Salmo
63
La
oración de un sediento por la presencia de Dios
Este sermón fue predicado por el hermano Julio C.
Benítez, quien es uno de los pastores de la Iglesia Bautista Reformada la
Gracia de Dios en Medellín, Colombia. Usted puede compartir este sermón con
otros a través de medios digitales e impresos, siempre y cuando no sea para la
venta, siempre reconociendo y dando los créditos respectivos a su autor.
David,
el dulce cantor de Israel, compuso sus salmos no para satisfacción de un
público que estaba expectante por su más reciente composición musical, sino que
fueron el resultado de las muchas vivencias difíciles que tuvo que enfrentar,
especialmente a causa de las crueles persecuciones de Saúl o de su hijo
Absalón.
David,
al igual que el Señor Jesús, usaba el contexto geográfico o cultural en el que
se encontraba, para relacionarlo con las necesidades más profundas del alma.
En
este caso, David relaciona la aridez del desierto, su resequedad y falta de
vida o de alimentos con la aridez y resequedad de una vida alejada del
santuario o del lugar de culto congregacional.
David,
al igual que los santos en la Biblia, así como José, el padre putativo del
Señor Jesucristo, acostumbró a su alma a frecuentar las grandes fiestas
solemnes de Israel, a visitar a la ciudad que representaba la presencia de
Dios: Jerusalén; y adorar al Señor con la multitud de creyentes.
Definitivamente
David no era un creyente solitario que adoraba al Señor individualistamente,
sino que sus más grandes aflicciones al tener que huir de Jerusalén se
relacionaban con el hecho de estar alejado del lugar de culto y de la
congregación de adoradores.
Aprendamos
con David a desarrollar la más viva devoción y fervor por la presencia gloriosa
de Dios en medio de la liturgia congregacional.
1.
Anhelo ferviente por la presencia de Dios (v. 1-4)
2.
Consecuencias del disfrute de la presencia de Dios (v. 5-8)
3.
Castigo sobre los que no disfrutan de la presencia de Dios (v. 9-11)
1.
Anhelo ferviente por la presencia de Dios (v. 1-4)
“Salmo
de David, cuando estaba en el desierto de Judá. Dios, Dios mío eres tú; de
madrugada te buscaré; mi alma tiene sed de ti, mi carne te anhela, en tierra
seca y árida donde no hay aguas, para ver tu poder y tu gloria, así como te he
mirado en el santuario. Porque mejor es tu misericordia que la vida; mis labios
te alabarán. Así te bendeciré en mi vida; en tu nombre alzaré mis manos”.
La
ocasión del salmo fue cuando David tuvo que esconderse en los áridos desiertos
de Judá, huyendo de su hijo Absalón. “Mirad, yo me detendré en los vados del
desierto, hasta que venga respuesta de vosotros que me dé aviso” (2 Sam.
15:28).
Aunque
David, así como todo creyente, puede adorar a Dios sin importar el lugar donde
se encuentra, no es lo mismo que cuando le adoramos congregacionalmente. Dios
ha prometido allí enviar bendición y vida eterna de una forma única.
Por
lo tanto, David anhela a Dios expresándolo de varias maneras:
Primero,
mediante una fe viva y activa, pues, él llama a Dios, su Dios. Cuando usamos la
expresión, ¡Oh Dios! debemos hacerlo con la plena conciencia de que estamos en
Su presencia, que él nos escucha, que él es real. Que Dios es nuestro y
nosotros de Él.
Segundo,
mediante afectos piadosos y devotos. Pues, si Dios es su Dios, entonces,
resuelve buscarlo de madrugada, temprano en su vida, y temprano todos los días.
Dios será su primera búsqueda; Dios, Su Palabra y la oración serán su primera
conversación.
Adorar
a Dios en la madrugada, cuando el alba despunta, hablar con él y escuchar Su
Palabra, es un gozo indescriptible que reconforta el alma.
Tercero,
llevando a su alma al desespero por la presencia de Dios. Así como los seres
vivos se desesperan en el desierto por encontrar un bocado de pasto o un poco
de agua fresca, David estimula a su alma a experimentar la más profunda
necesidad de disfrutar el alimento y la bebida espiritual que solo Dios puede
proveer.
Cuarto,
deseando ver la gloria y el poder de Dios, a pesar de estar en un desierto. En
el santuario, en el sitio de culto, David se deleitaba contemplando la gloria
de Dios, ya sea a través de la comunión íntima con Dios, de los cantos
congregacionales, de los sacrificios de los animales que apuntaban al magno
sacrificio de Cristo, del vestuario de los sacerdotes, entre otros.
Quinto,
David resuelve bendecir a su Dios personal durante el resto de su vida, pues,
Su amor misericordioso supera con creces la vida terrena, y si ella falta, su
misericordia jamás dejará de ser.
Él
levantará sus manos en el nombre del Señor, hacia su Santuario, el cual representaba
su presencia en medio de Israel; así como ahora los creyentes oramos en el
nombre de nuestro Señor Jesucristo, quien Reina glorioso sobre la iglesia,
derramando las inagotables bendiciones espirituales que son mejores que la vida
para todos los que forman parte de su iglesia.
Los
creyentes “tenemos mejores provisiones y posesiones que las que la riqueza de
este mundo nos puede proporcionar; y en el servicio de Dios y en comunión con
Él, tenemos mejores ocupaciones y goces que los que podemos tener en los
negocios y conversaciones de este mundo”[1].
2.
Razones para el disfrute de la presencia de Dios (v. 5-8)
“Como
de meollo y de grosura será saciada mi alma, y con labios de júbilo te alabará
mi boca, cuando me acuerde de ti en mi lecho, cuando medite de ti en las
vigilias de la noche. Porque has sido mi socorro, y así en las sombras de tus
alas me regocijaré. Está mi alma apegada a ti; tu diestra me ha sostenido”.
En
estos pasajes David le predica a su alma llevándola a recordar las inmensas
bendiciones que conlleva el disfrute de la presencia de Dios.
Primero,
esta comunión sacia el alma, pero no con mero pan o alimentos básicos, sino con
lo más escogido y delicioso: como de meollo y grosura, la parte más deliciosa
de la carne. “La comunión con Dios sacia al alma devota, pues dentro del alma
devota hay algo que solo se sacia en la comunión con Dios”[2].
Segundo,
la verdadera comunión del alma con Dios se evidencia en el canto constante que
brota del corazón a través de los labios del adorador. Cantar sin comunión con
Dios es posible, y es una marca de la hipocresía espiritual; pero cantar como
fruto de labios regenerados y santificados es la verdadera adoración que agrada
al Rey de los siglos.
Tercero,
el remedio para los tiempos desérticos, cuando estamos obligados a estar lejos
de la comunión con los santos, de participar del culto de adoración
congregacional, y somos privados de participar de la Cena del Señor, es llenar
los pensamientos, día y noche, con las cosas santas, con la Palabra y la oración.
Recordar las predicaciones y las enseñanzas recibidas. Cuando el sueño se va, y
el insomnio nos atormenta, el mejor remedio es meditar en Dios y en su Palabra.
“Una hora de piadosa meditación puede, a veces, hacernos más bien que una hora
de sueño”[3].
Cuarto,
meditar en el Señor y mantener la comunión íntima con él nos llena de seguridad
y tranquilidad, aunque estemos bajo una fiera persecución. Él es nuestro
socorro y nos ofrece seguridad en medio de la tormenta, así como los polluelos hallan
su mayor tranquilidad y gozo bajo las alas de sus madres.
Quinto,
esta comunión íntima y constante con el Señor es tan fuerte que el salmista
experimenta una unión mística férrea e inseparable de su Señor, así como un
niño pequeño se aferra con sus brazos al cuello de su padre; pues, Dios lo ha
sostenido. Él sabe que todo lo bueno procede del Padre de las luces, y disfruta
de Su Santa compañía.
3.
Castigo sobre los que no disfrutan de la presencia de Dios (v. 9-11)
“Pero
los que para destrucción buscaron mi alma caerán en los sitios bajos de la
tierra. Los destruirán a filo de espada; serán porción de los chacales. Pero el
rey se alegrará en Dios; será alabado cualquiera que jura por él; porque la
boca de los que hablan mentira será cerrada”.
En
esta sección David presenta las consecuencias funestas que recibirán los que no
se deleitan en la comunión íntima con el Señor, lo cual se evidencia en que
ellos odian y aborrecen a los santos.
Primero,
caerán en los sitios bajos de la tierra, es decir, bajarían a la tumba, al
sitio de la muerte, en todos los sentidos: físico, moral y espiritual. Ellos
serían olvidados y aborrecidos como seres malvados que se deleitaban en hacer
el mal al pueblo del Señor.
Segundo,
sufrirán una gran destrucción. Ellos afilaban sus lenguas para dañar a los
santos, pero otros estaban afilando sus espadas para destruirlos. Al malo lo
destruye su propia maldad.
Tercero,
concluye haciendo un contraste final entre los que tienen comunión íntima con
el Señor y los que no: Los que son leales al señorío de Cristo se gozarán
cuando el rey (aquí representado por David) ocupe su trono para siempre,
habiendo vencido a los malos y destronado la maldad.
David
no había podido reinar plenamente a causa de los enemigos, pero ahora serían
vencidos por el poder de lo Alto, y entonces ocuparía el trono de Israel
garantizando un largo tiempo de paz y prosperidad para los hijos del pacto.
Y
todos aquellos que juran por el nombre del Señor, es decir, que son fieles
vasallos del reino espiritual, se gozarán con el reinado del Rey eterno.
Por
el contrario, los que hablan mentiras, los enemigos de la verdad, los
adversarios del reino eterno serán callados para siempre.
Conclusiones:
-
Igual que David, Jesús, el verdadero y eterno Rey de Israel, pasó por varios
desiertos en su vida. Satanás lo tentó en el desierto, en ocasiones tuvo que
escapar del asedio de la multitud a lugares solitarios, ya sea porque lo
querían matar o porque lo querían convertir en un rey terreno con glorias y
objetivos terrenos. En Getsemaní fue abandonado por sus discípulos. Pero en
todos esos desiertos avivaba su esperanza y su gozo cultivando la comunión con
el Padre, y mirando la gran recompensa que obtendría de sus sacrificios: una
multitud incontable de creyentes con los cuales se gozaría por siempre adorando
al Padre de toda gracia.
-
Los creyentes solemos atravesar muchos desiertos en nuestra vida. Ya sea por
providencias especiales que nos confinan en una cama, en un hospital, o que nos
llevan a lugares lejanos donde no podemos congregarnos con los santos. Por lo
tanto, aprendamos de David a mantener el fervor espiritual anhelando la
comunión congregacional con Dios.
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