Saludos fraternales,
Lamento la demora en responder su pregunta,
pero, con la ayuda del Señor pude terminar la respuesta.
Siendo que veo dos preguntas en su mensaje,
responderé en esta ocasión la primera, es decir: ¿Es malo o bueno que una mujer
cristiana se adorne con aretes o use pantalones para vestirse? En otra
oportunidad estaré respondiendo la pregunta: ¿Puede un cristiano perder la
salvación?
Vamos a analizar a la luz de las Sagradas
Escrituras los textos que se suelen utilizar para prohibir el que las mujeres
cristianas usen adornos externos, como aretes, collares, entre otros; y luego
revisaremos los textos que hablen sobre el vestido de una mujer cristiana.
- “Asimismo que las mujeres se
atavíen de ropa decorosa, con pudor y modestia; no con peinado ostentoso, ni
oro, ni perlas, ni vestidos costosos, sino con buenas obras, como corresponde a
mujeres que profesan piedad” (1 Tim. 2:9-10).
En este texto el apóstol Pablo da instrucciones acerca de algunas cosas que deben caracterizar a la mujer cristiana: En primer lugar habla acerca de cómo deben vestir, pues hay una forma de vestir piadosa y hay una forma de vestir pagana, y en segundo lugar presenta un contraste entre la forma incorrecta de vestir y el mejor vestido que ellas deben lucir.
En este texto el apóstol Pablo da instrucciones acerca de algunas cosas que deben caracterizar a la mujer cristiana: En primer lugar habla acerca de cómo deben vestir, pues hay una forma de vestir piadosa y hay una forma de vestir pagana, y en segundo lugar presenta un contraste entre la forma incorrecta de vestir y el mejor vestido que ellas deben lucir.
Aunque la Biblia no manda que las mujeres cristianas se uniformen, o vistan
con ropa anticuada, o sean descuidadas en su presentación personal, no
obstante, contiene muchos mandatos respecto a cuál debe ser la prioridad de la
mujer en torno al asunto de la belleza.
Obviamente las instrucciones contenidas en el capítulo 2 de primera a
Timoteo están relacionadas con el culto en la iglesia. En los primeros
versículos instruye respecto al contenido de las oraciones, quiénes deben
dirigir las oraciones en el culto, el carácter de las personas que oran y en la
última parte de este capítulo regula el papel de las mujeres en el culto. De
manera que el apóstol, en los versos 9 al 10, continúa dando instrucciones
sobre cómo las mujeres deben vestirse para participar en el culto de adoración.
Aunque, este es un principio que tiene implicaciones para la vida diaria.
Pablo dice que cuando las mujeres acudan al culto de adoración deben
ataviarse de ropa decorosa. En el idioma original, el griego coiné, dice
textualmente “que las mujeres se adornen
con traje adornado”. El apóstol no condena el deseo de las mujeres en
vestirse con buen gusto, pero si les dice que si el vestido ha de ser adornado
realmente, entonces debe expresar modestia y pudor. Ahora, ¿cómo es vestir con
modestia? Modestia significa que hay un sentido de vergüenza, que hay un temor
en traspasar los límites de la decencia. Que la mujer cristiana escogerá como
su vestido, no lo más vulgar que exista en la sociedad donde se desenvuelve,
sino lo más decente. ¿Cómo es vestir con pudor? El pudor o el buen juicio a la
hora de vestir significan que la mujer, a la hora de escoger su ropa lo hará
basada en la pureza mental que debe caracterizar al cristiano. Pablo da esta
instrucción porque cada generación y cada sociedad tiene sus propias
corrupciones, y una de ellas siempre está relacionada con el vestido de la
mujer.
Ya hemos aprendido que Dios hizo a las mujeres de un material más fino que
el del hombre, y les dio el don de la belleza. Pero las mujeres, y la sociedad
en general, promueven la degradación de lo que debió ser puro. Siempre ha
existido la tendencia a que las mujeres, no todas obviamente, busquen vestir de
manera tal que se resalten las líneas de su cuerpo y aquellas partes que son de
gran atractivo para los hombres. Pareciera que la única manera de conquistar a
un hombre, fuese mostrando aquellas partes físicas que despiertan el deseo de
los mismos. Pero, cuando una mujer busca atraer a los hombres mostrando partes
de su cuerpo, al usar vestidos muy escotados o ajustados, lo que está diciendo
en el fondo es que no tiene nada más que dar. Que no esperen de ella ningún
otro atractivo, pues, es hueca.
La sociedad de nuestro tiempo está promoviendo que las mujeres vistan como
prostitutas. Las rameras acostumbraban a vestir de una manera extravagante ya
que así les indicaban a los hombres que ellas estaban dispuestas a satisfacer
sus bajas pasiones a cambio de dinero. Hoy día es difícil diferenciar entre una
mujer ramera y otra que no lo es, porque ambas, prácticamente, visten de la
misma manera.
Pero la mujer cristiana, siendo que ha sido renacida, y ahora el Espíritu
de Dios habita en ella, refleja la santidad de Dios en la forma como ella se
viste. Ella quiere agradar a Dios en la forma como viste diariamente y también
en el vestido que usa para ir a la iglesia. “Al
vestirse para ir a la iglesia las mujeres deben poner en práctica el sentido
común. Deben vestirse con un atavío sensato. No deben tratar de exhibirse, de
usando ropa llamativa como para que las demás sientan
envidia de ellas. Debieran adornarse, sin duda. No tienen que resistirse a la
moda, salvo que una moda específica sea inmoral o indecente. No deben tener un
aspecto pasado de moda, estrafalario, o excéntrico. Deben recordar siempre que
a veces el corazón orgulloso se esconde tras una máscara de pretendida
modestia. Esto también es pecado. Hay que evitar cuidadosamente los extremos.
Eso es lo que implica el buen juicio. El vestido debe expresar la modestia
interior y la sana perspectiva de la vida, la perspectiva cristiana. ” [1].
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Ahora, la mujer cristiana debe vestirse con ropa decorosa, pero como ya se
ha dicho, su vestir debe estar regulado por la modestia y el pudor; esto
significa que no se adornará con “peinado
ostentoso, ni oro, ni perlas, ni vestidos costosos”. ¿A qué se refiere
Pablo con peinado ostentoso, al oro y a las perlas? Con el fin de no llegar a
conclusiones erradas, debemos averiguar en qué consistían estos peinados
ostentosos en el tiempo de Pablo. Es bien sabido que en la cultura greco-romana
del tiempo de la Iglesia primitiva, era costumbre que las mujeres adineradas
hicieran gala de toda clase de extravagancias en la forma de vestir, y en la
forma de peinarse. La palabra griega usada por Pablo para peinados ostentosos, significa literalmente trencillas. Estas mujeres vanidosas se hacían unas trencillas, las cuales
se sostenían con “peines de carey
enjoyados, o por medio de broches de marfil o plata. O eran alfileres de
bronce con sus cabezas enjoyadas, mientras más variados y caros, mejor. Las
cabezas de los alfileres con frecuencia eran imágenes en miniatura (un animal,
una mano humana, un ídolo, la figura femenina, etc.). En aquellos días, las
trencillas con frecuencia costaban una fortuna”[2]. De manera que el apóstol está advirtiendo a las
mujeres cristianas, de que en su deseo de verse hermosas y adornadas, no caigan
en estas extravagancias.
El apóstol no está prohibiendo que la mujer se arregle conforme corresponde
a la belleza femenina, pero si le advierte que no debe caer en la simplicidad
de la vanidad. La mujer cristiana no debe tratar de exhibirse a través del uso
vanidoso de ornamentos de oro, ni perlas,
ni vestidos costosos. Vestir así no solo requiere la inversión de mucho
dinero, el cual se puede invertir en asuntos más relevantes, sino que se convierte
en un exhibicionismo vano; exhibicionismo que no se corresponde con el espíritu
humilde que debe caracterizar a la mujer cristiana. Exhibicionismo que nada
tiene que ver con el culto de adoración a Dios, en el cual humillamos nuestro
corazón para adorar en espíritu y en verdad al Salvador.
Ahora, vuelvo a insistir que el apóstol no está prohibiendo de manera total
que la mujer se adorne con sobriedad, pero si les recomienda no caer en la
extravagancia, la ostentación y el exhibicionismo. Aunque la mujer cristiana
puede adornarse sobriamente con adornos externos, no obstante, el mejor adorno,
la mejor belleza, el mejor vestido y las mejores perlas que le debe
caracterizar son “las buenas obras, como
corresponde a mujeres que profesan piedad”. Las buenas obras son el fruto
que el Espíritu Santo produce en el creyente. La mujer cristiana profesa con
sus labios temer a Dios, en consecuencia, su conducta debe ser como el de las
mujeres piadosas que encontramos en la historia bíblica, las cuales
glorificaban a Dios siempre haciendo el bien. La mujer virtuosa, que es alabada
por su marido, y por todos, y que recibe el reconocimiento de Dios, es aquella
que “alarga su mano al pobre, y extiende
sus manos al menesteroso” (Prov. 31:20). La mujer cuya hermosura sobrepasa
a lo meramente externo es aquella que siempre hace el bien: “Muchas mujeres hicieron el bien, más tu
sobrepasas a todas” (Prov. 31:29).
El apóstol Pedro nos ayuda a aclarar el sentido del mandato de Pablo,
cuando dice: “Vuestro atavío no sea el
externo de peinados ostentosos, de adornos de oro o de vestidos lujosos, sino
el interno, el del corazón, en el incorruptible ornato de un espíritu afable y
apacible, que es de grande estima delante de Dios. Porque así también se
ataviaban en otro tiempo aquellas santas mujeres que esperaban en Dios, estando
sujetas a sus maridos; como Sara obedecía a Abraham, llamándole Señor; de la
cual vosotras habéis venido a ser hijas, si hacéis el bien, sin temer ninguna
amenaza” (1 P. 3:3-6). Aquí encontramos un contraste. El apóstol compara el
valor que tienen los adornos externos frente al valor del adorno interno.
Obviamente, el adorno interno, del alma, es mucho más valioso que cualquier
adorno de oro o perlas. Este contraste es muy parecido al que hace Pablo entre
el ejercicio físico y el ejercicio para la piedad (Porque el ejercicio corporal para poco es provechoso, pero la piedad
para todo aprovecha, pues tiene promesa de esta vida presente, y de la venidera.
1 Tim. 4:8). Si comparamos el valor eterno de los dos, entonces, el ejercicio
físico es poco provechoso. Esto no significa que Pablo esté prohibiendo el
ejercicio físico, pero si nos dice que en vez de estar muy preocupados por la
figura de nuestro cuerpo o el aspecto físico, nuestra primera y constante
preocupación debiera ser la salud de nuestra alma. De la misma manera, tanto
Pablo como Pedro establecen una comparación entre los adornos externos y el
interno. No hay una prohibición absoluta de usar adornos o maquillarse, pero si
se establece el principio de que una mujer creyente deberá tener como primera
prioridad el adorno espiritual. Ella, bajo la ayuda de la gracia, trabajará
constantemente para crecer en las virtudes cristianas, en el amor, en la fe, y
especialmente en las buenas obras, en hacer el bien. Pedro dice que el mejor
adorno de la mujer cristiana es el espíritu afable y apacible. Textualmente
dice: el espíritu suave y apacible.
La mujer cristiana debe caracterizarse por ser amable, suave y delicada en el
trato hacia los demás. Debe ser mansa y dulce. Esto es más valioso que
cualquier adorno de oro. Un espíritu suave, manso y amable brilla más que las
perlas, y permanece para siempre, en contraste con los peinados y vestidos
lujosos, que deben ser cambiados constantemente.
Una mujer piadosa, que hace el bien y es abundante en buenas obras, que
tiene un espíritu suave, manso, delicado y dulce, es de grande estima delante de Dios y delante de los hombres.
Es muy común encontrarnos con mujeres cuya apariencia externa es muy
deslumbrante. Tienen una belleza exterior que brilla, y esta se acrecienta más
con la ayuda del maquillaje, los vestidos lujosos y los adornos. Pero cuando
tenemos la oportunidad de tratar con ellas, toda esa belleza cae al piso, al
darnos cuenta que son mujeres fatuas, sin valores internos, egoístas, centradas
en sí mismas, vanidosas, huecas, mal habladas.
De la misma forma como Pablo y Pedro
se oponen al exceso en el uso de adornos externos, el profeta Isaías, en el
Antiguo Testamento, reprendió a las mujeres del pueblo de Dios, porque mientras
ellas andaban erguidas y orgullosas mostrando una belleza externa que era
resaltada por el maquillaje, los vestidos costosos y muchos adornos, sus
corazones estaban lejos de Dios, y por dentro, solo había la fealdad del
pecado: “Asimismo dice Jehová: Por cuanto las hijas de Sion
se ensoberbecen, y andan con cuello erguido y con ojos desvergonzados; cuando
andan van danzando, y haciendo son con los pies; por tanto, el Señor raerá la
cabeza de las hijas de Sion, y Jehová descubrirá sus vergüenzas. Aquel día
quitará el Señor el atavío del calzado, las redecillas, las lunetas, los
collares, los pendientes y los brazaletes, las cofias, los atavíos de las
piernas, los partidores del pelo, los pomitos de olor y los zarcillos, los
anillos, y los joyeles de las narices, las ropas de gala, los mantoncillos, los
velos, las bolsas, los espejos, el lino fino, las gasas y los tocados. Y en
lugar de los perfumes aromáticos vendrá hediondez; y cuerda en lugar de
cinturón, y cabeza rapada en lugar de la compostura del cabello; en lugar de
ropa de gala ceñimiento de cilicio, y quemadura en vez de hermosura.” (Is. 3:16-24).
En todo el capítulo 3 el profeta Isaías reprende a Judá y a Jerusalén
porque debiendo ellos obedecer la Ley del Señor, lo que hicieron fue apartarse
cada uno por su camino “porque la lengua
de ellos y sus obras han sido contra Jehová para irritar los ojos de su
majestad” (Is. 3:8). En consecuencia Dios les advierte que sus juicios
vendrán sobre ellos, y en vez de tener abundancia de pan y tranquilidad,
recibirán lo contrario. Dentro de los grupos de personas reprochadas por su
pecado, también se encuentran las mujeres, pues ellas, en vez de ser mujeres
piadosas que se comportan como conviene a la santidad, se habían vuelto fatuas,
orgullosas, altivas, vanidosas y sensuales.
En el verso 16 el profeta levanta dos cargos contra las mujeres del pueblo
de Dios: “(A) Son altivas, pues andan con el cuello erguido, para así parecer más altas, además de mostrar con
ese gesto su arrogancia y su desdén hacia otras. (B) Son lascivas, pues van guiñando el ojo, como indica el verbo
hebreo, tratan de seducir a los maridos de otras con sus lujosos vestidos
importados. También andaban coqueteando con un andar parecido al de las
danzarinas y hacían sonar unos cascabeles sujetos a los tobillos. Así se
portaban las hijas de Sión, que
deberían comportarse como conviene a mujeres que profesan la piedad”[3].
Dios reprocha a las hijas de Sión porque ellas imitaban a las perversas
mujeres de otras culturas, habían aprendido del mundo como conquistar a los
hombres ajenos y cómo erguirse por encima de las otras mujeres. Con su forma de
vestir extravagante y costoso y su forma pecaminosa de andar pusieron al
descubierto lo que había en sus mentes y corazones. Su cuello alargado y
altivo, moviéndose de un lado para otro como el pavo real, poniéndose ellas por
encima de los demás, como si nadie fuese lo suficientemente alto como para
poder entablar una conversación con tan “distinguidas damas”, o como si nadie
más fuese tan digno de recibir una sonrisa de su parte, todo esto era la evidencia
externa del orgullo que llevaban dentro, muy contrario al espíritu afable,
dulce y humilde que debe caracterizar a la piadosa mujer cristiana. Estas
mujeres del pueblo de Dios se habían pervertido tanto tras su belleza natural,
que solo pensaban en cómo atraer las miradas hacia ellas. Ponían cascabeles en
sus tobillos para que, a cada paso que dieran, estos sonaran y atrajeran las
miradas de los demás. Cuán fatuas se habían vuelto las hijas de Sión.
Pero tanto orgullo, vanidad y arrogancia no había pasado desapercibido ante
los santos y escrutadores ojos de Dios. Él castigaría tanta vanidad y
arrogancia. Así que les dará a estas simples mujeres lo contrario de lo que
ellas amaban. Dios hará notorio ante los demás las vergüenzas que estas mujeres
quieren ocultar con sus peinados ostentosos, sus vestidos lujosos y sus
adornos. Dios enviaría sus juicios sobre su pueblo y les quitaría todo lo que
ellos amaban. Les quitará el pan, el agua, la tranquilidad y la libertad como
nación. Y a las mujeres les quitará todo lo que ellas suelen usar para
mantenerse bellas y atractivas: los perfumes, las joyas, los vestidos, los
calzados. Incluso hará que sus cabellos sean rapados, y no luzcan ninguna clase
de peinados. “Ellas se preocupaban demasiado del adorno exterior, pero Dios iba
a castigarlas (v. 24-26), al hacer que llevasen la pena que correspondía al
pecado: (v. 24), pues todo vestido lujoso se
convertirá en harapos malolientes de tanto usarlo para toda clase de
menesteres; y cuerda vulgar, en lugar
de cinturón recamado, valioso; en vez de peinado artificioso, calvicie,
es decir, cabeza rapada, como era costumbre en tiempos de duelo (v. 15:2; Jer.
16:6), o en dura esclavitud (v. Ez. 29:18); en
lugar de peto (lit.), ceñimiento de
cilicio, en señal de profunda humillación, y marca de fuego (como se hacía para marcar a los esclavos) en lugar de hermosura radiante, como la
de toda mujer libre, dueña de su propio atavío” [4].
De manera que cuando las hijas de Dios, visten, se adornan, caminan y
actúan como las orgullosas, engreídas y coquetas hijas del diablo, entonces la
ira de Dios vendrá sobre ellas. Este pasaje de Isaías no puede ser tomado como
una prohibición absoluta para el uso de vestidos de gala, adornos, maquillaje o
perfumes; pues, este no es el sentido del mismo, pero sí es una advertencia en
contra de la falta de modestia, humildad, sencillez y suavidad que debe
caracterizar a las mujeres creyentes, las cuales, dan mayor prioridad a la
belleza interior, sin descuidar su arreglo personal.
La verdadera belleza de la mujer no consiste en lo externo, sino en lo
interno. La mujer cristiana debe cultivar la sabiduría, el conocimiento del
Señor; ella debe alimentarse diariamente de la Palabra de Dios con el fin de
que pueda saber cómo actuar sabiamente frente a todas las cosas de la vida, y
cuando la mujer cristiana se viste con la sabiduría, entonces esto le es más
hermoso y brillante que cualquier vestido costoso o joyas deslumbrantes: “Adquiere sabiduría, adquiere inteligencia;
no te olvides ni te apartes de las razones de mi boca. Sabiduría ante todo;
adquiere sabiduría; y sobre todas tus posesiones adquiere inteligencia.
Engrandécela y ella te engrandecerá. Adorno de gracia dará a tu cabeza; corona
de hermosura te entregará” (Prov. 4:5, 7, 8, 9).
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Cuando el autor de Proverbios 31 describe a la mujer que vale la pena, a la
clase de mujer que deben buscar los hombres piadosos cuando piensan en casarse,
concluye diciendo que la verdadera belleza de una mujer, no consiste en lo
atractiva que sea externamente, ni en la figura esbelta de su cuerpo, ni en lo
alto o erguido de su cuello, ni en ojos coquetos, ni en caminar sensual, ni en
adornos de oro, ni en vestidos lujosos, sino que la verdadera belleza de una
mujer consiste en temer al Señor: “Engañosa
es la gracia y vana la belleza, pero la mujer que teme al Señor, ésa será
alabada” (v. 30). “¿Por qué no se cita la belleza en la representación de
la mujer virtuosa? ¿Acaso la hermosura no es un adorno resplandeciente de su
virtud? Pero en esta descripción no se menciona porque es una cualidad menor en
comparación con las que se enumeran aquí. No es más que una flor que se
marchita en un día; y el amor que surge gracias a ella solo es una pasión
pasajera. Cuando la belleza no se endulza con la virtud, la mujer que la posee
no es más que una puerca con anillo de oro en el hocico, como nos dice Salomón
(cf. Pr. 11:22). En el mejor de los
casos, la belleza no puede asegurar ese amor que ha despertado, porque cuando
el que ama se acostumbra a ella, esta acaba aburriéndole; y a veces le tienta a
maldecir esa influencia encantadora que le cegó los ojos para que no se fijara
en otras cualidades más sólidas”[5].
Entonces, si la belleza externa es engañosa, ¿cómo podremos identificar a
una mujer que es digna de confianza y credibilidad? “Pero la mujer que teme al Señor esa será alabada” “porque la
verdadera piedad es la belleza del alma y supera a la del cutis o a la de las
facciones, tanto como el Cielo es más alto que la Tierra, y la eternidad es más
larga que el tiempo. (Prov. 9:10), y es la parte más esencial del carácter de la mujer
virtuosa. Esto santifica todo lo demás y hace a la mujer toda radiante en su
interior (cf. Sal. 45:13). Su
alabanza no procede los hombres sino de Dios (cf. Ro. 2:29); sin embargo, sus efectos agradables, que se difunden
por cada rincón de su comportamiento, no pueden sino despertar la admiración de
todos aquellos que la contemplan” [6].
En las Sagradas Escrituras encontramos otras instrucciones respecto al
vestido de la mujer creyente:
- Deuteronomio 22:5: “No vestirá la
mujer traje de hombre, ni el hombre vestirá ropa de mujer; porque abominación
es a Jehová tu Dios cualquiera que esto hace” (Dt. 22:5). El mandato en
este pasaje tiene como fin mantener las diferencias entre los dos sexos, pues,
hay una tendencia pecaminosa en el ser humano a confundirlos, con el fin de
cometer aberraciones sexuales. En algunas culturas paganas antiguas se
celebraban ciertos ritos sexuales en los cuales las mujeres se ponían la ropa
que habían usado los hombres y viceversa, esto con el fin de experimentar algún
goce sexual. Esto es aberración y ofensivo ante los ojos del Santo Dios. Las
mujeres y los hombres deben identificarse de manera plena como lo que son, y el
vestido ayuda mucho. En nuestros tiempos post-modernos también se da la
tendencia pagana y pecaminosa de confundir los sexos a través del vestido. Es
muy común hoy día ver modas de pantalones y camisas o camisetas “unisex”, es
decir, que sirven para ambos sexos. Esto tiene como fin confundir los sexos y
que la mujer abandone su feminidad y los hombres su masculinidad. Pero Dios
hizo al hombre varón y a la mujer femenina, e incluso en la forma de vestir
esto se debe reflejar.
Es bien sabido que en tiempos del Antiguo Testamento, cuando se dio este
mandamiento, tanto los hombres como las mujeres usaban especies de faldas. El
vestido de ambos consistía de dos prendas: una prenda interior llamada Kethoneth y un vestido exterior llamado simlah. Entonces ¿A qué se refería el
autor con que la mujer no vista ropa de hombres? Bueno, había unas pequeñas
pero notorias diferencias entre las faldas de los hombres y las faldas de las
mujeres. Se sabe que las túnicas de las mujeres cubrían más el cuerpo que la de
los hombres, los varones usaban las filacterias, mientras que las mujeres no.
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Esto nos muestra que la Biblia no estipula una moda en particular para los
hombres y una para las mujeres, pero si establece el principio de que la ropa
que usen debe marcar una diferencia entre los dos sexos. Siendo que en nuestra
cultura occidental, por una larga tradición, las mujeres usaban faldas y
vestidos, mientras que los hombres pantalones, entonces, al menos en las
reuniones formales, como los cultos en la iglesia, sería recomendable, aunque
no podemos decir que este sea un mandamiento absoluto, que las damas procuren
llevar vestidos o faldas. Y si en otras ocasiones ha de usar pantalones, ya que
estos serías más cómodos y prácticos, entonces estos deben tener una forma
diferente a la de los hombres, no tan ajustados que algunas partes nobles del
cuerpo se hagan notorias.
Su servidor en Cristo,
Julio César Benítez
[5] Lawson, George. Comentario a Proverbios.
Publicaciones Aquila, North Bergen. 2006. Páginas 874 y 875