que se esperan. En el Griego clásico, y también frecuentemente en el griego de los LXX, significa asimismo lo que en latín quiere decir “substancia”, entendido este término por hacienda, posesión y por derecho de posesión. Por esto algunos entienden por hypostasis, la posesión anticipada y garantía de lo que va a venir. No pocos traducen “expectación firme” o “confianza anticipada”. Otros, siguiendo a los padres griegos, entienden que la fe es lo que da subsistencia a los bienes celestes en nuestra alma, lo que nos da seguridad de su existencia, y como que ya nos los hace ver. Por esto algunos han traducido “actualización” de los bienes celestes. Para Santo Tomás, como “substancia” es el primer principio de la cosas, la fe “substantia rerum spedarum” es su primer principio o “prima inchoatio rerum speradarum”, es decir, el primer principio de la vida eterna”. Pérez, Samuel. Comentario exegético al texto griego del Nuevo Testamento. Hebreos. Página 612
[4] La mayoría de comentaristas prefieren traducir la palabra Hypostasis, en este pasaje, como certeza o confianza, tomando como ejemplo el sentido de la traducción de la misma palabra en 3:14
[5] Kistemaker, Simon. Hebreos. Página 365
[6] La palabra griega que se traduce como certeza también se empleaba en un sentido técnico, significando “título de propiedad”.
[7] Calvino, Juan. Epístola a los Hebreos. Página 233
[8] Kistemaker, Simon. Hebreos. Página 366
[9] Bruce, F. F. La epístola a los Hebreos. Página 280
[10] Morris, Carlos. Comentario Bíblico del Continente Nuevo. Hebreos. Página 108.
[11] Calvino, Juan. Epístola a los Hebreos. Página 234