lunes, 7 de septiembre de 2015

Judas (11b). El error de Balaam: Los que pervierten la doctrina por su corazón codicioso

Juicio de maldición sobre diferentes clases de falsos maestros:
El Error de Balaam: Los que pervierten la doctrina por su corazón codicioso
Judas 11 (Segunda parte)
Introducción:
Una de las causas que condujeron a la gran explosión de la Reforma Evangélica en el siglo XVI liderada por Martín Lutero fueron los abusos eclesiásticos relacionados con el dinero y los bienes materiales. Muchas personas llegaron a cansarse del afán puramente materialista que tenían los pastores de su tiempo: El Papa, los cardenales, arzobispos, obispos y sacerdotes.
La historia nos cuenta que la mayoría de los hombres que ocuparon estos cargos eclesiásticos durante la Edad Media, no tenían como fin principal el servir a la Iglesia, sino que la Iglesia les sirviera como medio para acumular riquezas personales.
Algunas de las prácticas mercantilistas mas repudiadas por la historia son:
Las anatas. Era la práctica por la cual se requería que un obispo diera todas las entradas económicas del primer año de su obispado a Roma. Los obispos hacían esto con gusto, porque luego del primer año su cargo producía ganancias fabulosas.
Las colocaciones. Era la práctica de Roma de cambiar obispos después de un tiempo a puestos que estaban vacantes. De esta forma el Vaticano se aseguraba de recibir más recursos por las anatas que debían pagar los obispos trasladados a un nuevo sitio. No era extraño que los obispos fueran cambiados constantemente.
Las preservaciones. Los Papas reservaban para sí mismos los mejores puestos eclesiásticos, los que significaban mayores entradas económicas. Los Papas enviaban representantes suyos para recibir los fondos recolectados en dichos cargos.
Las dispensaciones. Era el pago que podía dar una persona a cambio de violar la ley canónica. Ejemplo, si una persona quería ocupar un cargo eclesiástico, y no cumplía con la edad, entonces pagaba a Roma una dispensación y ocupaba el cargo deseado.
La simonía. Era la práctica de la venta y compra de cargos eclesiásticos. Cuando un puesto quedaba vacante, el Papa le podía poner un precio y éste era entregado al mejor postor.
El nepotismo. Era la práctica de nombrar familiares para cargos eclesiásticos que en muchos casos eran hereditarios. Se cuenta de un Papa que nombró a su sobrino de 14 años de edad para el puesto de cardenal.
El pluralismo. Hace referencia a la práctica de ocupar más de un puesto eclesiástico simultáneamente. Se cuenta del caso del hijo del Duque de Lorena que simultáneamente ocupó 9 puestos de Abad, 9 de Obispo, 3 de arzobispo y 1 de Cardenal.
Las indulgencias. Esta fue la práctica que más indignó a Lutero y a mucha gente de su tiempo. Consistía en vender el perdón de los pecados. La Iglesia afirmaba que ella era la administradora del banco de méritos. Este banco guardaba todas las buenas obras que les habían sobrado a los santos de toda la historia de la iglesia. Ejemplo, el apóstol Pedro hizo tantas buenas obras, que le sirvieron para salvarse él, y le sobraron muchísimos méritos. Estos méritos ahora eran administrados por la iglesia y podían ser dispensados a todo aquel que la Iglesia, en cabeza del Papa, quisiera dar. Pero la iglesia no los daba gratis, sino que los vendía, a través de las indulgencias. Siendo que la mayoría de católicos evidentemente pecaban, entonces muchos de ellos, sino todos, no tenían la esperanza de entrar al cielo, por lo tanto, su salvo conducto podría ser el adquirir algunas de estas indulgencias, que servían no solo para ellos mismos, sino para comprar el cielo a favor de familiares que habían muerto y podían estar sufriendo en el “purgatorio”.
Cuando los cristianos de nuestro siglo post-moderno escuchamos lo que la historia nos cuenta de los abusos eclesiásticos de la Edad Media, nos sorprendemos al ver el espíritu egoísta y materialista que caracterizó a los que debían ser humildes pastores que no buscaban su propio bien sino el de las almas.
Pero esto no solo sucedió en el Catolicismo Romano o en la Edad Media, no. Esto ha pasado en muchas épocas de la historia de la iglesia, y hoy día es el común en numerosas iglesias que se llaman cristianas o evangélicas.
Analicemos hoy, con el maestro Judas, en qué consiste “el error de Balaam” como modelo de un falso maestro o de un falso pastor, el cual recibirá la justa condenación de la ira de Dios, de manera que no sigamos a esos maestros del error.
“!Ay de ellos! Porque han seguido el camino de Caín, y se lanzaron por lucro en el error de Balaam…” (Judas 11).
Los falsos maestros que denuncia Judas no solo se caracterizan por pervertir la verdadera adoración (como fue el caso de Caín), por su falta de amor, por su desinterés en la salvación de las personas, su egoísmo e iniquidad; sino que otros falsos maestros se visten de diferente ropaje.
La segunda clase de falsos profetas que nos presenta Judas, se visten con un ropaje de espiritualidad, y hasta tienen la capacidad de hacer algunos milagros. En un tiempo pudieron escuchar la voz de Dios y hasta podían bendecir en su nombre. Eran tenidos por profetas del Dios vivo, pero, a causa de la avaricia de sus corazones, decidieron usar estas facultades espirituales para sacar el máximo provecho personal, y recibir, a cambio de ministrar estos dones, grandes ganancias económicas.
Con el fin de detectar a estos falsos maestros que han hecho y hacen daño a la iglesia, analicemos quién era este Balaam en lo que tiene que ver con su actividad lucrativa.
La historia de este misterioso hombre que era tenido por adivino entre las tribus de Moab, y al parecer Dios le había otorgado algunas gracias proféticas, y tenía cierta comunicación directa con él, se encuentra en números capítulos 22 al 25.
Cuando Israel recién salía victorioso de Egipto, y luego que Dios destruyera al poderoso ejército de Faraón, las naciones y pueblos que estaban ubicadas en la ruta escogida por Dios para que el pueblo llegara a la tierra prometida, estaban atemorizadas ante el paso de Israel, porque Dios estaba con ellos y no había ejército alguno que pudiera hacerles frente. En esta angustia se encontraba el pueblo de Moab, quien en cabeza de Balac estaba tratando de evitar la destrucción que con seguridad se cernía sobre ellos.
Los príncipes y sabios que acompañaban a Balac le aconsejaron que no hiciera guerra contra Israel porque de seguro serían destruidos, sino que más bien acudiera a algún poderoso hechicero o adivino que pudiera maldecir a esa nación. En esa búsqueda encontraron a un adivino o profeta llamado Balaam, quien tenía la fama de poder bendecir o maldecir de manera efectiva.
No sabemos cómo Balaam conoció del Dios verdadero, pero, según el relato bíblico, en algunas ocasiones Dios le habló directamente, y este hombre tenía cierto temor hacia Jehová, el Dios de Israel. Así como Abraham, en medio de una nación idólatra y pagana, pudo escuchar la voz de Jehová Dios que lo llamó para servirle, este Balaam también había recibido alguna revelación del Dios verdadero en medio de un pueblo pagano.
La fama de Balaam, como profeta o adivino, se había extendido por esas tierras, y hasta los reyes querían usar sus servicios.
Balac envió emisarios para que le pidieran a Balaam que fuera a maldecir a la nación de Israel, y éste, luego de consultar con Dios, decidió no ir porque el Señor le había dicho que Israel era una nación bendecida por él y nadie podría maldecirla, ni ningún agüero o hechicería podría hacerle daño (Num. 23:23). Luego de esta negativa, el gobernante Balac decide seducir al profeta con algo que tiene el poder de corromper los más piadosos corazones: El dinero, las riquezas y el honor mundano.
Así que Balac le envía a príncipes (pocos hombres no se dejan atrapar por la atractiva personalidad que tienen los príncipes o poderosos), para ofrecerle, no solo dádivas económicas, sino la honra de este mundo: Tal vez cargos políticos y reconocimientos nacionales.
En vista de este atractivo ofrecimiento, Balaam, sabiendo cuál es la respuesta de Dios, pues, ya se la ha dicho “No vayas con ellos, ni maldigas al pueblo, porque bendito es” (Num. 22:12), decide tratar de persuadir a Dios, tal vez pensando que Dios se deja deslumbrar por el atractivo, el poder y el dinero de los hombres. En vista de que el corazón de este profeta ha sido movido por los ofrecimientos terrenos de los príncipes, entonces el Señor decide dejarlo ir, no con su consentimiento, sino para llevarlo a su destrucción, pues, todo aquel que conociendo la voluntad revelada de Dios, persiste en querer hacer lo contrario a ella, entonces está cavando el pozo de su propia miseria y ruina espiritual.
Balaam tenía ciertas facultades proféticas que Dios en su gracia quiso concederle, y estos dones debían ser usados para el servicio a los propósitos divinos. Dios no se los dio con el fin de que él alcanzara cierto estatus económico, social o político, pero él prefirió el premio de la maldad. (2 Pedro 2:15).
Este premio de la maldad del cual habla Pedro, hace referencia al uso que los profetas o maestros espirituales le dan a sus capacidades dadas por Dios para sacar provecho personal. De Balaam no se nos dice que estuviera pasando grandes necesidades económicas cuando Balac envió a sus emisarios para que lo sedujeran con dádivas y honores políticos. No. Él debía aprender a confiar en el Señor y depender de él para su sustento. Pero su corazón avaro lo llevó a contemplar con agrado la posibilidad de sacar provecho económico, personal y social de sus facultades espirituales.
Esto es un gran pecado que Dios castigará con el furor de su ira. Porque su palabra es clara al respecto: “De gracia recibisteis, dad de gracia” (Mt. 10:8). Pero no solo en tiempos de Israel en el desierto habían profetas y maestros espirituales que se desviaban del camino recto para tergiversar la doctrina y convertir la religión en una fuente de lucro personal; mucho tiempo después, dentro del pueblo de Dios, se levantaron falsos profetas y maestros a los cuales no les importaban las almas de las personas, o el avance del Reino de Dios, sino la satisfacción de sus propios apetitos. El profeta Isaías dijo: “Sus atalayas son ciegos, todos ellos ignorantes; todos ellos perros mudos, no pueden ladrar; soñolientos, aman el dormir. Y esos perros comilones son insaciables; y los pastores mismos no saben entender; todos ellos siguen sus propios caminos, cada uno busca su propio provecho, cada uno por su lado” (Is. 56:10-11).
Luego, en tiempos de Miqueas, los falsos profetas abundaban entre el pueblo de Dios y ya no predicaban lo que Dios quería decir al pueblo, que casi siempre los estaba reprendiendo por su desobediencia a la Santa Ley, sino que hablaban al pueblo lo que ellos querían escuchar, lo que satisfacía a sus mundanos y terrenos placeres, todo con el fin de sacar provecho económico de su actividad espiritual: “…sus sacerdotes enseñan por precio, y sus profetas adivinan por dinero; y se apoyan en Jehová, diciendo: ¿No está Jehová entre nosotros? No vendrá mal sobre vosotros.” (Miq. 3:11).
Pero en tiempos de la iglesia en el Nuevo Testamento no cesaría el actuar de los maestros, profetas y pastores que, habiendo recibido facultades espirituales de la gracia de Dios, usarían estas facultades, no para servir con humildad a los demás, sino como un medio para obtener lucro de manera que puedan darse una vida de lujos, privilegios, comodidades y de honor frente al mundo. El apóstol Pablo, al despedirse de los ancianos o pastores de la iglesia de Éfeso, les advierte que deben tener mucho cuidado por ellos mismos y por el rebaño, pues, de entre los pastores se levantarían algunos que no tendrían ningún interés en la salvación de las almas, sino en usar la religión como un medio para alcanzar sus intereses egoístas. Estos pastores no tendrían piedad de las ovejas, sino que se comerían sus carnes y las destruirían, todo, para satisfacer sus propios deseos. Estos falsos pastores cambiarían la doctrina bíblica por una sarta de mentiras y perversiones doctrinales, todo con el fin de atraer tras sí a los creyentes y contar con un buen número de seguidores que satisfagan sus deseos materialistas y pecaminosos: “Por tanto, mirad por vosotros, y por todo el rebaño en que el Espíritu Santo os ha puesto por obispos, para apacentar la iglesia del Señor, la cual él ganó por su propia sangre. Porque yo sé que después de mi partida entrarán en medio de vosotros lobos rapaces, que no perdonarán al rebaño. Y de vosotros mismos se levantarán hombres que hablen cosas perversas para arrastrar tras sí a los discípulos” (Hch. 20:28-30).
Pero no solo en tiempos apostólicos surgieron los falsos profetas que, así como Balaam, estuvieron dispuestos a usar la fe como medio de lucro. El apóstol Pedro, en un pasaje paralelo al que estamos estudiando en Judas, advierte que vendrían tiempos en los cuales se levantarían falsos profetas y faltos pastores que no tendrían misericordia de la gente, sino que como Balaam estarían dispuestos a cambiar la pureza de la doctrina bíblica, con el fin de hablar palabras lisonjeras y agradables al pecaminoso oído de sus oyentes, de manera que cultivarían grandes masas de seguidores, de los cuales no tendrían piedad, sino que los explotarían económicamente a cambio de los supuestos servicios espirituales que ellos les dan. “Pero hubo también falsos profetas entre el pueblo, como habrá entre vosotros falsos maestros, que introducirán encubiertamente herejías destructoras, y aun negarán al Señor que los rescató, atrayendo sobre sí mismos destrucción repentina. Y muchos seguirán sus disoluciones, por causa de los cuales el camino de la verdad será blasfemado, y por avaricia harán mercadería de vosotros con palabras fingidas” (2 Ped. 2:1-3).
Ejercer ciertas funciones dentro del reino de Dios, sino se hace con humildad y en dependencia total de la Gracia divina, puede conducir a un desvío peligroso, pues, la naturaleza pecaminosa del ser humano siempre le lleva a buscar el bien propio, y olvidarse del bien común. Nuestro pecado residual aún busca la gloria, el poder y las riquezas. Y cuánto peligro asedia a los pastores o maestros cristianos cuando bajo su liderazgo espiritual hay muchas personas, las cuales se someten a su dirección. No es fácil mantenerse en la lucha y evitar a toda costa ceder ante la tentación de aprovecharse de ese lugar de liderazgo para crecer en el poder, el ego, el honor mundano y las riquezas. Por eso el apóstol Pedro, dando instrucciones a los pastores les dice: “Ruego a los ancianos que están entre vosotros, yo anciano también con ellos, y testigo de los padecimientos de Cristo, que soy también participante de la gloria que será revelada: Apacentad la grey de Dios que está entre vosotros, cuidando de ella, no por fuerza, sino voluntariamente; no por ganancia deshonesta, sino con ánimo pronto; no como teniendo señorío sobre los que están a vuestro cuidado, sino siendo ejemplos de la grey” (1 Pe. 5:1-3).
De la misma manera, el apóstol Pablo instruye a las iglesias para que, cuando vayan a escoger a un varón para ejercer el pastorado, se cercioren que este no sea “… codicioso de ganancias deshonestas, sino amable, apacible, no avaro” (1 Ti. 3:3).
Balaam también representa a todo los líderes cristianos que, habiendo sido bendecidos por Dios con algunas gracias espirituales, y poniendo Dios bajo su servicio a un buen número de personas, son tentados por el Diablo para que busquen honores y poder mundano, y aprovechándose de la iglesia, se involucran en asuntos a los cuales no fueron llamados, y buscan puestos o favores políticos, patrocinando así la corrupción que normalmente les identifica. Balac le ofreció a Balaam honores políticos: “Te ruego que no dejes de venir a mí; porque sin duda te honraré mucho, y haré todo lo que me digas” ( Num. 22:16-17).
El Señor Jesús también fue tentado para recibir los honores de las naciones, de la política, pero su respuesta fue enfática, y ésta debiera ser la respuesta de los pastores bíblicos: “Vete, Satanás, porque escrito está: Al Señor tu Dios adorarás, y a él solo servirás” (Mt. 4:10).
Se cuenta que en alguna ocasión le propusieron al reconocido evangelista americano Billy Graham que se lanzara como candidato a la presidencia del país más poderoso del mundo, y que de seguro ganaría debido a la cantidad de personas que lo admiraban; pero la sabia respuesta de este hombre evidencia la actitud correcta que debe mantener siempre un siervo del Señor frente a los ofrecimientos de poder, honor y gloria que ofrece el mundo, él dijo: No puedo aceptar este ofrecimiento, porque a servicios más honrosos me la llamado Dios. El Señor me ha llamado para ser evangelista, no me inclinaría para ser rey.
Los verdaderos pastores no buscan gloria, honra mundana o lucro personal. En la Biblia tenemos numerosos ejemplos de hombres que son verdaderos siervos y rechazan las tentaciones del poder y las riquezas y persisten en su fidelidad y servicio al Señor.
Hubo en tiempos del Antiguo Testamento un profeta llamado Eliseo, al cual el Señor usó poderosamente en poderosos milagros y profecías. Este profeta fue visitado por un arrogante general del poderoso ejército sirio, que sufría de la terrible enfermedad de la lepra, el cual le pidió le sanara de dicha enfermedad. El general fue limpiado de su lepra luego de seguir las instrucciones del profeta y zambullirse siete veces en las aguas del río Jordán. Al ver semejante milagro, el general decide ofrecer al profeta una gran cantidad de bienes materiales, que, según palabras de los modernos falsos profetas que inundan la televisión, la radio y los púlpitos de un gran número de iglesias, sería una gran siembra para el ministerio, de manera que el profeta ya no tenga que andar en un humilde asno sino en un caballo fuerte y rápido lo cual le permitiría llegar a muchas personas con su mensaje profético. Pero esta no es la perspectiva de un siervo del Señor. Su interés no es lo material. Él siervo del Señor aprende a vivir de lo necesario y no anhela riquezas. Pero el ayudante ministerial del profeta, Giezi, no pensaba de la misma manera. Este había seguido el ejemplo de Balaam, y, decidió recibir las grandes ofertas económicas del agradecido general Sirio a escondidas del profeta. Cuando Giezi regresa con todas las riquezas recibidas de Naamán, en contra de la voluntad del profeta del Señor, éste le reprende y le dice, como dice hoy a todos los pastores cristianos: “¿Es tiempo de tomar plata, y de tomar vestidos, olivares, viñas, ovejas, bueyes, siervos y siervas? (2 Re. 5:26).
Pero podemos encontrar más ejemplos de verdaderos siervos del Señor que nunca se atreverían a usar la fe cristiana, sus dones o ministerios, para recibir siembras a cambio de oraciones, bendiciones, favores, sanaciones o milagros. Los pastores bíblicos no siguen el ejemplo de Balaam, sino que hacen lo contrario. Luego de la predicación de Felipe en Samaria muchas personas llegaron a creer en el evangelio y fueron bautizadas. Una de esas personas fue Simón, un mago que había engañado a la gente de Samaria por mucho tiempo. Luego de este crecimiento de la iglesia en Samaria, los apóstoles que estaban en Jerusalén enviaron a unos emisarios con el fin de confirmar la fe de los nuevos creyentes. Uno de estos emisarios fue el apóstol Pedro, quien, lleno del poder del Espíritu Santo imponía las manos sobre los creyentes y éstos recibían el Espíritu Santo. La Biblia dice que cuando Simón el mago vio este poder que el Señor obraba a través de Pedro, él quiso recibir también esa unción poderosa y ofreció al apóstol una siembra económica. Pero el apóstol Pedro, un verdadero siervo del Señor, no aprovechó la ocasión para aumentar las cifras en su cuenta bancaria, ni tampoco justificó el recibir la siembra económica como una bendición del cielo, sino que reaccionó de la misma manera que el profeta Eliseo, y rechazó el ofrecimiento diciendo a Simón: “Tu dinero perezca contigo porque has pensado que el don de Dios se obtiene con dinero” (Hch. 8:20).
El error de Balaam no fue una falta involuntaria, como algunos pueden entender al escuchar la palabra error, ni fue algo pasivo. Balaam, con el ánimo de recibir la recompensa económica ofrecida por Balac trató de maldecir al pueblo, pero Dios no lo permitió, sino que, aún obrando el don divino en un hombre cuyo corazón era avaro y materialista, bendijo tres veces a Israel. Pero luego, persistiendo en recibir el honor mundano y las riquezas materiales, enseño a Balac cómo poner tropiezo a los Israelitas de modo que el pueblo pecara contra Dios y así recibirían el pago del a ira de Dios y estos Madianitas no sufrirían la derrota final. “Pero tengo unas pocas cosas contra ti; que tienes ahí a los que retienen la doctrina de Balaam, que enseñaba a Balac a poner tropiezo ante los hijos de Israel, a comer de cosas sacrificadas a los ídolos, y a cometer fornicación” Ap. 2:14.
Pero el final de Balaam no fue el mejor. Sobre él también cayó un ¡Ay! Así como también sus juicios caerán sobre todos aquellos que engañan sus corazones y engañan al pueblo que el Señor compró con su preciosa sangre, explotándolos y sacando provecho económico o personal de ellos, debido a sus corazones avaros y codiciosos. El Señor se vengó de este falso profeta y del pueblo madianita, y envió a un ejército de Israelitas para que traspasaran a espada a todos los hombres, dentro de los cuales también cayó Balaam hijo de Beor. Números 31:8.
Aplicaciones:
El error de Balaam vuelve a repetirse frecuentemente dentro del pueblo de Dios. Pues, algunos hombres empiezan bien la carrera ministerial, son usados poderosamente por el Señor, una maravillosa unción les acompaña, pero, en el camino, se desvían a causa del amor al poder, al dinero y a la fama. Poco a poco el corazón de estos hombres, que empezaron bien, empieza a engañarlos y les lleva a encontrar justificaciones supuestamente bíblicas para aumentar sus riquezas, para buscar la gloria del mundo, para anhelar la fama y el poder político, encuentran razones erradas para justificar el recibir grandes “siembras” económicas y buscar vivir en los mejores y más costosos sectores de las ciudades; de manera que ellos terminan sirviendo a las riquezas, y pretenden, como Balaam, servir a Dios y a Mammon, pero Jesús advirtió que esto es imposible: “Ninguno puede servir a dos señores; porque o aborrecerá al uno y amará al otro. No podéis servir a Dios y a las riquezas” (Mt. 6:24). Miremos cuál fue el final de la vida de este falso profeta, miremos cuál fue el fin de Judas, quien también tenía un corazón codicioso y cambió su doctrina de Cristo para abandonarlo e irse con los líderes religiosos falsos que le ofrecieron una gran recompensa económica, miremos lo que le pasó a Giezi por recibir siembras económicas. Nuestros corazones también son engañosos. Por eso debemos cuidarnos siempre y cuando veamos que nos empieza a gustar el poder, la honra humana y el dinero, entonces debemos humillarnos ante Dios, confesar nuestro pecado y buscar ayuda en otros siervos de Dios que sean ejemplo de piedad, abnegación, entrega y negación de sí mismos.
Hermanos, cuántas personas han sido explotadas, exprimidas y maltratadas por estos falsos profetas o falsos pastores que hoy día inundan a muchas comunidades que se llaman cristianas, los cuales, en nombre de Cristo, están enriqueciéndose y aumentando su fama y poder mundanal. No seamos ingenuos en pensar que porque una persona o un ministro puede hacer milagros en el nombre de Cristo, entonces ya es un siervo de Dios. No. Moisés advirtió a la iglesia del Antiguo Testamento de los profetas que anuncian cosas las cuales se cumplen, pero que luego llevan al pueblo a apartarse del Dios vivo, de la sana doctrina. Un ministro que hace obras milagrosas en nombre de Cristo, no necesariamente es un verdadero profeta. Balaam pudo escuchar la voz audible de Dios y bendecir a Israel a través del don de la profecía, pero era un falso profeta y sus obras lo demostraron. Un verdadero siervo del Señor debe ser reconocido por:
-          El sufrimiento. “Tú, pues, sufre penalidades como buen soldado de Jesucristo. Ninguno que milita se enreda en los negocios de la vida, a fin de agradar a aquel que lo tomó por soldado” 2 Tim. 2:3-4.
-          El servicio humilde. “Vosotros me llamáis Maestro, y Señor; y decís bien, porque lo soy. Pues si yo, el Señor y el Maestro, he lavado vuestros pies, vosotros también debéis lavaros los pies los unos a los otros. Porque ejemplo os he dado, para que como yo os he hecho, vosotros también hagáis. (Jn. 13:13-15). “Apacentad la grey de Dios que está entre vosotros, cuidando de ella, no por fuerza, sino voluntariamente; no por ganancia deshonesta, sino con ánimo pronto; no como teniendo señorío sobre los que están a vuestro cuidado, sino siendo ejemplos de la grey” (1 Ped. 5:2-3).
-          Fidelidad a la Palabra de Dios, tanto en su vida práctica, como en la predicación. Él no está dispuesto a negociar o ceder en los principios bíblicos, sino que como un profeta fiel se mantiene firme en la doctrina apostólica, sea que esto guste o no a la gente, sea que esto atraiga o retire a los feligreses. “Pero tú habla lo que está de acuerdo con la sana doctrina” (Tito 2:1). “Porque es necesario que obispo sea… retenedor de la Palabra fiel tal como ha sido enseñada, para que también pueda exhortar con sana enseñanza y convencer a los que contradicen” (Tito 1:7, 9).


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