sábado, 25 de junio de 2022

Salmo 85

 

Salmo 85

Anhelo por un avivamiento

Este sermón fue predicado por el hermano Julio C. Benítez, quien es uno de los pastores de la Iglesia Bautista Reformada la Gracia de Dios en Medellín, Colombia. Usted puede compartir este sermón con otros a través de medios digitales e impresos, siempre y cuando no sea para la venta, siempre reconociendo y dando los créditos respectivos a su autor.

Como nos hemos podido dar cuenta en el estudio de los salmos, ellos no son simplemente un registro de la espiritualidad del Antiguo Testamento, sino una guía para la vida cristiana. Los salmos nos dan un hermoso relato de la experiencia cristiana. Cuando la iglesia primitiva leía y cantaba los salmos en sus servicios de adoración, con frecuencia cantaba lo que ahora llamamos el Gloria Patri luego de la lectura o el canto de los salmos:

Gloria demos al Padre,

Al Hijo y al Santo Espíritu;

Como eran al principio,

Son hoy y habrán de ser

Eternamente. Amén.

En un principio, muchas iglesias cristianas estaban conformadas por gentiles y judíos que creían en Jesús como el Mesías. Por lo tanto, este canto cristiano, entonado luego de la lectura de los salmos, recordaba que el Antiguo Testamento no es ajeno a la doctrina del Dios Triuno. Y que, en la persona de Jesucristo, se revela la Trinidad de Dios.

Ahora, este salmo fue compuesto en conexión con la historia del pueblo santo que retorna a la tierra de Judá, luego del exilio babilónico, el cual fue enviado por Dios para castigar a su díscolo pueblo que se había revelado contra la Ley santa.

Pero, ahora al regresar, se encuentran con muchas dificultades, la restauración será algo difícil, y, en especial, la restauración espiritual del pueblo de Judá. No obstante, la única esperanza que ellos tienen es confiar en el Dios que los liberó de la esclavitud egipcia y de la diáspora babilónica.

Por lo tanto, este salmo es una invitación para que los creyentes, cuando seamos conscientes de nuestro pecado, y de las consecuencias dolorosas que trae a nuestra vida, cuando no experimentamos el gozo de la comunión con Dios; volvamos nuestra mirada al pasado, a la cruz donde Cristo nos liberó de la esclavitud del pecado, y encontremos en su gracia salvadora la fuente de reconciliación, perdón, limpieza, restauración y avivamiento que, de tanto en tanto, todos necesitamos.

Este salmo consta de tres partes:

1. La fuente del avivamiento anhelado (v. 1-3)

2. Súplica por el avivamiento anhelado (v. 4-7)

3. Actitud para el avivamiento anhelado (v. 8-9)

4. La abundancia del avivamiento anhelado (v. 10-13)

1. La fuente del avivamiento anhelado (v. 1-3)

Fuiste propicio a tu tierra, oh Jehová; volviste la cautividad de Jacob. Perdonaste la iniquidad de tu pueblo; todos los pecados de ellos cubriste. Reprimiste todo tu enojo; te apartaste del ardor de tu ira”.

El salmista inicia su oración recordando las misericordias divinas. Así como también el Señor nos enseñó a orar diciendo: Padre nuestro. Dios es nuestro Padre, y para ello él nos liberó de la esclavitud de Satanás, así como liberó al antiguo Israel de la esclavitud egipcia, y, en especial, de la diáspora babilónica.

Dios había castigado duramente a Judá por su desobediencia y creciente alejamiento de la Palabra de Dios. Aunque el Señor les envió profetas, una y otra vez, llamándolos al arrepentimiento y advirtiéndoles de las consecuencias que traerían sus pecados, ellos no hicieron caso, y Dios les envió a Nabucodonosor, quien destruyó las ciudades amuralladas, e incluso al templo santo.

Pero el pueblo, estando en esa condición miserable, se humilló, se arrepintió, y suplicó la misericordia divina, de tal manera que luego pudieron regresar a su tierra, porque Dios los perdonó con su abundante gracia, pues, Dios es lento para la ira y grande en misericordia.

Y este perdón divino no es como el de muchos hombres, los cuales dicen: yo perdono, pero no olvido, no, Dios los perdonó cubriendo todos sus pecados. “Yo deshice como una nube tus rebeliones, y como niebla tus pecados; vuélvete a mí, porque yo te redimí” (Is. 44:22); “Yo, yo soy el que borro tus rebeliones por amor de mí mismo, y no me acordaré de tus pecados” (Is. 43:25).

Pero estos pecados de Israel solo pudieron ser cubiertos por la muerte del Mesías que vendría a dar su vida en rescate por muchos.

¿Hemos pecado? ¿Estamos sufriendo algunas consecuencias por esos pecados? La única solución es confesarlos, arrepentirse de haber desobedecido al Señor, y confiar en su perdón gratuito y abundante. “Si confesamos nuestros pecados, él es fiel y justo para perdonar nuestros pecados, y limpiarnos de toda maldad” (1 Jn. 1:9).

El arrepentimiento es la antesala del verdadero avivamiento. Los avivamientos se necesitan cuando el pueblo de Dios, a causa de sus pecados, pierde la vitalidad espiritual, cuando todo se convierte en monotonía y mero ritualismo, cuando la iglesia no tiene poder para impactar al mundo. Entonces, es necesario empezar con el arrepentimiento, pero este podrá darse solo sobre la base de la obra consumada de Jesucristo. De allí la importancia de que siempre estemos recordando la magna obra de redención, sin ella, no habrá arrepentimiento efectivo ni perdón seguro.

2. Súplica por el avivamiento anhelado (v. 4-7)

Restáuranos, oh Dios de nuestra salvación, y haz cesar tu ira de sobre nosotros. ¿Estarás enojado contra nosotros para siempre? ¿Extenderás tu ira de generación en generación? ¿No volverás a darnos vida, para que tu pueblo se regocije en ti? Muéstranos, oh Jehová, tu misericordia, y danos tu salvación”.

Luego de un tiempo de decaimiento espiritual, de recibir el juicio divino, de haber pasado por un desierto espiritual y haber pecado gravemente contra el Dios del cielo; la solución es el arrepentimiento, la confesión, y apartarse del pecado.

Pero el alma ha estado tan alejada del Cielo que todavía no experimenta el mismo gozo del principio, cuando estaba en el primer amor; por lo tanto, ahora el salmista, representando al pueblo, ruega al Dios de salvación que derrame su gracia abundante sobre ellos y le conceda tres favores vitales: Restáuranos, avívanos y muéstranos.

Restáuranos, es decir, concédenos de nuevo el gozo de tu salvación (Sal. 51), permitiéndonos ver de manera completa tu obra de redención. Quita de sobre nosotros el oprobio que nos vino por el pecado, y danos la total liberación.

Tú, oh Dios, que eres lento para la ira y grande en misericordia, quita los efectos de tu ira y derrama inundaciones de tu amor. Tú, oh Dios, que enviaste tu juicio sobre tu hijo Jesucristo, en la cruz del Calvario, ahora, a través de mi Salvador, envía tus bendiciones y restáurame a la condición del principio, y aún mucho más, que ahora te ame con todo el corazón, y odie el pecado que me apartó de ti.

Avívanos, danos vida para que tu pueblo se regocije en ti. El pecado secó mi vitalidad espiritual, el pecado endureció mi corazón, nubló mi visión espiritual y me hizo alejar de los medios de la gracia individuales o corporativos. No sentía gozo ni fuerzas para orar, o para leer tu palabra, o para cantar los cánticos de Sion, o para asistir a las asambleas solemnes de adoración. Pero, Dios de mi salvación, no me dejes en este estado de resequedad, envía tu Espíritu, el único que puede dar vida, y despierta en mí el amor por tu Palabra, por la oración y la obediencia. Este es el avivamiento verdadero.

Muéstranos tu misericordia, haznos saber que nos amas, que tu amor es inagotable.

3. Actitud para el avivamiento anhelado (v. 8-9)

Escucharé lo que hablará Jehová Dios; porque hablará paz a su pueblo y a sus santos, para que no vuelvan a la locura. Ciertamente cerca está su salvación a los que le temen, para que habite la gloria en nuestra tierra”.

La respuesta de un corazón arrepentido, es esperar en la buena Palabra del Señor. No podemos estar verdaderamente arrepentidos cuando oramos y luego nos vamos, no, esperamos en la respuesta del Señor. Le pedimos que nos hable a través de su Palabra, a través de los ministros que nos predican o de otros creyentes.

Ahora, todo aquel que viene en arrepentimiento al Señor, y suplica su misericordia, la palabra del Señor será de paz y salvación.

Dios le dirá: Te he perdonado por el sacrificio de mi Hijo, he borrado tus iniquidades, he sido reconciliado contigo a través de mi Hijo, ahora estoy en paz contigo, te daré bien y no mal, te haré descansar, y te he dotado de mi Espíritu para que andes en mis ordenanzas y te goces haciendo mi voluntad.

Este es el verdadero avivamiento que necesitamos: un hambre por la Palabra, por la gracia de Dios. Solo esto nos transformará y nos alejará de la locura de la desobediencia. Recordemos que la gloria de la presencia de Dios se experimenta con más fuerza cuando el creyente y la iglesia andan en santidad, en obediencia. Pero esta obediencia es el resultado la gracia de Dios en nuestras vidas, llevándonos a escuchar su Palabra con corazones devotos.

4. La abundancia del avivamiento anhelado (v. 10-13)

La misericordia y la verdad se encontraron; la justicia y la paz se besaron. La verdad brotará de la tierra, y la justicia mirará desde los cielos. Jehová dará también el bien, y nuestra tierra dará su fruto. La justicia irá delante de él, y sus pasos nos pondrá por camino”.

En los tratos humanos la verdad y la misericordia no parecen andar juntas. La verdad requiere justicia, mientras que la misericordia busca el perdón. Pero, o actuamos conforme a la verdad y requerimos la completa justicia, o somos misericordiosos y echamos la verdad o la justicia a un lado.

No obstante, en los tratos de Dios y en su obrar de gracia, la verdad y la misericordia se encuentran, se abrazan, se besan y se funden en uno solo. Esto parece imposible, pero es lo que pregona el evangelio.

En el caso de Israel, Dios castigó al pueblo conforme a la verdad que había proclamado a través de los profetas, pero Dios mismo tomó la iniciativa de darles el don del arrepentimiento, pues, la tristeza según Dios nos conduce al arrepentimiento, para luego darles el perdón, llevarlos a más arrepentimiento, conducirlos a orar por el avivamiento, y otorgarles más paz y prosperidad espiritual.

Pero, el lugar en el cual la misericordia y la verdad se besaron y fundieron en uno fue en la Cruz del Calvario. Allí la verdad y la justicia exigieron la muerte del Sustituto, de Jesucristo, quien era el Cordero de Dios que quitaba el pecado del mundo. Allí él sufrió los rigores de la ira divina que debían caer sobre él conforme a la justicia de la verdad que exigía la santidad de Dios.

Pero, a la misma vez, de esa cruz, brotó el manantial inagotable de la misericordia que salva y recata a millones y millones de personas que son llevadas por el Espíritu de Dios a mirar con fe y arrepentimiento esa cruz del Salvador, y a clamar por perdón y misericordia.

De esa manera la verdad fue cumplida y la misericordia otorgada. La justicia satisfecha y el alma reconciliada. Por eso Jesús, con toda autoridad, pudo decir: Mi paz os dejo, mi paz os doy, yo no os la doy como el mundo la da. Yo no sacrifico la verdad por la paz, ni la justicia por la misericordia. Mi paz es verdadera porque se desprende de la justicia, mi misericordia es duradera porque se desprende de la verdad.

Ciertamente llevó él nuestras enfermedades, y sufrió nuestros dolores; y nosotros le tuvimos por azotado, por herido de Dios y abatido. Más él herido fue por nuestras rebeliones, molido por nuestros pecados; el castigo de nuestra paz fue sobre él, y por su llaga fuimos nosotros curados. Todos nosotros nos descarriamos como ovejas, cada cual se apartó por su camino; mas Jehová cargó en él el pecado de todos nosotros” (Is. 53:4-6).

El resultado de esta obra de gracia, o avivamiento, es que la verdad brotará de la tierra, así como brotan las plantas, y desde el cielo mirará la justicia. Esta es una bella forma poética de anunciar los pletóricos frutos de la obra de redención.

Dios se goza en hacer las dos cosas. Por un lado, la verdad del evangelio se anunciará por todas partes, y las personas amarán la Palabra, escucharán con avidez los mandatos divinos, y andarán conforme a la verdad. Pero este cumplimiento siempre será imperfecto, mientras estemos en este lado de la historia; por lo tanto, la justicia divina se inclinará a mirar a los hombres a través de la obra perfecta de Jesucristo.

El resultado es que la tierra será llena de la gloria del evangelio, Dios producirá conversiones por todas partes, el bien surgirá en el corazón de los regenerados y la justicia de la verdad se proclamará por doquier, trayendo a conversión a muchos.

Aplicaciones:

La Palabra nos muestra, de principio a fin, que Dios se deleita en salvar, en perdonar, en restaurar. Dios es especialista en esa gloriosa obra creativa en la cual extrae bendición de la maldición, en la que derrama perdón donde no es merecido, en la cual trae restauración donde hubo fractura. Ese es el deleite de Dios. Eso es el evangelio.

Hermano, amigo, ¿te has visto y sentido como un ser miserable, digno del desprecio divino a causa de tus pecados? Ven a la fuente de la limpieza, de la justificación y de la restauración. Es Cristo Jesús. Él murió en la cruz, precisamente, para que esta gracia obrara poderosamente a favor de los que reconocen su condición espiritual miserable. Los brazos del buen Jesús están abiertos para abrazar, consolar, limpiar y restaurar al que se había desviado del camino.

Jesús te dará la paz que sobrepasa todo entendimiento, porque él dijo a los que creen en él: Mi paz os dejo, mi paz os doy, yo no os la doy como el mundo la da. Entonces, disfrutarás de la comunión con Dios, y tu corazón exultará de gozo espiritual, leerás la Biblia con dedicación y obediencia, amarás escuchar las predicaciones de los ministros del Evangelio, orarás con intensidad y perseverancia; estarás en constante avivamiento.

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