Un
prólogo sublime. El Verbo: Desde Su eternidad hasta Palestina
Juan
1:1-18
Por Julio C. Benítez
(Pastor en la Iglesia Bautista Reformada la Gracia de Dios en Medellín)
Por Julio C. Benítez
(Pastor en la Iglesia Bautista Reformada la Gracia de Dios en Medellín)
3. La gloria del Verbo como
vida y luz. V. 4-9
Una de las cosas más
espectaculares que debió suceder en los seis días de la creación fue cuando, en
medio de la oscuridad que yacía sobre la tierra informe y el cosmos vacío, se
escuchó la tronante y retumbante voz de Dios, quien dijo: “Sea la luz” y la luz
fue hecha. Eso debió ser como la explosión de millones y millones de bombas
atómicas, estallando en todo lugar de la inmensa creación. Esto debió ser lo
que ocasionó ese impacto cósmico que confunde a los científicos, a lo cual ellos
le llaman Big-Bang. El primer día de la creación Dios hace la luz porque Él
quería revelar sus poderosas obras. La creación es la primera revelación que
Dios hace de sí mismo, de su Triunidad, de Su poder y de sus planes para con el
hombre. La luz es la gran belleza y la gran bendición en el Universo. Sin ella
no pudiéramos contemplar la hermosura de las flores, la inmensidad de las
montañas, la profundidad de los mares, la blancura de la nieve, el verde de los
bosques, las tupidas llanuras y praderas, las coloridas flores que llenan de
diversidad los valles y colinas, la cristalina agua que corre silenciosa por
las vigorizantes quebradas, las gotas del rocío que penden con su brillo en las
misteriosas telarañas, el brillo de la distante estrella que acompaña al
concierto universal de luz y resplandor en medio de la oscura noche que sirve
de telón para reflejar las luminarias mayores y menores, las constelaciones y
el sistema enmarañado de luces y fulgor.
Por todas partes Dios
puso su luz y le permite a los seres creados contemplar sus preciosos atributos
manifestados en las obras de la creación. ¡Bendita luz que permite a hombres y
ángeles mirar un atisbo de la gloria inconmensurable que es esencia del
Creador!
Pero esta luz que Dios
creó con el poder de Su palabra, es decir, por medio del Verbo, para iluminar a
la creación; era una manifestación y declaración de que el Dios de los cielos
quería irradiar con su luz espiritual en las almas de los hombres. Más el
género humano se apartó del Creador, lo hicieron a un lado y quisieron vivir
conforme sus caprichos pecaminosos lo guiaran. Cuando Adán pecó y esta
naturaleza de maldad fue transmitida a los hombres, el resultado fue ceguera
espiritual, oscuridad mental y muerte. La muerte vino a ser señor y terror
sobre los hombres. Aquel que fue creado para gozarse en Dios y vivir para Su
gloria para siempre, ahora vive en la más mísera oscuridad, entregado a la
denigrante esclavitud del pecado, sometido al imperio de la oscura muerte y las
tinieblas donde mora Satanás; ahora no puede pensar y razonar conforme a la luz
espiritual que le fue dada, sino que ha distorsionado todas las cosas. La
oscuridad moral es tal que a lo bueno le llama malo y a lo malo bueno.
El apóstol Juan, en la
introducción o prólogo de su Evangelio, nos presenta las grandes verdades que
mostrará de Jesús y Su evangelio a través de las señales y discursos que el
Espíritu Santo le inspiró para que seleccionara y dejara por escrito. Dos de
las más grandes verdades que resaltará en su evangelio son: El Verbo como vida
y luz. El Evangelio es la respuesta divina a la necesidad más trascendental del
hombre: tener vida plena y abundante para que pueda vivir para la gloria de su
Creador. El hombre está muerto en delitos y pecados, por lo tanto lo que más
necesita es vida, no la mera existencia, sino la verdadera vida que sólo puede
obtenerse por medio de la fe en Jesucristo: ““30. Hizo además Jesús muchas otras señales en presencia de sus
discípulos, las cuales no están escritas en este libro. 31. Pero éstas se han escrito para que creáis que Jesús es el
Cristo, el Hijo de Dios, y para que creyendo, tengáis vida en su nombre” (Juan 20).
Hoy veremos al Verbo
Eterno y Creador como el Verbo de la vida y la Luz. Él no es sólo el Señor de
la creación, sino el Señor de la vida y el Señor de la luz.
“En él estaba la vida, y la vida era la luz de los hombres. La luz en
las tinieblas resplandece, y las tinieblas no prevalecieron contra ella.”
(Juan 1:4-5).
Para una mejor
comprensión del texto lo estructuraremos de la siguiente manera:
a. La gloria de la Vida
residía en el Verbo v.4a
b. La gloria de la Luz
fue manifestada por el Verbo v. 4b-5a
c. La gloria de la Luz
es rechazada por el mundo pecador v.5b
a.
La gloria de la Vida residía en el Verbo. “En él estaba la vida”. V. 4. Aquí observamos que Juan pone en estrecha y dependiente relación a la
vida y la luz. El Verbo es recipiente de la vida, y esta vida es la luz de los
hombres. Esta primera declaración denota que en el Verbo, durante toda la
eternidad y toda la dispensación del Antiguo Testamento, residía la vida. ¿Qué
clase de vida reposaba en el Verbo? Los comentaristas bíblicos difieren en sus
opiniones: unos dicen que se trataba de la vida física, y otros, de la vida
espiritual.
Al estudiar el resto
del Evangelio se hace evidente que la vida, primariamente, se refiere a lo
espiritual. Cristo vino para dar vida, y esta declaración está enfocada esencialmente
en la vida eterna. Ahora, siendo que el Verbo es Creador, indudablemente, Juan
incluye en la “vida” no solo la espiritual, sino toda clase de vida. El Verbo
es el manantial de la vida, física o espiritual, todo depende de él para
existir, nada puede ser sin él. Esta fue la declaración que ya hizo Juan en el
verso anterior: “y sin él nada de lo que
ha sido hecho, fue hecho” y Pablo dijo “y
todas las cosas en él subsisten” (Col. 1:17). La vida de un poderoso
arcángel y la vida de una débil mariposa dependen de él. ¡Ese es nuestro
Salvador!
No obstante, el
enfoque principal de Juan es mostrarnos al Verbo como Aquel en quien reside la
vida espiritual. Él viene a mostrarnos (como Luz) en qué consiste la verdadera
vida. Hay personas que existen, pero no tienen vida en el sentido espiritual.
Ya en el verso 1 Juan dijo que el Verbo era con Dios, durante toda la
eternidad. Dios el Padre es la fuente de toda vida, él lo genera todo. Por lo
tanto, la vida espiritual consiste en tener comunión estrecha con Dios. “De todo esto parece evidente que el término
se refiere básicamente a la plenitud de
la esencia de Dios, a sus gloriosos atributos: santidad, verdad (conocimiento,
sabiduría, veracidad), amor, omnipotencia, soberanía.[1]”
Recordemos que Juan
está introduciendo al Verbo en la escena terrena, empezó con él en la
eternidad, luego en la creación, y ahora lo está preparando para la vida
terrena. El Verbo eterno fue introducido en lo temporal y en lo mortal, y este
Verbo encarnado vino para dar y mostrar al hombre lo que es la verdadera vida.
Por esa razón Juan nos presentará a Jesús dando afirmaciones como éstas: “Padre…, glorifica a tu Hijo, para que
también tu Hijo te glorifique a ti; como le has dado potestad sobre toda carne,
para que dé vida eterna a todos los que le diste, y esta es la vida eterna: que
te conozcan a ti, el único Dios verdadero, y a Jesucristo, a quien has enviado”
(Juan 17:1-3). Creo que este pasaje es el mejor comentario para los versos que
estamos estudiando. Jesús y el Padre son dadores de vida, en ellos reposa la
vida eterna, el hombre puede tener esta vida si conoce al Padre a través de
Jesús. Jesús revela al Padre y con ello nos concede tener comunión con la
Divinidad, y sólo en esta comunión podemos disfrutar la vida eterna, la cual
nos es impartida por el Padre a través de Jesús.
Juan nos presentará a
Jesús afirmando muchas veces que si los hombres creen en él tendrán la vida
eterna, que él les da el agua que salta para vida eterna, él es el pan del
cielo del cual todo el que comiere vivirá para siempre, él es la resurrección y
la vida, él es la puerta que conduce a la vida, él es el pastor que da su vida
por su ovejas para que ellas vivan, él es el Cordero de Dios que muere para
quitar la causa de la muerte espiritual: el pecado y su culpa; él tiene
palabras que producen vida eterna; en todo esto vemos porqué Juan dice que la
vida estaba en el Verbo: él es el dador de la vida eterna, pero no se trata
solamente de durabilidad, sino de calidad, pues, vivir por mucho tiempo no
puede ser una buena noticia para algunos, mas, vivir plenamente si es una
bendición. La vida que da Jesús no sólo no tendrá fin, sino que es plena,
completa, gozosa; él lo expresó así: “Yo
he venido para tengan vida, y para que la tengan en abundancia” (Juan
10:10).
Para concluir este
punto del pasaje, es necesario decir que la Biblia afirma las siguientes
verdades respecto al Verbo como fuente de la vida espiritual: Jesús manifestó
la vida eterna a los hombres “pero que
ahora ha sido manifestada por la aparición de nuestro Salvador Jesucristo, el
cual quitó la muerte y sacó a luz la vida y la inmortalidad por el evangelio”
(2 Tim. 1:10); Él prometió la vida eterna y la seguridad absoluta de salvación
a los que creen en él: “y yo les doy vida
eterna; y no perecerán jamás, ni nadie las arrebatará de mi mano” (Juan
10:28); esta autoridad de dar vida eterna la recibió directamente del Padre: “como le has dado potestad sobre toda carne,
para que dé vida eterna a todo los que le diste” (Juan 17:2); porque él es
igual al Padre y posee la misma fuente de vida: “Porque como el Padre tiene vida en sí mismo, así también ha dado al
Hijo el tener vida en sí mismo” (Juan 5:26). Juan, el autor del Evangelio,
utilizará la señal de la resurrección de Lázaro para demostrar que
efectivamente Jesús es la fuente de la vida, tanto material como espiritual. En
dicho escenario él presentará a Jesús diciendo: “Yo soy la resurrección y la vida; el que cree en mí, aunque esté
muerto, vivirá. Y todo aquel que vive y cree en mí, no morirá eternamente”
(Juan 11:25-26).
b.
La gloria de la Luz fue manifestada por el Verbo v. 4b-5ª. “Y la vida era la luz de los hombres. La luz
en las tinieblas resplandece”.
Ahora, la vida no
puede ser conocida ni disfrutada si ella no nos es manifestada. Juan pone a la
vida y a la luz en estrecha relación porque aquel que es la fuente de la vida,
necesariamente es la luz: “Porque contigo
está el manantial de la vida; en tu luz veremos la luz” (Sal. 36:9). Jesús mismo afirmó que su Luz es para dar
vida: “Otra vez Jesús les habló,
diciendo: el que me sigue, no andará en tinieblas, sino que tendrá la luz de la vida” (Juan 8:12).
El hombre está muerto
en delitos y pecados, dice la Biblia, y como resultado de ello yace en la más
lóbrega oscuridad. En la Biblia, la muerte y las tinieblas están muy
relacionadas: “Él guarda los pies de su
santos, mas los impíos perecen en tinieblas” (1 Sam. 2:9); “Antes que vaya para no volver, a la tierra
de tinieblas y de sombra de muerte” (Job 5:14). La muerte espiritual es
relacionada con las tinieblas porque en ese estado no se disfruta de la luz
espiritual que nos permite ver la gloria de Dios; y cuando el hombre no
disfruta de esta gloria, está muerto. Para Dios la vida no es sólo la
existencia física, es la existencia en comunión espiritual con él.
Pero que nadie se
engañe, el Verbo, Jesús, fue introducido al mundo para ser luz para el mundo,
mostrando cómo se debe vivir la vida en unión al Padre y también siendo Él
mismo la fuente de esta vida. Si creemos esto seremos salvos y viviremos
realmente. Si una persona pretende tener comunión con Dios aparte de Jesús, el
tal se engaña a sí mismo. Muchas personas han procurado tener una relación
espiritual con Dios pero rechazan la divinidad de Cristo o su exclusividad para
ser el salvador; por lo tanto, ellos no tienen comunión real con Dios y mucho
menos, vida espiritual. Este es el mensaje de Juan en su Evangelio: sin Cristo
no hay vida espiritual, sin él no hay posibilidad de tener comunión con el
Padre: “Yo soy la vid verdadera (cualquier
otra vid solo ofrece muerte)…, el que
permanece en mí, y yo en él, éste lleva mucho fruto; porque separados de mí
nada podéis hacer” (Juan 15:1, 5). “El
que cree en el Hijo tiene vida eterna; pero el que rehúsa creer en el Hijo no
verá la vida, sino que la ira de Dios está sobre él” (Juan 3:36).
Jesús, el dador de la Vida y la vida misma, es
la luz de los hombres porque él nos revela al Padre: “A Dios nadie le vio jamás; el unigénito Hijo, que está en el seno del
Padre, él le ha dado a conocer” (Juan 1:18). Sólo Jesús puede ser la
verdadera luz que revela al Padre porque él es el que existe junto a él, con él
y en él; solo las personas de la Santísima Trinidad logran tener un
conocimiento completo y exhaustivo de quién es Dios. Ni el ángel más excelso ni
la mente humana más dotada podrá jamás conocer plenamente a Dios, por esa razón
el Salmista, meditando sobre la omnipresencia y la omnisciencia de Dios exclamó
perplejo: “Tal conocimiento es demasiado
maravilloso para mí; alto es, no lo puedo comprender” (Sal. 139:6). Jesús
es la luz de los hombres porque a través de Él Dios se da a conocer a los
mortales: “El que me ha visto a mí, ha
visto al Padre; ¿cómo, pues, dices tú: muéstranos al Padre?” (Juan 14:9). Todo
lo que Jesús es, lo es el Padre, excepto en que el Padre no se ha encarnado: “Él es la imagen del Dios invisible”
(Col. 1:15). No hay dudas, Jesús es la luz porque el que lo conoce a él y cree
en él, recibe el conocimiento verdadero de Dios y puede tener comunión con él,
lo cual es vivir.
Juan utilizará la
señal de la sanación del ciego de nacimiento (Cap. 9) para demostrar que: Jesús
es la luz del mundo que da vista a los ciegos espirituales y, que los hombres
están ciegos, andan en oscuridad y se oponen a la luz: “Entre tanto que estoy en el mundo, luz soy del mundo (v. 5),… Dijo Jesús: Para juicio he venido yo a
este mundo; para que los que no ven, vean, y los que ven sean cegados (v.
39).
c.
La gloria de la Luz es rechazada por el mundo pecador v.5b. “La
luz en las tinieblas resplandece, y las tinieblas no prevalecieron contra ella”. La luz que brilló al inicio de la creación sobre las tinieblas y el
caos, es símbolo de lo que el Verbo hace en medio de la oscuridad espiritual
que subyuga al ser humano. Juan está avanzando en introducir al Verbo hasta el
tiempo en el cual caminó por las polvorientas calles de Palestina. Ahora en el
verso 5 lo presenta luego de la caída del hombre en pecado. Cuando Adán decidió
ceder ante las tentaciones del diablo y prefirió desobedecer el mandato de vida
que le había dado el Padre - (si comían del árbol morirían, si obedecían
vivirían) - las tinieblas espirituales se apodaron de la humanidad. La realidad
espiritual del hombre fue descrita por Job: “De día tropiezan con tinieblas, y a medio día andan a tientas como de
noche” ( Job 5:14); y el Salmo 82:5 “No
saben, no entienden, andan en tinieblas; tiemblan los cimientos de la tierra”
(Sal. 82:5). La Biblia presenta al hombre en un estado espiritual tan
deplorable que Dios dice que la hormiga, la cigüeña, el buey y el asno pueden
ser nuestros maestros en el cumplimiento de nuestro deber.
Pero el hombre,
aunque descendió a este estado tan deplorable, nunca se quedó sin testimonio en
su conciencia, y sin revelación. “La Palabra eterna de Dios resplandece en
medio de las tinieblas de la conciencia natural, como un reflejo que todo
hombre percibe de la santidad y del poder de Dios”[2]. Juan mostrará cómo Jesús
ha actuado en la oscuridad de la conciencia de las personas a través del
incidente con la mujer capturada en el acto mismo del adulterio. Cuando la
multitud enardecida le preguntó si debían matarla como la ley de Moisés
ordenaba, sólo con pronunciar unas pocas palabras llenas de luz, las
conciencias de estos incrédulos fue grandemente influenciadas: “Pero ellos, al oír esto, acusados por su
conciencia, salían uno a uno, comenzando desde los más viejos hasta los
postreros; y quedó sólo Jesús, y la mujer que estaba en medio” (Juan 8:9). De
la misma manera el salmista declara que la Luz brilló en el Antiguo Testamento
en medio de la oscuridad para traer el conocimiento del Dios verdadero: “Resplandeció en las tinieblas luz a los
rectos; es clemente, misericordioso y justo” (Sal. 112:4).
El Verbo brilló con
su Luz reveladora de Dios a través de todas las profecías del Antiguo
Testamento. Eso fue lo que declaró el ángel a Juan “Adora a Dios; porque el testimonio de Jesús es el espíritu de la
profecía” (Ap. 19:10). El Verbo, Jesús, ha irradiado su luz transformadora
desde los tiempos más remotos del Antiguo Testamento, desde Génesis 3:15, y
durante toda la dispensación antigua, de tal manera que toda luz en los
corazones y las conciencias de los santos fue producto de Él como Palabra, como
Verbo, como Vida y como Luz. Aunque al Espíritu Santo le corresponde el rol de
Iluminador, esto lo hace en concurrencia con el Hijo, quien es el que nos
revela al Padre, no sólo en el Nuevo Testamento, sino también en el Antiguo.
Pero, aunque “El pueblo que andaba en tinieblas vio gran
luz; los que moraban en tierra de sombra de muerte, luz resplandeció sobre
ellos” (Is. 9:2), los hombres rechazaron a la Luz. ¿Por qué? Porque el
malvado corazón humano, acostumbrado a hacer el mal, “amó más las tinieblas que la luz, porque sus obra eran malas” (Juan
3:19). El Verbo, en su revelación a través de los profetas y los escritos del
Antiguo y del Nuevo Testamento, y en su propia persona caminando por las
tierras de Palestina, en su vida obra y enseñanzas; revela la luz de la
santidad de Dios, pero esta luz, al alumbrar en las tinieblas, muestra las
malvadas obras de los hombres, esas obras de la cuales nadie quisiera que otros
las vieran, porque son sucias y despreciables; por esa razón los hombres, en
toda la historia de la humanidad, han rechazado y siguen rechazando a Jesús. No
pueden soportar que él alumbre con su inquisidora luz. “Porque todo aquel que hace lo malo, aborrece la luz y no viene a la
luz, para que sus obras no sean reprendidas” (Juan 3:20).
Las tinieblas en este
pasaje representan al hombre pecador, al mundo que odia a Dios. Aunque ellos no
amaron al Hijo, ni quieren que su Luz les alumbre, las tinieblas no prevalecieron
contra él. Nadie ha podido apagar el fulgor de Su revelación, y nadie podrá
hacerlo. El Evangelio de Cristo triunfará, aunque el infierno, Satanás, los
demonios, los gobiernos, los filósofos, las universidades, y hasta las iglesias
se opongan a Él; la verdad prevalecerá y los escogidos vendrán a Cristo para
que su luz les muestre sus malas obras, se arrepientan y vivan para la gloria
de Dios.
Aplicaciones:
Juan nos ha
presentado a Jesús como Aquel que brillaba en la eternidad con el Padre, el que
brillaba durante la creación, el que brillaba en el Antiguo Testamento, en el
Nuevo, el que brilla ahora mismo y el que brillará por siempre. Este es nuestro
Salvador: brillante, resplandeciente, refulgiendo siempre la gloria de Dios y
permitiendo que así las criaturas puedan contemplarla. Cuando lleguemos a la
gloria eterna lo que más veremos allí será la gloria irradiante del Verbo, así
como lo vio Juan en Apocalipsis: “Y me
volví para ver la voz que hablaba conmigo; y vuelto, vi… al Hijo del Hombre…,
sus ojos como llama de fuego; y sus pies semejantes al bronce bruñido,
refulgente como en un horno… y su rostro era como el sol cuando resplandece con
fuerza” (Ap. 1:12, 14, 15, 16). Y el mismo Juan, hablando sobre la luz en
la nueva ciudad donde habitaremos para siempre dice: “La ciudad no tiene necesidad de sol ni de luna que brillen en ella;
porque la gloria de Dios la ilumina, y el cordero
es su lumbrera” (Ap. 21:23). Adoremos al Cordero, quien es la luz del
mundo, andemos en esta vida haciendo las obras de la luz y no la de las
tinieblas. Vistámonos de la luz de Cristo, por dentro y por fuera, ¿cómo?
Haciendo su voluntad, siguiendo el evangelio, amando a nuestros hermanos. El
mismo Juan dijo: “El que dice que está en
luz, y aborrece a su hermano, está todavía en tinieblas, el que ama a su
hermano permanece en la luz” (1 Jn. 2:9-10). Tener la luz de Cristo no es
meramente un concepto, es una acción: andar como él anduvo.
Hemos aprendido que
Jesús es la fuente de la vida, y él vino para dar vida plena, abundante y
eterna al mortal pecador. Ahora debemos preguntarnos ¿Cómo entramos en esa
vida? Y la respuesta contundente que nos dará en todo su evangelio es: Creyendo
en Jesucristo. La palabra creer aparece 76 veces en todo el Evangelio, ese es
el objetivo de este precioso libro. ¿Qué debemos creer? No se trata simplemente
de una fe ciega o mística, es una fe real, en una persona, en lo que ella es y
en lo que Dios quiere que creamos de ella; es decir, que Jesús es el único y
exclusivo Salvador del hombre, el Hijo de Dios, Dios de Dios; no un mero
hombre, ángel o profeta. Siendo Dios, entonces exige obediencia a todos sus
mandatos y sumisión absoluta a Su Voluntad perfecta. “Tenemos que mirarle,
aprender acerca de él, estudiarle, pensar en Él hasta llegar a la conclusión de
que no es sino el Hijo de Dios”[3]. Pero la fe que se apropia
de Jesús y recibe de él la vida y la luz, no es sólo una convicción racional,
también incluye la confianza de corazón sincero, de que él es lo que dice ser y
de Su palabra; y, en especial, cimentar nuestras vidas en Su evangelio.
Todos nosotros
pertenecíamos al reino de las tinieblas, nos deleitábamos en las obras de la
maldad, las cuales se hacen en oculto, y nos agradaba andar en la oscuridad de
nuestro pecado; caminábamos rumbo a las tinieblas de afuera, donde es el crujir
de dientes; pero un día Cristo nos iluminó con su Palabra y pudimos verlo como
el Hijo de Dios, el Redentor, el Cordero de Dios; y en ese acto de fe y
apropiación fuimos trasladados de “las
tinieblas a su luz admirable” (1 P. 2:9); por lo tanto, nuestro andar debe
ser como el de aquellos que portan la verdadera luz, “porque en otro tiempo erais tinieblas, mas ahora sois luz en el Señor;
andad como hijos de luz” (Ef. 5:8); y cómo andan los hijos de luz, así como
anduvo Cristo en este mundo. Amigos, ustedes son hijos de las tinieblas, pero
hoy el Señor se ha mostrado ante ustedes como el Señor de la luz, vengan a
Jesús, crean en él, dependan en todo de él, y ustedes también serán hijos de
luz: “Entre tanto que tenéis luz, creed
en la luz, para que seáis hijos de luz” (Juan 12:36).
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