Salmo
59
Oración
imprecatoria frente al enemigo cruel
Este sermón fue predicado por el hermano Julio C.
Benítez, quien es uno de los pastores de la Iglesia Bautista Reformada la
Gracia de Dios en Medellín, Colombia. Usted puede compartir este sermón con
otros a través de medios digitales e impresos, siempre y cuando no sea para la
venta, siempre reconociendo y dando los créditos respectivos a su autor.
1
Samuel capítulo 19 narra cómo el rey Saúl se ensañó despiadadamente contra el
fiel servidor David.
A
pesar de que el salmista sirvió con integridad de corazón a Saúl, éste procuró
su muerte debido a que Dios lo estaba bendiciendo dándole gracia delante del
pueblo de Israel.
Saúl
obró contrario al espíritu creyente del humilde Juan el Bautista, quien, cuando
le dijeron que el pueblo se iba detrás de Jesús, a quién el mismo presentó
dándole las credenciales mesiánicas delante del pueblo, no sintió envidia, sino
que dijo con sinceridad de corazón: “No puede el hombre recibir nada, si no
le fuere dado del cielo… Es necesario que él crezca, pero que yo mengüe”
(Jn. 3:27, 30).
David,
siendo uno de los principales tipos de Cristo, soportó con paciencia la mala
actitud de Saúl, le perdonó la vida cuando la Providencia lo puso en una
situación ventajosa sobre el malvado rey, lo sirvió con integridad aunque
procuraba su muerte, y nuca aceptó que se ofendiera al ungido del Señor.
Por
lo tanto, cuando leemos estos salmos que contienen algunas oraciones
imprecatorias, no debemos interpretarlos como las peticiones reaccionarias de
un hombre ofendido en su orgullo que desea la muerte de aquellos que le hacen
mal, pues, si leemos bien los libros históricos nos daremos cuenta que David
era un hombre humilde, de corazón perfecto, lleno de misericordia;
verdaderamente un tipo de Cristo.
Más
bien, estas oraciones, eran sombras de lo que luego Cristo padecería de parte
de Satanás y de todos sus aliados, del sistema mundano anticristiano, y del
sufrimiento que tendría que soportar su iglesia en medio de un mundo malvado
que odia a los santos y a lo santo.
Pero,
algo que siempre estamos resaltando en el estudio de estas oraciones, es ver
cómo el salmista, a pesar de que la situación adversa no se ha superado, como
resultado de presentar ante Dios su petición y su lamento, incrementa su
confianza y tranquilidad, sabiendo que el que reina en los cielos actuará en su
tiempo y a su manera.
David
no tomará venganza con sus manos, sino que esperará en la justicia divina.
Hoy
estaremos viendo cómo la oración nos lleva a creer con confianza que Dios
transformará nuestra situación de lamento y turbación en momentos de gloria y
triunfo, al confiar en Él.
1.
Una súplica frente al enemigo cruel (v. 1-7)
La
introducción del primer versículo nos dice que la ocasión de esta oración fue
cuando Saúl ordenó que ingresaran a la casa de David para matarlo, a pesar de
que en dicha casa vivía la hija de Saúl, esposa de David. “Saúl envió luego
mensajeros a casa de David para que lo vigilasen, y lo matasen a la mañana. Mas
Mical su mujer avisó a David, diciendo: Si no salvas tu vida esta noche, mañana
serás muerto. Y descolgó Mical a David por una ventana; y él se fue y huyó, y
escapó” (1 Sam. 19:11-12).
En
su ruego David vuelve a pedir a Dios que sea librado de todos sus enemigos, los
cuales son inicuos y sanguinarios; poderosos e injustos; pues, se levantaron
contra David a pesar de que él solo les había hecho el bien.
Aprendamos
aquí dos lecciones: Primero, David era un creyente recto, el cual no aceptó que
se hablara mal de Saúl ni andaba por allí hablando cosas contra el rey. Sino
que sus quejas las presentaba ante Dios. “Y dijo David a Saúl: ¿Por qué oyes
las palabras de los que dicen: Mira que David procura tu mal? He aquí han visto
hoy tus ojos cómo Jehová te ha puesto hoy en mis manos en la cueva; y me
dijeron que te matase, pero te perdoné, porque dije: No extenderé mi mano
contra mi Señor; porque es el ungido de Jehová. Y mira, padre mío, mira la
orilla de tu manto en mi mano; porque yo corté la orilla de tu manto, y no te
maté. Conoce, pues, y ve que no hay mal ni traición en mi mano; ni he pecado
contra ti; sin embargo tú andas a caza de mi vida para quitármela. Juzgue
Jehová entre tú y yo, y véngueme de ti Jehová; pero mi mano no será contra ti.
Como dice el proverbio de los antiguos: De los impíos saldrá la impiedad; así
que mi mano no será contra ti” (1 Sam. 24:9-13)
Tengamos
cuidado de estar levantando nuestras murmuraciones contra otros hijos de Dios,
así nos hayan hecho el mal. No hablemos de esto con otras personas, sino que
llevemos el caso ante Dios.
Segundo,
que si sufrimos a través de las ofensas de otros, que estas sean injustas, y no
porque nosotros hemos pecado y hemos actuado incorrectamente. Pues, David fue
un bienaventurado como dijo Cristo: “Bienaventurados sois cuando por mi
causa os vituperen y os persigan, y digan toda clase de mal contra vosotros,
mintiendo. Gozaos y alegraos, porque vuestro galardón es grande en los cielos;
porque así persiguieron a los profetas que fueron antes de vosotros” (Mt.
5:11-12). “Así que, ninguno de vosotros padezca como homicida, o ladrón, o malhechor,
o por entremeterse en lo ajeno; pero si alguno padece como cristiano, no se
avergüence, sino glorifique a Dios por ello” (1 P. 4:15-16).
Frente
a estas injusticias el santo pide que Dios salga a su encuentro y mire (v. 4).
Que Dios se acuerde de su santo y mire, por un lado, la aflicción en que se
encuentra, y por el otro, las injusticias de los malvados.
Pero,
que las oraciones imprecatorias de David eran más que un deseo de que Dios
castigara a los malos que lo perseguían, se deja ver cuando él clama: Y tú,
Jehová Dios de los ejércitos, Dios de Israel, despierta para castigar a todas
las naciones; no tengas misericordia de todos los que se rebelan con iniquidad.
Selah” (v. 5).
David
conoce bien a Dios, y conoce los planes divinos para con los impenitentes. Los
no arrepentidos, los cuales se gozan en hacer el mal, ya están bajo
condenación, la ira de Dios está sobre ellos, y un día no muy lejano serán
condenados eternamente por su maldad.
Por
eso Jesús dijo: “Para juicio he venido yo a este mundo; para que los que no
ven vean, y los que ven, sean cegados. Entonces algunos de los fariseos que
estaban con él, al oír esto, le dijeron: ¿Acaso nosotros somos también ciegos?
Jesús les respondió: Si fuerais ciegos, no tendrías pecado; mas ahora, porque
decís; Vemos, vuestro pecado permanece” (Juan 9:39-41).
Las
naciones, los pueblos, las tribus, los gobernantes, los que hacen las leyes y
los que las aplican; todos los que usan su poder para irse contra Dios y su
Palabra, todos recibirán el justo juicio divino, nadie escapará, al menos que
procedan al arrepentimiento, pues, Pablo nos enseñó cuál es el camino para
escapar del futuro juicio sobre las naciones: “Y esperar de los cielos a su
Hijo, al cual resucitó de los muertos, a Jesús, quien nos libra de la ira
venidera” (1 Tes. 1:10).
2.
Una esperanza frente al enemigo cruel (v. 8-15)
Cuando
el salmista afirma, con esperanza, que Dios se reirá de los malos, de los
incrédulos, de las naciones vendidas al mal; está mirando, con perspectiva
escatológica, el Día del Señor, el gran día cuando Dios derramará toda su ira
santa sobre los incrédulos, los juzgará y los destruirá para siempre
condenándolos al infierno.
Aunque
los creyentes oramos por la conversión de los impenitentes, y pedimos al Dios
de gracia que los redima; esas oraciones serán usadas por el Señor para
condenar con más fuerza a los que nunca procedieron al arrepentimiento. En
realidad, nuestras oraciones más misericordiosas están, implícitamente,
inundadas de peticiones imprecatorias.
Cuando
oramos por la conversión del impío, si este no se arrepiente, esa oración será
imprecatoria el día final.
Por
lo tanto, solo con orar a Dios, el justo sabe que recibirá su misericordia, no
su ira. Para los malos Dios es Dios de ira, pero para los justos es Dios de mi
misericordia, es Dios de fuerza y protección.
En
el verso 11 el salmista reconoce que Dios castiga a los malos, no sólo en el
día final del juicio divino, sino ahora, en este tiempo. Por eso pide que no
los mate, sino que los disperse, que los confunda y se dividan entre ellos,
para que los justos nunca se vean tentados a hacer el mal al ver cómo Dios obró
con los malos. Así como Dios con Caín, a quien no mató luego de su crimen, sino
que lo condenó a andar errante por el mundo, con el signo de su maldad en la
frente.
Igualmente,
Dios no destruye inmediatamente a aquellos que se especializan en el mal, sino
que los deja como testimonios de la oscura profundidad de la maldad humana y de
la miseria a que ella conlleva.
En
el verso 13 el clamor es más intenso: acábalos con furor, acábalos. Su
propia maldad será usada como fuente de tormento en esta vida, y su poder será
quitado, pues, Dios gobierna sobre todos, aunque no actúa castigándolos de
inmediato.
Esa
es la esperanza del creyente frente a los gobiernos perversos que aprueban la
muerte y el asesinato como un derecho, que promueven ideologías perversas y
contrarias a toda razón lógica por encima de los principios bíblicos. Dios los
acabará, aunque eso no sea ahora mismo.
¿Puede
un creyente orar pidiendo que Dios castigue así a los malos? Vivimos en un
siglo humanista que exalta al supuesto hombre noble; pero, esto es desconocer
la total depravación humana y la responsabilidad que tenemos los creyentes como
sal de la tierra.
Las
Escrituras exhortan al creyente, diciendo: “No os venguéis vosotros mismos,
amados míos, sino dejad lugar a la ira de Dios, porque escrito está: Mía es la
venganza, yo pagaré, dice el Señor. Así que, si tu enemigo tuviere hambre, dale
de comer; si tuviere sed, dale de beber; pues, haciendo esto, ascua de fuego
amontonarás sobre su cabeza. No seas vencido de lo malo, sino vence con el bien
el mal” (Ro. 19-21).
Esto
fue lo que hizo David. Dejó el asunto de sus enemigos en manos de Dios. Él los
amó y les hizo el bien, no se vengó de ellos, sino que, como luego hizo
Jesucristo “quien cuando le maldecían, no respondía con maldición; cuando
padecía, no amenazaba, sino encomendaba la causa al que juzga justamente”
(1 P. 2:23).
David
representaba al rey que regresaría a Israel al verdadero culto y obediencia a
Dios, Saúl representaba la cananización de Israel, la mundanalidad del pueblo
santo. Los enemigos de David eran los enemigos del reino de Dios. En este caso
es lícito orar para que Dios destruya a los enemigos de su reino; pero, aunque
oremos así, debemos mostrarles el amor cristiano, y jamás, jamás, vengarnos por
nosotros mismos.
3.
Una alabanza al Dios de misericordia frente al odio del enemigo cruel (v.
16-17)
David
logró escapar del asedio de Saúl. Su esposa, la hija de Saúl, lo ayudó a
escapar por una ventana. Una vez más él vio cómo Dios lo libraba del cruel
enemigo, usando, incluso, a sus propios hijos o allegados.
La
persecución no había terminado, pero él sabía que Dios cumpliría su propósito
en él. Por eso concluye su súplica con un canto de alabanzas.
La
alabanza en medio de la oración suplicante es la voz de la fe que ve con
convicción las cosas que aún no se pueden ver con los ojos físicos.
David
alaba en Dios su poder para salvar, su misericordia para librar, su amparo para
proteger, su refugio para guardar, su fortaleza para soportar la aflicción.
Aplicaciones:
Los
creyentes debemos ser más aguerridos y osados en nuestras oraciones. No es
pecado ni atrevimiento pedirle al Señor que despierte y mire la situación de la
iglesia frente a este mundo hostil, o pedirle que despierte para castigar a los
enemigos de todo lo bueno, o que disperse y abata a los que pervierten el
derecho, o que acabe en su furor con aquellos que promueven las ideologías
malvadas que socaban los fundamentos de la sociedad.
No
promoveremos la venganza ni procuraremos hacer mal a nadie, antes, les haremos
el bien, amándolos; pero somos responsables como administradores de esta tierra
de que en ella no se delinca más, de que no se derrame sangre inocente, de que
no se abuse del pobre, de que no se impida la predicación del Evangelio, de que
a la iglesia no se le impida adorar con libertad.
Por
eso, aprendamos a usar las oraciones imprecatorias o vindicativas en su justo
lugar y en un correcto espíritu cristiano.
Aunque
debemos orar por la conversión de los impenitentes, el Nuevo Testamento también
nos enseña a orar pidiendo que Dios se vengue de los malvados: “Sea hecha
desierta su habitación, y no haya quien more en ella” (Hch. 1:20); “Sea
vuelto su convite en trampa y en red, en tropezadero y en retribución; sean
oscurecidos sus ojos para que no vean, y agóbiales la espalda para siempre”
(Ro. 11:9-10); “El que no amare al Señor Jesucristo, sea anatema. El Señor
viene” (1 Cor. 16:22). “Alejandro el calderero me ha causado muchos
males; el Señor le pague conforme a sus hechos” (2 Tim. 4:14).
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