Salmo
79
El
lamento de los afligidos
Este sermón fue predicado por el hermano Julio C.
Benítez, quien es uno de los pastores de la Iglesia Bautista Reformada la
Gracia de Dios en Medellín, Colombia. Usted puede compartir este sermón con
otros a través de medios digitales e impresos, siempre y cuando no sea para la
venta, siempre reconociendo y dando los créditos respectivos a su autor.
Este
es un salmo de lamento, en el cual el salmista ora a Dios con profundo sentimiento
debido a la situación terrible por la cual está pasando Jerusalén y el templo
santo.
Este
salmo, junto con el 74, recuerdan el triste y trágico episodio de la
destrucción de Jerusalén y de Judá por el imperio babilónico, ocurrida en el
587 a.C.
Este
fue un hecho tan traumático e importante en la historia judía que se menciona 4
veces en el Antiguo Testamento: 2 Reyes 25; 2 Crónicas 36:11-21; Jeremías
39:1-14; Jeremías 52.
El
salmo 79 es un recuerdo de que los hijos de Dios no podemos esperar el beneplácito
divino si andamos en desobediencia a sus santas leyes, pero, a la misma vez,
evidencia que, si estamos en su pacto de gracia, aun en medio de las más
grandes aflicciones ocasionas por nuestros pecados podemos acudir con humildad
al Dios Soberano suplicando su misericordia, confesando el pecado, rogando que
nos libre del mal, que él actúe en justicia contra nuestros enemigos y que nos
conceda volver a adorarle con gozo.
1.
Causa del lamento (1-4)
“Oh
Dios, vinieron las naciones a tu heredad; han profanado tu santo templo;
redujeron a Jerusalén a escombros. Dieron los cuerpos de tus siervos por comida
a las aves de los cielos, la carne de tus santos a las bestias de la tierra.
Derramaron su sangre como agua en los alrededores de Jerusalén, y no hubo quien
los enterrase. Somos afrentados de nuestros vecinos, escarnecidos y burlados de
los que están en nuestros alrededores”.
Indudablemente
este tiene que ser otro Asaf, distinto al que vivió en tiempos del Rey David,
pues, han pasado varios siglos. No es extraño que algunos cantores o
compositores de salmos usaran el nombre de tan prestigioso salmista.
El
salmista recuerda como si fuera ayer el tenebroso momento cuando las tropas de
Nabucodonosor ingresaron a Judá y fueron tomando, una a una, las ciudades
amuralladas, hasta que llegaron a la capital, la Ciudad Santa, la ciudad
imperial, la ciudad de David.
Los
poderosos ejércitos la rodearon y poco a poco fueron minando sus anchos muros.
Mientras que dentro, la población asustada, no tenía agua para tomar ni pan
para comer. Era solo cuestión de tiempo, o morían de hambre y sed, o morían en
manos del imperio conquistador.
Hasta
que el poderoso ejército logra ingresar a la ciudad, y sin piedad alguno
mataron a espada a miles y miles de hombres, mujeres y niños.
La
ciudad se había convertido en un campo de batalla, y los ejércitos de Judá no
pudieron hacer nada. El castigo divino había venido sobre la ciudad
desobediente, y la destrucción total de Jerusalén ya era una realidad.
Para
colmo, el Templo santo ahora estaba siendo pisoteado y destruido por impíos,
enemigos del verdadero culto a Dios, y lo que antes era el lugar santísimo,
donde solo el Sumo Sacerdote podía entrar, una vez al año, luego de un proceso
estricto de limpieza ceremonial, ahora estaba en manos de hombres sucios e
inmorales, los cuales con profundo desprecio lo deshonraban.
El
salmista se lamenta porque nadie sepultó a los muertos, sino que eran dejados
en las calles para que las aves carroñeras se los comieran, así como mueren los
más miserables y malditos.
Y
para añadir más vergüenza al pueblo del Señor, los vecinos, los samaritanos, y
los demás pueblos de alrededor, hacían burla de Judá y de Jerusalén, mostrando
así que eran de la peor clase de personas, pues, solo Satanás y sus demonios
hacen fiesta cuando los justos pasan por malos momentos. Reírse de la calamidad
ajena es muestra de una decadencia moral profunda.
2.
Súplica en medio del lamento (v. 5-12)
a.
Que la ira de Dios cese. “¿Has cuándo, oh Jehová? ¿Estarás airado para siempre?
¿Arderá como fuego tu celo?” (v. 5). Ellos, así como Job, vieron detrás de
la furia de los babilonios el castigo y la ira del Señor. Si Dios se
reconciliaba con ellos, entonces el furor de los enemigos cesarías.
b.
Que la ira de Dios cayera sobre los enemigos del pueblo. “Derrama tu ira
sobre las naciones que no te conocen, y sobre los reinos que no invocan tu
nombre. Porque han consumido a Jacob, y su morada han asolado… ¿Por qué dirán
las gentes: Dónde está su Dios? Sea notorio en las gentes, delante de nuestros
ojos, la venganza de la sangre de tus siervos que fue derramada… y devuelve a
nuestros vecinos en su seno siete tantos de su infamia, con que te han
deshonrado, oh Jehová” (v. 6, 7, 10, 12).
Las
Escrituras dicen que “la ira de Dios se revela desde el cielo contra toda
impiedad e injusticia de los hombres que detienen con injusticia la verdad”
(Ro. 1:18). Y si esto es así, entonces es justo para el pueblo santo orar que
Dios obre en su justicia contra aquellos que se levantan en oposición al
evangelio y las leyes santas.
Dios
usó a Babilonia para castigar a Judá por su idolatría y gran maldad, pero luego
usó a los Medos y Persas para castigar a los Babilonios por haber maltratado
con desidia y gran maldad al pueblo del Pacto. Isaías 13 y 14 fueron la base de
esta petición de Asaf, allí Dios le prometió a su pueblo que, aunque los
castigaría duramente usando a los Asirios y a los Babilonios, luego de su
arrepentimiento los llevaría a sacar con gozo aguas de la salvación (Is.
12:3), y vengaría a su pueblo contra los babilonios y los asirios, causándoles
gran destrucción.
Igualmente
sucederá contra aquellos que Dios mismo levanta para despertar a la iglesia a
través de la persecución o actos hostiles, ellos serán castigados duramente por
Dios, y recibirán el furor de su ira.
Este
ruego imprecatorio se basa en la gloria del nombre de Dios: ¿Por qué dirán
las gentes: Dónde está su Dios? Dios ha entrado en una relación de pacto
con su pueblo, por lo tanto, su gloria es salvarlos, aunque deba pasarlos por
el horno de la prueba.
La
súplica por la venganza de los santos de Judá es una anticipación al ruego que
hacen los santos en el cielo: “… vi bajo el altar las almas de los que
habían sido muertos por causa de la palabra de Dios y por el testimonio que
tenían. Y clamaban a gran voz, diciendo: ¿Hasta cuándo, Señor, santo y
verdadero, no juzgas y vengas nuestra sangre en los que moran en la tierra?”
(Ap. 6:9-10).
Dios
derrama sus juicios sobre los que hacen daño a su pueblo y los continuará derramando
hasta que llegue el juicio final: “El tercer ángel derramó su copa sobre los
ríos, y sobre las fuentes de las aguas, y se convirtieron en sangre. Y oí al
ángel de las aguas que decía: Justo eres tú, oh Señor, el que eres y que eras,
el Santo, porque has juzgado estas cosas. Por cuando derramaron la sangre de
los santos y de los profetas, también tú les has dado a beber sangre, pues, lo
merecen” (Ap. 16:4-6).
c.
Que Dios perdone y libre a su pueblo. “No recuerdes contra nosotros las
iniquidades de nuestros antepasados; vengan pronto tus misericordias a
encontrarnos, porque estamos muy abatidos. Ayúdanos, oh Dios de nuestra
salvación, por la gloria de tu nombre; y líbranos, y perdona nuestros pecados
por amor de tu nombre… llegue delante de ti el gemido de los presos; conforme a
la grandeza de tu brazo preserva a los sentenciados a muerte” (v. 8, 9,
11).
La
desobediencia a la Lay santa fue la causa de que Dios castigara a Judá a través
del imperio babilónico, por lo tanto, la única manera de que Dios los libre de
este cruel adversario es confesando el pecado, reconociendo que se rebelaron
contra él, y buscando su perdón.
Cuántos
sufrimientos y problemas vienen sobre los creyentes, no tanto porque sean
pruebas, sino como consecuencias de sus pecados. Y la única forma de superar
esa situación difícil es confesando y reconociendo los pecados,
arrepintiéndonos de corazón, abandonándolos, resarciendo a los que hemos hecho
mal; entonces, veremos la luz del amanecer de la misericordia del Señor.
Aunque
el pueblo duró 70 años en el exilio babilónico, muchos se arrepintieron,
abandonaron los dioses falsos y buscaron al Señor de todo corazón. Tal y como
lo profetizó Jeremías 29, Dios se acordó de Israel, perdonó su pecado, les
enseñó la lección, y muchos regresaron a la tierra prometida.
Ellos
piden que Dios olvide para siempre sus pecados, lo cual en realidad sucede
cuando hay arrepentimiento verdadero, pues, Dios dice: “Yo deshice como una
nube tus rebeliones, y como niebla tus pecados; vuélvete a mí porque yo te
redimí” (Is. 44:22).
Pero
este perdón perfecto Dios solo lo da por su nombre que es misericordioso. Su
gloria es salvar y perdonar al pecador arrepentido, pues, él dice: “Yo, yo
soy el que borro tus rebeliones por amor de mí mismo, y no me acordaré de tus
pecados” Is. 43:25).
Dios
solo puede perdonarnos cuando nos arrepentimos sobre la base de su misericordia
manifestada en la Cruz de dolor que sufrió nuestro Redentor. Sin su muerte, sin
el derramamiento de su sangre preciosa, por mucho que nos arrepintamos, no
recibiríamos su perdón.
3.
Esperanza en medio del lamento (v. 13)
“Y
nosotros, pueblo tuyo, y ovejas de tu prado, te alabaremos para siempre; de
generación en generación cantaremos tus alabanzas” (v. 13).
El
salmo inició describiendo los actos horrendos de barbarie que cometieron contra
los habitantes de Judá, el pueblo del Señor, pero termina con un canto de
alabanzas. Aunque para el mundo esto parezca algo muy extraño, en realidad, es
una manifestación de cómo Dios nos libra de nuestras aflicciones.
Aún
no había venido la liberación y la restauración, pero el salmista confía en el
Dios que escucha la oración, y aunque pasaron 70 años para que Dios los
liberara por completo, la adoración a Dios alimentaba la esperanza, y la
esperanza en Dios alimentaba la adoración.
Y
una verdad que alimentaba esa esperanza era el pacto divino: Dios lo había
escogido como su pueblo, eran su rebaño, por lo tanto, el Buen Pastor se
acordará de ellos.
Que
nunca lo olvidemos: Las bendiciones y favores del cielo siempre deben tener
como fin que sean para la exaltación de la bondad divina.
Aplicaciones:
Nosotros,
tanto individualmente como iglesia, hemos de pasar por algunas situaciones de
profundo lamento.
Aprendamos
de Asaf cómo enfrentar esos tristes o duros momentos:
Orar
reconociendo que las iniquidades de nuestros antepasados se han acumulado en
contra nuestra es un deber de la iglesia. La iglesia ha cometido pecados contra
Dios, desde tiempos antiguos, y en ocasiones el Señor derrama su castigo para recordarnos
que Él se desagrada de los pecados de su pueblo.
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