Salmo 28
Por amor de tu nombre: La súplica de
un pecador amparada en la bondad de Dios
Este sermón fue predicado por el hermano Julio C.
Benítez, quien es uno de los pastores de la Iglesia Bautista Reformada la
Gracia de Dios en Medellín, Colombia. Usted puede compartir este sermón con
otros a través de medios digitales e impresos, siempre y cuando no sea para la
venta, siempre reconociendo y dando los créditos respectivos a su autor.
Este breve salmo consta de cuatro
partes:
(1) una oración de socorro (v. 1, 2);
(2) una denuncia contra los impíos (v.
3-5); y
(3) una acción de gracias por la
ayuda brindada, o que con seguridad se dará (v. 6-7);
(4) Una petición profética a favor
del pueblo de Dios (v. 8-9)
No hay razón para dudar de la
afirmación del título, que es "un Salmo de David", pero
definitivamente no podemos asignarlo a ningún período particular de su vida.
Sería adecuado para casi cualquier ocasión en la que estuviera en peligro o
dificultad.
Y este salmo es adecuado como una
oración constante de aquellos hijos de Dios que sufren violencia o aflicción
por causa de los malos, por causa del pecado. Es una oración adecuada para
cuando nos sentimos lejos de Dios, cuando no tenemos sabiduría, cuando estamos
en cualquier clase de aflicción.
(1) una oración de socorro (v. 1, 2);
“A ti clamaré, oh Jehová. Roca
mía, no te desentiendas de mí, para que no sea yo, dejándome tú, semejante a
los que descienden al sepulcro” Salmos 28: 1.
Señor, porque tú eres Jehová, el que
eres en ti mismo, el siempre existente, el Soberano, el Todopoderoso, solo a ti
clamaré, a ti rogaré, a ti elevaré mi llanto, mi súplica, mi dolor. Por lo
tanto, Señor, no guardes silencio, no te hagas sordo a mi clamor.
Dios es la Roca del salmista, lo cual
recordaba a las dos grandes torres-fortalezas de Tiro y Petra, donde las
personas podían encontrar un refugio seguro.
Si mi Roca segura no me escucha, si
no viene a socorrerme, entonces descenderé a la fosa, seré sin esperanza.
“Oye la voz de mis ruegos cuando
clamo a ti, cuando alzo mis manos hacia tu santo templo” Salmos 28: 2.
La situación del salmista David es
tan crítica que eleva su voz en ruegos y gritos delante de Dios, orando, como
era costumbre de los judíos, levantando las manos hacia el Templo de Jerusalén.
Levantar las manos implicaba la
disposición para recibir la respuesta de parte de Dios, y también, que el
orante levantaba así su corazón ante Aquel que escucha la oración (Lam. 3:41).
Esto nos muestra que la oración es un
instinto del corazón. Vemos que cuando los hombres están pasando por una gran
angustia o necesidad lloran delante de otros hombres. Y cuando vemos a un
amigo, un hermano o un familiar en una gran necesidad o angustia somos movidos
a ayudarle.
Cuántas más cercanas sean nuestras
relaciones, más profundas serán nuestras obligaciones.
Un niño llorará delante de sus
padres, y sin importar cuál haya sido su conducta, estamos seguros de que los
padres harán lo que puedan por sus hijos. Con cuánta mayor razón y confianza
clamaremos a Dios. Él está siempre cerca. Él siempre escuchará y ayudará a los
que claman a Él.
(2) una denuncia contra los impíos
(v. 3-5)
“No me arrebates juntamente con los malos,
y con los que hacen iniquidad, los cuales hablan paz con sus prójimos, pero la
maldad está en su corazón” Salmos 28: 3.
Señor, no permitas que yo caiga en
los lazos y trampas de los malos, ni permitas que venga sobre mí el juicio que
enviarás sobre aquellos que practican las clases más extremas de maldad,
aquellos que hablan palabras de paz a sus prójimos, pero en realidad desean su
mal y les ponen trampas para que caigan.
Señor, líbrame de los malos, y
líbrame de que yo caiga en las mismas acciones de ellos.
“Dales conforme a su obra, y
conforme a la perversidad de sus hechos; dales su merecido conforme a la obra
de sus manos”. Salmos 28: 4.
El salmista presenta ante el Señor su
justa indignación y le ruega que les dé conforme a sus maldades y
perversidades. En nosotros está implantado el sentimiento natural de desear el
castigo de los impíos, así no nos hayan hecho daño a nosotros.
El salmista le pide a Dios que les dé
su merecido, literalmente, su desierto. Nada satisface nuestros sentimientos
morales sino la retribución exacta. David muestra aquí una naturaleza moral no
corrompida por el contacto con el mundo de su época.
Pero esta es una imprecación
profética, pues, un día, junto a nuestro Señor Jesús, veremos cómo la ira del
Cordero cae sobre los malos e incrédulos, y magnificaremos la justicia de Dios;
pero ahora, en la era del evangelio, oramos para que Dios los alcance con su
misericordia y los lleve al arrepentimiento y a la fe.
“Por cuanto no atendieron a los
hechos de Jehová, ni a la obra de sus manos, Él los derribará, y no los edificará”
Salmos 28: 5.
Estos impíos ni siquiera desean darse
cuenta de las obras providenciales de Dios. Si las contemplaran, se darían
cuenta que el juicio cae sobre los malvados, y al ver eso, temerían y se
abstendrían del mal. Pero no se dan cuenta, Dios no está en sus pensamientos.
Por esta negligencia y desprecio hacia él, Dios los destruirá y no los
edificará.
Casi en la mitad del salmo el tono
cambia de la súplica humilde al júbilo. La causa del cambio parece haber sido la
certeza confiada que surge del acto mismo de la oración, él tiene la confianza
de que la oración es escuchada y concedida, de modo que los felices resultados
por los que ora seguramente vendrán.
(3) una acción de gracias por la
ayuda brindada, o que con seguridad se dará (v.
6-9).
Ciertamente, no todos aquellos cuyas
súplicas son fervientes y devotas obtienen tal seguridad; pero David parece
haberlo disfrutado no pocas veces (ver arriba, Salmos 6: 8-10; Salmos 7:17,
etc.).
“Bendito sea Jehová, que oyó la
voz de mis ruegos” Salmos 28: 6
El salmista tiene la plena certeza, a
través de la fe, que la Roca de Israel ha escuchado su clamor, pues, lo que él
pide es conforme a su voluntad revelada. Dios le había prometido al salmista,
desde hacía mucho tiempo, que él sería librado de sus enemigos.
“Jehová es mi fortaleza y mi
escudo; en Él confió mi corazón, y fui ayudado, por lo que se gozó mi corazón,
y con mi cántico le alabaré” Salmos 28: 7
La oración en sí misma ya es una
ayuda muy grande, libera al alma de muchas cargas, pues, nos lleva a confiar en
Dios.
David oró y se sintió liberado del
peligro, pues, él sabe que Dios escucha y cuida a sus hijos. Por tal razón, el
corazón rebosa de alegría y está dispuesto a cantar cánticos de liberación y
acción de gracias por una liberación que aún no ha recibido.
(4) Una petición profética a favor
del pueblo de Dios (v. 8-9)
“Jehová es la fortaleza de su
pueblo, y el refugio salvador de su ungido. Salva a tu pueblo, y bendice a tu
heredad; y pastoréales y susténtales para siempre”.
Aquí encontramos otro aspecto de la
comunión de los santos. Todos los santos, tanto del Antiguo como del Nuevo
Testamento acudimos a Dios como nuestra fortaleza.
David no solo se goza en la
liberación que Dios le ha dado, sino en que Dios hace lo mismo con todo su
pueblo, con todos sus hijos, en todos los tiempos y lugares, en todas las
circunstancias.
Dios es la fuerza de todo su pueblo,
así como Jesucristo es “Señor de ellos y nuestro” (1 Cor. 1:2).
Por esa razón, el salmista hace una
oración profética en favor de todo el pueblo de Dios, oración que nos recuerda
la oración intercesora del verdadero David, de Jesucristo, la raíz de Isaí: Salva
a tu pueblo, y bendice a tu heredad; y pastoréales y susténtales para siempre.
La iglesia es el pueblo de Dios,
somos la heredad de Dios.
Por lo tanto, todos los días debemos
pedir salvación o liberación, que Dios dé la victoria a cada uno de sus hijos
sobre el pecado residual.
Y también pedimos que la bendición
del cielo esté sobre cada uno de sus hijos. Que Dios nos pastoree con su gracia
y nos sustente espiritualmente, y en todos los sentidos, pues, aún vivimos en
medio de este mundo malo con sus muchas tentaciones y aflicciones.
Conclusión y enseñanzas:
Hermanos, la oración es el medio
usual de Dios para ayudarnos y concedernos lo que Él nos quiere dar.
Aunque podemos compartir nuestras
cuitas, tristezas y preocupaciones con nuestros seres más allegados, no
obstante, nuestras constantes lágrimas y clamores se deben derramar delante del
Altísimo Señor, quien es también nuestro Padre.
En ocasiones los dolores y
aflicciones se multiplicarán, nuestros miedos magnificarán nuestros peligros.
Podremos estar temblando al borde del abismo, pero no nos desesperaremos, así
pareciera que Dios es sordo a nuestro clamor.
Bartimeo no recibió respuesta al
principio, pero volvió a llorar. La mujer sirofenicia pareció encontrar, al
principio, repulsión y rechazo departe del Señor, pero volvió a suplicar más
ardientemente.
Las hermanas de Betania se quedaron
tres días enteros en su aflicción, pero el Salvador vino a su debido tiempo,
trayendo luz, vida y gozo.
Aprendamos a orar y a esperar.
Daniel se consoló mirando hacia Jerusalén,
miremos a la Jerusalén de arriba, allí está Jesús, el Autor y consumador de
nuestra fe. Todos los bienes que Dios nos quiere dar vienen de Él.
En el sentido más profundo, la
respuesta a nuestras oraciones es Cristo mismo. Cristo fue la respuesta de Dios
a todos los ruegos de los santos antiguo testamentarios. En Él Dios ha venido a
nosotros en forma humana, trayendo salvación.
Por medio de Él Dios siempre está con
nosotros, para escuchar la oración del pecador y satisfacer los deseos de sus
santos.
Cuando oramos, puede que la respuesta
se demore.
Así como José habló ásperamente a sus
hermanos, aunque la bondad y el amor estuvieron en su corazón todo el tiempo, igualmente,
puede parecer que Dios cierra sus oídos por un momento, y pareciera que nos
dejara luchar y clamar en vano; no obstante, estamos convencidos que su amor
nunca cambia.
Dios no es como Baal o como el dios
de Ecrón. Si se retrasa es porque lo consideró necesario. Eso es parte de su
disciplina, es necesario para el pleno cumplimiento de sus propósitos.
También puede ser que Dios esté
contestando nuestras oraciones de una manera diferente a lo que esperábamos.
Somos débiles e ignorantes. Nuestras mentes están nubladas, nuestros corazones
están confundidos.
Estamos acosados y angustiados por
las cosas que más nos presionan. No somos jueces idóneos en cuanto a lo que es
mejor. Confiemos en Dios. Él sabe lo que somos y lo que necesitamos. Su camino siempre es el mejor.
Pablo estaba siendo presionado por el
aguijón en la carne, por lo tanto, él clamó, en su desespero, tres veces, para
que Dios se lo quitara. Pero Pablo estaba equivocado en su deseo. Dios había
enviado el aguijón como un medio de prevención del pecado, para que no se
exaltase debido a las revelaciones tan altas y profundas que había recibido, y
el aguijón aún no había terminado la tarea.
Dios no hizo que el aguijón se fuera,
pero hizo algo muchísimo mejor. Él le dijo: Bástate mi gracia. Por tal razón,
Pablo luego clama “Por tanto, de buena gana me gloriaré más bien en mis
debilidades, para que repose sobre mí el poder de Cristo” (2 Cor. 12:9).
La regla de Baxter es muy buena:
“Como quieras, cuando quieras y donde quieras”.
Pero, muchas veces, más de las que
pensamos, el Señor se complace en responder con prontitud.
Pedimos luz, y él da luz. Pedimos
sabiduría, y nos la da de manera abundante. Pedimos perdón por nuestros
pecados, y Él nos dice: “Tus pecados te son perdonados”. Anhelamos ayuda en los
problemas, y él envía a sus ángeles para nuestro consuelo y liberación, aunque
no nos demos cuenta.
Por lo tanto, siempre que oremos y
pidamos algo al Señor, hagamos como David, demos gracias porque ha respondido
nuestro clamor. Aunque aún no estemos viendo la respuesta, ni sintamos nada
especial, alabemos la bondad del Señor porque escuchó nuestros ruegos y ha
respondido, conforme a Su voluntad. Esto es fe.
La fe se fortalece, la esperanza se
reaviva y el amor estalla en gozosos cantos de victoria.
Amigo, cuánto quisiera que tú
pudieras orar de esta manera, y tener la confianza de que el Señor te ha
escuchado. Pero primero debes ver hacia la Jerusalén celestial, debes mirar a
Jesús, quien murió en la cruz del Calvario para reconciliar al hombre con Dios.
Si lo miras con fe, y confiesas ante
él tus pecados, Él te salvará y te asegura que te librará de todos tus
enemigos, en especial, del diablo, del pecado, de la carne.
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