viernes, 24 de junio de 2022

Salmo 28

 

Salmo 28

Por amor de tu nombre: La súplica de un pecador amparada en la bondad de Dios

Este sermón fue predicado por el hermano Julio C. Benítez, quien es uno de los pastores de la Iglesia Bautista Reformada la Gracia de Dios en Medellín, Colombia. Usted puede compartir este sermón con otros a través de medios digitales e impresos, siempre y cuando no sea para la venta, siempre reconociendo y dando los créditos respectivos a su autor.

Este breve salmo consta de cuatro partes:

(1) una oración de socorro (v. 1, 2);

(2) una denuncia contra los impíos (v. 3-5); y

(3) una acción de gracias por la ayuda brindada, o que con seguridad se dará (v.  6-7);

(4) Una petición profética a favor del pueblo de Dios (v. 8-9)

No hay razón para dudar de la afirmación del título, que es "un Salmo de David", pero definitivamente no podemos asignarlo a ningún período particular de su vida. Sería adecuado para casi cualquier ocasión en la que estuviera en peligro o dificultad.

Y este salmo es adecuado como una oración constante de aquellos hijos de Dios que sufren violencia o aflicción por causa de los malos, por causa del pecado. Es una oración adecuada para cuando nos sentimos lejos de Dios, cuando no tenemos sabiduría, cuando estamos en cualquier clase de aflicción.

(1) una oración de socorro (v. 1, 2);

A ti clamaré, oh Jehová. Roca mía, no te desentiendas de mí, para que no sea yo, dejándome tú, semejante a los que descienden al sepulcro” Salmos 28: 1.

Señor, porque tú eres Jehová, el que eres en ti mismo, el siempre existente, el Soberano, el Todopoderoso, solo a ti clamaré, a ti rogaré, a ti elevaré mi llanto, mi súplica, mi dolor. Por lo tanto, Señor, no guardes silencio, no te hagas sordo a mi clamor.

Dios es la Roca del salmista, lo cual recordaba a las dos grandes torres-fortalezas de Tiro y Petra, donde las personas podían encontrar un refugio seguro.

Si mi Roca segura no me escucha, si no viene a socorrerme, entonces descenderé a la fosa, seré sin esperanza.

Oye la voz de mis ruegos cuando clamo a ti, cuando alzo mis manos hacia tu santo templo” Salmos 28: 2.

La situación del salmista David es tan crítica que eleva su voz en ruegos y gritos delante de Dios, orando, como era costumbre de los judíos, levantando las manos hacia el Templo de Jerusalén.

Levantar las manos implicaba la disposición para recibir la respuesta de parte de Dios, y también, que el orante levantaba así su corazón ante Aquel que escucha la oración (Lam. 3:41).

Esto nos muestra que la oración es un instinto del corazón. Vemos que cuando los hombres están pasando por una gran angustia o necesidad lloran delante de otros hombres. Y cuando vemos a un amigo, un hermano o un familiar en una gran necesidad o angustia somos movidos a ayudarle.

Cuántas más cercanas sean nuestras relaciones, más profundas serán nuestras obligaciones.

Un niño llorará delante de sus padres, y sin importar cuál haya sido su conducta, estamos seguros de que los padres harán lo que puedan por sus hijos. Con cuánta mayor razón y confianza clamaremos a Dios. Él está siempre cerca. Él siempre escuchará y ayudará a los que claman a Él.

(2) una denuncia contra los impíos (v. 3-5)

 No me arrebates juntamente con los malos, y con los que hacen iniquidad, los cuales hablan paz con sus prójimos, pero la maldad está en su corazón” Salmos 28: 3.

Señor, no permitas que yo caiga en los lazos y trampas de los malos, ni permitas que venga sobre mí el juicio que enviarás sobre aquellos que practican las clases más extremas de maldad, aquellos que hablan palabras de paz a sus prójimos, pero en realidad desean su mal y les ponen trampas para que caigan.

Señor, líbrame de los malos, y líbrame de que yo caiga en las mismas acciones de ellos.

Dales conforme a su obra, y conforme a la perversidad de sus hechos; dales su merecido conforme a la obra de sus manos”. Salmos 28: 4.

El salmista presenta ante el Señor su justa indignación y le ruega que les dé conforme a sus maldades y perversidades. En nosotros está implantado el sentimiento natural de desear el castigo de los impíos, así no nos hayan hecho daño a nosotros.

El salmista le pide a Dios que les dé su merecido, literalmente, su desierto. Nada satisface nuestros sentimientos morales sino la retribución exacta. David muestra aquí una naturaleza moral no corrompida por el contacto con el mundo de su época.

Pero esta es una imprecación profética, pues, un día, junto a nuestro Señor Jesús, veremos cómo la ira del Cordero cae sobre los malos e incrédulos, y magnificaremos la justicia de Dios; pero ahora, en la era del evangelio, oramos para que Dios los alcance con su misericordia y los lleve al arrepentimiento y a la fe.

Por cuanto no atendieron a los hechos de Jehová, ni a la obra de sus manos, Él los derribará, y no los edificará” Salmos 28: 5.

Estos impíos ni siquiera desean darse cuenta de las obras providenciales de Dios. Si las contemplaran, se darían cuenta que el juicio cae sobre los malvados, y al ver eso, temerían y se abstendrían del mal. Pero no se dan cuenta, Dios no está en sus pensamientos. Por esta negligencia y desprecio hacia él, Dios los destruirá y no los edificará.

Casi en la mitad del salmo el tono cambia de la súplica humilde al júbilo. La causa del cambio parece haber sido la certeza confiada que surge del acto mismo de la oración, él tiene la confianza de que la oración es escuchada y concedida, de modo que los felices resultados por los que ora seguramente vendrán.

(3) una acción de gracias por la ayuda brindada, o que con seguridad se dará (v.  6-9).

Ciertamente, no todos aquellos cuyas súplicas son fervientes y devotas obtienen tal seguridad; pero David parece haberlo disfrutado no pocas veces (ver arriba, Salmos 6: 8-10; Salmos 7:17, etc.).

Bendito sea Jehová, que oyó la voz de mis ruegos” Salmos 28: 6

El salmista tiene la plena certeza, a través de la fe, que la Roca de Israel ha escuchado su clamor, pues, lo que él pide es conforme a su voluntad revelada. Dios le había prometido al salmista, desde hacía mucho tiempo, que él sería librado de sus enemigos.

Jehová es mi fortaleza y mi escudo; en Él confió mi corazón, y fui ayudado, por lo que se gozó mi corazón, y con mi cántico le alabaré” Salmos 28: 7

La oración en sí misma ya es una ayuda muy grande, libera al alma de muchas cargas, pues, nos lleva a confiar en Dios.

David oró y se sintió liberado del peligro, pues, él sabe que Dios escucha y cuida a sus hijos. Por tal razón, el corazón rebosa de alegría y está dispuesto a cantar cánticos de liberación y acción de gracias por una liberación que aún no ha recibido.

(4) Una petición profética a favor del pueblo de Dios (v. 8-9)

Jehová es la fortaleza de su pueblo, y el refugio salvador de su ungido. Salva a tu pueblo, y bendice a tu heredad; y pastoréales y susténtales para siempre”.

Aquí encontramos otro aspecto de la comunión de los santos. Todos los santos, tanto del Antiguo como del Nuevo Testamento acudimos a Dios como nuestra fortaleza.

David no solo se goza en la liberación que Dios le ha dado, sino en que Dios hace lo mismo con todo su pueblo, con todos sus hijos, en todos los tiempos y lugares, en todas las circunstancias.

Dios es la fuerza de todo su pueblo, así como Jesucristo es “Señor de ellos y nuestro” (1 Cor. 1:2).

Por esa razón, el salmista hace una oración profética en favor de todo el pueblo de Dios, oración que nos recuerda la oración intercesora del verdadero David, de Jesucristo, la raíz de Isaí: Salva a tu pueblo, y bendice a tu heredad; y pastoréales y susténtales para siempre.

La iglesia es el pueblo de Dios, somos la heredad de Dios.

Por lo tanto, todos los días debemos pedir salvación o liberación, que Dios dé la victoria a cada uno de sus hijos sobre el pecado residual.

Y también pedimos que la bendición del cielo esté sobre cada uno de sus hijos. Que Dios nos pastoree con su gracia y nos sustente espiritualmente, y en todos los sentidos, pues, aún vivimos en medio de este mundo malo con sus muchas tentaciones y aflicciones.

Conclusión y enseñanzas:

Hermanos, la oración es el medio usual de Dios para ayudarnos y concedernos lo que Él nos quiere dar.

Aunque podemos compartir nuestras cuitas, tristezas y preocupaciones con nuestros seres más allegados, no obstante, nuestras constantes lágrimas y clamores se deben derramar delante del Altísimo Señor, quien es también nuestro Padre.

En ocasiones los dolores y aflicciones se multiplicarán, nuestros miedos magnificarán nuestros peligros. Podremos estar temblando al borde del abismo, pero no nos desesperaremos, así pareciera que Dios es sordo a nuestro clamor.

Bartimeo no recibió respuesta al principio, pero volvió a llorar. La mujer sirofenicia pareció encontrar, al principio, repulsión y rechazo departe del Señor, pero volvió a suplicar más ardientemente.

Las hermanas de Betania se quedaron tres días enteros en su aflicción, pero el Salvador vino a su debido tiempo, trayendo luz, vida y gozo.

Aprendamos a orar y a esperar.

Daniel se consoló mirando hacia Jerusalén, miremos a la Jerusalén de arriba, allí está Jesús, el Autor y consumador de nuestra fe. Todos los bienes que Dios nos quiere dar vienen de Él.

En el sentido más profundo, la respuesta a nuestras oraciones es Cristo mismo. Cristo fue la respuesta de Dios a todos los ruegos de los santos antiguo testamentarios. En Él Dios ha venido a nosotros en forma humana, trayendo salvación.

Por medio de Él Dios siempre está con nosotros, para escuchar la oración del pecador y satisfacer los deseos de sus santos.

Cuando oramos, puede que la respuesta se demore.

Así como José habló ásperamente a sus hermanos, aunque la bondad y el amor estuvieron en su corazón todo el tiempo, igualmente, puede parecer que Dios cierra sus oídos por un momento, y pareciera que nos dejara luchar y clamar en vano; no obstante, estamos convencidos que su amor nunca cambia.

Dios no es como Baal o como el dios de Ecrón. Si se retrasa es porque lo consideró necesario. Eso es parte de su disciplina, es necesario para el pleno cumplimiento de sus propósitos.

También puede ser que Dios esté contestando nuestras oraciones de una manera diferente a lo que esperábamos. Somos débiles e ignorantes. Nuestras mentes están nubladas, nuestros corazones están confundidos.

Estamos acosados y angustiados por las cosas que más nos presionan. No somos jueces idóneos en cuanto a lo que es mejor. Confiemos en Dios. Él sabe lo que somos y lo que necesitamos.  Su camino siempre es el mejor.

Pablo estaba siendo presionado por el aguijón en la carne, por lo tanto, él clamó, en su desespero, tres veces, para que Dios se lo quitara. Pero Pablo estaba equivocado en su deseo. Dios había enviado el aguijón como un medio de prevención del pecado, para que no se exaltase debido a las revelaciones tan altas y profundas que había recibido, y el aguijón aún no había terminado la tarea.

Dios no hizo que el aguijón se fuera, pero hizo algo muchísimo mejor. Él le dijo: Bástate mi gracia. Por tal razón, Pablo luego clama “Por tanto, de buena gana me gloriaré más bien en mis debilidades, para que repose sobre mí el poder de Cristo” (2 Cor. 12:9).

La regla de Baxter es muy buena: “Como quieras, cuando quieras y donde quieras”.

Pero, muchas veces, más de las que pensamos, el Señor se complace en responder con prontitud.

Pedimos luz, y él da luz. Pedimos sabiduría, y nos la da de manera abundante. Pedimos perdón por nuestros pecados, y Él nos dice: “Tus pecados te son perdonados”. Anhelamos ayuda en los problemas, y él envía a sus ángeles para nuestro consuelo y liberación, aunque no nos demos cuenta.

Por lo tanto, siempre que oremos y pidamos algo al Señor, hagamos como David, demos gracias porque ha respondido nuestro clamor. Aunque aún no estemos viendo la respuesta, ni sintamos nada especial, alabemos la bondad del Señor porque escuchó nuestros ruegos y ha respondido, conforme a Su voluntad. Esto es fe.

La fe se fortalece, la esperanza se reaviva y el amor estalla en gozosos cantos de victoria.

Amigo, cuánto quisiera que tú pudieras orar de esta manera, y tener la confianza de que el Señor te ha escuchado. Pero primero debes ver hacia la Jerusalén celestial, debes mirar a Jesús, quien murió en la cruz del Calvario para reconciliar al hombre con Dios.

Si lo miras con fe, y confiesas ante él tus pecados, Él te salvará y te asegura que te librará de todos tus enemigos, en especial, del diablo, del pecado, de la carne.

No hay comentarios: