Marcas
iniciales del verdadero discípulo
Juan
1:35-42
Introducción:
Indudablemente, Juan el
Bautista es el profeta que Dios usa para establecer la continuidad y conexión
entre el Antiguo y el Nuevo Testamento. Juan representaba a los profetas
antiguotestamentarios, anunciando la venida del Mesías, los tiempos de gloria y
gracia que él traería. Se aproximaban tiempos de cambios, tiempos de
transformación. El Poder del Espíritu Santo se manifestaría de manera plena
para establecer en el corazón del creyente un verdadero cambio, escribir en él
la Ley de Dios, y transformar su corazón de piedra en uno de carne. Habría un
cambio radical en el pueblo de Dios, y ahora sólo los que tengan un corazón
regenerado, no simplemente los que tengan la señal externa de la circuncisión,
formarían parte de este pueblo, antiguo, pero nuevo. Juan fue comisionado por
Dios para dar continuidad al Pueblo de Dios y a la sana teología, indicando a
quién señalaban los profetas del Antiguo Testamento como el Mesías, el
transformador, el fundamento de estos cambios trascendentales.
Muchas cosas van a
cambiar en la escena espiritual de Israel. El Mesías ha llegado y él lo
transformará todo. Ahora si vendrá la manifestación de la verdadera gloria de
Israel, pero no será como la mayoría del pueblo lo espera. No se trata de que
el Mesías les dará una gloria mundana, o les hará prósperos económicamente, o
les librará del imperio Romano; no, es algo espiritual, profundo y
trascendental.
Juan tuvo la
responsabilidad de anunciar al Israel según la carne a quién debían ellos ahora
seguir, escuchar y ver; si es que deseaban seguir siendo el pueblo de Dios. A
partir de la fecha, nadie podrá ser considerado miembro del pueblo de Dios,
beneficiario de sus pactos, sino es a través del Ungido, del enviado
directamente desde el cielo.
Es los pasajes que estudiaremos
hoy, veremos el sencillo pero significante inicio de la Iglesia cristiana, sus
primeros miembros; pero de manera especial veremos en qué consiste ser un
discípulo de Cristo, un miembro de su iglesia. Juan nos mostrará algunas
características iniciales de todo discípulo cristiano, las cuales, confiamos en
Dios, se encuentren en nosotros; también Juan nos mostrará qué deben hacer las
personas para ser reales discípulos de Jesús, el Cordero de Dios, el Mesías.
Para comprender mejor
el pasaje, los estructuraremos así:
1. Siguiendo a Cristo
(v. 35-37)
2. Enseñado por Cristo
(v. 38)
3. Habitando con Cristo
(v. 39)
4. Compartiendo de
Cristo (v. 41, 42a)
5. Nuevos en Cristo (
v. 42b)
1.
Siguiendo a Cristo. “El siguiente día
otra vez estaba Juan, y dos de sus discípulos. Y mirando a Jesús que andaba por
allí, dijo: He aquí el Cordero de Dios. Le oyeron hablar los dos discípulos, y
siguieron a Jesús” (v. 35-37).
Recordemos que Juan, el
evangelista, está presentándonos el inicio de la predicación del Evangelio, lo
cual condujo a la conformación de la Iglesia Cristiana. Estas son las bases,
cómo empezó. Y esto es de gran importancia, porque las cosas son lo que son,
dependiendo de su comienzo, por ejemplo, Estados Unidos de Norte América es la
nación que es, debido al origen que tuvo. Los peregrinos ingleses que llegaron
a tierras norteamericanas buscaban una tierra donde pudieran vivir la fe
cristiana en su forma más pura, sin persecuciones. Ellos llegaron a lo que es
hoy USA con la convicción de que esa era la tierra adecuada para construir una
nación basada en la Palabra de Dios, en los principios del Evangelio, la
libertad, la justicia y la paz. Esa es la razón por la cual EEUU se convirtió
en una tierra próspera. Los colones ingleses querían construir una nación para
la gloria de Dios.
Juan en su evangelio
nos relata los primeros siete días de la predicación del Evangelio con el fin
de mostrarnos las bases sobre las cuales se construye la iglesia cristiana.
Ahora nos encontramos
en el tercer día, donde, en la escena, hallamos nuevamente al profeta Juan el
Bautista, predicando, y, por supuesto, bautizando cerca al río Jordán. Ocupado
en esta faena, nuevamente ve a Jesús, el Cristo, caminando cerca de allí. Pero
Juan no resiste la emoción de poder ver cara a cara al Prometido en el Antiguo
Testamento, así que nuevamente declara lo que había dicho de él el día
anterior: “He aquí (miren) el Cordero de
Dios”. Ya hemos visto como él entendió cuál era el propósito de su
ministerio, y cada vez más se enfoca en llevar la mirada del pueblo hacia
Jesús. A pesar de que en dos ocasiones ha insistido en que no lo miren a él,
sino al Cristo, la gente todavía lo sigue, incluso, tiene un buen número de
discípulos. Pero él ha comprendido que ahora todo debe pasar a manos del
Mesías, del verdadero Salvador de Israel. Su ministerio ahora sólo tiene un
enfoque, que todos los sigan a Él. Luego en el evangelio de Juan, encontraremos
a Juan Bautista diciendo con gran humildad: “Es necesario que él crezca y yo mengue” (Juan 3:30).
Aunque el testimonio
que dio el día anterior fue más largo, al Espíritu Santo le plació usar este
corto testimonio para producir frutos de conversión: dos discípulos de Juan son
los primeros convertidos en seguir a Jesús, como dice Ryle “La misma Verdad que
no hace bien la primera vez que se predica puede hacerlo la segunda”[1].
“Le oyeron hablar los dos discípulos, y siguieron a Jesús”. Es
interesante observar el método de Dios para el Evangelismo: Juan predicó acerca
de Cristo, dos de sus discípulos oyeron este testimonio, y luego siguieron a
Cristo: predicar, oír, seguir. Dios no ha cambiado su método: anunciar el
evangelio de manera que otros oigan, y entre ellos Dios obrará en el corazón
haciendo que sigan a Cristo. Hablar, oír y seguir. Sencillo. No tenemos que
inventar ningún método sofisticado, pensando que esto será más efectivo. Esto
nos muestra el poder que Dios ha dado a la predicación el Evangelio “si, una o
dos palabras acerca de Cristo y la Cruz, ¡cuán poderosas son para cambiar los
corazones de los hombres!”[2].
Podemos predicar de las grandes cosas que hicieron los reformadores del siglo
XVI, podemos predicar de las grandes hazañas de los científicos, de lo inmenso
y profundo de la creación; pero nada de eso servirá para convertir una sola
alma, sólo la predicación sencilla de la ignominiosa Cruz de Cristo, tiene el
poder para transformar el corazón humano, sólo “la locura de la predicación” (1 Cor. 1:18), es el poder y la
sabiduría del cielo para los que creen.
Juan nos enseñará en
todo su evangelio que para ser un cristiano hay que seguir a Jesucristo. “No
hay cristianismo aparte de una relación personal con Jesús a través de la cual
venimos a ser sus discípulos. El cristianismo es simple: es ver a Jesús como el
Salvador que Dios ha enviado y seguirlo a él. La gente a veces habla de un
“Cristianismo sin Cristo” – esto es, de una experiencia cristiana sin una
relación personal con Jesús. Pero desde el mismo comienzo del Evangelio de
Juan, vemos cuán imposible es esto: ser cristiano es seguir a Cristo”[3].
“Y volviéndose Jesús, y viendo que le seguían, les dijo: ¿Qué buscáis?
Ellos le dijeron: Rabí (que traducido es, Maestro), ¿dónde moras? Les dijo:
Venid y ved. Fueron, y vieron donde moraba, y se quedaron con él aquel día;
porque era como la hora décima” (v. 38-39). En este pasaje encontramos a un
Jesús amoroso, preocupado por los demás, tierno en el trato con los hombres,
facilitando que ellos vengan a él, ayudándoles en sus temores y debilidades.
Estos dos discípulos, uno era Andrés, el hermano de Pedro, y el otro no se
menciona, pero, conociendo la humildad del apóstol Juan, es muy probable que
sea él; querían hablar con Jesús, conocerlo, escuchar de él las verdades
celestiales que impartiría el Mesías; pero tenían temor de acercarse, no
estaban seguros si el Mesías, el Hijo de Dios, los aceptaría o les podría
dedicar tiempo para hablar con ellos. Más Jesús, el buen pastor, facilita todas
las cosas. Él se devuelve y les pregunta tiernamente: “¿Qué buscáis”. Con esta pregunta él, quien conoce los corazones de
los hombres, buscaba alentarlos en su búsqueda de Dios. Recordemos que estos
dos hombres ya eran discípulos de Juan el Bautista. Ellos andaban buscando una
vida espiritual verdadera, la reconciliación con Dios. Habían empezado siendo
discípulos de Juan, pero ahora tenían la oportunidad de conocer, no al vocero,
sino a la Verdad misma, a la fuente de la vida, al bautizador con el Espíritu
Santo.
Esto nos hace recordar
que “el que busca, halla” (Mt. 7:8),
que el que viene a Cristo no es rechazado, “Venid
a mi todos los que estáis trabajados y cargados, y yo os haré descansar”
(Mt. 11:28). En él siempre encontraremos a un gran amigo. “Aquí tenemos un
símbolo de la iniciativa divina. Siempre es Dios el que da el primer paso.
Cuando la mente humana empieza a buscar, y el corazón humano empieza a anhelar,
Dios nos sale al encuentro mucho más que hasta la mitad del camino. Dios no nos
deja buscar y buscar hasta que le encontremos, sino que no sale al encuentro.
Como dijo Agustín, no podríamos ni haber empezado a buscar a Dios si Él no nos
hubiera encontrado ya. Cuando acudimos a Dios, no descubrimos que se ha estado
escondiendo para mantener la distancia; acudimos a Uno que se detiene a
esperarnos, y que hasta toma la iniciativa de salir a buscarnos al camino”[4].
Jesús les dice “¿qué buscáis?”, es decir, “¿Hay algo que
pueda hacer por vosotros, alguna verdad que pueda enseñaros, alguna carga que
pueda quitaros de encima? Si es así, hablad, no tengáis temor. ¿Qué buscáis?
¿Estáis seguros de que me seguís con motivaciones correctas? ¿Estáis seguros de
que no me estáis considerando un dirigente transitorio? ¿Estáis seguros de que
no buscáis, como otros judíos, riquezas, honores, grandeza en este mundo?
Examinaos y aseguraos de que buscáis lo correcto”.[5]
Esta es una pregunta
que se debe hacer todo aquel que se llama cristiano, o que asiste a una
iglesia: ¿Qué estás buscando al venir a Jesús? La gente de nuestro tiempo puede
dar muchas respuestas. Algunos buscan un escape de las dificultades de la vida.
Ellos quieren ser protegidos de las pruebas que este mundo trae contra
nosotros, pero ellos no están en armonía con lo que ofrece Cristo, pues, él
dijo que los que le sigan tendrán muchas pruebas y sufrimientos en este mundo.
Un gran ejemplo de ello es cuando Cristo envía a sus discípulos en una barca
directamente hacia la tormenta, él no nos libró de enfrentarse con la tormenta,
pero él estuvo con ellos para protegerlos. El cristianismo no es escapista,
sino que es muy realista, Jesús nos lleva a ser parte de un mundo real. Otros
pueden buscar a Cristo porque están interesados en la salud del cuerpo,
prestigio o el poder. A ellos les interesa más tener una carrera exitosa y
prosperidad material, pensando que si siguen a Jesús él les ayudará a conseguir
ese propósito. Pero los que siguen a Jesús con esto en mente no han leído lo
que él mismo dijo: “Si alguno quiere
venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz cada día, y sígame.
Porque todo el que quiera salvar su vida, la perderá; y todo el que pierda su
vida por causa de mí, éste la salvará” (Luc. 9:23-24). Otros quieren seguir
a Cristo porque quieren obtener paz para sus vidas. Ellos ven que el
cristianismo provee actividades y disciplinas que son benéficas para un alma
turbulenta. Y es verdad que el cristianismo produce paz y gozo interno, pero no
por buscar estas cosas. Los cristianos encuentran paz y gozo como resultado de
seguir a Jesús, no de seguir a la paz o al gozo, confiando en él y viviendo
para él. Él enseñó: “Bienaventurados los
que tienen hambre y sed de justicia (no los que tienen hambre de
experimentar paz, alegría y tranquilidad),
porque ellos serán saciados” (Mt. 5:6). La Biblia enseña que la única
manera de ser feliz es ser hechos a la justicia y rectitud de Dios, esto es la justificación.
2.
Enseñado por Cristo. “Ellos le dijeron:
Rabí (que traducido es, Maestro), ¿dónde moras?” (v. 38).
Indudablemente estos
dos discípulos de Juan habían quedado impresionados con la predicación del
Bautista. Ellos querían conocer al Maestro o Rabí. Por esa razón le preguntan
¿dónde moras?, es decir, “anhelamos saber más de ti. Nos gustaría apartarnos de
la multitud para ir contigo y preguntarte de una manera más personal y
tranquila, en tu morada, acerca de las cosas que están en nuestros corazones”[6].
El que ha sido
convertido por la predicación del Evangelio, aunque sean unas pocas palabras
las que se hayan dicho, producirá un sincero deseo de morar con Cristo, de
conocerlo más de cerca, de profundizar en él y tener comunión con él. El
verdadero convertido no se queda satisfecho con las primeras y transformadoras
palabras que escuchó del evangelio, sino que él mismo irá a la fuente, a
Cristo, por medio de Su palabra escrita, y allí reposará por largos momentos,
aprendiendo a sus pies.
Es interesante observar
cómo llaman estos discípulos de Juan a Cristo: “Rabí, Maestro”. Un Rabí era un maestro que reunía tras de sí a un
grupo de discípulos, los cuales le seguían siempre, caminaban con él, le
servían, vivían con él y escuchaban sus enseñanzas. Esto es lo que los dos
discípulos quieren que Jesús sea para ellos: un maestro. Ellos quieren aprender
de él, beber de él, caminar con él, servirle a él, entregarse a él, ser como
él. Todo aquel que se identifique como cristiano debe tener a Cristo como su
maestro y debe querer aprender de él. Esto es fundamental en la vida cristiana.
Los discípulos aprendieron de Cristo escuchándole directamente, hoy día lo
hacemos por medio de la Palabra escrita de Dios. Jesús mismo dijo: “Yo para esto he nacido, y para esto he
venido al mundo, para dar testimonio a la verdad” (Juan 18:37), y nosotros
debemos aprender esta verdad de él. Ser cristiano es aprender de Cristo lo que
es él, lo que él hizo por nuestra salvación. En el Evangelio de Juan, Jesús,
nos enseñará cosas esenciales que debemos conocer de Él: Yo soy en pan de vida,
y cualquiera que lo comiere no tendrá más hambre (6:35); Yo soy la luz del
mundo, el que me sigue no andará en tinieblas, sino que tendrá la luz de la
vida (8:12); Yo soy el buen pastor, y mi vida doy por las ovejas (10:14-15). Y
lo más importante que debemos aprender de Cristo es lo que él hizo por nuestra
salvación, su muerte en cruz, la expiación, su resurrección. Jesús también nos
enseña cómo debemos vivir en este mundo. Él mismo se presenta como un ejemplo
de humildad, fe, misericordia, verdad y amor para nosotros los que le seguimos.
Es imposible ser cristiano y no aprender de Cristo, pero no sólo se trata de un
llenar la mente de conocimientos teóricos, sino de poner en práctica lo que él
nos enseña: “Cualquiera, pues, que me oye
estas palabras, y las hace, le compararé a un hombre prudente, que edificó su
casa sobre la roca. Pero cualquiera que me oye estas palabras, y no las hace,
le compararé a un hombre insensato, que edificó su casa sobre la arena”
(Mt. 5:24, 26). Además, Jesús dijo: “Si
vosotros permaneciereis en mi palabra, seréis verdaderamente mis discípulos; y
conoceréis la verdad, y la verdad os hará libres” (Juan 8:31-32).
3.
Habitando con Cristo. “Les dijo: Venid y
ved. Fueron, y vieron donde moraba, y se quedaron con él aquel día; porque era
como la hora décima” (v. 39).
“Les dijo: Venid y ved”, qué hermosa expresión del amor, la
afabilidad, la hospitalidad y la disponibilidad de Cristo. Esta es una
expresión muy común en los escritos rabínicos, con la cual querían decirle al
discípulo: vengan y conozcan la verdad que estoy enseñando. Jesús dice esto a
todos los hombres: Vengan, venid a mí, conozcan quién soy, y encontrarán vida y
consuelo para vuestras atribuladas almas. La mayoría no va a Cristo, pero estos
dos discípulos, los primeros miembros de la incipiente iglesia cristiana del
primer siglo, fueron y vieron. No sabemos si Jesús moraba en una casa, en una
humilde estancia o, incluso, en una cueva. No importaba el sitio, ellos querían
morar con Cristo, aprender de él.
“Y se quedaron con él aquel día; porque era como la hora décima”. Muy
probablemente uno de los dos discípulos que siguieron inicialmente a Cristo fue
Juan, el apóstol y autor de este evangelio. Para él esa tarde era imborrable,
memorable. Por eso para él es imposible olvidar detalles tan minuciosos como la
hora en la cual llegaron a la morada del Salvador. La hora décima,
probablemente, era las cuatro de la tarde. A ellos no les importó la hora, ni
la proximidad de la noche, sólo querían una cosa: escuchar las preciosas
verdades celestiales que traía el Ungido, el Mesías, el Redentor.
La palabra griega
traducida como quedarse, significa, morar. Ellos habitaron o permanecieron
con Cristo, se quedaron con él. Esta es una verdad que Juan mostrará en su
evangelio como algo característico del cristiano. Jesús mismo dirá: “Permaneced en mí, y yo en vosotros… Si
permanecéis en mí, y mis palabras permanecen en vosotros…” (Juan 15:4, 10).
Permanecer en Cristo es abundar en Su palabra, es hablar con él constantemente
por medio de la oración. Él nos enseña y habla por medio de Su palabra, y
nosotros le hablamos a él por medio de la oración.
4.
Compartiendo de Cristo. “Andrés, hermano
de Simón Pedro, era uno de los dos que habían oído a Juan, y habían seguido a
Jesús. Éste halló primero a su hermano Simón, y le dijo: Hemos hallado al
Mesías (que traducido es el Cristo). Y le trajo a Jesús” (v. 40, 41, 42a).
Andrés, uno de los dos
discípulos, no se contiene en su emoción, e inmediatamente sale del encuentro
que tuvo con Cristo, se apresura a anunciar a su hermano Pedro que por fin ha
llegado el Mesías esperado. Él no puede guardar esa buena nueva sólo para sí,
es necesario compartirla, y qué mejor que empezar por la familia más cercana.
Cuando un alma ha sido transformada por el poder del Evangelio,
indefectiblemente compartirá este gozo con los demás. Es imposible ser un
cristiano silencioso.
Andrés fue el primer
misionero de la iglesia cristiana, y fue el primero en llevar un alma a Cristo,
luego de Juan el Bautista. Este hombre representa el carácter de un verdadero
creyente: Aunque él conoció a Cristo y a su evangelio antes que su hermano
Pedro, no tuvo problemas ni remordimientos porque luego, él paso a ocupar el
segundo lugar de importancia, y siempre fue conocido en dependencia de su
hermano, incluso, aquí, se le llama “Andrés,
hermano de Simón Pedro”; por el resto de su vida sería conocido así. Pedro,
aunque vino después de él a Cristo, ocupó un lugar más prominente. Incluso,
Andrés no formó parte del círculo más íntimo que tenía Cristo, pero Pedro sí.
Esto no lo frustró. Él entendió que los planes del Señor para con cada uno son
distintos, y a algunos les dará mayores dones o responsabilidades. No obstante,
Andrés siempre mantuvo su espíritu evangelístico y misionero. Las otras veces
que la Biblia lo menciona resalta el hecho de que Andrés seguía trayendo
personas a Cristo: En Juan 6 trae a un muchacho a Jesús, el de los cinco
panecillos y los dos pescados; luego, en Juan 12:22lo encontramos trayendo a
los buscadores griegos ante Cristo.
5.
Nuevos en Cristo. “Y mirándole Jesús,
dijo: Tú eres Simón, hijo de Jonás; tú serás llamado Cefas (que quiere decir,
Pedro” (v. 42b).
Ahora Juan nos mostrará
cuáles son los resultados de ser un discípulo de Cristo. Y esto lo veremos en
lo que sucedió con Simón Pedro, otro discípulo que Cristo obtuvo el mismo día.
Los judíos sabían que
el Mesías tendría un conocimiento perfecto de las personas. Dice Juan: “Y no tenía necesidad de que nadie le diese
testimonio del hombre, pues, él sabía lo que había en el hombre” (2:25).
Esto es lo que sucede en el encuentro de Pedro con Cristo. Jesús, al darle un
nuevo nombre, deja ver que: Primero, él tiene autoridad sobre Pedro, él es
Dios. Cambiar el nombre de una persona que apenas acaba de conocer, es un acto
que manifiesta la soberanía de Cristo sobre los hombres, y su señorío sobre los
suyos. Segundo, Jesús conocía quién era Pedro, su personalidad, sus rasgos
distintivos. Cuando él dice: “Tú eres
Simón”, le está diciendo: tú eres de una personalidad inestable, eres
impulsivo e inconstante, Simón, yo te conozco, incluso, más de lo que te
conoces a ti mismo, yo soy el Mesías y soy Dios encarnado. Y te he escogido
para que seas uno de los pilares de la Iglesia cristiana, para que con los once
establezcan el fundamento doctrinal de la misma. Pero tú no puedes hacer esta
tarea para la que te he escogido siendo lo que eres, debes nacer de nuevo, debe
haber un cambio de corazón, el cual te cambiará tu personalidad; y pasarás a
ser estable como una roca, por eso tu nombre ahora será Cefas (arameo) o Pedro
(griego).
Esta no es la primera
vez que Dios cambia el nombre de una persona, simbolizando con ello el cambio
del carácter mismo. Dios le cambió del hombre de Abram a Abraham, proclamando
así que éste hombre llegaría a ser padre de muchas naciones; lo mismo hizo con
Sarai, a quien le dio el nombre de Sara, pues, dejaría de ser estéril y también
sería madre de reyes, pueblos y naciones. Dios le cambió el nombre a Jacob
(engañador) y le dio el de Israel (el que reina con Dios).
La Biblia dice que
todos los cristianos recibimos de Dios un nuevo nombre: “Después miré y he aquí el Cordero estaba en pie sobre el monte de Sión,
y con él ciento cuarenta y cuatro mil, que tenían el nombre de él y el de su
Padre escrito en su frente” (Ap. 14:1). Los ciento cuarenta y cuatro mil
representan a la plenitud o totalidad del pueblo redimido de Dios. Todos hemos
recibido de Cristo su nombre, ahora es nuestro. Lo cual significa que hemos
sido transformados en nuevas personas. El viejo hombre, la vieja mujer ha
muerto, y ahora Cristo vive en nosotros. Nuestro nombre es el de Cristo, por lo
tanto, ya no vivimos nosotros, sino Cristo en nosotros. Antes éramos cobardes,
inestables, inseguros, sin norte, proclives al mal, negligentes, indolentes,
sin amor, iracundos, entregados a la inmoralidad sexual, llenos de toda clase
de vicios de la carne, amantes del alcohol, el cigarrillo, la mundanalidad;
pero ahora no somos eso; hemos recibido un nuevo nombre que identifica lo que
ahora somos. Gloria a Cristo por cambiarnos nuestro nombre, cambiando así
nuestra vieja naturaleza.
Cuando nos convertimos
en discípulos de Cristo, nosotros le vemos a Él como nuestro cordero, nuestro
maestro y nuestro amado Señor. En cambio, él nos mira en términos de lo que su
salvación está haciendo en nuestras vidas. Él nos mira como aquellos que han
sido redimidos por su sangre, aquellos que están siendo constituidos a la
imagen de Su gloria, como aquellos que habitarán con él para siempre en gloria.
Así como el nombre Pedro significa una piedra o roca, con la cual se construye
la iglesia de Dios, el Señor también nos ha cambiado y nos ha convertido en
rocas, o Pedros, con los cuales construye su iglesia: “Vosotros, también, como piedras vivas, sed edificados como casa
espiritual y sacerdocio santo, para ofrecer sacrificios espirituales aceptables
a Dios por medio de Jesucristo. Más vosotros sois linaje escogido, real
sacerdocio, nación santa, pueblo adquirido por Dios, para que anunciéis las
virtudes de aquel que os llamó de las tinieblas a su luz admirable” (1 P.
2:5, 9).
Jesús transforma
nuestro corazón en el momento de la regeneración, y luego sigue el largo
proceso de la santificación, de manera que cada día seamos como él. Pero
solamente morando con él, aprendiendo de él, obedeciéndole a él, hablando de
él, podremos ser creciente y totalmente transformados.
Aplicaciones:
Hemos aprendido que el
verdadero cristiano es aquel que busca a Jesús, pero lo sigue por razones
auténticas. Te pregunto: “¿Estás buscando el perdón? Lo encontrarás en Cristo. ¿Estás
buscando paz? Él te dará descanso. ¿Estás buscando pureza? Él tomarás tus
pecados, los quitará de ti, te dará un nuevo corazón, y pondrá al Espíritu
Santo en ti. ¿Qué estás buscando? ¿Un sólido lugar de descanso para tu alma en
esta tierra, y una esperanza gloriosa para ti en el cielo? Lo que tú buscas, se
encuentra sólo en Jesús. Ven a él.
Esposo y padre, ¿Eres
tú un discípulo fiel de Cristo? Recuerda que tu primera responsabilidad es
testificar de él ante tu familia más cercana, tu esposa y tus hijos. ¿Les estás
hablando de Cristo? La mejor forma de hacerlo es practicar el devocional o el
culto familiar, en el cual lees la Palabra, explicas la Palabra, aplicas la
Palabra y oran conforme a la Palabra. No seas negligente en esta labor, pues,
grandes serán las recompensas que recibirás; y muy grandes los males que tu
familia sufrirá al descuidar este sagrado deber. Cristo se hace presente donde
su Palabra está presente, invítalo diariamente a través del altar familiar.
¿Quieres ser más fuerte
en la fe? ¿Quieres conocer el amor de Dios más profundamente? ¿Quieres poder
para la paz, la santidad y el gozo? No hay una fórmula secreta para ello, sólo
una vida de discipulado con Jesús, confiando en su sangre para tu salvación,
aprendiendo de Su Palabra, y morando en su presencia a través de la oración.
¿Haces esto?
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