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viernes, 11 de septiembre de 2015
martes, 8 de septiembre de 2015
Capítulo 9 - La Doxología
Capítulo
9 - La doxología
"…porque Tuyo es el
reino, y el poder, y la gloria, por todos los siglos. Amén".
Mateo 6:13
Este modelo para los adoradores de la Divinidad concluye con una
doxología o adscripción de alabanza a Aquél a quien va dirigida, evidenciando
la completitud de la oración. Cristo enseñó aquí a sus discípulos no sólo a pedir
por las cosas necesarias para ellos, sino a atribuir a Dios lo que es propiamente
Suyo. La acción de Gracias y la alabanza son una parte esencial de la oración. Particularmente
esto debería tenerse en cuenta en toda adoración pública, ya que la adoración a
Dios es su deber expreso. Seguramente si le pedimos a Dios que nos bendiga, lo
menos que podemos hacer es bendecirlo también. “Bendito sea el Dios y Padre de
nuestro Señor Jesucristo, que nos bendijo con toda bendición espiritual en los
lugares celestiales en Cristo,…" exclama San Pablo (Ef. 1:3). Pronunciar bendición sobre Dios no es sino el
eco y reflejo de su gracia hacia nosotros. La alabanza devota, como la expresión
de afectos espirituales elevados, es el idioma propio del alma en comunión con
Dios.
Las perfecciones de esta oración como un todo y la plenitud maravillosa
de cada cláusula y palabra en ella no son percibidas dándoles solo un vistazo rápido
y descuidado, sino que llegan a ser manifiestas sólo por una meditación reverente.
Esta doxología puede ser considerada al menos en tres formas: (1) como una
expresión de una alabanza santa y gozosa; (2) como una súplica y argumento para
vigorizar las peticiones; y (3) como confirmación y declaración de confianza en
que la oración será escuchada. En esta oración el Señor nos da la quintaesencia[1]
de la verdadera oración. En las oraciones dadas por el Espíritu en los Salmos del
Antiguo Testamento, la oración y la alabanza están continuamente unidas entre
sí. En el Nuevo Testamento, el Apóstol Pablo nos da la siguiente instrucción autoritativa:
"Por nada estéis afanosos, sino sean conocidas vuestras peticiones delante
de Dios en toda oración y ruego, con acción de gracias." (Fil. 4:6). Todas las oraciones de santos eminentes,
registradas en la Biblia, se entremezclan con la adoración de Aquel que habita
en las alabanzas de Israel (Sal. 22:3).
En esta oración modelo, Dios es hecho tanto el Alfa como la Omega.
Esta Abre dirigiéndose a Él como nuestro Padre en el cielo; termina alabándole
como el glorioso rey del universo. Entre más estén Sus perfecciones ante nuestros
corazones, más espiritual será nuestra adoración y más reverentes y fervientes
nuestras súplicas. Cuanto más el alma se dedica a la contemplación de Dios
mismo, más espontánea y sincera será su alabanza. “Perseverad en la oración,
velando en ella con acción de gracias;…" (Col. 4:2). ¿No es nuestro fracaso en este punto el que
es tan a menudo la causa de que la bendición se nos retenga? “Te alaben los
pueblos, oh Dios; Todos los pueblos te alaben. La tierra dará su fruto; Nos
bendecirá Dios, el Dios nuestro. " (Sal. 67:5, 6). Si no alabamos a Dios por Sus misericordias,
¿cómo podemos esperar que nos bendiga con Sus misericordias?
"Porque Tuyo es el Reino…" Estas palabras establecen el
derecho y la autoridad universal de Dios sobre todas las cosas, por medio de
las cuales el dispone de ellas en función de su placer. Dios es el Soberano Supremo
de la creación, la providencia y la gracia. El reina sobre los cielos y tierra,
estando todas las criaturas y las cosas bajo su control total. Las palabras
"…y el poder…" hacen alusión a la suficiencia infinita de Dios para ejecutar
Su derecho soberano y para hacer su voluntad en el cielo y en la tierra. Puesto
que él es el Todopoderoso, él tiene la habilidad de hacer todo lo que le
plazca. Él nunca duerme ni se cansa (Sal. 121:3, 4); nada es demasiado difícil
para él (Mateo 19:26); nadie le puede resistir (Dan. 4:35). Todas las fuerzas que se oponen a él y a la
salvación de la Iglesia él puede derrocarlas. La frase "…y la gloria…",
expone Su inefable excelencia: ya que él tiene soberanía absoluta sobre todos y
suficiente poder para disponer de todo, es por lo tanto el todo-glorioso. La
gloria de Dios es el gran objetivo de todas Sus obras y caminos, y de Su
gloria, es siempre celoso (Isa. 48:11, 12).
A él pertenece la gloria exclusiva de ser El que responde la oración.
A continuación notemos que la doxología es introducida por la
conjunción porque, la cual aquí tiene la fuerza de “debido a que…” o “por el
hecho de que…” Tuyo es el reino, etc. Esta doxología no es sólo un
reconocimiento de las perfecciones de Dios, sino una súplica más poderosa del
porqué nuestras peticiones deben ser oídas. Cristo está enseñándonos aquí a
utilizar el porqué de la argumentación. Tú eres capaz de conceder estas peticiones,
porque Tuyo es el Reino, etc. Si bien la doxología sin duda pertenece a la
oración como un todo y se puso para vigorizar las siete peticiones, sin
embargo, nos parece que tene referencia especial y más inmediata a la última:
"…y líbranos del mal…”: “…porque tuyo es el Reino…” Oh Padre, el número y
la potencia de nuestros enemigos son realmente grandes, y son lo más formidables
debido a la perfidia de nuestros propios corazones malvados. Sin embargo, nos
sentimos alentados a implorar Tu ayuda contra ellos, porque todos los intentos
realizados por el pecado y Satanás contra nosotros son realmente agresiones a
tu soberanía y dominio sobre nosotros y la promoción de tu gloria a través de
nosotros.
"Porque Tuyo es el reino, y el poder, y la gloria…" ¡Qué
aliento tenemos aquí! Dos cosas especialmente inspiran la confianza hacia Dios
en la oración: la conciencia de que él está dispuesto y que es capaz. Ambos son
insinuados aquí. El que Dios nos ordene, a través de Cristo su Hijo, dirigirnos
a él como nuestro Padre, es una indicación de Su amor y una garantía de Su
cuidado por nosotros. Pero Dios también es el Rey de reyes, que posee poder
infinito. Esta verdad nos asegura su suficiencia y garantiza su capacidad. Como
el Padre, El provee para sus hijos; como el Rey, defenderá sus súbditos. “Como
el padre se compadece de los hijos, se compadece Jehová de los que le temen. "
(Sal. 103:13). “Tú, oh Dios, eres mi
rey; Manda salvación a Jacob." (Sal. 44:4). Es para el propio honor y gloria de Dios que
él manifiesta su poder y se muestra a Sí mismo fuerte en su propio nombre.
"Y a Aquel que es poderoso para hacer todas las cosas mucho más
abundantemente de lo que pedimos o entendemos, según el poder que actúa en
nosotros, a él sea la gloria en la Iglesia en Cristo Jesús por todas las
edades, por los siglos de los siglos. Amen" (Ef. 3:20, 21).
¡Qué instrucción tenemos aquí! En primer lugar, se nos enseña a vigorizar
nuestras peticiones con argumentos tomados de las perfecciones divinas. El reinado
universal de Dios, Su poder y Su gloria deben ser convertidos en súplicas prevalecientes
para obtener las cosas que necesitamos. Debemos practicar lo que Job buscó
hacer: " Expondría mi causa delante de él, Y llenaría mi boca de
argumentos." (Job 23:4). En segundo
lugar, somos claramente dirigidos a unir petición y alabanza. En tercer lugar,
se nos enseña a orar con la mayor reverencia. Ya que Dios es un Rey tan grande
y poderoso, que debe ser temido (Isa. 8:13).
Por lo tanto, lo que se deduce es que tenemos que postrarnos ante él en
completa sumisión a su voluntad soberana. Cuarto, se nos instruye realizar una
entrega y sometimiento completos de nosotros mismos a Él; de lo contrario no hacemos
sino burlarnos de Dios cuando reconocemos verbalmente su dominio sobre nosotros
(Isa. 29:13). Quinto, orando así,
estamos capacitados para hacer de su gloria nuestra principal preocupación, esforzándonos
así a caminar para que nuestras vidas muestren su alabanza.
"…por todos los siglos..." Cuán marcado es el contraste
entre el Reino, el poder y la gloria de nuestro Padre y el dominio fugaz y la
gloria evanescente de los monarcas terrenales. El Ser glorioso a Quien nos
dirigimos en la oración, es " Desde el siglo y hasta el siglo,… Dios "
(Sal. 90:2). Cristo Jesús, en quien Él
es revelado y a través de quien la oración es ofrecida, "… es el mismo ayer, y hoy,
y por los siglos.” (Heb. 13:8). Cuando
oramos correctamente, miramos más allá del tiempo a la eternidad y medimos las
cosas presentes por su conexión con el futuro. ¡Cuán solemnes y expresivas son
estas palabras por todos los siglos! Los reinos terrenales se desmoronan y
desaparecen. El poder de la criatura es insignificante y momentáneo. La gloria
de los seres humanos y de todas las cosas mundanas se desvanece como un sueño.
Pero el Reino y el poder y la gloria de Jehová no son susceptibles ni de cambiar
ni de disminuir, y no tienen fin. Nuestra esperanza bendita es esa, cuando el
primer cielo y la tierra hayan pasado, el Reino y el poder y la gloria de
Dios serán conocidos y adorados en su maravillosa realidad por toda la
eternidad.
"…Amén." Esta palabra da entender las dos cosas
necesarias en la oración, es decir, un deseo ferviente y el ejercicio de la fe.
Para la palabra hebrea Amén (a menudo traducida "verdaderamente" o
"de verdad" en el Nuevo Testamento) significa "que así sea"
o " así será."
Este significado doble de súplica y expectación se insinúa claramente en el uso
del doble amén en Salmos 72:19: "Bendito su nombre glorioso para siempre,
y toda la tierra sea llena de Su gloria. Amén y Amén." Dios ha determinado
que será así, y toda la Iglesia expresa su deseo: "Que así sea." Este
"Amén" pertenece y se aplica a cada parte y cláusula de la oración:
"santificado sea tu nombre. Amén", y así sucesivamente. Al pronunciar
el Amén, tanto en oraciones públicas como en privadas, expresamos nuestros
deseos y afirmamos nuestra confianza en el poder y la fidelidad de Dios. Es en
sí misma una petición condensada y enfática: al creer en la veracidad de las
promesas de Dios y descansar en la estabilidad de Su gobierno, compartimos y
reconocemos ambas nuestra confianza y esperanza en una respuesta de gracia.
[1]
“En la Edad Media, la quintaesencia (latín quinta essentia) era un elemento
hipotético, también denominado éter. Se le consideraba un hipotético quinto
elemento o "quinta esencia" de la naturaleza, junto a los cuatro
elementos clásicos: tierra, agua, fuego y aire. (recuperado de: http://es.wikipedia.org/wiki/Quintaesencia)
el 29 de marzo de 2015)
Capítulo 8 - La Séptima petición
Capítulo
8 - La Séptima Petición
“…más líbranos del mal… "
Mateo 6:13
Esta séptima petición nos lleva al final de la parte del
peticionario de la oración del Padre nuestro. Las cuatro peticiones que son
para el suministro de nuestras propias necesidades son para proporcionar gracia
("danos"), gracia perdonadora ("perdónanos"), gracia
preventiva ("no nos dejes caer en la tentación"), y gracia preservadora
("líbranos"). Se debe notar
cuidadosamente que en cada caso el pronombre personal está en el plural y no en
singular - nosotros y nuestro, no yo y mí-. Ya que debemos suplicar no sólo por
nosotros mismos, sino por todos los miembros de la familia de la fe (Gal. 6:10). Cuán hermosamente demuestra esto el carácter
familiar de la verdadera oración cristiana. Puesto que nuestro Señor nos enseña
a dirigirnos al "Padre nuestro" y a abrazar a todos Sus hijos en
nuestras peticiones. En el pectoral del sumo sacerdote estaban inscritos los
nombres de todas las tribus de Israel. Como un símbolo de la intercesión de
Cristo en lo alto. Así, también, el Apóstol Pablo exhorta "…y súplica por
todos los santos…" (Ef. 6:18). El amor
a sí mismo cierra las entrañas de la compasión, confinándonos a nuestros
propios intereses; pero el amor de Dios derramado en nuestros corazones nos
hace solícitos en representación de nuestros hermanos.
"…Y líbranos del mal…" no podemos estar de acuerdo con
aquellos que limitan la aplicación de la palabra mal aquí solo al Diablo,
aunque no cabe duda que el principalmente es la intención aquí. El griego
puede, con igual propiedad, ser traducido el maligno o lo malo; de hecho, se
traduce en un sentido o en otro.
Se nos enseña a rezar por la liberación de todo los tipos, grados,
y ocasiones del mal; de la malicia, el poder y la sutileza de las poderes de
las tinieblas; de este mundo malo y todos sus engaños, trampas, iras, y
engaños; del mal de nuestro propio corazón, que pueda ser restringido, subyugado
y, finalmente, extirpado; y de la maldad del sufrimiento... (Thomas Scott).
Esta petición, entonces, expresa un deseo de ser liberado de todo
lo que es realmente perjudicial para nosotros, y sobre todo del pecado, que no
tiene ningún bien en sí mismo.
Es cierto que en contraposición a Dios, Quien es el Santo, Satanás
es designado como "el malvado [o el malo]" (Ef. 6:16; 1 Juan 2:13,
14; 3:12; 5:18, 19). Sin embargo,
también es cierto que el pecado es malo (Rom. 12:9), el mundo es malo (Gal.
1:4), y que nuestra propia naturaleza corrupta es mala (Mateo 12:35). Adicionalmente, las ventajas que el diablo gana
sobre nosotros son por medio de la carne y el mundo, pues son sus agentes. Por
lo tanto, esta es una oración por la liberación de todos nuestros enemigos
espirituales. Es cierto que se nos ha liberado de "el poder de las
tinieblas" y trasladado al reino de Cristo (Col. 1:13), y que, en
consecuencia, Satanás ya no tiene ninguna autoridad legal sobre nosotros.
No obstante, nuestro adversario ejerce un poder increíble y opresivo: a pesar
de que no nos puede gobernar, se le permite molestarnos y acosarnos. Levanta enemigos
para que nos persigan (Apo. 12, 13), inflama nuestra lujuria (1 Cron. 21:1; 1
Cor. 7:5), y perturba nuestra paz (1 Ped. 5:8).
Por lo tanto, es nuestra constante necesidad y obligación orar para que
seamos librados de él.
La estratagema favorita de Satanás es incitarnos o engañarnos a
todos a una prolongada auto-indulgencia en un cierto pecado al cual estamos
particularmente inclinados. Por lo tanto, tenemos que estar en constante
oración de que nuestras corrupciones naturales puedan ser mortificadas. Cuando
él no puede causar alguna lujuria grosera para tiranizar a un hijo de Dios, se
esfuerza por lograr que él cometa algún acto de maldad donde el nombre de Dios
será deshonrado y Su pueblo ofendido, como lo hizo en el caso de David (2 Sam.
11). Cuando un creyente ha caído en
pecado, el Diablo trata de hacer que se calme con él, para que no tenga
remordimientos por ello. Cuando Dios nos castiga por nuestras faltas, Satanás
se esfuerza para que no nos preocupemos contra el castigo de nuestro Padre o de
lo contrario nos conduce a la desesperación. Cuando falla en estos métodos de
ataque, entonces él levanta a nuestros amigos y familiares para que se opongan
a nosotros, como en el caso de Job. Pero cualquiera que sea su línea de asalto,
la oración por liberación debe ser nuestra fuente de ayuda diaria.
Cristo mismo nos ha dejado un ejemplo que nos debe alentar a
ofrecer esta petición, ya que en su intercesión a favor nuestro lo encontramos
diciendo, "No ruego que los quites del mundo, sino que los guardes del mal"
(Juan 17:15). Obsérvese cómo esto nos
explica la relación entre la cláusula que estamos considerando y la que la
precede. Cristo no oró absolutamente que deberíamos estar exentos de tentación,
porque Él sabía que Su pueblo debe esperar ataques tanto de dentro como de
fuera. Por lo tanto, el pidió que no deberíamos ser sacados de este mundo, sino
que fuéramos librados de mal. Ser guardado de la maldad del pecado es una misericordia
mucho más grande que ser guardado del problema de la tentación. Pero, ¿hasta
dónde Dios,
se puede preguntar, se ha comprometido a librarnos del mal? En primer lugar, él
no nos guarda del mal hasta donde sería doloroso para nuestros más altos
intereses. Fue para el mayor bien de Pedro, y el bien del pueblo de Dios, que
él haya sufrido el caer temporalmente (Lucas 22:31). En segundo lugar, Dios previene que el mal
gane completo dominio sobre nosotros, de modo que no apostatemos total y
definitivamente. En tercer lugar, nos rescata del mal por medio de la máxima
liberación, cuando Él nos lleve al cielo.
"…más líbranos del mal…" Esta es una oración, en primer
lugar, por la iluminación divina, a fin de que podamos detectar los artilugios
de Satanás (2 Cor. 2:11). El que puede
transformarse a sí mismo en un ángel de luz (2 Cor. 11:14) es demasiado sutil
para que la sabiduría humana trate con él. Sólo cuando el Espíritu misericordiosamente
ilumina podemos discernir sus trampas. En segundo lugar, esta es una oración por
fortaleza para resistir los ataques de Satanás, ya que él es demasiado poderoso
para nosotros resistirlo en nuestras propias fuerzas. Solo cuando somos energizados
por el Espíritu, seremos guardados de ceder voluntariamente a la tentación o de
tomar placer en los pecados que hemos cometido. En tercer lugar, esta es una
oración por gracia para mortificar nuestros deseos lujuriosos, porque sólo en
la medida en que mortifiquemos nuestras propias corrupciones internas, seremos
capacitados para rechazar las solicitudes externas para pecar. No podemos echarle
solamente la culpa a Satanás mientras le damos licencia al mal de nuestro
corazón. La salvación del amor al pecado siempre precede a la liberación de su
dominio. Cuarto, esta es una oración por arrepentimiento cuando sucumbimos. El
pecado tiene una tendencia mortal a darle muerte a nuestra sensibilidad y a endurecer
nuestros corazones (Heb. 3:13). Nada sino
la gracia Divina nos hará libres de descarada indiferencia y obrará en nosotros
la tristeza que es según dios por nuestros pecados. La palabra "líbranos"
implica que estamos tan profundamente sumidos en el pecado como una bestia que
se ha quedado en el cieno y debe ser arrastrada con fuerza para que salga.
Quinto, es una oración para la remoción de culpa de la conciencia. Cuando el
verdadero arrepentimiento se ha comunicado, el alma se inclina con vergüenza
ante Dios; no hay alivio hasta que el Espíritu rocía la conciencia nuevamente
con la sangre limpiadora de Cristo. Sexto, es una oración de que podamos ser de
tal manera liberados del mal, que nuestras almas sean restauradas de nuevo a la
comunión con Dios. Séptimo, es una oración que cancelará nuestras caídas de su
gloria y para nuestro bien duradero. Tener un deseo sincero de todas estas
cosas es una señal del favor de Dios.
Debemos esforzarnos por practicar Lo que pedimos. No hacemos sino burlarnos
de Dios, si le pedimos que nos libre del mal y, a continuación, jugamos con el
pecado o imprudentemente nos apresuramos al lugar de la tentación. La oración y
la vigilancia nunca deben ser separadas la una de la otra. Debemos hacer que
nuestro cuidado especial sea para mortificar nuestros deseos lujuriosos (Col.
3:5 ; 2 Tim. 2:22 ), para no hacer provisión alguna para la carne (Rom. 13:14
), para evitar toda especie (o forma) de mal (1 Tes. 5:22 ), para resistir al
Diablo firmes en la fe (1 Ped. 5:8, 9), para no amar al mundo, ni las cosas que
hay en él (1 Juan 2:15 ). Entre más formado
sea nuestro carácter y regulada nuestra conducta por la santa Palabra de Dios
más capacitados estaremos para vencer el mal con el bien. Trabajemos con
diligencia para mantener una buena conciencia (Hechos 24:16). Busquemos vivir cada día como si supiéramos
que es nuestro último día en la tierra (Prov. 27:1). Pongamos nuestro afecto en las cosas de
arriba (Col. 3:2). Entonces, que podamos
orar con sinceridad, "y líbranos del mal".
Capítulo 7 - La sexta petición
Capítulo
7 - La Sexta Petición
“…y no nos metas en
tentación…"
Mateo 6:13
Esta sexta petición también comienza con la conjunción y, requiriéndonos marcar estrechamente su relación con la petición anterior. La relación entre ellas puede ser establecida así. En primer lugar, la petición anterior se refiere a la parte negativa de nuestra justificación, mientras que esta tiene que ver con nuestra santificación práctica; puesto que las dos bendiciones nunca deben ser cortadas. Por lo tanto, observamos que la balanza de la verdad está perfectamente preservada. En segundo lugar, los pecados pasados siendo perdonados. Debemos orar fervientemente para que la gracia nos prevenga de repetirlos. No podemos desear correctamente que Dios nos perdone nuestros pecados a menos que sinceramente deseemos la gracia para abstenernos de otros similares en el futuro. Por lo tanto, debemos hacer de esto nuestra práctica, el que ferviente y sinceramente roguemos por fortaleza para evitar una repetición de los mismos. En tercer lugar, en la quinta petición oramos por la remisión de la culpa del pecado; aquí oramos por el poder ser librados de su poder. La concesión de Dios de la primera de las peticiones es para fomentar en nosotros la fe para que le pidamos ayuda en la mortificación de la carne y que avive el espíritu.
Antes de continuar, podría ser mejor aclarar el camino desechando
algo que es una dificultad real para muchos. "Cuando alguno es tentado, no
diga que es tentado de parte de Dios; porque Dios no puede ser tentado por el
mal, ni él tienta a nadie…" (Sant. 1:13).
No hay más conflicto entre las palabras "…Y no nos metas en
tentación,…" y la expresión "ni él tienta a nadie…” que no hay la
menor oposición entre la enseñanza de que "Dios no puede ser tentado por el
mal" y el hecho relatado de lo que Israel hacía: "Y volvían, y
tentaban a Dios, Y provocaban al Santo de Israel." (Sal. 78:41). Que Dios no tienta a nadie significa que no infunde
el mal en nadie, ni es en ninguna manera un aliado con nosotros en nuestra
culpabilidad. La criminalidad de nuestros pecados se debe atribuir completamente
a nosotros mismos, como Santiago 1:14, 15 lo aclara. Pero los hombres niegan
que es de sus propias naturalezas corruptas que tales y tales males proceden,
culpando a sus tentaciones. Y si no son capaces de solucionar el mal en las
tentaciones, entonces, tratan de excusarse echándole la culpa a Dios, como
Adán: "…La mujer que me diste por compañera medio del árbol, y yo comí. "
(Gen. 3:12).
Es importante comprender que la palabra tentar tiene un
significado doble en la Escritura, aunque no siempre es fácil determinar cuál
de las dos se aplica en un pasaje en particular: (1) probar (la fuerza de),
poner a prueba; y (2) seducir a hacer el mal. Cuando se dice que "Dios probó
a Abraham" (Gen. 22:1), significa que lo retó, poniendo a prueba su fe y
fidelidad. Pero, cuando leemos que Satanás tentó Cristo, significa que Satanás
trató de provocar su caída, aunque era moralmente imposible. Tentar es poner a
prueba a una persona, con el fin de averiguar lo que él es, y lo que hará. Podemos
tentar a Dios de forma legítima y buena poniéndolo a prueba en una forma de
deber, como cuando esperamos el cumplimiento de Su promesa en Malaquías 3:10.
Pero, como se registra en nuestra advertencia en el Salmo 78:41, Israel tentó a
Dios en una forma de pecado, actuando de tal manera que provocaron Su
desagrado.
“Y no nos metas en tentación." Nótese las verdades que son claramente
implicadas por medio de estas palabras. En primer lugar, la providencia
universal de Dios es poseída. Todas las criaturas están a la disposición soberana
de su Hacedor; él tiene el mismo control absoluto sobre el mal, como también sobre
el bien. En esta petición se hace un reconocimiento de que el ordenamiento de
todas las tentaciones está en manos de nuestro todo-sabio, omnipotente Dios. En
segundo lugar, La justicia ofendida de Dios y el mal que merecemos son
declarados. Nuestra maldad es tal que Dios sería perfectamente justo si ahora permitiera
que fuéramos completamente tragados por el pecado y destruidos por Satanás. En
tercer lugar, su misericordia es reconocida. Aunque Lo hemos provocado tan terriblemente,
sin embargo por el amor de Cristo, ha perdonado nuestras deudas. Por lo tanto,
rogamos que nos preserve en lo sucesivo. Cuarto, nuestra debilidad es
reconocida. Ya que nos damos cuenta de que somos incapaces de defendernos
contra las tentaciones en nuestras propias fuerzas, oramos: "…y no nos
metas en tentación…".
¿Cómo nos mete Dios en tentación? En primer lugar, lo hace
objetivamente cuando Sus providencias, aunque buenas en sí mismas, ofrecen
ocasiones (a causa de nuestra depravación) para el pecado. Cuando manifestamos nuestra
propia justicia, Él puede guiarnos a circunstancias como las que Job
experimentó. Cuando estamos seguros de sí mismos, el podría estar agradado en
hacernos sufrir el ser tentados como Pedro lo fue. Cuando somos autocomplacientes,
puede conducirnos a una situación similar a la que Ezequías encontró (2 Cron.
32:27; Véase 2 Reyes 20:12). Dios lleva
a muchos a la pobreza, que, aunque es una prueba dolorosa, sin embargo, bajo Su
bendición, a menudo es enriquecedora para el alma. Dios lleva a algunos a la
prosperidad, lo cual es una gran trampa para muchos. Sin embargo, si se es santificado
por Él, la prosperidad aumenta la capacidad de utilidad. En segundo lugar, Dios
tienta permisivamente cuando no restringe a Satanás (lo que no está obligado a
hacer). A veces Dios permite que él nos zarandee
como trigo, al igual que un viento fuerte que rompe las ramas muertas de los
árboles. Tercero, Dios tienta a algunos hombres judicialmente, al castigar sus
pecados, permitiendo que el diablo los lleve a posteriores pecados, hasta la
destrucción final de sus almas.
Pero ¿por qué Dios tienta a Su pueblo, ya sea objetivamente por medio
de Sus providencias, o subjetiva y permisivamente a través de Satanás? Lo hace
por varias razones. En primer lugar, el nos prueba para revelarnos nuestra
debilidad y nuestra profunda necesidad de su gracia. Dios retiró su brazo sustentador
de Ezequías: "Dios lo dejó, para probarle, para hacer conocer todo lo que
estaba en su corazón. " (2 Cron. 32:31).
Cuando Dios nos deja a expensas de nosotros mismos, es el descubrimiento
más doloroso y humillante que podamos hacer. Sin embargo, es necesario si hemos
de orar con el corazón, “...Sostenme, y seré salvo,…" (Sal. 119:117). En segundo lugar, El nos prueba con el fin de
enseñarnos la necesidad de la vigilancia y la oración. La mayoría de nosotros
somos tan tontos e incrédulos que aprendemos solo en la dura escuela de la
experiencia, e incluso sus lecciones tienen que entrarnos a golpes. Poco a poco
descubrimos cuán alto es el precio que tenemos que pagar por la ligereza, el descuido
y la presunción. Tercero, nuestro Padre nos somete a pruebas para curar nuestra
pereza. Dios clama, "…Despiértate, tú que duermes…" (Ef. 5:14), pero
no Le prestamos atención, y por lo tanto emplea a menudo siervos ásperos para
despertarnos con rudeza. Cuarto, Dios nos pone a prueba para revelarnos la
importancia y el valor de la armadura que él ha designado (Ef. 6:11). Si imprudentemente vamos a la batalla sin el
arsenal espiritual, entonces no debemos sorprendernos de la heridas que
recibimos; pero tendrán el efecto salutífero de hacernos más cuidadosos en el
futuro.
De todo lo que se ha dicho anteriormente, debe quedar claro que no
estamos para orar simple y absolutamente contra todas las tentaciones. Cristo mismo
fue tentado por el diablo, y definitivamente fue llevado al desierto por el
Espíritu con ese mismo propósito (Mateo 4:1; Marcos 1:12). No todas las tentaciones son malas,
independientemente de la perspectiva desde la cual las miremos: su naturaleza,
su diseño o su resultado. Es de la maldad de las tentaciones que oramos ser librados
(como lo indica la siguiente petición en la oración), sin embargo aún en eso oramos
sumisamente y con calificación. Debemos orar para que no se nos meta en
tentación; o, si Dios ve conveniente que debamos ser tentados, que no podamos
ceder a la misma; o si cedemos, que no seamos totalmente vencidos por el
pecado. Tampoco debemos orar por una exención total de las pruebas, sino sólo
para la remoción del juicio de ellas. Dios a menudo permite que Satanás nos
asalte y acose, con el fin de humillarnos, para llevarnos a Él, y glorificarse
a sí mismo, manifestándonos más plenamente su poder preservador. “Hermanos
míos, tened por sumo gozo cuando os halléis en diversas pruebas, sabiendo que la prueba de vuestra fe produce
paciencia.” (Sant. 1:2, 3).
En conclusión, unos cuantos comentarios sobre nuestra
responsabilidad en relación con la tentación son apropiados. En primer lugar,
tenemos el deber y la responsabilidad de evitar a las personas y lugares que
nos atraen al pecado, al igual que siempre es nuestro deber estar alertas por
los primeros signos de aproximación de Satanás (Sal. 19:13; Prov. 4:14; 1 Tes.
5:22). Como un escritor desconocido dijo,
"El que lleva con sigo mucho material inflamable haría bien en mantenerse a
la mayor distancia posible del incendio." En segundo lugar, debemos
resistir firmemente al Diablo. "Cazadnos las zorras, las zorras pequeñas,
que echan a perder las viñas;…" (Cnt 2:15). No debemos ceder ni un milímetro a nuestro
enemigo. En tercer lugar, tenemos que ir sumisamente a Dios por gracia, para
que la medida que Él nos conceda esté de acuerdo a su propio buen placer (Fil.
2:13).
Usted va a esforzarse, de hecho, a orar, y a utilizar todos los
buenos medios para salir de la tentación; pero, sométase, si el Señor se
complace en continuar Su ejercicio sobre usted. No, aunque Dios deba continuar
la tentación, y al presente no le dé las medidas de gracia necesarias, sin
embargo usted no debe murmurar, sino caiga a sus pies; porque Dios es el Señor
de su propia gracia (Thomas Manton).
Por lo tanto,
aprendemos que esta petición debe ser presentada en sumisión a la voluntad
soberana de Dios.
Capítulo 6 - La quinta petición
Capítulo
6 - La Quinta Petición
"Y perdónanos
nuestras deudas, como también nosotros perdonamos a nuestros deudores."
Mateo 6:12
Al comienzo de nuestra consideración de esta quinta petición, es
vital que prestemos la debida atención al hecho de que comienza diferentemente de
las cuatro primeras. Por primera vez en nuestra oración del Señor nos
encontramos con la conjunción y. La cuarta petición, "…danos hoy nuestro
pan de cada día…", es seguida de las palabras "…y perdónanos nuestras
deudas…", lo que indica que hay una relación muy estrecha entre las dos
peticiones. Es cierto que las tres primeras peticiones están íntimamente
relacionadas, sin embargo son bastante diferentes. Pero la cuarta y la quinta
petición deben estar especialmente ligadas en nuestras mentes por varias
razones prácticas. En primer lugar, se nos enseña que sin perdonar todas las
cosas buenas de esta vida no nos beneficiarán para nada. Un hombre en una celda
de los condenados a muerte es alimentado y vestido, pero, ¿qué valor tiene para
él la dieta más delicada y la ropa más costosa, mientras permanezca bajo pena
de muerte inminente? "El pan nuestro de cada día no hace sino engordarnos
pero como corderos para el matadero si nuestros pecados no son perdonados"
(Matthew Henry). En segundo lugar,
nuestro Señor nos quiere informar que nuestros pecados son tantos y tan graves
que no merecemos ni un bocado de comida. Cada día el cristiano es culpable de ofensas
que pierde aun la más común de las bendiciones de la vida, de tal manera que debería
siempre decir como dijo Jacob, " menor soy que todas las misericordias y que toda la verdad que has
usado para con tu siervo; (Gen. 32:10).
En tercer lugar, Cristo nos quiere recordar que nuestros pecados son el
gran obstáculo de los favores que podríamos recibir de Dios (Isa. 59:2; Jer.
5:25). Nuestros pecados angostan el
canal de bendición, y por lo tanto tan a menudo como oramos: "danos",
debemos añadir, "y perdónanos." Cuarto, Cristo nos quiere alentar a
continuar en la fe con viento en popa. Si tenemos confianza en la providencia
de Dios para nuestros cuerpos, ¿no deberíamos confiar en él para la salvación
de nuestras almas del poder y el dominio del pecado y de la espantosa paga del
pecado?
"…perdónanos nuestras deudas…" Nuestros pecados son
vistos aquí, como en Lucas 11:4, bajo la noción de deudas, es decir,
obligaciones no pagadas o fracasos al rendir a Dios su legítima consideración.
Le debemos a Dios una adoración sincera y perfecta junto con seriedad y
obediencia perpetua. El Apóstol Pablo dice, " Así que, hermanos,
deudores somos, no a la carne, para que vivamos conforme a la carne…"
(Rom. 8:12), indicando así el lado negativo. Pero positivamente, somos deudores
de Dios, para vivir en Él. Por la ley de la creación, fuimos hechos no para
gratificar la carne, sino para glorificar a Dios. “Así también vosotros, cuando
hayáis hecho todo lo que os ha sido ordenado, decid: Siervos inútiles somos,
pues lo que debíamos hacer, hicimos. " (Lucas 17:10). El fracaso al pagar la deuda de adoración y
obediencia ha conllevado culpa, trayéndonos a ser deudores de la justicia
Divina. Ahora, cuando oramos, "…perdónanos nuestras deudas…", no
pedimos que se nos exonere de los deberes que tenemos con Dios, sino ser
absueltos de la culpa, es decir, que el castigo debido nos sea remitido.
"un acreedor que tenía dos deudores" (Lucas 7:41). Aquí, en nuestro texto, Dios se presenta en
la figura de un acreedor, en parte en vista de ser nuestro Creador, y en parte como
siendo nuestro legislador y juez. Dios no sólo nos ha dotado con talentos,
obligándonos a servir y glorificar a nuestro benefactor, sino que también nos
ha colocado bajo su ley, de tal manera que seamos condenados por nuestras
faltas. Y como juez, el aún nos llamará a cada uno de nosotros para hacer una rendición
de cuantas completa de nuestras respectivas mayordomías, (Rom. 14:12). Tiene que haber un gran día de rendición de
cuentas (Lucas 19:15), y a los que han fallado en arrepentirse y lamentar sus
deudas y refugiarse en Cristo serán eternamente castigados por sus faltas. Por
desgracia, muy pocos se conducen a sí mismos con una conciencia clara de esa corte
solemne.
No sólo esta metáfora de los acreedores y deudores aplica para
nuestra ruina, sino que, gracias a Dios, aplica por igual al remedio para
nuestra recuperación. Como los deudores en banca rota, estamos completamente deshechos
y debemos yacer por siempre bajo el justo juicio de Dios, a menos que se Le
haga una compensación completa. Pero no tenemos el poder de pagarle esa
compensación, ya que, moral y espiritualmente hablando, estamos completamente
en banca rota. La liberación, entonces, debe venir desde fuera de nosotros.
Aquí es donde el Evangelio habla palabras de alivio al alma cargada de pecado:
otro, el Señor Jesús, tomó sobre sí el oficio de Patrocinador, y rindió plena
satisfacción a la justicia Divina en nombre de Su pueblo, pagando una
compensación completa a Dios por ellos. Por lo tanto, en este sentido, Cristo
es llamado el "fiador de un mejor pacto" (Heb. 7:22), como afirmó
proféticamente a través de su padre David: " ¿Y he de pagar lo que no
robé?" (Sal. 69:4). Dios declara en
cuanto a sus elegidos, " Que lo libró de descender al sepulcro, que halló
redención; " (Job 33:24).
"…y perdónanos nuestras deudas…" Resulta extraño
decirlo, pero algunos experimentan una dificultad aquí. Al ver que Dios ya ha perdonado
a los cristianos "todos los pecados" (Col. 2:13), ¿no es innecesario,
preguntan, que éste siga pidiendo perdón a Dios? Esta dificultad es auto-creada,
a través un error a la hora de distinguir entre el precio de compra de nuestro
perdón por medio de Cristo y su aplicación real para nosotros. Verdadero, la
plena expiación por todos nuestros pecados fue hecha por él, y en la cruz su
culpabilidad fue cancelada. Verdadero, todos nuestros antiguos pecados se
purgan en nuestra conversión (2 Ped. 1:9).
Sin embargo, hay un sentido muy real en el que nuestros pecados presentes
y futuros no son remitidos hasta que nos arrepintamos y los confesemos a Dios.
Por lo tanto, es necesario y apropiado que busquemos el perdón para ellos. (1
Juan 1:6). Incluso después de que Natán
le dio seguridad a David, diciendo: "…también Jehová ha remitido tu
pecado…" (2 Sam. 12:13), David le rogó perdón de Dios (Sal. 51:1, 2).
¿Qué es lo que pedimos en esta petición? En primer lugar, pedimos
que Dios no ponga a nuestro cargo los pecados que diariamente cometemos (Salmo
143:2). En segundo lugar, pedimos que Dios acepte la satisfacción de Cristo por
nuestros pecados y nos mire como justos en él. Algunos pueden objetar, "pero
si fuéramos verdaderos cristianos, ya lo ha hecho así." Verdadero, sin
embargo, El requiere que nosotros demandemos por nuestro perdón, justo como El dijo
a Cristo, "Pídeme, y te daré por herencia las naciones…" (Sal. 2:8). Dios está dispuesto a perdonar, pero Él
requiere que nosotros clamemos a él. ¿Por qué? Para que su misericordia
salvadora pueda ser reconocida, y para que nuestra fe pueda ser ejercitada. En
tercer lugar, suplicamos a Dios para la continuación del perdón. Aunque seamos
justificados, sin embargo, debemos seguir pidiendo; de la misma forma que con
el pan de cada día, a pesar de que tenemos un buen almacén a la mano, sin
embargo, pedimos para la continuación de él. En cuarto lugar, pedimos por el
sentido del perdón, o seguridad de él, que los pecados puedan ser borrados de
nuestra conciencia y del libro de las memorias de Dios. Los efectos del perdón
son paz interior y acceso a Dios (Rom. 5:1, 2).
El perdón no se exige como algo debido a nosotros, sino pedido
como una misericordia. "Al mismo final de su vida, el mejor Cristiano debe
venir por perdón tal y como lo hizo al principio, no como un reclamante de un
derecho, sino como una suplicante de un favor" (John Brown). Tampoco es esto inconsistente con, o una
reflexión sobre nuestra justificación completa (Actos 13:39). Es cierto que el
creyente "…no vendrá a condenación…" (Juan 5:24); sin embargo, en
lugar de que esta verdad lo guíe a la conclusión de que no es necesario orar
por la remisión de sus pecados, ella le suple con los ánimos posibles más
fuertes para presentar tal petición. Del mismo modo, la seguridad Divina de que
un verdadero cristiano perseverará hasta el final, en vez de sentar las bases para
el descuido, es el motivo más poderoso para la vigilancia y la fidelidad. Esta
petición implica un sentido profundo de pecado, un penitente reconocimiento del
mismo, una búsqueda de la misericordia de Dios por amor de Cristo, y la conciencia
de que él puede justamente perdonarnos. Su presentación debe ser siempre precedida
por un auto-examen y humillación.
Nuestro Señor nos enseña a confirmar esta petición con un
argumento: “…así como nosotros perdonamos a nuestros deudores.” En primer
lugar, Cristo nos enseña a argumentar desde una disposición similar en nosotros
mismos: cualquier bien que haya en nosotros debe estar primero en Dios, porque
él es la suma de toda excelencia; si, luego, una disposición amable ha sido
plantada en nuestros corazones por Su Espíritu Santo, la misma debe ser hallada
en Él. En segundo lugar, hemos de razonar con Dios de lo menor a lo mayor: si
nosotros, que no tenemos sino una gota de misericordia, podemos perdonar las
ofensas que se nos han hecho, seguramente Dios, que es un verdadero océano de
misericordia, nos perdonará. En tercer lugar, debemos argumentar desde la
condición de aquellos que pueden esperar perdón: somos pecadores que, a partir
de un sentido de la misericordia de Dios para nosotros, están dispuestas a
mostrar misericordia a los demás; por lo tanto, moralmente estamos cualificados
para más misericordia, dado que no hemos abusado de la misericordia que ya hemos
recibido. Quienes orarían correctamente a Dios para obtener el perdón deben
perdonar a aquellos que les han hecho lo malo. José (Gen. 50:14) Y Esteban
(Hechos 7:60) son ejemplos visibles. Tenemos que orar mucho para que Dios quite
toda amargura y malicia de nuestros corazones contra aquellos que nos han hecho
mal. Pero perdonar a nuestros deudores no excluye que los reprendamos, y,
cuando están en juego intereses públicos, hacer que sean enjuiciados. Es mi
obligación entregar un ladrón a un policía, o acudir a la ley contra uno que
era capaz pero que se rehusó a pagarme (Rom. 13:1). Si una persona es culpable de un delito y no lo
reporto, luego, me convierto en cómplice de ese crimen. Por lo tanto, demuestro
una falta de amor por él y por la sociedad (Lev. 19:17, 18).
Capítulo 5 - La cuarta petición
Capítulo
5 - La cuarta petición
"…danos hoy nuestro
pan de cada día..."
Mateo 6:11
Dirigimos nuestra atención a las peticiones que más inmediatamente
nos conciernen. El hecho de que nuestro Señor hiciera tres peticiones que se
refieren directamente a los intereses legítimos de Dios, en primer lugar, deben
suficientemente indicarnos que debemos trabajar en la oración para promover la gloria
manifestativa de Dios, para avanzar Su reino, y para hacer Su voluntad antes de
que se nos permita suplicar por nuestras propias necesidades. Estas peticiones
que más inmediatamente nos conciernen son cuatro en número, y en ellas se
puede discernir claramente una referencia implícita a cada una de las
Personas de la Santísima Trinidad. Nuestras necesidades temporales son suplidas
por la bondad del Padre. Nuestros pecados son perdonados a través de la
mediación del Hijo. Somos preservados de la tentación y librados del mal por las
operaciones de gracia del Espíritu Santo. Examinemos cuidadosamente la
proporción que se observa en estas cuatro últimas peticiones: una de ellas se ocupa
de nuestras necesidades fisiológicas; tres de ellos se preocupan por los
intereses del alma. Esto nos enseña que en la oración, como en todas las demás
actividades de la vida, las preocupaciones temporales deben ser subordinadas a
las preocupaciones espirituales.
"Danos hoy nuestro pan de cada día." Tal vez será útil
si se empieza por plantear una serie de preguntas. En primer lugar, ¿por qué
esta solicitud para el suministro de las necesidades corporales necesita venir
antes que aquellas peticiones que se preocupan por las necesidades del alma? En
segundo lugar, ¿qué se quiere decir con, o está incluido en el término pan?
Tercero, ¿en qué sentido podemos convenientemente rogar a Dios por nuestro pan
de cada día cuando ya tenemos un suministro a la mano? En cuarto lugar, ¿cómo
puede ser el pan un regalo divino si nos ganamos el mismo por nuestros propios
esfuerzos? Quinto, ¿qué es lo que nuestro Señor nos está inculcando al
restringir la solicitud a "nuestro pan de cada día"? Antes de intentar responder a estas preguntas
hay que decir que, con casi todos los mejores comentaristas, consideramos la
primera referencia como siendo pan material en lugar de espiritual.
Matthew Henry, muy astutamente señaló que la razón por la que este
pedido para el suministro de nuestras necesidades físicas encabeza las cuatro
últimas peticiones es que "nuestro [bienestar] natural es necesario [para]
nuestro bienestar espiritual en este mundo." En otras palabras, Dios nos
concede las cosas físicas de esta vida mientras nos ayuda en el cumplimiento de
nuestros deberes espirituales. Y puesto que son dadas por Él, deben ser
empleadas en Su servicio. Qué consideración de gracia la que Dios muestra hacia
nuestra debilidad: somos ineptos e incapaces de realizar nuestros deberes más
elevados si se nos priva de las cosas necesarias para el sustento de nuestra
existencia corporal. También es posible deducir correctamente que esta petición
viene primero con el fin de promover el crecimiento estable y el
fortalecimiento de nuestra fe. Al percibir la bondad y la fidelidad de Dios en
proveer para nuestras necesidades físicas diarias, nos sentimos animados y estimulados
a pedir por bendiciones mayores (cf.
Hechos 17:25).
"…nuestro pan de cada día…" se refiere principalmente a ser
suplidos para nuestras necesidades temporales. Para los Hebreos, el pan era un
término genérico, significando las necesidades y conveniencias de esta vida (Gen.
3:19; 28:20), tales como alimento, vestido, y vivienda. Inherente a la
utilización del término específico pan más bien que el término más general
alimento es un énfasis que nos enseña a pedir no por exquisiteces o riquezas,
sino por lo que es sano y necesario. El termino pan incluye aquí la salud y el apetito,
aparte de que la comida no nos haga ningún bien. También tiene en cuenta
nuestra nutrición: ya que esto no proviene de los alimentos por sí solos,
ni tampoco yace dentro del poder de la voluntad del hombre. Por lo tanto, la
bendición de Dios en ésto debe ser buscada. “Porque todo lo que Dios creó es
bueno, y nada es de desecharse, si se toma con acción de gracias; porque por la
palabra de Dios y por la oración es santificado. " (1 Tim. 4:4, 5).
Al rogar a Dios que nos dé nuestro pan de cada día, le pedimos que
si él nos puede proveer una porción de cosas externas, como las que él ve, se
adaptan mejor a nuestro llamado y condición. “No me des pobreza ni riquezas;
Mantenme del pan necesario; No sea que me sacie, y te niegue, y diga: ¿Quién es
Jehová? O que siendo pobre, hurte, Y blasfeme el nombre de mi Dios."
(Prov. 30:8, 9). Si Dios nos concede las superficialidades de la vida, hemos de
ser agradecidos, y debemos tratar de utilizarlas para Su gloria; pero no
debemos pedirlas. "Así que, teniendo sustento y abrigo, estemos contentos
con esto." (1 Tim. 6:8). Debemos
pedir por "nuestro pan de cada día." No se debe obtener mediante el
robo, ni tomándolo por la fuerza o hacer fraude con lo que pertenece a otro,
sino por nuestro trabajo y esfuerzo personal. “No ames el sueño, para que no te
empobrezcas; abre tus ojos, y te saciarás de pan. "(Prov. 20:13). "Considera los caminos de su casa, y no
come el pan de balde" (Prov. 31:27).
¿Cómo puedo pedir sinceramente a Dios por el pan de cada día
cuando ya tengo un buen suministro a la mano? En primer lugar, puedo preguntar
esto porque mi porción temporal presente podría ser velozmente quitada de mí, y
sin ninguna advertencia. Una ilustración notable y solemne de ésto se halla en
Génesis 19:15 -25. El fuego puede quemar la casa de uno y todo lo que hay en
ella. Así que al pedir a Dios por el suministro diario de nuestras necesidades
temporales, reconocemos nuestra total dependencia de su generosidad. En segundo
lugar, debemos hacer esta petición cada día, porque lo que tenemos no nos
beneficiará en nada a menos que Dios se digne también bendecirnos igualmente.
Tercero, el amor exige que yo ore así, porque esta petición abarca mucho más
que mis propias necesidades personales. Por medio del enseñarnos a orar,
"Danos hoy nuestro pan de cada día", el Señor Jesús nos está
inculcando amor y compasión hacia los demás. Dios requiere que amemos a nuestro
prójimo como a nosotros mismos, y a ser tan solícitos a las necesidades de
nuestros hermanos cristianos como lo somos con nuestras propias necesidades
(Gal. 6:10).
¿Cómo se puede decir que Dios nos da nuestro pan de cada día si
nosotros mismos lo hemos ganado? Seguramente, un problemilla tal escasamente
necesita respuesta. En primer lugar, Dios debe dárnoslo, porque nuestro derecho
a él se perdió cuando caímos en Adán. En segundo lugar, Dios debe otorgarlo,
porque todo le pertenece a él. "De Jehová es la tierra y su plenitud; el
mundo, y los que en él habitan." (Sal. 24:1). "Mía es la plata, y mío es el oro, dice
Jehová de los ejércitos." (Hageo 2:8).
"Por tanto, yo volveré y tomaré mi trigo a su tiempo, y mi vino a
su sazón,…" (Oseas 2:9). Por lo tanto tenemos en pago de nuestro Señor (es
decir, con la condición de homenaje y servicio) la parte de Él otorga. No somos
sino administradores. Dios nos concede ambos la posesión y el uso de su
creación, pero retiene para sí mismo el título. En tercer lugar, debemos ya
estar orando así porque todo lo que tenemos viene de Dios. "Todos ellos
esperan en ti, Para que les des su comida a su tiempo. Les das, recogen; Abres
tu mano, se sacian de bien." (Sal. 104:27, 28; Hch 14:17). Aunque por el trabajo y la compra se puede
decir que las cosas son nuestras (relativamente hablando), sin embargo es Dios
quien nos da la fuerza para trabajar.
¿Qué está Cristo inculcando al restringir la solicitud al "
pan nuestro de
cada día"? En primer lugar, se nos recuerda nuestra fragilidad. Somos
incapaces de continuar en salud por veinticuatro horas, y somos incompetentes
para los deberes de un solo día, a menos que constantemente seamos alimentados desde
lo alto. En segundo lugar, se nos recuerda la brevedad de nuestra existencia
mundana. Ninguno de nosotros sabe lo que un día traerá, y por lo tanto se nos
prohíbe gloriarnos del día mañana, “No te jactes del día de mañana; porque no
sabes qué dará de sí el día.” (Prov. 27:1).
En tercer lugar, se nos enseña a suprimir toda preocupación ansiosa por
el futuro y a vivir un día a la vez. “Así que, no os afanéis por el día de
mañana, porque el día de mañana traerá su afán. Basta a cada día su propio mal."
(Mateo 6:34). En cuarto lugar, Cristo inculca
la lección de la moderación. Debemos ahogar el espíritu de la codicia, formando
el hábito de estar contentos con una pequeña porción. Por último, obsérvese que
las palabras del Señor, "…danos hoy nuestro pan de cada día…", son
apropiadas para su uso cada mañana, mientras que la expresión que Él enseña en
Lucas 11:3, "Danos día tras día nuestro pan diario” (KJV),[1]
debe ser nuestra solicitud cada noche.
En resumen, entonces, esta petición nos enseña las siguientes
lecciones indispensables: (1) que está permitido y lícito suplicar a Dios por
misericordias temporales; (2) que somos completamente dependientes de la generosidad
de Dios para todo; (3) que nuestra confianza debe estar puesta sólo en él, y no
en causas secundarias; (4) que debemos estar agradecidos, y devolver las
gracias por las bendiciones materiales, así como por las espirituales; (5) que
hemos de practicar la sobriedad y no alimentar la codicia; (6) que debemos
tener nuestro culto familiar en la mañana y en la noche; y (7) que debemos ser
igualmente diligentes a favor de los demás como para con nosotros mismos.
[1]
En la versión Reina Valera de 1960, Mateo 6: 11 y Lucas 11. 3 dicen exactamente
lo mismo: “El pan nuestro de cada día, dánoslo hoy.” Mientras que en la versión
de King James (KJV) son diferentes; una traducción literal de ellos seria:
Mateo 6: 11: “Danos este día nuestro pan diario.” Y Lucas 11: 3: “Danos día
tras día nuestro pan diario”
Capítulo 4 - La tercera petición
Capítulo
4 - La Tercera petición
"…hágase tu
voluntad en la tierra como en el cielo…"
Mateo 6:10
La conexión entre esta tercera petición y las anteriores no es
difícil de rastrear. La primera preocupación de nuestros corazones, así como
nuestras oraciones, debe ser para la gloria de Dios. Anhelos por el Reino de
Dios siguen naturalmente, al igual que esfuerzos honestos para servir a Dios
mientras estamos en esta tierra. La gloria de Dios es el gran objeto de
nuestros deseos. La venida y el avance de su Reino son el principal medio por
el cual la gloria de Dios es manifestativamente asegurada. Nuestra obediencia
personal hace que sea evidente que su Reino ha llegado a nosotros. Cuando el Reino
de Dios realmente viene a un alma, esta debe, necesariamente, ser traída a la
obediencia de sus leyes y ordenanzas. Es peor que inútil llamar a Dios nuestro
Rey si sus mandamientos no son considerados por nosotros. En términos
generales, hay dos partes en esta petición: (1) una petición por el espíritu de
obediencia; y (2) una declaración de la manera en que la obediencia debe ser llevada
a cabo.
"…hágase tu voluntad…" Esta cláusula puede presentar una
dificultad para algunos de nuestros lectores, quienes podrían preguntar, "¿no
se hace siempre la voluntad de Dios?" En un sentido si, pero en otro
sentido no. La Escritura presenta la voluntad de Dios desde dos diferentes
puntos de vista: su voluntad secreta y Su voluntad revelada, o su voluntad
decretiva y su voluntad preceptiva. Su voluntad secreta o decretiva es el
gobierno de Sus propias acciones: en la creación (Apo. 4:11), la providencia
(Dan. 4:35), y la gracia (Rom. 9:15). Lo
que Dios ha decretado es siempre desconocido a los hombres hasta que son
reveladas por las profecías de lo que ha de venir o por los acontecimientos
cuando ocurren. Por otra parte, la voluntad de Dios revelada o preceptiva, es el
gobierno para nuestras acciones, Dios ha dado a conocer en las Escrituras lo que
es agradable a sus ojos.
La voluntad secreta o decretiva de Dios se hace siempre,
igualmente en la tierra como en el cielo, ya que ninguno puede frustrar o
incluso estorbar su desarrollo. Es igualmente evidente que la voluntad
revelada de Dios es violada cada vez que uno de sus preceptos es desobedecido.
Esta distinción fue establecida claramente cuando Moisés dijo a Israel, "
Las cosas secretas
pertenecen a Jehová nuestro Dios; mas las reveladas son para nosotros y para
nuestros hijos para siempre, para que cumplamos todas las palabras de esta
ley." (Deut. 29:29). Esta
distinción también se encuentra en el uso de la palabra consejo. "Mi
consejo [decreto eterno de Dios] permanecerá, y haré todo lo que quiero"
(Isa. 46:10), dice Jehová. Sin embargo, en Lucas 7:30 leemos que "los
Fariseos y los abogados rechazaron [es decir, frustraron] el consejo [o
voluntad revelada] de Dios" como a sí mismos, no siendo bautizados por
Juan. Por un lado, leemos: " ¿quién ha resistido a su voluntad?"
(Rom. 9:19). Por otro lado se nos dice
que "…pues la voluntad de Dios es vuestra santificación;…" (1 Tes.
4:3). La voluntad revelada o preceptiva de
Dios es declarada en la Palabra de Dios, definiendo nuestro deber y dando a
conocer la ruta en la que debemos caminar. Dios ha provisto Su Palabra como el
medio designado para la renovación de nuestra mente. Una colocación de los preceptos
de Dios en el corazón (Sal. 119:11) es esencial para la transformación de la
personalidad y la conducta; esta disciplina vital es un prerrequisito absoluto
para nuestra prueba, en nuestra propia experiencia cristiana, "… para que comprobéis cuál
sea la buena voluntad de Dios, agradable y perfecta. " (Rom. 12:2).
La voluntad de Dios, entonces, es una frase que, de por sí, puede
expresar lo que Dios ha pensado hacer, o lo que Él ha mandado ser hecho por
nosotros. Con respecto a la voluntad de Dios en el primer sentido, que siempre
es, siempre ha sido, y siempre se hará en la tierra como en el cielo, porque ni
la política humana ni el poder infernal pueden evitarla. El texto que hoy nos
ocupa contiene una oración; y es que nosotros podamos ser traídos a estar en
completo acuerdo con la voluntad revelada de Dios. Nosotros hacemos la voluntad
de Dios, cuando, de la debida consideración a su autoridad, regulemos nuestros
propios pensamientos y conducta por medio de sus mandamientos. Tal es nuestro
deber sagrado, y siempre debe ser nuestro deseo ferviente y esfuerzo diligente de
hacer así. Nos
burlamos de Dios si presentamos esta solicitud y, a continuación, fallamos al
hacer la conformación de nosotros mismos a su voluntad revelada nuestro negocio
principal. Reflexiónese sobre la solemne advertencia del Señor en Mateo 15:1
(cf. Mateo 25:31 y Lucas 6:46).
"…hágase tu voluntad en la tierra…" El que ora
sinceramente ésto, necesariamente da a entender su entrega incondicional a
Dios; implica la renuncia a la voluntad de Satanás (2 Tim. 2:26) Y a sus propias
inclinaciones corruptas (1 Ped. 4:2), y su rechazo a todo lo que se opone a
Dios. Sin embargo, esa alma es dolorosamente consciente de que todavía hay
mucho en él que está en conflicto con Dios. Por lo tanto, con humildad y
contrición reconoce que no puede hacer la voluntad de Su Padre sin asistencia Divina,
y que él desea y busca fervientemente la gracia que lo capacite. Posiblemente
el significado y el alcance de esta petición se abrirán mejor si lo expresamos
así: oh Padre, que tu voluntad me sea revelada, que se forje en mí, y que sea
hecha por mí.
Desde una perspectiva positiva, cuando oramos, "…hágase tu
voluntad…", rogamos a Dios por sabiduría espiritual para aprender su
voluntad: "Hazme entender el camino de tus mandamientos... Enséñame, oh
Jehová, el camino de tus estatutos,…” (Sal. 119:27, 33). También, le suplicamos a Dios por inclinación
espiritual hacia su voluntad: " Por el camino de tus mandamientos correré, cuando ensanches mi
corazón... Inclina mi corazón a tus testimonios,…" (Sal. 119:32, 36). Por otra parte, rogamos a Dios por fuerza
espiritual para hacer Su voluntad: "…vivifícame según tu palabra... susténtame
según tu palabra." (Sal. 119:25, 28; Flp. 2:12, 13; Heb. 13:20, 21). Nuestro Señor nos enseña a orar, "…hágase
tu voluntad así en la tierra…", porque este es el lugar de nuestro
discipulado. Este es el ámbito en el que se va a practicar la auto negación. Si
no hacemos su voluntad aquí, no podremos nunca en el cielo.
"…como en el cielo…" La norma por la cual hemos de medir
nuestros intentos de hacer la voluntad de Dios en la tierra es nada menos que
la conducta de los santos y los ángeles en el cielo. ¿Cómo se hace la voluntad
de Dios en el cielo? Por cierto, no se hace a regañadientes o con mal humor, ni
se hace hipócrita o farisaicamente. Podemos estar seguros de que no se ejecuta
ni tardía ni caprichosamente, ni parcial ni fragmentariamente. En las cortes
celestiales, la voluntad de Dios se hace gozosa y alegremente. Tanto las cuatro
criaturas vivientes (no bestias) como los veinticuatro ancianos de Apocalipsis
5:8-14 son descritos como rindiendo adoración y servicio juntos. La adoración y
la obediencia celestiales, sin embargo, son rendidas con humildad y reverencia,
ya que los serafines ocultan sus rostros ante el Señor (Isa. 6:2). Allí los
mandamientos de Dios se ejecutan con prontitud, porque Isaías dice que uno de
los serafines voló hacia él desde la presencia Divina (Isa. 6:6). Allí Dios es alabado constantemente y sin
descanso. “Por esto están [los santos] delante del trono de Dios, y le sirven
día y noche en su templo;…" (Apoc. 7:15).
Los ángeles obedecen a Dios sin demora, en su totalidad, perfectamente y
con inefable deleite. Pero nosotros somos pecaminosos y llenos de flaquezas. ¿Con
que conveniencia, entonces, puede la obediencia de seres celestiales ser
propuesta como un ejemplo presente para nosotros? Planteamos esta cuestión no
como una concesión a nuestras imperfecciones, sino porque las almas honestas
son ejercitadas por medio de ella.
En primer lugar, esta norma es puesta ante nosotros para endulzar
nuestro sometimiento a la Voluntad Divina, ya que a nosotros en la tierra no se
nos pone una tarea más exigente que la de aquellos que están en el cielo. El
Cielo es lo que es porque la voluntad de Dios se lleva a cabo por todos los que
habitan allí. La medida en que un anticipo de su felicidad puede ser obtenida
por nosotros en la tierra, estará determinada en gran medida por el grado en
que realicemos aquí la voluntad Divina. En segundo lugar, este estándar es dado
para mostrarnos la bienaventurada razonabilidad de nuestra obediencia a Dios. “Bendecid
a Jehová, vosotros sus ángeles, Poderosos en fortaleza, que ejecutáis su
palabra, Obedeciendo a la voz de su precepto." (Sal. 103:20). Luego, ¿Dios puede requerir menos de
nosotros? Si vamos a tener comunión con los ángeles en la gloria, entonces
debemos ser conformados a ellos en la gracia. En tercer lugar, es dado como el
estándar al que debemos apuntar. Pablo dice, " Por lo cual también
nosotros… no cesamos de orar por vosotros,… para que andéis como es digno del
Señor, agradándole en todo,… para que estéis firmes, perfectos y completos en todo
lo que Dios quiere." (Col. 1:9, 10; 4:12).
En cuarto lugar, esta norma es dada para que nos enseñe no sólo qué
hacer, sino cómo hacerlo. Debemos imitar a los ángeles en la forma de su
obediencia, a pesar de que no podemos igualarlos en medida o grado.
"Hágase tu
voluntad en la tierra como en el cielo." Pésese esto atentamente a la luz
de lo que le precede. En primer lugar, se nos enseña a orar, "Padre
nuestro que estás en los cielos"; a continuación, ¿no deberíamos hacer Su
voluntad? Debemos, si somos Sus hijos, ya que la desobediencia es la que
caracteriza a sus enemigos. ¿Su propio Hijo querido no le rindió obediencia
perfecta? Y debería deleitarnos para esforzarnos por darle la calidad de
devoción a la que Él está acostumbrado en el lugar de su morada, la silla de
nuestra futura dicha. En segundo lugar, dado que se nos enseña a orar,
"santificado sea tu nombre", ¿una preocupación real por la gloria de
Dios no nos obliga a hacer de una conformidad a su voluntad nuestra suprema búsqueda?
Con certeza Debemos, si queremos honrar a Dios, porque nada le deshonra más que
la voluntad propia y el desafío. En tercer lugar, ya que se nos instruye a
orar, "venga tu reino", ¿no deberíamos buscar estar en pleno
sometimiento a sus leyes y ordenanzas? Debemos, si estamos sujetos a las mismas,
pues son sólo los rebeldes alienados quienes desprecian su cetro.
Capítulo 3 - La segunda petición
Capítulo
3 - La segunda petición
"…venga tu reino…"
Mateo 6:10
La segunda petición es la más breve y sin embargo la más completa
contenida en nuestra oración del Padre nuestro. Sin embargo, es curioso, y a la
vez triste, que, en algunos círculos, es la menos comprendida y la más
controvertida. Las siguientes preguntas llaman a una consideración cuidadosa.
En primer lugar, ¿cuál es la relación entre esta petición y la precedente? En
segundo lugar, ¿el reino de quién está en vista aquí? En tercer lugar,
exactamente ¿qué es lo que se entiende por las palabras "Tu
Reino"? Cuarto, ¿en qué sentido o
sentidos debemos entender las palabras, "venga tu reino"?
La primera petición, "santificado sea tu nombre", se preocupa
por la gloria de Dios, mientras que la segunda y la tercera tienen respeto de
los medios a través de los cuales Su gloria debe ser manifiesta y promovida sobre
la tierra. El Nombre de Dios es glorificado visiblemente aquí sólo en la
proporción en que su Reino venga a nosotros y su voluntad sea hecha por
nosotros. La relación entre esta petición y la primera, entonces, es evidente.
Cristo nos enseña a orar en primer lugar para la santificación del gran nombre
de Dios; entonces él nos dirige a orar, posteriormente, por los medios mismos.
Entre los medios para promover la gloria de Dios, ninguno es tan influyente
como la venida de Su Reino. Por lo tanto se nos exhorta, "Pero buscad
primero el reino de Dios y su justicia" (Mateo 6:33). Pero, aunque los hombres
deben glorificar a Dios en la tierra, sin embargo, de sí mismos no pueden
hacerlo. El Reino de Dios en primer lugar debe ser puesto en sus corazones.
Dios no puede ser honrado por nosotros hasta que voluntariamente nos sometamos
a su gobierno sobre nosotros.
"Venga tu Reino." ¿Al reino de quien se hace referencia
aquí? Evidentemente, es el de Dios Padre, y sin embargo no es para ser
considerado como algo separado del Reino del Hijo. El Reino del Padre no es más
distinto del de Cristo que "la Iglesia del Dios viviente" (1 Tim.
3:15), es algo distinto del Cuerpo de Cristo, o del "Evangelio de
Dios" (Rom. 1:1) es algo diferente de "el Evangelio de Cristo"
(Rom. 1:16), o de "la Palabra de Cristo" (Col. 3:16) no se debe
confundir con la Palabra de Dios. Pero lo que Cristo si quiere decir, por las
palabras "Tu Reino", es distinguir claramente el Reino de Dios del
reino de Satanás (Mateo 12:25), que es un reino de oscuridad y desorden. El reino
de Satanás no es sólo de carácter opuesto, sino que también se encuentra en
beligerante oposición al Reino de Dios.
El Reino del Padre es, en primer lugar y más generalmente, Su
regla universal, Su dominio absoluto sobre todas las criaturas y las cosas. “Tuya
es, oh Jehová, la magnificencia y el poder, la gloria, la victoria y el honor;
porque todas las cosas que están en los cielos y en la tierra son tuyas. Tuyo,
oh Jehová, es el reino, y tú eres excelso sobre todos." (1 Cron. 29:11). En segundo lugar, y más concretamente, es el
ámbito externo de Su gracia en la tierra, donde Él es aparentemente reconocido
(véase Mateo 13:11 y Mark 4:11 en sus contextos). En tercer lugar, y más definitivamente
todavía, es el reino espiritual e interno de Dios, al cual se entra por la
regeneración. "…el que no naciere de agua y del Espíritu, no puede entrar
en el Reino de Dios" (John 3:5).
Ahora, como el Padre y el Hijo son uno por naturaleza, también su
reino es el mismo; y, por lo tanto, aparece en cada uno de sus aspectos. En
cuanto al aspecto de la providencia, leemos: "Mi padre hasta ahora trabaja,
y yo trabajo" (Juan 5:17), significando cooperación en el gobierno del
mundo (Heb. 1:3). Cristo ocupa ahora el
oficio de mediador de un Rey en virtud del nombramiento y establecimiento que
el Padre le hizo (Lucas 22:29), (Sal. 2:6). Cuando el Reino se ve muy
específicamente como un reino de gracia puesto en los corazones del pueblo de
Dios, es correctamente llamado de ambas formas "el reino de Dios" (1
Cor. 4:20) Y "el reino de su Hijo amado" (Col. 1:13). Viendo el Reino considerando su máxima gloria
eterna, Cristo dice que él tomará el fruto de la vid con nosotros "en el Reino
de [su] Padre" (Mateo 26:29), sin embargo también es llamado "el
reino eterno de nuestro Señor y Salvador Jesucristo" (2 Ped. 1:11). Por lo
tanto, debe parecernos perfectamente natural cuando leemos estas palabras:
"Los reinos de este mundo han venido a ser de nuestro Señor y de su
Cristo" (Apo. 11:15).
Uno podría preguntar, " ¿por qué aspecto del Reino se ora
aquí como todavía futuro? Desde luego, no su aspecto providencial, ya que ha
existido y sigue desde el principio. El Reino debe, entonces, ser futuro en el
sentido de que el reino de la gracia es el que se consumará en la gloria eterna
de su Reino en los cielos nuevos y tierra nueva (2 Ped. 3:13). Debe haber una entrega voluntaria de todo el
hombre - espíritu y cuerpo – a la voluntad revelada de Dios, a fin de que Su gobierno
sobre nosotros sea entero. Pero, si hemos de experimentar y disfrutar de la
gloria eterna del Reino de Dios, debemos someternos personalmente a Su reinado de
gracia en esta vida. La naturaleza de este reino se resume en tres
características: "… porque el reino de Dios no es comida ni bebida, sino
justicia, paz y gozo en el Espíritu Santo." (Rom. 14:17). Una persona que experimenta este reinado de
gracia se caracteriza por la justicia en que la justicia de Cristo es imputada
a él como el que, por la fe, se ha convertido en el sujeto de Su voluntad; por
otra parte, también posee la rectitud de la buena conciencia porque el Espíritu
Santo le ha santificado, es decir, lo ha separado para una nueva vida de
santidad para la gloria de Dios. Dicha persona también se caracteriza por la
paz: paz de conciencia hacia Dios, las relaciones pacíficas con el pueblo de
Dios, y la búsqueda de la paz con todos sus semejantes (Heb. 12:14). Esta piadosa paz personal, se mantiene por la
atención a todos los deberes del amor (Lucas 10:27; Rom. 13:8). Como el resultado de la justicia y la paz, tal
persona también se caracteriza por el gozo en el Espíritu Santo, un deleite en
Dios en todos los estados y vicisitudes de la vida (Fil. 4:10; 1 Tim. 6:6).
Hay una aplicación triple cuando oramos, "…venga a nosotros
tu reino…" En primer lugar, se aplica para el ámbito externo de la gracia
de Dios aquí en la tierra: "Que Tu evangelio sea predicado y el poder de Tu
Espíritu lo asista; que tu Iglesia sea fortalecida y que Tu causa en la tierra avance
y que las obras de Satanás sean destruidas!" En segundo lugar, se aplica al
Reino interno de Dios, es decir, de su reinado espiritual de la gracia dentro
de los corazones de los hombres: "Que Tu trono sea establecido en nuestros
corazones, que Tus leyes sean administradas en nuestras vidas y que sea
engrandecido tu nombre por nuestro andar." En tercer lugar, se aplica al
Reino de Dios en su gloria futura: "Que se apresure el día en que Satanás
y sus ejércitos Sean totalmente derrotados, cuando tu pueblo deje de pecar para
siempre, y cuando Cristo vea los dolores de su alma, y esté satisfecho"
(Isa. 53:11).
El Reino de Dios viene progresivamente a los individuos en los
siguientes grados o etapas: (1) Dios da a los hombres los medios externos de
salvación (Rom. 10:13 ); (2) la Palabra predicada entra en la mente, de modo
que los misterios del Evangelio sean entendidos (Mateo 13:23; Heb. 6:4 ;
10:32); (3) el Espíritu Santo regenera a los hombres, a fin de que entren al
Reino de Dios como súbditos voluntarios del reino de gracia (Juan 1:12, 13;
3:3, 5); (4) en el momento de la muerte, los espíritus de los redimidos son
liberados del pecado (Rom. 7:24, 25; Heb. 12:23 ); y (5) en la resurrección,
los redimidos serán plenamente glorificados (Rom. 8:23 ).
Oh Señor, que venga a nosotros tu reino, a nosotros que somos
extranjeros y peregrinos aquí en la tierra: prepáranos para él y condúcenos a
él, que aunque todavía fuera de él, renuévanos con tu Espíritu a fin de que
podamos estar sujetos a Tu voluntad; confírmanos quienes somos en el camino,
que nuestras almas después de esta vida, y ambos el alma y el cuerpo en el Día
del Juicio, puedan ser plenamente glorificados: sí, Señor, apresura esta
glorificación hacia nosotros y todos tus elegidos (W. Perkins).
Decimos una vez más que, pese a que ésta es la más breve de las
peticiones, también es la más completa. Al orar: "…venga tu reino…",
suplicamos por el poder y la bendición del Santo Espíritu para asistir a la
predicación de la Palabra, para que la Iglesia sea equipada con oficiales dados
y dotados por Dios, para que las ordenanzas sean administradas con pureza, por
un aumento de los dones espirituales y gracias a los miembros de Cristo, y por
el derrocamiento de los enemigos de Cristo. Por lo tanto, oramos para que el
Reino de la gracia pueda extenderse hasta que todo el conjunto de elegidos de
Dios sean traídos a él. Además, como implicación necesaria, oramos a Dios para
que nos destete más y más de las cosas de este mundo.
En conclusión, señalemos algunos de los usos en los que esta
petición debe ser puesta. En primer lugar, tenemos que llorar y confesar
nuestros propios fracasos y los de los demás, para promover el reino de Dios.
Es nuestro deber confesar ante Dios nuestra depravación miserable y natural y
la terrible tendencia de nuestra carne de servir al pecado y los intereses de
Satanás (Rom. 7:14). Tenemos que dolernos
del triste estado de las cosas en el mundo y sus lamentables transgresiones de
la Ley de Dios, por las cuales Dios es deshonrado y el reino de Satanás
promovido (Salmo 119:136; Mark 3:5). En segundo lugar, hemos de buscar seria y
ardientemente las gracias que harán de nuestras vidas una influencia
santificadora en el mundo, a fin de que el Reino de Dios pueda ser tanto
construido como mantenido. Vamos a tratar de someternos a los mandamientos de
Cristo a fin de que seamos totalmente gobernados por él, siempre listos para
hacer su voluntad (Rom. 6:13). En tercer
lugar, después de orar para que Dios nos capacite, debemos realizar todos los
deberes asignados por Dios, dando los frutos que pertenecen al reino de Dios
(Mateo 21:43; Rom. 14:17). Esto hemos de
hacer con toda diligencia (Ecl. 9:10; Col. 3:17), utilizando todos los medios
divinamente designados para el avance del reino de Dios.
Esta segunda petición está bien resumida en el Catecismo Menor de Westminster:
En la segunda
petición... oramos, que el reino de Satanás pueda ser destruido; y que el Reino
de la gracia pueda avanzar, que nosotros mismos y otros podamos ser traídos a
él; y mantenidos en él; y que el Reino de gloria pueda ser acelerado.
Capítulo 2 - La primera Petición
Capítulo 2 - La
primera petición
"…santificado sea
tu nombre…" Mateo 6:9
"…santificado sea tu nombre…" es la primera de las
peticiones de la oración patrón de Cristo. Son siete en número y están
significativamente divididas en dos grupos de tres y cuatro, respectivamente:
los tres primeros se refieren a la causa de Dios; las cuatro últimas se
refieren a nuestro quehacer cotidiano. Una división similar se aprecia en los
Diez Mandamientos: los cinco primeros nos enseñan nuestro deber para con Dios
(en el quinto, los padres se paran frente a los niños en el lugar de Dios); los
últimos cinco nos enseñan nuestro deber hacia el prójimo. Nuestra
responsabilidad o deber principal en la oración es no considerarnos primero a
nosotros mismos, sino darle a Dios la preeminencia en nuestros pensamientos,
deseos y súplicas. Necesariamente esta petición viene en primer lugar, porque la
gloria del gran nombre de Dioses es el fin último de todas las cosas. Todas las
demás solicitudes deben estar subordinadas a ésta, y estar en procura de lo
mismo. No podemos orar correctamente a menos que la gloria de Dios sea
dominante en nuestros deseos. Debemos compartir un profundo sentido de la
inefable santidad de Dios y un deseo ardiente de honrarlo. Por lo tanto,
no debemos pedir a Dios que nos conceda algo que estaría en contradicción con
su santidad.
"…santificado sea tu nombre…” ¡Cuán fácil es pronunciar estas
palabras sin considerar su solemne significado! Al tratar de reflexionar sobre
ellas, cuatro preguntas surgen naturalmente en nuestras mentes. En primer
lugar, ¿qué se entiende por la palabra santificado? En segundo lugar, ¿qué se
quiere decir por “nombre” de Dios? En tercer lugar, ¿qué se quiere transmitir
con "santificado sea tu nombre?" Cuarto, ¿por qué esta petición viene
primero?
En primer lugar, la palabra “santificado” es un término en inglés
medio utilizado aquí para traducir una forma del verbo griego hagiazo. Este término se suele traducir
como "santificado." Esto significa que se aparta para un uso
sagrado." Así pues, las palabras "…santificado sea tu nombre…"
significa que el pío deseo de que el nombre inigualable de Dios pueda ser reverenciado,
adorado y glorificado, que Dios pueda hacer que se mantenga en el máximo respeto
y honor, y que su fama pueda extenderse traspasando fronteras y ser magnificada.
En segundo lugar, el nombre de Dios significa Dios Mismo, trayendo
a la mente del creyente todo lo que Él es. Esto lo vemos en el Salmo 5:11:
" En
ti se regocijen los que aman tu nombre…" (es decir, a Ti mismo). En Salmos
20:1 leemos, "El nombre del Dios de Jacob te defienda…", es decir, el
Dios de Jacob te defienda Él mismo. "Torre fuerte es el nombre del Señor"
(Prov. 18:10), es decir, Jehová mismo es una Torre Fuerte. El nombre de Dios representa
las perfecciones divinas. Es sorprendente observar que cuando el "proclamó
el nombre del Señor" a Moisés, Dios enumeró sus propios atributos benditos
(véase Ex. 34:5). Este es el verdadero
significado de la afirmación de que "los que conocen tu nombre [es decir,
tus maravillosas perfecciones] pondrán su confianza en tí" (Sal. 9:10). Pero, en particular, el nombre Divino pone
ante todos nosotros todo lo que Dios nos ha revelado sobre Sí mismo. Es en
estas denominaciones y títulos como el Todopoderoso, el Señor de los ejércitos,
Jehová, el Dios de paz, y Padre nuestro que Él se ha revelado a nosotros.
En tercer lugar, ¿qué pensamientos el Señor Jesús intentaba que
nosotros entretuviéramos en nuestros corazones cuando nos enseñó a orar,
"santificado sea tu nombre"? Primero,
en el sentido más amplio, hemos de suplicar por ello que Dios, "Por su
providencia soberana, dirija y disponga todas las cosas para su propia
gloria" (Catecismo Mayor de Westminster).
Por esto, oramos para que Dios Mismo santifique Su nombre y que Él haga
que, por su providencia y gracia, sea conocido y adorado a través de la
predicación de Su Ley y Evangelio. Además, pedimos que su nombre sea
santificado y magnificado en y por nosotros. No que nosotros podamos añadir algo
a la santidad esencial de Dios, pero si podemos y debemos promover la gloria manifestativa
de Su santidad. Es por ello que se nos exhorta así: "Dad á Jehová la
gloria debida a su nombre" (Sal. 96:8).
No tenemos el poder dentro de nosotros mismos para santificar el nombre
de nuestro Dios. Sin embargo, Cristo nos instruye, usando un imperativo, verbos
pasivos en nuestra boca, para dirigirnos a nuestro padre, diciendo: "Que
tu nombre sea santificado." En esta petición obligatoria, se nos enseña a mandar
a nuestro Padre lo que debe hacer, según el tenor de las palabras que él habló
por medio de Isaías: " Preguntadme de las cosas por venir; mandadme acerca de mis hijos,
y acerca de la obra de mis manos " (Isa. 45:11). Es debido a que el nombre
de Dios debe ser santificado en medio de sus criaturas que nuestro Maestro nos encarga
orar. "Y esta es la confianza que tenemos en él, que si pedimos alguna
cosa conforme a su voluntad, él nos oye" (1 Juan 5:14). Puesto que nuestro Dios ha declarado tan
claramente su mente, cada verdadero creyente debe desear el santificar el
nombre de Dios entre los hombres y debe con determinación dar a conocer la
gloria revelada de Dios en la tierra. Debemos hacer ésto especialmente por medio
de la oración, ya que el poder de alcanzar este gran objetivo reside sólo en
Dios mismo. Por la oración recibimos el poder del Espíritu Santo para
santificar y glorificar a Dios en nuestros propios pensamientos, palabras y
hechos.
Por medio de orar, "…santificado sea tu nombre…",
rogamos que Dios, que es el más santo y glorioso, tal vez nos permita reconocerle
y honrarle como tal. Como ha expresado enérgicamente Manton,
En esta petición la gloria de Dios es a la vez deseada y prometida
de nuestra parte, porque cada oración es
una expresión de un deseo y también un voto implícito u obligación solemne que tomamos
sobre nosotros mismos para comprometemos a juzgar lo que pedimos. La oración es
una predicación a nosotros mismos en el oír a Dios: hablamos con Dios advirtiéndonos
a nosotros mismos- No para su información, sino para nuestra edificación.
Lamentablemente, la necesaria implicación de esta oración no es
más insistida en el púlpito hoy, y percibida con más claridad en las sillas. Sino
que nos burlamos de Dios si le presentamos palabras piadosas y no tenemos la
intención de luchar con todas nuestras fuerzas para vivir en armonía con ellas.
Para nosotros santificar su nombre significa que le damos a Dios
el lugar supremo, que lo ponemos por encima de todo lo demás en nuestros
pensamientos, afectos, y vidas. Este alto propósito de vida es la antítesis del
ejemplo de los constructores de la torre de Babel, que dijeron: "hagámonos
un nombre” (Gen. 11:4), y de Nabucodonosor, quien dijo: " ¿No es ésta la gran
Babilonia que yo edifiqué para casa real con la fuerza de mi poder, y para
gloria de mi majestad?” (Dan. 4:30). El
apóstol Pedro nos manda a "…santificar al Señor Dios en nuestros corazones…"
(1 Ped. 3:15). Un asombro de Su majestad
y santidad debería así llenar nuestros corazones de tal manera que todo
nuestro ser interior se postre en completa y voluntaria sujeción a él. Por eso,
debemos orar, luchar por obtener las perspectivas correctas y un conocimiento
más profundo de él, para que podamos adorarle y servirle correcta y
aceptablemente.
Esta petición no sólo expresa el deseo de que Dios se santifique a
Sí mismo en y a través de nosotros, permitiéndonos darle gloria, sino que
también haga audible nuestro anhelo de que otros puedan conocerlo, adorarlo y
glorificarle.
En el uso de esta petición, oramos para que la gloria de Dios se
manifieste y avance más y más en el mundo en el curso de Su providencia, que Su
Palabra corra y sea glorificada en la conversión y santificación de los
pecadores, que pueda haber un aumento de la santidad de todo su pueblo, y que
toda profanación del nombre de Dios entre los hombres pueda ser prevenida y
erradicada (John Gill).
Por lo tanto, esta petición incluye el pedirle a Dios que conceda todo
derrame necesario del Espíritu, para que levante pastores fieles, para que
mueva a sus iglesias a mantener una disciplina Escritural, y despertar en los
santos un ejercicio de sus gracias.
En cuarto lugar, ahora es obvio el por qué esta es la primera petición
de la Oración del Padre nuestro, ya que es la única base legítima para todas
nuestras otras solicitudes. La gloria de Dios ha de ser nuestra principal y
gran preocupación. Cuando ofrecemos esta petición a nuestro Padre celestial, estamos
diciendo, "Lo que sea que venga a mí, a pesar de que pueda hundirme bajo,
no importa cuán profundas sean las aguas a través de las cuales se me puede
estar llamado a pasar, Señor, magnifícate a Ti mismo en y a través de mí."
Nótese cuan felizmente este espíritu fue ejemplificado por nuestro perfecto
Salvador: "Ahora está turbada mi alma; ¿y qué diré? ¿Padre, sálvame de
esta hora? Más para esto he llegado a esta hora. Padre, glorifica tu nombre."
(Juan 12:27, 28). Aunque era necesario
que Él fuera bautizado con el bautismo de sufrimiento, sin embargo la gloria
del Padre fue la gran preocupación de Cristo.
Las siguientes palabras resumen hermosamente el significado de la
petición:
Oh Señor, abre nuestros ojos para que te podamos conocer bien y podamos
discernir Tu poder, sabiduría, justicia y misericordia; y ensanchar nuestros
corazones para que te podamos santificar en nuestros afectos, por medio del
hacer de ti nuestro temor, amor, alegría confianza; y abre nuestros labios para
que te podamos bendecir por tu infinita bondad; sí, Señor, abre nuestros ojos
para que te podamos ver en todas Tus obras, e inclina nuestras voluntades con
reverencia por tu nombre que aparece en tus obras, y concédenos que cuando usemos
cualquiera de ellos, que te podamos honrar en nuestro sobrio y santificado
uso de los mismos (W. Perkins).
En conclusión, señalemos
muy brevemente los usos que se han de hacer de esta petición. (1) Nuestros
fracasos del pasado deben ser dolidos (llorados) y confesados. Debemos
humillarnos a nosotros mismos por esos pecados que han estorbado la gloria manifestativa
de Dios y profanado Su nombre, tales como orgullo del corazón, frialdad de
celo, obstinación de voluntad, e impiedad de la vida. (2) debemos buscar ardiente
y seriamente las gracias que nos permitan santificar su nombre: un mejor
conocimiento de Él mismo, un incremento de temor santo en nuestros corazones,
fe, esperanza, amor y adoración aumentadas; y el uso correcto de sus dones. (3)
nuestros deberes deben ser fielmente practicados, que no haya nada en nuestra
conducta que haga que Su nombre sea blasfemado por los incrédulos (Rom. 2:24). "Si, pues, coméis o bebéis, o hacéis
otra cosa, hacedlo todo para la gloria de Dios" (1 Cor. 10:31).
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