Salmo
49
La
vanidad del mundo: Un sermón de exhortación y de consuelo
Este sermón fue predicado por el hermano Julio C.
Benítez, quien es uno de los pastores de la Iglesia Bautista Reformada la
Gracia de Dios en Medellín, Colombia. Usted puede compartir este sermón con
otros a través de medios digitales e impresos, siempre y cuando no sea para la
venta, siempre reconociendo y dando los créditos respectivos a su autor.
Como
el título lo indica, este es un salmo que se cantaba congregacionalmente en el
antiguo pueblo de Israel, y fue compuesto para o por los descendientes de Coré.
Evidentemente
este salmo no es una oración o un canto de alabanza, sino un sermón. Aquí el
salmista está predicando.
¿Cuál
es su tema? La vanidad del mundo y su incapacidad para hacernos felices en esta
vida o en la eternidad.
1.Introducción
(v. 1-5)
2.
Exhortación para que los pecadores no confíen neciamente en las riquezas de
este mundo (v. 6-20)
a.
Porque con sus riquezas no pueden salvar de la muerte a sus amigos (v. 6-9)
b.
Porque sus riquezas tampoco pueden salvarlos a ellos de la muerte (v. 10)
c.
Porque sus riquezas no les pueden asegurar la dicha en este mundo (v. 11, 12)
d.
Porque sus riquezas no les pueden asegurar la dicha en la eternidad (v. 14)
3.
Palabras de consuelo para los piadosos (v. 15-19)
a.
En contra del temor de la muerte (v. 15)
b.
En contra del temor por el poder y la prosperidad de los malvados (v. 16-19).
1.
Introducción (v. 1-5)
a.
Un llamado para todos los pueblos y todas las personas. “Oíd
esto, pueblos todos; escuchad, habitantes de todo el mundo, así los plebeyos
como los nobles, el rico y el pobre juntamente” (v. 1-2).
La
doctrina que a continuación enseñará el salmista-proverbista-predicador no es
exclusiva para los que creen en la Biblia como Palabra de Dios, ya que esta
verdad es atestiguada por la luz natural.
Todos
los seres humanos, independientemente de su condición social, política,
económica o religiosa pueden y deben considerar que las riquezas no le servirán
de nada el día de su muerte.
b.
Un llamado para el mismo predicador. “Mi boca hablará
sabiduría, y el pensamiento de mi corazón inteligencia. Inclinaré al proverbio
mi oído; declararé con el arpa mi enigma” (v. 3-4).
Al
igual que el autor del libro de Proverbios, este predicador está dispuesto a
instruir a los incautos y dar más sabiduría a los que ya la tienen.
Pero
no sólo esto, sino que él mismo prestará atención y cuidado a lo que enseñará.
Él hablará oráculos o proverbios (mashal). No se trata de enigmas
oscuros, sino de instrucciones que tocan asuntos profundos e importantes.
Pero,
el que enseña a otros debe aprender primero él mismo.
Pero
estos proverbios o instrucciones se darán en forma de canto, pues, la música
ayuda a llevar los conceptos más complejos a donde los razonamientos no serían
capaces de penetrar.
Cuán
necesario es que la iglesia cante salmos e himnos llenos de doctrinas profundas
con el fin de interiorizarlas en los adoradores, y deje de cantar estribillos
emotivos llenos de palabras bonitas pero vacíos de doctrina.
c.
Una aplicación anticipada. “¿Por qué he de temer en los días
de adversidad, cuando la iniquidad de mis opresores me rodeare?” (v. 5). El
salmista, con el fin de animar a los oyentes a prestar atención a sus sabias
palabras, se anticipa a presentar una aplicación: no hay razón para temer
cuando vengan los días de adversidad, los días en los cuales los que persiguen
al justo estarán cerca de él para hacerle daño. “El que confía en Dios, no en
las riquezas, no tiene por qué temer a quienes no pueden hacerle daño real.
¡Teman los que no tienen fe! No hay cosa más temible que poner el corazón en
algo que por fuerza se ha de dejar en la tierra, pero los que tienen a Dios
consigo, no tienen por qué temer a la muerte”[1].
2.
Exhortación para que los pecadores no confíen neciamente en las riquezas de
este mundo (v. 6-20)
a.
Porque con sus riquezas no pueden salvar de la muerte a sus amigos (v. 6-9)
“Los
que confían en sus bienes, y de la muchedumbre de sus riquezas se jactan,
ninguno de ellos podrá en manera alguna redimir a su hermano, ni dar a Dios su
rescate (porque la redención de su vida es de gran precio, y no se logrará
jamás), para que viva en adelante para siempre, y nunca vea corrupción” (v.
6-9).
La
Biblia no condena el tener riquezas, pero sí que las riquezas lo tengan a uno.
Es posible sacar provecho espiritual de las riquezas, si se tiene un corazón
generoso, lleno de amor, gratitud y obediencia.
Los
mundanos dependen de las riquezas como la fuente de su dicha y seguridad. Estos
ricos ponen en el oro su esperanza, y dicen al oro: mi confianza eres tú
(Job 31:24). Ellos ponen a las riquezas como su dios, de manera que se
convierte en fuerte estorbo para su salvación: “Cuán difícil les es entrar
en el reino de Dios, a los que confían en las riquezas” (Mr. 10:24).
Además,
que las riquezas no sirven para las cosas eternas se deja ver en que por muchas
que ellas sean, no podrán de librar de la muerte al hermano o al amigo. Podrán
tener acceso a las mejores clínicas y hospitales del mundo, pero cuando Dios
dice: esta noche vienen por tu alma, las riquezas no podrán impedirlo.
Ellas
no sirven para pagarle a Dios la deuda más grande que tiene el ser humano: la
muerte eterna por causa del pecado. El pecador deberá morir física y
espiritualmente, y ser condenado para siempre en el infierno. Ni todo el oro
del mundo podrá pagar a Dios la deuda por el pecado.
Como
dijo Matthew Henry: “La vida eterna es una joya demasiado cara como para que
pueda comprarse con las riquezas de este mundo. No somos redimidos con cosas
corruptibles como la plata y el oro (1 P. 1:18, 19)”[2].
b.
Porque sus riquezas tampoco pueden salvarlos a ellos de la muerte (v. 10)
“Pues
verá que aun los sabios mueren; que perecen del mismo modo que el insensato y
el necio, y dejan a otros sus riquezas” (v. 10).
Confiar
en las riquezas es tan tonto que el mundano no se da cuenta que incluso los
sabios, los que no confían en ellas, también mueren, y no se pueden llevar las
riquezas a la eternidad, deben dejarlo todo en este mundo. Tal vez el único
deleite será saber que sus hijos las heredarán, pero, muchas veces serán para
otros.
c.
Porque sus riquezas no les pueden asegurar la dicha en este mundo (v. 11, 12)
“Su
íntimo pensamiento es que sus casas serán eternas, y sus habitaciones para
generación y generación; dan sus nombres a sus tierras. Mas el nombre no
permanecerá en honra; es semejante a las bestias que perecen. Este su camino es
locura; con todo, sus descendientes se complacen en el dicho de ellos” (v.
11-13).
Aunque
los bienes materiales pueden durar mucho tiempo, su poseedor tiene una vida
limitada, y pronto deberá abandonar sus bienes. Incluso, sus herederos no las
retendrán por siempre. Ellas cambiarán de dueños y asimismo les pondrán otro
nombre a sus casas, mansiones, empresas o haciendas.
Por
lo tanto, confiar en la permanencia de las riquezas es locura. Cristo dijo que
el hombre que pensaba almacenar sus granos para mucho tiempo era un necio,
pues, esa misma noche moriría (Lc. 12:19, 20).
¿Dónde
está, oh vanidosa, tu hermosura? Pues, la belleza física y la ropa costosa o
los perfumes finos, serán destruidos por la muerte. Pero la belleza de la
santidad jamás será tocada por ella, y jamás morirá en el sepulcro, ni podrá
ser empañada.
d.
Porque sus riquezas no les pueden asegurar la dicha en la eternidad (v. 14)
“Como
a rebaños que son conducidos al Seol, la muerte los pastoreará” (v. 14).
Y
cuando la muerte toque a la puerta con sus terrores y tormentos, las riquezas
no ayudarán a mitigar el paso por el valle de la muerte, pues, con ellos no
estará el Buen Pastor. Mas no así con los justos, ya que ellos no temen a la
muerte ni a sus terrores, sino que, por el contrario, preguntan con osadía: ¿Dónde
está, oh muerte, tu aguijón?; mientras que la muerte pregunta al mundano
rico: ¿Dónde está, oh rico, tu pompa y tu confianza?
3.
Palabras de consuelo para los piadosos (v. 15-19)
a.
En contra del temor de la muerte (v. 15)
“Pero
Dios redimirá mi vida del poder del Seol, porque él me tomará consigo. Selah”
(v. 15).
Los
piadosos, los creyentes, así como el salmista, aunque también atravesarán el
valle de las sombras de la muerte, no son invadidos de temor, pues, ellos saben
que ya uno cruzó este camino y salió vencedor: Jesucristo, nuestro Rey, Señor y
Salvador.
Y cuando esto corruptible se haya vestido de incorrupción,
y esto mortal se haya vestido de inmortalidad, entonces se cumplirá la palabra
que está escrita: Sorbida es la muerte en victoria. ¿Dónde está, oh muerte, tu
aguijón? ¿Dónde, oh sepulcro, tu victoria? ya que el aguijón de la muerte
es el pecado, y el poder del pecado, la ley. Mas gracias sean dadas a Dios, que
nos da la victoria por medio de nuestro Señor Jesucristo. (1 Cor. 15:54-57).
El
sepulcro puede encarcelar nuestro cuerpo, ejecutando la sentencia que Dios
dictaminó en Edén: Polvo eres y al polvo volverás, pero no tiene la capacidad
para retener nuestra alma. Como dijo Mathew Henry: “Cuando la muerte quiebra la
opaca linterna del cuerpo, no extingue la luciente candela que brilla en su
interior”[3].
Por
lo tanto, cuando vemos venir la muerte, sabemos que Dios redimirá nuestras
vidas del poder de la tumba, pues, encomendamos a él nuestro espíritu, quien lo
recibirá en la gloria celestial, esperando la pronta resurrección del cuerpo y
la introducción al estado eterno de gloria incorruptible.
b.
En contra del temor por el poder y la prosperidad de los malvados (v. 16-20).
“No
temas cuando se enriquece alguno, cuando aumente la gloria de su casa; porque
cuando muera no llevará nada, ni descenderá tras él su gloria. Aunque mientras
viva, llame dichosa a su alma, y sea loado cuando prospere, entrará en la
generación de sus padres, y nunca más verá la luz. El hombre que está en honra
y no entiende, semejante es a las bestias que perecen” (v. 16-20).
Los
creyentes muchas veces nos vemos tentados a envidiar la prosperidad de los
pecadores, la gloria creciente que tienen y la aceptación de las demás
personas. Pero el salmista nos lleva a mirar hacia el futuro, pues, ninguna de
estas cosas son permanentes, no son más que vanidades pasajeras.
Pero
los hijos de Dios se bendicen en el Dios de verdad (Is. 65:16), pues, su dicha
es que el único y verdadero Dios es el Dios de ellos, mientras que los mundanos
se bendicen en sus riquezas y logros terrenos. Ellos aplauden para sí lo que
Dios condena, y hablan paz a sí mismos cuando en realidad Dios está en guerra
contra ellos.
El
mundano, cuando muere, solo le espera la oscuridad y las densas tinieblas de la
condenación eterna, de saber que el Juez de toda la tierra lo condenará por
siempre al lloro y al crujir de dientes.
Por
lo tanto, es mejor ser una bestia muda e irracional, que cuando muere deja de
ser por siempre, que un hombre centrado en las riquezas y glorias mundanas,
pues, para él no hay esperanza alguna en la eternidad.
Aplicaciones:
El
predicador salmista empezó su sermón llamando la atención de todas las personas
del mundo hacia un asunto de vida o muerte: No confiar en las riquezas, las
cuales no tienen el poder de ayudarnos en lo realmente esencial, especialmente
a la hora de la muerte.
De
igual manera el Señor Jesús llamó la atención de todos los hombres hacia un
asunto vital cuando dijo: Venid a mí todos los que estáis trabajados y
cargados, y yo os haré descansar (Mt. 11:2). Yo soy la resurrección y la
vida; el que cree en mí, aunque esté muerto, vivirá (Juan 11:25).
El
evangelio ha sido predicado desde siempre, y el evangelio es el centro de los
salmos. Cuando el salmista invita a los hombres a no confiar en las riquezas,
sino en Aquel que tiene el poder de redimir la vida y darle seguridad a la hora
de la muerte, está haciendo un llamado para que confíen en el Mesías, en Jesús
de Nazaret.
Es
el mismo llamado evangélico que hiciera el profeta Isaías cuando invita a las
personas a confiar en el Mesías: “A todos los sedientos: Venid a las aguas,
y los que no tienen dinero, venid, comprad y comed. Venid, comprad sin dinero y
sin precio, vino y leche. ¿Por qué gastáis el dinero en lo que no es pan, y
vuestro trabajo en lo que no sacia? Oídme atentamente, y comed del bien, y se
deleitará vuestra alma con grosura. Inclinad vuestro oído, y venid a mí; oíd, y
vivirá vuestra alma, y haré con vosotros pacto eterno, las misericordias firmes
a David (la promesa de un Rey eterno: Jesus). Is. 55:1-3).
Jesús
invita a todos los hombres, ricos o pobres, niños o adultos, en autoridad o en
sujeción, de todos los colores de piel para que vengan a Él y confíen solo en
Él para su salvación eterna. Cuando Cristo reina en nuestras vidas nuestras
riquezas son usadas para Su gloria, de manera que ellas no nos atrapan en la
codicia o la vanidad; y si somos pobres, sabemos que somos ricos en Él y
estamos contentos con que tenemos.
Cuando
acudimos al llamado de Cristo descansamos en Él
“Cristo
hizo por nosotros lo que ningún hermano o amigo podía hacer; Él se merece,
pues, de nosotros mayor estima que ninguna otra cosa. Cristo hizo por nosotros
lo que ningún hermano o amigo podía hacer; por tanto, los que aman a su
padre o a su hermano, etc., más que a Él, no son dignos de Él”[4].
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