viernes, 24 de junio de 2022

Salmo 19

 

Salmo 19

Los dos libros de Dios

Este sermón fue predicado por el hermano Julio C. Benítez, quien es uno de los pastores de la Iglesia Bautista Reformada la Gracia de Dios en Medellín, Colombia. Usted puede compartir este sermón con otros a través de medios digitales e impresos, siempre y cuando no sea para la venta, siempre reconociendo y dando los créditos respectivos a su autor.

Este salmo de David se entonaba en la liturgia judía, como se deja ver en el título, al músico principal.

No sabemos la ocasión o el contexto, pero, muy probablemente se remonta a las claras noches en las cuales David pastoreaba los rebaños de su padre, cuando contemplaba la luna y las estrellas.

Este hermoso salmo tiene como propósito ilustrar la superioridad de la verdad revelada en la Palabra, sobre la luz de la naturaleza al mostrar el carácter y las perfecciones de Dios.

Pero David no trata de subestimar o menospreciar las verdades acerca de Dios reveladas a través del libro de la naturaleza.

Aunque las obras de la creación ilustran algunas de las perfecciones divinas, como lo mostrará el salmista en los versos 1 al 6, sin embargo, esta revelación contrasta fuertemente con las revelaciones que encontramos en la Ley del Señor, en la Biblia (v. 7 al 10).

Pero, las dos revelaciones, tanto la general (la creación), como la especial (La Biblia), pertenecen al mismo sistema de religión, y tienen como objetivo ilustrar el ser, las perfecciones y el gobierno de Dios.

El amigo de la religión debe reclamar tanto lo uno como lo otro; la defensa de la Biblia como una revelación de Dios no debe llevarnos a menospreciar o subestimar las revelaciones respecto a Dios hechas por la naturaleza.

Aunque la revelación especial es necesaria para la salvación de la humanidad, y aunque la luz de la naturaleza no es suficiente para las más profundas necesidades del hombre, debemos regocijarnos en todo aquello que podamos conocer de Dios a través de las obras de la creación.

Cuando hallamos conocido todo lo que la Biblia nos enseña sobre Dios, aun queda una cúspide bien alta de las revelaciones que podemos recibir a través de la naturaleza.

El salmista sabía muy bien que las revelaciones que nos dan las obras de la creación no entran en conflicto con la revelación de la Palabra. Que la investigación profunda de la creación no debe entrar en conflicto o poner en peligro las verdades de la Palabra.

Este salmo consta propiamente de tres partes: Los dos libros de Dios

1. El libro de la revelación en la naturaleza (v. 1-6)

2. El libro de la revelación en la Palabra (v. 7-10)

3. Los efectos de la revelación especial (v. 11-14)

1. El libro de la revelación en la naturaleza (v. 1-6)

Los cielos cuentan la gloria de Dios. Ellos anuncian, proclaman, dan a conocer su gloria.

La palabra cielos aquí se refiere a los cielos materiales tal como los vemos a simple vista: La luna, el sol, las estrellas, los planetas.

En hebreo se habla, usualmente, de los cielos, en plural. Pues, ellos lo dividían en varios cielos, uno encima del otro. Ellos hablaban de un cielo, donde se ubicaba la luna; luego de otro cielo, donde estaba el sol, y luego un cielo más alto, donde estaban las estrellas.

Para ellos el cielo era la morada de Dios.

La gloria se refiere a la gloria o el honor de Dios, particularmente, sus atributos: Su sabiduría, su poder, su fidelidad, su belleza, su benevolencia, tal y como se deja ver en los mundos estrellados sobre nosotros, en los solemnes movimientos que llevan del día a la noche, y de la noche al día.

Ellos transmiten a nuestras mentes una verdadera impresión de la grandeza y la majestad de Dios. Y si al contemplar a simple vista los cielos somos así impresionados, cuanto más solemne y grandiosa es la impresión cuando tomamos en cuenta las revelaciones de la astronomía moderna, y miramos a los cielos a través de los potentes telescopios que Dios le ha permitido construir al hombre.

A pesar de que el paso del día a la noche y de la noche al día no es ruidoso, ni escuchamos campanas cuando llegan las penumbras del ocaso que nos invitan al descanso, o cuando las luces del alba despiertan el bello amanecer; el salmista afirma que estos constantes y fieles cambios diarios tienen un mensaje, una lección de sabiduría para los que meditan en estas cosas.

Así como Dios preserva a la creación manteniendo sus contantes movimientos, garantizando la energía del sol vitalizador, y la influencia de la luna sobre nuestro planeta; igualmente Dios dirige providencialmente todas las cosas en nuestra vida.

Él es el sol de Justicia, que alumbra y resplandece a través del Espíritu Santo para darnos conocimiento de nuestra necesidad espiritual, de manera que somos conducidos a la luz resplandeciente que emana de la cruz del Calvario, para que confiemos totalmente en aquel que es la luz de la vida.

La noche de la aflicción no nos lleva a sucumbir ante la tristeza, porque sabemos que luego vendrá la luz de la alegría. Toda noche de tormenta anuncia la llegada del claro amanecer de la esperanza.

Por toda la tierra salió su voz. Las palabras de instrucción que nos da la naturaleza alcanzan a todos los hombres, de todos los lugares y de todos los tiempos.

Cuando vemos el resplandor del sol y el hermoso brillo de las estrellas, aprendemos que su Creador es más luminoso y brillante.

Cuando vemos la inmensidad del firmamento, aprendemos que su Creador es más inmenso que toda la creación.

Cuando contemplamos las altas montañas, aprendemos que Dios es el Alto y Sublime.

Cuando vemos la profundidad del mar o de los abismos, aprendemos que Dios es más profundo.

Cuando vemos la hermosura de las flores o los vivos colores de las aves, la diversidad de plantas, o la complejidad perfecta del cuerpo humano, de sus órganos, de las células, del AND; entonces, los hombres saben que su diseñador es sumamente inteligente, sabio, poderoso.

2. El libro de la revelación en la Palabra (v. 7-10)

Aunque a través del libro de la naturaleza podemos conocer las cosas invisibles de Dios, su eterno poder y deidad (Ro. 1:20); no es suficiente para que el hombre pueda encontrar el camino de la salvación.

Por esa razón Dios nos ha dejado su revelación especial, el libro de libros, la Biblia. El autor le llama “La Ley de Jehová”. Lo cual no solo se refiere a los Diez mandamientos, sino a toda la instrucción o enseñanza que ella contiene, a todos los libros de la Biblia.

Y, con el fin de resaltar los alcances sublimes e insondables de esta revelación especial, el autor usa seis epítetos para describirla:

Primero, la revelación especial es Perfecta. A ella no le falta nada para cumplir con su propósito salvador. Es completa como verdad divina, es completa como regla de conducta. Ella se adapta como consumada sabiduría a las necesidades del hombre. Es una guía infalible de conducta.

En ella no hay nada que pueda conducir al hombre al error o al pecado. No hay nada esencial que el hombre necesita que no se encuentre en ella.

Que convierte el alma. La perfección de la Palabra se deja ver en su capacidad de convertir el alma. Ella la cambia, de los caminos del pecado a los caminos de la santidad. Cuando el Espíritu usa su Palabra escrita y la aplica al ser humano, este es transformado en su esencia, pasa de la oscuridad a la luz, de la esclavitud a la libertad, de la muerte a la vida.

El testimonio de Jehová. La Biblia contiene el testimonio de Dios mismo, por lo tanto, toda ella es veraz. Es veraz en sus mandatos, es veraz en sus promesas, es veraz en sus datos históricos. Con mucha frecuencia los autores bíblicos usan la palabra “testimonio” para referirse a la revelación que Dios da de sí mismo en la Palabra.

Es fiel, o seguro, es firme, no es inestable, vacilante, incierto. Es tan seguro que se puede confiar en este testimonio, está muy bien establecido, no puede ser sacudido.

Hace sabio al sencillo. Hasta los más ignorantes, simples e inexpertos, si meditan en el libro de Dios revelado, encontrarán una fuente inagotable de sabiduría, pues, tendrán el conocimiento de Dios, y recibirán instrucciones para la vida.

Los mandamientos de Jehová. Las leyes, mandatos e instrucciones que la revelación escrita contiene, los cuales no están en la revelación natural.

Son rectos. Son justos, apropiados. Se basan en la sabiduría, en la equidad. No son el resultado de un capricho arbitrario.

Que alegran el corazón, porque son equitativos y justos. La obediencia a ellos trae como resultado el regocijo. Cuando sabemos que estamos bajo leyes justas y equitativas se produce la verdadera felicidad.

El precepto de Jehová. Los mandamientos de la Palabra son de obligatorio cumplimiento para todos los hombres, por esa razón todo ser humano debe estudiar la Biblia.

Es puro. Es libre de toda mancha, de toda imperfección, de cualquier corrupción.

Que alumbra los ojos. Ella nos da conocimiento. Los ojos representan la mente y el alma iluminadas por Dios. Los mandamientos de la Palabra nos hacen ver lo que es correcto o apropiado, para entender lo que debemos hacer.

El temor de Jehová. El contenido de la Biblia nos conduce a la verdadera piedad, sus mandamientos nos llenan de temor reverente y obediente.

Es limpio. El temor que producen sus mandamientos es puro, opuesto a lo sucio, a lo profano, a lo común. Nada en la Palabra nos lleva a la corrupción moral o a la contaminación del alma.

Que permanece para siempre. La Palabra, y sus santos efectos, permanecen por toda la eternidad, no decaen, nunca mueren. Permanece firme. Lo que ella enseña ahora lo seguirá siendo por siempre.

Los juicios de Jehová. La verdad revelada en la Palabra es lo correcto y lo mejor para el hombre, es lo verdadero.

Son verdad. Son una representación correcta de la realidad de las cosas. No son arbitrarios, sino que están de acuerdo con lo que es correcto. La ley divina es la verdad en sí misma.

Todos justos. Toda la Palabra, todos sus mandatos, todo su contenido, es igualmente justo. Todo lo que Dios determina, ya sea al dar o al ejecutar sus leyes es siempre y perfectamente justo, por esa razón merece la confianza universal.

Deseables son más que el oro. La Palabra de Dios es más valioso que el oro, son de tal naturaleza que el alma debería desear poseerlos más que el oro, y debería valorarlos más. El salmista expresa sus propios sentimientos hacia la Palabra, y muestra que la estima más que lo más preciado para los hombres.

Más que mucho oro afinado. El oro por sí mismo tiene mucho valor, pero la Palabra no es como cualquier clase de oro, sino como el oro más fino, más puro, de más valor. Para una mente piadosa la verdad revelada de Dios es estimada como la más valiosa de las cosas.

Y dulces más que miel. La miel es la más dulce de todas las sustancias, y es considerada un artículo de lujo, la más agradable al paladar. Para el alma piadosa, la verdad de Dios, revelada en la Palabra, es lo más agradable para el corazón, proporciona el mayor placer para el alma. Ella no es considerada solo como algo necesario, como la medicina, sino que el alma la recibe como lo más deleitoso, agradable y placentero que el más agradable alimento que podamos disfrutar.

Que la que destila del panal. La miel pura es la que se toma directamente del panal. Igualmente, la dulzura de la Palabra se da porque ella proviene directamente de la boca de Dios.

3. Los efectos de la revelación especial (v. 11-14)

El salmista, luego de expresar con solemnidad y gozo los alcances maravillosos de la revelación de Dios en la naturaleza y, especialmente, en la Palabra escrita; presenta algunos efectos que produce la meditación en ella.

Primero, tu siervo es amonestado con ellos; en guardarlos hay grande galardón (v. 11). Literalmente, la luz de tu palabra brilla sobre tu siervo, arroja luz sobre los temas esenciales, dándome claridad para comprenderlos, la Palabra me advierte.

En guardarlos hay una gran recompensa. Obedecerlos trae como resultados benéficas y gozosas recompensas, trae tanta paz y felicidad al alma que en sí mismas constituyen una amplia recompensa.

¿Quién podrá entender sus propios errores? Literalmente, sus propios extravíos o desvíos de la Ley del Señor. Si una persona se considera justa ante Dios es porque no conoce su Palabra. Ella es tan pura, tan santa, tan estricta en sus exigencias – que ejerce jurisdicción sobre los pensamientos, las palabras, la acciones y la vida entera – por lo cual nadie queda sin conciencia de pecado cuando la lee.

De allí la importancia de predicar la Ley, para que los pecadores sean llevados a la convicción de pecado. Incluso, predicarla al creyente, para que no se enorgullezca y camine con humildad delante de Dios. ¿Quién puede contar todos los pecados de su vida? ¿Quién puede hacer una estimación de la cantidad de pensamientos impuros y profanos que se han alojado en su mente? ¿Quién puede contar el número de palabras que nunca debió decir?

Solo Dios nos puede dar el número exacto, y de seguro que es una cifra muy alta. A él no se le escapa nada, ni siquiera lo que hacemos en oculto.

Pero la Palabra nos da esperanza, cuando ella nos muestra la maldad de nuestros corazones, incluso, aquellas maldades ocultas; entonces, nos conduce a dolernos por nuestros pecados y al arrepentimiento, a buscar la misericordia de Dios en Cristo Jesús.

Otra consecuencia de meditar en la Ley del Señor, es que nos libra de la soberbia, es decir, de la falsa confianza en nosotros mismos. La autosuficiencia nos conduce a pecar.

Que no se enseñoreen de mí. Que no se apoderen de mí, que no me convierta en esclavo del pecado, quiero seguir siendo piadoso, verdaderamente libre.

Entonces seré íntegro, inocente de gran transgresión o rebelión. Ya que la Palabra me limpia diariamente al confrontar mi pecado con la santidad de Dios, entonces no continuaré cayendo en constantes pecados.

Por último, dice el salmista, si tu Palabra me limpia así diariamente, todas las palabras que hablo, todos los pensamientos de mi corazón serán agradables a tus ojos, te deleitarán, te darán satisfacción.

Conclusión: Quiera el Señor llevarnos a amar tanto su Revelación escrita, que podamos ser confrontados, exhortados y consolados por ella todos los días.

Quiera el Señor llevarnos a meditar tanto en Su Palabra que ella sea nuestro máximo deleite y satisfacción.

Quiera el Señor llevarnos a amar tanto su revelación que aprendamos a verlo a Él en todas las cosas creadas.

Quiera el Señor llevarnos a amar al personaje central de la Palabra: Jesucristo, nuestro Redentor.

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