La
diversidad del llamado del Evangelio: El llamado de Felipe y Natanael
Juan
1:43-51
Introducción:
La iglesia de Cristo
está compuesta por diversidad de personas, de todos los continentes, colores de
piel e idiomas. Unos son expresivos, otros introvertidos; unos muy emotivos,
otros más estoicos; en fin, Dios llama del mundo a personas con características
muy distintas, las cuales son unidas en un solo cuerpo por medio del bautismo
del Espíritu Santo en la conversión. La Iglesia no es una masa uniforme de
ladrillos, sino, como dice Pedro, un templo vivo constituidos por piedras
vivientes y diferentes (. P. 2:5).
Igualmente, se llega a
ser discípulo de Cristo o miembro de esta iglesia, a través de diferentes llamados,
escenarios u ocasiones. No todos llegamos de la misma manera pero todos somos
llamados eficazmente por el Espíritu Santo.
El apóstol Juan, autor del evangelio, nos
mostrará en este pasaje cómo fueron unidos a la iglesia naciente dos nuevos
discípulos. Observemos cómo los llamó Cristo: uno estaba totalmente preparado
por Dios para sólo escuchar su voz y seguirle, mientras que otro necesitó
escuchar la invitación a través de otro discípulo, necesitó superar dudas
variadas, necesitó ver el poder omnisciente de Dios y entonces sí, venir a
Cristo.
Para una mejor
comprensión del pasaje, lo estructuraremos así:
1. El llamado de
Felipe: Un corazón preparado para responder instantáneamente (v. 43-44)
2. El Llamado de
Natanael: Superando obstáculos (v. 45-51)
1.
El llamado de Felipe: Un corazón preparado para responder instantáneamente (v.
43-44).
“El siguiente día quiso Jesús ir a Galilea, y halló a Felipe, y le dijo:
sígueme” (v. 43). Jesús, luego de recibir la acreditación de Juan el
Bautista, quien anunció públicamente, cuál heraldo de Dios, que el Nazareno era
el Mesías enviado por el cielo, el Cordero de Dios que quita el pecado del
mundo; y luego de recibir a sus primeros tres discípulos, dos de ellos
previamente discípulos del Bautista; ahora iniciará su ministerio itinerante,
viajando por todas las provincias de Israel, anunciando el Evangelio, la
llegada del Reino y testimoniando esto a través de sus milagros, señales y
portentos.
Así que, nos dice Juan
que el cuarto día de los siete días iniciales de la predicación del Evangelio,
Jesús decidió (quiso, se propuso) partir de Judea a Galilea, la provincia donde
él se crió y donde vivía su familia. En Galilea Jesús se la pasaría mucho
tiempo, y se convirtió en un lugar de refugio cuando la hostilidad de los
judíos en Jerusalén arreciaba.
En esta preparación, o
tal vez iniciando el viaje, Jesús se encuentra con Felipe, al cual solamente le
dijo: Sígueme, y él lo siguió. Probablemente Felipe, siendo del mismo pueblo de
Andrés y Pedro, había escuchado lo que ellos decían sobre Juan el Bautista, de
manera que su corazón había sido inquietado respecto a la pronta llegada del
Mesías. Lo cierto, es que el Espíritu Santo ya había estado trabajando en el
corazón de este humilde pescador, de tal manera, que sólo con escuchar al
Mesías decirle “sígueme”, le siguió
inmediatamente. En este caso vemos que nadie escucha el evangelio por mera
casualidad, sino porque Dios así lo ha propuesto. Jesús nuevamente sale al
encuentro del pecador para darle vida y salvación. En él no hay casualidades.
Esto nos muestra,
primeramente, la eficacia de la Palabra de Dios cuando al Señor le place llamar
a una persona a la conversión y el servicio. Ella tiene el poder divino para
convencer al alma, sin el uso de razonamientos, evidencias o justificaciones,
sino que, cuando Cristo dice: Ven, sígueme, cree en mí; el Espíritu aplica esta
palabra para una efectiva e instantánea conversión. En segundo lugar, esto nos
muestra la variedad que Dios usa cuando llama a personas a la conversión. En el
caso de Andrés y Juan, medió el mensaje del predicador Juan el Bautista; Simón
fue convertido a través del testimonio y la invitación de su hermano Andrés,
pero, ahora, es Cristo, de una manera directa, quien lo llama. Lo mismo sucedió
con Saulo, quien fue llamado por Jesús, cuando, ni aún estaba interesado en él,
antes, se oponía al mensaje cristiano y perseguía a sus seguidores. Pero el
poder del Evangelio vino desde el cielo y convirtió a estas almas incrédulas.
Muchos son convertidos
directa e inmediatamente por el poder de Dios, sin que medie ningún predicador,
sólo el alma siendo tratada por el Espíritu de Dios. Pero la mayoría de los
casos de conversión no son así, sino que a Dios le ha placido usar la locura de
la predicación, y la responsabilidad de los creyentes en la misión
evangelizadora para traer a Cristo a la mayoría de los elegidos.
“Y Felipe era de Betsaida, la ciudad de Andrés y Pedro” (v. 44). Juan,
el autor del Evangelio, nos dice que tanto Andrés como Pedro y Felipe eran de
Betsaida. Esta información no es sin importancia, pues, Juan nos quiere mostrar
la grandeza de la gracia de Dios, la cual saca de lo vil y menospreciado
tesoros preciosos para la gloria de Dios, y nos muestra cómo el evangelio puede
transformar vidas, incluso de en medio de sociedades entregadas al mal. Jesús
lanzó algunos ayes o lamentos sobre esta ciudad a causa de su incredulidad y
maldad, a pesar de que él hizo muchos milagros en ella: “!Ay de ti, Corazín!, ¡Ay de ti, Betsaida! Porque si en Tiro y en Sidón
se hubieran hecho los milagros que se han hecho en vosotras, tiempo ha que se
hubieran arrepentido en cilicio y en ceniza” (Mt. 11:21). Dios siempre se
preserva un remanente en cada lugar.
No importa lo
corrompida que esté nuestra sociedad, ni las espesas tinieblas morales que se
yerguen dominantes sobre el Estado, la familia y la misma cristiandad; Dios
sigue siendo Dios, y Su gracia obrará efectiva y poderosamente en aquellos a
quienes él llama por el Evangelio para la conversión. No importa si es una
sociedad atea, agnóstica, inmoral, religiosa o idólatra; el llamado de Cristo
será escuchado por los que Dios ha elegido.
2.
El Llamado de Natanael: Superando obstáculos (v. 45-51)
“Felipe halló a Natanael, y le dijo: Hemos hallado a aquel de quien
escribió Moisés en la Ley, así como los profetas: a Jesús, el hijo de José, de
Nazaret”. ¿Podemos imaginar el gozo de Felipe al encontrarse con Jesús y
ser transformado por su llamado directo y su poder Salvador? Y como es
característico de todo discípulo de Cristo, esta alegría no puede ser guardada
de manera egoísta, sino que inmediatamente se procede a anunciar a los más
cercanos quién es Jesús. Felipe inicia la empresa de buscar a Natanael hasta
que lo encuentra y le habla de Cristo, el Mesías. Muy probablemente este Natanael
es el Bartolomé que se menciona en los Sinópticos.
Juan dice que Felipe halló a Natanael, es decir, lo buscó.
Felipe no se quedó quieto. Dios quiera que este evangelístico y misionero
comenzar de la iglesia pueda recuperarse hoy, donde cada persona que iba siendo
salvada por Cristo buscaba a otros para compartirles esta gran verdad; pero hoy
día se necesitan a 100 para ganar a uno.
La proclamación de
Felipe muestra que la mayoría de los judíos tenían cierto conocimiento del
Antiguo Testamento, especialmente en lo que concierne al Mesías. Aunque la
mayoría no entendió bien la misión del Cristo, ellos sabían que todo el Antiguo
Testamento y la Ley están llenos de promesas y anuncios sobre la venida del
Redentor, pero no sólo esto, sino que todo el Antiguo Testamento está lleno de
símbolos, tipos y figuras que hablan de Cristo. Nadie que no pueda ver a Cristo
en todo el Antiguo Testamento sacará provecho espiritual y salvador alguno de
su lectura. Conocer el Antiguo Testamento prepara la mente para recibir la Luz
del Evangelio, La Ley debe ser predicada antes, para que el Evangelio pueda ser
comprendido después. Moisés y los profetas nos conducen a Cristo.
Superando
obstáculos para venir a Cristo
“Natanael le dijo: ¿De Nazaret puede salir algo de bueno? (v. 46).
Felipe estaba
convencido que Jesús es el Mesías prometido, pero a Natanael, aunque es
impactado por el entusiasmo y la veracidad de la fe de Felipe, le queda una
duda: ¿Cómo es posible que el Mesías, Jesús, sea de Nazaret, si el Antiguo
Testamento había predicho que nacería en Belén de Judá? Debemos preguntarnos
¿Por qué Felipe dijo que Jesús era de Nazaret y no de Belén? Bueno, Felipe, muy
probablemente, aún no tenía toda la información sobre el nacimiento y la primera
infancia de Cristo; además, a una persona se le adjudicaba su pertenencia a la
ciudad o localidad donde había vivido la mayor parte de su vida, y siendo que
Jesús vivió mayormente en Nazaret, fue conocido como el Nazareno.
Aunque en un principio
algunos nuevos creyentes tengan un conocimiento defectuoso de algunas cosas
relacionadas con Cristo, como en el caso de Felipe, Dios puede, y efectivamente
usa la presentación débil del Evangelio para la conversión de sus escogidos. El
poco conocimiento doctrinal que tengamos de nuestro Salvador no debe ser motivo
para obviar el evangelismo, hay personas humildes y escasas en su conocimiento
de la doctrina, que son más efectivas predicando el evangelio que aquellos
teólogos y eruditos en Biblia.
Ahora, Natanael tiene
dudas sobre lo que Felipe declara con tanto entusiasmo, porque la Biblia no
decía nada sobre el Mesías siendo de Nazaret. Además “De Nazaret puede salir algo de bueno?”, es decir, ¿De esa zona tan
distante del centro de la religión judía, del templo y de Jerusalén; rodeada de
tierras habitadas por gentiles, podrá salir el Mesías? Son dudas razonables,
las cuales no proceden de un corazón incrédulo y burlón que busca cualquier
oportunidad para cuestionar la fe cristiana, o que está escondiéndose en los
fundamentos de la lógica para rechazar al Cristo; no, en Natanael hay dudas
honestas que le impiden aceptar a Jesús como el Mesías. Cuántas argumentaciones
se levantan en nuestra mente, a causa de informaciones erradas que recibidos de
Cristo o del Evangelio, las cuales nos llevan a rechazarlo; pero si con
sinceridad queremos tener la reconciliación con Dios, el Señor mismo permitirá
que, aún en contra de nuestra propia lógica, tengamos un encuentro con Cristo.
“Le dijo Felipe: Ven y ve”. La respuesta de Felipe muestra que él ya
había estado con Cristo, ya lo conocía y Cristo habitaba en su alma; pues, él
no acude a la feroz contienda verbal, lanzando argumentos como misiles, como si
fuera posible convencer a un solo hombre de que venga a Cristo por medio de
discusiones. Felipe hizo lo que todo creyente debe hacer con aquel que
honestamente está interesado en conocer a Cristo pero tiene dudas razonables:
invitarlo a que él mismo pruebe al Mesías, a que le dé la oportunidad de
demostrarle quién es él: “Le dijo Felipe:
Ven y ve”, es decir, “no te quedes con las dudas, ven, conócelo, pruébalo,
y una vez hayas hecho esto sabrás si él es o no el Mesías. No tienes nada que
perder, pero sí mucho que ganar”. “Ven y ve”,
estas dos palabras están escritas, en griego, de tal manera que significan: míralo
en el acto, no perdamos tiempo discutiendo de cosas que no puedo explicar,
mejor conócelo ya mismo. Sobre este tema Barclay escribió: “No serán muchos los
que han sido conducidos a Cristo a base de discusiones. A menudo las
discusiones hacen más daño que bien. La única manera de convencer a otro de la
supremacía de Cristo es ponerle en contacto con él. En general, es cierto lo
que se dice de que no es la predicación razonada ni filosófica la que gana
almas para Cristo, sino la presentación de la Persona de Cristo y de la Cruz[1]”.
Sabio es aquel que sabe tratar con el escéptico.
Natanael estaba bajo el
proceso de Dios. Primero, su hermano Felipe lo busca. Esto es un acto de la
misericordia de Dios, pues, Felipe pudo haber buscado a otras personas, más
Dios lo llevó a interesarse, inicialmente, sólo por Natanael. Segundo, la
predicación de Felipe inquietó su corazón buscador. Habían dudas, sí, pero ya
no podría dormir tranquilo hasta que conociera al Salvador. El Espíritu de Dios
está obrando en él, de manera que no se puede quedar quieto, sino que acepta la
invitación y va a Jesús. Todavía lleva dudas en su corazón, pero Dios, quien es
misericordioso, le ayudará a superarlas mostrándole un atisbo de la gloria y la
grandeza de Jesús.
“Cuando Jesús vio a Natanael que se le acercaba, dijo de él: He aquí un
verdadero israelita, en quien no hay engaño” (v. 47). Natanael dudaba de
que Jesús fuera el Mesías, porque, según la información que recibió, cuando fue
evangelizado, él era de Nazaret, cuando debía ser de Belén de Judá; mas, Cristo
no lo condena por esas dudas, antes, amorosamente le demuestra que él es el
Mesías, a través del conocimiento que tiene del corazón de cada hombre. En este
caso él le dice a Natanael que él es un hombre sin engaño, y que este no era un
discurso general que podía ser aplicado a todas las personas, como sueles hacer
los falsos profetas o sanadores de nuestro tiempo, se deja ver en que no era
común o usual encontrar un israelita sin engaño. Muy probablemente Jesús estaba
pensando en el padre de la nación, en Jacob, a quien Dios le cambió el nombre
por el de Israel. “Isaac, su padre, se quejó de él, hablando con su propio hijo
Esaú: “vino tu hermano con engaño, y tomó
tu bendición” (Gén. 27:35). El empleo de engaño a fin de obtener ventajas
egoístas caracterizó no sólo al mismo Jacob (Gén. 30:37-43) sino también a sus
descendientes (cf. Gén. 34)”[2]. Cualquier
Israelita apreciaría tener el atributo de la integridad, pues, el salmista
había declarado que el tal era bendito: “Bienaventurado
el hombre a quien Jehová no culpa de iniquidad y en cuyo espíritu no hay engaño”
(Sal. 32:2).
Que Natanael era un
hombre íntegro se deja ver en la respuesta que él da: “¿De dónde me conoces?”, es decir, ¿cómo sabes eso?, yo no soy una
persona importante. Él no le dice:
“Gracias por el cumplido”, sino que desea saber cómo es que él tiene algún
conocimiento que le permite dictaminar un juicio sobre su carácter e
integridad. “¿Será que Felipe le contó algo?” Nuevamente Natanael está luchando
con las dudas, pero Jesús vuelve a ayudarle con su gracia. Él le muestra la
omnisciencia que tiene en su calidad Divina: “Respondió Jesús y le dijo: antes que Felipe te llamara, cuando estabas
debajo de la higuera te vi” (v. 48). Natanael no se esperaba esta
respuesta. Sentarse debajo de una higuera, en Israel, significaba estar en paz,
y especialmente se hacía para meditar y orar. Tradicionalmente el israelita
comparaba las bendiciones de Dios con tres árboles o plantas muy comunes en
esta zona del mundo: El olivo, el
cual simbolizaba la presencia del Espíritu de Dios en medio de su pueblo; la higuera, la cual representaba la
producción espiritual que Dios esperaba de Su pueblo; y la vid, símbolo de la unión marital entre Dios y su pueblo, de la
cual derivaba la producción de frutos espirituales.
Probablemente Natanael había estado en oración
pidiendo al Padre que enviara pronto al Mesías prometido. Lo cierto es que el
ojo penetrante de Jesús se introdujo en el santuario interno de las devociones
personales de este varón.
“Respondió Natanael y le dijo: Rabí, tú eres el Hijo de Dios; tú eres el
Rey de Israel” (v. 49). Las dudas han sido superadas por el poder y el amor
tierno de Jesús, Natanael cae postrado a sus pies y exclama con profunda
convicción: ¡Indudablemente éste tiene que ser el Mesías, el Hijo de Dios! Si
él tiene tal conocimiento, no sólo de las cosas externas que les suceden a los
hombres, sino de sus corazones e intimidades espirituales, necesariamente debe
ser el Cristo. “!Aquí hay alguien que comprende mis sueños, un Hombre que
conoce mis oraciones! ¡Aquí hay Uno que ha contemplado los anhelos más íntimos
y secretos que yo no sé ni expresar con palabras! ¡Aquí hay un hombre que puede
traducir los suspiros inarticulados del alma! Este hombre no puede ser más que el
Ungido de Dios.[3]”
Es por eso que Natanael exclama “Rabí, tú
eres el Hijo de Dios, tú eres el Rey de Israel” (v. 49). Aunque muy
probablemente Natanael no logró comprender todo el significado de esta
expresión, así como tampoco Juan el Bautista comprendió de manera plena las
revelaciones que recibió sobre el Cordero de Dios, en ese instante, por el
poder del Espíritu, él puede ver en Jesús al Hijo de Dios, al Mesías, al
Salvador del mundo; y creyó en él. En ese instante fue salvo y unido a la
naciente iglesia cristiana.
Ya hemos visto el
significado del nombre Hijo de Dios, pero ahora se adiciona otro título para
Cristo: Rey de Israel. Esta declaración viene del Salmo 2:6: “Pero yo he puesto mi rey sobre Sión, mi
santo monte”, y el pueblo entendía que el Mesías también sería rey, pues,
en la entrada triunfal ellos exclamaron: “!Hosanna!
¡Bendito el que viene en el nombre del Señor, el Rey de Israel!” (Juan
12:13). Cuando Pilato le preguntó a Jesús si él era rey, respondió: “Tú dices que yo soy Rey. Yo para esto he
nacido y he venido al mundo” (Juan 18:37). Y también en Apocalipsis, Juan
vio que Cristo tenía estos nombres escritos en sus vestidos y muslo: “Rey de reyes y Señor de señores”
(19:16). Natanael, probablemente, estaba mirando a Jesús como ese Rey prometido
que restauraría el reino de Israel, pero, más tarde, luego de su resurrección,
la teología y la escatología imperfecta del principio, se nutriría con la
verdad de que el reinado de Cristo, en esta etapa escatológica, sería de índole
espiritual, no sobre el Israel según la carne, sino sobre el Israel espiritual.
Jesús es Rey sobre su pueblo y gobierna victorioso sobre los creyentes. Pero a
pesar de la deficiencia en el conocimiento escatológico, esto no fue obstáculo
para que Natanael fuese salvo, así como las diferencias en la interpretación de
esta doctrina no debe ser motivo para descalificar a nadie que ha sido aceptado
por Cristo.
Recompensas
de la fe en Cristo
En recompensa por esas
declaraciones de fe de Natanael, Jesús le hace una promesa: “Respondió Jesús y le dijo: ¿Porque te dije
que te vi debajo de la higuera, tú crees? Cosas mayores que éstas verás”
(v. 50). La fe en Jesús es el canal que Dios usa para recibir la salvación.
Esta fe, que es don de Dios, produce convicción y atracción cuando se ha visto
al Cordero de Dios. No importa si aún no se comprenden todas las cosas, o no se
tiene el conocimiento pleno de las doctrinas de la fe cristiana, pero, en el
instante en el cual el alma se aferra en fe a Cristo, todas las promesas del
Evangelio le son dadas y aseguradas. Por lo tanto, Natanael vería, junto con
los demás creyentes, cosas grandes, misteriosas y profundas que no se
imaginaban. Las cosas mayores que ellos verían incluyen los milagros de Cristo,
pero de manera especial, su resurrección. “Quienes, con corazón sincero, creen
en el Evangelio, verán crecer y multiplicarse para ellos las evidencias de su
fe”[4].
Esta promesa es segura
porque Jesús la confirma con una expresión que será común en el resto del
Evangelio de Juan: “De cierto, de cierto
os digo”. Esta expresión, “Amén, Amén
os digo”, es una manera judía, en arameo, de confirmar algo que se dice, de
anunciar que es totalmente verdadero, que debe ser escuchado con mucha
atención. Repetir algo dos veces era una forma de enfatizar alguna frase o
declaración. La palabra Amén significaba verdadero, fiel, cierto; denotaba una
aseveración solemne, casi un juramento. De esta voz proceden palabras como:
arquitecto, fe, fiel, columna, verdad.
Jesús, siendo Dios,
tiene la perfección o el atributo de la verdad y la fidelidad; cuando él usa el
Amén, Amén también está denotando la autoridad que tienen sus palabras, es
decir, todos deben escuchar sus palabras porque contienen vida para el ser
humano. Esa es la razón por la cual en Apocalipsis Cristo mismo dice de sí: “Y escribe al ángel de la iglesia en
Laodicea: He aquí el Amén, el testigo fiel y verdadero” (3:14). Sus
palabras son fieles y verdaderas, pero a pesar de esto, en algunas ocasiones él
enfatizó la seguridad de sus promesas y palabras diciendo “Amén, Amén”, pues, “Todas las
promesas de Dios son en él Si, y en él Amén, por medio de nosotros para la gloria de Dios”
(2 Cor. 1:20). Los judíos, así como nosotros, solían usar el Amén al final de
las oraciones, pero Cristo las usa al principio, denotando que él es el
verdadero Amén. Que el evangelio es la verdad autoritativa para la salvación
del hombre caído en miseria a causa del pecado.
“De aquí adelante veréis el cielo abierto, y a los ángeles de Dios que
suben y descienden sobre el Hijo del hombre” (v. 51). Estas cosas grandes
que ellos verán, no solo Natanael (os
digo, plural), se relacionan con el cumplimiento de las promesas
Antiguotestamentarias, es decir, la llegada gloriosa del Mesías y su obra
perfecta, tipificada, de manera especial, por la escalera de Jacob, esa
escalera que él vio en un sueño, mientras dormía recostado sobre una piedra, huyendo
de su hermano Esaú. En esa oportunidad él vio que los ángeles de Dios
descendían a la tierra y ascendían al cielo a través de la escalera. Al final
del sueño Dios le hace una promesa: “Y
todas las familias de la tierra serán benditas en ti y en tu simiente”, es
decir, Cristo es la escalera que une al cielo con la tierra, y en él, serán
benditas todas las familias de la tierra. Personas de todas las naciones y
lenguas podrán tener comunión con el cielo a través de la escalera de Jacob:
Cristo, el Salvador. Jesús es “el lazo de unión entre Dios y el hombre, Aquel
que por medio de su sacrificio reconcilia a Dios con el hombre”[5].
Es por Jesús, y sólo a través de él, que las almas pueden escalar el camino que
lleva al cielo.
“Veréis el cielo abierto y a los ángeles de Dios que suben y bajan sobre
el Hijo del Hombre”. El cielo se abrió cuando Jesús fue bautizado (Mt.
3:16), el cielo se abrió para recibirlo en gloria luego de su resurrección, la
voz de Dios habló desde el cielo hasta la tierra en varias ocasiones para
testificar que Jesús es Su Hijo amado, los ángeles estuvieron presentes en el
nacimiento de Cristo, cuando fue tentado, en el sepulcro y en la resurrección.
En Jesús se conectó el cielo con la tierra. Cuando él estuvo en esta tierra
hubo mucha actividad angélica, mostrando así que él es el Señor de los cielos,
el Señor de los ángeles, el Señor de la tierra y el Señor de la unión entre el cielo
y la tierra. Un día los creyentes viviremos para siempre en la presencia de
Jesús quien, de manera definitiva, unirá al cielo y la tierra, formando así la
morada eterna para los creyentes.
Adicionalmente, Jesús
se asigna otro título: Hijo del Hombre,
es decir, en él se encuentran Dios y el hombre. Él representa de manera
perfecta a la raza humana, él es el verdadero hombre conforme vino de la mano
de Dios. En los cielos, hoy día, intercede por los creyentes el Hijo de Dios
(Dios de Dios), quien también es Hijo del hombre (verdadero hombre). Este Hijo
del hombre reina hoy en los cielos y un día vendrá en gloria para reinar sobre
todo el mundo e introducirnos al estado eterno de gloria. Amén.
Aplicaciones:
Amigos, ¿cuáles son sus
obstáculos para venir a Cristo? No te quedes con ellos, Cristo es la Verdad y
la Vida, ven, míralo, pruébalo; y no saldrás decepcionado. Así no entiendas
todo, ven a él y él te dará lo que tu alma necesita.
No hay comentarios:
Publicar un comentario