viernes, 2 de diciembre de 2011

¿Enseña 2 Pedro 1:11 que la salvación es por obras?

En respuesta a su invitación a enviarle preguntas sobre pasajes difíciles, quisiera entonces pedirle su explicación de 2 Pe.1:11. Yo creo que la salvación es por gracia, pero reconozco que este es uno de los pasajes confusos, pues sugiere que es por obras. Gracias por su valioso aporte. José Aníbal

Apreciado hermano José Anibal,

Gracias por enviarnos su pregunta.

Leamos el texto que usted menciona en la pregunta: “Por lo cual, hermanos, tanto más procurad hacer firme vuestra vocación y elección; porque haciendo estas cosas, no caeréis jamás. Porque de esta manera os será otorgada amplia y generosa entrada en el reino eterno de nuestro Señor y Salvador Jesucristo” (2 Ped. 1:10-11).

Como siempre estoy insistiendo, para interpretar cualquier pasaje de las Sagradas Escrituras es necesario tener en cuenta en contexto del mismo.
El capítulo 1 de la segunda carta de Pedro contiene un mensaje de consuelo y ánimo para los creyentes. En el verso 1 les dice a sus lectores que algunos de ellos han alcanzado la justicia, es decir, han sido justificados de sus pecados, por medio de la justicia que nos es imputada a través de la obra redentora de Jesucristo. En el verso 3 afirma que el creyente ha recibido, mediante el conocimiento de Jesucristo, todo lo que es necesario para que esta vida andemos piadosamente, y ha recibido preciosas promesas del evangelio que la garantizan apartarse de la contaminación de este mundo, hasta que llegue a ser participante de la naturaleza divina, es decir, libres de la corrupción del pecado.
Pedro comienza hablando de la seguridad de salvación que tiene el cristiano por medio de la fe que ha puesto en el Señor. Dios se encarga de darle todo lo que es necesario para que prosiga su vida cristiana en medio de este mundo de pecado, hasta que llegue el gloriso día en el cual se “otorgará amplia y generosa entrada en el reino eterno de nuestro Señor y Salvador Jesucristo” (v. 11).
El apóstol Pedro, así como Pablo y el resto de escritores del Nuevo Testamento, cree que la salavación es solo por gracia y que ella es segura y firme, de maenra que el que ha sido salvo nunca dejará de serlo. En su primera epístola, capítulo 1, versos 3 al 8, afirma que la salvación es una obra divina completa, que no se puede corromper, y a la cual no se puede morir nunca jamás porque Dios mismo es quien guarda a sus hijos con su poder, de manera que todos los verdaderos creyentes alcancen la entrada final a la plena salvación que se manifestará en el día final: “Bendito el Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo, que según su grande misericordia nos hizo renacer para una esperanza viva, por la resurrección de Jesucristo de los muertos, para una herencia incorruptible, incontaminada e inmarcesible, reservada en los cielos para vosotros, que sois guardados por el poder de Dios mediante la fe, para alcanzar la salvación que está preparada para ser manifestada en el tiempo postrero”.
Siendo que fuimos renacidos “no de cimiente corruptible, sino de incorruptible, por la pabra de Dios que vive y permanece para siempre” (v. 23), entonces nuestra salvación es también incorruptible, porque ella no depende de nosotros, sino de Dios que tiene misericordia “Así que no depende del que quiere, ni del que corre, sino de Dios que tiene misericordia” (Ro. 9:16).
Las Sagradas Escrituras enseñan de manera clara que la salvación es solo por gracia, no dependiendo de ninguna obra que haga el hombre: “Porque por gracia sois salvos por medio de la fe; y esto no de vosotros, pues es don de Dios; no por obras, para que nadie se gloríe” (Ef. 2:8-9); “Nos salvó, no por obras de justicia que nosotros hubiésemos hecho, sino por su misericordia” (Tito 3:5). Pero esta gracia no sólo nos elige, nos llama, nos justifica y nos glorifica (Ro. 8:30), sino que ella nos capacita para actuar responsablemente en la vida cristiana.
Cuando estábamos sin Cristo, nuestro estado era de muerte, y no podíamos venir a Dios, ni buscar la santidad, ni hacer obras que agradaran a Dios. (Ro. 3:9-20). Pero una vez somos renacidos por el Espíritu Santo, recibimos la capacidad para actuar responsablemente en el Evangelio. Explico, en nuestro estado natural, es decir, no regenerado, no podemos creer en Cristo, así se nos predique de la manera más clara el evangelio, porque estamos muertos en nuestros delitos y pecados. Así se nos llame mil veces, de diferentes y entusiastas maneras, para que vengamos a Cristo, el que nos puede dar salvación, nosotros no venimos, porque estamos muertos espiritualmente. Pero cuando la gracia electiva de Dios abre nuestros corazones y hace renacer nuestros espíritus, entonces, una vez escuchamos el evangelio de salvación, nosotros procedemos al arrepentimiento y creemos en el Señor Jesús. Dios nos da el don de la fe (Ef. 2:8), pero Dios no cree por nosotros. Somos nosotros los que debemos creer. De la misma manera sucede con el resto de la vida cristiana en esta tierra. El Señor, por su gracia, nos hace crecer en él, y nos preserva para que nunca nos perdamos, pero el medio que el Señor usa es nuestra nueva responsabilidad regenerada y santificada. El Espíritu de Dios obra en nosotros de manera que anhelemos la santidad, y responsablemente andemos en la senda del evangelio. Sino fuera por el poder del Señor, entonces nos perderíamos.
El apóstol Pedro, en los versos que estamos analizando, toca el aspecto de la responsabilidad cristiana en hacer firmes nuestro llamamiento. ¿Qué significa esto? No significa que nosotros, por nuestro propio esfuerzo, ganamos la salvación o nos incluimos entre los elegidos, o aseguramos el no perder la salvación, pues, esta interpretación entraría en contradicción con el resto de la enseñanza apostólica. Pero lo que sí significa este pasaje es que los cristianos tienen el deber y la responsabilidad, de utilizar todos los medios que nos da la gracia para crecer en el conocimiento del evangelio y producir los frutos que se esperan de un corazón regenerado.
¿Cómo puede estar una persona de que ha sido elegida por Dios para salvación? Si deposita su confianza en Cristo solamente para el perdón de sus pecados y la justificación. ¿Cómo sabe una persona si realmente ha creído de corazón en Cristo y ahora disfruta de la salvación? Si el fruto del espíritu se en cuentra en él, si está obedeciendo con gozo los mandatos de Cristo.
Si una persona dice ser salva, solamente porque hizo una oración de arrepentimiento, pero en él no hay frutos de verdadera conversión, arrepentimiento y abandono de las cosas mundanas, entonces el tal se engaña a sí mismo, y no puede estar seguro de su salvación, pues, los frutos de ella no se encuentran en él. Los que son verdaderos cristianos, es decir, los que realmente han nacido de nuevo, están seguros de su salvación delante de Dios, y esto no cambiará nunca.
Nadie podrá arrebatarlos de la mano del Padre, dijo Cristo en el evangelio de Juan. Pero en lo que respecta a la responsabilidad humana, todo cristiano tiene el deber de hacer firme esta seguridad de salvación, y esto solo se hace creciendo en santificación, negándonos a nosotros mismos, amando más a Cristo y obedeciendo sus mandatos, o como dice Pedro: “Poniendo toda diligencia por esto mismo, añadid a vuestra fe virtud; a la virtud, conocimiento; al conocimiento, dominio propio; al dominio propio, paciencia; a la paciencia, piedad; a la piedad, afecto fraternal; y al afecto fraternal, amor. Porque si estas cosas están en vosotros, y abundan, no os dejarán estar ociosos ni sin fruto en cuanto al conocimiento de nuestro Señor Jesucristo” (2 Ped. 1:5-8). Pero es preciso decir que todo esfuerzo que hacemos en la gracia, todo logro en la santificación, todo avance en reflejar el carácter de Cristo en nosotros, es solo obra de la gracia de Dios, y al final, tendremos que dar las gracias a Dios porque si él nos hubiese dejado para que de nosotros mismos produjéramos el esfuerzo, o asumiéramos la responsabilidad, entonces nada hubiera pasado y nunca hubiésemos crecido en el conocimiento de Cristo y en la santidad.
El apóstol Pablo también dio instrucciones muy parecidas a las de Pedro, cuando dijo: “Por tanto, amados míos, como siempre habéis obedecido, no como en mi presencia solamente, sino mucho más ahora en mi ausencia, ocupaos en vuestra salvación con temor y temblor” (Fil. 2:12); es decir, ocúpense en todo lo que respecta a la obra que el Señor ha iniciado en vuestras vidas y que concluirá con la entrada triunfal al reino eterno del Señor; pero este ocuparse no es un mero esfuerzo humano, sino que, aunque implica nuestra voluntad y la diligencia, esta fuerza y deseo para ocuparnos en nuestra salvación es producido en nosotros por la gracia de Dios; pues, el apóstol, en el siguiente versículo, afirma con convicción: “porque Dios es el que en vosotros produce el querer como el hacer, por su buena voluntad” (v. 13).
De manera que las Escrituras enseñan la salvación por la sola gracia, sin necesidad de obras; pero cuando hay verdadera gracia en el corazón, ésta se manifestará en abundantes frutos de santidad y consagración al Señor; si no hay esto, es porque no hay verdadera gracia y el tal está bajo condenación.

Su servidor en Cristo,
Julio César Benítez
http://www.caractercristiano.org/

 Nota: Usted puede ver la respuesta a esta y otras preguntas ingresando a: http://forobiblico.blogspot.com/

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