martes, 8 de septiembre de 2015

Hebreos 11:1-3 Descripción general de la fe

La fe perseverante
Descripción general de la fe
Hebreos 11:1-3
Introducción:
La carta o el libro a los Hebreos contiene fuertes llamados de atención para que los creyentes perseveren en la fe en Cristo y no desmayen ante los diversos ataques y persecuciones que les vendrán como consecuencia de creer en Jesús como su único y suficiente Salvador.
Es muy probable que los creyentes a los cuales se dirige la carta a los Hebreos, estuvieran siendo tentados a abandonar la fe cristiana y retornar al judaísmo. Las persecuciones, los sufrimientos, las falsas enseñanzas de algunos maestros judíos y otros elementos adversos se habían convertido como en una especie de caldo de cultivo que estaba llevando a estos creyentes a considerar la posibilidad de retroceder en la vida cristiana.
De allí las constantes exhortaciones que nuestro autor hace a sus lectores:

Por tanto, es necesario que con más diligencia atendamos a las cosas que hemos oído, no sea que nos deslicemos ¿Cómo escaparemos nosotros, si descuidamos una salvación tan grande? (2:1, 3).
Mirad, hermanos, que no haya en ninguno de vosotros corazón malo de incredulidad para apartarse del Dios vivo” (3:12).
Temamos, pues, no sea que permaneciendo aún la promesa de entrar en su reposo, alguno de vosotros parezca no haberlo alcanzado” (4:1)
Por tanto, teniendo un gran sumo sacerdote que traspasó los cielos, Jesús el Hijo de Dios, retengamos nuestra profesión.” 4:14).
Porque es imposible que los que una vez fueron iluminados y gustaron del don celestial, y fueron hechos partícipes del Espíritu Santo, y asimismo gustaron de la Palabra de Dios y los poderes del siglo venidero, y recayeron, sean otra vez renovados para arrepentimiento, crucificando de nuevo para sí mismos al Hijo de Dios y exponiéndole a vituperio” (6:4-6).
Porque si pecáremos voluntariamente después de haber recibido el conocimiento de la verdad, ya no queda más sacrificio por los pecados, sino una horrenda expectación de juicio, y de hervor de fuego que ha de devorar a los adversarios” (10:26-27).

Si hacemos una revisión minuciosa de todas estas advertencias, y las miramos en su contexto inmediato, encontramos que todas se enfocan en el asunto de la fe en Jesús como el único medio de salvación. Toda la exposición del autor de la carta se centra en demostrar que Jesús es superior a todo el sistema religioso judaico: Jesús es superior a los ángeles, Jesús es superior a Moisés, Jesús es el gran sumo sacerdote superior a Aarón y toda la casta sacerdotal, pues, él es sacerdote de la clase de Melquisedec. Toda la exposición ha demostrado la exclusividad del sacrificio de Cristo como único medio de efectiva salvación para los creyentes.

Al finalizar el capítulo 10, el autor de la carta, animó a los creyentes para que se mantuvieran firmes en la fe, sabiendo que “el justo vivirá por fe, y si retrocediere, no agradará a mi alma” (10:38). El justo, es decir, el salvo, depende totalmente de la fe, pues, sin ella, es imposible que agrade a Dios. La fe en Cristo se apropia de su justicia y esta le es imputada, de manera que goza del favor divino y Dios lo ama, así como ama al Hijo en el cual tiene complacencia, pues, al creer en Cristo, la santidad de Cristo lo reviste.
Por lo tanto, y con el ánimo de ayudar a estos creyentes afligidos, temerosos y tambaleantes, el autor hace un paréntesis en su exhortación y en todo el capítulo 11 les muestra ejemplos, tomados del Antiguo Testamento, de personas que tuvieron una fe perseverante, y que a pesar de no haber recibido lo prometido, mientras estuvieron en esta tierra, tomaron tan en serio la Palabra y la promesa de Dios, que vivieron y actuaron basados en esas maravillosas promesas.
Todo el capítulo 11 nos presenta la fe que persevera hasta el fin, por medio de la cual se alcanza la salvación del alma.
La estructura de este capítulo es muy sencilla, y, siguiendo la división del puritano William Perkins, considero que consta de dos partes:
1. Una descripción general de la fe perseverante (v. 1-3)
2. Ilustración de esta fe perseverante a través de testimonios y ejemplos tomados del Antiguo Testamento. (v. 4-39)

Empecemos con la primera parte del capítulo. Una descripción general de la fe perseverante (v. 1-3).
Es pues, la fe[1] la certeza de lo que se espera, la convicción de lo que no se ve”. Es importante notar que la expresión “Es pues”(RV) o “ahora” (KJV), o “ahora bien” (NVI) indica que lo que sigue en este pasaje es la continuación o que guarda estrecha relación con lo que se acaba de decir. Para entender bien a qué se refiere el autor de la carta con la fe de que habla en todo el capítulo 11, entonces es necesario tener en cuenta  lo que precede inmediatamente al versículo 1 y que se encuentra unido con la expresión ahora pues.

En la última parte del capítulo 10, el autor ha exhortado a los lectores para que no dejen de congregarse, para que se ayuden mutuamente con el fin de mantenerse firmes en la fe cristiana, para que eviten cualquier postura que los inicie en el camino de la apostasía, para que miren las terribles consecuencias que vendrán sobre los que abandonan la fe en Cristo. Luego les dijo que recordaran las tribulaciones y angustias que ya han sufrido por causa de Cristo, y les anima a seguir sufriendo con paciencia, pues, la promesa se alcanza solo por aquellos que perseveran hasta el fin. Al final del capítulo 10 les animó aún más para que se mantuvieran firmes en la fe, a pesar de las tribulaciones que esto conlleva, porque la promesa del retorno de Cristo para dar la completa salvación a los que confían en él, está muy cercana. Si han esperado tanto, entonces deben esperar pacientemente un poco más. Y luego concluye su exhortación diciéndoles que los justos viven por fe, y a través de esa fe ellos no retrocederán para perdición sino que perseverarán para preservación de sus almas.

Luego, en el capítulo 11, el autor describe cómo es esa fe que persevera hasta el fin para salvación del alma, dando una serie de ejemplos tomados del Antiguo Testamento. El capítulo 11 puede ser considerado como un paréntesis, ya que, luego, en el capítulo 12, el autor de la carta continúa con su exhortación y anima a los creyentes para que sigan corriendo con paciencia la carrera que tienen por delante (v. 1) “puestos los ojos en Jesús, el autor y consumador de la fe” (v. 2).
El autor empieza diciendo “Es, pues, la fe la certeza de lo que se espera”. La palabra fe, en el Nuevo Testamento, es polisémica, es decir, tiene varias acepciones:
1. En algunas ocasiones significa una declaración o confesión doctrinal. “Aquel que en otro tiempo nos perseguía, ahora predica la fe que en otro tiempo asolaba” (Gal. 1:23).
2. En otras ocasiones la fe significa creer de manera personal y sincera en Jesús. “Pero éstas se han escrito para que creáis que Jesús es el Cristo, el Hijo de Dios, y para que creyendo, tengáis vida en su nombre” (Juan 20:31).
3. También en el Nuevo Testamento la fe puede significar confianza en que Dios hará un milagro, esperanza de que algo futuro vendrá, entre otros.

Ahora, el autor de Hebreos, en este capítulo, da a la fe el  significado de una total confianza que es depositada en Dios, en sus promesas, en su Palabra, y de manera especial, en Jesucristo como el Hijo de Dios y el único medio suficiente para dar salvación eterna al hombre.
El autor, contrapone dos elementos adversos en esta carta: La fe versus la incredulidad o la apostasía. Lo opuesto de la incredulidad es la fe, lo opuesto del pecado de la apostasía es la virtud de la fe. Lo opuesto de rechazar a Cristo de manera consciente (apostasía) es la fe perseverante en él como Salvador.
Y esta fe perseverante no es cualidad de unos pocos creyentes, los múltiples ejemplos que el autor presenta en este capítulo 11 evidencian que esta es una característica de los que verdaderamente han conocido al Señor.
El autor de la carta dice que esta fe perseverante es la plena certeza de lo que se espera. El Catecismo de Heidelberg, redactado por Zacarías Ursino, define así la fe de que habla nuestro autor sagrado:
“La verdadera fe, creada en mí por el Espíritu Santo por medio del Evangelio – no es solamente un firme conocimiento y convicción de que todo lo que Dios revela en su Palabra es cierto, sino también una certeza profundamente enraizada de que no solamente a otro, sino también a mí, me han sido perdonados los pecados, que he sido reconciliado por siempre con Dios, y que se me ha concedido la salvación. Estos son dones de pura gracia obtenidos para nosotros por Cristo[2].
La palabra “certeza” que se usa en la Reina Valera, también puede ser traducido “estar seguro” (es, pues, la fe el estar seguro de lo que se espera), y en algunas versiones se le traduce como “sustancia[3] (Es pues, la fe, la sustancia de lo que se espera), tomada de la palabra griega hypostasis[4] que usa el autor en este versículo. Si usamos la palabra certeza, hablamos de la confianza subjetiva del creyente. Es como decir: Si estoy seguro de algo, entonces tengo certeza en mi corazón. Esto es algo que está arraigado en el creyente. Pero si usamos la palabra “sustancia”, entonces estamos hablando de la certeza como algo objetivo, que está fuera del creyente. La sustancia es algo con lo que el creyente puede contar. “Una traducción lo formula así: <la fe es el título de propiedad de las cosas esperadas>”[5].

Es, pues, la fe la certeza[6] de lo que se espera”. La fe verdadera está segura y confiada en lo que esperamos, es decir, en la esperanza. Y ¿qué es lo que esperamos los creyentes? Todas las cosas que la gracia de Dios ha prometido para sus hijos, todas las promesas del Evangelio, que nos llevarán a la completa redención y la glorificación futura. La fe es como un ancla que se afirma con seguridad inamovible en la esperanza de la salvación completa que recibiremos por los méritos de Cristo y gozaremos para siempre en la comunión perfecta con Dios. La fe genuina no se angustia o desespera porque no puede ver lo que se le ha prometido, pues, de lo contrario no sería fe. La fe no puede separarse de la paciencia. “No alcanzaremos la meta de la salvación sin paciencia, pues el profeta declara que el justo vive por fe; empero la fe nos dirige a las cosas que están lejos y que aún no disfrutamos; entonces ésta necesariamente incluye paciencia”[7]. En esta vida el creyente recibe muy poco de lo que espera, porque su fe debe ser ejercitada, y de la única manera que ella se desarrolla, es no recibiendo de inmediato todo lo que espera, sino, aguardando confiadamente y sin desmayar, a pesar de no recibir, en esta vida, lo prometido. Esto es lo que dice Pablo al respecto: “… nosotros también gemimos dentro de nosotros mismos, esperando la adopción, la redención de nuestro cuerpo. Porque en esperanza fuimos salvos; pero la esperanza que se ve, no es esperanza; porque lo que alguno ve ¿a qué esperarlo? Pero si esperamos lo que no vemos, con paciencia lo aguardamos” (Ro. 8:23-25).

Es, pues, la fe… la convicción de lo que no se ve”. Las palabras certeza y convicción son sinónimos en este pasaje. Lo que en suma nos dejan ver, estas dos palabras, es que la fe tiene una plena certidumbre en la esperanza. Es una profunda convicción interna que no será quitada o suprimida por nada. Ni por las pruebas, ni por los sufrimientos, ni porque no llega lo que se espera. “El creyente está convencido de que las cosas que no puede ver son reales. Sin embargo, no toda convicción es igual a la fe. La convicción es equivalente a la fe cuando prevalece la certidumbre, aunque la evidencia esté ausente. Las cosas que no vemos son aquellas que tienen que ver con el futuro, el cual a su tiempo se transformará en presente. Aun aquellas cosas del presente, y ciertamente las del pasado, que están más allá de nuestro alcance corresponden a la categoría de lo que no vemos”[8].

¿Qué es lo que no vemos, a lo cual se aferra la fe del creyente? La completa redención, la glorificación futura. Pero la fe verdadera está tan convencida de que esto es algo seguro para el creyente, que ahora, en nuestro caminar por el desierto de este mundo y en medio de las aflicciones que nos produce el pecado, Satanás y el mundo, vivimos como si ya tuviéramos lo que esperamos, y por eso nada puede quitarnos de manera definitiva el gozo que produce sabernos glorificados, en fe, y viviendo para siempre en la misma presencia del Soberano Dios. Como dijo F. F. Bruce “… en la época del Antiguo Testamento, hubo muchos hombres y mujeres que no tenían nada más que las promesas de Dios sobre las cuales descansar, sin ninguna evidencia visible de que estas promesas tuvieran cumplimiento alguna vez; sin embargo, estas promesas significaban tanto para ellos que regularon el curso entero de sus vidas a la luz de ellas. Las promesas estaban relacionadas con un estado de cosas pertenecientes al futuro; pero esta gente actuó como si ese estado de cosas ya estuviera presente, porque estaban muy convencidos de que Dios podía y quería cumplir lo que había prometido. En otras palabras: ellos fueron hombres y mujeres de fe. Su fe consistió simplemente en confiar en la Palabra de Dios y dirigir sus vidas de acuerdo a ella; por lo tanto, las cosas futuras en cuanto a su propia experiencia, eran presentes para la fe, y cosas que no se veían externamente eran visibles para los ojos interiores”[9].
La fe son los ojos espirituales del creyente, y así como somos convencidos de lo terreno por las cosas que nuestros ojos físicos ven, a través de los ojos de la fe, que miran las promesas de la gracia, somos convencidos de las verdades espirituales, las cuales son invisibles. Los ojos físicos nos convencen de las cosas que pertenecen a lo visible, pero la fe nos capacita para ver el orden de lo invisible. Como dice Calvino, la fe se afirma o planta su pie con confianza en las cosas ausentes, que casi están fuera del alcance de nuestra comprensión. La fe es la convicción, ala videncia o la demostración de las cosas que no se ven, esto es lo mismo que decir, que la fe hace aparecer o ver las cosas invisibles, las que esperamos, las que todavía no son, pero son tan ciertas para nosotros, que ya las vemos como en nuestra posesión total. Es en este sentido que el apóstol Pablo, hablando de la completa salvación del creyente, desde el principio hasta el fin, él dice que “a los que predestinó, a éstos también llamó; y a los que llamó, a éstos también justificó; y a los que justificó, a estos también glorificó” (Ro. 8:30). Aunque ya hemos sido predestinados, llamados y justificados, la glorificación es aún futura, no la estamos viendo. Nuestros cuerpos aún llevan la semilla de la muerte, y más pronto de lo que pensamos, estarán sepultados en la fría tierra. Pero la fe se apropia a tal punto de las promesas, que el apóstol nos ve como si ya estuviésemos glorificados.

La fe perseverante anticipa como propio lo que aún no vemos. “La fe es una actualización del anticipo del alma. Es el ojo del alma que nos permitirá vivir en el disfrute presente de las cosas que no se ven. Penetra el velo de los sentidos y hace que las cosas invisibles se hagan reales y tangibles; pasa más allá de las vicisitudes del tiempo y se aferra a las bendiciones del futuro eterno. Es una activa convicción que mueve y moldea la conducta humana. La fe bíblica es la obediencia confiada a la palabra de Dios a pesar de las circunstancias…”[10]

Aplicaciones:
- La fe no se arraiga en lo que vemos, sino en lo que no vemos. La fe tiene la plena certidumbre de que lo prometido por Dios para nuestras almas es inamoviblemente seguro. La fe tiene una confiada seguridad en las promesas divinas. Aunque a veces no sintamos que estamos perdonados, o que somos nuevas criaturas, o que el Espíritu de Dios está en nosotros, o que vamos camino al cielo, o que gozamos del favor divino, la fe toma como suyo propio lo que Aquel en el cual ella está puesta ha prometido. Pero no se trata de una fe superficial, no, la fe verdadera es interna, profunda, arraigada en Cristo. Ella no mira ningún mérito alguno en el individuo, sino que se despoja de toda autoconfianza y mira con total dependencia a Cristo, sabiendo que solo de él procede toda esperanza. ¿Tienes esta clase de fe? Si no puedes responder afirmativamente con plena convicción, entonces clama al Señor para que te el don de la fe. Recuerda que esta clase de fe perseverante no es producida por el hombre, no puede gestarse a través de técnicas o meditación especial. No, esta clase de fe es un don sobrenatural del Espíritu Santo, que nos es dado solo por Gracia. Esta fe que procede del cielo, es la que nos lleva a apropiarnos de Cristo como nuestro único y suficiente Salvador. Si has acudido así a Cristo, entonces tiene la fe sobrenatural que procede del Altísimo, y solo te quede continuar alimentado esta fe por medio de la Palabra de Dios, sus promesas y los ejemplos que encontramos en ella, y que estaremos estudiando en todo el capítulo 11 de Hebreos.
- Aunque la fe no es irracional, y no es un paso en la oscuridad o en el vacío, sino que ella se posa sobre las promesas seguras de la Palabra de Gracia, no obstante, ella es misteriosa y sobrenatural, pues, está convencida de cosas que aún no podemos ver con nuestros ojos físicos, de cosas que parecieran ser contradictorias, “porque el Espíritu de Dios nos muestra las cosas ocultas, cuyo conocimiento nuestros sentidos no pueden alcanzar: se nos promete la vida eterna, pero dicha promesa se hace a los muertos; se nos asegura una radiante resurrección, pero todavía estamos envueltos en podredumbre; somos declarados justos y sin embargo el pecado mora en nosotros; se nos dice que somos dichosos, y no obstante, estamos aún entre muchas aflicciones: se nos promete abundancia de todas las cosas buenas, y a pesar de ello padecemos hambre y sed; Dios declara que vendrá pronto (a nosotros), y no obstante parece sordo cuando clamamos a él”[11]. De manera que la fe, alimenta nuestra esperanza, conduciéndonos a ser pacientes en medio de las pruebas y el caminar por el desierto de este mundo, nutriéndonos con la Palabra de Dios, la cual nos asegura que pronto reinaremos con él. Por lo tanto hermanos, no desmayemos en medio de las tribulaciones, dudas, confusiones y angustias de la vida terrena. Mantengamos la mirada puesta en aquel que nos ha hecho preciosas promesas y que con total seguridad un día nos dará lo que prometió.





















[1] El autor de la carta no trata de presentar una definición concisa y completa de lo que es la fe. Ese no es su propósito. El autor afirma aquí lo que es la fe. En especial, él quiere presentar ciertas características de la fe relacionadas con la paciencia que espera confiadamente en lo prometido.
[2] Kistemaker, Simon. Hebreos. Página 364 (citando al Catecismo de Heidelberg)
[3] “Esta palabra griega, que etimológicamente quiere decir sub-stantia, lo que está debajo, lo que sirve de base y fundamento, significa lo que da base y realidad subsistente a las cosas que esperamos. Si en geología puede significar “sedimento”, y en filosofía el sujeto de los accidentes, o sea la substancia, la naturaleza de los individuos, en esta carta a los Hebreos (3:14) ha adoptado el significado de lo que está en el fondo del alma, con el sentido de seguridad, confianza y garantía de las cosas que se esperan. En el Griego clásico, y también frecuentemente en el griego de los LXX, significa asimismo lo que en latín quiere decir “substancia”, entendido este término por hacienda, posesión y por derecho de posesión. Por esto algunos entienden por hypostasis, la posesión anticipada y garantía de lo que va a venir. No pocos traducen “expectación firme” o “confianza anticipada”. Otros, siguiendo a los padres griegos, entienden que la fe es lo que da subsistencia a los bienes celestes en nuestra alma, lo que nos da seguridad de su existencia, y como que ya nos los hace ver. Por esto algunos han traducido “actualización” de los bienes celestes. Para Santo Tomás, como “substancia” es el primer principio de la cosas, la fe “substantia rerum spedarum” es su primer principio o “prima inchoatio rerum speradarum”, es decir, el primer principio de la vida eterna”. Pérez, Samuel. Comentario exegético al texto griego del Nuevo Testamento. Hebreos. Página 612
[4] La mayoría de comentaristas prefieren traducir la palabra Hypostasis, en este pasaje, como certeza o confianza, tomando como ejemplo el sentido de la traducción de la misma palabra en 3:14
[5] Kistemaker, Simon. Hebreos. Página 365
[6] La palabra griega que se traduce como certeza también se empleaba en un sentido técnico, significando “título de propiedad”.
[7] Calvino, Juan. Epístola a los Hebreos. Página 233
[8] Kistemaker, Simon. Hebreos. Página 366
[9] Bruce, F. F. La epístola a los Hebreos. Página 280
[10] Morris, Carlos. Comentario Bíblico del Continente Nuevo. Hebreos. Página 108.
[11] Calvino, Juan. Epístola a los Hebreos. Página 234

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