Salmo
70
¡Oh
Dios, acude a librarme! ¡Date prisa!
Este sermón fue predicado por el hermano Julio C.
Benítez, quien es uno de los pastores de la Iglesia Bautista Reformada la
Gracia de Dios en Medellín, Colombia. Usted puede compartir este sermón con
otros a través de medios digitales e impresos, siempre y cuando no sea para la
venta, siempre reconociendo y dando los créditos respectivos a su autor.
El
Salmo 70 es casi una copia exacta del salmo 40:13-17.
Es
una súplica en medio de una situación desesperada de adversidad, persecución y
necesidad de una pronta liberación. Lo cual evidencia, que, si el Espíritu
Santo quiso que se repitiera, es porque las aflicciones y adversidades en el
creyente son más comunes de lo que a veces pensamos, y que necesitamos recordar
de qué manera el salmista las enfrentó.
El
contexto son los tiempos de gran aflicción y adversidad por los cuales pasó
David. No sabemos cuál fue la ocasión especial, pero una situación desesperada,
necesita ayuda urgente, y esta solo la puede dar el Señor.
Para
conmemorar. El salmista recuerda cómo Dios lo liberó de sus
adversarios, y cómo bendijo con gozo a los que confían en él. Por lo tanto,
este salmo nos invita a recordar las muchas liberaciones que el Señor nos da a
lo largo de la vida, y cómo él castiga a los malos que buscan la destrucción de
los justos.
Este
salmo se cantaba en el templo, especialmente durante el sacrificio del memorial
(1 Cr. 16:4).
El
salmista ora con ruegos y súplicas urgentes para que Dios:
1.
Envíe liberación al salmista (v. 1, 5)
2.
Envíe confusión a sus enemigos (v. 2-3)
3.
Envíe gozo a sus amigos creyentes (v. 4)
1.
Envíe liberación al salmista (v. 1, 5)
“Oh
Dios, acude a librarme; apresúrate, oh Dios, a socorrerme… Yo estoy afligido y
menesteroso; apresúrate a mí, oh Dios. Ayuda mía y mi libertador eres tú; oh
Jehová, no te detengas”
¿Se
demora Dios en sus cosas? ¿Es Dios lento? David estaba siendo hostigado
duramente por Saúl o su hijo Absalón, la situación se ha empeorado, siente que
será destruido, otros están sufriendo por la persecución, el salmista ha orado
una y otra vez, pero no ve la respuesta pronta que requería.
Hay
ocasiones en las cuales tenemos la impresión de que Dios es terriblemente
lento.
¿Alguna
vez has reflexionado en los retrasos de Dios? Él nunca tiene prisa, pero una
vez que comienza a trabajar, ¡Cuidado! Pacientemente lleva a cabo su obra.
Ahora,
¿qué hizo David cuando la necesidad apremiaba y la ayuda divina no llegaba?
Clamar al Señor, orar con más intensidad, y esperar en su misericordia. Y
mientras esperaba, le alababa como se dejará ver en el tercer punto, y le amaba
con más fuerzas.
No
hay de otra. El Señor parece demorar la respuesta para que aprendamos a confiar
y esperar en él, alabándole y amándole. Dios tiene su propio horario, pero él
está trabajando en el asunto. El reloj de Dios no es como el nuestro.
Ahora,
cuando el salmista le pide a Dios que acuda a librarlo, que se apresure a
socorrerlo, está reconociendo su propia fragilidad. O como dijera Juan Casiano
en sus colaciones: “… entraña la invocación hecha a Dios para sortear
peligros, la humildad de una sincera confesión, la vigilancia de un alma
siempre alerta y penetrada de un temor perseverante, la consideración de
nuestra fragilidad. Hace brotar asimismo la esperanza consoladora de ser
atendidos y una fe ciega en la bondad divina, siempre pronto a socorrernos”[1].
2.
Envíe confusión a sus enemigos (v. 2-3)
“Sean
avergonzados y confundidos los que buscan mi vida; sean vueltos atrás y
avergonzados los que mi mal desean. Sean vueltos atrás, en pago de su afrenta
hecha, los que dicen: ¡Ah! ¡Ah!”
Sean avergonzados y
confundidos los que buscan mi vida: Esta era la ayuda que buscaba David. David
oró para que Dios hiciera retroceder a sus enemigos y los confundiera.
“El
salmista ora por la caída y la vergüenza de sus enemigos de acuerdo con los
principios de la justicia y con la promesa de Dios de maldecir a los que
maldicen a los suyos”. (Van Gemeren).
Sean
vueltos atrás y avergonzados: Esta fue una petición audaz, porque muchas veces
nuestros enemigos parecen no tener sentido de la vergüenza mientras nos atacan
y se nos oponen.
“Lo
más amable que podemos orar por las personas que hacen el mal es que sus planes
fracasen, porque puede ser que en su frustración vean la locura y el verdadero
final de sus malas acciones cuando sean alcanzados por Dios”.
Por
lo tanto, “tengan la seguridad de que los enemigos de Cristo y de su pueblo
tendrán salario por su trabajo; serán pagados en su propia moneda; amaban la
burla, y se hartarán de ella.” (Spurgeon)
Que
dicen: “¡Ah! ¡Ah!”: Esto tiene el sentido de burla desdeñosa.
Ya
era bastante malo que los enemigos de David lo quisieran muerto; pero también
se burlaron de él.
Igualmente
hicieron con el verdadero David, no sólo le pusieron acechanzas por doquier, no
solo lo llevaron a un juicio injusto, no solo lo escupieron, lo azotaron, lo
golpearon, le clavaron los clavos en la cruz, sino que se burlaron de él.
Llegaron al colmo de la maldad y del odio contra el verdadero ungido del Señor.
Pero
estos malhechores consientes y desvergonzados no quedarán impunes. Su maldad
caerá sobre ellos.
La
maldición vino sobre Caín, quien mató a su hermano Abel.
La
confusión vino sobre Babel, quien deseaba alcanzar al cielo para que Dios no
gobernara más.
El
fuego y azufre cayeron sobre Sodoma y Gomorra a causa de su depravación, con la
cual buscaron afectar a los santos ángeles de Dios.
El
Faraón sufrió la derrota de su ejército y la destrucción de su país por no
dejar salir al pueblo de Israel.
Los
grandes imperios antiguos que fueron usados por Dios para castigar a su pueblo
rebelde, luego fueron castigados por la ira de Dios.
Igualmente,
los santos mártires que están en el cielo ruegan a Dios diciendo: ¿Hasta
cuándo, Señor, santo y verdadero, no juzgas y vengas nuestra sangre en los que
moran en la tierra?” Ap. 6:10.
3.
Envíe gozo a sus amigos creyentes (v. 4)
“Gócense
y alégrense en ti todos los que te buscan, y digan siempre los que aman tu
salvación. Engrandecido sea Dios”.
Aquellos
que son llamados por el salmista para gozarse y alegrarse en el Señor por sus
liberaciones son los salvos, pues, nadie podrá amar una salvación que no tiene.
Una
persona puede admirar la salvación predicada, pero solo amaremos la salvación
que se experimenta.
Incluso,
los salvos deben ejercitarse en la meditación para amar crecientemente el
carácter de la salvación. Aprendamos de algunas cosas que ama el creyente
reflexivo sobre la salvación.
Primero,
sobre todo, ama al Salvador mismo. A menudo el Salvador es llamado la
Salvación, porque él, quien la obra, es su autor y consumador, el Alfa y la
Omega de ella.
El
que tiene a Cristo tiene salvación, y siendo él la esencia de la salvación, es
el centro del afecto de los salvados.
Pero
no solo amamos al Salvador, sino el plan de salvación. ¿Cuál es ese plan? Se
resume en la palabra: Sustitución. Alabamos a Dios porque ideó un plan
maravilloso donde combina de manera perfecta la justicia con la misericordia.
Amamos
la salvación, también, por el objeto de ella: redimir para Cristo un pueblo
celoso de buenas obras, donde nos incluyó a nosotros.
Y
amamos la salvación porque Dios nos libró de nuestros pecados y el infierno.
Engrandecido
sea Dios porque él fue quien nos salvó y nos libró. Y lo
engrandecemos porque lo amamos. Muchos podrán decir frases de alabanza al
Señor, pero será vano sino aman al Señor.
Aplicaciones:
Sigamos
el ejemplo del salmista en medio de cualquier dificultad. El Señor está presto
para escuchar nuestros ruegos. Orar con este salmo es fuente de esperanza y
consuelo, aunque pareciera que el tiempo se agota.
Este
salmo “es una muralla inexpugnable y protectora, una coraza impenetrable y un
escudo firmísimo contra todos los embates del demonio. El que vive dominado por
la acidia, la aflicción de espíritu, la tristeza, o abrumado por algún
pensamiento, encuentra en estas palabras un remedio saludable”[2].
No
se te olvide hermano, Dios es testigo presencial de nuestras aflicciones y
luchas. Y él nunca se aleja de los que confían en él.
Que
nunca seamos encontrados con engreimiento espiritual, pensando que con nuestras
propias fuerzas o nuestra inteligencia o habilidad natural podremos solucionar
las situaciones adversas.
Recordemos
que Satanás es nuestro Saúl y nuestro Absalón. Él busca destruirnos a costa de
lo que sea. Anda como león rugiente buscando a quien devorar, y está atento a
nuestras debilidades para sacar provecho de ello.
Este
salmo nos invita a buscar el socorro divino para vencer a nuestro más acérrimo
enemigo. “Si él se vale de los placeres, se le vence por la continencia; si
aplica castigos y torturas se le vence con la paciencia; si sugiere errores, se
le vence con la sabiduría”[3].
Y
cuando has vencido estos ataques, Satanás susurrará: ¡Bravo! ¡Qué fuerte eres
espiritualmente! ¡Eres un super creyente!”. Entonces, el alma humilde
responderá: Todo lo puedo en Cristo que me fortalece, débil soy en mí mismo,
por tanto, “mi alma se gloriará en el Señor; escúchenlo los mansos y alégrense”.
¿Puede
un cristiano orar pidiendo que los enemigos caigan atrás y retrocedan y sean
castigados? Si, pero no para los enemigos personales, sino para los enemigos
del reino, del evangelio. Como los gobernantes, legisladores o jueces que
promulgan leyes opuestas al avance del reino de Cristo, o leyes que “legalizan”
el asesinato de seres indefensos en el vientre de las madres. O como las bandas
criminales o regímenes militares que estorban que la iglesia de Cristo se
reúna.
Recordemos
la oración imprecatoria de Pablo: “Alejandro el calderero me ha causado
muchos males; el Señor le pague conforme a sus hechos”. La verdadera
oración imprecatoria ora para que Dios pague en justicia a los que hacen el mal
al avance del reino.
Y
el mismo Pablo hace otra declaración imprecatoria sobre los falsos maestros,
los que predican un evangelio distorsionado: “Mas si aún nosotros, o un
ángel del cielo, os anunciare otro evangelio diferente del que os hemos
anunciado, sea anatema. Como antes hemos dicho, también ahora lo repito: Si
alguno os predica diferente evangelio del que habéis recibido, sea anatema”
(Gál. 1:8-9).
[1] Wesselschmidt, Quentin. La Biblia
comentada por los padres de la iglesia. Antiguo Testamento 9. Pág. 146
[2] Wesselschmidt, Quentin. La Biblia
comentada por los padres de la iglesia. Antiguo Testamento 9. Pág. 146
[3] Wesselschmidt, Quentin. La Biblia
comentada por los padres de la iglesia. Antiguo Testamento 9. Pág. 146
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