La fe
perseverante
Descripción
general de la fe. Segunda parte
Por
la fe se alcanza el favor divino
Hebreos
11:1-3
Introducción:
En la introducción del capítulo 11, el
autor de Hebreos, nos presentó varias características de la fe perseverante. Él
nos dijo que la verdadera fe, la que es un don de Dios y por medio de la cual
nos asimos de la gracia salvadora (Ef. 2:8), no es una mera especulación de
algo desconocido, sino que ella es plena certeza, absoluta certidumbre de
recibir lo que esperamos, aunque en el momento no lo estamos viendo. La fe que
se opone a la incredulidad y que nos libra del camino de la apostasía es férrea
convicción en las promesas divinas, aunque por el momento no estemos viendo
plenamente su cumplimiento. Podemos resumir las características de la fe
perseverante, que el autor mencionó en el verso 1, con las palabras del pastor
y predicador Arthur Pink “La fe cierra
los ojos a todo lo que se ve y abre sus oídos a todo lo que Dios ha dicho. La
fe es una convicción poderosa que está por encima de los razonamientos
carnales, los prejuicios carnales y las excusas carnales. La fe aclara el
juicio, moldea el corazón, mueve la voluntad y reforma la vida. La fe nos quita
las cosas terrenales y las vanidades del mundo, y nos ocupa en las realidades
espirituales y divinas. Se llena de valor contra el desaliento, se ríe de las
dificultades, resiste al diablo y triunfa sobre las tentaciones. Lo hace porque
une al alma con Dios y toma su fuerza de él. Así, la fe es una cosa
completamente sobrenatural”.
Ahora en los versos 2 y 3 el autor
prosigue mostrándonos dos características adicionales de la fe perseverante:
1. Por la fe se alcanza el favor divino.
V. 2
2. Por la fe se aprehende[1]
lo que está por encima de la razón. V. 3
Analicemos el versículo 2.
1.
Por la fe se alcanza el favor divino. “Porque por ella alcanzaron buen testimonio los
antiguos”.
La palabra inicial porque (en) indica
continuación con lo que se dijo en el verso 1, es decir, el medio por el cual
alcanzaron buen testimonio los antiguos es la fe. Ya hemos visto que esta fe se
caracteriza por una confianza plena e incólume en la Palabra de Dios, en sus
promesas, y especialmente en caminar confiadamente a través de las vicisitudes
de este mundo, teniendo la absoluta certidumbre de que Dios cumplirá su
propósito de salvación en nosotros.
Esta clase de fe fue la que caracterizó
a los antiguos, y también la que caracteriza y caracterizará a los santos de
todos tiempos.
Con el fin de comprender mejor este
pasaje, hagámosle dos preguntas: ¿Qué significa alcanzar buen testimonio? y
¿Quiénes son estos antiguos?
Empecemos respondiendo la segunda
pregunta. Literalmente el texto dice “los
ancianos”, refiriéndose con ello a los mismos antepasados que ya mencionó
en el capítulo 1, versículo 1 (Dios,
habiendo hablado muchas veces y de muchas maneras en otro tiempo a los padres
por los profetas); pero de manera más clara, el término ancianos, antiguos
o antepasados se refiere al listado de personajes que el autor nos presentará
en todo el capítulo 11, el cual no es exhaustivo, sino que nos presenta una
muestra de cómo la fe modeló el estilo de vida
de los creyentes en el Antiguo Testamento. Siendo que en los próximos
versículos analizaremos de manera particular a cada uno de los personajes
antiguos mencionados por el autor de la carta, entonces no profundizaremos más,
por ahora, en este tema.
La fe que se convirtió en el norte y
guía de los antepasados en la historia del pueblo de Israel, es la misma fe que
caracteriza hoy a los creyentes.
Ahora pasemos a la segunda pregunta ¿Qué
significa alcanzar buen testimonio? Esta expresión significa “ser aprobado”, es decir, los creyentes
del Antiguo Testamento o de la antigua dispensación recibieron aprobación
divina a causa de su fe. Ellos fueron alabados por Dios a causa de su fe. Esta
será la característica principal de todos los personajes que el autor nos
mostrará en la lista del capítulo 11. Todos ellos recibieron testimonio de ser
aprobados por Dios, no por las obras, sino por la fe. Abel alcanzó buen
testimonio o fue aprobado por Dios, a causa de la fe (v. 4); de la misma
manera, Enoc tuvo testimonio de haber agradado a Dios, en virtud de la fe (v.
5). No solo estos dos recibieron testimonio de ser aprobados por Dios a causa
de la fe, sino que el verso 39 afirma que todos los personajes mencionados, y
de seguro, todos los santos del Antiguo Testamento “alcanzaron buen testimonio mediante la fe”; no mediante la fe en la
fe, como enseñan los falsos profetas de la teología de la super-fe y la palabra
de poder, sino la fe puesta en la
Palabra de Dios, y especialmente en Jesús, el Mesías que vendría para obrar la
completa redención. Esto es algo que nunca debemos olvidar. La verdadera fe que
agrada a Dios, es aquella que persevera férreamente confiada en Jesús. El
propósito que el autor de la carta tiene al presentarnos estas características
de la fe, y darnos ejemplos de cómo la fe moldea la vida de los creyentes, no
tiene otro fin sino el de animarnos y exhortarnos a nunca caer en la
incredulidad o la apostasía, de manera que siempre estemos depositando nuestra
fe en Jesús. Esta será la conclusión práctica que el autor extraerá de todo
este capítulo: “Por tanto, nosotros
también, teniendo en derredor nuestro tan grande nube de testigos, despojémonos
de todo peso y del pecado que nos asedia, y corramos con paciencia la carrera
que tenemos por delante, puestos los ojos en Jesús, el autor y consumador de la
fe…” (12:1-2).
El en el versículo 6 nuestro autor dirá
que la fe es el medio por el cual agradamos a Dios, de manera que “las
realidades que expresa la palabra y se sustancia por la fe son tan
convincentes, que los antiguos se acreditaron en ella e hicieron de la fe la
razón fundamental de su existencia. Por esta clase de fe los antiguos
recibieron la acreditación divina del beneplácito de Dios con ellos…”[2].
Este buen testimonio alcanzado por los
antiguos no procedió de los hombres, sino de Dios, puesto que es preciso “agradar a Dios” (v. 6). Fue Dios quien
dijo de Job “y Jehová dijo a Satanás: ¿No
has considerado a mi siervo Job, que no hay otro como él en la tierra, varón
perfecto y recto, temeroso de Dios y apartado del mal? (Job 1:8). La
aprobación que recibió Job es la misma aprobación que recibieron los creyentes
en el Antiguo Testamento y la que reciben los creyentes en la era cristiana. El
Espíritu Santo testifica de Enoc: “Caminó,
pues, Enoc con Dios, y desapareció, porque le llevó Dios”. (Gén. 5:24).
Dios dijo de David que era “un varón
conforme a su corazón” (1 Sam. 13:14). El Señor también testificó que
Abraham era su “amigo” (2 Cr. 20:7. No
esperamos la aprobación de los hombres, ni la gloria de ellos, sino la
aprobación divina. La gloria o alabanza que procede de Dios es la única que
realmente importa en esta vida y en la eternidad: “Porque no es aprobado el que se alaba a sí mismo, sino aquel a quien
Dios alaba” (2 Cor. 10:18). Este testimonio no solo está escrito en los
cielos, sino que el Señor lo implanta en el corazón de cada uno de sus hijos.
Si tenemos la verdadera fe perseverante “El
Espíritu mismo da testimonio a nuestro espíritu de que somos hijos de Dios”
(Ro. 8:16).
Ahora, ¿Por qué son alabadas o aprobadas
estas personas? No por sus obras, sino por la fe, y no por la fe en la fe, sino
por la fe en Dios, la fe en su Palabra, la fe en Cristo, la fe que recibe la
gracia ofrecida solo con base en la obra y el sacrificio perfecto de Jesús.
Los creyentes del Antiguo Testamento no
fueron aprobados (justificados) por las obras, sino solo por la fe. Todo lo que
ellos pudieron hacer, todos los servicios que rindieron al Señor, todos los
sufrimientos y vejaciones que sufrieron fue el resultado de una sola cosa: La
fe. La fe en la Palabra de Dios fue la base de su santa obediencia, de su
excelente servicio y del paciente sufrimiento que soportaron por la causa del
Reino. Si los creyentes Hebreos querían identificarse con la religión de sus
padres, la de los antiguos hebreos, entonces era necesario que ellos
perseveraran en la fe verdadera que se aferra a la Palabra de Dios, a la
palabra del evangelio. Algunos creyentes hebreos estaban siendo tentados a
regresar al judaísmo, a practicar las ceremonias del Antiguo Testamento, a
hacer sacrificios de animales por el pecado, a volver a depender de la
mediación de sacerdotes humanos, pero si ellos hacían eso estaban mostrando que
no tenían la fe verdadera que caracterizó a los creyentes antiguos de Israel,
los cuales no vieron en esos sacrificios, ceremonias y mediaciones, la base de
su salvación, sino que se mantuvieron mirando con fe al prometido Salvador y
Mesías, el cual, cumplido el tiempo, vino a la tierra y dio su vida en rescate
de los pecadores. El autor ha demostrado, a través de la carta, que todas las
leyes ceremoniales, los sacrificios en el altar y la mediación de los
sacerdotes, no era más que sombra de lo que Cristo haría de manera perfecta con
su vida, obra y muerte en Cruz. De manera que si los creyentes del Antiguo
Testamento vivieran en la época del Nuevo, ellos no practicarían ninguna de las
ceremonias antiguas, ni sacrificarían animales, y si los sacerdotes del Antiguo
templo judaico vivieran hoy, se rasgarían sus vestidos sacerdotales, se
quitarían los adornos de la cabeza, y se avergonzarían de ser llamados
sacerdotes, y se postrarían ante aquel que es el verdadero sacrificio, el
verdadero santuario y el verdadero sacerdote, y no aceptarían que se les
llamara así.
Cuando el autor dice que los antiguos
creyentes fueron aprobados por Dios por la fe, está afirmando que todos los
creyentes, tanto en la antigua dispensación como en la nueva, han sido, son y
serán salvos solo mediante la fe. Nadie fue salvo por obras. Tal como dice el
apóstol Pablo: “Ya que por las obras de
la Ley ningún ser humano será justificado delante de él” (Ro. 3:20). “Concluimos, pues, que el hombre es
justificado por fe sin las obras de la Ley” (Ro. 3:28). “Sabiendo que el hombre no es justificado por
las obras de la ley, sino por la fe de Jesucristo, nosotros también hemos
creído en Jesucristo, para ser justificados por la fe de Cristo y no por las
obras de la Ley, por cuanto por las obras de la Ley nadie será justificado”
(Gál. 2:16).
La fe es el medio que Dios usa para
aceptarnos como Hijos suyos. “Más a todos
los que le recibieron, a los que creen en su nombre, les dio potestad de ser hechos hijos de Dios” (Juan 1:12). Ella no
es la fuente de la salvación, sino el medio que recibe la gracia de Dios. La fe
no es algo nuevo, de esta dispensación, sino que la fe ha sido implantada por
Dios en los corazones de los creyentes desde Adán y Eva, y así seguirá siendo
hasta que el último de los escogidos sea salvo. Por medio de la fe Abel se
apoderó de Cristo, así como lo hacemos nosotros hoy. Con la diferencia que Abel
podía ver a Cristo a través de sombras (los sacrificios) y ahora nosotros lo
vemos claramente.
2. Por la fe se aprehende lo que está
por encima de la razón. V. 3 “Por la fe
entendemos haber sido constituido el universo por la Palabra de Dios, de modo
que lo que ve fue hecho de lo que no se veía”.
En este verso, el autor de la carta,
prosigue describiendo a la fe perseverante. Esta fe, aunque está puesta en
cosas que no ven (como ya se dijo en el verso 1), no obstante, ella no es vana
y no se quedará sin fruto. En el tiempo indicado por Dios, esta fe puesta en lo
invisible, verá cómo se hace visible todo lo que Dios nos ha prometido en su
Palabra, porque la Palabra de Dios tiene el poder para traer a nosotros esas
cosas que no vemos.
El verso 3 es considerado por algunos
comentaristas cristianos (Simon Kistemaker) el primer ejemplo del Antiguo
Testamento que el autor presenta para demostrar lo que es la fe, mientras que
otros, como Arthur Pink, creen que este verso forma parte de las
características de la fe que el autor mencionó ya en los dos primeros versos.
Particularmente considero que el verso 3 puede ser considerado como una
transición entre la sección de los dos primeros versos, y la sección de los
ejemplos que va desde el verso 4.
El verso 3 aún continúa presentando
características de la fe verdadera, aunque usa un suceso tomado del Antiguo
Testamento. No habla de la fe particular de un personaje, sino de una acción
ejecutada por Dios, en la cual nadie estuvo presente, ningún hombre, y no
obstante se nos manda a aceptar ese hecho por la sola fe. Ni la ciencia ni la
filosofía han podido determinar de manera segura y clara cómo surgió todo lo
que existe. El origen del mundo sigue siendo un misterio para los hombres de
ciencia. Muchas teorías se han presentado para explicar el origen de las
especies y del cosmos, pero no están libres de muchos problemas, pues, la
ciencia versa sobre cosas que pueden ser probadas en el laboratorio, pero nadie
puede probar científicamente cómo fue la creación, puesto que esto sucedió hace
muchos miles de años. Todas las teorías científicas y filosóficas son solo
conjeturas. Pero el hombre de fe, aunque no logra entender todas las cosas de
la creación, sabe, por medio de la fe y no porque estuvo presente, que este
mundo material surgió de lo que no se veía, de lo invisible, es decir, de Dios.
El poder de la Palabra (Rhema)[3]
de Dios, creó todas las cosas.
Cuando el autor dice “Por la fe entendemos haber sido constituido
el universo…” quiere afirmar que la fe no está separada de la razón. La fe
le permite a la razón comprender cosas que están más allá de la ciencia. La fe
no está en contra de la razón, cuando esta ha sido influenciada y renovada por
el Espíritu de Dios. La razón caída es la que no puede comprender las verdades
espirituales, porque está muy afectada por el pecado. La fe no es una confianza
ciega en la Palabra de Dios, sino una persuasión inteligente de su veracidad,
su sabiduría y belleza. A través de la revelación bíblica podemos comprender
algunas cosas de cómo fue constituido y organizado el universo:
1. Que el mundo no es eterno, ni se creó
a sí mismo, sino que un poder externo al mundo mismo fue quien lo generó.
2. Que ese poder externo fue quien
ordenó toda la creación, y que el orden que encontramos en el universo no fue
producto de la “todopoderosa” evolución.
3. Que ese poder externo no es una
fuerza ciega o impersonal, sino Dios.
4. Que el Todopoderoso y Sabio Dios hizo
el mundo con gran exactitud y dispuso cada elemento para que cumpliera con el
propósito divino, de manera que todo lo creado expresara las perfecciones de
Dios.
5. Que Dios hizo el mundo por su Palabra
y por su excelsa sabiduría, a través de su Eterno Hijo, quien es la Palabra
encarnada y creadora.
6. Que todo lo creado no surgió de otra
cosa creada, sino que procedió de un poder invisible y externo al mundo mismo.
La fe cristiana es racional, puesto que,
a diferencia de las muchas teorías “científicas” no creemos que el mundo es
eterno, o que surgió de la nada, pues, como dice la máxima filosófica “de la
nada, nada sale”. El mundo procedió de Dios, quien es eterno. Pero no solo
surgió de Dios, sino que él mismo lo diseñó y organizó. Nadie estuvo presente,
pero por fe en la Palabra revelada de Dios comprendemos el origen del universo.
Así como por fe aceptamos el origen del
universo por la sola Palabra de Dios, quien habló y las cosas fueron hechas,
también debemos aceptar que ahora no estamos viendo nuestra completa redención,
ni el cielo y la tierra nueva, ahora no estamos viendo que reinamos con Cristo,
no estamos viendo la gloriosa realidad del reino de Cristo, pero, por fe,
tenemos la plena certeza que eso, que ahora permanece invisible para nosotros,
se hará realidad y visible, no por nuestra palabra, o el Rhema humano, sino por el poder de Dios.
Aplicaciones:
- Los que tienen el poderoso y buen
testimonio del Espíritu Santo en sus corazones, no desmayan a causa de los
reproches del mundo, pues, su gloria, es la confirmación que Dios da a sus
corazones de que son hijos de Dios, de que son justos, rectos, los bien-amados,
sus amigos, su precioso tesoro, los escogidos. ¿Estás sufriendo vituperios y
desprecios a causa de tu fe en Cristo? Tú debes estar por encima de ellos,
porque la gloria o el desprecio de los hombres no son nada comparado con la
gloria o el desprecio que se puede recibir del Soberano y Todopoderoso Dios.
Así no tengas títulos nobiliarios, ni seas una persona con cuentas bancarias en
Suiza; así tu nombre no sea publicado en las revistas de farándula más famosas
del país, ni tu foto salga en la televisión o la prensa; no obstante, has
recibido el mejor título nobiliario que ninguno de los herederos reales de las
más grandes y pomposas monarquías europeas podrá recibir, a menos que sean
creyentes, y este título es el de “hijos de Dios”. Fuiste adoptado por el
Soberano que se sienta en el Trono Alto y Sublime. Fuiste convertido en
coheredero con el Hijo de Dios, Jesús, y ahora esperamos una herencia más sublime
que cualquier palacio terreno, y viviremos para siempre en las mansiones
celestiales, cuya belleza jamás podrá ser descrita, imaginada o pintada por el
más ingenioso artista del mundo. Siendo que la fe nos convierte en personas de
tan alto rango ¿Porqué te abates cuando otros te desprecian? Espera
pacientemente en Dios, porque le alabarás por toda la eternidad junto con los
millares de santos ángeles. ¿Por qué te turbas cuando las necesidades
materiales apremian o las enfermedades graves aquejan nuestros cuerpos? Si
morimos, entonces reinaremos para siempre con el Rey de reyes.
- ¿Aún no estás seguro de ser aprobado
por Dios? Entonces hoy puedes estarlo, no debes continuar en ese estado de
duda. Deposita tu fe y confianza en Jesús. Todos los que miraron a Él, por
medio de la fe, desde Adán y Eva, hasta el día de hoy, no fueron defraudados.
Todos los que acudieron a él, a su sacrificio expiatorio, recibieron la dicha
de ser considerados hijos de Dios, y ahora tienen el testimonio de Dios, a
través del Espíritu Santo, en sus corazones de que son los amados del Padre,
que son rectos, justos y perfectos en Cristo. Acude a Cristo hoy, en un acto de
sola fe, y míralo muriendo en la cruz por ti, derramando su preciosa sangre que
tiene el poder de limpiar los más impuros y sucios pecados. Cuando le veas, en
un acto de fe, y le pidas su misericordia, de todo corazón, ten la certeza de
que Dios te ha aceptado en Su Reino y ahora formas parte de los que heredarán
todas las promesas.
- Un camino que de seguro conducirá a la
incredulidad y la apostasía es el dudar de que este mundo fue creado
directamente por la Palabra y el poder de Dios. “El hombre moderno se rehúsa a
aceptar el relato de la creación que se halla en Génesis. Para él la enseñanza
acerca de la evolución resuelve problemas y contesta preguntas. Dado que esta
doctrina sustituye el relato bíblico de la creación, el hombre rechaza a Dios y
a su Palabra. En respuesta a la incredulidad, el cristiano mantiene su fe sin
vacilar. El sigue enseñando confiadamente el relato de la creación que Dios ha
revelado en la Escritura”[4].
Aunque el mundo científico trate de ridiculizarnos por creer en la revelación
bíblica, y entender el origen del mundo como siendo creado por la Palabra de
Dios, no obstante confiamos plenamente en lo que Dios mismo ha revelado, y no
nos atrevemos a ponerla en tela de juicio, ni a dar explicaciones
extra-bíblicas de esta verdad.
[1] Aprehender (no
confundir con aprender) significa asimilar o llegar a entender algo. Son
palabras sinónimas de aprehender: captar,
asimilar, percibir, comprender, entender, concebir, discernir
[3] Rhema significa “La
palabra hablada”. Dios habló y los mundos fueron creados. Rhema hace referencia
al fiat imperial de Dios. El fiat es el mandato para que una cosa tenga efecto.
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