domingo, 3 de julio de 2022

Lucas 2 41-52

 

Una infancia piadosa

Lucas 2:41-52

Este sermón fue predicado por el hermano Julio C. Benítez, quien es uno de los pastores de la Iglesia Bautista Reformada la Gracia de Dios en Medellín, Colombia. Usted puede compartir este sermón con otros a través de medios digitales e impresos, siempre y cuando no sea para la venta, siempre reconociendo y dando los créditos respectivos a su autor.

Introducción:

Si bien es cierto que la historia de la humanidad registra los nombres de muchos hombres y mujeres que llegaron a ser personas ejemplares en algunas áreas de la vida, a pesar de no haber contado con la dicha de crecer en una familia espiritualmente saludable, lo cierto es que familias saludables, por lo general, producen hijos saludables, familias con graves problemas formarán hijos problemáticos.

Recientemente en una investigación que hiciera una universidad colombiana respecto a las causas que están provocando en los jóvenes su inclinación hacia el consumo de las drogas, se encontró que más del 50%  de los jóvenes universitarios que caen en este flagelo vienen de familias disfuncionales o que han crecido en hogares con muchos problemas familiares.

Definitivamente la vida en el hogar es un factor que ejerce una poderosa influencia en los hijos, para bien o para mal.

Y esto es lo que vemos en el caso de Jesús, el Hijo de Dios, pero también el hijo del hombre. En su condición humana necesitó de una familia que lo criara.

En nuestro sermón de hoy veremos un poco más de la calidad de hogar en la cual creció el niño Jesús.

Para una mejor comprensión de nuestro texto lo estructuraremos en las siguientes partes:

1. Una familia piadosa v. 41-42

2. Una compañía piadosa v. 43-47

3. Un negocio piadoso v. 48-50

4. Una sujeción piadosa v. 51-52

 

1. Una familia piadosa v. 41-42

Iban sus padres todos los años a Jerusalén en la fiesta de la pascua; y cuando tuvo doce años, subieron a Jerusalén conforme a la costumbre de la fiesta” (v. 41).

Aunque la Ley del Señor demandaba que los varones judíos debían viajar a Jerusalén para participar de las tres fiestas más importantes: La Pascua, Pentecostés y los Tabernáculos (Ex. 23:14-17; 34:22, 23; Dt. 16:16), debido a las grandes distancias que se debían recorrer y la situación económica de muchas familias, algunos escogieron ir a una sola fiesta, tal vez la más importante, la de la Pascua.

Este era el caso de José. Él anualmente acudía presto y con corazón devoto a la fiesta de la pascua. Pero José no iba solo. Aunque la Ley exigía a los varones asistir a dichas fiestas y no obligaba a las mujeres, José había decidido que toda su casa serviría al Señor, tal como lo hizo Josué en medio de un pueblo que se caracterizaba por tener padres descuidados en la adoración al Señor “Y si mal os parece servir a Jehová, escogeos hoy a quien sirváis; si a los dioses a quienes sirvieron vuestros padres, cuando estuvieron al otro lado del río, o a los dioses de los amorreos en cuya tierra habitáis; pero yo y mi casa serviremos a Jehová” (Jos. 24:15).

La vida cristiana, la religión pura, la devoción a Dios debe ser un asunto familiar. Y José había comprendido esto, pues, la casa o el hogar que es edificado sobre sólidas bases espirituales permanecerá firme y nunca será destruida. “Con sabiduría se edificará la casa, y con prudencia se afirmará” (Prov. 24:3).

Siendo José un hombre piadoso y justo, había asumido con total responsabilidad su labor sacerdotal en casa, de manera que Él no hallaba pleno deleite en la adoración rendida en el templo del Señor, Él no hallaba pleno gozo aprendiendo de los grandes maestros de las Escrituras, si su familia no estaba presente creciendo al mismo tiempo que él.

Por eso José es presentado como un varón justo y piadoso, pues, esta es una de las características distintivas que presenta la Palabra de Dios respecto a los hombres que son conforme al corazón del Señor: Nunca descuidan el crecimiento espiritual de su casa. Dios dijo de Abraham “Porque yo se que mandará a sus hijos y a su casa después de sí, que guarden el camino de Jehová, haciendo justicia y juicio, para que haga venir Jehová sobre Abraham lo que ha hablado acerca de Él” (Gen. 18:19).

El santo Job oraba e intercedía por sus hijos diariamente y ofrecía holocaustos al Señor, esperando encontrar en él la limpieza de los pecados cometidos por su familia (Job 1:5).

David y Salomón dedicaron buena parte de sus vidas para instruir a sus hijos en la sabiduría y el conocimiento del Señor. A pesar de estar tan ocupados en sus labores gubernamentales, ellos supieron aprovechar el tiempo y guiaron a sus hogares en una vida piadosa y de devoción al Señor. Salomón instruía a sus hijos en la fe y no descuidaba la vida espiritual de los suyos, por eso él recomendó a todos los hijos creyentes “Oye, hijo mío, la instrucción de tu padre y no desprecies la dirección de tu madre” (Prov. 1:8).

También el apóstol Pablo insiste en que las iglesias locales deben ser cuidadosas a la hora de escoger hombres para el pastorado, pues, un hombre descuidado en traer a su esposa e hijos a una vida de comunión con el Señor y obediencia a su Santa Ley, no está cualificado para desempeñar tan exigente oficio, por eso él dice en 1 Timoteo 3:4-5 que la Iglesia solo debe fijarse en hombres que “gobiernen bien su casa, que tenga a sus hijos en sujeción con toda honestidad (pues el que no sabe gobernar su propia casa, ¿cómo cuidará de la iglesia de Dios?)”.

José, el padre putativo de Jesús, se convierte en un modelo para todos nosotros los varones creyentes.

Pero de María también podemos decir que era una mujer piadosa y sujeta, pues, ella encontraba deleite en adorar al Señor y acompañar a su marido en tan agotador viaje.  Sin caer en los terribles e idolátricos errores del catolicismo romano, María es un modelo a imitar por las mujeres creyentes de todos los tiempos. Sujeta a su marido y complacida en adorar al Señor en el templo, a pesar de lo desgastador que sería para una mujer hacer un recorrido tan largo y en penosas circunstancias.

Lucas, presenta de esta manera a la familia en la cual se crió el niño Jesús: Iban todos los años a Jerusalén a la fiesta de la pascua. No importaba el clima o la situación económica, no importaba si ese día coincidía con el día del padre o de la madre, para ellos lo más importante era adorar al Señor siempre, pero de manera especial en los días que él había establecido.

No sería difícil suponer que esta familia guardaba de manera devota el día del Señor. Ellos guardaban el Sábado, como la Ley ordenaba, y suponemos, no sin razón, que José y María entrenaban todos los viernes en la noche al niño Jesús para que preparara su corazón y mente, de manera que el Sábado o el día de reposo fuera un día especial dedicado por completo a la adoración al Señor y el estudio de las Sagradas Escrituras.

De seguro que el hogar donde se crió Jesús tomaba en serio el día santo del reposo y lo dedicaban, no al ocio, sino a lo que es correcto hacer en tan hermoso día: adorar y conocer al Señor.

Si José viviera en nuestro tiempo consideraría una gran afrenta que en su casa la televisión fuese el instructor que preparare el corazón de nosotros o de nuestros hijos para celebrar el día del Señor. Él instruiría a su esposa para que haga las compras del mercado en otro día, menos en el día del Señor, en ese día que debe ocuparse por completo para la adoración a él y las obras de misericordia. “Acuérdate del día de reposo para santificarlo. Seis días trabajarás, y harás toda tu obra; mas el séptimo día es reposo para Jehová tu Dios; no hagas en él obra alguna, tú, ni tu hijo, ni tu hija, ni tu siervo, ni tu criada, ni tu bestia, ni tu extranjero que está dentro de tus puertas, porque en seis días hizo Jehová los cielos y la tierra, el mar, y todas las cosas que en ellos hay, y reposó en el séptimo día; por tanto, Jehová bendijo el día de reposo y lo santificó” (Ex. 20:8-11).    Si retrajeres del día de reposo tu pie, de hacer tu voluntad en mi día santo, y lo llamares delicia, santo, glorioso de Jehová; y lo venerares, no andando en tus propios caminos, ni buscando tu voluntad, ni hablando tus propias palabras, entonces te deleitarás en Jehová; y yo te haré subir sobre las alturas de la tierra, y te daré a comer la heredad de Jacob tu padre; porque la boca de Jehová lo ha hablado” (Is. 58:13-14).

La resurrección de Jesús inauguró una nueva edad para el pueblo de Dios, de manera que el día de reposo fue pasado del Sábado al Domingo, por lo tanto, los creyentes, los miembros del pacto, guardamos con total devoción este santo día, así como hacía la familia piadosa en la cual se crió Jesús.

En el verso 42 Lucas dice que Jesús subió con sus padres a la fiesta de la pascua en Jerusalén, cuando cumplió 12 años, conforme a la costumbre de la fiesta. Cuando un niño varón cumplía los 13 años, se consideraba que había llegado a la edad de la madurez y la responsabilidad en cuanto al cumplimiento de los mandamientos de la Ley del Señor, de manera que desde esa edad los niños varones debían empezar a asistir a las fiestas más importantes que se celebraban en Jerusalén. Aunque ellos en sus casas aprendían la Ley del Señor bajo la instrucción de sus padres, era menester que ya empezaran a cumplir con todas las exigencias que se requerían para los varones adultos. Desde esta edad a los niños varones se les denominada “hijos de la ley” o “bar mitzvah”.

De manera, que como un acto de preparación para la llegada de la adultez en cuanto a la responsabilidad frente a la Ley, cuando los varones se convertían en miembros plenos de la sinagoga, a los 12 años los niños eran llevados por primera vez a la fiesta de la pascua.

Cuán cuidadoso era José en obedecer los preceptos del Señor. Ahora no solo María le acompañaría en los largos peregrinajes a Jerusalén, sino que también su hijo se uniría a las voces de miles de peregrinos que entonaban Salmos camino a Jerusalén, la ciudad del gran Rey. Pero esta transición, de niño a adulto, en cuanto a las responsabilidades espirituales, no se daba de una manera abrupta, sino que el niño era instruido por sus padres para tan importante etapa.

Cuánta bendición tienen los hijos cuyos padres son creyentes y piadosos, de manera que desde que nacen están siendo instruidos para que en la medida que crezcan asuman su responsabilidad espiritual frente a la Ley santa del Señor.

Estos padres no son de los que dicen: “oh, no hermano, no podemos presionarlos para que asistan a los cultos o para que estén escuchando la predicación tan larga que se da en la iglesia. No, ellos aún son pequeños, si los presionamos van a irse en contra de la religión, así que mejor empezamos la instrucción más tarde, cuando ellos logren entender mejor estos asuntos”. No, los padres que hacen eso muy pronto verán los resultados de sus descuidos y tendrán hijos a los cuales les será más difícil venir a los cultos de la iglesia o estar atentos a la predicación de la Palabra.

De seguro que José y María prepararon a Jesús para este gran día desde su nacimiento. Ellos, al igual que la madre de Timoteo supieron que no podían descuidarse ni un segundo en la formación espiritual de sus hijos. Jesús persistió en la enseñanza bíblica que había recibido de sus padres, en casa “Pero persiste tú en lo que has aprendido y te persuadiste sabiendo de quién has aprendido; y que desde la niñez has sabido las Sagradas Escrituras, las cuales te pueden hacer sabio para la salvación por la fe que es en Cristo Jesús.” ( 2 Tim. 3:14-15).

Los padres creyentes no solo se preocupan porque sus hijos desarrollen destrezas intelectuales o artísticas, sino que, a la par con su desarrollo físico e intelectual, ellos necesitan ser aventajados en las cosas espirituales.

José no solo enseñó a su hijo el arte de la carpintería, y de seguro que tanto José como Jesús se esforzaron por hacer su trabajo de manera que Dios fuera glorificado, sino que consideró de gran importancia el que fuera entrenado en los asuntos espirituales.

Un niño se convertía en hijo de la Ley a los 13 años, pero como preparación para tan importante evento en la vida familiar, los padres acostumbraban a llevar al niño a la edad de 12 años a la fiesta de la pascua. Esto fue lo que hicieron José y María.

Pero en este cuadro que nos presenta Lucas, no solo vemos la piedad de José y María, sino la obediencia de Jesús, Era un niño de 12 años. Estaba atravesando una edad que es considerada traumática por algunos padres, pues, existe la creencia  de que a esa edad los niños, siendo que están pasando de la niñez a la adolescencia, sufren profundos cambios emocionales, de manera que se tornan un poco rebeldes a las instrucciones de los padres. Pero esto no debe ser así. Esa edad no necesariamente tiene que ser un tiempo de rebeldía, sino lo contrario. Siendo que el niño ahora pasará a una etapa de mayor madurez, entonces es cuando requiere escuchar con más dedicación las instrucciones de sus padres.

En esa edad es cuando más debe obedecer el consejo del sabio proverbista: “Oye, hijo mío, la instrucción de tu padre, y no desprecies la dirección de tu madre; porque adorno de gracia serán a tu cabeza, y collares a tu cuello” (Prov. 1:8-9).

El joven Jesús no rehusó las instrucciones de sus padres, y con gozo aceptó ir a Jerusalén. Él había aprendido que la mayor complacencia de un judío debía estar en amar la habitación de la casa de Dios. De seguro que a los 12 años ya su alma pura deseaba estar en la casa de su Padre y con el salmista debía orar “Como el ciervo brama por las corrientes de las aguas, así clama por ti, oh Dios, el alma mía. Amo Jehová las puertas de Sion más que todas las moradas de Jacob. Yo me alegré con los que me decían: a la casa de Jehová iremos. Nuestros pies estuvieron en tus puertas, oh Jerusalén” (Sal. 42:1; 87:2; 122:1,2).

No podemos imaginar siquiera cuál sería la emoción de este niño piadoso al contemplar los enormes edificios que constituían el impresionante templo de Jerusalén, al ver a los doctores de la Ley, los cuales, versados en las Sagradas Escrituras la enseñaban a los demás.

¿Qué sintió su alma inquieta al ver los rituales de sacrificios de animales en el templo? Todo esto era alimento para su corazón, pues, un día, él mismo sería el cordero pascual que sacrificado en una cruz daría su sangre para redimir, no solo a los primogénitos, sino a todos los escogidos de Dios.  

Aplicaciones:

- Apreciados padres que escuchan esta predicación, nuevamente hemos sido heridos por la Palabra del Señor, ella nos confronta y nos reta a cumplir con nuestras responsabilidades espirituales para con nuestros hijos. Sigue el ejemplo de José, quien animaba a su esposa María para que le acompañara en sus visitas al templo. En ese tiempo las mujeres no estaban obligadas a asistir a las fiestas en Jerusalén, pero José no quería disfrutar solo de los manjares espirituales que se recibían en su casa, sino que animaba a su piadosa esposa para que asistiera, y ella lo hacía con total entusiasmo. José y María se regocijaron cuando su hijo pudo acompañarlos a las fiestas sagradas, de manera que lo prepararon e instruyeron para que asumiera con total responsabilidad su vida bajo los preceptos divinos. Apreciado hermano, si tu esposa no quiere venir a los cultos, anímala, conquístala, ora por ella, no estés completamente tranquilo viniendo tu solo a los cultos. Ella también necesita del Señor. Apreciado padre, no dejes a tus hijos en casa en el día del Señor, siendo instruidos por el diablo a través de la televisión o los amigos de la calle. Que tu corazón no esté completamente tranquilo mientras no puedas ver a toda tu casa adorando y sirviendo al Señor.

- El matrimonio es un estado vital para el ser humano. Tiene un gran efecto sobre las almas de los cónyuges. Los dos pueden ayudarse a crecer o a decrecer, a acercarse al cielo o al infierno. Nosotros somos afectados por las compañías con las cuales andamos, aprendemos sus mañas o sus virtudes, y esto es más notorio en el matrimonio. “Todos los que están casados o piensan en casarse deben valorar bien estas cosas. Deben tomar ejemplo de la conducta de José y María, y decidir hacer lo mismo. Deben orar y leer la Biblia juntos, e ir a la casa de Dios juntos y hablarse el uno al otro acerca de cuestiones espirituales. Sobre todo, deben cuidar de no poner obstáculos y estorbos en el camino del otro acerca de los medios de gracia”[1].

- Apreciado niño y joven que has escuchado esta predicación, ¿Amas estar en la casa del Señor que es la Iglesia del Dios viviente? ¿Te deleitas cuando tus padres te dicen que van a asistir al culto en el día del Señor o al culto de oración? O por el contrario ¿te identificas con aquellos desobedientes e impíos que aman más las cosas de este mundo, las cuales conducen a la muerte o la destrucción? Recuerda que si no amas la casa del Señor y sus cultos, entonces amarás las moradas de maldad donde los hombres cultivan su propia destrucción. ¿Cuáles son tus preferencias en el día del Señor, el domingo? ¿La televisión, dormir hasta tarde, salir al parque, salir de paseo, el ocio? O como el joven Jesús ¿Amas levantarte temprano para estar a tiempo en el culto y compartir con el resto de creyentes el gozo de adorar y conocer al Señor? ¿Amas cantar salmos e himnos a su nombre en el culto? O ¿Vienes como un espectador que se sienta indiferente a contemplar como los demás cantan y oran al Salvador? No imites lo malo, sino lo bueno. Imita al joven Jesús, quien siempre buscó las mejores compañías, no las peores. Él buscaba estar cerca de sus padres y de aquellos que le ayudaran a cultivar un espíritu piadoso, amante del Padre celestial. No sigas la corriente de este mundo ni la compañía de aquellos niños o personas que piensan que la vida cristiana es aburrida o tonta, recuerda que ellos no quieren tu bienestar, buscan tu destrucción. Pero hay uno que vino a dar vida y vida en abundancia, ese es Jesús, el Salvador del mundo. Acude hoy a sus pies por medio de la oración, suplica su misericordia, que te dé el perdón de tus pecados y te conceda un corazón amante de lo bueno, de lo puro, de aquello que es para la verdadera edificación.



[1] Ryle, J. C. Meditaciones sobre los evangelios. Lucas 1-10. Página 113.

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