Salmo 25
Por amor de tu nombre: La súplica de
un pecador amparada en la bondad de Dios
Este sermón fue predicado por el hermano Julio C.
Benítez, quien es uno de los pastores de la Iglesia Bautista Reformada la
Gracia de Dios en Medellín, Colombia. Usted puede compartir este sermón con
otros a través de medios digitales e impresos, siempre y cuando no sea para la
venta, siempre reconociendo y dando los créditos respectivos a su autor.
Este es uno de los salmos llamados alfabéticos
o acrósticos, ya que cada grupo de dos líneas (con algunas excepciones), en
hebreo, comienza por una de las letras del alefato, en orden consecutivo, desde
la primera letra, Alef, hasta la letra Tau.
Este salmo nos regresa al Salmo 1,
pues, nos muestra que necesitamos de la ayuda divina para seguir el camino
correcto, este camino que ya ha sido ilustrado en los salmos 15 al 24; y
también nos muestra cómo recibir la bendición de Dios.
El ruego del salmista en este salmo
es, primariamente, conocer cómo se vive una vida piadosa, más que los detalles
del futuro respecto a las circunstancias particulares que estaba viviendo.
El autor de este salmo, muy
probablemente, es un David ya anciano, como parecen sugerir los versos 7,
16-17.
Este salmo está lleno de afectos
devotos hacia Dios, el alma se derrama en oración amorosa hacia el único Dios
verdadero en quien el salmista confía, quien le enseña el verdadero camino de
la rectitud y la justicia, quien perdona misericordiosamente sus pecados, quien
lo libra de la aflicción y la soledad.
Realmente este salmo es un
instructivo de cómo debemos orar los creyentes, cuál debe ser el contenido
principal de nuestras oraciones.
Hoy estaremos viendo: La oración de
una persona piadosa
1. Qué es orar (v. 1, 15)
2. Las principales peticiones de la
oración (v. 4, 5, 6, 7, 16, 17, 18, 20, 21, 12)
3. A qué apelamos en nuestras
oraciones (v. 2, 3, 5, 17, 19, 20, 21)
4. Gloriosas promesas que nos
estimulan a orar (v. 8, 9, 10, 12, 13, 14)
1. Qué es orar (v. 1, 15)
“A ti, Oh Jehová, levantaré mi
alma… Mis ojos están siempre hacia Jehová, porque él sacará mis pies de la red”
Orar, según el salmista, es expresar
delante de Dios el deseo y la dependencia que tenemos de Él.
A ti levantaré mi alma, no se trata de mover a Dios, sino
de movernos a nosotros mismos hacia Dios.
Cuando oramos y adoramos al único
Dios verdadero levantamos nuestros corazones hacia él.
Levantamos nuestros ojos, nuestra
mirada, nuestra dependencia hacia él, por medio de la fe; por lo tanto, el
salmista sabe que Dios lo librará pronto de la red que lo atormenta.
2. Las principales peticiones de la
oración (v. 2, 4, 5, 6, 7, 16, 17, 18, 20, 21, 12)
Primero, que Dios lo guarde de sus
enemigos, que lo proteja de sus adversarios (v. 2). Siendo que Dios es el Buen
pastor que cuida a los suyos, él pide que Dios le prepare una mesa de regocijo
y lo colme de salvación, de tal manera que los enemigos no se alegren de él.
Segundo, que Dios lo dirija en el
camino del deber: “Muéstrame, oh Jehová, tus caminos; enséñame tus sendas.
Encamíname en tu verdad, y enséñame, porque tú eres el Dios de mi salvación”
(v. 4-5).
No es fácil, en algunas ocasiones,
conocer la senda por la cual debemos ir, pero podemos acudir a Dios, a través
de la oración, para que él nos ilumine, para que él nos muestre el camino
correcto.
Él es luz, su Palabra es lámpara, por
lo tanto, solo en Él encontraremos el camino correcto, la decisión correcta.
El salmista no pide conocer los
misterios insondables de la doctrina bíblica, ni las complejidades minuciosas
de la escatología, sino que lo instruya en sus caminos. Que Dios le muestre el
camino o la forma como él viene a su santo, y cómo su santo puede llegar todos
los días a Él.
Jehová tiene un cayado y tiene una
vara, la cual habla de corrección y guía. Él nos conduce a buenos pastos, por
lo tanto, todos los días le pedimos que nos guíe.
Este pasaje resalta que cuando
tenemos dudas de qué camino tomar, por cuál decisión irnos, entonces clamamos a
él para que nos dé claridad al respecto.
Tercero, que Dios se olvide de sus
pecados y que siempre recuerde su misericordia: “Acuérdate, oh Jehová, de
tus piedades y de tus misericordias, que son perpetuas. De los pecados de mi
juventud, y de mis rebeliones, no te acuerdes” (v. 6-7).
Si Dios tiene presente nuestras
iniquidades, seremos destruidos, pero si Dios siempre recuerda su misericordia
siempre gozaremos de su favor.
El salmista habla de los pecados de
su juventud, pues, en esta etapa somos proclives a ceder a muchos males. Es por
esa razón que el salmista acudía a la Palabra como una lámpara que lo libraba
de caer en los tropiezos del mal, y esta le aumentaba el temor necesario para
evitar muchos pecados.
Todos los días debemos pedir: “Perdónanos
nuestras deudas, así como perdonamos a nuestros deudores” (Mt. 6:12), pues,
acumulamos muchos pecados que reclaman la justicia y la ira divina; pero cuando
estamos en Cristo, estos pecados nos causan gran aflicción, son esos grandes
enemigos por los cuales el salmista oraba que no fuera avergonzando.
Por lo tanto, el salmista, en esta
petición particular, acude las piedades del Señor, a sus infinitas
misericordias y a su gran bondad. No hay otro camino para obtener la limpieza.
El salmista, aunque probablemente ya
era un anciano, no puede soportar en su conciencia los pecados, por eso ruega
una y otra vez que le sean perdonados, borrados y olvidados. En el 11, acude al amor del Señor (amor que
se manifestó en la cruz) para que perdone su pecado, el cual, dice él es muy
grande, es muy malo, es muy grave. De allí que los puritanos hablaran de la
excesiva pecaminosidad del pecado.
Y luego en el 18 rogará: perdona
todos mis pecados. Que no quede ninguno sin perdonar, sin borrar, sin
limpiar.
Cuarto, que Dios lo saque de sus
aflicciones y angustias: “Mírame, y ten misericordia de mí, porque estoy
solo y afligido. Las angustias de mi corazón se han aumentado; sácame de mis
congojas. Mira mi aflicción y mi trabajo, y perdona todos mis pecados. Mira mis
enemigos, cómo se han multiplicado, y con odio violento me aborrecen” (v. 16-19).
Es lícito orar al Señor que nos
libere de las angustias, de las aflicciones, de las congojas, de la soledad y
del odio de los malos que lo aborrecen.
En muchas ocasiones el creyente
experimenta momentos de soledad, de turbación y aflicción. Oramos al Buen
Pastor quien está al tanto de todas nuestras angustias. Aunque él está a
nuestro lado siempre, cuando oramos pidiendo su compañía y fortaleza, la
experimentamos aún con mayor fuerza.
Quinto, que Dios guarde su alma
conservándolo en integridad y rectitud “Guarda mi alma y líbrame; no sea yo
avergonzado, porque en ti confié. Integridad y rectitud me guarden, porque en
ti he esperado” (v. 20-21). Hemos aprendido que si Dios lo está haciendo en
nuestras vidas, es nuestra responsabilidad hacerlo también.
Por lo tanto, sino quiero ser
avergonzando por mis enemigos, por el diablo; entonces, debo andar en
integridad y rectitud. Estas dos virtudes me guardarán de ceder al mal, y de
ser objeto de burla de parte del incrédulo.
Sexto, que Dios rescate a su pueblo
de todas sus angustias, no solo a mí, sino a todo Israel: “Redime, oh Dios,
a Israel de todas sus angustias” (v. 22). No se trata del Israel étnico, sino
del verdadero Israel, del espiritual, de todos los que han sido redimidos por
el Mesías, los que están bajo la autoridad y el gobierno del verdadero David,
del verdadero Rey eterno.
No somos los únicos que pasamos por
afrentas, aflicciones, soledades, angustias y pecados. Nuestros hermanos
también están en las mismas luchas. Oremos por ellos.
3. A qué apelamos en nuestras
oraciones (v. 2, 3, 5, 8, 17, 19)
Primero, a la fidelidad del Señor, la
cual nos lleva a confiar totalmente en él, a descansar en él, a esperar en él:
“Ciertamente ninguno de cuantos esperan en ti será confundido; serán
avergonzados los que se revelan sin causa” (v. 2-3).
La historia del pueblo de Dios tiene
pruebas fehacientes de que los que confían él nunca son real y finalmente
avergonzados.
Segundo, él apela al Dios de
salvación, esa es su especialidad: salvar, librar, fortalecer, rescatar,
redimir: “Porque tú eres el Dios de mi salvación; en ti he esperado todo el
día” (v. 5b).
Por eso los santos esperan en él, en
su respuesta, en su misericordia todo el día, no nos cansamos de hacer eso,
pues, a su tiempo veremos su gran salvación. Por eso en el 17 le dice: sácame
de mis congojas. Y en el 19 le pide que mire cómo se han
multiplicado sus enemigos.
Dios tiene el poder para mirar con su
ira sobre los adversarios, y para rescatar con su poder al creyente de todas
sus aflicciones.
Tercero, apelamos a su bondad y
rectitud: “Bueno y recto es Jehová” (v. 8).
Porque él es bueno y recto cumple con
las promesas de su pacto, y sus promesas incluyen nuestra completa salvación.
Su bondad le lleva siempre a hacernos
el bien y, aunque en ocasiones no comprendemos por qué nos vienen ciertas
clases de sufrimientos y adversidades, porque él es bueno tenemos la certeza
que todas esas cosas obrarán para nuestro máximo bien.
4. Gloriosas promesas que nos
estimulan a orar (v. 8, 9, 10, 12, 13, 14, 15)
Entre los versos 8 al 15 el salmista
medita en las muchas promesas que la Palabra contiene, las cuales son el mejor
fundamento de la oración, pues, no sólo nos indican qué hemos de pedir, sino
que, en sí mismas ya son una respuesta presente a la oración, lo cual nos debe
llevar a creer que la plegaria será escuchada, puesto que la promesa divina
siempre se cumplirá.
Por lo tanto, nuestras oraciones
siempre deben estar fundamentadas en las claras promesas que contiene la
Palabra, pues, si pedimos conforme a nuestros caprichos o deseos personales, es
muy probable que no recibamos respuesta alguna.
Por eso 1 Jn. 5:14-15 dice: “Y
esta es la confianza que tenemos en él, que si pedimos alguna cosa conforme a
su voluntad, él nos oye. Y si sabemos que él nos oye en cualquiera cosa que le
pidamos, sabemos que tenemos las peticiones que le hayamos hecho”. Y,
Santiago 4:3 afirma: “Pedís, y no recibís, porque pedís mal, para gastar en
vuestros deleites”.
Estas promesas son hechas para los
que, aunque fueron grandes pecadores, ahora han confiado en el Señor, guardan
su Palabra, son pastoreados por Él, aborrecen el pecado en sus vidas; y,
aunque, conforme a la debilidad congénita, quebranten alguna vez los mandatos
divinos; se arrepienten con sinceridad y trabajan para andar en santidad,
manteniéndose fieles al pacto sagrado.
Estas promesas son para aquellos que,
como dice en el verso 12: “Temen a Jehová”.
¿Con base en qué sabemos que las
promesas de Dios se cumplirán?
Primero, debido a las perfecciones de
la naturaleza divina, sus atributos. La calidad de la promesa depende del
carácter de quien la hace. De allí que el salmista empiece esta sección
afirmando: Bueno y recto es Jehová. Él es tan bueno como lo es su
Palabra.
Además, todas las promesas del Señor
están en armonía con lo que él es, y siendo que todas las sendas de Jehová
son misericordia y verdad, entonces sus promesas son seguras para mí.
¿Cuáles son las promesas que me
llevan a pedir conforme David nos enseñó en el primer punto?
Primero, que Dios instruirá y
dirigirá a los pecadores en el camino del deber. Esta fue la petición en el v.
4: “Muéstrame, Oh Jehová, tus caminos; enséñame tus sendas”; y ahora su
oración se confirma por la promesa: “Bueno y recto es Jehová; por tanto, él
enseñará a los pecadores el camino. Encaminará a los humildes por el juicio, y
enseñará a los mansos su carrera” (v. 8-9).
Los pecadores necesitan instrucción,
y Dios se las da a través del Evangelio y la Palabra.
Él envía su Espíritu para instruir a
todo aquel que clama a Dios por misericordia. Él le enseñará, a través de la
iglesia, el camino de la reconciliación, el camino de la vida eterna, a
Jesucristo.
Segundo, Dios encaminará a los
humildes, a los que desconfían de sí mismos y de las cosas terrenas, a los que
tienen corazón de pobre (Mt. 5:3), a los que solo depende de Él, a los que
reconocen que la única guía segura es la Palabra de Dios, su ley; por lo tanto,
él los guiará por el juicio, por la senda de la obediencia.
Tercero, Al hombre que teme a
Jehová, Él le enseñará el camino que ha de escoger (v. 12). El pecador que
es enseñado por Dios, y encuentra en Cristo su justificación, este hombre que
ora pidiendo la guía divina, andará conforme a Su Palabra; por tanto, este
santo siempre escogerá el camino que Dios ha escogido. Ya que “los dos caminos
se juntan, puesto que el que teme a Dios, escoge lo que a Dios le agrada”[1].
Cuarto, Dios facilitará el camino. “Gozará
él de bienestar, y su descendencia heredará la tierra” (v. 13). El santo
que es guiado y enseñado por la Palabra de Dios, cada vez será más manso, y la
promesa que el Señor dio para ellos es que recibirán la tierra por heredad
(Mt. 5:5).
Dios hará su yugo más cómodo, y
más ligera su carga (Mt. 11:30). Además, sus descendientes serán altamente
beneficiados por las oraciones y ruegos de sus progenitores, incluso cuando ya
no estén en esta tierra.
Quinto, Dios admitirá a los que son
instruidos por Él en lo íntimo de su comunión: “La comunión íntima de Jehová
es con los que le temen, y a ellos hará conocer su pacto” (v. 14). Los que
confían así en el Señor y dependen de su Palabra y de su Espíritu estarán en el
secreto de Dios. Ellos son guiados por el ES, quien penetra hasta las
profundidades de Dios (1 Cor. 2:10).
Aplicaciones:
Aunque no sabemos cuál es la ocasión
exacta en la cual David escribió este salmo, es cierto que fue en un momento en
el cual los enemigos se habían levantado contra él, ya en una edad bastante
madura.
Por lo tanto, David examina su
corazón y encuentra que algunos pecados de su juventud pueden estar
relacionados con esta actitud malvada de sus adversarios. De manera que la
solución para ello es confesar y buscar el perdón divino.
Nuestros pecados pueden ser ocasión
para que los enemigos del Evangelio se levanten aún con más furia. No dejemos
de orar, con sinceridad, dolor y aflicción, pidiendo el diario perdón de los
pecados.
Esto significa que todos los días
acudimos al bueno, al justo, al recto, a Jesús de Nazaret, al Cordero de Dios,
quien sufrió la ira del Padre y ganó para nosotros la eterna redención.
Confesar los pecados y recibir el perdón significa mirar la gracia de Dios en Jesús
diariamente.
Pero el verdadero arrepentimiento
está relacionado con el abandono del pecado y el caminar en santidad. De manera
que la siguiente petición constante debe ser: Señor, ayúdame a comprender el
sentido profundo y extenso de tu palabra en torno a mi caminar santo en medio
de este mundo malo.
Señor, guíame, encamíname y ayúdame
para que, a partir de este momento, en el cual he conocido y comprendido tu
voluntad revelada en la Palabra, tus mandatos y leyes, pueda andar el resto de
mi vida conforme a ella.
No se trata tanto de aprender mucho,
sino de aprender y obedecer, pues, Santiago 1:23-25 dice: “Pero sed hacedores
de la Palabra, y no tan solamente oidores, engañándoos a vosotros mismos.
Porque si alguno es oidor de la palabra pero no hacedor de ella, éste es
semejante al hombre que considera en un espejo su rostro natural. Porque él se
considera a sí mismo, y se va, y luego olvida cómo era. Mas el que mira
atentamente en la perfecta ley, la de la libertad, y persevera en ella, no
siendo oidor olvidadizo, sino hacedor de la obra, éste será bienaventurado en
lo que hace”.
Hermanos, para orar eficazmente
requerimos un ejercicio teológico, es decir, necesitamos conocer quién es Dios
y qué ha prometido él para nosotros. Que la lectura de la Palabra y la
comprensión de la doctrina sean un ejercicio constante que nos conduzca a caer
de rodillas delante del Sublime y Excelso Señor; y que el conocimiento de sus
perfecciones o atributos sean motivos férreos para tener momentos de comunión y
oración íntima con nuestro bendito Señor.
Amigo, qué palabra de consuelo
encontramos en este salmo. El Señor enseña a los pecadores el camino de la
salvación. Amigo, ruega con sinceridad a Dios para que te guíe a Jesús, al
arrepentimiento, Él lo hará y a partir de ese momento, disfrutarás para siempre
de la comunión íntima con tu Señor.
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