Salmo 22:22-31
Sufrimientos y triunfos del Mesías
Este sermón fue predicado por el hermano Julio C.
Benítez, quien es uno de los pastores de la Iglesia Bautista Reformada la
Gracia de Dios en Medellín, Colombia. Usted puede compartir este sermón con
otros a través de medios digitales e impresos, siempre y cuando no sea para la
venta, siempre reconociendo y dando los créditos respectivos a su autor.
Antes de empezar a analizar esta
sección del Salmo 22, quisiera que viajáramos en el tiempo y escucháramos una
interesante conversación que se dio en el camino entre Jerusalén y Emaús.
Se trata del domingo de resurrección.
Dos hombres, discípulos de Jesús, caminan tristes y un poco decepcionados por
los últimos acontecimientos que se dieron en la semana que acaba de terminar.
Su Señor y Maestro fue traicionado
por uno de los discípulos, luego fue arrestado y tratado como si fuera un
peligroso criminal, luego se hizo sobre él el juicio más injusto cometido por
las autoridades religiosas, militares y civiles en Jerusalén.
Por último, luego de muchos azotes,
vejámenes y desprecios, el que ellos pensaban sería el Mesías que los
libertaría del imperio romano, fue sentenciado por un pusilánime gobernante
romano, Poncio Pilato, el cual no tuvo la valentía de defender los principios
de justicia predicados por Roma.
Por lo tanto, fue llevado a la pena
de muerte más cruel de ese entonces, la cual se aplicaba sobre los culpables de
los delitos más atroces. Allí, en medio de dos ladrones, el que se proclamó
Hijo de Dios e Hijo del hombre, el Maestro que proclamó la verdad, la
misericordia, el perdón, y la necesidad de la reconciliación con Dios; fue
torturado hasta la muerte.
Ahora estos dos hombres caminan
desesperanzados, confundidos y aturdidos. Pero de repente, otro caminante se
les une e inician una interesante conversación que nos dejó registrada Lucas
24:17-20, 25-27: “Y les dijo: ¿Qué pláticas son estas que tenéis entre
vosotros mientras camináis, y por qué estáis tristes? Respondiendo uno de
ellos, que se llamaba Cleofas, le dijo: ¿Eres tú el único forastero en
Jerusalén que no has sabido las cosas que en ella han acontecido en estos días?
Entonces él les dijo: ¿Qué cosas? Y ellos le dijeron: De Jesús nazareno, que
fue varón profeta, poderoso en obra y en palabra delante de Dios y de todo el
pueblo; y cómo le entregaron los principales sacerdotes y nuestros gobernantes
a sentencia de muerte, y le crucificaron… entonces él les dijo: ¡Oh insensatos,
y tardos de corazón para creer todo lo que los profetas han dicho! ¿No era
necesario que el Cristo padeciera estas cosas, y que entrara en su gloria? Y
comenzando desde Moisés, y siguiendo por todos los profetas, les declaraba en
todas las Escrituras lo que de él decían”.
¡Cuánto hubiese querido estar en esa
clase de Cristología en el Antiguo Testamento! No necesitaría ningún libro de
hermenéutica. Pero, indudablemente, uno de los capítulos de la Biblia donde
Jesús tuvo que hacer un gran énfasis fue en el Salmo 22.
Este es uno de los pasajes que nos
presentan de una manera profunda, muy diciente y emotiva las más terribles
aflicciones que padeció nuestro Salvador en la semana de pasión.
Los sufrimientos más dolorosos del
Salvador no fueron los clavos, aunque la crucifixión producía dolores
inimaginables en el cuerpo. Sino que estas aflicciones estuvieron relacionadas,
principalmente, con las agonías que debió llevar en su alma.
En la cruz, nuestro redentor cargó el
pecado de todo su pueblo. Aquel que nunca hizo pecado, en la cruz se hizo
pecado. Aquel cuya alma justa y santa jamás consintió el mal, tuvo que llevar
sobre su mente y ser entero, todas las iniquidades de nosotros.
Además, tuvo que soportar la ira del
Padre, el abandono de Su amado Padre, el desprecio de aquellos a quienes vino a
Salvar, el infierno, y los terrores satánicos.
Si queremos comprender con mayor
profundidad las aflicciones de la cruz, el dolor de la redención y todo lo que
el Señor pagó por nuestro bien espiritual, entonces el Salmo 22 es el
instructor más indicado para ello.
El capítulo consta de dos secciones
claramente marcadas. Primero, los grandes sufrimientos de Cristo en la cruz
por la salvación de Su pueblo (v. 1-21).
Esta sección está estructura en tres
ciclos de queja y confianza.
Primer ciclo
v. 1-2 Queja delante de Dios. El
Padre lo ha abandonado. En la cruz, nuestro salvador llevó la maldición y la
culpa por el pecado de Su pueblo. Dios es tan puro de ojos que no puede ver el
mal. Él no tiene comunión con el pecado. No tolera el pecado en Su presencia.
No sabemos de qué manera el Padre abandonó al Logos encarnado cuando llevaba
nuestro pecado en la cruz, pero Jesús experimentó esa lejanía, esa separación.
Aquel que estuvo acostumbrado a mantener una perfecta y constante comunión con
el Padre, ahora está solo. Y aunque clamó desde las profundidades de su alma
con el más amargo clamor: Padre mío, Padre mío, ¿por qué me has abandonado? La
única respuesta que encontró del cielo fue un silencio acompañado de unas densas
y oscuras nubes que parecían indicar que el Cielo se había cerrado para el
Salvador. Aquí Jesús sufrió el infierno que nosotros debíamos sufrir. Lo más
terrible y desesperanzador del infierno no es el fuego ni los gusanos, sino la
eterna separación de Dios. Saber que él nunca jamás escuchará sus clamores es
la angustia más profunda.
v. 3-5. Confianza en Dios. El siervo
sufriente alimenta su fe y esperanza haciendo memoria de la santidad de Dios,
la cual le lleva a amar a su santo pueblo, cuidándolo y librándolo del mal
cuando ellos claman con súplicas a Él.
Segundo ciclo.
v. 6-8 Queja. Él es despreciado de
los hombres. Ha vivido siempre siendo vituperado. Es un varón experimentado en
quebrantos. No ha tenido la vida normal de un hombre. Por lo tanto, los hombres
lo desprecian como si él fuera un gusano. Nació en una hedionda pesebrera. Sus
hermanos lo tenían por loco. Los religiosos lo acusaban de falsificador. Uno de
sus amigos lo traicionó. En la cruz se burlaban de él.
v. 9-11 Confianza y petición. El
siervo sufriente sabe que aunque pase por el valle de la sombra y la muerte, no
tendrá temor alguno, ya que su vida está en las manos del Padre. Él fue
dedicado al Padre, el Padre lo envió a la tierra, el Padre tiene el control de
todas las cosas sobre su vida. Y aunque tendrá que pasar por las más grandes
aflicciones y dolores que hombre alguno ha pasado, al final podrá ver cómo Dios
lo libra y lo llena de gloria.
Tercer ciclo.
v. 12-18. Queja. Aquí el salmista
nuevamente describe más de los sufrimientos de Jesús en la cruz. Los fariseos y
los religiosos fueron como toros salvajes, como perros rabiosos, los cuales
buscaban a toda costa la muerte del Redentor. Levantaron contra él toda clase
de falsas acusaciones y manipularon al gobernante romano para que accediera a
condenarlo a muerte. Lo abofetearon, lo escupieron, lo injuriaron, lo azotaron,
se burlaron de él poniéndole una corona de espinas, le dieron un cetro falso
con el cual lo golpeaban, le dieron vinagre en vez de agua, lo torturaron, y querían
que dudara del cuidado del Padre.
v. 19-21 Confianza y petición. El
siervo sufriente sabe que solo Dios puede librarle de tan grande aflicción, por
eso alimenta su fe presentando su petición de confianza en la fuente de su
salvación.
Segunda sección. Los triunfos de
Cristo en su resurrección (v. 22-31)
Aunque David no menciona aquí la
palabra “resurrección”, podemos afirmar con toda seguridad y convicción que el
salmista apunta a las consecuencias gloriosas que trajo la muerte de Jesús en
la cruz; las cuales fueron confirmadas con su resurrección.
Porque el siervo sufriente resucitó
es que ahora se proclama la gran salvación de Dios en todo el mundo.
Observemos algunas declaraciones que
demuestran que aquí habla Jesús resucitado.
Primero, él dice que anunciará el
nombre de Dios a sus hermanos. Jesús no llamó a sus discípulos hermanos,
sino después de la resurrección. “Jesús le dijo: No me toques, porque aún no
he subido a mi Padre; mas ve a mis hermanos, y diles: Subo a mi Padre y a
vuestro Padre…” (Jn. 20:17).
Segundo, el salmista menciona algunos
resultados que, evidentemente, están relacionados con la resurrección de
Cristo.
(1) Compañerismo (v. 22). Somos sus
hermanos. Él nos ha declarado el nombre de Dios, sus atributos.
(2) Alabanza (v. 22-23). Si Cristo
solo sufrió y murió, no hubiese razón para alabanza, pues, aún nos
encontraríamos en nuestros pecados (1 Cor. 15:17); pero, ¡Aleluya! ¡Él ha
resucitado! Podemos alabarlo.
(3) Testimonio (v. 24). Dios no
abandonó a su Santo en la tumba (Sal. 16:10). Él escuchó su clamor y lo
resucitó de entre los muertos. Ahora podemos testificar de la liberación de
Dios al resucitar a Cristo de entre los muertos.
(4) Ofrenda de agradecimiento (v.
25-26). Estos versículos están hablando de la acostumbrada ofrenda que
presentaban los adoradores en el templo cuando Dios respondía sus oraciones; se
invitaban a los pobres y se celebraba una fiesta para dar gracias a Dios. Los
adoradores se saludaban diciendo: Viva tu corazón para siempre (v. 26).
De la misma manera los cristianos
tenemos una fiesta de acción de gracias, la cena del Señor (Eucaristía),
donde nos reunimos para dar gracias a Dios y alabarlo por el regalo de
Jesucristo para con nosotros, y por la liberación que tenemos de nuestros
pecados a través de Su muerte y resurrección.
(5) Evangelismo mundial (v. 27,
30-31). Las buenas nuevas del Salvador resucitado se proclamarán más allá de
Judea, a todos los pueblos y a todas las generaciones venideras. No hay buenas
noticias si el Salvador estuviese muerto, pero hay salvación si Él
resucitó. Este mensaje se anuncia a
pobres y a ricos (v. 26, 29), es para todos los que reconocen su necesidad
espiritual.
(6) La consumación del Reino (v.
27-28). Esta parte aún no se ha cumplido, pero lo será muy pronto. Jesús
regresará corporalmente para aplastar toda oposición y gobernar a las naciones
con vara de hierro. Toda rodilla se doblará ante él.
Aplicaciones:
Al ver los terribles sufrimientos de
Jesús en la cruz, debo comprender cuán grande es mi pecado. Mi pecado puso a
Jesús en la cruz. Su amor, tan inmenso, lo llevó a la cruz de dolor: “Mas
Dios muestra su amor para con nosotros, en que siendo aún pecadores, Cristo
murió por nosotros” (Ro. 5:8).
El famoso artista holandés Rembrandt
hizo una pintura de la crucifixión donde el foco central es, obviamente, el
Señor en la cruz. Pero, es interesante observar que al pintar a la multitud
alrededor, allí estaba dibujado el mismo Rembrandt. Él participó de la
crucifixión.
¡Cuán cierto es esto! Nuestro pecado
llevó a Jesús a la cruz. La cruz nos recuerda nuestra horrenda pecaminosidad.
Entre más pecadores nos veamos, más amaremos a Aquel que fue colgado en el
madero. Y entre más humillados vengamos a la cruz, más disfrutaremos del gozo
de la salvación.
Por otro lado, debo someterme y
confiar en Aquel que ordena que el sufrimiento entre en mi vida.
Es interesante observar las secciones
de confianza de nuestro salmo, pues, nos muestran la completa sujeción que
Jesús tuvo al plan de Redención. Aunque nuestro pecado requirió que Él fuera a
la cruz, en últimas, fue la voluntad del Padre que Cristo fuera a la cruz.
Aunque Jesús pidió que no tomase esa copa, de ser posible, a pesar de lo
doloroso que fue tomar el castigo divino por nuestro pecado, el Salvador se
sometió a dicho plan.
¿Cómo respondes cuando las pruebas
llegan a tu vida? Aprendamos de nuestro Salvador y Maestro, quien, por lo
que padeció aprendió la obediencia (Heb. 5:8). Jesús nunca fue
desobediente, pero no conoces por experiencia la obediencia sino es en el horno
de la aflicción. Jesús no levantó el puño contra el Padre cuando la aflicción
vino a él, sino que se fortaleció recordando los atributos de Dios. Él suplicó
con base en la santidad de Dios (23). Esperó en la fidelidad de Dios que había
sido manifestada a Su pueblo desde tiempos antiguos (v. 4-5, 9-10).
Si estás pasando por un momento
difícil, aprende a obedecer sometiéndote y confiando.
Otra verdad que aprendemos de este
salmo es que debemos confiar en Dios aun cuando nuestras oraciones no sean
contestadas. Jesús oró por liberación, pero Dios no le respondió en el momento,
sino que después Dios respondió con resurrección. Pero antes él tuvo que pasar
por la traición, la crucifixión, la sepultura. Pero a pesar de esto, Jesús le
continuó llamando: Mi Dios.
En muchas ocasiones Dios responderá
las oraciones, no en el momento que yo espero, sino cuando Él lo considere
mejor.
Pero una de las aplicaciones más
notorias que debemos hacer de este pasaje es que, siendo que Cristo sufrió en
la cruz por nuestra salvación, debemos proclamarlo a todas las naciones.
Pon la cruz en el centro de tu
caminar con Dios. Cuando meditamos a diario en la cruz nuestro corazón se llena
de gozo y agradecimiento por el invaluable regalo del amor de Dios.
La cruz siempre me mantiene consciente
de mi propia pecaminosidad, de modo que no confío en mí mismo, sino que me
aferro a Cristo.
Enforcarme en la cruz me ayuda a
resistir la tentación al recordar que fui redimido nada menos que con la sangre
de Jesús. ¿Cómo puedo pecar contra Aquel que tanto me amó? Tendemos mucho a
olvidar la cruz, por esa razón debemos acudir con frecuencia a la Mesa del
Señor.
Porque Cristo resucitó victorioso de
la tumba, ahora podemos proclamar al mundo entero que hay salvación en Él. Esto
implica que debemos orar y apoyar las misiones regionales, nacionales y
mundiales. Y la mejor forma de proclamar mundialmente el evangelio es a través
de la plantación de iglesias bíblicas por doquier.
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