domingo, 3 de julio de 2022

Proverbios 3 1-12

El camino del deber y sus frutos

Proverbios 3:1-12

Este sermón fue predicado por el hermano Julio C. Benítez, quien es uno de los pastores de la Iglesia Bautista Reformada la Gracia de Dios en Medellín, Colombia. Usted puede compartir este sermón con otros a través de medios digitales e impresos, siempre y cuando no sea para la venta, siempre reconociendo y dando los créditos respectivos a su autor.

El libro de Proverbios tiene como objetivo guiarnos por el camino de la sabiduría, pero no de la sabiduría terrena, sino de la celestial, la sabiduría que caracterizó a nuestro Salvador cuando caminó por esta tierra.

Por lo tanto, en estos primeros capítulos nuestro autor está sentando las bases que nos permitirán caminar sin cesar en la senda del temor del Señor.

Nuestro autor sagrado ya nos amonestó para que andemos por la senda de la vida, la senda de la obediencia a las instrucciones de los padres o de los que nos aventajan en sabiduría, y nos exhortó a evitar la senda de la muerte, de la ignorancia, de la simpleza.

Luego, en el capítulo 2, nos mostró las excelencias de la sabiduría y sus deliciosos frutos, que nos garantizan una vida abundante.

Y ahora en el capítulo 3 Salomón nos induce a caminar por la senda del deber, pues, sin deberes no hay sabiduría, y sin sabiduría no hay calidad de vida. Quien pretenda tener una vida maravillosa sin andar por la senda del deber se engaña a sí mismo, pues, al final encontrará la muerte.

El Espíritu de Dios, a través de Salomón, no solo nos exhorta a caminar la senda del deber, sino que nos da alicientes para hacerlo.

1. Ser constantes en el camino del deber es el camino de la felicidad (v. 1-2)

2. Vestirnos de la bondad y la verdad es el camino del honor (v. 3-4)

3. Vivir en dependencia de Dios es el camino de la seguridad (v. 5-6)

4. Conservar el temor de Dios es el camino de la sanidad (v. 7-8)

5. Servir a Dios con nuestros bienes es el camino de la prosperidad (v. 9-10)

1. Ser constantes en el camino del deber es el camino de la felicidad (v. 1-2)

¿Cuáles son estos deberes que caracteriza al que teme al Señor y en consecuencia obtendrá la verdadera felicidad?

Primer precepto, recordar y guardar en nuestros corazones las cosas escritas en la Biblia.

Hijo mío, no te olvides de mi ley, y tu corazón guarde mis mandamientos. Porque largura de días y años de vida y paz te aumentarán (v. 1-2).

El autor pide que, en primer lugar, leamos y andemos conforme a todo lo escrito en el libro de Proverbios. Aquí hay instrucciones para los padres, para los hijos, para los jóvenes, para los ancianos, para los solteros, para los casados, para las doncellas, en cómo criar a los hijos, cómo instruirlos y disciplinarlos, qué se debe tener en cuenta a la hora de buscar una esposa, cómo hacer negocios que glorifiquen a Dios, salir o no de fiador, el asunto de los préstamos, hay instrucciones para el jefe y para el empleado, para el gobernante y para el ciudadano.

Y, en segundo lugar, pero no menos importante, el llamado es a conocer y obedecer con agrado y de corazón sincero toda la Ley santa del Señor. Ella no es una carga pesada para el que ama la sabiduría y la verdadera felicidad.

La mejor forma de no olvidar la ley es obedeciéndola, pues, quien no vive según ella, la olvida[1].  No debemos ser como los oidores olvidadizos que menciona Santiago, sino hacedores de la Palabra.

Y el aliciente que nos da el autor para andar en este deber es que tendremos largura de días y paz, tendremos felicidad.

Hebreos 12:14 “Seguid la paz con todos, y la santidad, sin la cual nadie verá al Señor”. La verdadera felicidad es que estamos viendo al Señor y un día le veremos cara a cara.

Esta largura de días se refiere a calidad de vida. Puede que algunos santos mueran jóvenes, pero su vida cristiana de obediencia los llevó a disfrutar una vida abundante, y cuando murieron, lo hicieron en paz, así los violentos le hayan herido; y luego encontraron la paz duradera y sin fin.

No conocer ni obedecer estos principios y leyes del Señor son el anticipo de una vida miserable y ruin.

2. Vestirnos de la bondad y la verdad es el camino del honor (v. 3-4)

 

El segundo precepto requiere que vivamos practicando la misericordia y la verdad.

Nunca se aparten de ti la misericordia y la verdad; átalas a tu cuello, escríbelas en la tabla de tu corazón; y hallarás gracia y buena opinión” (v. 3-4). La vida de calidad se incrementa cuando unimos la verdad con la misericordia. La verdad es establecida por Dios, y nos es dada en su Palabra. Su ley Santa es la verdad.

Pero si no unimos la misericordia a la verdad, entonces, nos volvemos ofensivos, orgullosos, legalistas y fariseos. Pero, la misericordia sin verdad es hipocresía, es dañina, corruptora y destructora.

Una persona que solo habla y anda conforme a la verdad es digna de admiración, pero una persona que une la misericordia a la verdad está llena de gracia y obtiene la mejor opinión.

Estas dos joyas deben ser los adornos más preciosos que nos identifiquen delante de los hombres, constantemente, que nunca nos quitemos estos dos collares preciosos. Pero no se trata solo de apariencias, para buscar el favor de los hombres, sino que deben estar incrustadas en nuestro corazón, deben ser practicadas con corazones sinceros.

El aliciente que nos da Salomón para cumplir este precepto es que, al igual que el Señor Jesús, creceremos en gracia delante de Dios y de los hombres.

3. Vivir en dependencia de Dios es el camino de la seguridad (v. 5-6)

El tercer precepto requiere depender de Dios y no de nuestro propio entendimiento.

Fíate de Jehová de todo tu corazón, y no te apoyes en tu propia prudencia. Reconócelo en todos tus caminos, y él enderezará tus veredas.” (v. 5-6).

“Confiar en el Señor es depender de Él para que nos otorgue su bendición en cada necesidad y para que nos guarde de todo mal”[2].

Este fiarse de Jehová incluye el confiar en Cristo “mediante el cual creéis en Dios” (1 P. 1:21). Pero también implica confiar en Dios en todos los asuntos y necesidades de nuestra vida, porque “sol y escudo es Jehová Dios; gracia y gloria dará Jehová. No quitará el bien a los que andan en integridad. Jehová de los ejércitos, dichoso el hombre que en ti confía” (Sal. 4:11, 12).

Esta confianza se fundamenta en la convicción, de corazón, que Dios es el Todopoderoso, quien puede hacer todo lo que Su voluntad desea y establece. Los salmos están llenos de esta santa confianza que debemos depositar en el Señor de la creación.

Si confiamos así enteramente en el Señor, entonces quitamos nuestra dependencia en las cosas terrenas. “Dividir nuestra confianza entre Dios y la criatura es apoyarnos con una mano en una roca y con la otra en una caña quebrada. David ordena a su alma que espere en Dios, porque su esperanza estaba solo en Él y en nadie más”[3].

Por lo tanto, si confiamos en Dios, no confiamos en nuestra propia prudencia o nuestra propia opinión. Confiar en nuestra propia sabiduría humana es confiar en la mentira, en lo vano. Y es que cuando los hombres “se apoyan en su propia justicia y en sus propias fuerzas en lugar de depender de las de Cristo, cuando claman a las criaturas en lugar de clamar al Creador para recibir socorro en las dificultades, o cuando esperan obtener placer o provecho por medios pecaminosos, entonces es evidente que se están apartando de Dios a través de “un corazón malo de incredulidad” (He. 3:12), y están confiando la dirección de su conducta a sus propias mentes corruptas”[4].

Reconocer a Dios en todos nuestros caminos es acudir a él en oración y ruegos frente a toda toma de decisiones o frente a cualquier situación. No queremos hacer nada en nuestra vida sin presentarlo delante de Dios para que él nos guíe. Orar así implica querer conocer la voluntad del Señor para cada aspecto de la vida, significa leer su Palabra y meditar en ella constantemente, tomando nota de cada mandamiento, de cada instrucción, de cada principio.

Recordemos que Josué y los líderes del pueblo de Israel confiaron en su propia prudencia frente al caso de los gabaonitas, y no consultaron a Jehová (Josué 9:14), el resultado fue que hicieron la paz con un pueblo al que Dios quería destruir.

Por lo tanto, no seamos sabios en nuestra propia opinión, temamos al Señor y apartémonos del mal, no seamos como el hombre de Job 11, quien en su vanidad se cree sabio, cuando en realidad un asno tiene más sabiduría que él: “El hombre vano se hará entendido, cuando un pollino de asno montés nazca hombre” (Job 11:12).

La ignorancia conduce a su poseedor a tener una considerable autoestima, por lo que llega a creer que tiene un conocimiento que nadie puede superar.

En consecuencia, para ser sabios según Dios debemos empezar considerándonos necios, es decir, abandonar toda confianza en nuestra propia sabiduría, y dependiendo humildemente del Señor para que Él ilumine nuestros corazones y dirija nuestros caminos.

Es más común de lo que pensamos fingir que pedimos el consejo divino, pero en el fondo mantenemos una dependencia oculta en nuestra propia y terrena sabiduría. Le decimos a todo el mundo que estamos orando para que Dios nos guíe, pero en realidad queremos hacer lo que ya planeamos hacer, lo cual es hipocresía.

4. Conservar el temor de Dios es el camino de la sanidad (v. 7-8)

El cuarto precepto requiere desarrollar el temor de Jehová si deseamos la sanidad

No seas sabio en tu propia opinión, teme a Jehová, y apártate del mal; porque será medicina a tu cuerpo, y refrigerio para tus huesos” (v. 7-8).

El temor de Dios, entonces, es el camino para hacer la voluntad divina, lo cual implica apartarnos del mal. El temor de Dios es un sentimiento profundo, resultado de conocer obedientemente su Palabra, el cual nos libra de alejarnos del camino de la verdad.

El resultado de desarrollar este temor de Dios que nos lleva a no depender de nuestra propia sabiduría es que nos guarda de la enfermedad corporal y del pecado. Este es el aliciente para cumplir este deber.

Porque será medicina a tu cuerpo, y refrigerio para tus huesos” (v. 8).

El temor de Dios es salud para el hombre exterior y para el interior. “Todo el mundo quiere tener salud, pero el sabio no solo debe tomar medicamentos para curarse cuando está enfermo, sino también preocuparse de qué alimentos y qué ejercicios son los más apropiados para conservar la salud del cuerpo y dar refrigerio a sus huesos. Aquellos que son sabios espiritualmente tendrán en mente que nuestra vida, nuestro aliento y todos nuestros caminos están en las manos de Dios, que las enfermedades son sus siervas, que van y vienen según a él le place (Mt. 8:9), y que la forma más segura de conservar la salud es caminar delante de él agradándole en todo”[5].

Cuando desarrollamos el temor de Jehová prevenimos muchas enfermedades de la mente y del cuerpo. Evitamos el estrés innecesario, evitamos las pasiones dañinas, la ira destructora, la lengua malvada que no solo daña a los otros sino a nosotros mismos, los vicios de la carne, y otros males que causan enfermedades sin fin.

5. Servir a Dios con nuestros bienes es el camino de la prosperidad (v. 9-10)

El quinto precepto requiere que seamos liberales o amplios en el servicio a Dios.

Honra a Jehová con tus bienes, y con las primicias de todos sus frutos; y serán llenos tus graneros con abundancia, y tus lagares rebosarán de mosto” (v. 9-10).

Honramos a Jehová con nuestra hacienda o nuestros bienes cuando reconocemos lo que dijo Cristo “Separados de mí nada podéis hacer” (Juan 15:5), es decir, todo lo productivo en nuestras vidas se debe a la gracia de Dios.

Y siendo que nuestros bienes se deben a la gracia de Dios, entonces, aunque ellos son necesarios para nuestro sustento terreno, también deben ser dedicados para usos más nobles.

¿Cómo honramos al Señor con nuestros bienes? Apartando de ellos una proporción razonable para el servicio a Dios. Aunque Dios no necesita nada de nuestras manos, con el fin de bendecirnos con todas sus gracias y darnos el privilegio de ser socios en su Reino, nos concede devolverle a él una parte de lo que nos da para que ayudemos en el sustento de la iglesia local, de las misiones y de los más necesitados de la iglesia. “¿Podemos hacer mejor uso de nuestra riqueza, la cual con frecuencia se convierte en un cepo, y una trampa para los hombres, que servir a Dios con ella y así hacer amigos por medio de las riquezas injustas (cf Lc. 16:9)?[6]

Cuando honramos al Señor dándole parte de nuestros bienes, a través de la institución que representa su reino en este mundo, la iglesia; estamos demostrando la fe que tenemos en su provisión. Cuando no lo hacemos, actuamos prepotentemente pensando que todo lo que recibimos o tenemos es nuestro y es el resultado de nuestras fuerzas carnales.

Mas, David, el gran rey y el dulce cantor de Israel, nos enseña que nada es nuestro, y que cuando le damos al Señor lo hacemos de lo que él ya nos dio antes: “¿Porque quién soy yo, y quién es mi pueblo, para que pudiésemos ofrecer voluntariamente cosas semejantes? Pues todo es tuyo, y de lo recibido de tu mano te damos” (1 Cr. 29:14).

Pero, “si descuidamos este deber, somos culpables de haber robado a Dios mismo la renta que requiere de nosotros como arrendatarios suyos. Le deshonramos que amamos más al mundo que su servicio y que confiamos más en nuestras riquezas… que en sus promesas”[7].

Por lo tanto, el autor nos da un aliciente para cumplir este deber gozosamente: Y serán llenos tus graneros con abundancia, y tus lagares rebosarán de mosto. La liberalidad con la que le damos a Dios de nuestros bienes, atrae la bendición de la Providencia, de tal manera que nos sorprenderemos por la forma cómo él nos bendice en todos los asuntos de la vida.

Nadie pierde si cuenta con Dios y nadie gana si se aparta de él. “La maldición visita a quienes roban a Dios y corrompe sus bienes como la polilla o los destruye como el fuego (cf. Hag. 1:6; 2:16). La liberalidad abre las ventanas de los cielos, destruye a la langosta que devora y transforma el campo estéril en tierra de delicias (cf. Mal. 3:10-12)”[8].

No obstante, esta promesa, y otras similares, no suprimen la realidad de que Dios, en ocasiones, así seamos generosos en el dar, nos pasará por la vara de su disciplina, como el autor continúa en su discurso, lo cual estaremos estudiando el próximo domingo.

Conclusiones:

¿Dónde está Cristo en este pasaje? Indudablemente Jesús es la sabiduría de Dios, y en él encontramos la fuerza para obedecer y andar en todos estos preceptos. Él anduvo en ellos perfectamente y consiguió para nosotros la justicia divina. Ahora por el poder de su muerte y resurrección recibimos los beneficios prometidos en este pasaje, porque en Él somos nuevas criaturas, llenas del Espíritu de santidad, quien nos lleva a amar los preceptos divinos, a estar vestidos de verdad y bondad, a confiar en el Señor de todo corazón y no en nuestras fuerzas, a depender de Su sabiduría y no en la nuestra, a temer al Señor y apartarnos del mal, y a honrarlo con nuestros bienes sin tacañería ni tristeza.

 

Deber

Aliciente

Obedecer la Palabra de Dios

Largura de Dios y paz te aumentarán

Vestirse de misericordia y verdad

Honor delante de Dios y los hombres

Confiar en Jehová y no en nuestra prudencia

Él enderezará nuestras veredas

Temer a Jehová y apartarnos del mal

Medicina para nuestro cuerpo y huesos

Honrar a Jehová con los bienes

La bendición de la Providencia

 



[1] Wright, J. Robert. La Biblia comentada por los padres de la iglesia. AT 10. Página 69

[2] Lawson, George. Comentario a Proverbios. Página 55

[3] Lawson, George. Comentario a Proverbios. Página 54

[4] Lawson, George. Comentario a Proverbios. Página 56

[5] Lawson, George. Comentario a Proverbios. Página 59

[6] Lawson, George. Comentario a Proverbios. Página 60

[7] Lawson, George. Comentario a Proverbios. Página 60

[8] Lawson, George. Comentario a Proverbios. Página 60-61 

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