sábado, 25 de junio de 2022

Salmo 85

 

Salmo 85

Anhelo por un avivamiento

Este sermón fue predicado por el hermano Julio C. Benítez, quien es uno de los pastores de la Iglesia Bautista Reformada la Gracia de Dios en Medellín, Colombia. Usted puede compartir este sermón con otros a través de medios digitales e impresos, siempre y cuando no sea para la venta, siempre reconociendo y dando los créditos respectivos a su autor.

Como nos hemos podido dar cuenta en el estudio de los salmos, ellos no son simplemente un registro de la espiritualidad del Antiguo Testamento, sino una guía para la vida cristiana. Los salmos nos dan un hermoso relato de la experiencia cristiana. Cuando la iglesia primitiva leía y cantaba los salmos en sus servicios de adoración, con frecuencia cantaba lo que ahora llamamos el Gloria Patri luego de la lectura o el canto de los salmos:

Gloria demos al Padre,

Al Hijo y al Santo Espíritu;

Como eran al principio,

Son hoy y habrán de ser

Eternamente. Amén.

En un principio, muchas iglesias cristianas estaban conformadas por gentiles y judíos que creían en Jesús como el Mesías. Por lo tanto, este canto cristiano, entonado luego de la lectura de los salmos, recordaba que el Antiguo Testamento no es ajeno a la doctrina del Dios Triuno. Y que, en la persona de Jesucristo, se revela la Trinidad de Dios.

Ahora, este salmo fue compuesto en conexión con la historia del pueblo santo que retorna a la tierra de Judá, luego del exilio babilónico, el cual fue enviado por Dios para castigar a su díscolo pueblo que se había revelado contra la Ley santa.

Pero, ahora al regresar, se encuentran con muchas dificultades, la restauración será algo difícil, y, en especial, la restauración espiritual del pueblo de Judá. No obstante, la única esperanza que ellos tienen es confiar en el Dios que los liberó de la esclavitud egipcia y de la diáspora babilónica.

Por lo tanto, este salmo es una invitación para que los creyentes, cuando seamos conscientes de nuestro pecado, y de las consecuencias dolorosas que trae a nuestra vida, cuando no experimentamos el gozo de la comunión con Dios; volvamos nuestra mirada al pasado, a la cruz donde Cristo nos liberó de la esclavitud del pecado, y encontremos en su gracia salvadora la fuente de reconciliación, perdón, limpieza, restauración y avivamiento que, de tanto en tanto, todos necesitamos.

Este salmo consta de tres partes:

1. La fuente del avivamiento anhelado (v. 1-3)

2. Súplica por el avivamiento anhelado (v. 4-7)

3. Actitud para el avivamiento anhelado (v. 8-9)

4. La abundancia del avivamiento anhelado (v. 10-13)

1. La fuente del avivamiento anhelado (v. 1-3)

Fuiste propicio a tu tierra, oh Jehová; volviste la cautividad de Jacob. Perdonaste la iniquidad de tu pueblo; todos los pecados de ellos cubriste. Reprimiste todo tu enojo; te apartaste del ardor de tu ira”.

El salmista inicia su oración recordando las misericordias divinas. Así como también el Señor nos enseñó a orar diciendo: Padre nuestro. Dios es nuestro Padre, y para ello él nos liberó de la esclavitud de Satanás, así como liberó al antiguo Israel de la esclavitud egipcia, y, en especial, de la diáspora babilónica.

Dios había castigado duramente a Judá por su desobediencia y creciente alejamiento de la Palabra de Dios. Aunque el Señor les envió profetas, una y otra vez, llamándolos al arrepentimiento y advirtiéndoles de las consecuencias que traerían sus pecados, ellos no hicieron caso, y Dios les envió a Nabucodonosor, quien destruyó las ciudades amuralladas, e incluso al templo santo.

Pero el pueblo, estando en esa condición miserable, se humilló, se arrepintió, y suplicó la misericordia divina, de tal manera que luego pudieron regresar a su tierra, porque Dios los perdonó con su abundante gracia, pues, Dios es lento para la ira y grande en misericordia.

Y este perdón divino no es como el de muchos hombres, los cuales dicen: yo perdono, pero no olvido, no, Dios los perdonó cubriendo todos sus pecados. “Yo deshice como una nube tus rebeliones, y como niebla tus pecados; vuélvete a mí, porque yo te redimí” (Is. 44:22); “Yo, yo soy el que borro tus rebeliones por amor de mí mismo, y no me acordaré de tus pecados” (Is. 43:25).

Pero estos pecados de Israel solo pudieron ser cubiertos por la muerte del Mesías que vendría a dar su vida en rescate por muchos.

¿Hemos pecado? ¿Estamos sufriendo algunas consecuencias por esos pecados? La única solución es confesarlos, arrepentirse de haber desobedecido al Señor, y confiar en su perdón gratuito y abundante. “Si confesamos nuestros pecados, él es fiel y justo para perdonar nuestros pecados, y limpiarnos de toda maldad” (1 Jn. 1:9).

El arrepentimiento es la antesala del verdadero avivamiento. Los avivamientos se necesitan cuando el pueblo de Dios, a causa de sus pecados, pierde la vitalidad espiritual, cuando todo se convierte en monotonía y mero ritualismo, cuando la iglesia no tiene poder para impactar al mundo. Entonces, es necesario empezar con el arrepentimiento, pero este podrá darse solo sobre la base de la obra consumada de Jesucristo. De allí la importancia de que siempre estemos recordando la magna obra de redención, sin ella, no habrá arrepentimiento efectivo ni perdón seguro.

2. Súplica por el avivamiento anhelado (v. 4-7)

Restáuranos, oh Dios de nuestra salvación, y haz cesar tu ira de sobre nosotros. ¿Estarás enojado contra nosotros para siempre? ¿Extenderás tu ira de generación en generación? ¿No volverás a darnos vida, para que tu pueblo se regocije en ti? Muéstranos, oh Jehová, tu misericordia, y danos tu salvación”.

Luego de un tiempo de decaimiento espiritual, de recibir el juicio divino, de haber pasado por un desierto espiritual y haber pecado gravemente contra el Dios del cielo; la solución es el arrepentimiento, la confesión, y apartarse del pecado.

Pero el alma ha estado tan alejada del Cielo que todavía no experimenta el mismo gozo del principio, cuando estaba en el primer amor; por lo tanto, ahora el salmista, representando al pueblo, ruega al Dios de salvación que derrame su gracia abundante sobre ellos y le conceda tres favores vitales: Restáuranos, avívanos y muéstranos.

Restáuranos, es decir, concédenos de nuevo el gozo de tu salvación (Sal. 51), permitiéndonos ver de manera completa tu obra de redención. Quita de sobre nosotros el oprobio que nos vino por el pecado, y danos la total liberación.

Tú, oh Dios, que eres lento para la ira y grande en misericordia, quita los efectos de tu ira y derrama inundaciones de tu amor. Tú, oh Dios, que enviaste tu juicio sobre tu hijo Jesucristo, en la cruz del Calvario, ahora, a través de mi Salvador, envía tus bendiciones y restáurame a la condición del principio, y aún mucho más, que ahora te ame con todo el corazón, y odie el pecado que me apartó de ti.

Avívanos, danos vida para que tu pueblo se regocije en ti. El pecado secó mi vitalidad espiritual, el pecado endureció mi corazón, nubló mi visión espiritual y me hizo alejar de los medios de la gracia individuales o corporativos. No sentía gozo ni fuerzas para orar, o para leer tu palabra, o para cantar los cánticos de Sion, o para asistir a las asambleas solemnes de adoración. Pero, Dios de mi salvación, no me dejes en este estado de resequedad, envía tu Espíritu, el único que puede dar vida, y despierta en mí el amor por tu Palabra, por la oración y la obediencia. Este es el avivamiento verdadero.

Muéstranos tu misericordia, haznos saber que nos amas, que tu amor es inagotable.

3. Actitud para el avivamiento anhelado (v. 8-9)

Escucharé lo que hablará Jehová Dios; porque hablará paz a su pueblo y a sus santos, para que no vuelvan a la locura. Ciertamente cerca está su salvación a los que le temen, para que habite la gloria en nuestra tierra”.

La respuesta de un corazón arrepentido, es esperar en la buena Palabra del Señor. No podemos estar verdaderamente arrepentidos cuando oramos y luego nos vamos, no, esperamos en la respuesta del Señor. Le pedimos que nos hable a través de su Palabra, a través de los ministros que nos predican o de otros creyentes.

Ahora, todo aquel que viene en arrepentimiento al Señor, y suplica su misericordia, la palabra del Señor será de paz y salvación.

Dios le dirá: Te he perdonado por el sacrificio de mi Hijo, he borrado tus iniquidades, he sido reconciliado contigo a través de mi Hijo, ahora estoy en paz contigo, te daré bien y no mal, te haré descansar, y te he dotado de mi Espíritu para que andes en mis ordenanzas y te goces haciendo mi voluntad.

Este es el verdadero avivamiento que necesitamos: un hambre por la Palabra, por la gracia de Dios. Solo esto nos transformará y nos alejará de la locura de la desobediencia. Recordemos que la gloria de la presencia de Dios se experimenta con más fuerza cuando el creyente y la iglesia andan en santidad, en obediencia. Pero esta obediencia es el resultado la gracia de Dios en nuestras vidas, llevándonos a escuchar su Palabra con corazones devotos.

4. La abundancia del avivamiento anhelado (v. 10-13)

La misericordia y la verdad se encontraron; la justicia y la paz se besaron. La verdad brotará de la tierra, y la justicia mirará desde los cielos. Jehová dará también el bien, y nuestra tierra dará su fruto. La justicia irá delante de él, y sus pasos nos pondrá por camino”.

En los tratos humanos la verdad y la misericordia no parecen andar juntas. La verdad requiere justicia, mientras que la misericordia busca el perdón. Pero, o actuamos conforme a la verdad y requerimos la completa justicia, o somos misericordiosos y echamos la verdad o la justicia a un lado.

No obstante, en los tratos de Dios y en su obrar de gracia, la verdad y la misericordia se encuentran, se abrazan, se besan y se funden en uno solo. Esto parece imposible, pero es lo que pregona el evangelio.

En el caso de Israel, Dios castigó al pueblo conforme a la verdad que había proclamado a través de los profetas, pero Dios mismo tomó la iniciativa de darles el don del arrepentimiento, pues, la tristeza según Dios nos conduce al arrepentimiento, para luego darles el perdón, llevarlos a más arrepentimiento, conducirlos a orar por el avivamiento, y otorgarles más paz y prosperidad espiritual.

Pero, el lugar en el cual la misericordia y la verdad se besaron y fundieron en uno fue en la Cruz del Calvario. Allí la verdad y la justicia exigieron la muerte del Sustituto, de Jesucristo, quien era el Cordero de Dios que quitaba el pecado del mundo. Allí él sufrió los rigores de la ira divina que debían caer sobre él conforme a la justicia de la verdad que exigía la santidad de Dios.

Pero, a la misma vez, de esa cruz, brotó el manantial inagotable de la misericordia que salva y recata a millones y millones de personas que son llevadas por el Espíritu de Dios a mirar con fe y arrepentimiento esa cruz del Salvador, y a clamar por perdón y misericordia.

De esa manera la verdad fue cumplida y la misericordia otorgada. La justicia satisfecha y el alma reconciliada. Por eso Jesús, con toda autoridad, pudo decir: Mi paz os dejo, mi paz os doy, yo no os la doy como el mundo la da. Yo no sacrifico la verdad por la paz, ni la justicia por la misericordia. Mi paz es verdadera porque se desprende de la justicia, mi misericordia es duradera porque se desprende de la verdad.

Ciertamente llevó él nuestras enfermedades, y sufrió nuestros dolores; y nosotros le tuvimos por azotado, por herido de Dios y abatido. Más él herido fue por nuestras rebeliones, molido por nuestros pecados; el castigo de nuestra paz fue sobre él, y por su llaga fuimos nosotros curados. Todos nosotros nos descarriamos como ovejas, cada cual se apartó por su camino; mas Jehová cargó en él el pecado de todos nosotros” (Is. 53:4-6).

El resultado de esta obra de gracia, o avivamiento, es que la verdad brotará de la tierra, así como brotan las plantas, y desde el cielo mirará la justicia. Esta es una bella forma poética de anunciar los pletóricos frutos de la obra de redención.

Dios se goza en hacer las dos cosas. Por un lado, la verdad del evangelio se anunciará por todas partes, y las personas amarán la Palabra, escucharán con avidez los mandatos divinos, y andarán conforme a la verdad. Pero este cumplimiento siempre será imperfecto, mientras estemos en este lado de la historia; por lo tanto, la justicia divina se inclinará a mirar a los hombres a través de la obra perfecta de Jesucristo.

El resultado es que la tierra será llena de la gloria del evangelio, Dios producirá conversiones por todas partes, el bien surgirá en el corazón de los regenerados y la justicia de la verdad se proclamará por doquier, trayendo a conversión a muchos.

Aplicaciones:

La Palabra nos muestra, de principio a fin, que Dios se deleita en salvar, en perdonar, en restaurar. Dios es especialista en esa gloriosa obra creativa en la cual extrae bendición de la maldición, en la que derrama perdón donde no es merecido, en la cual trae restauración donde hubo fractura. Ese es el deleite de Dios. Eso es el evangelio.

Hermano, amigo, ¿te has visto y sentido como un ser miserable, digno del desprecio divino a causa de tus pecados? Ven a la fuente de la limpieza, de la justificación y de la restauración. Es Cristo Jesús. Él murió en la cruz, precisamente, para que esta gracia obrara poderosamente a favor de los que reconocen su condición espiritual miserable. Los brazos del buen Jesús están abiertos para abrazar, consolar, limpiar y restaurar al que se había desviado del camino.

Jesús te dará la paz que sobrepasa todo entendimiento, porque él dijo a los que creen en él: Mi paz os dejo, mi paz os doy, yo no os la doy como el mundo la da. Entonces, disfrutarás de la comunión con Dios, y tu corazón exultará de gozo espiritual, leerás la Biblia con dedicación y obediencia, amarás escuchar las predicaciones de los ministros del Evangelio, orarás con intensidad y perseverancia; estarás en constante avivamiento.

Salmo 81

 

Gloriosos deberes del pueblo del Pacto

Salmo 81

Este sermón fue predicado por el hermano Julio C. Benítez, quien es uno de los pastores de la Iglesia Bautista Reformada la Gracia de Dios en Medellín, Colombia. Usted puede compartir este sermón con otros a través de medios digitales e impresos, siempre y cuando no sea para la venta, siempre reconociendo y dando los créditos respectivos a su autor.

Este salmo empieza como un himno, pero luego se convierte en un oráculo profético, lo cual sugiere que la palabra profética fue dada mientras el pueblo adoraba durante la gran fiesta de los Tabernáculos, en la cual recordaban cómo Dios los liberó de la pesada carga de la esclavitud egipcia y los llevó a vivir en tabernáculos o cabañas en el desierto, rumbo a la tierra de Beulá.

Algunos comentaristas creen que este salmo se compone en ocasión de la gran fiesta de la Pascua, donde los padres y sacerdotes tenían la responsabilidad de explicar a las nuevas generaciones los grandes actos redentores de Dios para con Israel: por qué Dios ordenó la celebración de la Pascua, el deber de adorarlo, y, también recordar al pueblo las terribles consecuencias que trajeron sus pecados y su rebeldía.

Al parecer este salmo fue compuesto por Asaf o alguno de sus descendientes en un tiempo de decadencia espiritual en el cual el pueblo estaba siendo tentado hacia el pecado de la idolatría.

1. El deber de la alabanza (v. 1-7)

2. Razones para la alabanza exclusiva a Dios (v. 8-10)

3. El deber de oír la voz de Dios (v. 11-12)

4. El deber de esperar en la misericordia de Dios (v. 13-16).

Este salmo es de gran importancia para la actual iglesia, pues, por un lado, nos invita a la adoración a Dios al recordar las misericordias pasadas, pero también nos muestra todas las cosas que haría Dios en medio nuestro si fuéramos más obedientes.

1. El deber de la alabanza (v. 1-6)

Cantad con gozo a Dios, fortaleza nuestra; al Dios de Jacob aclamad con júbilo. Entonad canción, y tañed el pandero, el arpa deliciosa y el salterio. Tocad la trompeta en la nueva luna, en el día señalado, en el día de nuestra fiesta solemne. Porque estatuto es de Israel, ordenanza del Dios de Jacob. Lo constituyó como testimonio en José cuando salió por la tierra de Egipto. Oí lenguaje que no entendía”.

Asaf inicia invitando al pueblo a alabar a Dios en medio de la fiesta solemne que Él mismo convocó. Esta alabanza debe hacerse de la siguiente manera:

Con gozo, es decir, alegremente. Hay razones para ello, y luego el salmista las mencionará. La adoración a Dios no se debe hacer con tristeza o apatía, hay que poner el corazón en ello.

Cantando. El canto es una forma universal de expresar alegría. Los creyentes hemos usado nuestra voz desde el principio de la historia para exaltar las alabanzas al único y verdadero Dios.

El pueblo de Israel entonaba salmos y cánticos donde recordaba las grandes proezas de Dios para salvar a su pueblo, y la iglesia en el Nuevo Testamento también cantaba salmos, cánticos e himnos.

El canto es una de las formas más personales, íntimas y profundas para expresar a Dios nuestra gratitud. Los salmos han sido los cánticos del pueblo de Dios, y también los himnos cargados de doctrina, especialmente de la doctrina de Dios.

Con instrumentos musicales. Dios mismo capacitó al ser humano para que inventara instrumentos musicales a través de los cuales se produjeran sonidos armoniosos que acompañaran el canto.

Los instrumentos musicales no reemplazaban el canto, pero eran de gran ayuda, pues, con ellos se producen sonidos que alegran el alma.

Lo salmos se acompañaban, usualmente, con un instrumento de cuerda. Pero en las festividades públicas, fuera del templo, el pueblo danzaba y se alegraba con otras clases de instrumentos más rítmicos y de percusión.

Las trompetas tenían un gran significado para el pueblo, pues, recordaban la voz de Dios en el Sinaí, además, fueron usadas en los momentos de batalla para animar al pueblo, incluso, sonaron para que los muros de Jericó cayeran.

Igualmente, adoramos a Dios escuchando, leyendo y predicando su Palabra, y a su voz los muros de la incredulidad caen, Dios quebranta los corazones y alienta a su pueblo.

La ocasión. La nueva luna, con la cual se iniciaba una de las fiestas más importantes de Israel, tal vez la de los Tabernáculos, a través de la cual el pueblo recordaba cómo Dios los liberó de la esclavitud egipcia y los sostuvo en su paso por el desierto, durante 40 años, viviendo en tabernáculos o cabañas.

Deuteronomio 8:3-4 debió ser un texto que acompañara la celebración de esta fiesta: “Y te afligió, y te hizo tener hambre, y te sustentó con maná, comida que no conocías tú, ni tus padres la habían conocido, para hacerte saber que no solo de pan vivirá el hombre, mas de todo lo que sale de la boca de Jehová vivirá el hombre. Tu vestido nunca se envejeció sobre ti, ni el pie se te ha hinchado en estos cuarenta años”.

Igualmente, la iglesia cristiana, tiene una fiesta solemne que se celebra cada 8 días: El día del Señor, el día de reposo. Ese día celebramos nuestra liberación de la esclavitud del pecado a través de la muerte y resurrección de nuestro Señor Jesucristo.

Es estatuto perpetuo para todos los cristianos. Durante toda la semana nos estamos preparando y anhelando la celebración dominical del culto congregacional a nuestro Rey y Salvador, el Señor Jesucristo.

En ese día continuamos con la práctica apostólica de reunirnos juntos, de orar congregacionalmente, de entonar salmos, himnos y cánticos espirituales, de celebrar la cena del Señor, la comunión o la eucaristía, de estudiar la Palabra y la doctrina de los apóstoles. Ese es un día festivo para las creyentes, y venimos con gozo a la casa del Señor, para adorarle con gozo reverente.

Si retrajeres del día de reposo tu pie, de hacer tu voluntad en mi día santo, y lo llamares delicia, santo, glorioso de Jehová; y lo venerares, no andando en tus propios caminos, ni buscando tu voluntad, ni hablando tus propias palabras, entonces te deleitarás en Jehová; y yo te haré subir sobre las alturas de la tierra, y te daré a comer la heredad de Jacob tu padre; porque la boca de Jehová lo ha hablado” (Is. 58:13-14).

Celebrar esta fiesta nos aleja del mundo y su lenguaje ininteligible para los salvos. Ellos, al igual que los egipcios, hablan un idioma extraño para el pueblo de Dios, sus sentimientos son ajenos a los nuestros, ellos aman lo que nosotros odiamos.

2. Razones para la alabanza exclusiva a Dios (v. 6-10)

Aparté su hombro de debajo de la carga; sus manos fueron descargadas de los cestos. En la calamidad clamaste, y yo te libré; te respondí en lo secreto del trueno; te probé junto a las aguas de Meriba. Selah. Oye, pueblo mío, y te amonestaré. Israel, si me oyeres, no habrá en ti Dios ajeno, ni te inclinarás a dios extraño. Yo soy Jehová tu Dios, que te hice subir de la tierra de Egipto; abre tu boca y yo la llenaré”.

Israel estaba bajo una cruel esclavitud, opresiva y pesada. En Egipto ellos no tenían libertad de ninguna clase. Trabajaban para otros, y el imperio mataba a sus hijos varones.

En medio de tan pesado yugo el pueblo del pacto clamó al Dios de Abraham, Isaac y Jacob, y Dios los escuchó, los visitó y le dio a un libertador: Moisés.

Israel nunca debía olvidar eso, de esa manera se mantendrían fieles al Dios del pacto, en especial, huyendo de la idolatría, un pecado tan cercano y amado por este díscolo pueblo.

Solo existe un Dios, por lo tanto, “las herejías que subordinan la segunda persona de la Trinidad a una posición secundaria e intermedia entre Dios y la creación, violan el primer mandamiento, porque han creado un segundo dios. Cristo, en su estado de humillación y kenosis no se convirtió en otro dios sino que permaneció Dios, consustancial con el Padre” (Cirilo de Alejandría)[1].

No adoramos a Cristo como un dios más pequeño, pues, en ese caso sería un dios extraño, sino como el verdadero Dios.

En las fiestas solemnes, a través de sus himnos, debían recordar que ellos venían de una opresiva esclavitud, y que solo por la gracia de Dios ellos fueron libertados.

Incluso, debían recordar que Dios es tan misericordioso que, aunque ellos no aprobaron ninguna de las pruebas que Dios les mandó, como en el caso de las aguas de Meriba, donde se rebelaron una vez más contra el Dios santo; él los perdonó y los siguió guiando hacia la tierra prometida.

De igual manera, la iglesia, cada domingo, y en cada culto, debe recordar, con agradecimientos, que Dios nos vio en esclavitud al mal, bajo la pesada carga de la miseria del pecado, cuando decidió amarnos y rescatarnos de tan deplorable estado, y envió a su Hijo Jesucristo, el verdadero Moisés, el cual fue probado en todo, y, a diferencia de Moisés, nunca pecó ni cedió a la tentación, sino que venció al pecado, a la muerte y a Satanás.

Ahora nosotros recordamos estos grandes hechos cada domingo cuando celebramos la Cena del Señor. A través de ella meditamos en nuestra anterior esclavitud, recordamos la muerte redentora de nuestro Salvador, quien nos liberó para siempre del mal y del castigo de la justicia divina; y anunciamos que Él volverá para introducirnos al estado eterno de gloria, y que nada podrá separarnos del amor de Dios que nos es dado por los méritos, no nuestros, sino del Señor Jesucristo.

Por eso cada domingo es una fiesta solemne, y por eso Dios exige adoración exclusiva. No hay razón para buscar otros dioses ni para poner la confianza en nadie más.

Adoramos solo a Dios a través de Su Hijo Jesucristo, él nos liberó y él nos sostendrá.

Abre tu boca que yo la llenaré. Cuando el pueblo tuvo hambre en el desierto, ellos no tuvieron que salir a labrar la tierra, sino que Dios les envió codornices, y, de manera especial, les envió el maná.

Igualmente, los cristianos, no tuvimos que laborar para comer el pan del cielo, sino que Dios nos lo mandó, el cual se dio así mismo en la cruz, y nos dio a comer de su carne y a beber de su sangre, recibiendo nosotros, así, la vida espiritual eterna que no nos será quitada.

3. El deber de oír la voz de Dios (v. 11-12)

Pero mi pueblo no oyó mi voz, e Israel no me quiso a mí. Los dejé, por tanto, a la dureza de su corazón; caminaron en sus propios consejos

Es interesante ver que el himno o salmo, luego de exaltar a Dios con alegría, y de hablar de sus muchas misericordias, contiene oráculos de reflexión y exhortación. ¡Cuán distinto a la mayoría de los himnos y canciones cristianas que se entonan hoy día!

Al parecer el salmista, inspirado por el Espíritu Santo, ahora habla en nombre de Dios, como una profecía o un oráculo.

En esta parte del canto Israel es confrontado, pues, aunque Dios hizo tan grandes cosas para liberarlos de la pesada esclavitud, y los perdonó por sus muchos pecados de idolatría e incredulidad; ellos no respondieron con gratitud, antes, se alejaron de la ley divina, y quisieron hacer su propia voluntad.

En consecuencia, ellos recordarán siempre a través de este himno, que Dios los abandonó por un tiempo a la dureza de sus corazones, por lo cual, se hundieron aún más en su maldad, pues, uno de los juicios divinos consiste en dejar que los hombres se hundan más en su pecado.

4. El deber de esperar en la misericordia de Dios (v. 13-16).

!Oh, si me hubiera oído mi pueblo, si en mis caminos hubiera andado Israel! En un momento habría yo derribado a sus enemigos, y vuelto mi mano contra sus adversarios. Los que aborrecen a Jehová se le habrían sometido, y el tiempo de ellos sería para siempre. Les sustentaría Dios con lo mejor del trigo, y con miel de la peña les saciaría”.

Este pasaje nos muestra la llave para la bendición. La obediencia es el camino hacia la felicidad, así como el pecado es el camino hacia la desgracia y la destrucción.

¡Cuán torpes somos cuando desobedecemos al Señor, cuando no lo escuchamos y no lo buscamos de corazón! Esta es la clave para la bendición.

Dios nos bendice por la fe en Cristo Jesús, y él nos ha librado de los principales enemigos: la muerte, el pecado, Satanás.

Pero Dios siempre está diciendo a Su pueblo que, si lo escuchamos con corazones obedientes, entonces, él obrará de una manera especial para bendecirnos en todos los aspectos de la vida.

Él destruiría a nuestros enemigos, nos daría la victoria, seríamos prosperados en todas las cosas, y Su gracia se manifestaría de manera abundante.

Poco disfrutamos de las riquezas de la gracia de Dios porque no lo escuchamos, no lo buscamos y no lo obedecemos.

Aplicaciones:

¿Participas de la única fiesta solemne que tiene la iglesia de Cristo? ¿Lo haces con gozo? ¿Guardas ese santo día para dedicarlo a Él? ¿No hay otras cosas que se convierten en deleite ese día, apartándote así del verdadero propósito de la fiesta solemne del día domingo?

¿Qué significado tiene para ti el domingo y las otras celebraciones de la iglesia? ¿Son ocasiones solemnes para afirmar tus convicciones en la obra de Gracia efectuada por Cristo Jesús a tu favor?

Recordemos siempre que solo estando en Cristo gozaremos del favor divino, y solo andando en Su voluntad gozaremos de sus bendiciones. El pecado cierra las puertas de la bendición, y la obediencia es el canal a través del cual fluyen los ríos de la misericordia.

 

 



[1] Wesselschmidt, Quentin. La Biblia comentada por los padres de la iglesia. Antiguo Testamento 9. Pág. 214

Salmo 79

 

Salmo 79

El lamento de los afligidos

Este sermón fue predicado por el hermano Julio C. Benítez, quien es uno de los pastores de la Iglesia Bautista Reformada la Gracia de Dios en Medellín, Colombia. Usted puede compartir este sermón con otros a través de medios digitales e impresos, siempre y cuando no sea para la venta, siempre reconociendo y dando los créditos respectivos a su autor.

Este es un salmo de lamento, en el cual el salmista ora a Dios con profundo sentimiento debido a la situación terrible por la cual está pasando Jerusalén y el templo santo.

Este salmo, junto con el 74, recuerdan el triste y trágico episodio de la destrucción de Jerusalén y de Judá por el imperio babilónico, ocurrida en el 587 a.C.

Este fue un hecho tan traumático e importante en la historia judía que se menciona 4 veces en el Antiguo Testamento: 2 Reyes 25; 2 Crónicas 36:11-21; Jeremías 39:1-14; Jeremías 52.

El salmo 79 es un recuerdo de que los hijos de Dios no podemos esperar el beneplácito divino si andamos en desobediencia a sus santas leyes, pero, a la misma vez, evidencia que, si estamos en su pacto de gracia, aun en medio de las más grandes aflicciones ocasionas por nuestros pecados podemos acudir con humildad al Dios Soberano suplicando su misericordia, confesando el pecado, rogando que nos libre del mal, que él actúe en justicia contra nuestros enemigos y que nos conceda volver a adorarle con gozo.

1. Causa del lamento (1-4)

Oh Dios, vinieron las naciones a tu heredad; han profanado tu santo templo; redujeron a Jerusalén a escombros. Dieron los cuerpos de tus siervos por comida a las aves de los cielos, la carne de tus santos a las bestias de la tierra. Derramaron su sangre como agua en los alrededores de Jerusalén, y no hubo quien los enterrase. Somos afrentados de nuestros vecinos, escarnecidos y burlados de los que están en nuestros alrededores”.

Indudablemente este tiene que ser otro Asaf, distinto al que vivió en tiempos del Rey David, pues, han pasado varios siglos. No es extraño que algunos cantores o compositores de salmos usaran el nombre de tan prestigioso salmista.

El salmista recuerda como si fuera ayer el tenebroso momento cuando las tropas de Nabucodonosor ingresaron a Judá y fueron tomando, una a una, las ciudades amuralladas, hasta que llegaron a la capital, la Ciudad Santa, la ciudad imperial, la ciudad de David.

Los poderosos ejércitos la rodearon y poco a poco fueron minando sus anchos muros. Mientras que dentro, la población asustada, no tenía agua para tomar ni pan para comer. Era solo cuestión de tiempo, o morían de hambre y sed, o morían en manos del imperio conquistador.

Hasta que el poderoso ejército logra ingresar a la ciudad, y sin piedad alguno mataron a espada a miles y miles de hombres, mujeres y niños.

La ciudad se había convertido en un campo de batalla, y los ejércitos de Judá no pudieron hacer nada. El castigo divino había venido sobre la ciudad desobediente, y la destrucción total de Jerusalén ya era una realidad.

Para colmo, el Templo santo ahora estaba siendo pisoteado y destruido por impíos, enemigos del verdadero culto a Dios, y lo que antes era el lugar santísimo, donde solo el Sumo Sacerdote podía entrar, una vez al año, luego de un proceso estricto de limpieza ceremonial, ahora estaba en manos de hombres sucios e inmorales, los cuales con profundo desprecio lo deshonraban.

El salmista se lamenta porque nadie sepultó a los muertos, sino que eran dejados en las calles para que las aves carroñeras se los comieran, así como mueren los más miserables y malditos.

Y para añadir más vergüenza al pueblo del Señor, los vecinos, los samaritanos, y los demás pueblos de alrededor, hacían burla de Judá y de Jerusalén, mostrando así que eran de la peor clase de personas, pues, solo Satanás y sus demonios hacen fiesta cuando los justos pasan por malos momentos. Reírse de la calamidad ajena es muestra de una decadencia moral profunda.

2. Súplica en medio del lamento (v. 5-12)

a. Que la ira de Dios cese. “¿Has cuándo, oh Jehová? ¿Estarás airado para siempre? ¿Arderá como fuego tu celo?” (v. 5). Ellos, así como Job, vieron detrás de la furia de los babilonios el castigo y la ira del Señor. Si Dios se reconciliaba con ellos, entonces el furor de los enemigos cesarías.

b. Que la ira de Dios cayera sobre los enemigos del pueblo. “Derrama tu ira sobre las naciones que no te conocen, y sobre los reinos que no invocan tu nombre. Porque han consumido a Jacob, y su morada han asolado… ¿Por qué dirán las gentes: Dónde está su Dios? Sea notorio en las gentes, delante de nuestros ojos, la venganza de la sangre de tus siervos que fue derramada… y devuelve a nuestros vecinos en su seno siete tantos de su infamia, con que te han deshonrado, oh Jehová” (v. 6, 7, 10, 12).

Las Escrituras dicen que “la ira de Dios se revela desde el cielo contra toda impiedad e injusticia de los hombres que detienen con injusticia la verdad” (Ro. 1:18). Y si esto es así, entonces es justo para el pueblo santo orar que Dios obre en su justicia contra aquellos que se levantan en oposición al evangelio y las leyes santas.

Dios usó a Babilonia para castigar a Judá por su idolatría y gran maldad, pero luego usó a los Medos y Persas para castigar a los Babilonios por haber maltratado con desidia y gran maldad al pueblo del Pacto. Isaías 13 y 14 fueron la base de esta petición de Asaf, allí Dios le prometió a su pueblo que, aunque los castigaría duramente usando a los Asirios y a los Babilonios, luego de su arrepentimiento los llevaría a sacar con gozo aguas de la salvación (Is. 12:3), y vengaría a su pueblo contra los babilonios y los asirios, causándoles gran destrucción.

Igualmente sucederá contra aquellos que Dios mismo levanta para despertar a la iglesia a través de la persecución o actos hostiles, ellos serán castigados duramente por Dios, y recibirán el furor de su ira.

Este ruego imprecatorio se basa en la gloria del nombre de Dios: ¿Por qué dirán las gentes: Dónde está su Dios? Dios ha entrado en una relación de pacto con su pueblo, por lo tanto, su gloria es salvarlos, aunque deba pasarlos por el horno de la prueba.

La súplica por la venganza de los santos de Judá es una anticipación al ruego que hacen los santos en el cielo: “… vi bajo el altar las almas de los que habían sido muertos por causa de la palabra de Dios y por el testimonio que tenían. Y clamaban a gran voz, diciendo: ¿Hasta cuándo, Señor, santo y verdadero, no juzgas y vengas nuestra sangre en los que moran en la tierra?” (Ap. 6:9-10).

Dios derrama sus juicios sobre los que hacen daño a su pueblo y los continuará derramando hasta que llegue el juicio final: “El tercer ángel derramó su copa sobre los ríos, y sobre las fuentes de las aguas, y se convirtieron en sangre. Y oí al ángel de las aguas que decía: Justo eres tú, oh Señor, el que eres y que eras, el Santo, porque has juzgado estas cosas. Por cuando derramaron la sangre de los santos y de los profetas, también tú les has dado a beber sangre, pues, lo merecen” (Ap. 16:4-6).

c. Que Dios perdone y libre a su pueblo. “No recuerdes contra nosotros las iniquidades de nuestros antepasados; vengan pronto tus misericordias a encontrarnos, porque estamos muy abatidos. Ayúdanos, oh Dios de nuestra salvación, por la gloria de tu nombre; y líbranos, y perdona nuestros pecados por amor de tu nombre… llegue delante de ti el gemido de los presos; conforme a la grandeza de tu brazo preserva a los sentenciados a muerte” (v. 8, 9, 11).

La desobediencia a la Lay santa fue la causa de que Dios castigara a Judá a través del imperio babilónico, por lo tanto, la única manera de que Dios los libre de este cruel adversario es confesando el pecado, reconociendo que se rebelaron contra él, y buscando su perdón.

Cuántos sufrimientos y problemas vienen sobre los creyentes, no tanto porque sean pruebas, sino como consecuencias de sus pecados. Y la única forma de superar esa situación difícil es confesando y reconociendo los pecados, arrepintiéndonos de corazón, abandonándolos, resarciendo a los que hemos hecho mal; entonces, veremos la luz del amanecer de la misericordia del Señor.

Aunque el pueblo duró 70 años en el exilio babilónico, muchos se arrepintieron, abandonaron los dioses falsos y buscaron al Señor de todo corazón. Tal y como lo profetizó Jeremías 29, Dios se acordó de Israel, perdonó su pecado, les enseñó la lección, y muchos regresaron a la tierra prometida.

Ellos piden que Dios olvide para siempre sus pecados, lo cual en realidad sucede cuando hay arrepentimiento verdadero, pues, Dios dice: “Yo deshice como una nube tus rebeliones, y como niebla tus pecados; vuélvete a mí porque yo te redimí” (Is. 44:22).

Pero este perdón perfecto Dios solo lo da por su nombre que es misericordioso. Su gloria es salvar y perdonar al pecador arrepentido, pues, él dice: “Yo, yo soy el que borro tus rebeliones por amor de mí mismo, y no me acordaré de tus pecados” Is. 43:25).

Dios solo puede perdonarnos cuando nos arrepentimos sobre la base de su misericordia manifestada en la Cruz de dolor que sufrió nuestro Redentor. Sin su muerte, sin el derramamiento de su sangre preciosa, por mucho que nos arrepintamos, no recibiríamos su perdón.

3. Esperanza en medio del lamento (v. 13)

Y nosotros, pueblo tuyo, y ovejas de tu prado, te alabaremos para siempre; de generación en generación cantaremos tus alabanzas” (v. 13).

El salmo inició describiendo los actos horrendos de barbarie que cometieron contra los habitantes de Judá, el pueblo del Señor, pero termina con un canto de alabanzas. Aunque para el mundo esto parezca algo muy extraño, en realidad, es una manifestación de cómo Dios nos libra de nuestras aflicciones.

Aún no había venido la liberación y la restauración, pero el salmista confía en el Dios que escucha la oración, y aunque pasaron 70 años para que Dios los liberara por completo, la adoración a Dios alimentaba la esperanza, y la esperanza en Dios alimentaba la adoración.

Y una verdad que alimentaba esa esperanza era el pacto divino: Dios lo había escogido como su pueblo, eran su rebaño, por lo tanto, el Buen Pastor se acordará de ellos.

Que nunca lo olvidemos: Las bendiciones y favores del cielo siempre deben tener como fin que sean para la exaltación de la bondad divina.

Aplicaciones:

Nosotros, tanto individualmente como iglesia, hemos de pasar por algunas situaciones de profundo lamento.

Aprendamos de Asaf cómo enfrentar esos tristes o duros momentos:

Orar reconociendo que las iniquidades de nuestros antepasados se han acumulado en contra nuestra es un deber de la iglesia. La iglesia ha cometido pecados contra Dios, desde tiempos antiguos, y en ocasiones el Señor derrama su castigo para recordarnos que Él se desagrada de los pecados de su pueblo.

Salmo 72

 

Salmo 72

El reinado glorioso del Ungido de Dios

Este sermón fue predicado por el hermano Julio C. Benítez, quien es uno de los pastores de la Iglesia Bautista Reformada la Gracia de Dios en Medellín, Colombia. Usted puede compartir este sermón con otros a través de medios digitales e impresos, siempre y cuando no sea para la venta, siempre reconociendo y dando los créditos respectivos a su autor.

El Salmo 72 es una de las composiciones poéticas más hermosas de la Biblia, pletórica de esperanza mesiánica, destellando rallos de luz del glorioso, verdadero, final y eterno Reino de Dios, a través de su Hijo Unigénito, nuestro Señor Jesucristo.

Los creyentes han anhelado, desde el principio, un reino Teocrático, donde Dios reine sobre todo su pueblo, sobre el mundo, y que la tierra sea el paraíso que se perdió cuando el hombre cayó en la miseria de su pecado.

Israel, el antiguo pueblo de Dios, fue una expresión limitada de ese Reino glorioso. Todos los reyes que gobernaron sobre este pueblo debían hacerlo en justicia, equidad, rectitud y santidad. Los reyes debían ser anticipación del glorioso reino final que vendría sobre los justos.

David, el gran rey de Israel, y el gran tipo de Cristo, siendo también profeta, anticipó ese reinado glorioso de justicia y paz al componer este salmo en honor a su hijo, tal vez infante o adolescente, Salomón.

“Salomón” significa, “el Pacífico”. El anhelo de David era vivir en paz, sin enemigos ni guerras, pero esta paz llegó con el reinado del hijo mayor que tuvo con Betsabé.

El profeta Natán le puso por nombre: Jedidías, “Amado de Jah, amado de Jehová”.

Cuando el niño nació David lo puso en manos del profeta Natán para que fuera su instructor (2 Sam. 12:25). De seguro que este sabio profeta lo instruyó meticulosamente en la Torah, con el fin de que fuera el rey ideal: Sabio, prudente, justo, equitativo, santo, pastor del pueblo, instructor de la Ley. Debido a esta formación creció en sabiduría delante de Dios y de los hombres. Era amado por el Señor e instruido en su Ley.

Su infancia fue un prototipo de la infancia del Señor Jesús, quien creció en gracia y estatura delante de Dios y de los hombres.

Aunque conocemos poco de la infancia de Salomón, la Palabra nos revela que David le había jurado a su madre Betsabé que él sería el heredero al trono de Israel (1 R. 1:13, 17). No obstante, esto se mantuvo en secreto, tal vez para proteger al niño, pues, David tenía otros hijos mayores que Salomón, con otras madres, y debía protegerlo de las ambiciones malvadas de un Absalón, o un Amnón, o, incluso, Adonías.

Analicemos este hermoso salmo y llenemos nuestros corazones de la esperanza gloriosa de que formamos parte, ya, del reinado glorioso y justo del verdadero Salomón, del verdadero Pacífico, del verdadero hijo de David: Jesucristo; y que anhelamos la expresión final y eterna de este bendito reino.

1. Es un reino de justicia y paz (v. 1-7)

2. Es un reino de dominio mundial (v. 8-11)

3. Es un reino de misericordia (v. 12-14)

4. Es un reino creciente (v. 15-17)

5. Es un reino glorioso (v. 18-19)

1. Es un reino de justicia y paz (v. 1-7)

Oh Dios, da tus juicios al rey, y tu justicia al hijo del rey. Él juzgará a tu pueblo con justicia, y a tus afligidos con juicio. Los montes llevarán paz al pueblo, y los collados justicia. Juzgará a los afligidos del pueblo, salvará a los hijos del menesteroso, y aplastará al opresor. Te temerán mientras duren el sol y la luna, de generación en generación. Descenderá como la lluvia sobre la hierba cortada; como el rocío que destila sobre la tierra. Florecerá en sus días justicia, y muchedumbre de paz, hasta que no haya luna”.

David pide a Dios que el reinado de su hijo Salomón esté enmarcado en la justicia, es decir, de acuerdo a las normas, leyes, mandatos y principios de la Palabra de Dios.

Pues, ningún rey o gobernante debe imponer sobre el pueblo regímenes de su propio arbitrio, sino que Dios mismo ha establecido en la Palabra las normas que deben regir la conducta del pueblo y los castigos sobre los infractores de ella.

Cuando el rey gobierna de acuerdo a estos principios, entonces se puede decir que es un gobierno justo.

Pero la justicia no solo se refiere al castigo sobre los malos, sino a socorrer y ayudar a los afligidos, a los pobres y menesterosos. Un gobierno que no promueva la ayuda a los más necesitados tampoco es justo.

Los montes llevarán paz al pueblo, la paz debe ser un estandarte muy alto que pueda ser vista como los altos montes; y la justicia, como los collados, debe reinar sobre todo el pueblo, pues, cuando reina la justicia y la paz, la gloria de Dios se ha manifestado.

En este reinado, que depende totalmente de Dios y su Palabra, el afligido y pobre es socorrido, mientras que el opresor malvado es castigado.

Salomón llegó a ser ese rey justo y pacífico, pues, con la sabiduría recibida de lo alto y las instrucciones bíblicas de Natán el profeta, juzgó al pueblo con rectitud y defendió la causa de los menesterosos.

Pero, Salomón no reinó de generación en generación, sino que la oración de David era profética, el principal objetivo no era el reinado de Salomón, sino el de Aquel que vendría a gobernar sobre el verdadero Israel, cuyos años son eternos, y cuyo reinado superará la duración de la luna y del sol: Jesucristo.

Él es el verdadero rey pacífico. Con su primera venida y muerte en Cruz reconcilió a los hombres con Dios, generando la paz más necesaria, duradera y transformadora de toda la historia humana.

Jesucristo, resucitado y exaltado a la diestra del Padre, fue constituido como Cabeza de la iglesia y Rey del Israel espiritual, quien, con su obra de redención, poder y gloria majestuosa se constituyó en la fuente suprema e inagotable de paz y justicia para todo su pueblo.

2. Es un reino de dominio mundial (v. 8-11)

Dominará de mar a mar; y desde el río hasta los confines de la tierra. Ante él se postrarán los moradores del desierto, y sus enemigos lamerán el polvo. Los reyes de Tarsis y de las costas traerán presentes; los reyes de Sabá y de Seba ofrecerán dones, todos los reyes se postrarán delante de él; todas las naciones le servirán

En su oración, David pide a Dios que le conceda a Salomón tener un reinado tan fructífero y próspero que su dominio alcance más allá de los límites establecidos para el pueblo de Israel.

Dios escuchó la oración, pues, el reinado de Salomón abarcó la tierra prometida de manera completa, e incluso, los pueblos vecinos fueron tributarios de Israel. La gloria de este reinado de sabiduría, justicia y paz llegó a ser conocida por reyes de muchos pueblos orientales, los cuales venían a Jerusalén a conocer la gloria del templo, las riquezas de Salomón y, de manera especial, su sabiduría, como hizo la reina de Sabá, quien le trajo presentes abundantes (2 Cr. 9:23, 24).

No obstante, esta oración profética tenía como objetivo final el reinado glorioso del Mesías, de Jesucristo, quien conquistó a un pueblo numeroso para sí mismo, de toda lengua, de toda nación, de todo linaje, grandes y chicos, reyes y súbditos; los cuales fueron conquistados por el poder salvador de la cruz, y cayeron postrados ante la gloriosa presencia del Hijo de Dios encarnado. La visita de los magos de oriente fue un inicio de cómo los sabios, los reyes y poderosos traerían sus dones al Señor.

En la era de la iglesia cristiana las naciones han sido conquistadas por el poder del Evangelio, imperios cayeron rendidos a sus pies, reyes se postraron ante Su señorío, los ricos y poderosos pusieron sus bienes al servicio del Rey de reyes y Señor de señores.

Todos los creyentes le ofrendamos nuestras vidas para que las use para Su gloria, también le ofrecemos nuestros bienes económicos para que su Reino avance imparable a través de la predicación del evangelio.

3. Es un reino de misericordia (v. 12-14)

Porque él librará al menesteroso que clamare, y al afligido que no tuviere quien le socorra. Tendrá misericordia del pobre y del menesteroso, y salvará la vida de los pobres. De engaño y de violencia redimirá sus almas, y la sangre de ellos será preciosa ante sus ojos

Dios escuchó este ruego de David, pues, Salomón procuró el bien de los más necesitados. Se interesó por el caso de dos mujeres que peleaban entre sí por el hijo vivo, impartiendo justicia, y no desatendió al pueblo sufriente que venía a él pidiendo socorro.

No obstante, el cumplimiento mayor y principal de esta oración se cumplió cuando vino a la tierra la simiente prometida, el verdadero retoño de la raíz de Isaí, Jesucristo.

Él tuvo misericordia de las multitudes de enfermos, pobres y oprimidos por el diablo; los cuales venían a él constantemente porque sabían que encontrarían el amor y la misericordia de Dios en él.

Nadie que vino con fe a Jesucristo fue enviado con las manos vacías. Pero su mayor preocupación fue por las necesitades espirituales del ser humano, pues, su verdadera pobreza, presión y alienación está relacionada con la enfermedad del pecado, con la esclavitud a los vicios, con la opresión de Satanás.

Jesús vino predicando el evangelio del reino, dando vista a los ciegos espirituales, liberando a los cautivos del diablo, fortaleciendo a los débiles en la fe y enriqueciendo con su gracia a los desposeídos de la salvación.

Este es el reinado que Jesús vino a instaurar y que aún hoy día sigue creciendo en todo el mundo.

4. Es un reino creciente (v. 15-17)

 Vivirá, y se le dará del oro de Sabá, y se orará por él continuamente; todo el día se le bendecirá. Será echado un puñado de grano en la tierra, en las cumbres de los montes; su fruto hará ruido como el Líbano, y los de la ciudad florecerán como la hierba de la tierra. Será su nombre para siempre, se perpetuará su nombre mientras dure el sol. Benditas serán en él todas las naciones; lo llamarán bienaventurado

Los súbditos proclamarán: Viva el rey. De seguro cuando Salomón salía al balcón de su palacio o andaba por las calles, las multitudes cantaban vítores y alabanzas al rey de paz. Igual como sucedió con el verdadero Rey eterno cuando entró a Jerusalén: “!Hosanna al hijo de David! ¡Bendito el que viene en el nombre del Señor! ¡Hosanna en las alturas!” (Mt. 21:9).

Así como el pueblo oraba todos los días para que el reinado de paz del sabio Salomón continuara, y que Dios le bendijera con más sabiduría; los santos del Antiguo Testamento oraban constantemente al Dios del cielo para que el Mesías, el hijo de David que habría de venir, viniese a la tierra y que su reino pudiese ser instaurado en toda la tierra.

Los creyentes hoy día también oramos para que el reino de Cristo avance imparable en toda la tierra y que Su gloria se manifieste por doquier salvando a los elegidos y uniéndolos a su iglesia. Venga tu reino es la oración diaria de los cristianos, pues, anhelamos que su reino glorioso y eterno se consuma y se manifieste en su plenitud.

Todo el día se le bendecirá. El pueblo de Israel hablaba muy bien de Salomón, de su sentido de justicia y de su sabiduría; pero, cuánto más los creyentes bendecimos todo el día y todos los días a nuestro bendito Redentor, quien es digno de la suprema alabanza, ya que es Dios hecho hombre.

Será echado un puñado de grano en la tierra, en las cumbres de los montes; su fruto hará ruido como el Líbano, y los de la ciudad florecerán como la hierba de la tierra (v. 16). Durante el reinado de Salomón la tierra de Israel fue muy próspera, hubo abundancia de alimentos, bienes y tesoros. El oro y la plata fueron tan abundantes que la plata no era muy apreciada (2 Cr. 9:20-31).

De manera más gloriosa y excelsa lo que empezó con un puñado de hombres humildes y poco letrados en Palestina, muy pronto creció y se extendió por todo el mundo conocido, de manera que la abundancia del evangelio de salvación llegó a los rincones más lejanos, y millones de personas que antes estaban en la más extrema pobreza espiritual ahora disfrutaban de los manjares de la salvación.

Un puñado de semilla del evangelio, como la semilla de mostaza (Mat. 13:31, 32), se sembró en pocos corazones y en pocos siglos había crecido como un árbol gigantesco que brindaba frutos a gentes de todo los pueblos y lenguas. Igualmente, el evangelio empezó como un poco de levadura echada en medio de la masa de la humanidad, pero, aunque al principio fue poca levadura, ella continuó trabajando por el poder del Espíritu Santo, y ahora ha leudado salvadoramente a millones y millones de personas.

5. Es un reino glorioso (v. 18-20)

Bendito Jehová Dios, el Dios de Israel, el único que hace maravillas. Bendito su nombre glorioso para siempre, y toda la tierra sea llena de su gloria. Amén y Amén. Aquí terminan las oraciones de David, hijo de Isaí

La oración del salmista concluye con una doxología, adorando al Dios que cumple sus promesas, porque la profecía se cumplirá. Salomón tuvo un reino glorioso, lleno de paz, justicia y prosperidad; pero, por sobre todo, el antitipo de Salomón, Jesús, el verdadero hijo de David, el Mesías, efectivamente vendría a la tierra, restauraría el trono de Israel, y gobernaría con su reinado de justicia y paz sobre muchas gentes de distintos pueblos, lenguas, linajes y tribus; sobre reyes, príncipes, grandes y pequeños, llevando la justicia divina imputada a cada creyente, la cual produce la paz que sobrepasa todo entendimiento.

En esta doxología final hay un agradecimiento porque el resultado de este reinado es que toda la gloria será llena del conocimiento de Su gloria, pues, cuando la iglesia cumple con su misión evangelizadora, atrayendo a los elegidos por gracia, y haciéndolos miembros de este cuerpo, la gloria de Cristo resplandece con más fuerza.

Además, todos los creyentes nos unimos a David orando para que Cristo regrese nuevamente a la tierra y se dé el establecimiento final y eterno de este reino maravillo, donde ya no habrá más llanto ni dolor, y por siempre viviremos en santidad perfecta para Su gloria.

 

Salmo 70

 

Salmo 70

¡Oh Dios, acude a librarme! ¡Date prisa!

Este sermón fue predicado por el hermano Julio C. Benítez, quien es uno de los pastores de la Iglesia Bautista Reformada la Gracia de Dios en Medellín, Colombia. Usted puede compartir este sermón con otros a través de medios digitales e impresos, siempre y cuando no sea para la venta, siempre reconociendo y dando los créditos respectivos a su autor.

El Salmo 70 es casi una copia exacta del salmo 40:13-17.

Es una súplica en medio de una situación desesperada de adversidad, persecución y necesidad de una pronta liberación. Lo cual evidencia, que, si el Espíritu Santo quiso que se repitiera, es porque las aflicciones y adversidades en el creyente son más comunes de lo que a veces pensamos, y que necesitamos recordar de qué manera el salmista las enfrentó.

El contexto son los tiempos de gran aflicción y adversidad por los cuales pasó David. No sabemos cuál fue la ocasión especial, pero una situación desesperada, necesita ayuda urgente, y esta solo la puede dar el Señor.

Para conmemorar. El salmista recuerda cómo Dios lo liberó de sus adversarios, y cómo bendijo con gozo a los que confían en él. Por lo tanto, este salmo nos invita a recordar las muchas liberaciones que el Señor nos da a lo largo de la vida, y cómo él castiga a los malos que buscan la destrucción de los justos.

Este salmo se cantaba en el templo, especialmente durante el sacrificio del memorial (1 Cr. 16:4).

El salmista ora con ruegos y súplicas urgentes para que Dios:

1. Envíe liberación al salmista (v. 1, 5)

2. Envíe confusión a sus enemigos (v. 2-3)

3. Envíe gozo a sus amigos creyentes (v. 4)

1. Envíe liberación al salmista (v. 1, 5)

Oh Dios, acude a librarme; apresúrate, oh Dios, a socorrerme… Yo estoy afligido y menesteroso; apresúrate a mí, oh Dios. Ayuda mía y mi libertador eres tú; oh Jehová, no te detengas

¿Se demora Dios en sus cosas? ¿Es Dios lento? David estaba siendo hostigado duramente por Saúl o su hijo Absalón, la situación se ha empeorado, siente que será destruido, otros están sufriendo por la persecución, el salmista ha orado una y otra vez, pero no ve la respuesta pronta que requería.

Hay ocasiones en las cuales tenemos la impresión de que Dios es terriblemente lento.

¿Alguna vez has reflexionado en los retrasos de Dios? Él nunca tiene prisa, pero una vez que comienza a trabajar, ¡Cuidado! Pacientemente lleva a cabo su obra.

Ahora, ¿qué hizo David cuando la necesidad apremiaba y la ayuda divina no llegaba? Clamar al Señor, orar con más intensidad, y esperar en su misericordia. Y mientras esperaba, le alababa como se dejará ver en el tercer punto, y le amaba con más fuerzas.

No hay de otra. El Señor parece demorar la respuesta para que aprendamos a confiar y esperar en él, alabándole y amándole. Dios tiene su propio horario, pero él está trabajando en el asunto. El reloj de Dios no es como el nuestro.

Ahora, cuando el salmista le pide a Dios que acuda a librarlo, que se apresure a socorrerlo, está reconociendo su propia fragilidad. O como dijera Juan Casiano en sus colaciones: “… entraña la invocación hecha a Dios para sortear peligros, la humildad de una sincera confesión, la vigilancia de un alma siempre alerta y penetrada de un temor perseverante, la consideración de nuestra fragilidad. Hace brotar asimismo la esperanza consoladora de ser atendidos y una fe ciega en la bondad divina, siempre pronto a socorrernos”[1].

2. Envíe confusión a sus enemigos (v. 2-3)

Sean avergonzados y confundidos los que buscan mi vida; sean vueltos atrás y avergonzados los que mi mal desean. Sean vueltos atrás, en pago de su afrenta hecha, los que dicen: ¡Ah! ¡Ah!

 Sean avergonzados y confundidos los que buscan mi vida: Esta era la ayuda que buscaba David. David oró para que Dios hiciera retroceder a sus enemigos y los confundiera.

“El salmista ora por la caída y la vergüenza de sus enemigos de acuerdo con los principios de la justicia y con la promesa de Dios de maldecir a los que maldicen a los suyos”. (Van Gemeren).

Sean vueltos atrás y avergonzados: Esta fue una petición audaz, porque muchas veces nuestros enemigos parecen no tener sentido de la vergüenza mientras nos atacan y se nos oponen.

“Lo más amable que podemos orar por las personas que hacen el mal es que sus planes fracasen, porque puede ser que en su frustración vean la locura y el verdadero final de sus malas acciones cuando sean alcanzados por Dios”.

Por lo tanto, “tengan la seguridad de que los enemigos de Cristo y de su pueblo tendrán salario por su trabajo; serán pagados en su propia moneda; amaban la burla, y se hartarán de ella.” (Spurgeon)

Que dicen: “¡Ah! ¡Ah!”: Esto tiene el sentido de burla desdeñosa.

Ya era bastante malo que los enemigos de David lo quisieran muerto; pero también se burlaron de él.

Igualmente hicieron con el verdadero David, no sólo le pusieron acechanzas por doquier, no solo lo llevaron a un juicio injusto, no solo lo escupieron, lo azotaron, lo golpearon, le clavaron los clavos en la cruz, sino que se burlaron de él. Llegaron al colmo de la maldad y del odio contra el verdadero ungido del Señor.

Pero estos malhechores consientes y desvergonzados no quedarán impunes. Su maldad caerá sobre ellos.

La maldición vino sobre Caín, quien mató a su hermano Abel.

La confusión vino sobre Babel, quien deseaba alcanzar al cielo para que Dios no gobernara más.

El fuego y azufre cayeron sobre Sodoma y Gomorra a causa de su depravación, con la cual buscaron afectar a los santos ángeles de Dios.

El Faraón sufrió la derrota de su ejército y la destrucción de su país por no dejar salir al pueblo de Israel.

Los grandes imperios antiguos que fueron usados por Dios para castigar a su pueblo rebelde, luego fueron castigados por la ira de Dios.

Igualmente, los santos mártires que están en el cielo ruegan a Dios diciendo: ¿Hasta cuándo, Señor, santo y verdadero, no juzgas y vengas nuestra sangre en los que moran en la tierra?” Ap. 6:10.

3. Envíe gozo a sus amigos creyentes (v. 4)

Gócense y alégrense en ti todos los que te buscan, y digan siempre los que aman tu salvación. Engrandecido sea Dios”.

Aquellos que son llamados por el salmista para gozarse y alegrarse en el Señor por sus liberaciones son los salvos, pues, nadie podrá amar una salvación que no tiene.

Una persona puede admirar la salvación predicada, pero solo amaremos la salvación que se experimenta.

Incluso, los salvos deben ejercitarse en la meditación para amar crecientemente el carácter de la salvación. Aprendamos de algunas cosas que ama el creyente reflexivo sobre la salvación.

Primero, sobre todo, ama al Salvador mismo. A menudo el Salvador es llamado la Salvación, porque él, quien la obra, es su autor y consumador, el Alfa y la Omega de ella.

El que tiene a Cristo tiene salvación, y siendo él la esencia de la salvación, es el centro del afecto de los salvados.

Pero no solo amamos al Salvador, sino el plan de salvación. ¿Cuál es ese plan? Se resume en la palabra: Sustitución. Alabamos a Dios porque ideó un plan maravilloso donde combina de manera perfecta la justicia con la misericordia.

Amamos la salvación, también, por el objeto de ella: redimir para Cristo un pueblo celoso de buenas obras, donde nos incluyó a nosotros.

Y amamos la salvación porque Dios nos libró de nuestros pecados y el infierno.

Engrandecido sea Dios porque él fue quien nos salvó y nos libró. Y lo engrandecemos porque lo amamos. Muchos podrán decir frases de alabanza al Señor, pero será vano sino aman al Señor.

Aplicaciones:

Sigamos el ejemplo del salmista en medio de cualquier dificultad. El Señor está presto para escuchar nuestros ruegos. Orar con este salmo es fuente de esperanza y consuelo, aunque pareciera que el tiempo se agota.

Este salmo “es una muralla inexpugnable y protectora, una coraza impenetrable y un escudo firmísimo contra todos los embates del demonio. El que vive dominado por la acidia, la aflicción de espíritu, la tristeza, o abrumado por algún pensamiento, encuentra en estas palabras un remedio saludable”[2].

No se te olvide hermano, Dios es testigo presencial de nuestras aflicciones y luchas. Y él nunca se aleja de los que confían en él.

Que nunca seamos encontrados con engreimiento espiritual, pensando que con nuestras propias fuerzas o nuestra inteligencia o habilidad natural podremos solucionar las situaciones adversas.

Recordemos que Satanás es nuestro Saúl y nuestro Absalón. Él busca destruirnos a costa de lo que sea. Anda como león rugiente buscando a quien devorar, y está atento a nuestras debilidades para sacar provecho de ello.

Este salmo nos invita a buscar el socorro divino para vencer a nuestro más acérrimo enemigo. “Si él se vale de los placeres, se le vence por la continencia; si aplica castigos y torturas se le vence con la paciencia; si sugiere errores, se le vence con la sabiduría”[3].

Y cuando has vencido estos ataques, Satanás susurrará: ¡Bravo! ¡Qué fuerte eres espiritualmente! ¡Eres un super creyente!”. Entonces, el alma humilde responderá: Todo lo puedo en Cristo que me fortalece, débil soy en mí mismo, por tanto, “mi alma se gloriará en el Señor; escúchenlo los mansos y alégrense”.

¿Puede un cristiano orar pidiendo que los enemigos caigan atrás y retrocedan y sean castigados? Si, pero no para los enemigos personales, sino para los enemigos del reino, del evangelio. Como los gobernantes, legisladores o jueces que promulgan leyes opuestas al avance del reino de Cristo, o leyes que “legalizan” el asesinato de seres indefensos en el vientre de las madres. O como las bandas criminales o regímenes militares que estorban que la iglesia de Cristo se reúna.

Recordemos la oración imprecatoria de Pablo: “Alejandro el calderero me ha causado muchos males; el Señor le pague conforme a sus hechos”. La verdadera oración imprecatoria ora para que Dios pague en justicia a los que hacen el mal al avance del reino.

Y el mismo Pablo hace otra declaración imprecatoria sobre los falsos maestros, los que predican un evangelio distorsionado: “Mas si aún nosotros, o un ángel del cielo, os anunciare otro evangelio diferente del que os hemos anunciado, sea anatema. Como antes hemos dicho, también ahora lo repito: Si alguno os predica diferente evangelio del que habéis recibido, sea anatema” (Gál. 1:8-9).

 



[1] Wesselschmidt, Quentin. La Biblia comentada por los padres de la iglesia. Antiguo Testamento 9. Pág. 146

[2] Wesselschmidt, Quentin. La Biblia comentada por los padres de la iglesia. Antiguo Testamento 9. Pág. 146

[3] Wesselschmidt, Quentin. La Biblia comentada por los padres de la iglesia. Antiguo Testamento 9. Pág. 146