viernes, 22 de junio de 2018

Es posible que un creyente termine imitando a sus padres en pecados terribles


Me da gusto saludarle pastor.
Sepa que he orado por usted y su vida, así como por su ministerio. Ruego a Dios que cada día le provea más de la sabiduría divina tan necesaria y vital en estos tiempos dentro del liderazgo.
Quiero hacerle una pregunta de manera muy especial y me gustaría que fuese anónima, si es que usted la publica en su blog. Es por respeto a la persona que tiene la inquietud acerca de lo que le preguntaré.

Cada creyente, por naturaleza, tiene cierta tendencia hacia el pecado. Es claro que algunas personas tienen una tendencia mayor a mentir así como otras a robar, así como otras a… ¿Esas tendencias hacia determinado pecado (siendo creyente) se basa en mis raíces parentales? Es otras palabras, ¿yo tengo la herencia de mi padre que fue una persona terriblemente pecadora y por ende yo tengo la tendencia al mismo pecado o formas de pecar?

Pregunto esto porque en estos días escuché a un querido hermano pastor que predicando decía que su padre era un criminal y que por ende, él temía ser de igual manera, un criminal. ¿Es esto posible siendo una nueva creación en Cristo?




Apreciado Héctor, saludos fraternales.

Gracias por enviarnos su pregunta. Lamentamos mucho la demora en responder, pero, hemos recibido tantas que, en ocasiones, puede pasar hasta un año para sentarnos a responderlas, a la luz de las Sagradas Escrituras.
Respecto a su pregunta, podemos decir lo siguiente:
Primero, la Biblia nos muestra, tanto por precepto como por ejemplo, que los hijos imitan a los padres, especialmente, en sus pecados.
Los hijos heredan la naturaleza pecaminosa de sus padres, la cual se recibió de Adán. Por eso, luego de la caída en el pecado, cuando Adán tuvo un hijo, ya no dice que fue engendrado a la imagen y semejanza de Dios, sino de Adán: “Y vivió Adán ciento treinta años, y engendró un hijo a su semejanza, conforme a su imagen, y llamó su nombre Set” (Gén. 5:3). Cuando Adán pecó, en él pecaron todos los hombres, y en consencuencia, todos los hombres nacen con una naturaleza pecaminosa, inclinada siempre al mal: “Por tanto, como el pecado entró en el mundo por un hombre, y por el pecado la muerte, así la muerte pasó a todos los hombres, por cuanto todos pecaron” (Ro. 5:12). No solo se trata de la muerte física, sino de la muerte espiritual. Todos los hijos de Adán nos volvimos inútiles para hacer lo bueno según Dios, para obedecer sus leyes santas: “Como está escrito: No hay justo, ni aún uno; no hay quien entienda. No hay quien busque a Dios. Todos se desviaron, a una se hicieron inútiles; no hay quien haga lo bueno, no hay ni siquiera uno. Sepulco abierto es su garganta; con su lengua engañan. Veneno de áspides hay debajo de sus labios; su boca está llena de maldición y amargura. Sus pies se apresuran para derramar sangre; quebranto y desventura hay en sus caminos; y no conocieron camino de paz. No hay temor de Dios delante de sus ojos” (Ro. 3:10-18).
Desde el principio mismo el ser humano, niños, jóvenes y ancianos, manifestó la inclinación natural que tiene hacia el pecado: “Y vio Jehová que la maldad de los hombres era mucha en la tierra, y que todo designio de los pensamientos del corazón de ellos, era de continuo solamente el mal” (Gén. 6:5).
El hombre, entonces, hacía el mal por la inclinación natural que llevaba dentro, es decir, por la naturaleza pecaminosa que recibía de sus padres, estando aún en el vientre (Se apartaron los impíos desde la matriz ( Sal. 58:3); He aquí, en maldad he sido formado, y en pecado me concibió mi madre (Sal. 52:5). Además, para complicar más el asunto, los hombres no solo hacen el mal por la inclinación natural, sino por el aprendizaje o la imitación.
Un caso claro es el de Isaac, quien vio a su padre Abraham acudir dos veces al pecado de la mentira para librarse de un problema imaginario, en el cual se suponía que los habitantes de cierta región lo iban a matar a causa de su esposa, quien era muy hermosa (Gén. 12:13; Gén. 20:2). Aunque Isaac aún no había nacido, de seguro que conoció lo que hizo su padre, de manera que, cuando tuvo que enfrentarse con una situación imaginaria parecida, acudió al mismo pecado de la mentira: “Y los hombres de aquel lugar le preguntaron acerca de su mujer; y él respondió: Es mi hermana; porque tuvo miedo de decir: Es mi mujer, pensando que tal vez los hombres del lugar lo matarían por causa de Rebeca, pues ella era de hermoso aspecto” (Gén. 26:7).
Cuando vemos la historia de Israel, especialmente en sus momentos de vida espiritual más oscuros, encontramos que la mayoría de los hijos imitaron a sus padres en el pecado de la idolatría.
La realidad del ser humano es que los hijos terminan imitando a sus padres, especialmente en sus actos pecaminosos. Un padre borracho, fumador y mal hablado, será imitado por sus hijos en esta misma clase de pecados. Un padre estafador, mentiroso y perezoso, engendrará hijos que lo imitarán en estas maldades. Un padre inmoral, fornicario y adúltero, engendrará hijos que lo imitarán en estas perversiones. Ya entendemos porqué en Latinoamérica ha sido tan difícil erradicar la corrupción, pues, los hijos aprendieron de sus padres estas mañas, y las vuelven su práctica diaria en todos los aspectos de la vida.
Ahora, esto no significa que los hijos obligatoriamente deban terminar haciendo las mismas maldades de sus padres. Algunos hijos han roto con esa herencia de imitación y han cambiado el paradigma establecido. No obstante, lo más usual es que los hijos terminen imitando el pecado de sus padres.
Ahora, la buena nueva es que Cristo, a través del Evangelio transforma para siempre al hombre, dándole una nueva dida, infundiendo en él un nuevo principio de santidad y amor por la Ley santa del Señor; cambiando el chip antiguo de la inclinación hacia el pecado, y dándoles el Espíritu Santo, quien les lleva a andar en novedad de vida, en santidad, amor y rectitud. Por eso el apóstol Pablo pudo decir: “De modo que si alguno está en Cristo, nueva criatura es; las cosas viejas pasaron; he aquí todas son hechas nuevas” (2 Cor. 5:17). Es decir, si el padre fue un estafador, borracho, mal hablado o fornicario, el hijo, ahora en Crsito, ha roto con esa cultura de maldad, y en él ha empezado a obrar un nuevo principio de santidad que lo lleva a imitar a su padre, Dios, y no al diablo.
El apóstol Pablo le dijo a los creyentes de Corinto que ellos habían sido “fornicarios… idólatras… adúlteros… afeminados… homosexuales… ladrones… avaros… borrachos… maldicientes… y estafadores… mas ya habéis sido lavados, ya habéis sido santificados, ya habéis sido justificados en el nombre del Señor Jesús, y por el Espíritu de nuestro Dios” (1 Cor. 6:10-11). Cuando el Espíritu Santo obra en el corazón de la persona, y le da el nuevo nacimiento y la conversión, empieza una ruptura con el pecado, pues, ahora el propósito del Espíritu en él es conformarlo a la imagen de Cristo: “No mintáis los unos a los otros, habiéndoos despodajo del viejo hombre, con sus hechos, y revestido del nuevo, el cual conforme a la imagen del que lo creó se va renovando hasta el conocimiento pleno” (Col. 3:9-10).
La exposición constante a la Palabra de Dios, la oración sin cesar, el uso de los medios de Gracia, la asistencia a una iglesia bíblica donde se predique expositivamente y el consejo sabio de los pastores; serán instrumentos para la nueva criatura en Cristo crezca en santidad, abandonando los pecados que se habían constituido en práctica habitual de su alma, ya sea por la inclinación natural de su corazón o por el aprendizaje por imitación de sus padres o familiares.
Los cristianos somos exhortados a imitar a nuestro nuevo padre: “Sed, pues, imitadores de Dios como hijos amados” (Ef. 5:1).
Su servidor en Cristo,
Julio César Benítez

Nota: Usted puede ver la respuesta a esta y otras preguntas ingresando a: http://forobiblico.blogspot.com/

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