Salmo 19
Los dos libros de Dios
Este sermón fue predicado por el hermano Julio C.
Benítez, quien es uno de los pastores de la Iglesia Bautista Reformada la
Gracia de Dios en Medellín, Colombia. Usted puede compartir este sermón con
otros a través de medios digitales e impresos, siempre y cuando no sea para la
venta, siempre reconociendo y dando los créditos respectivos a su autor.
Este salmo de David se entonaba en la
liturgia judía, como se deja ver en el título, al músico principal.
No sabemos la ocasión o el contexto,
pero, muy probablemente se remonta a las claras noches en las cuales David
pastoreaba los rebaños de su padre, cuando contemplaba la luna y las estrellas.
Este hermoso salmo tiene como
propósito ilustrar la superioridad de la verdad revelada en la Palabra, sobre
la luz de la naturaleza al mostrar el carácter y las perfecciones de Dios.
Pero David no trata de subestimar o
menospreciar las verdades acerca de Dios reveladas a través del libro de la
naturaleza.
Aunque las obras de la creación
ilustran algunas de las perfecciones divinas, como lo mostrará el salmista en
los versos 1 al 6, sin embargo, esta revelación contrasta fuertemente con las
revelaciones que encontramos en la Ley del Señor, en la Biblia (v. 7 al 10).
Pero, las dos revelaciones, tanto la
general (la creación), como la especial (La Biblia), pertenecen al mismo
sistema de religión, y tienen como objetivo ilustrar el ser, las perfecciones y
el gobierno de Dios.
El amigo de la religión debe reclamar
tanto lo uno como lo otro; la defensa de la Biblia como una revelación de Dios
no debe llevarnos a menospreciar o subestimar las revelaciones respecto a Dios
hechas por la naturaleza.
Aunque la revelación especial es
necesaria para la salvación de la humanidad, y aunque la luz de la naturaleza
no es suficiente para las más profundas necesidades del hombre, debemos
regocijarnos en todo aquello que podamos conocer de Dios a través de las obras
de la creación.
Cuando hallamos conocido todo lo que
la Biblia nos enseña sobre Dios, aun queda una cúspide bien alta de las
revelaciones que podemos recibir a través de la naturaleza.
El salmista sabía muy bien que las
revelaciones que nos dan las obras de la creación no entran en conflicto con la
revelación de la Palabra. Que la investigación profunda de la creación no debe
entrar en conflicto o poner en peligro las verdades de la Palabra.
Este salmo consta propiamente de tres
partes: Los dos libros de Dios
1. El libro de la revelación en la
naturaleza (v. 1-6)
2. El libro de la revelación en la Palabra
(v. 7-10)
3. Los efectos de la revelación
especial (v. 11-14)
1. El libro de la revelación en la
naturaleza (v. 1-6)
Los cielos cuentan la gloria de Dios. Ellos anuncian, proclaman, dan a
conocer su gloria.
La palabra cielos aquí se refiere a los
cielos materiales tal como los vemos a simple vista: La luna, el sol, las
estrellas, los planetas.
En hebreo se habla, usualmente, de
los cielos, en plural. Pues, ellos lo dividían en varios cielos, uno encima del
otro. Ellos hablaban de un cielo, donde se ubicaba la luna; luego de otro
cielo, donde estaba el sol, y luego un cielo más alto, donde estaban las
estrellas.
Para ellos el cielo era la morada de
Dios.
La gloria se refiere a la gloria o el honor de
Dios, particularmente, sus atributos: Su sabiduría, su poder, su fidelidad, su
belleza, su benevolencia, tal y como se deja ver en los mundos estrellados
sobre nosotros, en los solemnes movimientos que llevan del día a la noche, y de
la noche al día.
Ellos transmiten a nuestras mentes
una verdadera impresión de la grandeza y la majestad de Dios. Y si al
contemplar a simple vista los cielos somos así impresionados, cuanto más
solemne y grandiosa es la impresión cuando tomamos en cuenta las revelaciones
de la astronomía moderna, y miramos a los cielos a través de los potentes
telescopios que Dios le ha permitido construir al hombre.
A pesar de que el paso del día a la
noche y de la noche al día no es ruidoso, ni escuchamos campanas cuando llegan
las penumbras del ocaso que nos invitan al descanso, o cuando las luces del
alba despiertan el bello amanecer; el salmista afirma que estos constantes y
fieles cambios diarios tienen un mensaje, una lección de sabiduría para los que
meditan en estas cosas.
Así como Dios preserva a la creación
manteniendo sus contantes movimientos, garantizando la energía del sol
vitalizador, y la influencia de la luna sobre nuestro planeta; igualmente Dios
dirige providencialmente todas las cosas en nuestra vida.
Él es el sol de Justicia, que alumbra
y resplandece a través del Espíritu Santo para darnos conocimiento de nuestra
necesidad espiritual, de manera que somos conducidos a la luz resplandeciente
que emana de la cruz del Calvario, para que confiemos totalmente en aquel que
es la luz de la vida.
La noche de la aflicción no nos lleva
a sucumbir ante la tristeza, porque sabemos que luego vendrá la luz de la
alegría. Toda noche de tormenta anuncia la llegada del claro amanecer de la
esperanza.
Por toda la tierra salió su voz. Las palabras de instrucción que
nos da la naturaleza alcanzan a todos los hombres, de todos los lugares y de
todos los tiempos.
Cuando vemos el resplandor del sol y
el hermoso brillo de las estrellas, aprendemos que su Creador es más luminoso y
brillante.
Cuando vemos la inmensidad del
firmamento, aprendemos que su Creador es más inmenso que toda la creación.
Cuando contemplamos las altas
montañas, aprendemos que Dios es el Alto y Sublime.
Cuando vemos la profundidad del mar o
de los abismos, aprendemos que Dios es más profundo.
Cuando vemos la hermosura de las
flores o los vivos colores de las aves, la diversidad de plantas, o la
complejidad perfecta del cuerpo humano, de sus órganos, de las células, del
AND; entonces, los hombres saben que su diseñador es sumamente inteligente,
sabio, poderoso.
2. El libro de la revelación en la
Palabra (v. 7-10)
Aunque a través del libro de la
naturaleza podemos conocer las cosas invisibles de Dios, su eterno poder y
deidad (Ro. 1:20); no es suficiente para que el hombre pueda encontrar el
camino de la salvación.
Por esa razón Dios nos ha dejado su
revelación especial, el libro de libros, la Biblia. El autor le llama “La
Ley de Jehová”. Lo cual no solo se refiere a los Diez mandamientos, sino a toda
la instrucción o enseñanza que ella contiene, a todos los libros de la Biblia.
Y, con el fin de resaltar los alcances
sublimes e insondables de esta revelación especial, el autor usa seis epítetos
para describirla:
Primero, la revelación especial es Perfecta.
A ella no le falta nada para cumplir con su propósito salvador. Es completa
como verdad divina, es completa como regla de conducta. Ella se adapta como
consumada sabiduría a las necesidades del hombre. Es una guía infalible de
conducta.
En ella no hay nada que pueda
conducir al hombre al error o al pecado. No hay nada esencial que el hombre necesita
que no se encuentre en ella.
Que convierte el alma. La perfección de la Palabra se deja
ver en su capacidad de convertir el alma. Ella la cambia, de los caminos del
pecado a los caminos de la santidad. Cuando el Espíritu usa su Palabra escrita
y la aplica al ser humano, este es transformado en su esencia, pasa de la
oscuridad a la luz, de la esclavitud a la libertad, de la muerte a la vida.
El testimonio de Jehová. La Biblia contiene el testimonio de
Dios mismo, por lo tanto, toda ella es veraz. Es veraz en sus mandatos, es
veraz en sus promesas, es veraz en sus datos históricos. Con mucha frecuencia
los autores bíblicos usan la palabra “testimonio” para referirse a la
revelación que Dios da de sí mismo en la Palabra.
Es fiel, o seguro, es firme, no es
inestable, vacilante, incierto. Es tan seguro que se puede confiar en este
testimonio, está muy bien establecido, no puede ser sacudido.
Hace sabio al sencillo. Hasta los más ignorantes, simples e
inexpertos, si meditan en el libro de Dios revelado, encontrarán una fuente
inagotable de sabiduría, pues, tendrán el conocimiento de Dios, y recibirán
instrucciones para la vida.
Los mandamientos de Jehová. Las leyes, mandatos e instrucciones
que la revelación escrita contiene, los cuales no están en la revelación
natural.
Son rectos. Son justos, apropiados. Se basan en
la sabiduría, en la equidad. No son el resultado de un capricho arbitrario.
Que alegran el corazón, porque son equitativos y justos. La
obediencia a ellos trae como resultado el regocijo. Cuando sabemos que estamos
bajo leyes justas y equitativas se produce la verdadera felicidad.
El precepto de Jehová. Los mandamientos de la Palabra son
de obligatorio cumplimiento para todos los hombres, por esa razón todo ser
humano debe estudiar la Biblia.
Es puro. Es libre de toda mancha, de toda
imperfección, de cualquier corrupción.
Que alumbra los ojos. Ella nos da conocimiento. Los ojos
representan la mente y el alma iluminadas por Dios. Los mandamientos de la
Palabra nos hacen ver lo que es correcto o apropiado, para entender lo que
debemos hacer.
El temor de Jehová. El contenido de la Biblia nos conduce
a la verdadera piedad, sus mandamientos nos llenan de temor reverente y
obediente.
Es limpio. El temor que producen sus mandamientos
es puro, opuesto a lo sucio, a lo profano, a lo común. Nada en la Palabra nos
lleva a la corrupción moral o a la contaminación del alma.
Que permanece para siempre. La Palabra, y sus santos efectos,
permanecen por toda la eternidad, no decaen, nunca mueren. Permanece firme. Lo
que ella enseña ahora lo seguirá siendo por siempre.
Los juicios de Jehová. La verdad revelada en la Palabra es
lo correcto y lo mejor para el hombre, es lo verdadero.
Son verdad. Son una representación correcta de
la realidad de las cosas. No son arbitrarios, sino que están de acuerdo con lo
que es correcto. La ley divina es la verdad en sí misma.
Todos justos. Toda la Palabra, todos sus
mandatos, todo su contenido, es igualmente justo. Todo lo que Dios determina,
ya sea al dar o al ejecutar sus leyes es siempre y perfectamente justo, por esa
razón merece la confianza universal.
Deseables son más que el oro. La Palabra de Dios es más valioso
que el oro, son de tal naturaleza que el alma debería desear poseerlos más que
el oro, y debería valorarlos más. El salmista expresa sus propios sentimientos
hacia la Palabra, y muestra que la estima más que lo más preciado para los
hombres.
Más que mucho oro afinado. El oro por sí mismo tiene mucho
valor, pero la Palabra no es como cualquier clase de oro, sino como el oro más
fino, más puro, de más valor. Para una mente piadosa la verdad revelada de Dios
es estimada como la más valiosa de las cosas.
Y dulces más que miel. La miel es la más dulce de todas
las sustancias, y es considerada un artículo de lujo, la más agradable al
paladar. Para el alma piadosa, la verdad de Dios, revelada en la Palabra, es lo
más agradable para el corazón, proporciona el mayor placer para el alma. Ella
no es considerada solo como algo necesario, como la medicina, sino que el alma
la recibe como lo más deleitoso, agradable y placentero que el más agradable
alimento que podamos disfrutar.
Que la que destila del panal. La miel pura es la que se toma
directamente del panal. Igualmente, la dulzura de la Palabra se da porque ella
proviene directamente de la boca de Dios.
3. Los efectos de la revelación
especial (v. 11-14)
El salmista, luego de expresar con
solemnidad y gozo los alcances maravillosos de la revelación de Dios en la
naturaleza y, especialmente, en la Palabra escrita; presenta algunos efectos
que produce la meditación en ella.
Primero, tu siervo es amonestado
con ellos; en guardarlos hay grande galardón (v. 11). Literalmente, la luz
de tu palabra brilla sobre tu siervo, arroja luz sobre los temas esenciales,
dándome claridad para comprenderlos, la Palabra me advierte.
En guardarlos hay una gran recompensa. Obedecerlos trae como resultados
benéficas y gozosas recompensas, trae tanta paz y felicidad al alma que en sí
mismas constituyen una amplia recompensa.
¿Quién podrá entender sus propios
errores? Literalmente,
sus propios extravíos o desvíos de la Ley del Señor. Si una persona se
considera justa ante Dios es porque no conoce su Palabra. Ella es tan pura, tan
santa, tan estricta en sus exigencias – que ejerce jurisdicción sobre los
pensamientos, las palabras, la acciones y la vida entera – por lo cual nadie
queda sin conciencia de pecado cuando la lee.
De allí la importancia de predicar la
Ley, para que los pecadores sean llevados a la convicción de pecado. Incluso,
predicarla al creyente, para que no se enorgullezca y camine con humildad
delante de Dios. ¿Quién puede contar todos los pecados de su vida? ¿Quién puede
hacer una estimación de la cantidad de pensamientos impuros y profanos que se
han alojado en su mente? ¿Quién puede contar el número de palabras que nunca
debió decir?
Solo Dios nos puede dar el número
exacto, y de seguro que es una cifra muy alta. A él no se le escapa nada, ni
siquiera lo que hacemos en oculto.
Pero la Palabra nos da esperanza,
cuando ella nos muestra la maldad de nuestros corazones, incluso, aquellas
maldades ocultas; entonces, nos conduce a dolernos por nuestros pecados y al
arrepentimiento, a buscar la misericordia de Dios en Cristo Jesús.
Otra consecuencia de meditar en la
Ley del Señor, es que nos libra de la soberbia, es decir, de la falsa confianza
en nosotros mismos. La autosuficiencia nos conduce a pecar.
Que no se enseñoreen de mí. Que no se apoderen de mí, que no me
convierta en esclavo del pecado, quiero seguir siendo piadoso, verdaderamente
libre.
Entonces seré íntegro, inocente de
gran transgresión o rebelión. Ya que la Palabra me limpia diariamente al
confrontar mi pecado con la santidad de Dios, entonces no continuaré cayendo en
constantes pecados.
Por último, dice el salmista, si tu
Palabra me limpia así diariamente, todas las palabras que hablo, todos los
pensamientos de mi corazón serán agradables a tus ojos, te deleitarán, te darán
satisfacción.
Conclusión: Quiera el Señor llevarnos a amar
tanto su Revelación escrita, que podamos ser confrontados, exhortados y
consolados por ella todos los días.
Quiera el Señor llevarnos a meditar
tanto en Su Palabra que ella sea nuestro máximo deleite y satisfacción.
Quiera el Señor llevarnos a amar
tanto su revelación que aprendamos a verlo a Él en todas las cosas creadas.
Quiera el Señor llevarnos a amar al
personaje central de la Palabra: Jesucristo, nuestro Redentor.
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