Salmo
72
El
reinado glorioso del Ungido de Dios
Este sermón fue predicado por el hermano Julio C.
Benítez, quien es uno de los pastores de la Iglesia Bautista Reformada la
Gracia de Dios en Medellín, Colombia. Usted puede compartir este sermón con
otros a través de medios digitales e impresos, siempre y cuando no sea para la
venta, siempre reconociendo y dando los créditos respectivos a su autor.
El
Salmo 72 es una de las composiciones poéticas más hermosas de la Biblia,
pletórica de esperanza mesiánica, destellando rallos de luz del glorioso,
verdadero, final y eterno Reino de Dios, a través de su Hijo Unigénito, nuestro
Señor Jesucristo.
Los
creyentes han anhelado, desde el principio, un reino Teocrático, donde Dios
reine sobre todo su pueblo, sobre el mundo, y que la tierra sea el paraíso que
se perdió cuando el hombre cayó en la miseria de su pecado.
Israel,
el antiguo pueblo de Dios, fue una expresión limitada de ese Reino glorioso.
Todos los reyes que gobernaron sobre este pueblo debían hacerlo en justicia,
equidad, rectitud y santidad. Los reyes debían ser anticipación del glorioso
reino final que vendría sobre los justos.
David,
el gran rey de Israel, y el gran tipo de Cristo, siendo también profeta,
anticipó ese reinado glorioso de justicia y paz al componer este salmo en honor
a su hijo, tal vez infante o adolescente, Salomón.
“Salomón”
significa, “el Pacífico”. El anhelo de David era vivir en paz, sin enemigos ni
guerras, pero esta paz llegó con el reinado del hijo mayor que tuvo con
Betsabé.
El
profeta Natán le puso por nombre: Jedidías, “Amado de Jah, amado de Jehová”.
Cuando
el niño nació David lo puso en manos del profeta Natán para que fuera su
instructor (2 Sam. 12:25). De seguro que este sabio profeta lo instruyó
meticulosamente en la Torah, con el fin de que fuera el rey ideal: Sabio,
prudente, justo, equitativo, santo, pastor del pueblo, instructor de la Ley.
Debido a esta formación creció en sabiduría delante de Dios y de los hombres.
Era amado por el Señor e instruido en su Ley.
Su
infancia fue un prototipo de la infancia del Señor Jesús, quien creció en
gracia y estatura delante de Dios y de los hombres.
Aunque
conocemos poco de la infancia de Salomón, la Palabra nos revela que David le
había jurado a su madre Betsabé que él sería el heredero al trono de Israel (1
R. 1:13, 17). No obstante, esto se mantuvo en secreto, tal vez para proteger al
niño, pues, David tenía otros hijos mayores que Salomón, con otras madres, y
debía protegerlo de las ambiciones malvadas de un Absalón, o un Amnón, o,
incluso, Adonías.
Analicemos
este hermoso salmo y llenemos nuestros corazones de la esperanza gloriosa de
que formamos parte, ya, del reinado glorioso y justo del verdadero Salomón, del
verdadero Pacífico, del verdadero hijo de David: Jesucristo; y que anhelamos la
expresión final y eterna de este bendito reino.
1.
Es un reino de justicia y paz (v. 1-7)
2.
Es un reino de dominio mundial (v. 8-11)
3.
Es un reino de misericordia (v. 12-14)
4.
Es un reino creciente (v. 15-17)
5.
Es un reino glorioso (v. 18-19)
1.
Es un reino de justicia y paz (v. 1-7)
“Oh
Dios, da tus juicios al rey, y tu justicia al hijo del rey. Él juzgará a tu
pueblo con justicia, y a tus afligidos con juicio. Los montes llevarán paz al
pueblo, y los collados justicia. Juzgará a los afligidos del pueblo, salvará a
los hijos del menesteroso, y aplastará al opresor. Te temerán mientras duren el
sol y la luna, de generación en generación. Descenderá como la lluvia sobre la
hierba cortada; como el rocío que destila sobre la tierra. Florecerá en sus
días justicia, y muchedumbre de paz, hasta que no haya luna”.
David
pide a Dios que el reinado de su hijo Salomón esté enmarcado en la justicia, es
decir, de acuerdo a las normas, leyes, mandatos y principios de la Palabra de
Dios.
Pues,
ningún rey o gobernante debe imponer sobre el pueblo regímenes de su propio
arbitrio, sino que Dios mismo ha establecido en la Palabra las normas que deben
regir la conducta del pueblo y los castigos sobre los infractores de ella.
Cuando
el rey gobierna de acuerdo a estos principios, entonces se puede decir que es
un gobierno justo.
Pero
la justicia no solo se refiere al castigo sobre los malos, sino a socorrer y
ayudar a los afligidos, a los pobres y menesterosos. Un gobierno que no
promueva la ayuda a los más necesitados tampoco es justo.
Los
montes llevarán paz al pueblo, la paz debe ser un
estandarte muy alto que pueda ser vista como los altos montes; y la justicia,
como los collados, debe reinar sobre todo el pueblo, pues, cuando reina
la justicia y la paz, la gloria de Dios se ha manifestado.
En
este reinado, que depende totalmente de Dios y su Palabra, el afligido y pobre
es socorrido, mientras que el opresor malvado es castigado.
Salomón
llegó a ser ese rey justo y pacífico, pues, con la sabiduría recibida de lo
alto y las instrucciones bíblicas de Natán el profeta, juzgó al pueblo con
rectitud y defendió la causa de los menesterosos.
Pero,
Salomón no reinó de generación en generación, sino que la oración de David era
profética, el principal objetivo no era el reinado de Salomón, sino el de Aquel
que vendría a gobernar sobre el verdadero Israel, cuyos años son eternos, y
cuyo reinado superará la duración de la luna y del sol: Jesucristo.
Él
es el verdadero rey pacífico. Con su primera venida y muerte en Cruz reconcilió
a los hombres con Dios, generando la paz más necesaria, duradera y
transformadora de toda la historia humana.
Jesucristo,
resucitado y exaltado a la diestra del Padre, fue constituido como Cabeza de la
iglesia y Rey del Israel espiritual, quien, con su obra de redención, poder y
gloria majestuosa se constituyó en la fuente suprema e inagotable de paz y
justicia para todo su pueblo.
2.
Es un reino de dominio mundial (v. 8-11)
“Dominará
de mar a mar; y desde el río hasta los confines de la tierra. Ante él se
postrarán los moradores del desierto, y sus enemigos lamerán el polvo. Los
reyes de Tarsis y de las costas traerán presentes; los reyes de Sabá y de Seba
ofrecerán dones, todos los reyes se postrarán delante de él; todas las naciones
le servirán”
En
su oración, David pide a Dios que le conceda a Salomón tener un reinado tan
fructífero y próspero que su dominio alcance más allá de los límites
establecidos para el pueblo de Israel.
Dios
escuchó la oración, pues, el reinado de Salomón abarcó la tierra prometida de
manera completa, e incluso, los pueblos vecinos fueron tributarios de Israel.
La gloria de este reinado de sabiduría, justicia y paz llegó a ser conocida por
reyes de muchos pueblos orientales, los cuales venían a Jerusalén a conocer la
gloria del templo, las riquezas de Salomón y, de manera especial, su sabiduría,
como hizo la reina de Sabá, quien le trajo presentes abundantes (2 Cr. 9:23,
24).
No
obstante, esta oración profética tenía como objetivo final el reinado glorioso
del Mesías, de Jesucristo, quien conquistó a un pueblo numeroso para sí mismo,
de toda lengua, de toda nación, de todo linaje, grandes y chicos, reyes y
súbditos; los cuales fueron conquistados por el poder salvador de la cruz, y
cayeron postrados ante la gloriosa presencia del Hijo de Dios encarnado. La
visita de los magos de oriente fue un inicio de cómo los sabios, los reyes y
poderosos traerían sus dones al Señor.
En
la era de la iglesia cristiana las naciones han sido conquistadas por el poder
del Evangelio, imperios cayeron rendidos a sus pies, reyes se postraron ante Su
señorío, los ricos y poderosos pusieron sus bienes al servicio del Rey de reyes
y Señor de señores.
Todos
los creyentes le ofrendamos nuestras vidas para que las use para Su gloria,
también le ofrecemos nuestros bienes económicos para que su Reino avance
imparable a través de la predicación del evangelio.
3.
Es un reino de misericordia (v. 12-14)
“Porque
él librará al menesteroso que clamare, y al afligido que no tuviere quien le
socorra. Tendrá misericordia del pobre y del menesteroso, y salvará la vida de
los pobres. De engaño y de violencia redimirá sus almas, y la sangre de ellos
será preciosa ante sus ojos”
Dios
escuchó este ruego de David, pues, Salomón procuró el bien de los más
necesitados. Se interesó por el caso de dos mujeres que peleaban entre sí por
el hijo vivo, impartiendo justicia, y no desatendió al pueblo sufriente que
venía a él pidiendo socorro.
No
obstante, el cumplimiento mayor y principal de esta oración se cumplió cuando
vino a la tierra la simiente prometida, el verdadero retoño de la raíz de Isaí,
Jesucristo.
Él
tuvo misericordia de las multitudes de enfermos, pobres y oprimidos por el
diablo; los cuales venían a él constantemente porque sabían que encontrarían el
amor y la misericordia de Dios en él.
Nadie
que vino con fe a Jesucristo fue enviado con las manos vacías. Pero su mayor
preocupación fue por las necesitades espirituales del ser humano, pues, su
verdadera pobreza, presión y alienación está relacionada con la enfermedad del
pecado, con la esclavitud a los vicios, con la opresión de Satanás.
Jesús
vino predicando el evangelio del reino, dando vista a los ciegos espirituales,
liberando a los cautivos del diablo, fortaleciendo a los débiles en la fe y
enriqueciendo con su gracia a los desposeídos de la salvación.
Este
es el reinado que Jesús vino a instaurar y que aún hoy día sigue creciendo en
todo el mundo.
4.
Es un reino creciente (v. 15-17)
“Vivirá, y se le dará del oro de Sabá, y se
orará por él continuamente; todo el día se le bendecirá. Será echado un puñado
de grano en la tierra, en las cumbres de los montes; su fruto hará ruido como
el Líbano, y los de la ciudad florecerán como la hierba de la tierra. Será su
nombre para siempre, se perpetuará su nombre mientras dure el sol. Benditas
serán en él todas las naciones; lo llamarán bienaventurado”
Los
súbditos proclamarán: Viva el rey. De seguro cuando Salomón salía al
balcón de su palacio o andaba por las calles, las multitudes cantaban vítores y
alabanzas al rey de paz. Igual como sucedió con el verdadero Rey eterno cuando
entró a Jerusalén: “!Hosanna al hijo de David! ¡Bendito el que viene en el
nombre del Señor! ¡Hosanna en las alturas!” (Mt. 21:9).
Así
como el pueblo oraba todos los días para que el reinado de paz del sabio
Salomón continuara, y que Dios le bendijera con más sabiduría; los santos del
Antiguo Testamento oraban constantemente al Dios del cielo para que el Mesías,
el hijo de David que habría de venir, viniese a la tierra y que su reino
pudiese ser instaurado en toda la tierra.
Los
creyentes hoy día también oramos para que el reino de Cristo avance imparable
en toda la tierra y que Su gloria se manifieste por doquier salvando a los
elegidos y uniéndolos a su iglesia. Venga tu reino es la oración diaria
de los cristianos, pues, anhelamos que su reino glorioso y eterno se consuma y
se manifieste en su plenitud.
Todo
el día se le bendecirá. El pueblo de Israel hablaba muy
bien de Salomón, de su sentido de justicia y de su sabiduría; pero, cuánto más
los creyentes bendecimos todo el día y todos los días a nuestro bendito
Redentor, quien es digno de la suprema alabanza, ya que es Dios hecho hombre.
Será
echado un puñado de grano en la tierra, en las cumbres de los montes; su fruto
hará ruido como el Líbano, y los de la ciudad florecerán como la hierba de la
tierra (v. 16). Durante el reinado de Salomón la tierra de
Israel fue muy próspera, hubo abundancia de alimentos, bienes y tesoros. El oro
y la plata fueron tan abundantes que la plata no era muy apreciada (2 Cr.
9:20-31).
De
manera más gloriosa y excelsa lo que empezó con un puñado de hombres humildes y
poco letrados en Palestina, muy pronto creció y se extendió por todo el mundo
conocido, de manera que la abundancia del evangelio de salvación llegó a los
rincones más lejanos, y millones de personas que antes estaban en la más
extrema pobreza espiritual ahora disfrutaban de los manjares de la salvación.
Un
puñado de semilla del evangelio, como la semilla de mostaza (Mat. 13:31, 32),
se sembró en pocos corazones y en pocos siglos había crecido como un árbol
gigantesco que brindaba frutos a gentes de todo los pueblos y lenguas.
Igualmente, el evangelio empezó como un poco de levadura echada en medio de la
masa de la humanidad, pero, aunque al principio fue poca levadura, ella
continuó trabajando por el poder del Espíritu Santo, y ahora ha leudado
salvadoramente a millones y millones de personas.
5.
Es un reino glorioso (v. 18-20)
“Bendito
Jehová Dios, el Dios de Israel, el único que hace maravillas. Bendito su nombre
glorioso para siempre, y toda la tierra sea llena de su gloria. Amén y Amén.
Aquí terminan las oraciones de David, hijo de Isaí”
La
oración del salmista concluye con una doxología, adorando al Dios que cumple
sus promesas, porque la profecía se cumplirá. Salomón tuvo un reino glorioso,
lleno de paz, justicia y prosperidad; pero, por sobre todo, el antitipo de
Salomón, Jesús, el verdadero hijo de David, el Mesías, efectivamente vendría a
la tierra, restauraría el trono de Israel, y gobernaría con su reinado de
justicia y paz sobre muchas gentes de distintos pueblos, lenguas, linajes y
tribus; sobre reyes, príncipes, grandes y pequeños, llevando la justicia divina
imputada a cada creyente, la cual produce la paz que sobrepasa todo
entendimiento.
En
esta doxología final hay un agradecimiento porque el resultado de este reinado
es que toda la gloria será llena del conocimiento de Su gloria, pues, cuando la
iglesia cumple con su misión evangelizadora, atrayendo a los elegidos por
gracia, y haciéndolos miembros de este cuerpo, la gloria de Cristo resplandece
con más fuerza.
Además,
todos los creyentes nos unimos a David orando para que Cristo regrese
nuevamente a la tierra y se dé el establecimiento final y eterno de este reino
maravillo, donde ya no habrá más llanto ni dolor, y por siempre viviremos en
santidad perfecta para Su gloria.
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