La fe
perseverante:
Tres
ejemplos notables de cómo es imposible agradar a Dios sin la fe
Hebreos
11:4-7 (Tercera parte)
Introducción:
En la introducción al versículo 6
dijimos que este primer trío de ejemplos veterotestamentarios, nos muestran el
orden en el cual la fe obra en el creyente: Primero, Abel, quien representa el
inicio de la fe en el creyente, cuando éste, convencido por el Espíritu Santo
abandona toda confianza en sí mismo y en sus obras, para depositarla solo en el
Salvador. Enoc, representa el paso siguiente a la obtención de la fe, la cual
se da solo por la Gracia de Dios, el cual consiste en un caminar de fe, andar
con Dios, conocerle y confiar solamente en él. Mientras que Noé es un ejemplo
del actuar de la fe, cómo la fe, luego
de ser recibida por Gracia, luego de andar con Dios y conocerle, conduce al
creyente a obrar, actuar y producir frutos.
Hemos visto que ni Abel, ni Enoc
pudieron agradar a Dios o caminar con él, sino solamente a través de la fe,
pues, esa es la única forma y el único medio establecido por Dios a través del cual
le somos agradables. Nuestra naturaleza pecaminosa y nuestro corazón inclinado
siempre al mal, nos impiden hacer obras que satisfagan la perfecta santidad de
Dios, de allí que sea necesario ser revestido de una justicia perfecta que le
permita a la persona ser vista como totalmente pura ante los ojos de Dios, y
esa justicia nos es dada solamente por Jesucristo, mediante la fe.
En nuestro presente estudio analizaremos
cómo la fe obra, trabaja y conduce al creyente a un actuar. Hoy veremos, en el
ejemplo de Noé, cómo es una vida de fe y cómo esta conduce al creyente a temer
y a obedecer. El cielo no es para holgazanes ni vagos, asimismo la fe no es
simplemente un asentir algo, sino que es una convicción que nos lleva a
trabajar. Ya hemos visto, en el versículo 6, que el verdadero creyente se
consagra totalmente en buscar a Dios con la convicción de que le hay, porque
anhela la recompensa o el galardón, y este consiste en que, el que le busca, lo
encuentra, y él mismo se le da como premio. El pecador debe buscar con todo su
corazón a Dios, y lo encontrará, pero si alguien le busca es porque Dios lo
encontró primero y le ha dado el don de la fe.
La fe nos conduce a caminar con Dios y a
buscarle, a trabajar diligentemente en conocerle. Muchos pasajes bíblicos nos
hablan de este trabajo constante por encontrar a Dios: “Esforzaos a entrar por la puerta ancha; porque os digo que muchos
procurarán entrar, y no podrán” (Luc. 13:24). “Trabajad, no por la comida que perece, sino por la comida que a vida
eterna permanece, la cual el Hijo del hombre os dará; porque a este señaló Dios
el Padre” (Jn. 6:27). “Procuremos,
pues, entrar en aquel reposo, para que ninguno caiga en semejante ejemplo de
desobediencia” (Heb. 4:11). Todo el que busca a Dios debe tener siempre
presente la mirada en el galardón, y el galardón es Dios mismo. Él se ofrece
como la recompensa, y no hay premio más hermoso y completo que tener a Dios como nuestro Señor. En el Sermón de la
Montaña Jesús puso en perspectiva una recompensa especial para los que son
limpios de corazón, y es que ellos verán
a Dios (Mt. 5:8).
En las Sagradas Escrituras muchas veces
se nos habla del cielo o la salvación completa como una “recompensa”, lo cual
nos muestra el carácter de aquellos que son salvos, es decir, son obreros
diligentes. Son obreros que trabajan en su santificación constante y en los
frutos de la fe, porque ellos saben que la “recompensa” vendrá al final, luego
que se haya completado su trabajo: “He
peleado la buena batalla, he acabado la carrera, he guardado la fe. Por lo
demás, me está guardada la corona de justicia, la cual me dará el Señor; juez
justo, en aquel día; y no sólo a mí, sino también a todos los que aman su
venida” (2 Ti. 4:7-8).
El que tiene la fe de los creyentes
posee la íntima certeza y la férrea confianza del galardón que recibirá al
final del día de su vida, así como el jornalero trabaja incansablemente, en
medio del calor del día, el cansancio y la sed, porque sabe que al final hay
una recompensa: “Bienaventurado el varón
que soporta la tentación; porque cuando haya resistido la prueba, recibirá la
corona de vida, que Dios ha prometido a los que le aman” (St. 1:12). Esta
recompensa que espera el creyente diligente no se aferra a las cosas de esta
vida, sino que es futura, celestial: “Pero
anhelaban una mejor, esto es, celestial; por lo cual Dios no se avergüenza de
llamarse Dios de ellos; porque les ha preparado una ciudad” (Heb. 11:16).
Ahora, ¿Con base en qué Dios da esta
recompensa? ¿Por las obras? No, porque las obras humanas, por muy excelentes
que sean, están manchadas por el pecado. Entonces, la recompensa que reciben
los creyentes está fundamentada solamente en el terreno de los méritos de
Cristo y en sus propias promesas. Realmente lo que Dios “premia” es la obra de
su propio Espíritu en nosotros, de manera que no tenemos ningún motivo para
gloriarnos.
“Por la fe Noé, cuando fue advertido por Dios
acerca de cosas que aún no se veían, con temor preparó el arca en que su casa
se salvase; y por esa fe condenó al mundo, y fue hecho heredero de la justicia
que viene por la fe” (Heb. 11:7).
Vamos a concentrarnos en tres aspectos
claves mencionados en este pasaje. Primero, la fe de Noé y el terreno o
contenido de la misma, es decir, la advertencia que recibió de parte de Dios;
segundo, los efectos internos que produjo la fe en Noé, es decir, “temor” y el
efecto externo de este temor: construir el arca; y tercero, las consecuencias
de su fe, es decir, la salvación de su casa y la condenación del mundo, siendo
Noé constituido en heredero de la justicia que es por la fe.
Antes de tocar estos tres puntos, y
siguiendo en esto a Arthur Pink, es preciso aclarar una dificultad que algunos
ven en este versículo: ¿Fue salvado Noé por sus propias obras? La respuesta es
SÍ y No. Espero que no se apresuren a tildarme de hereje, y me concedan
explicar esta respuesta. Preguntémonos, si Noé no hubiese construido el arca,
en obediencia al mandato de Dios ¿no habría perecido en el diluvio? Entonces,
¿fue su propio esfuerzo el que lo preservó de la muerte en el gran diluvio? No,
porque el arca fue preservada por el poder de Dios. Recordemos que el arca no
tenía mástil, ni velas, ni volante. Solo la mano de la gracia del Señor pudo
sostener a esa arca de ser destruida por las rocas de las altas montañas y las
destructoras olas que se formarían. Entonces ¿Cuál es la relación entre estas
dos cosas? Es esta: Noé hizo uso de los medios que Dios había establecido, y
por Su gracia y Su poder, aquellos medios fueron usados para su preservación.
¿No debe el campesino labrar la tierra, sembrar la semilla, limpiar la maleza y
abonar el terreno? Sin embargo, es solo Dios quien da el crecimiento. ¿No
debemos todos practicar la higiene personal, lavarnos las manos constantemente
y comer alimentos saludables? Sin embargo, la salud de nuestros cuerpos está en
las manos de nuestro Dios. Lo mismo sucede en el ámbito espiritual: La
salvación por la sola gracia no excluye la necesidad imperiosa de que usemos
los medios de la gracia que Dios ha designado y establecido.
Noé es una ilustración y un tipo de la
liberación que Dios dará a los suyos de la terrible ira que será derramada
sobre este mundo malo. ¿Era salvo Noé antes de ser salvado de morir por el
diluvio? Sí, pero la salvación no consiste solamente en ser justificado, sino
que ella conlleva a la santificación y a la futura glorificación. Todos los
días en nuestra vida estamos trabajando en nuestra salvación, usando los medios
que la gracia nos da. No que la salvación dependa en algo de nosotros, sino que
la salvación provee los medios de la gracia para que obedezcamos los
mandamientos de Dios, y seamos así librados de la destrucción.
El autor de Hebreos empieza diciendo que
Noé fue advertido por Dios acerca de
cosas que aún no veían. Para entender de qué fue advertido Noé, es
necesario que vayamos a Génesis capítulo 6.
En el versículo 5, Moisés presenta un
cuadro desolador de lo que estaba sucediendo con el género humano. Así como la
raza se multiplicaba, también se diversificaba la maldad y los hombres se
volvían expertos en el pecado. La depravación humana se evidenciaba en “que todo designio de los pensamientos del
corazón de ellos era de continuo solamente el mal” (v. 5). La maldad llegó
a crecer tanto, y el hombre se degeneró a tal grado, que el ser de Dios experimentó
dolor y dijo: “Rearé de sobre la faz de
la tierra a los hombres que he creado, desde el hombre hasta la bestia, y hasta
el reptil y las aves del cielo; pues me arrepiento de haberlos hecho” (v.
7). Este arrepentimiento no significa que Dios no sabía lo que pasaría, pues,
todo esto se encontraba dispuesto en su decreto eterno, pero, en términos
antropomórficos, el autor sagrado nos deja ver el desagrado que el pecado
produce en un Dios santo. De manera que no solo los hombres morirán, sino todos
los animales terrestres y las aves.
Moisés, el escritor del Génesis, insiste
en presentarnos la oscura y abyecta situación moral y espiritual de la
generación en la cual vivió Noé “Y miró
Dios la tierra, y he aquí que estaba corrompida; porque toda carne había corrompido
su camino sobre la tierra” (6:12). En razón de esta decadencia espiritual
generalizada, Dios decide destruir al género humano, en compañía de los
animales terrestres y de las aves (el pecado humano afecta a toda la creación
material), a través de un diluvio. Pero “Porque
no hará nada Jehová el Señor, sin que revele su secreto a sus siervos los
profetas” (Amós 3:7), entonces el Señor le avisa a Noé del gran desastre
que enviará sobre la tierra y le indica la forma cómo él puede salvarse: “Dijo, pues, Dios a Noé: he decidido el fin
de todo ser, porque la tierra está llena de violencia a causa de ellos; y he
aquí que yo los destruiré con la tierra” (6:13).
Pero hay una persona que no morirá,
junto con su familia, y esta persona es Noé. Dice Moisés que este halló gracia
ante los ojos de Dios. Noé era un hombre de fe, creía en el Mesías prometido, y
confiaba en Dios para su salvación. Esta fe no era de él, sino que Dios, en su
infinita gracia se la había dado (Ef. 2:8). Noé no halló gracia ante Dios por
ser un buen hombre, o por ser justo, o porque él tenía la buena voluntad de
buscar a Dios. Hallar gracia, significa que Dios es movido a actuar con
misericordia por el solo beneplácito de su buena voluntad. La gracia es un
favor inmerecido, y Noé halló este favor inmerecido en Dios. Solo él y su
familia, nadie más. Este es un ejemplo práctico de la doctrina de la
predestinación. Dios eligió a Noé para darle Su gracia de en medio de una masa
de hombres entregados al pecado. Solo él y su familia más cercana serían
salvados de esta debacle ¿Por qué razón? Porque Dios dice “tendré misericordia del que tendré misericordia, y seré clemente para
con el que seré clemente” (Éxodo 33:19).
Dios le ordena a Noé diciendo: “Hazte un arca de madera de gofer; harás aposentos
en el arca, y la calafatearás con brea por dentro y por fuera. Y de esta manera
la harás: de trescientos codos de longitud del arca, de cincuenta codos su
anchura, y de treinta codos su altura. Una ventana harás al arca, y la acabarás
a un codo de elevación por la parte de arriba; y pondrás la puerta del arca a
su lado; y le harás piso bajo, segundo y tercero. Y he aquí que yo traigo un
diluvio de aguas sobre la tierra, para destruir toda carne en que haya espíritu
de vida debajo del cielo; todo lo que hay en la tierra morirá” (6:15-17).
Ahora ¿Podía Dios mismo haber construido
un arca indestructible, así como hizo al mundo con su palabra, y meter en ella
a Noé y a todos los animales? Si. Pero a Dios le place dar a los hombres
deberes y responsabilidades, los cuales son un aliciente fuerte para fortalecer
la fe, que él mismo ha dado por Su sola gracia. Dice el autor de Hebreos “Por la fe Noé, cuando fue advertido por Dios
acerca de cosas que aún no se veían, con temor preparó el arca en que su casa se
salvase” (v. 7). Noé era un hombre salvo, porque tenía la fe salvadora, y
vivía como un salvo, dando testimonio de su confianza en Dios, aunque era el
único creyente en su tiempo, y vivía en medio de una generación maligna,
burladora e incrédula. Es de gran ayuda pertenecer a una comunidad de creyentes
donde estamos ayudándonos y fortaleciéndonos para vivir nuestras vidas
cristianas, pero no tener a otros hermanos en la fe en los cuales apoyarse,
sino solamente en Dios, es una prueba bastante difícil para la fe. Y a esta
prueba, Dios suma otra: Noé debe creer en la Palabra de Dios que vendrá un
diluvio sobre toda la tierra, cosa que no se había visto antes, y debe empezar
a construir una gigantesca embarcación en medio de la tierra firme. Esto sí que
era una prueba de fe. Noé debía creer que vendría algo que no se conocía y
además, debía empezar a hacer algo que llamaría la atención de la gente burlona
e incrédula de su tiempo. Debía sufrir el desprecio de los hombres, pero esto
era necesario como una prueba de la fe, y al final, él y su familia serían
salvos de la destrucción.
Dios siempre está probando la fe de los
creyentes, porque es necesario que esta sea afirmada en nosotros. Santiago
dice: “Hermanos míos, tened por sumo gozo
cuando os halléis en diversas pruebas, sabiendo que la prueba de vuestra fe
produce paciencia. Bienaventurado el varón que soporta la tentación; porque
cuando haya resistido la prueba, recibirá la corona de vida, que Dios ha
prometido a los que le aman” (Stg. 1:2, 12). Noé no fue salvo por sus
obras, pero sus obras manifestaron que él era un salvo.
La verdadera fe produce gozo porque ella
se sustenta en las promesas divinas, las cuales son seguras, pero la fe también
produce temor, porque toma en serio los mandamientos y las amenazas que vienen
de Dios. Noé no era del tipo de creyentes que mal fundamentados en la doctrina
de la salvación por la gracia, son descuidados en su vida espiritual y solo
toman en cuenta las promesas sin considerar los mandamientos y las
advertencias. Él confiaba solo en Dios para su salvación, pero esta confianza
no le volvió confiado y descuidado. No, cuando Dios le advirtió de la inminente
destrucción que vendría sobre el mundo, su corazón tuvo un santo temor y por
ese temor él obedeció el mandato de Dios, y por 120 años (Gen. 6:3) estuvo
poniendo tabla sobre tabla, junto con su esposa y sus hijos, construyendo una
gigantesca embarcación, a través de la cual él fue librado de la destrucción,
junto con muchos animales.
Por esta fe que tuvo Noé, y por este
santo temor que le condujo a obedecer el mandato divino, construyendo el arca
salvadora, no solo se salvó él, su familia, y los animales escogidos, sino que
los incrédulos recibieron su justo merecido: “Por esa fe condenó al mundo”. Mientras la fe le salvó, por esa
misma fe condenó a los que no creyeron. Los incrédulos del tiempo de Noé no
tuvieron excusas para presentar ante el Juez de toda la tierra, porque hubo una
advertencia, hubo una predicación constante por 120 años: en cada martillazo
que Noé daba sobre las tablas con las cuales se construía el arca, se anunciaba
el inminente juicio que vendría, pero ellos no quisieron creer, no obstante,
hubo un hombre que sí creyó, y fue salvado de morir. Había una forma de ser
librado de la destrucción, y esta era, creer en el mensaje de Noé y buscar la
salvación. Pero no lo quisieron hacer y por eso murieron. Hubo uno que sí creyó
y no murió. El mensaje del Evangelio aunque es salvación para los que creen,
también será condenación para los que permanezcan incrédulos frente a él: “El que creyere y fuere bautizado, será
salvo; más el que no creyere será condenado” (Mr. 16:16), “El que en él cree no es condenado; pero el
que no cree, ya ha sido condenado, porque no ha creído en el nombre del
unigénito Hijo de Dios” (Jn. 3:18).
El autor de Hebreos termina afirmando
que la fe que tuvo Noé le hizo heredero de la justicia: “Y fue hecho heredero de la justicia que viene por la fe”. “Por su
fe Noé heredó el don de la justicia. Su ancestro Abel (Heb. 11:4). Noé, sin embargo, llegó a ser poseedor de
justicia; es decir, su modo de vivir fue un modelo de justicia siempre opuesto
a la incredulidad. Su vida fue un ejemplo constante de obediencia a la voluntad
de Dios. Por medio de su vida justa, Noé halló el favor de Dios. Por la fe él
agradó a Dios”[1].
Aplicaciones:
- Así como en los días de Noé, hoy la
tierra nuevamente está llena de violencia. Los hombres cada día pecan con más
obstinación y las naciones aprueban leyes que legitiman el pecado: el divorcio,
el aborto, las relaciones sexuales ilícitas, entre otros. Todos los días miles
de niños son asesinados en el vientre de sus desalmadas madres. La tierra está
llena de violencia, y así como la sangre de Abel clamaba por venganza en contra
de Caín, la sangre derramada sobre la tierra clama por venganza. Los hijos cada
día son más rebeldes, y ya no es extraño escuchar que ellos mismos maten a sus
padres. Cada día escuchamos de niños y jovencitos que toman armas para matar a
otras personas. El corazón del hombre se ha vuelto experto para pecar y el
colmo de la maldad está rebosando la copa que Dios derramará sobre el mundo
causando su destrucción total. Jesús anunció que este mundo, en su segunda
venida, sería destruido a causa de la maldad, y que la situación moral y
espiritual del género humano sería parecida a
los que se vivieron en los tiempos de Noé: “E inmediatamente después de la tribulación de aquellos días, el sol se
oscurecerá, y la luna no dará su resplandor, y las estrellas caerán del cielo,
y las potencias de los cielos serán conmovidas. Pero del día y la hora nadie
sabe, ni aún los ángeles de los cielos, sino sólo mi Padre. Mas como en los
días de Noé, así será la venida del Hijo del hombre. Porque como en los días
antes del diluvio estaban comiendo y bebiendo, casándose y dando en casamiento,
hasta el día en que Noé entró en el arca, y no entendieron hasta que vino el
diluvio y se los llevó a todos, así será también la venida del Hijo del hombre”
(Mt. 24:29, 36-39). Los incrédulos en los días de Noé no escucharon el
Evangelio predicado por este, sino que continuaron en sus comilonas, en sus
fiestas y en sus vidas normales llenas de pecado, como si el fin nunca fuese a
venir. Es posible que ellos le dijeran a Noé: Sabemos que vendrá la destrucción
final, pero llevas más de 100 años predicando de este asunto y el fin no llega,
así que es posible que la destrucción
que anuncias demore otros 100 años más en venir, o puede que nunca llegue. Así
como los incrédulos se burlaban de Noé, quien estaba afanado en preparar el
arca que sería su salvación, en estos tiempos la gente se burla de los
cristianos porque también les urgimos para que acudan presurosos al arca,
Jesucristo, quien es la garantía de que seremos salvos del gran día de la ira de
Dios: “Amados: esta es la segunda carta
que os escribo, y en ambas despierto con exhortación vuestro limpio
entendimiento, para que tengáis memoria de las palabras que antes han sido
dichas por los santos profetas, y del mandamiento del Señor y Salvador dado por
vuestros apóstoles; sabiendo primero esto, que en los postreros días vendrán
burladores, andando según sus propias concupiscencias, y diciendo: ¿Dónde está
la promesa de su advenimiento? Porque desde el día en que los padres durmieron,
todas las cosas permanecen así como desde el principio de la creación. Estos
ignoran voluntariamente, que en el tiempo antiguo fueron hechos por la palabra
de Dios los cielos, y también la tierra, que proviene del agua y por el agua
subsiste, por lo cual el mundo de entonces pereció anegado en agua; pero los
cielos y la tierra que existen ahora, están reservados por la misma palabra,
guardados para el fuego en el día del juicio y de la perdición de los hombres
impíos. Más, oh amados, no ignoréis esto: que para con el Señor un día es como
mil años, y mil años como un día. El Señor no retarda su promesa, según algunos
la tienen por tardanza, sino que es paciente para con nosotros, no queriendo
que ninguno perezca, sino que todos procedan al arrepentimiento. Pero el día del
Señor vendrá como ladrón en la noche, en el cual los cielos pasarán con grande
estruendo, y los elementos ardiendo serán deshechos, y la tierra y las obras
que en ella hay serán quemadas” (2 Ped. 3:1-10). Siendo que el gran juicio
está por venir sobre esta tierra ¿Serás tan torpe como lo fueron los hombres en
los días de Noé que no se apercibieron del peligro y no buscaron lo que sería
su segura salvación? Recuerda que solo a través de la fe en Jesucristo podemos
ser salvos: “Y en ningún otro hay salvación;
porque no hay otro nombre bajo el cielo, dado a los hombres, en que podamos ser
salvos” (Hech. 4:12).
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