He
aquí: El testimonio de Juan el Bautista
Juan
1:19-28
Introducción:
El pueblo de Israel
recibió grandes y seguras promesas de la venida del Mesías, del Cristo, el cual
también sería Rey sobre Su pueblo, estableciendo un reinado de paz, justicia y
amor. En el siglo I la expectación por el cumplimiento de estas promesas se
exacerbó notoriamente, pues, cuando aparece Juan el Bautista, luego de 400 años
sin que Dios enviara profeta al pueblo, y los hechos milagrosos que rodearon la
anunciación de su nacimiento; adicional a su mensaje de arrepentimiento y
santidad de vida; todo esto pareciera ser el preámbulo para el desenlace de una
revolución que acabará con el odioso imperio romano, y permitirá que los judíos
recuperen su libertad y lleven una vida de paz y prosperidad.
Pero las expectativas
del pueblo respecto al Mesías prometido estaban equivocadas. Ellos no
entendieron que primero era necesario que el Cristo hiciera una obra de
efectiva limpieza, perdón y restauración espiritual. Esta verdad era un
misterio para la mayoría, pero no lo era para el más grande de todos los
profetas: Juan el Bautista. Este hombre es más sorprendente de lo que la
mayoría de creyentes piensa. Su ministerio profético, su trabajo como testigo
de Cristo y precursor es fundamental
para la fe cristiana y nuestra doctrina sobre la divinidad de Cristo y su obra
redentora. ¿Qué discípulo pudo entender que el Mesías debía morir primero?
Ninguno, pero Juan lo recibió en revelación directa del cielo. ¿Quién había
comprendido que el Mesías era Dios y hombre? Ninguno, pero a Juan esto le fue
dado en revelación de lo Alto.
Hoy el Evangelio de
Juan nos mostrará las sorprendentes revelaciones que Dios nos dio por medio de
este extraño e incomprendido profeta: El Mesías vendría primero como Cordero
para así poder establecer su reinado espiritual en el mundo. El Mesías vendría como bautizador, pero no en
agua, sino con el Espíritu. El Mesías es Dios encarnado.
Esta será la estructura
de nuestro sermón:
1. He aquí el Cordero
de Dios v. 29-31
2. He aquí el
Bautizador v. 32-33
3. He aquí el Hijo de
Dios v. 34
1.
He aquí el Cordero de Dios v. 29-31 “El siguiente día vio Juan a Jesús que venía a él, y dijo: He aquí el
Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo. Éste es Aquel de quien yo dije:
Después de mí viene un varón, el cual es antes de mí; porque era primero que
yo. Y yo no le conocía; mas para que fuese manifestado a Israel, por esto vine
yo bautizando con agua”.
Para el evangelista
Juan, el testimonio que el Bautista da de Cristo es fundamental para el
propósito por el cual escribió su libro, es decir, para demostrar que Jesús es
el Hijo de Dios, el Dios eterno hecho carne, y para que todo Aquel que crea en
él sea salvo. Es por esta razón que no sólo en la introducción ya habló de
Juan, sino que los primeros hechos de su parte narrativa se concentran en dicho
testimonio.
Ya se nos mostró cuál
fue el testimonio que Juan dio el primero de los siete días iniciales del
comienzo de la predicación evangélica: Juan dijo que él no era el Cristo, pero
en medio del pueblo estaba caminando un hombre que era superior a él, al cual
debían seguir. Aunque Juan no dio muchas explicaciones sobre este grande hombre,
del cual él no era siquiera digno de desatar la correa del calzado; si debió
dejar en ascuas y expectación a todos los que le oyeron, pues, si Juan era
admirado y tenido como un gran profeta; y sobre él estaba un hombre
infinitamente más grande; entonces había que conocerlo.
Por lo tanto, Juan, en
su evangelio, nos presenta lo que sucedió el
siguiente día, es decir, luego de que Juan diera este testimonio inicial,
pero insuficiente. Hasta este momento sabemos que Jesús es un hombre grande,
muy grande; sabemos que su existencia no comienza con el nacimiento a través de
la virgen, sino que él es desde antes, desde la eternidad; sabemos que lo
debemos conocer, pues, Juan quitó la mirada puesta en él y nos pide que
confiemos en este hombre; pero no sabemos más. Por lo tanto, es necesario
escuchar el testimonio de Juan el segundo día, donde encontraremos muchas
respuestas para la necesidad de nuestras pobres almas. Escuchemos el testimonio
de Juan, el cual condensa el verdadero Evangelio.
Lo primero que él nos
dice es que este hombre es “Mirad, el
Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo”. Esta es tal vez la
declaración más grandiosa que contiene toda la Biblia y es el centro del
mensaje y la fe evangélica, este es el corazón del evangelio y de nuestra
redención.
Juan vio a Jesús, el
Nazareno, caminando y viniendo hacia él. Había llegado el momento de que Juan
cumpliera el clímax de su ministerio: anunciar al mundo quién es el Mesías.
Honorable tarea y enorme la responsabilidad, pues, la más mínima equivocación
al respecto haría que la gente pusiera su mirada en el hombre equivocado y ¿qué
sería del plan de redención? Juan tenía sobre sus hombros una labor grande e
ingente, pues, siglos de preparación, siglos de figuras y tipos, siglos de
esperanza estaban por terminar para dar inicio a la realidad: Por fin había
llegado el prometido, el Mesías, el Cristo, el Redentor, el cumplimiento de
todas las profecías del Antiguo Testamento; por fin había llegado Emmanuel, la
simiente de la mujer que salvaría a la humanidad, la simiente de Abraham, el
hijo de David que se sentaría en el Trono, el profeta anunciado por Moisés, el
sacerdote del orden de Melquisedec, el Dios admirable. Y a Juan, cual vocero
del cielo, se le encomendó anunciar al mundo quién era este hombre en el cual
se condensaban todas estas promesas y realidades.
Imaginemos por un
momento cuál sería la lucha de Juan previamente a este anuncio mundial: Señor,
cómo podré saber quién es ese hombre. En Israel casi todos los hombres tienen
el mismo parecido físico. Hay muchos que parecen ser hombres santos. Señor, no
me quiero equivocar, de esto depende la salvación del mundo entero; si yo me
equivoco el curso del mundo seguirá para siempre hacia la perdición. ¿Cómo
saber cuál es ese hombre? El Bautista dijo: “Y yo no le conocía”, pero él debía reconocerlo.
Juan nos dice en su testimonio
que el Padre le respondió y le dijo: “Sobre
quien veas descender el Espíritu y que permanece sobre él, ese es”. Ese es
el hombre señalado, ese es el Redentor, ese es el Mesías, ese es el Verbo hecho
carne. Esto nos deja ver que Jesús, el Verbo, se hizo real y completamente
hombre. Él no era distinto a los demás en su ser humano. Juan no lo podía
distinguir del resto de las personas a través de su aspecto físico. El Verbo
realmente se hizo carne, carne débil como la nuestra. Él no era el hombre más
alto, o más blanco, o más rubio o más hermoso físicamente; él era el típico y
común hombre judío. ¡Qué misterio tan grande! El Dios Soberano caminando entre
los hombres, con un físico común! Aquel que crea a los hombres y a algunos los
hace con aspectos físicos sobresalientes, Aquel que hizo a Absalón con un
físico fuera de lo común, cuya hermosura externa iba desde la coronilla de la
cabeza hasta los pies, no procuró
sobresalir tomando un cuerpo humano que se saliera de lo normal y corriente.
Cuán distinto a los propósitos de la gente de hoy, la cual va al gimnasio, se
hacen cirugías, invierten en costosas cremas y otras cosas más, con el fin de
sobresalir entre el resto a través de la apariencia física, la cual nada es.
¿En qué momento Juan
vio al Espíritu descender como paloma sobre Jesús en confirmación de que él era
el Mesías? El Evangelio de Juan no nos lo cuenta, pero los sinópticos sí: “Aconteció en aquellos días, que Jesús vino
de Nazaret de Galilea, y fue bautizado por Juan en el Jordán. Y luego, cuando
subía del agua, vio abrirse los cielos, y al Espíritu como Paloma que descendía
sobre él. Y vino una voz de los cielos que decía: Tú eres mi Hijo amado; en ti
tengo complacencia” (Mr. 1:9-11). Cuando dice que no lo conocía, no sabemos
si se refiere a que no tenía conocimiento de él previamente, pues, aunque María
y Elizabeth eran parientes, a lo mejor, siendo que Juan vivía en Judá y Jesús
en Galilea, no se habían visto antes; o, es posible que se refiera a que,
aunque lo distinguía como persona, no sabía que él era el Mesías, el Hijo de
Dios. Pero, independientemente de esto, Juan supo que él era el Mesías
prometido, el Cristo, porque el Padre le había dado una señal inconfundible: él
sería ungido con el Espíritu Santo. Este es el significado de Mesías o Cristo:
Ungido. Él tendría una presencia especial del Espíritu que nadie la tuvo antes
ni la tendrá después. Pero como el Espíritu no puede ser visto por el ojo
humano, Marcos dice que Juan lo vio descender sobre Jesús, y parecía una
paloma, no que fuera una paloma, sino, como paloma.
Esta narración del
evangelio de Juan es posterior al bautismo de Cristo y a la tentación en el
desierto. Es probable que se haya dado inmediatamente luego de la tentación.
Jesús ya estaba lleno del poder del Espíritu, e iba a iniciar su ministerio. Ya
todo estaba listo para el desenlace final de su vida y obra para ser el
Redentor de la humanidad. Así que Jesús sabía a dónde debía ir para comenzar su
ministerio público. Él debía ser proclamado por Juan, el vocero autorizado,
como el Mesías Redentor, ante todo el pueblo, ante el mundo entero.
De manera que cuando
Juan lo ve venir, ya él lo conocía, él ya sabía que Jesús era el ungido. Pero
no sólo sabía esto, también tenía el conocimiento de que él era el Cordero de
Dios que quita el pecado del mundo.
Este es un título nuevo
para el Mesías. Además del Verbo, Hijo de Dios, la Luz verdadera, Jesucristo,
Unigénito Hijo, Cristo o Mesías, el Profeta; Juan el bautista adiciona este: El
Cordero de Dios. Este es un título muy diciente, pues, toma varios tipos del
Antiguo Testamento para aplicarlo sobre el Salvador.
Aunque el cordero habla
de humildad, ternura e inocencia; este no es el enfoque principal de Juan al
aplicarlo a Cristo (aunque sí lo implica), sino que él está pensando en los
sacrificios antiguo testamentarios, a través de los cuales se procuraba la
limpieza del pecado, la propiciación y liberarse de la ira de Dios.
El principal tipo lo
encontramos en el cordero pascual, ese que cada familia sacrificó la noche en
la cual Dios liberó al pueblo de Israel de la esclavitud en Egipto. Moisés dijo
al pueblo: “En el diez de este mes tómese
cada uno un cordero… por familia. El animal será sin defecto, macho de un año…
y lo inmolará toda la congregación del pueblo de Israel entre las dos tardes. Y
tomarán de la sangre, y la pondrán en los dos postes y en el dintel de las
casas… Y aquella noche comerán la carne asada al fuego,… con hierbas amargas lo
comerán” (Éx. 12:1-8). Este Cordero pascual habla de perdón, liberación,
propiciación de la ira de Dios, substitución. Esa noche morirían todos los
primogénitos varones, pero la casa en la cual se hubiese sacrificado el Cordero
y hubiesen untado la sangre en la puerta, el primogénito no moriría a cambio
del Cordero.
Es probable que Juan esté
pensando mayormente en este Cordero. Juan recibió la revelación sobrenatural de
que Jesús moriría en la Cruz, cual cordero pascual, con el fin de liberar a los
primogénitos de Dios (hombres y mujeres elegidos por gracia) de la esclavitud
del pecado, del dominio de Satanás, y especialmente, de la ira de Dios. Jesús
recibiría el juicio eterno de Dios al morir en la cruz para salvar a su pueblo,
a ese pueblo sobre el cual él sería Rey, el Rey prometido a Israel, el Rey que
llenaría los corazones de sus súbditos con paz, justicia y amor. Por cierto,
cuando Jesús fue crucificado, la Biblia dice: “Era la preparación de la pascua, y como la hora sexta” (Juan
19:14). Él es el verdadero Cordero pascual. También el apóstol Pablo lo ve así
cuando dice: “Limpiaos, pues, de la vieja
levadura, para que seáis nueva masa, sin levadura como sois; porque nuestra
pascua que es Cristo, ya fue sacrificada por nosotros” (1 Cor. 5:7).
Además, el Evangelio de Juan dice que cuando los soldados vinieron a quebrar
los huesos de Jesús en la cruz para que muriera más rápido, no lo hicieron,
pues, ya lo encontraron muerto, y Juan afirma que esto fue en cumplimiento de
la Escritura que dice: “No será quebrado
hueso suyo” (Juan 19:36); y, evidentemente, esto fue profetizado a través
del tipo del Cordero de la pascua, del cual dijo Moisés: “Se comerá en una casa, y no llevarás de aquella carne fuera de ella, ni
quebraréis hueso suyo” (Éx. 12:46). De la misma manera, el apóstol Pedro
compara a Cristo con el cordero de la pascua cuando dice: “Sabiendo que fuisteis rescatados de vuestra vana manera de vivir,… no
con cosas corruptibles, como oro o plata, sino con la sangre preciosa de
Cristo, como de un cordero sin mancha, y sin contaminación, ya destinado desde
antes de la fundación del mundo, pero manifestado en los postreros tiempos por
amor de vosotros” (1 P. 1:18-20).
Pero es probable que
Juan también esté viendo en Jesús al Cordero que Dios le proveyó a Abraham en
reemplazo de Isaac, el cual fue sacrificado para satisfacer las demandas de la
justicia eterna: “Entonces habló Isaac a
Abraham su padre, y dijo: Padre mío. Y él respondió: Heme aquí, mi hijo. Y él
dijo: He aquí el fuego y la leña; mas ¿dónde está el cordero para el
holocausto? Y respondió Abraham: Dios se proveerá de cordero para el holocausto”
(Gén. 22:7-8). El título “El Cordero de Dios”
significa que Jesús es la provisión de Dios para nuestros pecados. Dios
exigía de nosotros la muerte, pero él se puso en nuestro lugar.
Aunque, también es
probable que Juan esté viendo en Jesús al cordero del sacrificio diario en el
templo: “Esto es lo que ofrecerás sobre
el altar: dos corderos de un año cada día, continuamente. Ofrecerás uno de los
corderos por la mañana, y el otro cordero ofrecerás a la caída de la tarde”
(Éx. 29:38-39). Él es la provisión de perdón diaria.
En todo el Antiguo
Testamento encontramos la figura del cordero como sacrificio por el pecado de
los creyentes, pero era muy claro que la sangre de los animales no podía quitar
los pecados (Heb. 10:4), porque no podían tomar el lugar de los hombres; mas Juan
dice que Jesús, el Verbo, fue enviado como Cordero que SI tiene el poder para
quitar el pecado. Cuando Juan vio venir a Jesús, lleno del Espíritu, listo para
iniciar su ministerio y su camino a la cruz, no se contuvo y gritó ante la
multitud: Este es el verdadero Cordero de Dios esperado desde Adán, el Cordero
que Dios proveería a Abraham y su simiente, el Cordero pascual, el cordero del
sacrificio diario; él, a través de su sacrificio en cruz quitará el pecado del
mundo.
¿De qué manera Jesús
quita el pecado del mundo? Satisfaciendo las demandas de la justicia de Dios,
recibiendo sobre sí su ira, muriendo en lugar del pecador, sufriendo el
infierno para que ninguno de los electos vaya allí, restituyéndonos a la imagen
de Dios, quitando de nosotros la culpa y reconciliándonos con el Juez de todos.
Esto fue profetizado por Isaías, cuando hablando del Mesías dijo: “Mas él herido fue por nuestras rebeliones,
molido por nuestros pecados; el castigo de nuestra paz fue sobre él, y por su
llaga fuimos nosotros curados. Todos nosotros nos descarriamos como ovejas,
cada cual se apartó por su camino; mas Jehová cargó en él el pecado de todos
nosotros. Angustiado él, y afligido, no abrió su boca; como cordero fue llevado
al matadero; y como oveja delante de sus trasquiladores, enmudeció, y no abrió
su boca” (Is. 53:5-7). Jesús quita el pecado porque él lo retira “tan lejos
que no pueda volver, pues Dios se olvida de los pecados perdonados, los sepulta
en el abismo, y los aleja tanto como un confín del universo del otro confín. Si
así retira Jesús el pecado del mundo, ¿quién desconfiará de que sus pecados
queden perdonados, por muchos y muy graves que sean?[1]”
Cuando Juan dice que
Cristo quita el pecado del mundo, es necesario aclarar dos asuntos: primero,
porqué se usa la palabra pecado en singular, y no en plural; y segundo, a qué
se refiere con el pecado del mundo ¿Significa eso que Cristo quita el pecado de
todas las personas que habitan en el mundo? Empecemos con el primer asunto.
Juan no dice que Jesús quita los pecados, sino el pecado, en singular. Pero
esto solamente significa que cuando Cristo murió en la cruz, llevó sobre sí el
pecado del hombre, es decir, todos los pecados de todos los elegidos de Dios se
agolparon sobre él, y como si fuera una sola masa de pecados, reposó sobre el
justo, muriendo para quitar de ellos la culpa del mismo. Como dice Calvino: “Él
usa la palabra pecado en un número singular, para referirse a toda clase de
iniquidad, como si él hubiera dicho, que toda clase de injusticia, la cual
separa al hombre de Dios, es quitada por Cristo”[2].
Ahora, evidentemente
Juan no está afirmando que Jesús quitó la masa del pecado y de la culpa de todo
el mundo, pues, si eso fuese así, entonces todos los hombres serían salvos, ya que
Dios, quien es sumamente justo, no demandará un doble pago por el mismo pecado.
Luego veremos que en todo el evangelio de Juan se enseña que Cristo hizo su
obra de redención sólo por los electos, no por todos los hombres; entonces
usted se preguntará: ¿A qué se refiere cuando dice que quita el pecado del
mundo? La respuesta es clara: Jesús no sólo muere por el pecado de los judíos
que creerían en él, sino por el pecado de todos los hombres que creerán en él
en todo el mundo, en todas las naciones. Como dijo Calvino: “Y cuando él dice:
El pecado del mundo, extiende este
favor indiscriminadamente a toda la raza humana, para que los judíos no
pensaran que él fue enviado a ellos solamente. Pero aquí inferimos que el mundo
entero está envuelto en la misma condenación; y que como todo hombre, sin
excepción, es culpable de injusticias delante de Dios, ellos necesitan ser
reconciliados con él. Juan el Bautista, por lo tanto, al hablar generalmente
del pecado del mundo, intenta impresionarnos con la convicción de nuestra
propia miseria, y nos exhorta a buscar el remedio. Ahora nuestro deber es
abrazar el beneficio que es ofrecido a todos, que cada uno de nosotros pueda
ser convencido que no hay nada que impida que podamos ser reconciliados en
Cristo, siempre que se acerque a Dios por medio de la fe”[3]. Esta
es una declaración de consuelo y esperanza para todos los habitantes del
planeta, pues, todo aquel que venga a Cristo en un acto de fe y arrepentimiento
será limpio de su pecado y reconciliado con Dios. Esto no contradice la
doctrina de la elección, todo lo contrario, la afirma, pues, toda persona que
venga a Cristo es porque ha sido elegida, ¿Quieres saber si has sido elegido
por Dios, ven a Cristo, y su sangre inmaculada te limpiará de todo pecado?
No debemos quitar la
fuerza de esta declaración. Juan está afirmando: todas las personas del mundo
están llamadas para venir al Cordero de Dios. Su sangre y sacrificio, siendo
Dios encarnado, tiene el poder para limpiar y quitar el pecado de todos los
hombres, si todos los hombres vinieran en fe a él. Vengan a Cristo los hombres
blancos y negros, altos y bajitos, ricos y pobres, americanos o asiáticos o
europeos o africanos, cultos o primitivos; él es el Cordero enviado por Dios
desde el cielo y tiene el poder de salvarlos a todos; pero esto no significa
que murió por todos, pues, la Biblia es clara en afirmar que moriría por
muchos, es decir, por lo salvos, más no por aquellos que definitivamente se
condenarán en el infierno. El poder de Su sangre es infinito y tiene la capacidad
de salvar a este mundo y miles mundos más, pero, Juan nos mostrará que esta
sangre es eficaz sólo en los que Dios trae a Cristo, sólo por ellos se derramó.
La expiación de Cristo
es eficaz, la iglesia cristiana cree en la excelencia de la expiación porque:
“1. Es supereminente por la NATURALEZA de la víctima. En tanto que los
sacrificios del judaísmo eran corderos irracionales, el sacrificio del
cristianismo es el Cordero de Dios. 2. Es supereminente en la EFICACIA de la
obra. Mientras que los sacrificios sólo rememoraban el pecado, año tras año, el
sacrificio de Cristo quitó el pecado. “Se ha manifestado una vez para siempre
por el sacrificio de sí mismo para quitar de en medio el pecado” (Heb. 9:26).
3. Es supereminente en el ALCANCE de su operación. Mientras que los sacrificios
judaícos sólo tenían como objeto el bien de una nación, el sacrificio de Cristo
tiene como beneficiarios a todas las naciones: Quita el pecado del mundo”[4].
Aplicaciones:
Hermano que aspiras a
ser predicador, pastor o maestro; ¿Has visto la enorme responsabilidad que
tenemos delante de Dios y los hombres? Así como Juan el Bautista, debemos tener
un conocimiento cercano del Salvador. Nosotros mismos debemos haberlo visto, no
físicamente o por visión de la mente, más si por una comunión estrecha con él a
través de la lectura profunda, constante y completa de la Biblia, y una vida de
oración y comunión con él. No podemos hablar honestamente de Cristo si primero
no le conocemos personalmente. Nosotros no le conocíamos, pero un día él se
manifestó a nuestras vidas como el Cordero de Dios, inmolado por nuestros
pecados, sacrificado por nuestro mal, con el fin de reconciliarnos con Dios. Si
le hemos visto así, y su sangre no ha limpiado, entonces podemos hablar de él
con autoridad y convicción. Hermano y hermana, tú que no has sido llamado al
ministerio de la predicación, también has conocido al Salvador como el cordero
de Dios, pues, un día acudiste en humildad, contrición y fe ante su cruz, y él
te miró con ojos de compasión, perdonando tus pecados y limpiándote de toda
maldad. Así no seas un predicador, tienes un mensaje que contar: Jesús es el
Cordero de Dios que quita el pecado. Anuncia este mensaje a tus amigos.
Hermana, ¿te ha
inspirado el celo evangelístico de esta mujer? Dios quiera que sí. Tú formas
parte de esa iglesia a la cual Cristo le comisionó llevar el evangelio a toda
criatura. No necesitas ser una predicadora o pastora para hacerlo. Desde el rol
donde Dios te ha puesto puedes ser un instrumento para que tus hijos, tu
esposo, tu familia, tus vecinos, vengan a Cristo. No tienes que ser diestra en
dar un discurso para convencerlos, muestra tus frutos e invítalos para que
vengan y vean a Cristo. Él te usará así como hizo con muchas mujeres en el
Nuevo Testamento y en la historia de la Iglesia.
Amigo ¿Has visto hoy a
Cristo como el Cordero de Dios que fue sacrificado para quitar tu pecado? Si es
así, ven a él, arrepiéntete de tu maldad, confiesa tus pecados, reconócelo como
tu Salvador y disfrutarás de la gracia sin igual que él viene a ofrecer.
¿Has cometido graves
pecados? ¿Aún te atormenta saber que hiciste cosas graves? No olvides, si
acudes al Cordero y crees en él de corazón, él te limpiará de todo pecado,
literalmente lo quitará, lo borrará; y Dios no se acordará más de él. Si Dios
no lo hará más ¿por qué aún tú lo haces? Confía en la eficacia de su sangre, y
no peques más.
[1]
Henry, Matthew. Comentario Bíblico. Página 1355
[2] Calvin, John. Calvin´s commentary
on the Bible. John. Extraído de: http://www.studylight.org/commentaries/cal/view.cgi?bk=42&ch=1
en Octubre 18 de 2015
[3] Calvin, John. Calvin´s
commentary on the Bible. John. Extraído de: http://www.studylight.org/commentaries/cal/view.cgi?bk=42&ch=1
en Octubre 18 de 2015
[4]
MacDonald, William. Comentario Bíblico. Página 658 (citando a J. C. Jones)
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