Salmo
47
Alabando
al Rey de toda la tierra
Este sermón fue predicado por el hermano Julio C.
Benítez, quien es uno de los pastores de la Iglesia Bautista Reformada la
Gracia de Dios en Medellín, Colombia. Usted puede compartir este sermón con
otros a través de medios digitales e impresos, siempre y cuando no sea para la
venta, siempre reconociendo y dando los créditos respectivos a su autor.
El
título del salmo nos indica que fue escrito para el director de la música en el
culto al Señor, y fue entregado a los hijos de Coré para su arreglo musical.
La
ocasión: Algunos creen que fue cuando el
arca fue traída de la casa de Obed-edom a la ciudad de David, al lugar que él
había preparado para ella; celebración que fue acompañada de cantos, danzas,
gritos de júbilo y sonidos de trompeta (2 S. 6:12).
Otros
creen que el salmo se compuso en ocasión de la dedicación del templo. Pero, en
realidad no tenemos certeza de ello.
No
obstante, estamos seguros que este salmo apunta, principalmente, a la ascensión
de Cristo al cielo, de la cual se habla proféticamente por inspiración del
Espíritu Santo.
El
salmo también apunta hacia la difusión del evangelio y sus conquistas en el
mundo gentil tras la ascensión de Cristo a los cielos, como se deja ver en todo
el salmo.
Incluso,
algunos rabinos antiguos aplican este salmo a los tiempos del Mesías.
El
tema principal del salmo es el llamado a la alabanza a Dios como Rey de toda la
tierra.
1.
El modo de alabar al Rey de toda la tierra (v. 1, 6, 7)
2.
Razones para alabar al Rey de toda la tierra (v. 2, 7-10)
3.
Confianza para alabar al Rey de toda la tierra (v. 3-5)
1.
El modo de alabar al Rey de toda la tierra (v. 1, 6, 7)
Pública,
alegre e inteligentemente
“Pueblos
todos, batid las manos; aclamad a Dios con voz de júbilo” (v. 1). Todos los
pueblos de la tierra son exhortados a reconocer que Dios es rey universal. Él
no es un Dios local, como los que tenían los paganos, sino Dios sobre todos.
Desde
el Antiguo Testamento ya se anunciaba a los pueblos gentiles que ellos también
vendrían a adorar gozosos al Rey Salvador.
Obviamente
que esto se cumple con la venida de Jesús y su obra redentora. Bajo su
autoridad suprema los apóstoles y evangelistas llevaron las buenas nuevas de salvación
a todos los pueblos gentiles y estos que antes eran paganos e idólatras, ahora
adoraban al verdadero Rey del universo.
Es
por eso que Pablo declara en Romanos 6:9-11 “Y para que los gentiles
glorifiquen a Dios por su misericordia, como está escrito: Por tanto, yo te
confesaré entre los gentiles, y cantaré a tu nombre. Y otra vez dice: Alegraos,
gentiles, con su pueblo. Y otra vez: Alabad al Señor todos los gentiles, y
magnificadle todos los pueblos”.
Batid
las manos. Esta era una expresión de júbilo y alabanza,
especialmente cuando el rey era coronado. De igual manera los gentiles se
regocijan en expresiones de gozo por la salvación tan grande que les ha sido
otorgada por pura gracia.
La
Biblia no está diciendo que en el culto solemne de adoración debemos tener
toque de palmas o gritos de júbilo o trompetas altisonantes. Sino que compara
el gozo de los pueblos cuando sus reyes eran coronados con el gozo espiritual
que caracteriza a los súbditos del Rey de reyes y Señor de señores.
Nuestra
adoración es, principalmente, espiritual. En el culto solemne no tenemos esta
clase de expresiones externas, pero si tenemos un gozo real y sincero que
expresamos en nuestros cánticos, en nuestras oraciones, en la lectura y la
predicación de la Palabra, al ofrendar o participar de la Cena del Señor.
Cuando
Jesús entró a Jerusalén, al comienzo de la semana de pasión, se dio un parcial
complimiento de este salmo, pues, la gente exclamaba con gran júbilo: “!Hosanna!
¡Bendito el que viene en el nombre del Señor! ¡Bendito el reino de nuestro
padre David que viene! ¡Hosanna en las alturas!” (Mr. 11:10-11).
Igualmente,
Jesús fue coronado de gloria y de honra el día que ascendió a los cielos.
Recibiendo del Padre la autoridad y el reinado sobre todas las cosas, siendo
recibido glorioso por los santos ángeles, los cuales debieron cantar las más
hermosas hosanas, tocando sus armoniosas trompetas anunciando que el Rey
Salvador había regresado a los cielos presentando su victoria y mostrando sus
conquistas (Ef. 4; Hch. 2:36).
Cristo
regresaba victorioso habiendo vencido a Satanás, al pecado, a la muerte. Él
había saqueado a los principados y potestades, exhibiéndolos, triunfando sobre
ellos, llevando cautiva la cautividad, y garantizando que sus siervos
predicarían el evangelio por todo el mundo dando abundantes frutos de
conversión.
“Cantad
a Dios, cantad; cantad a nuestro Rey, cantad; porque Dios es el Rey de toda la
tierra; cantad con inteligencia” (v. 6-7).
Cuando
Jesús subió a los cielos los apóstoles le adoraron con gran gozo: “Y
aconteció que bendiciéndolos, se separó de ellos, y fue llevado arriba al
cielo. Ellos, después de haberle adorado, volvieron a Jerusalén con gran gozo”
(Lc. 24:51-52).
Los
creyentes ahora le adoramos con gozo y cantamos las alabanzas a nuestro gran
Rey ascendido. Lo hacemos con inteligencia, en espíritu y en verdad.
2.
Razones para alabar al Rey de toda la tierra (v. 2, 8-9)
“Porque
Jehová el Altísimo es temible; Rey grande sobre toda la tierra” (v. 2).
Alabamos
a Dios porque él es temible o terrible, y porque es Rey sobre todos.
Cristo
no sólo es el Hijo del Altísimo, sino que él mismo es el Dios Altísimo, Dios
sobre todo, bendito por los siglos.
Él
es más alto que el más alto, que los ángeles en el cielo o cualquiera de los
hijos de los hombres en la tierra. Él es el Altísimo y Sublime; e, incluso en
su condición humanada, como Dios hombre, ascendió a lo alto y se sentó a la
diestra de la majestad en las alturas.
Él
fue exaltado como Príncipe y Salvador, hecho más alto que los cielos y que los
reyes de la tierra; los ángeles, las autoridades y los poderes están sujetos a
él. Esta es la razón por la cual los pueblos se alegran en Él.
Él
es temible para sus enemigos porque siendo el León de la tribu de Judá,
gobernará a las naciones con vara de hierro y las romperá en pedazos como
vasijas de barro en manos del alfarero, y así será cuando venga en las nubles
del cielo en llamas de fuego para vengarse de aquellos que lo despreciaron y
rechazaron; y al mismo tiempo será glorioso y admirado por los que creen en Él.
Su
aparición en los cielos será terrible para los demás, pero para los que creen
en él será motivo de alegría.
Rey
grande sobre toda la tierra. Y así debe ser, pues, él
es el Gran Dios y nuestro Salvador, él es Rey de reyes y Señor de señores.
Ahora es rey de Sion, Rey de reyes y Señor de señores. Y pronto los reinos de
este mundo llegarán a ser suyos, reinará sobre toda la tierra de manera abierta
y visible: “Y Jehová será rey sobre toda la tierra. En aquel día Jehová será
uno, y uno su nombre” (Zac. 14:9).
“Reinó
Dios sobre las naciones; se sentó Dios sobre su santo trono. Los príncipes de
los pueblos se reunieron como pueblo del Dios de Abraham; porque de Dios son
los escudos de la tierra; él es muy exaltado” (v. 8-10).
El
pueblo étnico del antiguo Israel reconoció a Dios como rey en la antigua
dispensación; pero ahora los creyentes gentiles esparcidos entre todas las
naciones paganas lo adoran como Rey de sus vidas.
A
través de estos creyentes todas las naciones de la tierra vienen a él, en cada
día de adoración, y, se reconocen a sí mismos como miembros del pueblo del
pacto, hijos de Abraham, porque tienen la fe de él al creer en su simiente:
Cristo.
Nuestro
bendito Jesús se ha sentado en el Trono Alto y Sublime, a la diestra del Padre,
esperando que llegue el momento para juzgar a los vivos y a los muertos, a los
reyes, a los príncipes, a los grandes y pequeños.
Entonces,
todo el mundo reconocerá que él es el Rey eterno, digno de toda adoración y
alabanza.
Los
escudos de la tierra, es decir, los gobernantes, los reyes, los imperios,
aquellos que se oponían al Evangelio, fueron conquistados por el poder de la
cruz, como sucedió con el imperio romano.
Él
es el Rey exaltado porque es Soberano, porque se cumplirá su propósito salvador,
y nadie elegido se escapará de su dominio real. Incluso, los malos, lo
reconocerán como Rey cuando sean juzgados y castigados.
3.
Confianza para alabar al Rey de toda la tierra (v. 3-5)
“Él
someterá a los pueblos debajo de nosotros, y a las naciones debajo de nuestros
pies” (v. 3). Así como Josué y David, tipos de Cristo, sometieron a los
cananeos, los sirios, los moabitas y otros pueblos; los judíos que escribieron
y confiaron en este salmo esperan que en la era del Mesías los gentiles sean
sometidos, literalmente, por él y a él.
Pero
todo esto debe entenderse en un sentido espiritual, como Is. 49:23 “Reyes
serán tus ayos, y sus reinas tus nodrizas; con el rostro inclinado a tierra te
adorarán, y lamerán el polvo de tus pies”. Profecías que tendrían su
complimiento en los últimos tiempos, cuando los gentiles se sujetarían a la
palabra del Evangelio y participarían de las ordenanzas de la iglesia.
Llevamos
más de dos mil años viendo como el poder de Cristo es exaltado y naciones y
pueblos han venido a ser súbditos del gran Rey. La iglesia es el instrumento a
través del cual el reinado de Cristo se extiende por toda la tierra.
“Él
nos elegirá nuestras heredades; la hermosura de Jacob, al cual amó. Selah”
(v. 4). Él nos elegirá nuestra porción en esta vida. Dios sabe lo que es mejor
para su pueblo, por lo tanto, es mejor que él elija.
Cristo
garantiza que, así como fue tipificado en el AT por la conquista de Canaán, los
miembros de la iglesia recibiremos la Canaán celestial, la herencia eterna.
Hemos
sido adoptados como hijos, por lo tanto, somos coherederos con Cristo de los
bienes celestiales y eternos. Por su justicia que nos ha sido imputada en su
muerte, ahora tenemos el derecho de recibir a Dios como nuestra herencia.
Nosotros
somos la posesión del Señor, y él se nos da como herencia: “Pídeme, y te
daré por herencia las naciones, y como posesión tuya los confines de la tierra”
(Sal. 2:8).
Jacob
fue el amado del Padre, por pura elección de gracia. Igualmente la iglesia,
nosotros, somos los elegidos para recibir la herencia de la salvación eterna.
“Subió
Dios con júbilo, Jehová con sonido de trompeta” (v. 5). El Hijo de Dios,
quien es Dios humanado, cuando completó su obra redentora subió a los cielos,
habiendo obtenido la victoria, presentándose ante el Padre como el Redentor
vencedor. Su grito de júbilo resonó en el mundo entero, el infierno tembló, los
malos temblaron, Satanás fue derrocado.
De
Jesús se dice que descenderá con voz de trompeta, de igual manera su ascensión
fue gloriosa, y las trompetas triunfales sonaron a su llegada a los cielos.
Conclusiones:
Hermanos,
lo primero que debemos concluir es que fuimos creados para alabar a Dios. Toda
persona es llamada a hacerlo. El que no vive para adorar a Dios no sirve para
vivir. Lo adoramos en nuestra vida diaria, lo alabamos en los cultos. Que
siempre se escuchen palabras de gratitud para con nuestro Rey.
Esas
manos que antes usábamos para el pecado, ahora las “batimos” para Cristo
sirviendo a los hermanos, sirviendo a la iglesia. Esas lenguas que usábamos
para la blasfemia y lo malvado, ahora las usamos para dar gracias a Dios y
bendecir a nuestros hermanos.
Alabamos
al Dios terrible cuando corrige nuestros pecados, cuando castiga las
injusticias en este mundo, cuando refrena el mal. No solo lo alabamos por las
cosas “positivas” sino por manifestar su justicia.
Pero,
por sobre todo, alabamos a Dios alabando a Su Hijo, nuestro Rey Jesucristo. Lo
alabamos con solemnidad en los cultos, pero la mejor alabanza es cuando le reconocemos
nuestro Señor y Rey en todos los aspectos de la vida, cuando le obedecemos,
cuando lo amamos a él, cuando vivimos para él y dependemos en todo de él.
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