sábado, 25 de junio de 2022

Salmo 42

 

El lamento del sediento por la casa de Dios: Una respuesta al abatimiento

Salmo 42

Este sermón fue predicado por el hermano Julio C. Benítez, quien es uno de los pastores de la Iglesia Bautista Reformada la Gracia de Dios en Medellín, Colombia. Usted puede compartir este sermón con otros a través de medios digitales e impresos, siempre y cuando no sea para la venta, siempre reconociendo y dando los créditos respectivos a su autor.

El título de este salmo es “Al músico principal. Masquil de los hijos de Coré”.

Masquil, muy probablemente, se refiera a un salmo que contiene instrucciones para el remanente fiel que entenderá su contenido.

Al músico principal, indica que este salmo se entregaba para que fuera cantado por el director de canto de la sinagoga.

Recordemos que en el culto judío los salmos podían ser entonados por un director, por el coro, por la congregación o por una interacción de los tres, especialmente cuando el salmo contenía estribillos.

A los hijos de Coré. Sabemos por la historia bíblica que Coré lideró una rebelión en contra de Moisés y Aarón, en torno a la ministración en el tabernáculo; lo cual desembocó en el castigo divino sobre él y los compañeros de la rebelión.

Y se apartaron de las tiendas de Coré, de Datán y de Abiram en derredor; y Datán y Abiram salieron y se pusieron a las puertas de sus tiendas, con sus mujeres, sus hijos y sus pequeñuelos… Abrió la tierra su boca, y los tragó a ellos, a sus casas, a todos los hombres de Coré, y a todos sus bienes. Y ellos, con todo lo que tenían, descendieron vivos al Seol, y los cubrió la tierra, y perecieron de en medio de la congregación” (Números 16:27, 32-33).

Pero luego en Números 26: 10, 11 Moisés aclara, diciendo: “Y la tierra abrió su boca y los tragó a ellos y a Coré, cuando aquel grupo murió, cuando consumió el fuego a doscientos cincuenta varones, para servir de escarmiento. Mas los hijos de Coré no murieron”.

Estos hijos de Coré, también llamados coreitas, siendo de la tribu de Leví, continuaron sirviendo en el tabernáculo, y en el tiempo de David los encontramos siendo grandes músicos, cantores y compositores, salmistas.

Por lo tanto, no sabemos quién escribió este salmo. Pudieron ser los coreitas, David u otro creyente que lo entregó a los hijos de Coré para que le pusieran la música y lo cantaran en la adoración congregacional.

Este salmo ilustra los sentimientos de un hombre de Dios que está pasando por pruebas profundas, lo cual, con mucha probabilidad indique que su autor es David.

Se trata de un creyente que ha sido expulsado de su lugar de residencia, y ahora no puede adorar al Señor congregacionalmente.

El salmo consta de dos partes, claramente divididas por el estribillo: “¿Por qué te abates, oh alma mía, y te turbas dentro de mí? Espera en Dios; porque aún he de alabarle, salvación mía y Dios mío” (v. 5, 11).

1. Una expresión de abatimiento (v. 1-5)

2. Una exhortación a confiar para vencer el abatimiento: a su propia alma para que ponga la confianza solamente en Dios en medio del abatimiento (v. 6-11)

1. Una expresión de abatimiento (v. 1-5)

a. El anhelo del alma que desea a Dios (v. 1-2)

Como el ciervo brama por las corrientes de las aguas, así clama por ti, oh Dios el alma mía. Mi alma tiene sed de Dios, del Dios vivo; ¿cuándo vendré, y me presentaré delante de Dios?

El alma del salmista, al igual que el ciervo sediento, que en el calor del verano desespera por encontrar la refrescante agua y levanta su triste y angustioso bramido, también llora angustiada porque anhela adorar al Señor con su pueblo redimido, en el santuario divino; pero no le es permitido, hay algo que lo impide.

El salmista convirtió en una práctica constante acudir al santuario del Señor, orar a él, cantar a él y escuchar Su Palabra en medio de la congregación de Jehová.

Su comunión congregacional con Dios fue tan asidua que no podía vivir sin adorar al Señor.

Por eso, en su exilio no anhela las cómodas camas de su palacio, o los deliciosos platos de la opípara mesa, o las conversaciones amenas con sus amigos; sino una cosa: Adorar a Dios en medio de Su pueblo.

Él tenía sed de Dios, porque solo los redimidos tienen dentro de ellos una fuente inagotable que salta para vida eterna, por lo tanto, avivan esta fuente, acudiendo a los arroyos incesantes de la gracia divina, en la comunión congregacional con Dios, celebrando el culto del día santo, y la cena de la comunión.

b. Las lágrimas del alma anhelando la comunión congregacional con Dios (v. 3)

Fueron mis lágrimas mi pan de día y de noche, mientras me dicen todos los días: ¿Dónde está tu Dios?

El anhelo del salmista por participar de la adoración congregacional fue tan vehemente que casi no podía comer, no experimentaba hambre física.

Además, sus lágrimas de tristeza por el anhelo hacia el santuario de Dios fueron tan abundantes que se mezclaban con su bebida.

Esta debió ser la experiencia de la mujer que sufría de espondilitis anquilosante, una enfermedad muy dolorosa y paralizante, que Jesús sanó en día de reposo.

¿Dónde se encontraba esta mujer encorvada cuando fue sanada por el Señor? En la sinagoga, guardando el día de reposo y adorando al Señor congregacionalmente (Lc. 13:10-13).

Pero en el caso del salmista, al parecer se encontraba exiliado en una tierra de paganos, los cuales se burlaban de él, diciéndole: Si anhelas tanto a tu Dios, parece que él te abandonó, porque no escucha tu llanto, ni se conmueve por tus lágrimas.

De igual manera los judíos se burlaron de Jesús cuando, en medio de la profunda angustia de la cruz clamó a él, diciendo: Elí, Elí, lama sabactani. Pero no hubo ninguna respuesta del cielo. Jesús estaba tan acostumbrado a la comunión íntima con el Padre que no soportó unas cuantas horas sin esa bendita comunión.

Mas en esas horas de dolor soportó el exilio más terrible que se haya dado, con el fin de que nosotros, los elegidos que fuimos expulsados del paraíso, fuésemos restaurados y recibidos en la comunión con Dios.

c. La tristeza al recordar los días en los cuales se gozaba con la multitud delante de Dios (v. 4)

Me acuerdo de estas cosas, y derramo mi alma dentro de mí; de cómo yo fui con la multitud, y la conduje hasta la casa de Dios, entre voces de alegría y de alabanza del pueblo en fiesta”.

El anhelo por volver a participar de la adoración congregacional era tan grande en este exilio, que se incrementaba el dolor cuando recordaba la manera cómo él participaba del culto en el día de reposo, o en las fiestas solemnes.

Incluso, su amor por el Señor era tan grande y su gozo de adorarlo tan profundo, que invitaba a otras personas para que lo acompañaran a Jerusalén.

d. Auto reproche por su abatimiento, auto exhortación para despertar y confiar en Dios, con la que certeza de que todavía se le permitirá adorarlo en el santuario (v. 5)

¿Por qué te abates, oh alma mía, y te turbas dentro de mí? Espera en Dios; porque aún he de alabarle, salvación mía y Dios mío

El salmista se predica el evangelio a sí mismo.

Y siendo que en Jesucristo hemos sido reconciliados con Dios, y en su obra (tipificada por la muerte de los animalitos sacrificados según el sistema levítico) hemos sido justificados para siempre; entonces, no hay razón para que un creyente caiga en abatimiento o depresión profunda.

Nos dolemos por el pecado, pero lo confesamos ante Jesús, quien nos ha perdonado en la cruz.

Sufrimos el dolor por los perdidos y la aflicción por las adversidades, pero en Jesucristo tenemos todo lo que necesitamos para disfrutar del gozo sin fin, sabiendo que Él nos librará del mal y nos introducirá al estado eterno de gloria.

Tenemos las preciosas promesas de la compañía del Espíritu Santo, quien nos hará real a Jesucristo; por lo tanto, así estemos en un desierto, donde no podamos congregarnos, y a pesar del anhelo que tenemos de ello, el Señor está a nuestro lado.

Si lo tenemos a él, lo tenemos todo.

Por lo tanto, los métodos que usó el salmista para vencer el abatimiento fueron:

Primero, esperar en Dios.

Esperar en su perdón, esperar en su liberación, esperar en su restauración, esperar en su amor, esperar en su fuerza, en su justicia, en su pronta venida.

La esperanza es de gran utilidad contra el abatimiento del alma, es un yelmo, es un apoyo para que la cabeza se mantenga firme y erguida, es un ancla del alma, segura y firme, y es de gran utilidad en las angustias de la vida y contra los temores de la muerte.

Segundo, porque aún he de alabarle

La esperanza lo lleva a alabar al Señor, y a estar seguro que volverá a alabarle en la congregación de los santos.

Porque a pesar de las circunstancias actuales Dios traerá salvación tras salvación. Salvación de todo tipo, pero no por méritos propios, sino por la gracia y el favor divinos.

El rostro misericordioso de Dios se dejará ver nuevamente para con él, y la felicidad completa de ver por siempre el rostro de Dios será suya en el futuro.

Por lo tanto, tal fe y persuasión en un buen antídoto contra las deficiencias del alma y el desasosiego de la mente.

2. Una exhortación a confiar para vencer el abatimiento (v. 6-11)

a. El salmista describe nuevamente su abatimiento bajo las torrenciales tribulaciones que habían venido sobre su alma (v. 6-7)

Dios mío, mi alma está abatida en mí; me acordaré, por tanto, de ti desde la tierra del Jordán, y de los hermonitas, desde el monte de Mizar. Un abismo llama a otro a la voz de tus cascadas; todas tus ondas y tus olas han pasado sobre mí

El salmista recurre a otro método para combatir el abatimiento del alma: recordar las misericordias divinas del pasado.

Él menciona algunos lugares donde disfrutó de la presencia de Dios, a pesar de que estaban lejos de Jerusalén.

Lo cual le lleva a concluir que no tenía ninguna razón justa para estar tan abatido.

Esto nos enseña que los creyentes debemos recordar las misericordias pasadas, y mencionarlas, para la alabanza de la gloria divina, y para expresar nuestra gratitud a Dios, y para sentir de nuevo su bondad,  y para animar y refrescar nuestras almas, previniendo así el abatimiento y la depresión espiritual.

Los abismos, las cascadas y las olas se refieren a que las aflicciones enviadas por el Señor vinieron una tras otra, un chorro de aflicción era seguido por otro, y por otro, como en el caso de Job.

Pero, siendo que Dios era quien las enviaba, entonces, no había razón para el abatimiento sin fin.

b. El salmista declara su confianza de que Dios aun le manifestará su bondad amorosa, por lo tanto, presenta una súplica sincera ante Dios, pues, Él es su Dios (v. 8-9)

Pero de día mandará Jehová su misericordia, y de noche su cántico estará conmigo, y mi oración al Dios de mi vida. Diré a Dios: Roca mía, ¿por qué te has olvidado de mí? ¿Por qué andaré yo enlutado por la opresión del enemigo?

Las misericordias de Dios no se acaban nunca. Él las manda cariñosa y tiernamente a su pueblo todos los días y todas las noches.

Estas misericordias forman parte de su soberana voluntad, de su beneplácito y placer. Ellas son mejor que la vida, y nunca nos son quitadas.

Y estas misericordias incluyen la fuerza recibida para soportar las aflicciones.

De día, se refiere al tiempo oportuno. Sus misericordias son enviadas con liberación y salvación en el tiempo divino. Ellas nos siguen todos los días de nuestra vida.

En la noche, cuando nos vamos a la cama, hacemos memoria de las misericordias recibidas en el día; pero, recordemos que gran parte de nuestras aflicciones vienen de noche; por lo tanto, cuando nos llega la noche de la aflicción, es una oportunidad para cantar de las misericordias del Señor y vencer el abatimiento.

El Dios de mi vida, es el Dios vivo, el Dios que escucha la oración y las responde.

Si el Dios trino es nuestra roca, no hay razón para no tener esperanza.

c. Luego hace una declaración adicional de sus problemas, derivados de los reproches de sus enemigos. Es tan doloroso que siente como si una espada le hubiera penetrado hasta los huesos (v. 10).

Como quien hiere mis huesos, mis enemigos me afrentan, diciéndome cada día: ¿Dónde está tu Dios?

¡Cuán punzantes son las palabras de los hombres cuando pretender sembrar dudas sobre el poder y la misericordia de nuestro Dios! Pues, nosotros sabemos que Dios es real, y que está a nuestro lado, aunque las providencias sean oscuras en algunos momentos.

d. Nuevamente se reprocha a sí mismo por su abatimiento, y se exhorta a sí mismo a confiar en Dios (esta segunda parte termina de la misma forma que la primera).

¿Por qué te abates, oh alma mía, y por qué te turbas dentro de mí? Espera en Dios; porque aún he de alabarle. Salvación mía, y Dios mío

Uno de los propósitos de este salmo es ayudar al creyente a no hundirse en la depresión cuando vienen los problemas.

Que el creyente puede confiar en Dios, puede estar alegre y no abatido.

Que podemos ir a Dios a través de la oración, suceda lo que suceda, sin importar qué clase de tribulación haya venido sobre nosotros.

Los creyentes, más frecuentemente de lo que pensamos, pueden expresar con el salmista las palabras de esta oración.

Pero, es importante notar que el principal lamento del salmista no se centra tanto en las dificultades o problemas de la vida, sino en no poder adorar a Dios en el día santo con el pueblo redimido.

Quiera el Señor poner en nuestros corazones la misma carga. Que cuando debamos salir de viaje lo primero que busquemos no sea un buen hotel, sino la iglesia bíblica donde me congregaré.

Que cuando debemos mudarnos para otro lugar, la decisión de ir o no tome en cuenta, como prioridad, que haya una iglesia bíblica donde pueda congregarme.

Que cuando voy a salir de paseo o vacaciones, el destino que busquemos nos ofrezca la oportunidad de congregarnos en el día del Señor.

Que no acepte nunca viajar en el día del Señor, sino hasta cuando me haya congregado y adorado con el pueblo redimido.

Que una leve enfermedad no sea una poderosa razón para dejar de adorar al Señor congregacionalmente.

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