viernes, 24 de junio de 2022

Salmo 25

 

Salmo 25

Por amor de tu nombre: La súplica de un pecador amparada en la bondad de Dios

Este sermón fue predicado por el hermano Julio C. Benítez, quien es uno de los pastores de la Iglesia Bautista Reformada la Gracia de Dios en Medellín, Colombia. Usted puede compartir este sermón con otros a través de medios digitales e impresos, siempre y cuando no sea para la venta, siempre reconociendo y dando los créditos respectivos a su autor.

Este es uno de los salmos llamados alfabéticos o acrósticos, ya que cada grupo de dos líneas (con algunas excepciones), en hebreo, comienza por una de las letras del alefato, en orden consecutivo, desde la primera letra, Alef, hasta la letra Tau.

Este salmo nos regresa al Salmo 1, pues, nos muestra que necesitamos de la ayuda divina para seguir el camino correcto, este camino que ya ha sido ilustrado en los salmos 15 al 24; y también nos muestra cómo recibir la bendición de Dios.

El ruego del salmista en este salmo es, primariamente, conocer cómo se vive una vida piadosa, más que los detalles del futuro respecto a las circunstancias particulares que estaba viviendo.

El autor de este salmo, muy probablemente, es un David ya anciano, como parecen sugerir los versos 7, 16-17.

Este salmo está lleno de afectos devotos hacia Dios, el alma se derrama en oración amorosa hacia el único Dios verdadero en quien el salmista confía, quien le enseña el verdadero camino de la rectitud y la justicia, quien perdona misericordiosamente sus pecados, quien lo libra de la aflicción y la soledad.

Realmente este salmo es un instructivo de cómo debemos orar los creyentes, cuál debe ser el contenido principal de nuestras oraciones.

Hoy estaremos viendo: La oración de una persona piadosa

1. Qué es orar (v. 1, 15)

2. Las principales peticiones de la oración (v. 4, 5, 6, 7, 16, 17, 18, 20, 21, 12)

3. A qué apelamos en nuestras oraciones (v. 2, 3, 5, 17, 19, 20, 21)

4. Gloriosas promesas que nos estimulan a orar (v. 8, 9, 10, 12, 13, 14)

1. Qué es orar (v. 1, 15)

A ti, Oh Jehová, levantaré mi alma… Mis ojos están siempre hacia Jehová, porque él sacará mis pies de la red

Orar, según el salmista, es expresar delante de Dios el deseo y la dependencia que tenemos de Él.

A ti levantaré mi alma, no se trata de mover a Dios, sino de movernos a nosotros mismos hacia Dios.

Cuando oramos y adoramos al único Dios verdadero levantamos nuestros corazones hacia él.

Levantamos nuestros ojos, nuestra mirada, nuestra dependencia hacia él, por medio de la fe; por lo tanto, el salmista sabe que Dios lo librará pronto de la red que lo atormenta.

2. Las principales peticiones de la oración (v. 2, 4, 5, 6, 7, 16, 17, 18, 20, 21, 12)

Primero, que Dios lo guarde de sus enemigos, que lo proteja de sus adversarios (v. 2). Siendo que Dios es el Buen pastor que cuida a los suyos, él pide que Dios le prepare una mesa de regocijo y lo colme de salvación, de tal manera que los enemigos no se alegren de él.

Segundo, que Dios lo dirija en el camino del deber: “Muéstrame, oh Jehová, tus caminos; enséñame tus sendas. Encamíname en tu verdad, y enséñame, porque tú eres el Dios de mi salvación” (v. 4-5).

No es fácil, en algunas ocasiones, conocer la senda por la cual debemos ir, pero podemos acudir a Dios, a través de la oración, para que él nos ilumine, para que él nos muestre el camino correcto.

Él es luz, su Palabra es lámpara, por lo tanto, solo en Él encontraremos el camino correcto, la decisión correcta.

El salmista no pide conocer los misterios insondables de la doctrina bíblica, ni las complejidades minuciosas de la escatología, sino que lo instruya en sus caminos. Que Dios le muestre el camino o la forma como él viene a su santo, y cómo su santo puede llegar todos los días a Él.

Jehová tiene un cayado y tiene una vara, la cual habla de corrección y guía. Él nos conduce a buenos pastos, por lo tanto, todos los días le pedimos que nos guíe.

Este pasaje resalta que cuando tenemos dudas de qué camino tomar, por cuál decisión irnos, entonces clamamos a él para que nos dé claridad al respecto.

Tercero, que Dios se olvide de sus pecados y que siempre recuerde su misericordia: “Acuérdate, oh Jehová, de tus piedades y de tus misericordias, que son perpetuas. De los pecados de mi juventud, y de mis rebeliones, no te acuerdes” (v. 6-7).

Si Dios tiene presente nuestras iniquidades, seremos destruidos, pero si Dios siempre recuerda su misericordia siempre gozaremos de su favor.

El salmista habla de los pecados de su juventud, pues, en esta etapa somos proclives a ceder a muchos males. Es por esa razón que el salmista acudía a la Palabra como una lámpara que lo libraba de caer en los tropiezos del mal, y esta le aumentaba el temor necesario para evitar muchos pecados.

Todos los días debemos pedir: “Perdónanos nuestras deudas, así como perdonamos a nuestros deudores” (Mt. 6:12), pues, acumulamos muchos pecados que reclaman la justicia y la ira divina; pero cuando estamos en Cristo, estos pecados nos causan gran aflicción, son esos grandes enemigos por los cuales el salmista oraba que no fuera avergonzando.

Por lo tanto, el salmista, en esta petición particular, acude las piedades del Señor, a sus infinitas misericordias y a su gran bondad. No hay otro camino para obtener la limpieza.

El salmista, aunque probablemente ya era un anciano, no puede soportar en su conciencia los pecados, por eso ruega una y otra vez que le sean perdonados, borrados y olvidados.  En el 11, acude al amor del Señor (amor que se manifestó en la cruz) para que perdone su pecado, el cual, dice él es muy grande, es muy malo, es muy grave. De allí que los puritanos hablaran de la excesiva pecaminosidad del pecado.

Y luego en el 18 rogará: perdona todos mis pecados. Que no quede ninguno sin perdonar, sin borrar, sin limpiar.

Cuarto, que Dios lo saque de sus aflicciones y angustias: “Mírame, y ten misericordia de mí, porque estoy solo y afligido. Las angustias de mi corazón se han aumentado; sácame de mis congojas. Mira mi aflicción y mi trabajo, y perdona todos mis pecados. Mira mis enemigos, cómo se han multiplicado, y con odio violento me aborrecen” (v. 16-19).

Es lícito orar al Señor que nos libere de las angustias, de las aflicciones, de las congojas, de la soledad y del odio de los malos que lo aborrecen.

En muchas ocasiones el creyente experimenta momentos de soledad, de turbación y aflicción. Oramos al Buen Pastor quien está al tanto de todas nuestras angustias. Aunque él está a nuestro lado siempre, cuando oramos pidiendo su compañía y fortaleza, la experimentamos aún con mayor fuerza.

Quinto, que Dios guarde su alma conservándolo en integridad y rectitud “Guarda mi alma y líbrame; no sea yo avergonzado, porque en ti confié. Integridad y rectitud me guarden, porque en ti he esperado” (v. 20-21). Hemos aprendido que si Dios lo está haciendo en nuestras vidas, es nuestra responsabilidad hacerlo también.

Por lo tanto, sino quiero ser avergonzando por mis enemigos, por el diablo; entonces, debo andar en integridad y rectitud. Estas dos virtudes me guardarán de ceder al mal, y de ser objeto de burla de parte del incrédulo.

Sexto, que Dios rescate a su pueblo de todas sus angustias, no solo a mí, sino a todo Israel: “Redime, oh Dios, a Israel de todas sus angustias” (v. 22). No se trata del Israel étnico, sino del verdadero Israel, del espiritual, de todos los que han sido redimidos por el Mesías, los que están bajo la autoridad y el gobierno del verdadero David, del verdadero Rey eterno.

No somos los únicos que pasamos por afrentas, aflicciones, soledades, angustias y pecados. Nuestros hermanos también están en las mismas luchas. Oremos por ellos.

3. A qué apelamos en nuestras oraciones (v. 2, 3, 5, 8, 17, 19)

Primero, a la fidelidad del Señor, la cual nos lleva a confiar totalmente en él, a descansar en él, a esperar en él: “Ciertamente ninguno de cuantos esperan en ti será confundido; serán avergonzados los que se revelan sin causa” (v. 2-3).

La historia del pueblo de Dios tiene pruebas fehacientes de que los que confían él nunca son real y finalmente avergonzados.

Segundo, él apela al Dios de salvación, esa es su especialidad: salvar, librar, fortalecer, rescatar, redimir: “Porque tú eres el Dios de mi salvación; en ti he esperado todo el día” (v. 5b).

Por eso los santos esperan en él, en su respuesta, en su misericordia todo el día, no nos cansamos de hacer eso, pues, a su tiempo veremos su gran salvación. Por eso en el 17 le dice: sácame de mis congojas. Y en el 19 le pide que mire cómo se han multiplicado sus enemigos.

Dios tiene el poder para mirar con su ira sobre los adversarios, y para rescatar con su poder al creyente de todas sus aflicciones.

Tercero, apelamos a su bondad y rectitud: “Bueno y recto es Jehová” (v. 8).

Porque él es bueno y recto cumple con las promesas de su pacto, y sus promesas incluyen nuestra completa salvación.

Su bondad le lleva siempre a hacernos el bien y, aunque en ocasiones no comprendemos por qué nos vienen ciertas clases de sufrimientos y adversidades, porque él es bueno tenemos la certeza que todas esas cosas obrarán para nuestro máximo bien.

4. Gloriosas promesas que nos estimulan a orar (v. 8, 9, 10, 12, 13, 14, 15)

Entre los versos 8 al 15 el salmista medita en las muchas promesas que la Palabra contiene, las cuales son el mejor fundamento de la oración, pues, no sólo nos indican qué hemos de pedir, sino que, en sí mismas ya son una respuesta presente a la oración, lo cual nos debe llevar a creer que la plegaria será escuchada, puesto que la promesa divina siempre se cumplirá.

Por lo tanto, nuestras oraciones siempre deben estar fundamentadas en las claras promesas que contiene la Palabra, pues, si pedimos conforme a nuestros caprichos o deseos personales, es muy probable que no recibamos respuesta alguna.

Por eso 1 Jn. 5:14-15 dice: “Y esta es la confianza que tenemos en él, que si pedimos alguna cosa conforme a su voluntad, él nos oye. Y si sabemos que él nos oye en cualquiera cosa que le pidamos, sabemos que tenemos las peticiones que le hayamos hecho”. Y, Santiago 4:3 afirma: “Pedís, y no recibís, porque pedís mal, para gastar en vuestros deleites”.

Estas promesas son hechas para los que, aunque fueron grandes pecadores, ahora han confiado en el Señor, guardan su Palabra, son pastoreados por Él, aborrecen el pecado en sus vidas; y, aunque, conforme a la debilidad congénita, quebranten alguna vez los mandatos divinos; se arrepienten con sinceridad y trabajan para andar en santidad, manteniéndose fieles al pacto sagrado.

Estas promesas son para aquellos que, como dice en el verso 12: “Temen a Jehová”.

¿Con base en qué sabemos que las promesas de Dios se cumplirán?

Primero, debido a las perfecciones de la naturaleza divina, sus atributos. La calidad de la promesa depende del carácter de quien la hace. De allí que el salmista empiece esta sección afirmando: Bueno y recto es Jehová. Él es tan bueno como lo es su Palabra.

Además, todas las promesas del Señor están en armonía con lo que él es, y siendo que todas las sendas de Jehová son misericordia y verdad, entonces sus promesas son seguras para mí.

¿Cuáles son las promesas que me llevan a pedir conforme David nos enseñó en el primer punto?

Primero, que Dios instruirá y dirigirá a los pecadores en el camino del deber. Esta fue la petición en el v. 4: “Muéstrame, Oh Jehová, tus caminos; enséñame tus sendas”; y ahora su oración se confirma por la promesa: “Bueno y recto es Jehová; por tanto, él enseñará a los pecadores el camino. Encaminará a los humildes por el juicio, y enseñará a los mansos su carrera” (v. 8-9).

Los pecadores necesitan instrucción, y Dios se las da a través del Evangelio y la Palabra.

Él envía su Espíritu para instruir a todo aquel que clama a Dios por misericordia. Él le enseñará, a través de la iglesia, el camino de la reconciliación, el camino de la vida eterna, a Jesucristo.

Segundo, Dios encaminará a los humildes, a los que desconfían de sí mismos y de las cosas terrenas, a los que tienen corazón de pobre (Mt. 5:3), a los que solo depende de Él, a los que reconocen que la única guía segura es la Palabra de Dios, su ley; por lo tanto, él los guiará por el juicio, por la senda de la obediencia.

Tercero, Al hombre que teme a Jehová, Él le enseñará el camino que ha de escoger (v. 12). El pecador que es enseñado por Dios, y encuentra en Cristo su justificación, este hombre que ora pidiendo la guía divina, andará conforme a Su Palabra; por tanto, este santo siempre escogerá el camino que Dios ha escogido. Ya que “los dos caminos se juntan, puesto que el que teme a Dios, escoge lo que a Dios le agrada”[1].

Cuarto, Dios facilitará el camino. “Gozará él de bienestar, y su descendencia heredará la tierra” (v. 13). El santo que es guiado y enseñado por la Palabra de Dios, cada vez será más manso, y la promesa que el Señor dio para ellos es que recibirán la tierra por heredad (Mt. 5:5).

Dios hará su yugo más cómodo, y más ligera su carga (Mt. 11:30). Además, sus descendientes serán altamente beneficiados por las oraciones y ruegos de sus progenitores, incluso cuando ya no estén en esta tierra.

Quinto, Dios admitirá a los que son instruidos por Él en lo íntimo de su comunión: “La comunión íntima de Jehová es con los que le temen, y a ellos hará conocer su pacto” (v. 14). Los que confían así en el Señor y dependen de su Palabra y de su Espíritu estarán en el secreto de Dios. Ellos son guiados por el ES, quien penetra hasta las profundidades de Dios (1 Cor. 2:10).

Aplicaciones:

Aunque no sabemos cuál es la ocasión exacta en la cual David escribió este salmo, es cierto que fue en un momento en el cual los enemigos se habían levantado contra él, ya en una edad bastante madura.

Por lo tanto, David examina su corazón y encuentra que algunos pecados de su juventud pueden estar relacionados con esta actitud malvada de sus adversarios. De manera que la solución para ello es confesar y buscar el perdón divino.

Nuestros pecados pueden ser ocasión para que los enemigos del Evangelio se levanten aún con más furia. No dejemos de orar, con sinceridad, dolor y aflicción, pidiendo el diario perdón de los pecados.

Esto significa que todos los días acudimos al bueno, al justo, al recto, a Jesús de Nazaret, al Cordero de Dios, quien sufrió la ira del Padre y ganó para nosotros la eterna redención. Confesar los pecados y recibir el perdón significa mirar la gracia de Dios en Jesús diariamente.

Pero el verdadero arrepentimiento está relacionado con el abandono del pecado y el caminar en santidad. De manera que la siguiente petición constante debe ser: Señor, ayúdame a comprender el sentido profundo y extenso de tu palabra en torno a mi caminar santo en medio de este mundo malo.

Señor, guíame, encamíname y ayúdame para que, a partir de este momento, en el cual he conocido y comprendido tu voluntad revelada en la Palabra, tus mandatos y leyes, pueda andar el resto de mi vida conforme a ella.

No se trata tanto de aprender mucho, sino de aprender y obedecer, pues, Santiago 1:23-25 dice: “Pero sed hacedores de la Palabra, y no tan solamente oidores, engañándoos a vosotros mismos. Porque si alguno es oidor de la palabra pero no hacedor de ella, éste es semejante al hombre que considera en un espejo su rostro natural. Porque él se considera a sí mismo, y se va, y luego olvida cómo era. Mas el que mira atentamente en la perfecta ley, la de la libertad, y persevera en ella, no siendo oidor olvidadizo, sino hacedor de la obra, éste será bienaventurado en lo que hace”.

Hermanos, para orar eficazmente requerimos un ejercicio teológico, es decir, necesitamos conocer quién es Dios y qué ha prometido él para nosotros. Que la lectura de la Palabra y la comprensión de la doctrina sean un ejercicio constante que nos conduzca a caer de rodillas delante del Sublime y Excelso Señor; y que el conocimiento de sus perfecciones o atributos sean motivos férreos para tener momentos de comunión y oración íntima con nuestro bendito Señor.

Amigo, qué palabra de consuelo encontramos en este salmo. El Señor enseña a los pecadores el camino de la salvación. Amigo, ruega con sinceridad a Dios para que te guíe a Jesús, al arrepentimiento, Él lo hará y a partir de ese momento, disfrutarás para siempre de la comunión íntima con tu Señor.

 

 



[1] Henry, Matthew. Comentario Bíblico. Página 568

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