Salmo
57
Plegaria
del santo en su escondite
Este sermón fue predicado por el hermano Julio C.
Benítez, quien es uno de los pastores de la Iglesia Bautista Reformada la
Gracia de Dios en Medellín, Colombia. Usted puede compartir este sermón con
otros a través de medios digitales e impresos, siempre y cuando no sea para la
venta, siempre reconociendo y dando los créditos respectivos a su autor.
Los
santos en muchas ocasiones deben huir o esconderse, ya sea ante la persecución,
ante la hostilidad de enemigos o el asedio del pecado. Ellos confían en Dios,
pero el ataque es tan cruel y dañino que lo más sabio es meterse en una “cueva”
hasta que la tormenta haya menguado.
Pero,
¿qué hace el creyente cuando está escondido en la “cueva”? ¿Lamentarse por la
situación? ¿Hundirse en la depresión? ¿Cuestionar la soberanía y el poder de
Dios?
En
el Salmo 57 encontramos la respuesta a todas estas inquietudes, y aprendemos a responder
cristianamente a cualquier aflicción. Delante de David “estaban dos realidades
constantes: el Dios de gracia y el enemigo formidable. El salmo oscila entre
los dos, pero la fe en el primero es más grande que el temor del segundo, e
inclina la balanza en esa dirección”[1].
Además,
miraremos cómo el Señor Jesús respondió ante los ataques agresivos, y de qué
manera él se encondió en la “cueva”, buscando siempre que todo redundara en la
redención de Su pueblo y que fuera para la gloria de Dios.
El
salmo consta de tres partes claramente demarcadas:
1.
Un escondite temporal (v. -1)
2.
Una súplica de confianza (v. 1-6)
3.
Una alabanza de gratitud (v. 7-11)
1.
Un escondite temporal (v. -1)
“Al
músico principal; sobre No destruyas. Mictam de David, cuando huyó de delante
de Saúl a la cueva”).
La
ocasión para escribir este salmo es la cruel persecución de Saúl contra David,
la cual arreció tanto que el futuro rey de Israel tuvo que esconderse en cuevas
con el fin de salvar su vida. David huyó en una ocasión a la cueva de Adulam y
en otra ocasión a la de En-gadi.
“Yéndose
luego de allí, huyó a la cueva de Adulam; y cuando sus hermanos y toda la casa
de su padre lo supieron, vinieron allí a él” (1 Sam. 22:1).
“Cuando
Saúl volvió de perseguir a los filisteos, le dieron aviso, diciendo: He aquí
David está en el desierto de En-gadi. Y tomando Saúl tres mil hombres escogidos
de todo Israel, fue en busca de David y de sus hombres, por las cumbres de los
peñascos de las cabras monteses. Y cuando llegó a un redil de ovejas, donde
había una cueva, entró Saúl en ella para cubrir sus pies; y David y sus hombres
estaban sentados en los rincones de la cueva” (1 Sam. 24:1-3).
2.
Una súplica de confianza (v. 1-6)
Primero
observemos que el salmista, como es costumbre de los santos en la Biblia, acude
a la misericordia de Dios, acude al monte de la oración con profunda humildad,
sin arrogancia, sin darle órdenes al Señor: “Ten misericordia de mí, oh
Dios, ten misericordia de mí” (v. 1ª).
El
hecho de repetir esta solicitud muestra la profunda angustia del salmista en su
escondite, y la confianza que tiene en el cuidado Divino, a pesar de que Dios
no ha quitado aún la fuente de esa adversidad: la maldad de Saúl.
Segundo,
el salmista tiene una base segura para esperar en la misericordia divina: Porque
en ti ha confiado mi alma, y en las sombras de tus alas me ampararé hasta que
pasen los quebrantos” (v. 1b).
David
espera en la misericordia porque ha confiado en la benignidad del Señor, él es
bueno para con sus hijos, y no importa la circunstancia externa, el santo sabe
refugiarse, a través de la oración, en las sombras de las alas de Dios, así
como los polluelos se sienten seguros frente al gavilán o el ave rapaz o la
intensa lluvia, cuando se refugian bajo las alas de sus madres.
Tercero,
el salmista sabe que la tormenta no durará para siempre. Vendrá el día en el
cual él podrá salir y cumplir con el propósito por el cual Dios lo llamó. Él no
morirá antes que se cumpla ese propósito, así tenga que esconderse en una cueva
por un tiempo.
Cuarto,
él seguirá rogando y suplicando la misericordia del Altísimo, del Soberano que
gobierna los orbes, porque Él es el Dios que me favorece (v. 2). ¿Si
Dios es por nosotros, quién contra nosotros?
David
está seguro en el Dios Altísimo, por eso ora, pues, la fe no es muda. Él ora
porque cree.
Quinto,
si el Dios majestuoso y poderoso es quien está a nuestro favor, entonces, en la
oración, le diré a mi alma que no se angustie, pues, Dios actuará y enviará
desde los cielos, y me salvará de la infamia del que me acosa; Selah. Dios
enviará su misericordia y su verdad” (v. 3).
Esto
nos hace recordar las muchas veces en las cuales nuestro Redentor, el verdadero rey de Israel al cual apuntaba
David, sufrió bajo los rigores de Satanás y de los hombres. Él oraba a su Padre,
y su Padre lo fortalecía, aunque no lo libró sino hasta cuando cumplió su labor
redentora. “El diablo, entonces, le dejó; y he aquí vinieron ángeles y le
servían” (Mt. 4:11). “Cuando llegó a aquel lugar, les dijo: Orad para
que no entréis en tentación. Y él se apartó de ellos como a distancia de un
tiro de piedra; y puesto de rodillas oró, diciendo: Padre, , si quieres, pasa
de mí esta copa; pero no se haga mi voluntad, sino la tuya. Y se le apareció un
ángel del cielo para fortalecerle” (Lc. 22:40-43).
Sexto,
a pesar de que el salmista se ha predicado recordando que Dios está siempre
presente, también confiesa ante el Trono de la Gracia que el enemigo y la
adversidad también ha estado presente. “Mi vida está entre leones; estoy
echado entre hijos de hombres que vomitan llamas; sus dientes son lanzas y
saetas, y su lengua espada aguda” (v. 4).
Saúl
es un enemigo formidable, está usando todo el peso del Estado y del ejército
para atacar y aplastar a David. Él tiene enemigos por todas partes, lo calumnian,
hablan mentiras de él con el fin de justificar destruirlo.
Pero,
así como la zarza de Horeb ardía, pero no se consumía, y los jóvenes creyentes
fieles fueron librados de las llamas del horno de fuego de Nabucodonosor; Dios
hace que la llama de la maldad, la calumnia y la opresión no consuman a los
creyentes que aprenden a descansar en Dios a pesar de estar entre tizones
encendidos.
Séptimo,
el salmo tiene un estribillo, un coro que se repite. “Exaltado seas sobre
los cielos, oh Dios; sobre toda la tierra sea tu gloria” (v. 5), 11). Lo
cual muestra que ninguna experiencia dolorosa o adversa impedía que el salmista
adorara a Dios de corazón sincero. Él vivía de acuerdo a lo que luego Pablo
enseñaría a la iglesia: “Dad gracias en todo, porque esta es la voluntad de
Dios para con vosotros en Cristo Jesús” (1 Tes. 5:18).
David
pide misericordia, y espera que Dios le preserve la vida, porque él sabe que
Dios lo llamó para cumplir unos propósitos nobles, por lo tanto, su deseo
máximo es que la gloria de Dios se manifieste claramente en todo el mundo.
Esto
nos hace recordar que cuando el Señor nos enseñó a orar incluyó esta petición: Venga
tu reino, hágase tu voluntad, en la tierra, como se hace en el cielo.
Pero
el Señor también nos enseñó a orar pidiendo: Líbranos del mal o del maligno,
y esto es lo que el salmista hace a continuación: Red han armado a mis
pasos; se ha abatido mi alma; hoyo han cavado delante de mí; en medio de él han
caído ellos mismos. Selah” (v. 6).
El
enemigo es perseverante, por eso, a pesar de que David confía en el Señor, y el
Altísimo está de su lado, siempre buscará oportunidades de hacerlo caer, de
atraparlo, de destruirlo. Ellos arman planes malévolos, ponen trampas, así como
los fariseos se las pusieron a Cristo constantemente; o como Balac se las puso
a Israel, o Amán a los judíos, o los gobernantes a Daniel; pero siempre se
repite la misma historia: caen en sus propios lazos. Dios hace esto a
favor de sus santos.
3.
Una alabanza de gratitud (v. 7-11)
Como
dijimos en la introducción, el santo, en sus oraciones de súplica, siempre
concluye dando gracias a Dios, alabándolo con gran alegría, en medio de la
turbación; lo cual, ya, per se, es una respuesta divina a nuestros ruegos.
Aprendamos
a alabar a Dios en medio de la adversidad, siguiendo los grandes principios que
encontramos en este salmo:
Primero,
David se preparó para esos grandes actos de devoción en medio de la turbación: Pronto
está mi corazón, oh Dios, mi corazón está dispuesto (v. 7 a). El salmista
tenía una mente preparada para la aflicción, entrenó su corazón en el
conocimiento de la teología propia, de los atributos y del ser de Dios; lo cual
le llevó a comprender que, cualquier evento adverso en esta vida, es usado por
la Sabiduría divina para un bien más grande y eterno de su pueblo.
Cuando
nuestro corazón no es fluctuante, sino que está seguro en Dios y su Palabra,
entonces toda nuestra vida está firme, y no iremos a la deriva.
Segundo,
el santo es un cantor de las alabanzas de Dios. Cantaré, y trovaré salmos.
Su corazón canta de agradecimiento, y su voz lo expresa alegremente. El santo
es un cantor de las alabanzas de Dios. Así no tenga la mejor voz, tiene un
canto constante de salmos, himnos y cánticos espirituales, llenando su corazón
con la Palabra divina, meditándola al cantarla.
David
hará que la oscura y silenciosa cueva de Adulam resuene con cantos de alabanza,
y anhela que todas las cuevas de los santos estallen de cánticos jubilosos de
adoración al verdadero Dios.
Tercero,
y, siendo que nuestra carne no nos estimula a meditar en el Señor cantando sus
alabanzas, entonces le predicamos a nuestra alma, la estimulamos, la exhortamos
para que alabe a Dios en respuesta a la oración escuchada, aunque aún no
estemos viendo la respuesta. “Despierta, alma mía (no duermas no te
quedes paralizada por los gigantescos enemigos o problemas que llegaron a mi
vida); despierta, salterio y arpa (el músico que llevo por dentro, la
música que el Espíritu puso en mi corazón desde el día en que me hizo nacer de
nuevo); me levantaré de mañana (Me anticiparé al dolor y a la depresión,
le haré frente adelantándome a cantar alabanzas al Dios Altísimo).
Cuarto,
el santo gozoso en su escondite no es egoísta, él desea que otros también
encuentren el secreto de la verdadera felicidad en medio de un mundo hostil,
por lo tanto, hace y procura que sus alabanzas sean conocidas por otros. “Te
alabaré entre los pueblos, oh Señor; cantaré de ti entre las naciones” (v.
9).
Quinto,
el salmista alaba al Señor con cánticos frecuentes, con salmos e himnos, e invita
a alabar a gentes de todos los pueblos a causa de la misericordia divina. Esta
misericordia es tan grande y tan nueva cada día, tan suficiente para enfrentar
cualquier adversidad o sufrimiento, que se puede decir que es tan alta como los
cielos; y que la verdad de Su palabra y de sus promesas son tan inmensas como
el firmamento.
Sexto,
esa es la razón por la cual el salmista nuevamente ora con las palabras del
excelso estribillo: Exaltado sea sobre los cielos, oh Dios; sobre toda la
tierra sea tu gloria (v. 11).
Conclusiones
¿Dónde
está Cristo en el pasaje? Nuevamente debemos afirmar que muchas cosas en la
vida de David eran típicas o tipificaban lo que sucedería en el Señor Jesús. El
santo en su escondite también se refiere al Señor Jesucristo.
¿El
Señor Jesús tuvo que huir? Si, no por miedo al hombre, sino por sabiduría
celestial, con el fin de cumplir responsablemente la voluntad del Padre.
Jesús
tuvo que escapar o huir de los enemigos cuando quisieron matarlo antes de
tiempo:
“Después
que partieron ellos, he aquí un ángel del Señor apareció en sueños a José y
dijo: Levántate y toma al niño y a su madre, y huye a Egipto, y permanece allá
hasta que yo te diga; porque acontecerá que Herodes buscará al niño para
matarle” (Mt. 2:13).
“Tomaron
entonces piedras para arrojárselas; pero Jesús se escondió y salió del templo;
y a travesando por en medio de ellos, se fue” (Juan 8:59).
“Al
oír todas estas cosas, todos en la sinagoga se llenaron de ira; y levantándose,
le echaron fuera de la ciudad, y le llevaron hasta la cumbre del monte sobre el
cual estaba edificada la ciudad de ellos, para despeñarle. Mas él pasó por en
medio de ellos y se fue” (Lc. 24:28-30).
“Por
tanto, Jesús ya no andaba abiertamente entre los judíos, sino que se alejó de
allí a la región contigua al desierto, a una ciudad llamada Efraín, y se quedó
allí con los discípulos” (Jn. 11:54).
Pero
Jesús no solo huyó de los ataques de los enemigos, cuando aún no había llegado
el tiempo para entregar su vida en rescate por muchos; sino que huyó de las
tentaciones de buscar la gloria o el reino sin pasar por la cruz, de manera que
cuando las multitudes lo buscaron para hacerlo rey terrenal también escapó de
ellos. “Pero entendiendo Jesús que iban a venir para apoderarse de él y
hacerle rey, volvió a retirarse al monte él solo” (Jn. 6:15).
Aprendamos,
entonces, la lección. El creyente pasará por momentos en los cuales tendrá que
buscar una cueva, pues, sabe que aún tiene mucho trabajo que hacer para el
Reino de Cristo, y su vida debe ser preservada. Y también escapará y huirá de
las adulaciones, de los reconocimientos excesivos, de la gloria mundana.
Este
esconderse puede significar muchas cosas. Alejarse de una amistad que es dañina
para su alma. Dejar de usar ciertas redes sociales que lo pueden distraer del
verdadero servicio al reino de Dios. Evitar una confrontación con una persona
malvada que quiera entrar en pleito contigo. Alejarse prudentemente, y
temporalmente, de un lugar donde suelo predicar la Palabra pero sé que alguien
me quiere hacer daño por ello, entre otros.
El
sepulcro de Jesús fue una cueva, pero no pudo retenerlo para siempre, sino que
esa lóbrega y fría cueva, un domingo, el primer domingo que inauguró el Día del
Señor, retumbó frente al poder de Dios, deslumbró por el poder de la luz divina
y se llenó de los cantos más hermosos y consoladores que ha escuchado el ser
humano: ¡Ha resucitado!
Por
el poder de ese que venció la cueva de la tumba, nosotros también venceremos
todas nuestras cuevas y saldremos triunfantes a adorar por siempre a nuestro
Rey.
No
obstante, la cueva no significa estancarse, paralizarse de miedo, volverse
inútil para el reino, no; es un tiempo de comunión especial con Dios buscando
su voluntad, recibiendo de sus fuerzas, orando con más intensidad; de manera
que luego pueda salir, así como Cristo salió victorioso de la tumba, para
exaltar el nombre de Cristo sirviéndole con más fuerza.
En
este salmo hemos ratificado el aprendizaje de cómo orar cuando pasamos por
momentos difíciles: Primero presentamos ante el Señor nuestros ruegos, nuestro
dolor, nuestra adversidad, la situación difícil; y, segundo, alabamos a Dios
porque él escuchó nuestros ruegos, y atenderá nuestra causa.
[1] MacDonald, William. Comentario Bíblico. Página 281
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