Un
poderoso testimonio de un humilde predicador
Juan
1:19-28
Introducción:
Cuando en la historia
humana suceden actos espectaculares que no duran un día, sino varios, la
humanidad entera tiende a ser impactada, como cuando hay una guerra en oriente
medio y las potencias del mundo envían sus fuerzas militares, y hay lanzamiento
de misiles, destrucción de edificios, voladura de pozos petroleros, y esto dura
varios días, la humanidad entera es impactada por cierto tiempo.
Juan, en los capítulos
1 y 2 de su evangelio, nos presenta los primeros siete días del ministerio
público de Cristo, los cuales son inolvidables para cualquier cristiano; con
ellos se marca la era del evangelio, el inicio de la iglesia cristiana, el
comienzo de la predicación evangélica.
Así como Moisés
presenta la creación en siete días, Juan presenta el inicio del ministerio de
Cristo en siete días. Así como en Génesis hay dos secciones de tres días,
seguidos de un último día, Juan también hace lo mismo al presentarnos la
introducción del Hijo en su ministerio público. Los primeros tres días son
marcados por el testimonio de Juan el Bautista respecto al Cristo, luego siguen
tres días donde Jesús comparte con sus primeros discípulos, y por último, Juan
concluye el séptimo día con la primera señal o milagro de Jesús en las bodas de
Caná.
En el pasaje de hoy
miraremos lo que sucedió en el primero de esos siete días iniciales del
ministerio de Cristo: el testimonio de Juan el Bautista. Realmente Juan el
Bautista presenta tres testimonios de Cristo ante tres clases distintas de
personas: El primer día, da testimonio de Cristo ante los líderes religiosos de
los judíos (1:19-21). El segundo día Juan da testimonio ante otro grupo de
personas, probablemente ante los que venían a ser bautizados (1:29-34); y el
tercer día, da testimonio ante dos de sus discípulos más cercanos (1:35-40).
Como dijimos
anteriormente, Juan, en la introducción o prólogo de su evangelio, adelanta los
grandes temas que desarrollará posteriormente; es así como inicia la parte
narrativa o histórica mostrando el testimonio que dio Juan el Bautista sobre
Cristo. Como ya vimos en la introducción del Evangelio, este testimonio es
importante para confirmar que Jesús es el Mesías, el Verbo hecho carne, el Dios
humanado. Analicemos esta primera sección con la convicción de que al estudiar
un poco sobre el ministerio de este profeta seremos impactados por el Espíritu
Santo para crecer en nuestro carácter, en nuestra humildad y en el testimonio
cristiano.
Para una mejor
comprensión de este pasaje lo dividiremos así:
1. Un testimonio de
vida v. 19-20
2. Un testimonio no de
sí mismo v. 21-23
3. Un testimonio de
Cristo v. 24-28
1.
Un testimonio de vida v. 19, 20. “Este es el testimonio de Juan, cuando los judíos enviaron de Jerusalén
sacerdotes y levitas para que le preguntasen: ¿Tú, quién eres? Confesó, y no
negó, sino confesó: Yo no soy el Cristo”.
Podemos preguntarnos inicialmente
¿Por qué los líderes religiosos judíos estaban interesados en conocer más sobre
Juan el Bautista? Estos líderes vinieron porque habían escuchado muchas cosas
sobre el ministerio de Juan. Por cierto, Marcos, el evangelista, escribió: “Bautizaba Juan en el desierto, y predicaba
el bautismo de arrepentimiento para perdón de pecados. Y salían a él toda la
provincia de Judea, y todos los de Jerusalén; y eran bautizados por él en el
río Jordán, confesando sus pecados” (1:4-5). Indudablemente, el testimonio cristiano
que Juan da a esta delegación de altos dignatarios del templo en Jerusalén, es
el resultado del conocimiento que ellos tenían de su vida y ministerio. La vida
de Juan intrigaba a estos líderes, la labor que él hacía, la vida austera, el
mensaje que predicaba, la verdad que proclamaba y la santidad de vida; todo
esto se conjugaba en Juan convirtiéndolo en un personaje del cual se debía
conocer más.
Su testimonio de Cristo
inicia con un testimonio de vida. Como dijo Agustín “Tan grande fue la
excelencia de Juan que los hombres llegaron a pensar que él era el Cristo”[1]. Al
parecer, muchos judíos, los cuales acudían a escuchar a Juan y se convirtieron
en sus discípulos, llegaron a pesar que un hombre con esta calidad de
testimonio de vida debía ser el Mesías o el Cristo, tanto tiempo esperado. El
Mesías debía ser un hombre santo, desprendido de los atractivos del mundo, y
fiel a la Palabra de Dios. Es por esa razón que cuando la delegación de
sacerdotes le pregunta “¿quién eres?”,
lo primero que él responde es: “Yo no soy
el Cristo”. Qué respuesta tan clara.
Muchos de los
seguidores de Juan pensaban que posiblemente él era el Cristo: “Como el pueblo estaba en expectativa,
preguntándose todos en sus corazones si acaso Juan sería el Cristo” (Luc.
3:15). Por lo tanto, es posible que
muchos le hayan dicho: Mira, tienes todas las credenciales: Tu nacimiento fue
un milagro, pues, tu madre era anciana y estéril, tu padre recibió una visión
celestial donde se le anunció que tú nacerías y serías lleno del Espíritu Santo
desde el vientre de tu madre, la gente te sigue, los sacerdotes quieren conocerte
y te respetan más que a tu primo Jesús, pues, por lo menos, tu vienes de una
familia sacerdotal, tu predicación produce arrepentimiento y muchos son
bautizados; todos te tienen como un gran profeta. ¿Qué esperas para proclamarte
el Mesías? Más Juan era consciente de lo que no era él, por eso el texto dice
enfáticamente (tal y como fue redactado en griego): “Confesó, y no negó, sino confesó: Yo no soy el Cristo”.
Cuánta tentación tienen
los ministros y predicadores cristianos de pensar más allá de lo que son a
causa de la admiración y presión de la gente que los sigue. Quiera el Señor
librar a sus verdaderos ministros de pensar más allá de lo que deben de sí
mismos: “Digo, pues, por la gracia que me
es dada, a cada cual que está entre vosotros, que no tenga más alto concepto de
sí que el que debe tener, sino que piense de sí con cordura” (Ro. 12:3).
2. Un
testimonio no de sí mismo v. 21-23. “Y
le preguntaron: ¿Qué pues? ¿Eres tú Elías? Dijo: No soy. ¿Eres tú el Profeta? Y
respondió: No. Le dijeron: ¿Pues quién eres? Para que demos respuesta a los que
nos enviaron. ¿Qué dices de ti mismo? Y dijo: Yo soy la voz de uno que clama en
el desierto: Enderezad el camino del Señor, como dijo el profeta Isaías”.
En la respuesta de Juan
el Bautista encontramos un segundo elemento muy importante para cuando damos testimonio: éste
no debe centrarse en nosotros, sino sólo en Cristo. Juan sabía que él no tenía
el poder para salvar a nadie, por lo tanto, él quiso quitar la mirada puesta en
él. Yo no soy el Cristo, yo no soy grande (aunque Jesús dijo que era el hombre
más grande de su tiempo), yo no soy Elías (aunque él era el hombre que vino con
el poder y el espíritu de Elías), yo no soy el profeta (aunque era un profeta).
Los judíos se basaban
en algunas profecías del Antiguo Testamento para llegar a la conclusión
escatológica de que Elías, el profeta que fue llevado sin pasar por la muerte
al cielo, volvería en persona antes de la venida del Mesías para preparar al
pueblo (Mal. 4:5); esa es la razón por la cual le preguntan: “¿Eres tú Elías?”, es decir, si tú no
eres el Cristo, entonces debes pensar que, por lo mínimo, eres Elías; pero su
respuesta también es admirable: “No soy”.
Entre el ministerio de
Juan y el de Elías hay un gran parecido, incluso en la forma como vestían y en
lo que comían: “Y Juan estaba vestido de
pelo de camello, y tenía un cinto de cuero alrededor de sus lomos; y comía
langostas y miel silvestre” (Mr. 1:6); “Y
ellos le respondieron: Un varón que tenía vestido de pelo, y ceñía sus lomos
con un cinturón de cuero. Entonces él dijo: Es Elías tisbita” (2 Rey. 1:8).
El ministerio de los dos se desarrolló en el desierto, y ambos confrontaban a
la multitud con el pecado. Así que, los judíos pensaban que Juan no era más que
este Elías, quien había vuelto vivo desde el cielo, en cumplimiento de la
profecía de Malaquías: “He aquí, yo os
envío al profeta Elías, antes que venga el día de Jehová, grande y terrible. Él
hará volver el corazón de los padres hacia los hijos, y el corazón de los hijos
hacia los padres, no sea que yo venga y hiera la tierra con maldición”
(Mal. 4:5-6).
Ahora, Jesucristo dijo
que Juan fue este Elías que muchos esperaban: “Porque todos los profetas y la ley profetizaron hasta Juan. Y si
queréis recibirlo, él es Aquel Elías que había de venir” (Mt. 11:13-14); “Entonces sus discípulos le preguntaron,
diciendo: ¿Por qué, pues, dicen los escribas que es necesario que Elías venga
primero? Respondiendo Jesús, les dijo: A la verdad, Elías viene primero, y
restaurará todas las cosas. Mas os digo que Elías ya vino, y no le conocieron,
sino que hicieron con él todo lo que quisieron; así también el Hijo del hombre
padecerá de ellos. Entonces los
judíos comprendieron que les había hablado de Juan el Bautista” (Mt.
17:10-13). Si Jesús dice que Juan fue el Elías prometido como precursor o
pregonero de la venida del Mesías, entonces ¿por qué Juan niega ser Elías?
Además, el ángel, cuando anunció el nacimiento de Juan dijo de él: “E irá delante de él con el espíritu y el
poder de Elías, para hacer volver los corazones de los padres a los hijos, y de
los rebeldes a la prudencia de los justos, para preparar al Señor un pueblo
bien dispuesto” (Luc. 1:17). ¿Por qué Juan el Bautista niega ser Elías?
Porque las profecías anunciaban que el precursor del Mesías vendría en el
espíritu de Elías, es decir, con un mensaje y estilo de vida parecidos; más no
se trata de Elías en persona. Juan no es una reencarnación de Elías, se parece
a él, pero no es él. Eso es lo que Juan responde, yo no soy Elías.
Ahora, Juan pudo haber
aprovechado la confusión de la gente para ganar más fama y aceptación ante
ellos, diciendo que él si era Elías, y no estaría tan equivocado, pues, él fue
ese Elías anunciado en el Antiguo Testamento; pero, he aquí, por qué Cristo
dijo de él que era el hombre más grande nacido de mujer: su humildad fue la más
grande que se haya dado en el género humano; y entre más humilde, más grande
ante Dios: “Porque cualquiera que se
enaltece, será humillado; y el que se humilla será enaltecido” (Luc.
14:11). La lógica del Reino de Dios es contraria a los principios de grandeza
del mundo: Aquellos que se consideran a sí mismos como los más pequeños,
insignificantes e improductivos en el Reino de Dios, son los más grandes: “Porque el que es más pequeño entre todos
vosotros, ése es el más grande” (Lc. 9:48).
Aunque Juan el Bautista
no aceptó ser reconocido como Elías, si dijo que su ministerio fue para cumplir
el papel de Elías: “Yo soy la voz de uno
que clama en el desierto: Enderezad el camino del Señor, como dijo el profeta
Isaías” (Juan 1:23). Él vino como un heraldo, el cual representaba al Rey y
venía en su nombre para preparar el corazón del pueblo. En tiempos antiguos,
cuando los Reyes iban a visitar una zona apartada, enviaban emisarios que
alisaran los caminos, que quitaran los obstáculos, y arreglaran todas las cosas
para que fuera recibido con los honores más grandes. Juan reconoce que este era
su ministerio, preparar a la gente, no para que lo recibieran a él, sino al
Cristo, al Mesías, al Rey del mundo. Este es el ministerio de todos los
pastores y siervos del Señor, preparar los corazones de los oyentes para que
reciban a Cristo, para que lo adoren y le sigan. El ministerio pastoral no es
para buscar gloria personal o para que la gente nos siga como si nosotros
fuéramos salvadores.
Es interesante notar
que en las primeras tres preguntas, Juan responde con un “No soy”, pero en el
verso 23 responde con un “Yo soy”. En los “no soy” negó ser el Mesías, Elías o
el Profeta; pero cuando sí afirme lo que es, solamente dice: Yo soy la voz de
uno que clama. Cuánta humildad, ni siquiera quería que su nombre se conociera.
Él no dijo: Yo soy Juan, solo dijo, soy la voz de alguien que clama.
Los sacerdotes luego le
preguntaron: “¿Eres tú el profeta?” y
la respuesta fue igual: “No”. “El
profeta” hace referencia a la promesa que Dios hizo a través de Moisés, cuando
dijo: “Profeta de en medio de ti, de tus
hermanos, como yo, te levantará Jehová tu Dios; a él oiréis” (Deut. 18:15).
Esta es una clara profecía relacionada con el Mesías, él es ese profeta como
Moisés que se levantaría y proclamaría el claro mensaje del evangelio. El
apóstol Pedro, en su discurso de Hechos 3, dice que este profeta anunciado por
Moisés es Cristo (Hch. 3:22); por lo tanto, Juan el Bautista está en lo correcto
cuando dice “No, yo no soy el profeta”. Juan sí era un profeta, pues, Cristo
mismo lo confirma en varios lugares, pero él no era “el” profeta, lo cual es
una clara referencia a un profeta especial, a uno que sobresale, a uno que está
por encima de los demás; es decir, Cristo.
Recordemos que el
pueblo de Israel llevaba varios siglos bajo la opresión de los griegos y luego
de los romanos. Ellos anhelaban la llegada del Mesías, el cual, según su
interpretación escatológica, vendría y los libraría de los opresores,
estableciendo un reinado de paz y prosperidad con el trono en Jerusalén. Eran
muchos los vientos de expectación de la llegada de esta era dorada. Los judíos
estaban mirando de dónde vendría esa liberación soñada; así que Juan se
convierte en esa esperanza. Israel llevaba más de 400 años sin testimonio
profético, el Dios silente no había enviado mensaje alguno; y de repente
aparece Juan el Bautista con un mensaje y estilo de vida profético. ¡Cuánta
expectación producía él!
Ahora, esto no es de extrañar, pues, el mundo,
sin Dios, está perdido, confundido, esclavizados por el pecado y Satanás.
Cualquier expectativa de liberación y felicidad es anhelada. Esto es lo que
debe producir entre los inconversos la vida piadosa de los creyentes. Ellos
deben acercarse a nosotros y preguntarnos ¿por qué eres diferente? ¿Qué es
aquella cosa especial que tú tienes? ¿Podré tenerla también? Pero esto podrá
ser si vivimos como Juan el Bautista y obedecemos la exhortación de Pedro: “Manteniendo buena vuestra manera de vivir
entre los gentiles; para que en lo que murmuran de vosotros como de
malhechores, glorifiquen a Dios en el día de la visitación, al considerar
vuestras buenas obras” (1 P. 2:12).
3.
Un testimonio de Cristo v. 24-28. “Y los que habían sido enviados eran de los fariseos. Y le preguntaron,
y le dijeron: ¿Por qué, pues, bautizas, si tú no eres el Cristo, ni Elías, ni
el profeta? Juan le respondió diciendo: Yo bautizo con agua; mas en medio de
vosotros está uno a quien vosotros no conocéis. Éste es el que viene después de
mí, el que es antes de mí, del cual yo no soy digno de desatar la correa del
calzado. Estas cosas sucedieron en Betábara, al otro lado del Jordán, donde
Juan estaba bautizando”.
Los fariseos, siendo el partido religioso más
conservador y fiel a la tradición judía, estaban interesados en conocer quién
era Juan. No sabemos si ellos tenían un real interés en escuchar el testimonio
de Juan, pero, al menos, querían conocer más sobre su ministerio,
especialmente, con qué autoridad predicaba y bautizada. Además, ellos debían
llevar un reporte a los máximos jerarcas religiosos. No querían tener sorpresas
y tampoco permitir que se levantaran nuevos hombres con tintes mesiánicos, los
cuales pondrían en riesgo la pax romana de la cual disfrutaban.
Ante la insistente
pregunta de los fariseos sobre su identidad, y por qué bautizaba, pues, esto era sólo una función de los líderes
autorizados, y en especial, sería algo que haría el Mesías, ya que Zacarías
había profetizado: “En aquel tiempo habrá
un manantial abierto para la casa de David y para los habitantes de Jerusalén,
para la purificación del pecado y de la inmundicia” (Zac. 13:1); Juan
responde, pero no centrándose en él sino en Cristo, pues, todo su ministerio
era en dependencia de Él: “Yo bautizo con agua, más en medio de
vosotros está uno a quien vosotros no conocéis”, es decir, mi bautismo es
sólo externo, usando agua que no puede limpiar los corazones; pero en medio de
ustedes está uno que pronto se manifestará, el cual es superior a mí, y en cuyo
nombre vengo bautizando; éste tiene el derecho a bautizar, no con agua externa,
sino con Su Espíritu para la limpieza del corazón.
Aquí encontramos el
tercer y más importante elemento de nuestro testimonio: Hablar de Cristo. No
sólo debemos vivir en piedad, no sólo debemos negarnos a nosotros mismos no
buscando ser el centro de las miradas de los hombres, sino que el testimonio,
para que sea completo y eficaz debe mover la mirada de los que nos escuchan
hacia Cristo. Mi vida de piedad no salvará a nadie, la negación y humildad
propia tampoco, sólo Cristo y su evangelio pueden dar salvación.
Esto es lo que hace
ahora Juan el Bautista, lleva a estos fariseos y todos los que le escuchan a
que fijen sus expectativas en Aquel que “que
viene después de mí, el que es antes de mí, del cual yo no soy digno de desatar
la correa del calzado” (v. 27). Juan dice: “No me pregunten por mi
ministerio, ni por lo que hago o lo que soy; solo hay una persona que ustedes
deben conocer y bastará para todo, ese es Jesús. No se interesen tanto por mi
persona, yo solo les puedo bautizar con agua, pero Jesús, él, te bautizará con
el Espíritu Santo, limpiará tu alma, te convertirá en hijo de Dios, te
reconciliará con él, te dará la luz y la vida eterna. No pregunten por mí, pregunten
por Él”. Es como si Juan dijera: “Yo solo soy la voz, pero Él es el Verbo.
Aunque él dijo que yo soy el hombre más grande nacido de mujer, ante Dios y
comparado con él soy tan pequeño, que ni siquiera tengo la dignidad de hacer la
labor del esclavo más insignificante, es decir, de soltarle los cordones de sus
sandalias; por lo tanto, no me miren a mí, mírenlo a Él. Él es el Admirable,
Dios con nosotros, Emmanuel, el Salvador, el Redentor”.
Cuánto podemos aprender
del testimonio de Juan el Bautista en esta era tecnológica y digital donde el
ministerio de muchos excelentes predicadores puede ser conocido mundialmente.
Esto es una bendición, pues, ha servido para que la doctrina bíblica se
extienda por todas partes, pero a la misma vez es un problema, porque las
personas terminan, no conociendo o buscando a Jesús, sino a los predicadores
más reconocidos. Juan dice: no me miren a mí, miren a Cristo; y Jesús dice:
Escudriñad las Escrituras porque ellas son las que dan testimonio de mí; pero
el cristiano de hoy dice: mejor escuchemos a este predicador que tiene mucha
fama, o a este reverendo que enseña tan bien, o a este pastor que tiene una
iglesia muy grande; y el resultado de no
conocer personalmente a Jesús es que no lo tenemos a él, no somos como él y no
le amamos a él. Hemos conocido de muchos jóvenes y personas que pueden recitar
todas las predicaciones que se encuentran en YouTube de algunos buenos
predicadores, pero no conocen la Biblia de manera personal; y el resultado de
esto es una vida cristiana mediocre, débil frente al pecado, inestable
espiritualmente.
Aplicaciones:
Un testimonio efectivo
de Jesús empieza con un testimonio de vida. Hay un dicho que dice: “Los hechos
hablan más fuerte que las palabras”. Muchos pretender ser testigos de Cristo y
proclaman por doquier el Evangelio, pero su testimonio de vida diciente de lo
que es Cristo, pues, viven y actúan como impíos. Aunque todos tenemos la
responsabilidad de proclamar el evangelio con nuestra voz y testimonio verbal,
no nos olvidemos que esto será efectivo sólo en la medida en que, como Juan el
Bautista, tengamos un testimonio de vida. Esto es tan importante, que Pedro,
enseñándole a las esposas que tienen maridos inconversos les dice: “Asimismo vosotras, mujeres, estad sujetas a
vuestros maridos; para que también los que no creen a la palabra, sean ganados
sin palabra por la conducta de sus esposas” (1 P. 3:1).
Algunos creyentes no
saben cómo dar testimonio de Cristo o cómo iniciar este proceso con algunas
personas, vecinos, compañeros, amigos, entre otros. Creo que Juan nos ha
mostrado cómo se hace esto. ¿Cómo se originó la oportunidad para que Juan el
Bautista diera testimonio de Cristo? Llevando una vida piadosa. El testimonio
de Cristo inicia con la manera en que vives. Como dijo Martyn Lloyd-Jones: “El
primer gran paso en el evangelismo es que nosotros podamos empezar con nosotros
mismos y lleguemos a santificarnos… Cuando el hombre del mundo ve que tú y yo
tenemos algo que ellos obviamente no tienen, cuando ellos nos encuentran
calmados y quietos cuando estamos enfermos; cuando él encuentra que nosotros
podemos sonreír en la cara de la muerte: cuando él encuentra que nosotros somos
gente aplomada, balanceada, ecuánimes y amorosos… él comenzará a darse cuenta.
Él dirá “Ese hombre tiene algo”, y él empezará a inquirir qué es. Y él también
lo querrá”[2].
Vivimos en un tiempo donde la falsa cristiandad que pulula por doquier ha
causado que la gente no quiera recibir de nosotros el evangelio, pero, si
viviéramos la vida piadosa que la Biblia nos manda, numerosas oportunidades de
evangelismo saldrían cada día. El gran problema de la cristiandad de hoy es que
tiene muchas cosas que decir, pero poco que mostrar.
La psicología mundana
del desarrollo humano nos lleva a cultivar un espíritu de auto-enaltecimiento.
Vivimos en la cultura del mercadeo, donde todos intentan venderse a los demás.
Pero la cultura cristiana es distinta, en el Reino de Dios el que quiera ser el
más grande debe ser el más pequeño. El
verdadero cristiano cultiva el mismo espíritu que caracterizó a Juan el
Bautista. No buscamos la alabanza de los hombres, ni nosotros mismos nos damos
gloria o reconocimientos por cuán bueno somos, cuán inteligente, cuán bien nos
va en la empresa o en los estudios, cuan buen esposo o esposa es, cuán hijo
obediente es, o cuán santo, o cuan bien canto, o cuán delicioso cocino los
alimentos; es decir, el verdadero creyente cultiva un espíritu de humildad tal,
que en vez de sentirse cómodo con lo que es, siempre es consciente de la
imperfección que le acompaña; y si alguien viene a él a admirarlo por algo, su
respuesta siempre será: La gloria sea para el Señor, aún soy tan imperfecto que
si algo bueno sale de mí, es solo por su gracia. Cuán contrario es el espíritu
mundano, donde las personas se jactan y alaban a sí mismos, contrario al sabio
consejo de Proverbios: “Alábate el
extraño, y no tu propia boca; el ajeno, y no los labios tuyos” (Prov.
27:2). Y cuando te alaben, da la gloria a Dios, y reconoce tu propia
imperfección, si haces eso, serás grande en el Reino de Dios.
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