La fe
perseverante:
Tres
ejemplos notables de cómo es imposible agradar a Dios sin la fe
Hebreos
11:4-7
Introducción:
La vida del creyente se encuentra llena
de muchas dificultades. Este no es un camino idílico de rosas, paz y
prosperidad, sino que, como dijo Pablo: “Es
necesario que a través de muchas tribulaciones entremos en el Reino de Dios”
(Hch. 14:22). Pero, si este caminar está invadido de muchas dificultades ¿de
qué manera podremos mantenernos firmes en la vida cristiana? Indudablemente las
promesas de salvación que hemos recibido a través de Cristo Jesús nos permiten
transitar en medio de las tribulaciones, las aflicciones y las luchas que
debemos librar contra el pecado que aún permanece en nosotros y en el mundo,
ellas son las que nos dan la fuerza para perseverar hasta el fin. “Peregrino”
en su largo y dificultoso caminar hacia la tierra de Beulah, hacia la Santa
Sión, logró mantener su paso firme, porque ya había vislumbrado, a lo lejos, la
hermosura de esta santa ciudad. Los creyentes nos mantenemos firmes y
perseverantes en la vida cristiana porque a lo lejos podemos ver las glorias
que nos esperan en los cielos.
Los creyentes hebreos también estaban
participando de estas tribulaciones, algunos sufriendo físicamente por la causa
de Cristo, y otros, luchando contra los deseos de apartarse de la fe, debido a
la influencia de falsos maestros que denigraban de la fe cristiana y ponían por
encima la religión judía. Pero ¿Cómo lograrían mantenerse ellos firmes
frente a las adversidades que les
afligían a causa de haber iniciado el camino de la vida cristiana? De la única
manera que lograrían llegar hasta el final, y recibir el premio de la victoria,
era, imitando a sus ancestros creyentes, los cuales, así como ellos, padecieron
las tribulaciones propias que acarrea el camino a la Santa Sión.
Estos ancestros demostraron poseer la verdadera
fe, aquella que se apropia de Cristo y sus promesas de salvación, la fe que
persevera hasta el fin. Por eso, con el fin de animarlos con estos ejemplos y
mostrarles la resistencia y la persistencia de esta fe, el autor de la carta
toma a los más sobresalientes héroes de la fe del Antiguo Testamento y los
clasifica por grupos para enseñarles, de manera gráfica y práctica, que la fe
perseverante es persistente, porque ella se basa en la plena certeza y
convicción de cosas que esperamos, pero que ahora no se pueden ver con nuestros
ojos físicos.
El primer grupo de creyentes del Antiguo
Testamento está conformado por tres héroes que, a causa de su fe, recibieron la
aprobación divina, el desprecio de los hombres, y por ella condenaron a los
enemigos de Dios. Estos tres hombres son Abel, Enoc y Noé. (v. 4-7). Luego, el
autor dedica bastante tiempo al que es denominado en las Sagradas Escrituras
“el padre de los que son de la fe”, es decir, a Abraham. Este héroe
sobresaliente del Antiguo Testamento manifestó poseer la fe que alcanza las
promesas y persiste en medio de la ausencia de evidencias tangibles (v. 8-19).
En los versos 20 al 22, el autor resalta a los padres de la nación judía,
Isaac, Jacob y José, quienes, aunque aún eran errantes en la tierra, estaban
convencidos de que Dios les constituiría en la gran nación que había prometido,
y con base en esa fe anunciaron bendiciones sobre sus hijos. Luego se dedica un
espacio mayor a Moisés, el gran legislador y constructor de la nación
Israelita. Por la fe, este hombre pudo sacudir al poderoso imperio Egipcio,
logrando la liberación del pueblo y su entrada a una tierra, que aunque era muy
productiva, estaba invadida por tribus peligrosas e idólatras, a las cuales
ellos debían enfrentar. Por esta fe ellos pudieron vencer y entrar a las
promesas que habían esperado por muchos siglos. En los versos 31 y 32, se
mencionan los nombres de otros héroes y heroínas de la fe como son: Rahab la
ramera, Gedeón, Barac, Sansón, Jefté, David, Samuel y los profetas.
Todos estos héroes de la fe se
caracterizaron por mantenerse siempre como viendo al invisible, y a pesar de no
tener el testimonio tangible de lo prometido, fueron pacientes y aguardaron la
promesa, la cual no podían disfrutar antes que nosotros, y por eso ellos
murieron sin recibir lo prometido (v. 39), para que todos los creyentes, de
todos los tiempos, disfrutemos juntos las promesas de salvación que pueden ser
recibidas solo a través de Jesús, el autor y consumador de la fe (Heb. 12:2).
Empecemos nuestro análisis con el primer
personaje mencionado por nuestro autor sagrado, Abel. “Por la fe Abel ofreció a Dios más excelente sacrificio que Caín, por lo
cual alcanzó testimonio de que era justo, dando Dios testimonio de sus
ofrendas; y muerto, aún habla por ella” (v. 4).
La narración bíblica de la vida de Abel
es muy corta, no obstante, su importancia en la historia de la fe es tal que
nuestro autor lo pone al inicio de sus héroes. Abel fue el segundo hijo de Adán
(Gén. 4:1-2), luego de Caín, quienes nacieron fuera del paraíso y heredaron la
naturaleza pecaminosa de Adán. Mientras de Adán se dice que fue hecho a la
imagen y semejanza de Dios, de sus hijos se dice que fueron a “su semejanza, conforme a su semejanza”
(Gen. 5:3), lo cual indica que todos los descendientes de Adán traerían una
imagen corrompida por el pecado. Abel fue concebido de padres pecaminosos y su
naturaleza también estaba en una condición caída. Abel pudo decir con el
salmista “He aquí en maldad he sido
formado, y en pecado me concibió mi madre” (Salmo 51:5). A pesar de traer
una naturaleza depravada por las inclinaciones pecaminosas, la gracia de Dios
obró en él concediéndole el don de la fe salvadora, a través de la cual pudo
caminar en pos de lo santo, lo bueno y lo que agrada a Dios. Abel tenía padres
pecadores y su hermano mayor no era el mejor ejemplo espiritual. Caín había
nacido también de padres pecadores, pero en él no había obrado la fe. Su
corazón era incrédulo y vendido al mal.
A pesar del estado pecaminoso de la
prístina familia humana que habitó la tierra, el corazón de Abel recibió la
santa influencia del Espíritu de Dios y conoció a su Creador de una manera
plena y transformadora.
Este Abel es considerado un hombre
justo, no por sus obras, sino por la fe. El mismo Jesús, hablando de la sangre
de los profetas que había sido derramada en territorio de Israel, mencionó la
de Abel y le llamó “Abel el justo”
(Mt. 23:35).
Un hecho de la vida de Abel es tomado
por el autor a los hebreos para presentar la realidad de la fe perseverante de
este siervo del Señor. Un día, tanto Abel como Caín presentaron ofrendas al
Señor. Esta práctica debió ser aprendida de sus padres, quienes de seguro le
habían explicado todo lo que pasó en Edén y las consecuencias funestas para sus
vidas. También le habrían explicado que ahora solo por medio de la fe ellos
podrían tener comunión con ese Dios al que habían ofendido. Es muy probable
que, tanto Caín como Abel, presentaran ofrendas a Dios en agradecimiento por la
provisión y la vida que les daba.
Lo cierto es que Abel “ofreció a Dios más excelente sacrificio que
Caín” (v. 4). La excelencia del sacrificio no estribaba en los elementos
usados, pues, aunque el texto no lo dice, es muy probable que Caín haya
escogido lo mejor de la cosecha, así como Abel escogió lo mejor de las ovejas.
Ellos, de seguro, habían aprendido que a Dios se le ofrece lo mejor, no lo
insignificante o defectuoso. La excelencia del sacrificio de Abel tampoco está
relacionada con el hecho de haber ofrecido una ofrenda de sangre, pues, como
luego se deja ver en la Ley de Moisés, el Señor también acepta las ofrendas
vegetales como ofrendas de paz.
Hebreos dice que la excelencia de la
ofrenda presentada por Abel estaba en la fe. Abel fue un hombre de fe y
confiaba plenamente, no en sus obras, o en el sacrificio mismo, sino en la
gracia de Dios. Caín por el contrario no tenía fe, era un incrédulo, y “…era del maligno…” (1 Jn. 3:12). ¿Cómo
sabemos, además de lo que dice el autor de Hebreos, que Abel era un hombre de
fe? Génesis nos dice que Dios se había agradado en Abel: “Y Jehová miró con agrado a Abel…” (4:4) ¿Porqué miró Dios con
agrado a Abel? ¿Por su ofrenda? No. Lo miró con agrado porque Abel confiaba
solamente en él para su salvación, su corazón se había humillado ante el
Soberano Salvador y la ofrenda fue presentada con contrición, reconociendo que
su Salvación y su justicia descansaban solo en la simiente prometida que
vendría a salvar a los pecadores. Abel había comprendido lo que luego uno de
sus descendientes expresó con profunda emoción: “Porque no quieres sacrificio, que yo lo daría; no quieres holocausto.
Los sacrificios de Dios son el espíritu quebrantado; al corazón contrito y
humillado no despreciarás tú, oh Dios.” (Sal. 51:16-17).
Abel y su ofrenda encontraron el agrado
de Dios porque en su corazón se mantenía como viendo al invisible y la fe
estaba viva en él. No era una fe meramente intelectual o emocional. Tenía la fe
sobrenatural que produce las obras de santidad, y éste vivía como un justo. Sus
obras hablaban de la justificación que se había obrado en él por medio de la
fe, y aprendió a caminar con Dios, viviendo Coram
Deo, en la presencia de Dios. De Abel se podía decir lo mismo que Dios dijo
de Job: “No has considerado a mi siervo
Job, que no hay otro como él en la tierra, varón perfecto y recto, temeroso de
Dios y apartado del mal” (Job 1:8). Abel era un hombre que vivía en armonía
con Dios y con los demás hombres.
Abel agradó a Dios porque él se mantuvo
siempre en la fe que caracteriza a los salvos. Abel supo lo que a Caín se le
olvidó, que “…sin fe es imposible agradar
a Dios” (Heb. 11:6).
La ofrenda de Abel fue recibida con
agrado porque Dios ama la adoración de los que han sido justificados por la fe,
pero aborrece las ofrendas de los malvados. “… dando Dios testimonio de sus ofrendas…” (Heb. 11:4). El que ha
sido justificado adora a Dios con alegría, y su ofrenda es recibida con agrado
“…porque Dios ama al dador alegre” (2
Cor. 9:7). Pero la adoración de los incrédulos es rechazada por el Señor: “El sacrificio de los impíos es abominación a
Jehová; más la oración de los rectos es su gozo” (Prov. 15:8).
“…
y muerto aún habla por ella”. Es posible que esta frase haga referencia a
la sangre de Abel que fue derramada por Caín, y así como las almas de los
justos martirizados claman al Señor para que vengue sus muertes (Ap. 6:10), la
sangre de Abel el justo clamaba al Señor desde la tierra. (Gen. 4:10).
Una aclaración respecto a la forma de
cómo Dios dio testimonio de haber aceptado la ofrenda. No sabemos realmente
cómo fue esto. Algunos comentaristas dicen que probablemente fue a través del
fuego que, en ciertas ocasiones en la historia del Antiguo Testamento,
descendía del cielo para quemar la ofrenda, pero esta información no aparece en
el libro de Génesis, ni en otro libro. Asimismo algunos creen que Dios envió un
viento recio que se oponía a la ofrenda de Caín, pero esto tampoco nos es
mencionado en las Sagradas Escrituras. Es probable que Dios haya dado una
convicción en el corazón de Abel de haber sido aprobado por Dios. Y lo mismo
pudo haber sucedido con Caín.
El segundo personaje mencionado por
nuestro autor como un testimonio de perseverancia en la fe es Enoc.
De este creyente también tenemos poca información. Solo se nos dice que
a la edad de sesenta y cinco años engendró a Matusalén (Gén. 5:21), que luego
vivió trescientos años más y engendró muchos hijos e hijas, y el verso 24 del
capítulo 5 de Génesis narra en pocas palabras la desaparición misteriosa de
Enoc, diciendo: “Caminó, pues, Enoc con
Dios, y desapareció, porque le llevó Dios”. En la carta de Judas se le
menciona como el séptimo desde Adán, es decir, miembro de la séptima generación
de la descendencia de Adán.
Aunque la información que tenemos de
este héroe procede de una corta genealogía, lo cierto es que fue un hombre de
mucha piedad en su tiempo. Si de Job se dice que era un hombre recto, y de Abel
que era justo, de Enoc se dice que caminó
con Dios. “¿Qué significa la frase caminar
con Dios? Significa que la persona vive una vida espiritual en la que le
dice todo a Dios (véase Gn. 6:9). Enoc vivió una vida normal, criando hijos e
hijas, pero toda su vida se caracterizó por su amor a Dios”[1]. Enoc vivió una vida plenamente Coram Deo, y su cercanía a Dios fue tan
profunda, que Dios quiso tenerlo en su presencia sin que pasara por el proceso
natural de la muerte. Definitivamente la vida de este hombre fue ejemplar en
todo, pero especialmente de una devoción espiritual inigualable, solo superada
por el Hijo de Dios.
Aunque la historia de la vida de Enoc,
sus obras y sus palabras, son prácticamente desconocidas, no obstante Dios
mismo testificó de él que fue un hombre íntegro, justo y piadoso en todos sus
caminos. No siempre los más mencionados en la historia son los más santos, o
los más vistos o escuchados son los más piadosos. Muchos santos, muy cercanos a
Dios, pasan desapercibidos entre el pueblo de Dios.
Pero ¿Cómo pudo Enoc gozar tanto del favor
divino, al punto que la Biblia dice que él caminó con Dios, y al punto de que
Dios quiso llevarlo vivo a los mismos cielos? El autor de Hebreos responde
diciendo que esto se debió solo a la Fe. Enoc también nació con una naturaleza
pecaminosa y tenía las tendencias depravadas de todos los hijos de Adán, no
obstante, en él estaba la fe perseverante, aquella que se aferra a Cristo, y
por esa fe caminó en este mundo, anhelando ver al Rey de la gloria, y amando la
presencia del Padre, al punto que Dios le concedió el deseo de su corazón y se
lo llevó a su presencia sin mediar la muerte.
De seguro que el corazón de Enoc, siendo
regenerado por la Gracia, debido a la fe que tenía, se mantuvo creciendo en una
constante santificación, al punto que anhelaba con ardiente deseo estar en la
presencia directa de ese Dios que amaba, tal como hoy día el Espíritu y la
Iglesia oran para que Cristo venga pronto por su pueblo. Enoc aprendió a
deleitarse en el Señor, y él le concedió las peticiones de su corazón (Sal.
37:4).
Aplicaciones:
- Las ofrendas y la adoración en la cual
el Señor se agrada es aquella que procede de un corazón lleno de fe. Pero de
esa clase de fe sobrenatural que produce frutos agradables a Dios, porque se
alimenta constantemente de la gracia de Cristo. No presentes la ofrenda de Caín
ante el Señor, es decir, con un corazón incrédulo, sino hazlo con fe, sabiendo
que Dios mira el corazón más que a la ofrenda misma. Y la mejor forma de
presentar verdadera adoración es hacerlo a través de Cristo. Si tenemos fe en
él entonces presentemos la adoración que agrada a Dios, si confiamos en
nosotros y no estamos dependiendo de Cristo, sino que nuestro corazón es
incrédulo, entonces no nos debemos a presentarnos delante de Dios, porque solo
recibiremos su desaprobación. Pero hoy es el día aceptable y el tiempo de
salvación. Si tu corazón es incrédulo y confías en tus buenas obras, confiesa
tu maldad delante de Dios y suplica a Cristo se apiade de tu alma y te conceda
la salvación.
- Así como Abel siguió ejerciendo influencia
luego de su muerte, de la misma manera todos los que son piadosos impactan a
los hombres que les conocieron, aún después de la muerte. El ejemplo de un
padre o una madre piadosa será recordado por sus hijos, por sus vecinos y
conocidos. Los preceptos de un padre o una madre piadosa, aunque en vida fueron
escucharon con indiferencia por sus hijos, luego de muertos, pueden ser una
poderosa influencia para que ellos vengan a la fe salvadora. Mientras que el
mal testimonio de los impíos que han muerto va decayendo y su influencia
perniciosa va desapareciendo, lo contrario sucede con el buen testimonio de los
redimidos. Entre más pasa el tiempo, luego de su muerte, su testimonio impacta
con más claridad. Hermano y hermana, ¿Por qué te recordarán las futuras
generaciones? ¿Por ser una persona piadosa que manifestaba su fe a través de
las obras santas?
- Abel fue un hermano menor que Caín, y
él recibió la influencia de su perverso y cruel hermano. Se nos ha dicho que es
más fácil imitar lo malo que lo bueno, y esta es la triste realidad de muchas
personas jóvenes. Pero Abel no imitó lo malo ni aprendió de su hermano Caín,
sino que se mantuvo como viendo a Jesús a través de los ojos de la fe, y llegó
a ser un hombre santo, consagrado a Dios. Abel se aferró a la causa divina y
rechazó la influencia maligna de su hermano mayor. Apreciado niño, joven y
señorita que escuchas esta enseñanza, no es verdad que debes imitar lo malo, es
posible imitar lo bueno, si sigues las pisadas de Jesús y confías en él. Jesús te
ayudará a huir del pecado que hay en el mundo y te fortalecerá para que seas un
joven o un niño que agrada a Dios. Abel no cedió a las presiones del mundo,
sino que se mantuvo firme en la fe en Dios.
- Enoc vivió en un tiempo donde la
maldad de los hombres había empezado a crecer en la tierra. La multiplicación
de la raza humana estuvo acompañada de la multiplicación de la maldad, como se
dice de los días de su bisnieto Noé “Y
vio Jehová que la maldad de los hombres era mucha en la tierra, y que todo
designio de los pensamientos del corazón de ellos era de continuo solamente el
mal” (Gén. 6:5). Pero en medio de una generación maligna y rebelde, Enoc
caminó con Dios. Él se apartó de los caminos perversos de la sociedad de su
época y se mantuvo firme en la fe de los creyentes, sabiendo que no debemos
amar al mundo ni a sus deleites, sino que, como peregrinos, anhelamos las cosas
de nuestra patria celestial, y fue su anhelo por lo celeste, lo sublime y
excelso tan alto, que Dios le concedió sacarlo de en medio de las maldades de
este mundo y llevarlo a la Santa Sión. Hermano y hermana, te pregunto ¿Dónde
está puesto tu corazón? ¿En lo terreno o en lo celestial? ¿Cuál es el deseo de
tu corazón? ¿Lo que Dios desea o lo que el mundo desea? Si tienes la fe de Enoc,
entonces tu deleite será pensar en las cosas sublimes y tu deseo será vivir Coram Deo, es decir, en la presencia de
Dios.
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