La
perpetuidad de una iglesia en constante reforma asegurada por Su poderoso
reformador
(Por
Julio César Benítez. Para el culto en acción de gracias por el día de la
Reforma celebrado por varias iglesias bautistas reformadas de Medellín, Itaguí
y Barbosa. Nov-02-14)
“Y yo también te digo, que tú eres Pedro, y
sobre esta roca edificaré mi iglesia; y las puertas del Hades no prevalecerán
contra ella” (Mt. 16:18).
Indiscutiblemente una
de las declaraciones más poderosas y grandiosas que la Biblia contiene es esta:
“edificaré mi iglesia; y las puertas del
Hades no prevalecerán contra ella”.
Los hombres pueden
edificar muchas construcciones: largos puentes sobre anchos y caudalosos ríos y
abismos profundos, elevados rascacielos que sobrepasan las nubes y resisten los
temblores de la tierra o los fuertes vientos que aúllan en las alturas causando
leves balanceos en los gigantes construidos con acero y concreto, murallas tan
anchas y extensas que pueden ser vistas desde la luna, o profundos túneles que
se abren paso por en medio del corazón rocoso de las elevadas montañas; pero el
hombre nunca, nunca podrá edificar a la iglesia, porque ella es supramundana,
ella es de carácter espiritual, ella, en su esencia, sobrepasa cualquier logro
que el ser humano pueda alcanzar.
Es por esta razón que
Jesús declara con autoridad suprema, luego que el apóstol Pedro, en
representación de los doce, expresó la más sencilla y profunda declaración que se
puede hacer en el orbe terráqueo y en el excelso cielo (“Tú eres el Cristo, el Hijo del Dios viviente” (v. 16): “Sobre esta roca edificaré mi iglesia; y las
puertas del Hades no prevalecerán contra ella”.
Si Jesús es el Mesías y
el Hijo eterno de Dios, engendrado, mas no creado; entonces él y solo él tiene
la potestad para construir una institución y un organismo que sobrepasa con
creces la capacidad natural del hombre, pues, ésta es de un carácter único:
ella es santa, es universal, es una, posee las llaves de la salvación del alma,
es la puerta de entrada al Reino eterno de Dios, su predicación tiene la
capacidad sobrenatural de hacer que los muertos en sus pecados y delitos
resuciten a una vida espiritual plena y abundante, ella es la morada del Santo Espíritu
de Dios, la que irradia la luz del cielo en medio de la oscuridad que agobia al
lóbrego mundo donde habita el hombre sumido en sus miserias y pecados. La
Iglesia es la casa de Dios, la labranza del Padre, la esposa de Cristo, el
cuerpo de Cristo, el edificio de Dios; por todo esto, ella no puede ser
edificada por el hombre.
Su origen es divino,
ella fue planeada en el Consejo Eterno de Redención, cuando nada había sido
hecho, cuando solo existía la Santísima Trinidad, al Padre le plugo diseñar la
edificación de una gloriosa institución que llenaría la tierra y manifestaría
su gloria por doquier.
Es por esa razón que
Jesús no dejó al arbitrio o poder limitado e imperfecto del hombre la
edificación o construcción de la Iglesia. Esta verdad causa una profunda
humillación al ser humano, y muestra que todo error, toda debilidad y todo
fracaso que se ha dado en la historia de la iglesia, no es más que el producto
de la intromisión humana en modificar o replantear la construcción de una
institución que es de origen divino.
Cuánto consuelo y
seguridad produce en el alma del creyente las benditas palabras de nuestro
Salvador, cuando él dice: “Edificaré mi
Iglesia”, y como yo soy quien la edifica, entonces, “las puertas del Hades no prevalecerán contra ella”. En
consecuencia, todo aquel que ama a Cristo y busca Su gloria, debe estar seguro
de pertenecer a la iglesia que Él está edificando. Así ésta no sea la iglesia
más atractiva para las multitudes, ni la que tiene más asistentes, ni la que
entona sus himnos acompañados de la mejor orquesta, o la que tiene los más
atractivos edificios; así sus ministros no sean los más instruidos
académicamente o los que tienen mejor presencia física; si estamos en la
iglesia que Jesús edifica, estamos en el lugar correcto.
Pero, ¿qué tiene que
ver esto con la celebración del día de la Reforma evangélica? Lo tiene que ver
todo, pues, la Reforma, o las reformas que se han dado dentro de la Iglesia
verdadera, no es más que la labor de Cristo edificando a Su iglesia hasta que
ella llegue a ser “una iglesia gloriosa,
que no tuviese mancha ni arruga, ni cosa semejante” (Ef. 5:27).
Quisiera que nos
centráramos en mirar algunas implicaciones prácticas de esta promesa que Jesús
hizo a sus discípulos:
1. Esta promesa
garantiza la continuidad y permanencia de la iglesia, en medio de un mundo
malo.
Aunque se levanten miles
de sangrientos, crueles e inhumanos Nerones que persigan a los santos y los
crucifiquen o ahorquen o entreguen a las hambrientas fieras; el Señor
preservará a su Iglesia y él levantará a miles de aguerridos obispos que sin
temor a la muerte y sin amor así mismo proclamarán el nombre de Cristo, y la
iglesia cumplirá la misión que se le ha encomendado.
Aunque falsos líderes religiosos,
los cuales buscan la gloria y el poder mundanos, se adueñaren de alguna
fracción de aquellas iglesias que se llaman cristianas, y ellos mismos persigan
a los santos con miles de inquisiciones y los conduzcan a la horca o a la
hoguera en el nombre de Dios; el Señor preservará a su iglesia y levantará a
nuevos Juan Huss, que aunque sean quemados en la hoguera de un pluralismo y
relativismo sectarista que reprueba, contradictoriamente, las convicciones
absolutas y radicales de la verdadera Iglesia de Cristo; de sus cenizas se
levantarán, cual Ave Fénix, otros Juan Huss, de manera que la estirpe valiente
y sagrada de los mártires por el evangelio nunca dejará de existir en este
presente mundo malo.
Aunque se levante
nuevamente la serpiente antigua engañando a través de humanistas pensadores que
atacan la autoridad, inspiración, suficiencia e inerrancia de las Sagradas
Escrituras, la palabra del Señor no caerá a tierra, el Señor continuará
aplastando la cabeza de los aliados del infierno a través de los santos, que
fieles al evangelio “le han vencido por
medio de la sangre del Cordero, y de la palabra del testimonio de ellos, y
menospreciaron sus vidas hasta la muerte” (Ap. 12:11), de manera que la
verdadera iglesia seguirá siendo edificada por las edades.
Aunque los reyes,
presidentes, constituciones, senados, jueces, pensadores, maestros, alcaldes,
periódicos, medios masivos de comunicación, el cine y todo lo que está en
eminencia se levantare contra los fundamentos de la iglesia y atentare contra
sus doctrinas, prácticas, misiones o los ladrillos vivos que la conforman; sólo
podrán herir el talón, del cual brotará la sangre que regará la semilla del
evangelio y hará producir nuevas y más abundantes cosechas de creyentes que
formarán parte de las nuevas generaciones que conforman a la indestructible
eklessia.
Aunque el infierno
mismo se levante y ataque con su diabólica y ardiente furia la unidad básica de
la familia, confundiendo a algunos líderes religiosos respecto a la verdad
maravillosa del matrimonio exclusivo entre un hombre y una mujer, el cual refleja
la relación perfecta entre Cristo y su Pueblo, Jesucristo asegura que él
edificará a su iglesia y los suyos se mantendrán firmes en proteger al
matrimonio, la familia y la vida.
Aunque miles de
movimientos ecologistas se levantaren contra la iglesia, pregonando la suprema
importancia de preservar a la naturaleza y amar a los animales y a los árboles
y al agua, cuando al mismo tiempo sacrifican a los hijos entregándolos al fuego
consumidor de Moloc, defendiendo la destrucción del género humano a través de los
movimientos pro-aborto, pro-matrimonio homosexual, pro-divorcio, pro-eutanacia;
el Señor Jesús preservará a su iglesia, y ella no participará de estos aberrantes
y antihumanos movimientos, declarando al mundo entero que cuando el Dios eterno
se hizo hombre, dignificó al género humano como la corona de la creación.
Aunque las filosofías
huecas y humanistas promuevan la muerte de las verdades absolutas en las cuales
se fundamenta la fe de la Iglesia, el Señor la preservará y levantará dentro de
ella a nuevos justinos mártires, nuevos agustines, nuevos calvinos, que estarán
dispuestos a dar sus vidas para que la verdad del evangelio de Jesucristo
prevalezca en los corazones de aquellos que forman parte de la iglesia que
Cristo está edificando.
Si nuevos faraones se
levantaren para oprimir a los santos, el edificador de la iglesia levantará a
nuevos moisés que pelearán las batallas del Señor de los cielos y anunciarán su
Santa Ley a generaciones pluralistas, hedonistas y esclavas de sus propias
pasiones. Si los modernos filisteos enviaren a miles de Goliat, el Señor Jesús
levantará a cientos de nuevos Davides que sin temor alguno al hombre o al
diablo, exaltarán el nombre de Jehová y se armarán con las poderosas piedras
del verdadero Evangelio y ayudados por la dinamita del Espíritu Santo darán
golpes mortales a los gigantes del secularismo, del relativismo, del pluralismo
y de todos los ismos que hoy día inundan a nuestra “educada” generación, pero
que provienen del infernal abismo.
Si cientos de nuevas
murallas de Jericó se levantaren para impedir el avance del Reino de Dios,
Jesús levantará a nuevos Josués, que invadidos de valentía y coraje por el
nombre y la Palabra de Dios, rodearán las murallas del error y la apostasía,
tocando incesantemente las santas trompetas de la meridiana luz doctrinal, y
así tengan que tocarla en un mismo día siete veces, lo harán con más fuerza, y
pedirán a los santos levitas del evangelio que toquen y toquen las trompetas
sagradas de la verdad de las doctrinas bíblicas, hasta que las murallas del
error empiecen a quebrarse y se desplomen por completo.
2. Esta promesa
garantiza la continua pureza doctrinal y práctica de la iglesia.
Cuando Jesús hizo la
gloriosa declaración de que él edificaría a su iglesia, y las puertas del
infierno no prevalecerían contra ella, previamente él había preguntado a los
discípulos: “¿Quién dicen los hombres que
es el Hijo del hombre?” (v. 13), pues, lo que el hombre crea sobre Cristo
es la verdad cardinal que lo salvará o lo condenará para siempre, en esta vida
y en la eternidad. A esta pregunta trascendental se dieron muchas respuestas
equivocadas, y por lo tanto, condenatorias: “Unos, Juan el Bautista; otros, Elías; y otros, Jeremías, o alguno de
los profetas” (v. 14).
Más Cristo no se quedó
satisfecho con esta respuesta, pues, él quería enseñarle a los suyos, a la
iglesia, cuál es la verdad sobre su persona. Es por eso que luego les preguntó:
“Y vosotros, ¿quién decís que soy yo?”
(v. 15). Ustedes ya saben lo que los incrédulos dicen sobre mí, pero ¿qué es lo
que ustedes como iglesia creen? La iglesia no es enseñada por el mundo, ellos
tienen sus conceptos humanistas y erráticos sobre Dios y la Biblia. Ellos
siempre estarán en contra de la Palabra de Dios, ya sea de una manera
abiertamente contradictoria, o sutilmente tergiversadora. Ellos podrán tomar
ciertos apartes de la Escritura, pero solo para apoyar sus desvaríos
filosóficos. El mundo puede pensar lo que desee de la Biblia, o de Cristo, o de
Dios, o del Evangelio, o de la familia, o del matrimonio; pero la Iglesia
siempre quiere conocer qué es lo que Cristo dice sobre estos y otros temas. Él
es el dueño de la iglesia y él decide lo que ella ha de creer, porque esto será
para la gloria de Dios y el bien eterno del hombre.
Mas, en medio de las
más perversas generaciones, Dios siempre tendrá a uno o varios Pedros que con
santa osadía declararán la diáfana verdad de la doctrina apostólica: “Tú eres el Cristo, el hijo del Dios viviente”
(v. 16). Y si creemos que Jesús es el Mesías, el Dios encarnado, el Soberano
del universo habitando en medio de Su pueblo, entonces tomaremos en serio su
Palabra, sus mandamientos, su doctrina, y la vamos a defender hasta la muerte,
sí es preciso.
Todos aquellos que
toman en serio a Cristo no andan buscando la forma de reconciliarse con el
pensamiento filosófico o religioso mundano, no, ellos saben que “no son del mundo, como tampoco Yo soy del
mundo” (Juan 17:16). Ellos no tratan de ser aceptados por el pensamiento
mundano, ni de ser amados por el sistema del mundo, pues, así como el mundo
aborreció a Cristo, también aborrecerá a los que le siguen fielmente (Juan
17:14), y que cualquiera que sea “amigo
del mundo, se constituye enemigo de Dios” (Stg. 4:4).
Cuando Jesús dijo que
él edificaría a su iglesia, y que las puertas del infierno no prevalecerían
contra ella, garantizó su permanencia en la doctrina bíblica y la santidad del
Espíritu.
Si miles de Jezabeles
intentaran corromper al pueblo de Dios y sedujeren a muchos hacia la idolatría
y la inmoralidad sexual, aprobando pecados aberrantes como el homosexualismo y
la promiscuidad sexual, o defendieren prácticas anticristianas como el
feminismo; Dios levantará a nuevos Elías y Eliseos que no tendrán temor al
exilio o la persecución, los cuales, si es preciso, volverán a ser alimentados
milagrosamente por los cuervos que Dios envía, con el único fin de glorificarle
y mantener vivos el verdadero culto a Jehová, libre de toda la contaminación
que tratan de introducir los movimientos pluralistas religiosos de nuestra
apóstata época, aliados del averno.
Aunque se levanten
falsos maestros que enseñen selectivamente las doctrinas que son del agrado del
hombre o de la preferencia del predicador, dejando así sin el alimento completo
al pueblo; Jesús, el edificador de la iglesia, levantará a nuevos Pablos que no
se rehúsan a enseñar “todo el consejo de
Dios” (Hch. 20:27). Ellos, cual Pablo, no sólo enseñarán sobre el
matrimonio o las relaciones fraternas, sino que cimentarán a las iglesias con
las doctrinas fundamentales de la gracia, la predestinación divina, la total
depravación humana, la soberanía de Dios en la salvación, el llamamiento
eficaz, la fe como un don del Espíritu, la perseverancia de los santos; así
mismo enseñarán la doctrina de la Sola Escritura como única y fidedigna Palabra
de Dios para el hombre de hoy; la doctrina de que Solo Cristo salva al pecador
y lo reconcilia con Dios, solo por Gracia, sin necesidad de obra alguna, solo
mediante la fe, que es un don de Dios, y que esta salvación no es para la
gloria humana, sino solo para la Gloria de Dios, quien salva al hombre de
principio y a fin.
Aunque se levantaren
miles de nuevos corintos que, dentro de las iglesias locales o desde los
seminarios teológicos, enseñen a despreciar la Cena del Señor, quitándole la
solemnidad que debe acompañar a este instructivo sacramento; o desvíen la
atención del pueblo de aquellas doctrinas fundamentales, para ponerla en cosas
espectaculares como las supuestas manifestaciones milagrosas de las lenguas; o corrompan
al pueblo siendo tolerantes con la inmoralidad sexual dentro de la iglesia; o
nieguen la resurrección de Cristo de entre los muertos; o insten a las mujeres
a violar el papel que Dios les ha designado ocupando lugares, funciones o
cargos designados exclusivamente para los varones; Jesús, el edificador de la
iglesia, levantará a nuevos Pablos que desde los púlpitos, por la radio, por
internet, a través de libros o revistas, denunciarán toda falsa doctrina y
exhortarán a las iglesias a volver a la Ley y al testimonio.
Aunque se levantaren
miles de falsos pastores u obispos, “lobos
rapaces, que no perdonarán al rebaño” (Hch. 20:29), los cuales hablan “cosas perversas para arrastrar tras sí a los
discípulos” (Hch. 20:30); “codiciosos
de ganancias deshonestas” (1 Tim. 3:3), los cuales “por avaricia harán mercadería de vosotros con palabras fingidas” (2
P. 2:3); Dios levantará a cientos de verdaderos pastores que como Pablo podrán
decir con limpia conciencia “Ni plata ni
oro ni vestido de nadie he codiciado” (Hch. 20:33), antes, lo entregan todo
por amor de las almas que Cristo les ha confiado.
Aunque de tanto en
tanto se levante uno o miles de Judas dentro de ella, y se aprovechen del
Evangelio para sacar lucro personal, es decir, robar al pueblo de Dios, el
Señor preservará a la Iglesia que está edificando y la librará de tan perversos
líderes religiosos.
Aunque algunos líderes
religiosos implanten leyes contrarias a la Sagrada Escritura, los cuales “prohibirán casarse, y mandarán abstenerse de
alimentos que Dios creó”, o como los Nicolaítas, establezcan jerarquías
eclesiásticas no autorizadas por Jesucristo e inventaren oficios o títulos de
autoridad eclesiástica correspondientes más a orgullosos hombres que anhelan
ostentar el poder, y cual modernos Diótrefes “les gusta tener el primer lugar entre ellos” (3 Juan 9), y se
atreven a rechazar a aquellos hermanos fieles a la Palabra, expulsándolos de la
Iglesia (3 Juan 10); o como algunos falsos creyentes aspiraren a ser
reconocidos con el nombre y la autoridad de apóstoles del Señor Jesús o
sucesores de los mismos, los cuales no son más que “falsos apóstoles, obreros fraudulentos, que se disfrazan como apóstoles
de Cristo” (2 Cor. 11:13), y a los miembros de las iglesias los “esclavizan, devoran, toman lo de ellos, se
enaltecen sobre ellos y les dan de bofetadas” (2 Cor. 11:20); el Señor
Jesús levantará a verdaderos siervos que imitan a los legítimos apóstoles de
Cristo, los cuales no buscan los bienes de este mundo ni se especializan en
vivir en medio de las comodidades ostentosas de esta materialista generación,
sino que son expertos en recibir azotes, ser apedreados, en estar en peligros,
“en trabajo y fatiga, en muchos desvelos,
en hambre y sed, en muchos ayunos, en frío y desnudez” (2 Cor. 11:27).
Aunque muchos líderes
religiosos sean movidos por sus anhelos de poder y gloria personal a cambiar la
esencia del evangelio con el fin de ganar multitudes de paganos adeptos que “no sufrirán la sana doctrina, sino que
teniendo comezón de oír, se amontonarán maestros conforme a sus propias
concupiscencias, y apartarán de la verdad el oído y se volverán a las fábulas”
(2 Tim. 4:3-4); y estos sean movidos a traicionar la fe de sus padres
reformadores estableciendo convenios y escribiendo declaraciones conjuntas con iglesias
apóstatas, negando los fundamentos doctrinales del Evangelio por los cuales
muchos fieles creyentes dieron sus vidas, fueron quemados en la hoguera y
sufrieron toda clase de persecución; el Señor Jesús volverá a levantar cientos
de Pablos, Judas, Luteros, Calvinos, Puritanos; que no temerán ni al infierno
mismo para proclamar con voz de trompeta: “!A
la Ley y al testimonio! Si no dijeren conforme a esto, es porque no les ha
amanecido” (Is. 8:20); o para exhortar a los creyentes diciéndoles: “Paraos en los caminos, y mirad, y preguntad
por las sendas antiguas, cuál sea el buen camino, y andad por él, y hallaréis
descanso para vuestra alma” (Jer. 6:16).
Aunque el pragmatismo y
la visión empresarial del éxito invadan todas las esferas de la sociedad, y
algunos líderes religiosos que se llaman cristianos adopten estos principios
como algo fundamental para hacer crecer las iglesias de Cristo, e inventen
métodos, técnicas y medios ajenos a la Palabra para la evangelización o el
cumplimiento de la misión, atrayendo, en consecuencia, a miles de feligreses
inconversos que seducidos por métodos mundanos y humanistas se sienten dichosos
de pertenecer a la iglesia de Cristo, mientras continúan amando sus pecados y al
materialismo rampante de la época; la iglesia que Cristo edifica y siempre está
reformando no hará convertidos por sí misma, sino que depende en todo de la
conversión que Dios obra en el corazón. Ella no está interesada en programas,
métodos o técnicas para crecer, pues, el crecimiento viene directamente de
Dios, de sus medios, de sus técnicas y de su programa para el Reino.
Por todo esto, podemos
afirmar que la Reforma evangélica del siglo XVI no fue sino una de las tantas
reformas que el Señor ha obrado en Su pueblo, y que seguirá obrando mientras la
iglesia habite en medio de este mundo caído. Los creyentes de todos los tiempos
debemos estar alertas para mirar las señales de los tiempos y ver cómo el mundo
y las doctrinas erradas permean a la iglesia, de tal manera que expulsemos de
ella lo vil, nos purifiquemos a nosotros mismos, seamos una iglesia fiel y
santa, y vivamos para la gloria de Dios.
En todas las
generaciones Dios tiene a nuevos y valientes reformadores, los cuales con la
espada de la Palabra, ceñidos los lomos con la verdad absoluta, vestidos con la
coraza de la justicia de Cristo, calzados los pies con el apresto o disposición
del evangelio de la paz, toman el escudo protector de la fe y el yelmo de la
salvación; orando en todo tiempo con toda oración y súplica en el Espíritu; con
el fin de resistir los ataques de los contemporáneos movimientos que socaban
las doctrinas básicas y tratan de tergiversar la verdad transformadora del
evangelio de Cristo. Estos valientes reformadores no temen enfrentarse con la
verdad de la Palabra a los concilios de los papas, prelados y líderes
religiosos de alta estirpe, o a los reyes, jueces, científicos, filósofos y
todo aquel que usando el poder se opone con sus conceptos y prácticas
humanistas a las verdades absolutas y al tesoro precioso de doctrinas que le ha
sido encomendado a la Iglesia de Cristo.
¿Cuántos reformadores
tiene Dios en este tiempo, en esta ciudad y en esta iglesia? Es mi oración que
tú seas uno de los nuevos luteros o calvinos de nuestro tiempo. Que el Señor
nos ayude. Amén.