Un
prólogo sublime. El Verbo: Desde Su eternidad hasta Palestina
Juan
1:1-18
Por Julio C. Benítez
(Pastor en la Iglesia Bautista Reformada la Gracia de Dios en Medellín)
Por Julio C. Benítez
(Pastor en la Iglesia Bautista Reformada la Gracia de Dios en Medellín)
2. La gloria del Verbo
en la creación. V. 3
El tema central de la
Biblia es Dios y el Evangelio, Dios salvando a los hombres para que vivan para
Su gloria. La buena noticia del Evangelio es que Dios diseña un plan perfecto
para reconciliar consigo mismo al pecador rebelde, supliendo toda la
deficiencia que hay en el mortal: Lo justifica por medio de la muerte mediadora
y expiatoria de Cristo, lo libra de la condenación eterna recibiendo en la cruz
la ira del Juez Justo, lo llama eficazmente por la obra de Cristo para que
acuda al arrepentimiento y a la fe necesaria para la salvación, lo limpia de
sus pecados y maldades a través de su sangre derramada, le transforma a la
imagen de Cristo para que pueda andar en comunión real y constante con el
Padre, lo sienta en los lugares celestiales en Cristo ahora mismo para que
disfrute las riquezas de la Gracia del Señor, le resucitará en Cristo al final
de los tiempos para que pueda disfrutar de la gloria eterna en comunión íntima
con Dios, los ángeles y los santos.
Este es el mensaje más
importante que cualquier mortal pueda escuchar, no hay noticia más relevante y
transformadora que ésta. Es más importante que la noticia de la llegada del
hombre a la Luna, que el descubrimiento del genoma humano, que el
restablecimiento de las relaciones entre Cuba y EEUU o la firma de un acuerdo
de paz entre las Farc y el gobierno colombiano.
Esta
verdad fue bien comprendida por los apóstoles de Cristo, los cuales decidieron,
guiados e inspirados por el Espíritu Santo, poner por escrito para su propia
generación y las venideras, los hechos y enseñanzas más relevantes de Jesús, no
con el fin de satisfacer una curiosidad histórica, sino de mostrar que en Él se
cumplieron todas las profecías del Antiguo Testamento sobre la simiente de la
mujer que nacería en este mundo para reconciliar a Su pueblo con Dios. El
Mesías prometido en los tiempos antiguos vino al mundo, fue despreciado por el
mundo, pero hizo Su obra perfecta para salvar a Su pueblo y reconciliarlo con
Dios. No hay mensaje más glorioso, no hay noticia más impactante, no hay un
tema más importante que éste. Es por eso que el apóstol Pablo escribió: “1. Además os declaro, hermanos, el
evangelio que os he predicado, el cual también recibisteis, en el cual también
perseveráis; 2. por el cual asimismo, si retenéis la palabra que os
he predicado, sois salvos, si no creísteis en vano. 3. Porque
primeramente os he enseñado lo que asimismo recibí: Que Cristo murió por
nuestros pecados, conforme a las Escrituras; 4. y que fue
sepultado, y que resucitó al tercer día, conforme a las Escrituras; 5. y
que apareció a Cefas, y después a los doce”. (1 Cor. 15:1-5).
Esta es la verdad
central que todo hombre, mujer y niño debe creer si es que desea ser salvado.
Por eso al Espíritu le plació escribir cuatro retratos del mismo Evangelio:
Mateo, Marcos, Lucas y Juan tienen ese propósito en mente. No se trata de una
simple biografía, sino de un mensaje que transforma las vidas y las pasa de
muerte a vida.
El
Evangelio del que estamos predicando tiene ese propósito en mente. Juan escogió
siete señales y algunos discursos de Cristo que consideró, inspirado por el
Espíritu, serían suficientes para mostrarnos que Jesús es el Mesías, nacido de
mujer pero venido directamente del cielo, Dios de Dios. Si alguien no cree esto
no puede ser salvo, pues, no está creyendo en Aquel que le puede salvar. Si
alguien no cree que Jesús es Dios verdadero de Dios verdadero, Hijo del Padre,
de la misma esencia, pero una persona distinta; el tal delira de cosas que no
entiende y rechaza a Aquel que le puede salvar. Ese es el propósito por el cual
Juan escribe Su evangelio. No se trata de meras historias o maravillas, sino de
un mensaje que produce salvación: “30. Hizo además Jesús muchas otras señales en presencia de sus
discípulos, las cuales no están escritas en este libro. 31. Pero éstas se han escrito para que creáis que Jesús es el
Cristo, el Hijo de Dios, y para que creyendo, tengáis vida en su nombre” (Juan 20).
Con ese propósito en
mente, Juan escribe una introducción o prólogo a Su Evangelio, el cual se
encuentra en el capítulo 1 versos 1 al 18. Aquí Juan da un anticipo de los
temas principales que desarrollará en su Evangelio. El Mesías no es sólo un
hijo de David, sino Señor de David, Señor de Abraham, Señor de la creación,
Señor de la Eternidad.
El prólogo es un himno
de introducción del Mesías al mundo, el mejor canto de navidad jamás escrito.
Juan traerá a Cristo desde el cielo y la eternidad hasta la temporalidad y
humillación de la encarnación en Palestina. Juan presenta a Jesús en la
eternidad como el Verbo o la Palabra de Dios, quien está con Dios, como una
persona distinta, pero a la vez es Dios de la misma esencia. Juan luego
mostrará a Cristo dando declaraciones de su divinidad: “Yo y el Padre uno somos” (Juan 10:30). Luego Juan, sigue mostrando
a Cristo como el agente de la creación y el mismo Creador; quien, habiendo
hecho al hombre a su imagen, se convierte en Su vida y luz espiritual; pero el
hombre pecó y rechazó a la luz y a la vida; Este Mesías, eterno con Dios el
Padre, Creador de todo y fuente de la verdadera vida y luz; debió ser recibido
en la tierra con los más altos honores, pero la realidad fue lo contrario: A lo
suyo vino, y los suyos no le recibieron. El verbo eterno tomó forma corporal
humana, dignificando así al hombre, pero el hombre no lo recibió, sino que lo
rechazó. Más este Dios-humanado se humilló a sí mismo y estuvo dispuesto a
morir en manos de aquellos que vino a salvar.
Este es el verdadero
evangelio, no hay más. Esto es aquello de lo cual se debe predicar en todo
tiempo, este debe ser el tema central de toda conversación cristiana, de todo
devocional personal o familiar: Cristo, el Verbo eterno, vino al mundo para ser
su Luz y Vida, el mundo lo rechazó; pero él dio su vida para salvar a Su pueblo
de sus pecados, y constituirnos en hijos de Dios, adoptados en el Amado.
Luego de haber visto a
Cristo como el Verbo de Dios en la eternidad, procederemos con el siguiente
punto desarrollado por el Evangelista en su prólogo: La gloria del Verbo en la
creación.
“Todas las cosas por él fueron hechas, y sin él nada de lo que ha sido
hecho, fue hecho” (v. 3). En este pasaje encontramos dos verdades: una
expresada de manera positiva: El Verbo fue el instrumento de la creación, y
otra expresada en términos negativos, nada existe sin él.
Iniciemos revisando la
declaración positiva: “Todas las cosas
por él fueron hechas”. El Salvador es también el Creador, y nadie mejor
para rescatar al pecador perdido que aquel que lo ama porque también es el que
lo hizo. Todo inventor ama los productos de su capacidad creadora, así Dios-el
Verbo, siendo también el Creador del hombre, posee un profundo e infinito amor
por Su criatura, de tal manera que está dispuesto a darlo todo para rescatarlo
del estado de dolor y miseria en el cual se hundió a causa de su propia
obstinación y maldad.
La doctrina de la
creación y la salvación del hombre van de la mano, el Dios que crea es el Dios
que salva. Esto fue lo que Dios le repitió muchas veces a Israel: “Ahora, así dice Jehová, Creador tuyo, oh
Jacob, y Formador tuyo, oh Israel: No temas, porque yo te redimí; te puse
nombre, mío eres tú. Yo, yo Jehová, y fuera de mí no hay quien salve” (Is.
43:1, 11). Sólo él puede salvar, porque sólo él es el Creador. “De modo que los que padecen según la
voluntad de Dios, encomienden sus almas al fiel Creador” (1 P. 4:19), al
Creador encomendamos nuestras almas en medio de la aflicción porque solo él
puede experimentar la compasión profunda y activa que nos libra del mal. “¿Así pagáis a Jehová, pueblo loco e
ignorante? ¿No es él tu padre que te creó? Él te hizo y te estableció” (
Deut. 32:6). Si Dios creó al hombre, entonces él le pertenece y debe rendirse
en obediencia; además, si Dios creó al hombre, sólo él le puede salvar
completamente de su miseria.
Ahora, Juan no nos dice
que el Verbo creó sólo al hombre, sino a todas las cosas; resaltando así que el
Mesías, aunque es hijo de David, es el creador de David, el creador de todas
las cosas, y por lo tanto, digno de adoración; pues, aquel que creó todas las
cosas, necesariamente él mismo no es creado, sino eterno. Ahora, la Biblia nos
enseña que Dios el Padre es el Creador. Dentro de los roles de las personas de
la Santísima Trinidad, al Padre le corresponde por excelencia el de Creador; no
obstante, debido a que las tres personas de la Trinidad no conforman tres
dioses, sino un solo Dios; hay un sentido en el cual se puede decir que lo que
hace una persona, también lo hacen las otras. Por ejemplo, la Segunda Persona,
el Hijo, es, por excelencia, el Redentor; no obstante, en la Biblia, al Padre
también se le denomina como el Redentor. Dios el hijo es el Salvador, pero el
Padre y el Espíritu también están involucrados en esta obra. Lo mismo sucede
con la creación, aunque Dios el Padre es el Creador, también el Hijo y el
Espíritu participan de la misma obra. Por ejemplo, Job dice: “El espíritu de Dios me hizo, y el soplo del
Omnipotente me dio vida” (Job 33:4).
Respecto al Hijo como
Creador, Pablo afirma: “Él es la imagen
del Dios invisible, el primogénito de toda creación. Porque en él fueron
creadas todas las cosas, las que hay en los cielos (los ángeles fueron
creados por él) y las que hay en la
tierra, visibles e invisibles; sean tronos, sean dominios, sean principados,
sean potestades; todo fue creado por medio de él y para él. Y él es antes de
todas las cosas, y todas las cosas en él subsisten” (Col. 1:15-17). También
Pablo en 1 Corintios 8:6 reafirma la verdad de que todas las cosas fueron
hechas por el Padre, por medio de Jesús: “Para
nosotros, sin embargo, sólo hay un Dios, el Padre, del cual proceden todas las
cosas, y nosotros somos para él; y un Señor, Jesucristo, por medio del cual son
todas las cosas, y nosotros por medio de él” (1 Cor. 8:6). Y el autor de
Hebreos se identifica plenamente con esta verdad cuando dice: “En estos postreros días nos ha hablado por
el Hijo, a quien constituyó heredero de todo, y por quien asimismo hizo el
universo” (Heb. 1:2). Y es muy posible que Juan, un judío convertido a
Cristo, conocedor del Antiguo Testamento, haya pensado en el Verbo como la
sabiduría personal que estaba con Dios desde la eternidad, la cual, también
participó de la creación: “Jehová me
poseía en el principio, ya de antiguo, antes de sus obras. Eternamente tuve el
principado… cuando formaba los cielos, allí estaba yo; cuando trazaba el
círculo sobre la faz del abismo; cuando afirmaba los cielos arriba, cuando
afirmaba las fuentes del abismo; cuando ponía al mar su estatuto, para que las
aguas no traspasasen su mandamiento; cuando establecía los fundamentos de la
tierra, con él estaba yo ordenándolo todo” (Prov. 8:22, 23, 27-30). Y
siendo que Juan inicia su evangelio de la misma manera como Moisés inició el
Génesis, hablando del principio y del origen de todas las cosas, relacionando
este principio con el Verbo eterno; entonces, no es de extrañar que cuando dice
que todas las cosas fueron hechas por medio del Verbo o la Palabra, esté
pensando en la forma cómo Dios creó todas las cosas: Por medio de Su Palabra,
es decir, por medio de Cristo.
Muchos filósofos,
pensadores, teólogos y científicos creen que Dios usó a la materia para crear
al mundo, es decir, que la materia, así como Dios, es eterna. Pero los autores
Sagrados enseñan todo lo contrario. Al principio, antes de la creación, no
había ninguna materia, solo Dios. Y este Dios, quien es espíritu, creó, con Su
sola palabra todas las cosas que existen, sean espirituales o materiales.
Ahora, es importante
resaltar que la construcción de esta frase en el idioma griego deja ver que el
Verbo fue el instrumento personal de la creación, es decir, el texto debe ser
traducido así: “Todas las cosas fueron
hechas por medio de él”. EL Verbo, el Cristo, Aquel que tuvo una existencia
continua y conjunta con el Padre desde toda la Eternidad es el agente de la
divinidad que trae a existencia toda la creación. El Padre lo origina todo,
pero el Hijo lo manifiesta y el Espíritu lo hermosea. “Debemos recordar que
esta expresión no implica inferioridad alguna de Dios el Hijo respecto a Dios
el Padre como si Dios el Hijo fuera solo el instrumento que trabaja sometido a
otro. Tampoco implica que la creación no fuera en sentido alguno obra de Dios
el Padre y que Él no sea el Hacedor del Cielo y de la Tierra. Pero implica que
es tal la dignidad del Verbo eterno, que en la Creación así como en todo lo
demás cooperó con el Padre: “Todo lo que
el Padre hace, también lo hace el Hijo igualmente” (Juan 5:19”. Cuando
leemos la expresión “por mí reinan los
reyes” (Proverbios 8:15), ni por un momento suponemos que los reyes son
superiores en dignidad a Aquel por medio de quien reinan”[1].
El Segundo aspecto que
deja ver Juan en el verso 3 es que nada existe sin el Verbo. “Y sin él nada de lo que ha sido hecho, fue
hecho”. Esta es una afirmación poderosa, pues, Juan quiere reafirmar la
capacidad creadora del Verbo y también que él mismo no es creado. Si nada
existe sin él, es porque él es necesario para la existencia de cualquier ser,
pero si él es necesario para que cualquier cosa exista, entonces, él mismo no
necesita de la existencia de otro ser. Aquí se afirma la divinidad de Cristo de
una manera contundente: Aquel que es el medio para la creación de todas las
cosas, espirituales o materiales, tiene que ser eterno con Dios el Padre,
fuente de toda creación.
Algunas sectas creen
que Cristo en un ángel creado, el primer ser de la creación, a través de quién
Dios creó todas las cosas; pero Juan niega esta verdad, pues, él afirma que por
medio de Cristo se creó todo, es decir, ni una sola cosa, espiritual o
material, las que hay en los cielos o en la tierra, visibles e invisibles, nada
existe sino es por medio del Verbo; por lo tanto, él tiene que ser eterno. Por
medio de él se creó desde el ángel más excelso que habita en la misma presencia
de Dios, hasta el gusano más vil que es despreciado por el ojo humano. La
Biblia no nos dice que alguna creación precedió a la creación. Lo único que
existía antes de la creación es la eternidad, y el único ser eterno es Dios, el
Padre, el Verbo y el Espíritu: un solo Dios verdadero en tres personas divinas.
Sin él nada de lo que
ha sido hecho, fue hecho; parece una declaración filosófica: Algo empezó a
existir, entonces fue creado por Cristo, y si no fue creado por Cristo, no
existe; así de sencillo. Jesús no sólo es el que garantiza la salvación de Su
pueblo por toda la eternidad, sino que él mismo garantiza la existencia de la
creación, pues, ella depende de él para existir y ser. ¡Cuán glorioso Salvador
tenemos! No se parece en nada a los mesías de las distintas religiones que hay
en el mundo, los cuales mueren y en nada son necesarios para que la existencia
del mundo continúe. Si se pudiera dar que el Verbo dejara de existir, entonces
todo lo que ha sido creado dejaría de ser.
Ahora, Juan
desarrollará esta doctrina a través de su evangelio, dando evidencias de que él
es el creador: él transformó el agua en vino, solo Dios puede cambiar la
esencia de las cosas. Él resucitó a Lázaro cuando en su cuerpo ya había
iniciado el proceso de descomposición porque él es el dador de la vida y el
creador del cuerpo humano. Los que creen en él pasan de muerte de vida, porque,
siendo el creador tiene el poder para resucitar el alma muerta en delitos y
pecados; él es la resurrección y la vida, porque el poder creador seguirá por
siempre en él. Jesús es el Verbo Creador porque él puede hacer las mismas obras
que hace el Padre (Juan 10:37).
Aplicaciones
El Verbo vino a este
mundo material porque él ama a su creación. Dios no está lejos del mundo, él es
inmanente y habita en medio de lo creado, preservándolo todo y guiándolo hacia
el destino que él mismo trazó. Dios no ha abandonado a su creación. “Este es el
mundo de Dios, por eso nada en él está fuera de su control; y por eso debemos
usar todas las cosas dándonos cuenta de que pertenecen a Dios. El cristiano no
le hace de menos al mundo creyendo que el que lo hizo era un dios ignorante y
hostil, sino que lo glorifica recordando que Dios está en todas partes, detrás
de todo y en todo. Cree que el Cristo que recrea el mundo fue el colaborador de
Dios cuando el mundo fue creado al principio y que, en la obra de redención,
Dios está tratando de recuperar algo que fue siempre suyo”[2]
Lutero, el gran
reformador, comentando Juan 1:3 dice: “Si Cristo no es el verdadero Dios
engendrado del Padre en la eternidad y Creador de todas las criaturas, estamos
perdidos. ¿Para qué me hubiera servido el sufrimiento y la muerte de Cristo si
fuera un mero ser humano como vosotros y como yo? En tal caso, no hubiera vencido
al diablo, a la muerte y al pecado por ser demasiado débil para lograrlo, y no
nos hubiera ayudado en nada. Por el contrario, tenemos a un salvador que es el
verdadero Dios y Señor del pecado, la muerte, el diablo y el infierno. Si
permitimos que el demonio nos arranque esta convicción de su divinidad,
entonces sus sufrimientos, resurrección y muerte no nos aprovecharán en nada.
Nos hallaremos privados de toda esperanza en la vida eterna y la salvación, es
decir, seremos incapaces de consolarnos con las promesas de las Escrituras.
Pero si hemos de ser salvados del poder y de los mortíferos asaltos del diablo,
así como del pecado y de la muerte, es imperativo que dispongamos de una eterna
posesión perfecta y sin defecto”.
Al ver que el Verbo
eterno, el Creador omnipotente, fue el que murió en la cruz para darnos
salvación, comprendemos que nuestra miseria era profunda y nuestro pecado
inmenso. El rescate por nuestras maldades no pudo ser pagado por arcángeles o
patriarcas, sino por el Dios-Verbo-Creador. ¡Qué gran Salvador tiene el
cristiano! Solo Jesús, el Verbo-Creador, puede garantizar una salvación eterna,
un nuevo cielo y una nueva tierra donde morará la justicia.
Tenemos a un Salvador
que es superior a cualquier criatura, espiritual o material, por lo tanto, él
puede garantizar que nada podrá separarnos del amor de Dios: ni los demonios,
ni Satanás, ni el infierno, ni la muerte, ni el hombre; nada podrá dañarnos
porque el Dios-hombre, el Verbo-Creador, venció a Satanás, lo ató con el poder
de Su fuerza y nos librará de todos los enemigos de nuestra alma. ¡Cuánto gozo
debe experimentar el alma que ha confiado humildemente en este Salvador! Así
nuestra fe sea muy débil y tambaleante, si hemos creído en el Verbo, nuestra
salvación es segura.
Juan capítulo 1 verso 3
destroza por completo la doctrina de la
evolución; cualquiera que se identifica con esta teoría rechaza al Verbo de
Dios que creó todas las cosas con el poder de su fuerza, de la nada; y sólo le
espera la condenación eterna. Varios teólogos creen que el mundo fue hecho por
Dios utilizando las fuerzas de la evolución, pero esto es una locura, pues, nos
tocaría entonces pensar que los ángeles también fueron producto de esta fuerza
¿en qué momento la materia evolucionó para convertirse en espíritu? ¿Podrá
decir un cristiano que Jesús es descendiente de un mono? Algunos científicos
que se identifican con el creacionismo, es decir, que el mundo fue producto de
una creación inteligente y no de la evolución; no se atreven a afirmar que el
Creador es Jesús; los tales, aunque están cerca de la verdad, necesitan
confesar lo que enseña Juan, el Verbo creó todas las cosas, y sin él nada de lo
que ha sido hecho, fue hecho. ¡Jesús es el Creador!, ¡que lo oiga toda la
tierra!
Amigo, ¿Has visto quién
es Jesús? ¿Qué harás con él? No puedes permanecer neutral ante Aquel por quien
fuiste creado y por quien tu vida se sustenta. ¿Lo adorarás como Dios y lo
reconocerás como tu Salvador? Quiera el Espíritu Santo abrir tu corazón para
que lo puedas ver como Creador y Salvador, porque si no lo miras así morirás en
tus pecados. Él dijo: “Porque si no
creéis que yo soy, en vuestros pecados moriréis” (Juan 8:24).
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