El
lamento del sediento por la casa de Dios: Una respuesta al abatimiento
Salmo
42
Este sermón fue predicado por el hermano Julio C.
Benítez, quien es uno de los pastores de la Iglesia Bautista Reformada la
Gracia de Dios en Medellín, Colombia. Usted puede compartir este sermón con
otros a través de medios digitales e impresos, siempre y cuando no sea para la
venta, siempre reconociendo y dando los créditos respectivos a su autor.
El
título de este salmo es “Al músico principal. Masquil de los hijos de Coré”.
Masquil,
muy probablemente, se refiera a un salmo que contiene instrucciones para el
remanente fiel que entenderá su contenido.
Al
músico principal, indica que este salmo se entregaba para
que fuera cantado por el director de canto de la sinagoga.
Recordemos
que en el culto judío los salmos podían ser entonados por un director, por el
coro, por la congregación o por una interacción de los tres, especialmente
cuando el salmo contenía estribillos.
A
los hijos de Coré. Sabemos por la historia bíblica que Coré
lideró una rebelión en contra de Moisés y Aarón, en torno a la ministración en
el tabernáculo; lo cual desembocó en el castigo divino sobre él y los
compañeros de la rebelión.
“Y
se apartaron de las tiendas de Coré, de Datán y de Abiram en derredor; y Datán
y Abiram salieron y se pusieron a las puertas de sus tiendas, con sus mujeres,
sus hijos y sus pequeñuelos… Abrió la tierra su boca, y los tragó a ellos, a
sus casas, a todos los hombres de Coré, y a todos sus bienes. Y ellos, con todo
lo que tenían, descendieron vivos al Seol, y los cubrió la tierra, y perecieron
de en medio de la congregación” (Números 16:27, 32-33).
Pero
luego en Números 26: 10, 11 Moisés aclara, diciendo: “Y la tierra abrió su
boca y los tragó a ellos y a Coré, cuando aquel grupo murió, cuando consumió el
fuego a doscientos cincuenta varones, para servir de escarmiento. Mas los hijos
de Coré no murieron”.
Estos
hijos de Coré, también llamados coreitas, siendo de la tribu de Leví,
continuaron sirviendo en el tabernáculo, y en el tiempo de David los
encontramos siendo grandes músicos, cantores y compositores, salmistas.
Por
lo tanto, no sabemos quién escribió este salmo. Pudieron ser los coreitas,
David u otro creyente que lo entregó a los hijos de Coré para que le pusieran
la música y lo cantaran en la adoración congregacional.
Este
salmo ilustra los sentimientos de un hombre de Dios que está pasando por
pruebas profundas, lo cual, con mucha probabilidad indique que su autor es
David.
Se
trata de un creyente que ha sido expulsado de su lugar de residencia, y ahora
no puede adorar al Señor congregacionalmente.
El
salmo consta de dos partes, claramente divididas por el estribillo: “¿Por
qué te abates, oh alma mía, y te turbas dentro de mí? Espera en Dios; porque
aún he de alabarle, salvación mía y Dios mío” (v. 5, 11).
1.
Una expresión de abatimiento (v. 1-5)
2.
Una exhortación a confiar para vencer el abatimiento: a su propia alma para que
ponga la confianza solamente en Dios en medio del abatimiento (v. 6-11)
1.
Una expresión de abatimiento (v. 1-5)
a.
El anhelo del alma que desea a Dios (v. 1-2)
“Como
el ciervo brama por las corrientes de las aguas, así clama por ti, oh Dios el
alma mía. Mi alma tiene sed de Dios, del Dios vivo; ¿cuándo vendré, y me
presentaré delante de Dios?”
El
alma del salmista, al igual que el ciervo sediento, que en el calor del verano
desespera por encontrar la refrescante agua y levanta su triste y angustioso
bramido, también llora angustiada porque anhela adorar al Señor con su pueblo
redimido, en el santuario divino; pero no le es permitido, hay algo que lo
impide.
El
salmista convirtió en una práctica constante acudir al santuario del Señor,
orar a él, cantar a él y escuchar Su Palabra en medio de la congregación de
Jehová.
Su
comunión congregacional con Dios fue tan asidua que no podía vivir sin adorar
al Señor.
Por
eso, en su exilio no anhela las cómodas camas de su palacio, o los deliciosos
platos de la opípara mesa, o las conversaciones amenas con sus amigos; sino una
cosa: Adorar a Dios en medio de Su pueblo.
Él
tenía sed de Dios, porque solo los redimidos tienen dentro de ellos una fuente
inagotable que salta para vida eterna, por lo tanto, avivan esta fuente,
acudiendo a los arroyos incesantes de la gracia divina, en la comunión
congregacional con Dios, celebrando el culto del día santo, y la cena de la
comunión.
b.
Las lágrimas del alma anhelando la comunión congregacional con Dios (v. 3)
“Fueron
mis lágrimas mi pan de día y de noche, mientras me dicen todos los días: ¿Dónde
está tu Dios?”
El
anhelo del salmista por participar de la adoración congregacional fue tan
vehemente que casi no podía comer, no experimentaba hambre física.
Además,
sus lágrimas de tristeza por el anhelo hacia el santuario de Dios fueron tan
abundantes que se mezclaban con su bebida.
Esta
debió ser la experiencia de la mujer que sufría de espondilitis anquilosante,
una enfermedad muy dolorosa y paralizante, que Jesús sanó en día de reposo.
¿Dónde
se encontraba esta mujer encorvada cuando fue sanada por el Señor? En la
sinagoga, guardando el día de reposo y adorando al Señor congregacionalmente
(Lc. 13:10-13).
Pero
en el caso del salmista, al parecer se encontraba exiliado en una tierra de
paganos, los cuales se burlaban de él, diciéndole: Si anhelas tanto a tu Dios,
parece que él te abandonó, porque no escucha tu llanto, ni se conmueve por tus
lágrimas.
De
igual manera los judíos se burlaron de Jesús cuando, en medio de la profunda
angustia de la cruz clamó a él, diciendo: Elí, Elí, lama sabactani. Pero no
hubo ninguna respuesta del cielo. Jesús estaba tan acostumbrado a la comunión
íntima con el Padre que no soportó unas cuantas horas sin esa bendita comunión.
Mas
en esas horas de dolor soportó el exilio más terrible que se haya dado, con el
fin de que nosotros, los elegidos que fuimos expulsados del paraíso, fuésemos
restaurados y recibidos en la comunión con Dios.
c.
La tristeza al recordar los días en los cuales se gozaba con la multitud
delante de Dios (v. 4)
“Me
acuerdo de estas cosas, y derramo mi alma dentro de mí; de cómo yo fui con la
multitud, y la conduje hasta la casa de Dios, entre voces de alegría y de
alabanza del pueblo en fiesta”.
El
anhelo por volver a participar de la adoración congregacional era tan grande en
este exilio, que se incrementaba el dolor cuando recordaba la manera cómo él
participaba del culto en el día de reposo, o en las fiestas solemnes.
Incluso,
su amor por el Señor era tan grande y su gozo de adorarlo tan profundo, que
invitaba a otras personas para que lo acompañaran a Jerusalén.
d.
Auto reproche por su abatimiento, auto exhortación para despertar y confiar en
Dios, con la que certeza de que todavía se le permitirá adorarlo en el
santuario (v. 5)
“¿Por
qué te abates, oh alma mía, y te turbas dentro de mí? Espera en Dios; porque
aún he de alabarle, salvación mía y Dios mío”
El
salmista se predica el evangelio a sí mismo.
Y
siendo que en Jesucristo hemos sido reconciliados con Dios, y en su obra
(tipificada por la muerte de los animalitos sacrificados según el sistema
levítico) hemos sido justificados para siempre; entonces, no hay razón para que
un creyente caiga en abatimiento o depresión profunda.
Nos
dolemos por el pecado, pero lo confesamos ante Jesús, quien nos ha perdonado en
la cruz.
Sufrimos
el dolor por los perdidos y la aflicción por las adversidades, pero en
Jesucristo tenemos todo lo que necesitamos para disfrutar del gozo sin fin,
sabiendo que Él nos librará del mal y nos introducirá al estado eterno de
gloria.
Tenemos
las preciosas promesas de la compañía del Espíritu Santo, quien nos hará real a
Jesucristo; por lo tanto, así estemos en un desierto, donde no podamos
congregarnos, y a pesar del anhelo que tenemos de ello, el Señor está a nuestro
lado.
Si
lo tenemos a él, lo tenemos todo.
Por
lo tanto, los métodos que usó el salmista para vencer el abatimiento fueron:
Primero,
esperar en Dios.
Esperar
en su perdón, esperar en su liberación, esperar en su restauración, esperar en
su amor, esperar en su fuerza, en su justicia, en su pronta venida.
La
esperanza es de gran utilidad contra el abatimiento del alma, es un yelmo, es
un apoyo para que la cabeza se mantenga firme y erguida, es un ancla del alma,
segura y firme, y es de gran utilidad en las angustias de la vida y contra los
temores de la muerte.
Segundo,
porque aún he de alabarle
La
esperanza lo lleva a alabar al Señor, y a estar seguro que volverá a alabarle
en la congregación de los santos.
Porque
a pesar de las circunstancias actuales Dios traerá salvación tras salvación.
Salvación de todo tipo, pero no por méritos propios, sino por la gracia y el
favor divinos.
El
rostro misericordioso de Dios se dejará ver nuevamente para con él, y la
felicidad completa de ver por siempre el rostro de Dios será suya en el futuro.
Por
lo tanto, tal fe y persuasión en un buen antídoto contra las deficiencias del
alma y el desasosiego de la mente.
2.
Una exhortación a confiar para vencer el abatimiento (v. 6-11)
a.
El salmista describe nuevamente su abatimiento bajo las torrenciales
tribulaciones que habían venido sobre su alma (v. 6-7)
“Dios
mío, mi alma está abatida en mí; me acordaré, por tanto, de ti desde la tierra
del Jordán, y de los hermonitas, desde el monte de Mizar. Un abismo llama a
otro a la voz de tus cascadas; todas tus ondas y tus olas han pasado sobre mí”
El
salmista recurre a otro método para combatir el abatimiento del alma: recordar
las misericordias divinas del pasado.
Él
menciona algunos lugares donde disfrutó de la presencia de Dios, a pesar de que
estaban lejos de Jerusalén.
Lo
cual le lleva a concluir que no tenía ninguna razón justa para estar tan
abatido.
Esto
nos enseña que los creyentes debemos recordar las misericordias pasadas, y
mencionarlas, para la alabanza de la gloria divina, y para expresar nuestra
gratitud a Dios, y para sentir de nuevo su bondad, y para animar y refrescar nuestras almas,
previniendo así el abatimiento y la depresión espiritual.
Los
abismos, las cascadas y las olas se refieren a que las aflicciones enviadas por
el Señor vinieron una tras otra, un chorro de aflicción era seguido por otro, y
por otro, como en el caso de Job.
Pero,
siendo que Dios era quien las enviaba, entonces, no había razón para el
abatimiento sin fin.
b.
El salmista declara su confianza de que Dios aun le manifestará su bondad amorosa,
por lo tanto, presenta una súplica sincera ante Dios, pues, Él es su Dios (v.
8-9)
“Pero
de día mandará Jehová su misericordia, y de noche su cántico estará conmigo, y
mi oración al Dios de mi vida. Diré a Dios: Roca mía, ¿por qué te has olvidado de
mí? ¿Por qué andaré yo enlutado por la opresión del enemigo?”
Las
misericordias de Dios no se acaban nunca. Él las manda cariñosa y tiernamente a
su pueblo todos los días y todas las noches.
Estas
misericordias forman parte de su soberana voluntad, de su beneplácito y placer.
Ellas son mejor que la vida, y nunca nos son quitadas.
Y
estas misericordias incluyen la fuerza recibida para soportar las aflicciones.
De
día, se refiere al tiempo oportuno. Sus misericordias son enviadas con liberación
y salvación en el tiempo divino. Ellas nos siguen todos los días de nuestra
vida.
En
la noche, cuando nos vamos a la cama, hacemos memoria de las misericordias
recibidas en el día; pero, recordemos que gran parte de nuestras aflicciones
vienen de noche; por lo tanto, cuando nos llega la noche de la aflicción, es
una oportunidad para cantar de las misericordias del Señor y vencer el
abatimiento.
El
Dios de mi vida, es el Dios vivo, el Dios que escucha la oración y las
responde.
Si
el Dios trino es nuestra roca, no hay razón para no tener esperanza.
c.
Luego hace una declaración adicional de sus problemas, derivados de los
reproches de sus enemigos. Es tan doloroso que siente como si una espada le
hubiera penetrado hasta los huesos (v. 10).
“Como
quien hiere mis huesos, mis enemigos me afrentan, diciéndome cada día: ¿Dónde
está tu Dios?”
¡Cuán
punzantes son las palabras de los hombres cuando pretender sembrar dudas sobre
el poder y la misericordia de nuestro Dios! Pues, nosotros sabemos que Dios es
real, y que está a nuestro lado, aunque las providencias sean oscuras en
algunos momentos.
d.
Nuevamente se reprocha a sí mismo por su abatimiento, y se exhorta a sí mismo a
confiar en Dios (esta segunda parte termina de la misma forma que la primera).
“¿Por
qué te abates, oh alma mía, y por qué te turbas dentro de mí? Espera en Dios;
porque aún he de alabarle. Salvación mía, y Dios mío”
Uno
de los propósitos de este salmo es ayudar al creyente a no hundirse en la
depresión cuando vienen los problemas.
Que
el creyente puede confiar en Dios, puede estar alegre y no abatido.
Que
podemos ir a Dios a través de la oración, suceda lo que suceda, sin importar
qué clase de tribulación haya venido sobre nosotros.
Los
creyentes, más frecuentemente de lo que pensamos, pueden expresar con el
salmista las palabras de esta oración.
Pero,
es importante notar que el principal lamento del salmista no se centra tanto en
las dificultades o problemas de la vida, sino en no poder adorar a Dios en el
día santo con el pueblo redimido.
Quiera
el Señor poner en nuestros corazones la misma carga. Que cuando debamos salir
de viaje lo primero que busquemos no sea un buen hotel, sino la iglesia bíblica
donde me congregaré.
Que
cuando debemos mudarnos para otro lugar, la decisión de ir o no tome en cuenta,
como prioridad, que haya una iglesia bíblica donde pueda congregarme.
Que
cuando voy a salir de paseo o vacaciones, el destino que busquemos nos ofrezca
la oportunidad de congregarnos en el día del Señor.
Que
no acepte nunca viajar en el día del Señor, sino hasta cuando me haya
congregado y adorado con el pueblo redimido.
Que
una leve enfermedad no sea una poderosa razón para dejar de adorar al Señor
congregacionalmente.
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