Evidencias de un verdadero arrepentimiento
Lucas 3:10-14
Este
sermón fue predicado por el hermano Julio C. Benítez, quien es uno de los
pastores de la Iglesia Bautista Reformada la Gracia de Dios en Medellín,
Colombia. Usted puede compartir este sermón con otros a través de medios
digitales e impresos, siempre y cuando no sea para la venta, siempre
reconociendo y dando los créditos respectivos a su autor.
Introducción:
El
siglo XVIII fue testigo de uno de los más poderosos avivamientos que ha
sacudido la espiritualidad de la nación americana. El instrumento usado en esa
ocasión fue un pastor, teólogo y predicador llamado Jonathan Edwards. En Julio
de 1741 Edwards, pastor de una iglesia reformada, predica su más famoso sermón
titulado “Pecadores en las manos de un Dios airado”, basado en Deuteronomio
32:35 que dice “A su tiempo su pie
resbalará”.
La
predicación de Jonathan Edwards se enfocó en mostrar a la congregación la
terrible ira de Dios que se despliega en contra de todos aquellos que
permanecen incrédulos frente a su Palabra, sin importar si son creyentes
profesantes o si son miembros de una iglesia local o si participan de los
sacramentos cristianos.
Algunos
de los asistentes a dicho culto dicen que la predicación de Edwards sobre la
ira de Dios, y en especial del infierno, fue tan usada por el Espíritu Santo,
que la gente podía casi sentir las llamas del infierno quemando sus cuerpos.
El
convencimiento de pecado que Dios trajo sobre la gente fue tal, que
literalmente se postraban en medio de la más grande humillación y suplicaban a
Dios que tuviera misericordia de ellos y les diera el perdón por medio de
Cristo. Así inició un poderoso avivamiento que trajo convicción de pecado y
arrepentimiento en una nación aparentemente cristiana.
Pero
el caso de Jonathan Edwards, aunque aún en el siglo XXI nos impacta, no tiene
comparación con el ministerio del más grande de los hombres nacidos de mujer
que ha pisado nuestro planeta: Juan el Bautista.
Este
poderoso hombre que fue ungido por el Espíritu Santo desde que se encontraba en
el vientre de la madre, que vivía como un ermitaño en los desiertos de Judea y
comía langostas y miel silvestre, este hombre que vivió una vida abnegada fue
usado por Dios para preparar el corazón de Israel, trayéndolos al
arrepentimiento, y allanando el camino por el cual caminaría Su salvador: Jesús
de Nazaret.
Aunque
los autores del Evangelio nos dejaron un registro muy corto de su predicación,
la verdad es que lo anunciado por este heraldo del Señor fue suficiente para
inquietar los corazones del adormecido Israel, y aún hoy sigue siendo un
mensaje que produce temor y temblor en los que lo escuchan.
Juan
el Bautista, siendo el precursor o el heraldo del Mesías tiene como misión
preparar el corazón del pueblo para que reciban con corazones arrepentidos al
que será el Salvador de su pueblo.
Pero
esta preparación no consistió en armar toda una parafernalia en torno al
Mesías, u organizar eventos multitudinarios para que con bombos y platillos le
recibieran, o fungir como un embajador que dialogara con las autoridades
civiles, militares y religiosas de manera que toda la sociedad aceptara con
beneplácito al Salvador. No, la preparación que vino a hacer el Bautista
consistió en retornar los corazones de los hombres y mujeres al Dios de Israel.
Pero
este retorno debería estar marcado por el camino del arrepentimiento. No
podemos allegarnos a Dios sino por la senda de la humillación, al ver cuánto
hemos pecado contra su santa majestad.
El
Bautista luego de dar su mensaje escatológico anunciando el pronto juicio de la
ira de Dios sobre todos los que permanecen impenitentes frente a sus pecados,
atiende a diferentes grupos de personas que, habiendo sido confrontados con el
poderoso mensaje predicado, quieren saber el camino para el verdadero
arrepentimiento.
En
las respuestas de Juan encontraremos las evidencias de un verdadero
arrepentimiento.
Dividiremos
nuestro texto en tres sencillas partes:
1.
El arrepentimiento se evidencia en amor al prójimo v. 10-11
2.
El arrepentimiento se evidencia en hacer lo justo v. 12-13
3.
El arrepentimiento se evidencia en el contentamiento con lo que tenemos v. 14
1. El arrepentimiento se evidencia en amor al prójimo
v. 10-11
Bajo
el ministerio de Juan el Bautista mucha gente estaba saliendo al Jordán para
bautizarse en señal de arrepentimiento. Él llamaba a todos los hombres para que
abandonaran su camino de pecado y volcaran su corazón a Dios.
Estos
que se habían bautizado ahora necesitan instrucción. Ellos requieren saber lo
que Dios espera de ellos, así que por grupos se acercan al predicador y van
haciéndole preguntas respecto al cambio que debe evidenciarse en un corazón
arrepentido.
Ya
Juan ha dicho que era necesario hacer o producir frutos de arrepentimiento, así
que ellos necesitan ayuda del profeta. La pregunta que le formulan al profeta
es ¿Qué haremos?
Bendita
respuesta que se escucha en los labios de aquel cuyo corazón ha sido traspasado
por la Palabra de Dios ¿Qué haremos?
Esta fue la pregunta que hizo el pueblo a Pedro, luego de haber escuchado su
poderosa predicación en el día de Pentecostés, los cuales habiendo sido
convencidos de su pecado, se enfrentaron con la realidad del juicio de Dios y
entonces, en medio de su angustia espiritual le dicen a Pedro “Varones hermanos ¿Qué haremos?” (Hch.
2:37). No hay otra salida cuando hemos escuchado la predicación del verdadero
evangelio.
El
verdadero evangelio nos confronta con la Ley Santa del Dios Santo y expone ante
nosotros el juicio de la ira divina, el mismo infierno, el cual espera a todos
los que no acuden en arrepentimiento ante el Salvador.
Lo
mismo sucedió al carcelero de Filipos, quien fue confrontado con el carácter
cristiano de Pablo y Silas, y no quedándole escapatoria exclama “¿Qué debo hacer…? (Hch. 16:30).
Quiera
el Señor que todos los que escuchen esta predicación también puedan decir con
todo su corazón ¿Qué haremos?
Todos
los hombres deben saber cuáles son los resultados del verdadero arrepentimiento,
no porque seamos salvos por lo que hacemos, sino porque cuando realmente hay
arrepentimiento entonces se dan frutos que lo evidencian. Y esto es lo que la
gente recién bautizada por Juan quiere saber ¿Cómo se evidencia el
arrepentimiento en mi vida diaria?
El
primer grupo que se le acerca está conformado por personas del común,
exceptuando a los publicanos y los
militares.
La
respuesta de Juan es clara y contundente “el
que tiene dos túnicas, dé al que no tiene; y el que tiene qué comer, haga lo
mismo”.
El
amor al prójimo es uno de los primeros y principales frutos del verdadero
arrepentimiento.
Todos
los seres humanos nos caracterizamos por amarnos demasiado a nosotros mismos,
el egoísmo y el egocentrismo es lo que identifica a todo ser humano en su
condición no regenerada. El impío solo piensa en él, acumula bienes materiales
y poco le importa las necesidades del prójimo. Para el pecador la persona más
importante del mundo es él mismo.
Pero
cuando realmente nos hemos arrepentido entonces se produce un cambio profundo.
Nuestro miserable amor es enriquecido por la gracia divina y ahora no somos la
persona más importante del mundo, sino que empieza el camino de la auto-negación.
Juan
les dice que si ellos realmente se han arrepentido entonces deben estar
dispuestos a compartir sus bienes con los necesitados. Si uno de ellos tenía
dos túnicas o camisas, entonces debían compartir una con alguien necesitado del
prójimo. Si ellos tenían algo que comer, entonces debían compartir la comida
con el que no tiene nada.
Esta
es una tremenda lección para nuestro egoísmo innato. Un verdadero creyente no puede
estar tranquilo cuando sabe que su hermano está pasando necesidad. El apóstol
Juan exhortó a los creyentes diciendo “Pero
el que tiene bienes de este mundo y ve a su hermano tener necesidad, y cierra
contra él su corazón, ¿cómo mora el amor de Dios en él? (1 Juan 3:17). El
amor cristiano no puede permanecer impasible ante las necesidades básicas del
ser humano: comer y vestir.
Ahora,
Juan no está hablando a gente rica que tiene abundancia de la cual echar mano y
compartir con el prójimo. Juan está hablando a gente del común que posiblemente
no eran ricas.
Él
les dice, no es necesario tener mucho, si realmente te has arrepentido y ahora
estás reconciliado con Dios; entonces un fruto que evidencia tu nueva vida es
el amor desinteresado al prójimo. Si solo tienes dos camisas, o dos pares de
zapatos, y ves que tu hermano necesita una camisa o un par de zapatos, entonces
lo compartes con él.
No
estamos interesados en acumular cosas, confiamos en el Señor y no queremos
tener nada de sobra mientras otro hermano padece necesidad.
Este
mensaje de Juan el Bautista fue repetido
por Cristo, quien consideraba el amor al prójimo algo característico de un hijo
de Dios. Si no amas y ayudas a los hermanos necesitados, entonces no eres un
salvo, no formas parte de los redimidos por Cristo. Esta es una palabra dura,
pero es lo que dijo el Señor: “Cuando el
Hijo del Hombre venga en su gloria, y todos los santos ángeles con él, entonces
se sentará en su trono de gloria, y serán reunidas delante de él todas las
naciones; y apartará los unos de los otros, como aparta el pastor las ovejas de
los cabritos. Y pondrá las ovejas a su derecha, y los cabritos a su izquierda. Entonces el Rey dirá a los de su derecha:
Venid, benditos de mi Padre, heredad el reino preparado para vosotros desde la
fundación del mundo. Porque tuve hambre,
y me disteis de comer; tuve sed, y me disteis de beber; fui forastero, y me
recogisteis; estuve desnudo, y me cubristeis; enfermo, y me visitasteis; en la
cárcel, y vinisteis a mí. Entonces los justos le responderán diciendo: Señor,
¿cuándo te vimos hambriento, y te sustentamos, o sediento, y te dimos de beber?
¿Y cuándo te vimos forastero, y te recogimos, o desnudo, y te cubrimos? ¿O
cuándo te vimos enfermo, o en la cárcel, y vinimos a ti? Y respondiendo el Rey,
les dirá: De cierto os digo que en cuanto lo hicisteis a uno de estos mis
hermanos más pequeños, a mí lo hicisteis. Entonces dirá también a los de la
izquierda: Apartaos de mí, malditos, al fuego eterno preparado para el diablo y
sus ángeles. Porque tuve hambre, y no me disteis de comer; tuve sed, y no me
disteis de beber; fui forastero, y no me
recogisteis; estuve desnudo, y no me cubristeis; enfermo, y en la cárcel, y no
me visitasteis. Entonces también ellos le responderán diciendo: Señor, ¿cuándo
te vimos hambriento, sediento, forastero, desnudo, enfermo, o en la cárcel, y
no te servimos? Entonces les responderá diciendo: De cierto os digo que en
cuanto no lo hicisteis a uno de estos más pequeños, tampoco a mí lo hicisteis. E
irán éstos al castigo eterno, y los justos a la vida eterna.” Mateo
25:31-46.
Los discípulos de Jesús entendieron
bien el mensaje de Juan el Bautista y trataron de cultivar en la iglesia
apostólica el amor al prójimo, el amor entre ellos mismos, como algo
característico de los salvos. “Todos los
que habían creído estaban juntos, y tenían en común todas las cosas; y vendían
sus propiedades y sus bienes, y lo repartían a todos según la necesidad de cada
uno” (Hch. 2:44-45). “Y la multitud
de los que habían creído era de un corazón y un alma; y ninguno decía ser suyo
propio nada de lo que poseía, sino que tenían todas las cosas en común”
(Hch. 4:32).
La verdadera conversión no consiste
simplemente en iniciar una serie de ejercicios espirituales como la oración, la
lectura de la Palabra de Dios, asistir a los cultos, diezmar, participar de los
sacramentos, No. Hay otras cosas de vital importancia para el creyente, y una
de ellas es cultivar el amor a los hermanos, el amor a los necesitados, el cual
no se manifiesta simplemente en palabras sino en hechos, como dijo Santiago “Y si un hermano o una hermana están
desnudos, y tienen necesidad del mantenimiento de cada día, y alguno de
vosotros les dice: Id en paz, calentaos y saciaos, pero no les dais las cosas
que son necesarias para el cuerpo, ¿de qué aprovecha?” (Stg. 2:15-16).
Quiero hacer una aclaración en este
punto: no estoy diciendo que los creyentes deban vender absolutamente todo lo
que tienen y quedarse sin nada para darlo a la iglesia o a los pobres, no. Cada
uno es responsable de sostener a su familia y proveer lo necesario para una
vida digna. Jesús cuestionó a los religiosos que obligaban a la gente a dar
absolutamente todo lo que tenían al templo, descuidando así el sustento suyo y
de su familia, violando la Ley de Dios: “Les
decía también: Bien invalidáis el mandamiento de Dios para guardar vuestra
tradición. Porque Moisés dijo: Honra a tu padre y a tu madre; y: El que maldiga
al padre o a la madre, muera irremisiblemente. Pero vosotros decís: Basta que
diga un hombre al padre o a la madre: Es Corbán (que quiere decir, mi ofrenda a
Dios) todo aquello con que pudiera ayudarte, y no le dejáis hacer más por su
padre o por su madre, invalidando la palabra de Dios con vuestra tradición que
habéis transmitido. Y muchas cosas hacéis semejantes a estas.” Mr. 7:9-13
2. El arrepentimiento se evidencia en hacer lo justo
v. 12-13
Entre
los bautizados estaban los publicanos o cobradores de impuestos y ellos también
se acercan a Juan con la pregunta ¿Qué
haremos? ¿Cuáles son los frutos del verdadero arrepentimiento?
La
respuesta de Juan es nuevamente clara y tajante, relacionada con la actividad
principal de esta categoría de personas, él les dice: “No exijáis más de lo que os está ordenado”.
La
fe cristiana no solo se relaciona con las actividades eclesiásticas, sino que
ella afecta todo lo que somos y hacemos. No existe una esfera secular donde
actuamos de una manera y otra espiritual donde actuamos de otra manera. No.
Juan les dice: Si ahora se han arrepentido y han sido aceptados por Dios,
entonces su vida entera debe manifestar un cambio. Ningún campo de la actividad
humana permanece inmune ante la acción salutífera del evangelio.
Y
para un cobrador de impuestos su vida giraba en torno al dinero, esta era su
actividad principal. Ellos se caracterizaban por cobrar más dinero del que
debían recaudar porque el dinero excedente se quedaba en sus bolsillos, de
manera que estos publicanos en poco tiempo se volvía gente muy rica.
La
mayoría de ellos no hacían lo justo, sino que en ese amor propio y en ese deseo
de tener más de lo que recibían de manera lícita, caían en injusticias y
extorsionaban a los demás.
Siendo
esta la condición habitual de los cobradores de impuestos en el tiempo de Juan,
él les dice que un fruto de verdadero arrepentimiento consiste en dejar de
hacer lo injusto y resarcir los daños causados.
Cuando
la luz del Evangelio llega a una persona, ya no puede ser la misma. Si es
comerciante y está acostumbrado a actuar con viveza tratando de sacar el máximo
provecho económico de sus negocios, así eso signifique cobrar más de lo justo,
entonces abandona esa práctica injusta y da un cambio total a su filosofía de
negocios. Esto fue lo que sucedió con Zaqueo, otro publicano. Una vez que la
salvación llegó a su casa hubo transformación. Él dijo al Señor “He aquí, Señor la mitad de mis bienes doy a
los pobres; y si en algo he defraudado a alguno, se lo devuelvo cuadruplicado”.
Este cambio en su estructura injusta es una evidencia de que realmente se ha
arrepentido y ahora forma parte del pueblo de los salvos, por cierto, luego de
escuchar estas declaraciones sinceras de Zaqueo, Jesús exclamó: “Hoy ha venido la salvación a esta casa…”
(Luc. 19:8-9).
Es
imposible ser cristiano, ser un nacido de nuevo, un arrepentido y continuar con
prácticas injustas en los negocios o en otras esferas de nuestra vida. Debe
haber un cambio, se debe dejar el pecado y empezar a caminar bajo los
principios de la Ley del Señor.
Ellos
debían actuar inmediatamente. “Debe haber una obediencia inmediata, completa y
de todo corazón. La vacilación es fatal. Medidas a medias causan estragos. A
causa de que es una fuerza destructiva, el pecado no debe mimarse. La acción
injusta debe sustituirse inmediatamente por una justa”[1].
3. El arrepentimiento se evidencia en el
contentamiento con lo que tenemos v. 14
El
tercer grupo que fue bautizado en señal de arrepentimiento y que ahora está
interesado en su crecimiento espiritual también pregunta a Juan ¿Qué haremos? ¿Qué es lo que nos debe
caracterizar como gente arrepentida, como salvos?
Nuevamente
la respuesta es directa y tajante: Dejen de hacer lo malo, ahora hagan lo
bueno. “No hagáis extorsión a nadie, ni
calumniéis; y contentaos con vuestro salario”.
Los
soldados y los militares solían abusar de su autoridad y buscando el bienestar
propio, debido a su egoísmo, extorsionaban a la gente, torturaban a las
personas con el fin de conseguir algún propósito, se prestaban para falsas
acusaciones persiguiendo un ascenso en su carrera militar o réditos económicos.
Algo muy parecido al asunto de los falsos positivos que se presentaron en
Colombia. Don los militares, con el ánimo de recibir mas dinero del que ganaban
por su salario o recibir un ascenso, mataban a personas que nada tenían que ver
con el conflicto armado y los presentaban como guerrilleros o paramilitares
ante el gobierno.
Ellos
no estaban contentos con lo que ganaban sino que deseaban tener más. Juan les
dice que un fruto del verdadero arrepentimiento consiste en el contentamiento
con lo que tenemos. Estamos agradecidos con Dios con el trabajo que tenemos y
el sueldo que percibimos, no estamos afanados en tener cosas que no podemos
comprar.
El
espíritu materialista no forma parte del evangelio de Cristo, nos caracteriza
lo contrario, el contentamiento humilde con las bendiciones que el Señor en su
gracia nos otorga. El apóstol Pablo dijo “Así
que, teniendo sustento y abrigo, estemos contentos con esto” (1 Tim. 6:8).
Y el autor de Hebreos les recuerda a los creyentes “Sean vuestras costumbres sin avaricia, contentos con lo que tenéis
ahora; porque él dijo: No te dejaré ni te desampararé” (Heb. 13:5).
Cuánto sufren aquellos que codician los bienes
materiales, en cuántos pecados caen ellos. “Porque
los que quieren enriquecerse caen en tentación y lazo, y en muchas codicias
necias y dañosas, que hunden a los hombres en destrucción y perdición” (1
Tim. 6:9).
La
codicia quita lo que otros tienen, pero el amor cristiano da a los necesitados.
“Hay quien todo el día codicia; pero el
justo da, y no detiene su mano” (Prov. 21:26).
Aplicaciones:
-
Apreciados oyentes, el verdadero arrepentimiento nos conduce a la expresión
genuina del amor. Y el amor es el cumplimiento de la Ley. Cuando amamos de la
manera en que Juan le mostró a sus seguidores, entonces estamos produciendo los
frutos del verdadero arrepentimiento. No nos engañemos pensando que solo por
hacer una oración de arrepentimiento ya podemos estar seguros de estar en
Cristo y de que nuestros pecados han sido perdonados; si en nuestros corazones
no se expresa el verdadero amor, entonces lo más probable es que realmente no
hay arrepentimiento. Recuerda lo que dijo Jesús: “Porque si perdonáis a los hombres sus ofensas, os perdonará también a
vosotros vuestro Padre celestial; más si no perdonáis a los hombres sus
ofensas, tampoco vuestro Padre os perdonará vuestras ofensas” (Mt.
6:14-15). Mira bien el camino por el que vas, porque si no es el del amor al
prójimo, entonces es probable que sigas en tus pecados. Si no te interesas por
los sufrimientos de otros hermanos, y solo encuentras deleite en satisfacer tus
necesidades, caprichos y vanidades, entonces es probable que vayas por un camino
equivocado. Si tu afán es tener tu closet lleno de ropa o de calzado que no
usas, mientras tú mismo puedes ver que otros hermanos en la fe andan en harapos
y con sus calzados rotos, entonces es probable que vayas por un camino
equivocado
-
Apreciados oyentes que trabajan en empresas o instituciones, ya sean públicas o
privadas, recuerda que como cristiano estamos contentos con lo que ganamos. Si
el sueldo es muy bajo de manera que no alcanza para el sustento básico tuyo y
de tu familia, entonces procurarás un mejor empleo, esperando en el Señor, sin
afanes ni codicias. Pero recuerda que la provisión que Dios nos da, sea mucha o
sea poca, debe producir contentamiento en nosotros. No te afanes por tener un
televisor costoso simplemente porque es lo que está de moda, no te afanes por
tener un auto nuevo y más lujoso, no te afanes por vivir en el mejor sector de
la ciudad, recuerda las palabras de Jesús “Mirad
y guardaos de toda avaricia; porque la vida del hombre no consiste en la
abundancia de los bienes que posee” (Luc. 12:15). Recuerda que la codicia y
el afán de tener más conducen a los hombres a cometer fraudes, a usar medios
ilícitos para alcanzar ascensos, a robar y extorsionar. Libra tu corazón de la
codicia, aprende a estar contento y te conducirás en una vida que agrada a Dios
y serás librado de muchos males y peligros.
-
Apreciado oyente que todavía no tienes un encuentro personal con Cristo, no
trates de pensar que ahora harás buenas obras, darás a los necesitados,
evitarás la codicia y entonces Dios te va a aceptar en su Reino y garantizará
para ti la salvación. No te engañes en tus necios pensamientos. Tus buenas
obras no son más que trapos inmundos delante de Dios. Las buenas obras que
produce un corazón no arrepentido son despreciables delante de la Santa
Majestad porque no son hechas con el fin
correcto: Glorificar a Dios, sino que tienen como propósito aliviar la
conciencia, ser vistos por los hombres o recibir gloria de otros. Si primero no
acudes a Cristo en arrepentimiento por toda tu vida de pecado contra la
santidad de Dios, entonces el infierno será tu paga así hayas sido la persona
más altruista del mundo, así hayas dado todos tus bienes a los pobres y
vivieras solo para socorres al desvalido, eso de nada te servirá delante del
justo Dios y recibirás la recompensa por haber rechazado al Salvador y haber
confiado en sus propias justicias: El infierno eterno. Acude hoy a Cristo en un
acto de humillación, suplica su misericordia, pídele que transforme tu corazón,
y entonces, siguiendo las pisadas del maestro, haciéndose miembro de una
iglesia cristiana, promueve en tu corazón el amor al prójimo, el
desprendimiento de lo material y ayuda a los hermanos más necesitados. Solo así
el Seño encontrará agrado en tus buenas obras.
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