Proverbios 17
Proverbios sobre la vida y la conducta
Este sermón fue
predicado por el hermano Julio C. Benítez, quien es uno de los pastores de la
Iglesia Bautista Reformada la Gracia de Dios en Medellín, Colombia. Usted puede
compartir este sermón con otros a través de medios digitales e impresos,
siempre y cuando no sea para la venta, siempre reconociendo y dando los
créditos respectivos a su autor.
El libro
de Proverbios, como ya nos hemos dado cuenta, es un cofre lleno de las más
preciosas y valiosas joyas que hombre alguno puede encontrar para enriquecer y
engalanar su vida.
En los
capítulos 1 al 9 fuimos invitados poéticamente a procurar y adquirir la
verdadera sabiduría, a entrar a los palacios de ella, a comer de sus manjares.
Y ahora
en los capítulos 10 al 24 el autor nos indica cómo adquirimos esa sabiduría,
que no se trata de algo pasivo de solo leer o desear, sino de buscar, escuchar
y practicar.
Y, con el
fin de hacer más fácil el camino para adquirir la sabiduría de vida, el autor
nos condensa los grandes principios a practicar en frases cortas, sencillas y
fáciles de memorizar y recordar; para que, cuando nos tengamos que enfrentar
con los diferentes asuntos de la vida, recordemos esa joya de sabiduría, y nos
la vistamos, de manera que aprendamos a andar en este mundo como personas
sabias y prudentes.
Sigamos,
entonces, analizando estos proverbios para aplicarlos en los asuntos de nuestra
vida personal, familiar, eclesial, social, económica, entre otros.
La paz y la tranquilidad (v. 1, 14, 19,
20)
La obediencia de los hijos (v. 2, 6,
21, 25)
La mirada y el juicio del Señor (v. 3,
10)
La maldad y la sabiduría de la lengua
(v. 4, 7, 20, 27, 28)
Alegrarse del mal ajeno (v. 5)
Las riquezas y las fianzas (v. 8, 18)
La amistad (v. 9, 17)
La recompensa de la maldad (v. 13)
La fatuidad del necio (v. 12, 16, 24)
La justicia (v. 15, 23, 26)
La alegría y la tristeza (v. 22)
La paz y la tranquilidad (v. 1, 14, 19,
20)
“Mejor es un bocado seco, y en paz,
que casa de contiendas, llena de provisiones” (v. 1). “El que comienza
la discordia es como quien suelta las aguas; deja, pues, la contienda, antes
que se enrede” (v. 14). “El que ama la disputa, ama la transgresión; y
el que abre demasiado la puerta busca su ruina” (v. 19). “El perverso de
corazón nunca hallará el bien, y el que revuelve con su lengua caerá en el mal”
(v. 20).
La paz y la tranquilidad son tesoros
invaluables, el hombre que la halla debe ser considerado dichoso. La paz alegra
el alma, da estabilidad mental y emocional, y nos permite avanzar en la vida
con agilidad.
Por eso no debemos sacrificar tan
preciado bien por querer ninguna cosa material, comodidad, riqueza o prestigio.
Los que han hecho tan ruin intercambio han sufrido sus nefastas consecuencias.
Cuántos hombres y mujeres han arruinado
sus vidas por el capricho de desear casarse con una persona rica, inteligente,
con belleza física u otro elemento externo, aunque sea un incrédulo, para luego
darse cuenta que ninguna de esas cosas es suficiente para alegrar el alma
cuando la casa se ha convertido en un infierno.
Pero no solo esto, pues, la paz en la
casa no se altera solo por el mal obrar del otro, sino por el mío, por lo
tanto, el proverbista aconseja a los iracundos o ligeros reaccionarios, que
trabajen seriamente en evitar el inicio de cualquier discordia, pues, ellos son
como una represa que, una vez se abren las compuertas, es muy difícil evitar
que el tumulto de las aguas haga daño a otros.
Por lo tanto, odiemos la disputa, aprendamos
a no amarla, a evitarla. Guardemos nuestras emociones, reacciones y palabras,
pongamos un cerrojo, pues, si no controlamos nuestras reacciones, palabras y
emociones terminaremos destruidos, causando sufrimiento a otros. Una pequeña
grieta en una represa hará que las aguas presionen para salir, y terminará
destruyendo la presa y destruyendo todo a su paso, igualmente una pequeña
discusión puede desencadenar en una grande destrucción.
La obediencia de los hijos (v. 2, 6,
21, 25)
“El siervo prudente se enseñoreará
del hijo que deshonra, y con los hermanos compartirá la herencia” (v. 2). “Corona
de los viejos son los nietos, y la honra de los hijos, sus padres” (v. 6).
“El que engendra al insensato, para su tristeza lo engendra; y el padre del
necio no se alegrará” (v. 21). “El hijo necio es pesadumbre de su padre,
y amargura a la que lo dio a luz” (v. 25).
Con frecuencia el sabio habla del deber
de los hijos, pues, el primer mandamiento con promesa exhorta a los hijos a
honrar a sus padres, lo cual redundará en largura de buenos días.
Una de las mejores inversiones que
deben hacer los hijos es honrar a sus padres, y luego recibirán los abundantes
réditos de ello.
Por lo tanto, el hijo necio, el
desobediente a las sabias instrucciones paternas, el que quiere hacer su deseo
y no someterse a la disciplina de sus padres, terminará siendo siervo de los
siervos, y verá como a sus hermanos obedientes les irá bien en la vida.
Hemos conocido hijos de personas ricas
que terminan siendo vagabundos o mendigos, debido a que siempre quisieron hacer
su voluntad, fueron ley para sí mismos, y su falta de sometimiento a la
autoridad los llevó a ser esclavos de sus pecados. Recordemos que la peor
esclavitud es la libertad sin restricciones o reglas.
Aunque todos los seres humanos nacemos
en estado de depravación, y en ese sentido los padres engendramos hijos
aferrados a la necedad, se puede decir que los padres engendramos insensatos en
la crianza, en la formación. Cuando falta la instrucción de los padres, la
insensatez de los hijos crece, cuando hay disciplina y amonestación ella
retrocede.
Por lo tanto, si deseamos que los hijos
nos honren con vidas de bien, trabajemos en su disciplina e instrucción desde
que son niños, de lo contrario nos causarán mucha vergüenza y deshonor.
Tener hijos era considerado motivo de
honra, bendición y alegría. Tener una prole abundante era visto como señal de
prosperidad. Los abuelos eran tenidos por patriarcas cuando tenían muchos
nietos y descendientes. Esta perspectiva se ha perdido en la hedonista y
egoísta sociedad de nuestro siglo.
La mirada y el juicio del Señor (v. 3,
10)
“El crisol para la plata, y la
hornaza para el oro; pero Jehová prueba los corazones” (v. 3). “La
reprensión aprovecha al entendido más que cien azotes al necio” (v. 10).
Los elementos y cosas terrenas son purificadas con otros elementos adaptados
para ellos. La suciedad de la ropa se limpia con el agua y el jabón, mientras
que las impurezas de muchos metales preciosos, como el oro y la plata, se
purifican con el fuego; igualmente, el cuerpo del ser humano se limpia con agua
y jabón. Pero su parte espiritual, la cual es llamada alma, espíritu o corazón,
no puede ser purificada por ninguna de estas cosas, se requiere de la acción
divina, del Espíritu de Dios. Solo Dios tiene la capacidad para evaluar de
manera precisa al alma del creyente, y purificarla. Para ello él usa la
Palabra, la cual nos examina y limpia, siendo aplicada por el Espíritu Santo, y
en muchas ocasiones Dios usa el fuego de la prueba para conducirnos al
arrepentimiento, o para prevenir el surgimiento de pecados.
Pero, la necedad del necio le impide
ver que Dios le está mostrando la maldad de su pecado a través de las
aflicciones, y, así Dios le mandara muchos más azotes, el corazón está tan
ensimismado en su propia perspectiva, que nunca comprenderá el accionar
divino.
La maldad y la sabiduría de la lengua
(v. 4, 7, 20, 27, 28)
“El malo está atento al labio
inicuo; y el mentiroso escucha la lengua detractora” (v. 4). “No conviene
al necio la altilocuencia; !Cuánto menos al príncipe el labio mentiroso!”
(V. 7). “El perverso de corazón nunca hallará el bien, y el que revuelve con
su lengua caerá en el mal” (v. 20). “El que ahorra sus palabras tiene
sabiduría; de espíritu prudente es el hombre entendido. Aún el necio, cuando
calla, es contado por sabio; el que cierra sus labios es entendido” (v.
27-28).
Hay un dicho popular que dice que cada
uno busca a su semejante. El malo busca al malo, el mentiroso busca al
mentiroso, el chismoso busca al chismoso. Hay personas dispuestas a escuchar y
divulgar mentiras, calumnias y chismes de los demás. Mientras que el sabio
busca a los sabios, y cuando se encuentra con el mentiroso o chismoso se
aparta, no le interesan este tipo de conversaciones. Especialmente porque el
mentiroso o chismoso tiende a jactarse de sí mismo, de su justicia y
honorabilidad.
Un gobernante con esta característica
es una desgracia para el pueblo, para la sociedad, por eso, a la hora de elegir
gobernantes debemos tener en cuenta cómo trata a sus contrincantes con su
lengua. ¿Hace campañas difamatorias? El tal no es apto para gobernar. Igualmente
podemos decir de un hombre que aspira al pastorado o diaconado, ¿es chismoso?
No es apto para tan nobles oficios.
Una marca del insensato en el malvado
uso de su lengua es que siempre está en problemas, a causa de ella. Nunca puede
estar quieto y en paz. Cuando se entera de algo quiere esculcar hasta lo más
mínimo, descubrir el secreto, y eso le trae muchos males.
Por lo tanto, el sabio consejo para los
que desean honrar al Señor con su lengua, y evitar problemas de toda índole es:
Ahorra palabras, entre menos hables, mejor. Incluso, los necios pasan por
sabios cuando no están ávidos responder, ni en todo quieren opinar, sino que
callan y escuchan. Esta es sabiduría celestial, difícil de practicar.
Alegrarse del mal ajeno (v. 5)
“El que escarnece al pobre afrenta a
su Hacedor; y el que se alegra de la calamidad no quedará sin castigo” (v.
5). Siendo que es Dios quien hace al pobre, y él es quien enriquece o
empobrece, y su palabra está llena de mandatos para que cuidemos de ellos, ya
que Dios mismo se preocupa por los pobres; entonces, no solo oprimirlos, sino
burlarse de ellos es considerado una afrenta contra Dios.
Igualmente, alegrarse cuando sobre otro
viene una calamidad o una aflicción o una afrenta, es exponerse a que Dios se
desagrade y le envíe peores males, como hizo con los vecinos de Judá, los
cuales se alegraron cuando Babilonia los conquistó, por lo tanto, Dios castigó
a estos burlones vecinos también.
Las riquezas y las fianzas (v. 8, 18)
“Piedra preciosa es el soborno para
el que lo practica; adondequiera que se vuelve halla prosperidad” (v. 8). “El
hombre falto de entendimiento presta fianzas, y sale por fiador en presencia de
su amigo” (v. 18). Los hombres aman el poder y las riquezas, lo cual en sí
ya es una maldición, pero es peor cuando usan las riquezas para comprar las
conciencias de otros o a los jueces o para conseguir el favor y la complacencia
de los demás. Y peor aún, aquellos que por amistad o por dinero comprometen su
conciencia para apoyar a una persona malvada.
Pero, habrá otro que, tal vez con buena
intención, sufrirá las consecuencias de su falta de entendimiento cuando
compromete sus bienes o el patrimonio de su familia al salir por fiador de
otro, así sea su amigo. Somos testigos de cómo han sufrido muchos por no seguir
este consejo reiterado en el libro de Proverbios.
La amistad (v. 9, 17)
“El que encubre la falta busca
amistad; mas el que la divulga, aparta al amigo” (v. 9). “En todo tiempo
ama el amigo, y es como un hermano en tiempo de angustia” (v. 17). Los
amigos sinceros buscan la manera de evitar los conflictos, por lo tanto, guarda
los secretos de ellos, al menos que, por causa del evangelio o de la justicia
fuese necesario hacerlo. Tener un confidente amigo es un privilegio, y es de
mucha ayuda para que nos confronten, aconsejen o consuelen, pero es muy difícil
hallar a alguien fiel que, incluso cuando la amistad tenga tropiezos, guarde
confidencias.
Por lo tanto, si estás empezando la
amistad fraterna con alguien, pero esta persona te cuenta infidencias de otro
que ya no es su amigo, entonces, ten presente que hará lo mismo contigo.
La amistad verdadera es como la de
David con Jonatán, los cuales se cuidaban el uno al otro y se amaban con
corazones puros, cuidando el uno al otro. El verdadero amigo se duele cuando el
otro sufre y hace todo lo posible para estar a su lado cuando más lo necesite.
Como creyentes, miembros de una iglesia bíblica, debemos procurar cultivar
amistades cuidadoras.
La recompensa de la maldad (v. 13)
“El rebelde no busca sino el mal, y
mensajero cruel será enviado contra él” (v. 11). “El que da mal por
bien, no se apartará el mal de su casa” (v. 13). El malo se complace en hacer
el mal a otros y en rebelarse contra Dios, por lo tanto, no hace caso a la
instrucción ni a la reprensión; en consecuencia, la justicia divina lo
alcanzará, y el castigo vendrá sobre él.
Pero mal continuo, uno tras otro,
tendrá el que a su maldad suma una de las peores: hacerle el mal al que le ha
hecho el bien. La ingratitud, muy característica de los seres humanos, augura
solo males. !Cuán frecuentemente somos ingratos cuando una sola ofensa recibida
nos lleva a olvidar los muchos bienes y favores que nos dieron!
La fatuidad del necio (v. 12, 16, 24)
“Mejor es encontrarse con una osa a
la cual han robado sus cachorros, que con un fatuo en su necedad” (v. 12).
“¿De qué sirve el precio en la mano del necio para comprar sabiduría, no
teniendo entendimiento?” (v. 16). “En el rostro del entendido aparece la
sabiduría; mas los ojos del necio vagan hasta el extremo de la tierra” (v.
24). El pueblo de Israel había convertido en proverbio el peligro de
encontrarse con una osa a la que le habían quitado sus cachorros (2 Sam. 17:8;
2 R. 2:24; Óseas 13:8), pues, el oso es un animal fiero con mucha fuerza
destructiva; pero Salomón dice que es más peligroso encontrarse con un necio
cuando está en el colmo de su necedad, cuando nadie lo controla y habla sin
freno o actúa frenéticamente. Los que estén cerca sufrirán mucho dolor y
turbación.
Y es que, el necio no puede ni desea
ser sabio, pues, aunque alcance a tener grandes riquezas, ellas no le ayudarán
en nada para ser sabio, ya que no es posible alcanzarla con ningún bien
material, ni con estudios académicos. La sabiduría solo se alcanza con el temor
de Dios.
El necio no alcanza la sabiduría porque
no la tiene como meta en su vida, sino que divaga en su mente, mira de un lado
para otro, cambia de opinión frecuentemente, cambia de planes sin razón alguna,
no sabe lo que quiere y así termina su vida.
La justicia (v. 15, 23, 26)
“El que justifica al impío, y el que
condena al justo, ambos son igualmente abominación a Jehová” (v. 15). “El
impío toma soborno del seno para pervertir las sendas de la justicia” (v.
23). “Ciertamente no es bueno condenar al justo, ni herir a los nobles que
hacen lo recto” (v. 26). Los jueces son llamados dioses en el salmo 82
porque ellos tienen el deber de impartir justicia, de condenar al culpable y
librar al justo. Por lo tanto, cuando ellos hacen lo contrario, ya sea por
cohecho o por voluntaria ignorancia en investigar a profundidad los hechos, son
aborrecidos por Dios, y el Juez de toda la tierra los visitará con su ira. De
igual manera, todos nosotros debemos evitar los juicios apresurados para
condenar a otros, pues, Dios aborrece esa práctica malvada.
Los orientales acostumbraban a llevar
la bolsa con monedas en el pecho o el cinturón, por lo tanto, meter la mano en
la bolsa para dar dinero al juez, y pervertir así la justicia, es aborrecible
ante Dios, y termina destruyendo los cimientos de una sociedad estable y
pacífica. En las relaciones personales también solemos llevar nuestra “bolsa”
para pervertir el derecho: La manipulación, el mal uso de las emociones,
aprovecharnos de una posición de autoridad, entre otros.
La alegría y la tristeza (v. 22)
“El corazón alegre constituye buen
remedio; mas el espíritu triste seca los huesos” (v. 22). La ciencia médica
lo confirma: reír le hace bien al cuerpo, estar alegres nos ayuda a sobrellevar
las enfermedades y dificultades. Pero no toda risa es buena, pues, la que se
usa para burlarse de otro, o con ironía o sarcasmo, daña el alma y afecta la
salud.
Por el contrario, la tristeza de
espíritu, y la amargura del alma, no solo afectan la vida emocional, sino que
terminan enfermando el cuerpo, los huesos.
Se ha comprobado que las emociones
negativas pueden hacer caer el cabello, tener jaquecas, manifestaciones de asma
y alergias, erupciones cutáneas, úlceras, e, incluso, cáncer. Alegremos siempre
nuestros corazones viviendo en el evangelio, llenando nuestros corazones con la
esperanza que tenemos en Cristo y la confianza en el Dios Soberano que guía
todas las cosas hacia el bien eterno.
Aplicaciones:
Indudablemente todos estos principios
y consejos de sabiduría provienen de Aquel que estaba por encima de Salomón, de
la sabiduría encarnada: Cristo Jesús. Él es el verdadero sabio y fuente de toda
sabiduría; y solo estando en él, por medio de la fe, somos capacitados para
vivir de manera cada vez más creciente y gloriosa una vida sabia.
Fue Jesús quien les dijo a sus
seguidores, Bienaventurados los pacificadores, porque ellos serán llamados
hijos de Dios (Mt. 5:9), Él nos da su paz y la dejó como un don precioso
para sus hijos, por lo tanto, los creyentes somos pacificadores, hacemos que
los demás estén en paz con nosotros hasta donde sea posible.
Es el evangelio quien nos da el poder
para ejercer el dominio propio en lo que decimos, en lo que hacemos, pues, Pablo
dice, Y los que viven según la carne no pueden agradar a Dios. mas vosotros
no vivís según la carne, sino según el Espíritu (Ro. 8:8-9); por lo tanto,
el fruto del Espíritu en nosotros es dominio propio, autocontrol.
Cristo capacita a sus hijos, y a los
pastores, para que no entren en innecesarias disputas o contiendas, pues, el
siervo del Señor no debe ser contencioso, sino amable para con todos… sufrido
(2 Tim. 2:24).
Pero no sólo esto, los hijos son
capacitados por el Señor para obedecer a sus padres, pues, Pablo dice: hijos,
obedeced en el Señor, porque esto es justo (Ef. 6:1), es por el poder del
Señor que lo pueden hacer.
Además, el Evangelio nos lleva a la
sabiduría en el uso de la lengua, pues, procuramos no hablar palabras
corrompidas, sino la que sea buena para la necesaria edificación, a fin de
dar gracia a los oyentes (Ef. 4:29).
Y así sucesivamente. El Evangelio de
Cristo nos ha provisto del poder del Espíritu Santo, aplicando a nosotros su
palabra, para que andemos como niños, jóvenes, mujeres y hombres sabios.
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