Proverbios 12:15-28
Proverbios de contrastes IV
Este sermón fue
predicado por el hermano Julio C. Benítez, quien es uno de los pastores de la
Iglesia Bautista Reformada la Gracia de Dios en Medellín, Colombia. Usted puede
compartir este sermón con otros a través de medios digitales e impresos,
siempre y cuando no sea para la venta, siempre reconociendo y dando los
créditos respectivos a su autor.
El libro de los Proverbios de Salomón es una
fuente inagotable de sabiduría para nuestra vida diaria como cristianos.
Estos principios de vida y felicidad tocan cada
uno de los aspectos de nuestra vida.
Si andamos a la luz de estos principios
creceremos integralmente como personas prudentes, sabias, justas, inteligentes,
laboriosas, confiables, honorables, hacendosas, misericordiosas, ecuánimes,
rectas, llenos de toda virtud, admirables y de gran beneficio para la familia,
la iglesia y la sociedad.
No obstante, este libro no trata solo de dar una
serie de consejos sabios para que el hombre se considere a sí mismo sabio, sino
que, esta sabiduría de vida, como vimos al comienzo, está fundamentada en Aquel
que es la sabiduría encarnada: Jesucristo.
De ningún provecho eterno es para el alma
aprender a comportarse en las relaciones con los demás, a controlar las
pasiones y evitar la ira, si esto no se fundamenta en la fe en Jesucristo.
Pues, llegaremos a ser personas muy educadas que serán condenadas eternamente.
Por lo tanto, el objetivo del libro es que los
salvos, los que ponen su confianza en Jesús, aprendan a temer al Señor de tal
manera que anden en esta vida reflejando la perfección celestial.
Continuemos estudiando los proverbios de
contraste.
1. Contrastes entre el carácter del necio y el
carácter del sabio (15, 16, 26)
2. Contrastes entre los labios del justo y los
del insensato (17, 18, 19, 20, 22, 23, 25)
3. Contrastes entre las aflicciones del justo y
los males del impío (21, 28)
4. Contrastes entre la diligencia y la pereza
(24, 27)
Pasaje |
Sabiduría |
Necedad |
Síntesis |
12:15 |
mas el que obedece al consejo es sabio |
El camino del necio es derecho en su opinión; |
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12:16 |
mas el que no hace caso de la injuria es prudente |
El necio al punto da a conocer su ira; |
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12:26 |
El justo sirve de guía a su prójimo; |
mas el camino de los impíos les hace errar |
|
12:17 |
El que habla verdad declara justicia; |
mas el testigo mentiroso, engaño |
|
12:18 |
Hay hombres cuyas palabras son como golpes de espada; |
mas la lengua de los sabios es medicina |
|
12:19 |
El labio veraz permanecerá para siempre; |
mas la lengua mentirosa solo por un momento |
|
12:20 |
pero alegría en el de los que piensan el bien |
Engaño hay en el corazón de los que piensan el mal; |
|
12:22 |
pero los que hacen verdad son su contentamiento |
Los labios mentirosos son abominación a Jehová; |
|
12:23 |
El hombre cuerdo encubre su saber |
mas el corazón de los necios publica su necedad |
|
12:25 |
mas la buena palabra lo alegra |
La congoja del corazón del hombre lo abate; |
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12:21 |
Ninguna adversidad acontecerá al justo; |
mas los impíos serán colmados de males |
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12:28 |
En el camino de la justicia está la vida; y en sus caminos no hay muerte |
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12:24 |
La mano de los diligentes señoreará; |
mas la negligencia será tributaria |
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12:27 |
pero haber precioso del hombre es la diligencia |
El indolente ni aun asará lo que ha cazado; |
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1. Contrastes entre el carácter del necio y el
carácter del sabio (15, 16, 26)
“El camino del necio es derecho en su opinión;
mas el que obedece al consejo es sabio” (v. 15). El necio es necio porque
no escucha consejos ni razones. Él cree que siempre tiene la razón en todo.
Pero el sabio es sabio porque desconfía de sus propios criterios y siempre
busca el consejo de los más sabios que él.
El necio cree que todas sus opiniones son
correctas y no acepta ningún consejo, más el sabio desconfía de su propia
sabiduría y busca fuentes más seguras. Emerson: Toda persona que encuentro en
mi camino es superior a mí en algo, y en ese algo aprendo de todos.
Recordemos a Moisés, él no fue menos sabio por
escuchar el consejo de su suegro Jetro, o a David, quien aceptó con humildad el
consejo de Abigail.
El hombre incrédulo es necio también en lo
espiritual. Dios le dice, a través del Evangelio, la condición perdida de su
alma y le muestra el camino de la vida eterna, el cual es Jesucristo, pero se
cree más sabio que Dios, y desprecia este camino de gozo.
Pero el sabio hace lo contrario, reconoce que es
un ser mísero, perdido y digno de condenación, por lo tanto, viene con humildad
a escuchar el Evangelio, cree en él, lo obedece y es lleno del gozo y la paz
que produce la salvación en Cristo.
El verdadero sabio escucha el consejo del Divino
Consejero, quien nos guía a Cristo.
“El necio al punto da a conocer su ira; mas el
que no hace caso de la injuria es prudente” (v. 16). El necio no puede ni
quiere refrenar su temperamento. Está listo para prestar suma atención a
cualquier ofensa y a responder precipitadamente con sus palabras, gestos o
hechos. Por el contrario, el prudente, no hace caso del insulto, evita las
pendencias y peores males.
El necio está dispuesto a interpretar cualquier
cosa como una ofensa contra él, y explota, dejando ver su necedad. Así como
sucedió con Saúl, quien se levantó neciamente contra David y Jonathan o Jezabel
contra Elías.
El sabio es pacificador, dueño de sí mismo,
ejerce dominio propio, y está presto a interpretar las cosas desde la base del
amor cristiano, el cual todo lo cree, cree lo mejor de los demás, de sus
palabras o acciones.
El sabio mantiene su lengua bajo rigurosa
disciplina. ¿Qué hacer cuando la ira necia quiere levantarse tempestuosa?
Clamar a aquel que tiene el poder para calmar las tormentas, aquel que cuando
lo maldecían no respondía con maldición, sino que encomendaba al Señor su causa
(1 P. 2:23).
“El justo sirve de guía a su prójimo; mas el
camino de los impíos les hace errar” (v. 26). Siendo que el justo investiga
su camino, lo escudriña y lo confronta con la Palabra de Dios, entonces, puede
ser guía a su prójimo, como en realidad sucede; pero los impíos no hacen eso,
son soberbios, y creen que lo saben todo, por lo tanto, tropiezan una y otra
vez, caen con frecuencia y su fin no es bueno.
2. Contrastes entre los labios del justo y los
del insensato (17, 18, 19, 20, 22, 23, 25)
“El que habla verdad declara justicia; mas el testigo
mentiroso, engaño” (v. 17). El justo respira (lit.) verdad. En sus
conversaciones diarias siempre dice la verdad, no miente en lo más mínimo. Por
eso, cuando es llamado ante un tribunal para dar testimonio de algo, no le
cuesta decir la verdad, y así procura que se haga justicia.
Este justo no tergiversará la verdad, así con
ello “ayudara” a su mejor amigo. No acepta sobornos ni influencias para cambiar
la verdad de los hechos.
No así con el mentiroso, ese respira mentira en
todas sus conversaciones, en sus bromas, en sus tratos diarios, y también
cuando lo llaman ante un tribunal, por lo tanto, es injusto, y puede conducir a
los jueces a un dictamen equivocado, condenando al justo o absolviendo al
culpable.
Recordemos a Doeg, quien quiso congraciarse con
el malvado rey Saúl, y, cuando las circunstancias le favorecieron contó los
hechos, como los vio él, pero conduciendo a una falsa impresión, lo cual hizo
que mataran a muchos inocentes siervos del Señor (1 Sam. 21:1-7).
Recordemos a los falsos testigos que condenaron a
Cristo a través de una mala construcción de sus palabras.
“Hay hombres cuyas palabras son como golpes de
espada; mas la lengua de los sabios es medicina” (v. 18). Este pasaje nos
enseña que la lengua es muerte o vida, veneno o medicina, dependiendo de cómo
se use. Algunos la usan como espada para dar muerte y herir a otros. Ellos no
tienen problemas en dañar la reputación de los demás con su lengua. Un solo
susurro, una simple insinuación, y hasta un silencio de la lengua en cierto
momento, puede causar mucho daño y romper los lazos de una amistad antigua o un
cercano parentesco. “Y la lengua es un fuego, un mundo de maldad. La lengua
está puesta entre nuestros miembros, y contamina todo el cuerpo, e inflama la
rueda de la creación, y ella misma es inflamada por el infierno” (Stg.
3:6).
Por lo contrario, hay personas que curan con su
lengua, con lo que dicen, son como medicina para el alma, ellos propician la
reconciliación de los que han estado divididos y fortalecen al afligido. Nunca
la usan para hacerle daño a otros.
Reprenden cuando es necesario, exhortan con amor
y firmeza, consuelan cuando hay aflicción. Sanar con la lengua no trata
solamente de “que ninguna palabra corrompida salga de nuestra boca, sino la
que sea buena para la necesaria edificación, a fin de dar gracia a los oyentes”
(Ef. 4:29). Quiera el Señor darnos “lengua de sabios, para saber hablar
palabras al cansado” (Is. 50:4).
“El labio veraz permanecerá para siempre; mas
la lengua mentirosa solo por un momento” (v. 19). La verdad ha sido, es y
será por siempre. La verdad permanece incólume. Por eso los que hablan verdad
no caerán. No así con la mentira, la cual no garantiza estabilidad, ya que no
puede sostenerse por sí misma, sino que requiere de muchas otras mentiras, pero
tantas mentiras terminan en contradicciones y falta de cohesiones. Por eso el
dicho: Más rápido cae un mentiroso que un cojo.
Esto implica usar nuestras palabras teniendo
presente la eternidad. Recordemos a Giezi, quien disfrutó los frutos de la
mentira por un momento, pero luego trajo maldición a toda su descendencia (2 R.
5:20-27).
“Engaño hay en el corazón de los que piensan
el mal; pero alegría en el de los que piensan el bien” (v. 20). La
tranquilidad mental es un asunto vital para el ser humano. Pero los que traman
el mal y por lo tanto engañan, no disfrutan de ella. No así con los consejeros
de paz (lit.), pues, cuando ven el fruto de la paz que hay en sus corazones
se alegran, y viven tranquilos y llenos de gozo. Un corazón pacífico que ama el
bien es fuente de tranquilidad.
La fuente del engaño está en el corazón, dice
nuestro autor sagrado. Esto lo comprueba la experiencia de nuestra tierna
infancia: la mentira está muy temprano en los labios del niño cuando se
presenta la tentación.
Y el engaño toma diversas formas: Exageraciones,
falsedad, falsas apariencias, impresiones equivocadas, etc. Una parte
importante de la educación cristiana debe ser enseñar a nuestros hijos la
profunda reverencia hacia la sencillez de la verdad.
Recordemos a Ananías y Safira, los cuales no
hablaron conforme a la totalidad de la verdad, y la muerte los encontró con la
mentira en sus labios.
Pero también recordemos la alegría de Jonatán o
de Abigail, cuando vieron los frutos de paz que trajeron sus sabios consejos.
“Los labios mentirosos son abominación a
Jehová; pero los que hacen verdad son su contentamiento” (v. 22). Una vez
más la Palabra condena la mentira, pues, ella es destructiva, dañina y perversa,
contraria a Dios. La mentira es tan aborrecida por Dios que se le considera
abominación delante de él, lo cual es objeto de su justa ira y profundo
desprecio.
Mientras que la verdad es amada por Dios, porque
él es verdad. Pero no se trata solo de decir la verdad con los labios, sino de
tenerla en el corazón, reflejada en nuestros hechos, eso caracteriza a una
persona íntegra.
“El hombre cuerdo encubre su saber; mas el
corazón de los necios publica su necedad” (v. 23). El cuerdo es aquel que
no divulga las cosas que harán daño, así se trate de hechos verdaderos. Pero el
necio se apresura a declarar a los cuatro vientos lo que ha visto u oído sin
pensar en el bien o mal que producirán esas palabras.
Además, el cuerdo o prudente espera el momento
más oportuno para dar a conocer su saber, pues, sabe que hay tiempos en los
cuales es mejor estar en silencio. Jesús tenía todos los tesoros de la
sabiduría, pero cuando sus jueces esperaban alguna respuesta no abrió su boca,
y tampoco le enseñó todo a sus discípulos durante su ministerio, pues, no
estaban preparados.
Eliú tenía más sabiduría que los otros amigos de
Job, pero consideró oportuno no hablar hasta que los mayores o más reconocidos
que él lo hubiesen hecho.
Es también de sabios no dar siempre sus opiniones
sobre algún tema, si otro ya lo hizo. El sabio, como el buen escriba, guarda
sus conocimientos, y escoge lo más preciado para darlo en el momento oportuno,
del resto, prefiere callar.
“La congoja del corazón del hombre lo abate;
mas la buena palabra lo alegra” (v. 25). Los hombres suelen pasar por
tiempos de melancolía, la cual, cuando se alimenta con palabras tristes,
produce congoja en el corazón. Pero la cura para este mal se encuentre en la buena
palabra, aquella que da ánimo, que alienta, que es amable.
Recordemos que con nuestras palabras podemos
conducirnos o conducir a otra persona a la congoja del corazón o a la alegría.
3. Contrastes entre las aflicciones del justo y
los males del impío (21, 28)
“Ninguna adversidad acontecerá al justo; mas
los impíos serán colmados de males” (v. 21). Las aflicciones son recibidas
de manera distinta por los justos y los impíos. Los justos pasan por
adversidades y pruebas, pero ellos saben que estas cosas no causarán ningún mal
eterno en ellos, ya que Dios usa esas cosas para su bienestar espiritual (Ro.
8:28).
Los justos saben soportar la adversidad con
esperanza, porque saben que la gloria futura superará con creces las
aflicciones del tiempo presente; más bien, son el instrumento que nos prepara
para esa gloria (Ro. 8:18, 39).
Por el contrario, los impíos, los que se deleitan
en el mal, recibirán el mal que sembraron, tanto en esta vida como en la
eternidad. Toda maldad recibirá su justa recompensa.
“En el camino de la justicia está la vida; y
en sus caminos no hay muerte” (v. 28). Solo hay dos caminos: el de la vida
y el de la muerte. La justicia lleva a la vida, la impiedad a la muerte. Todos
los hombres hemos pecado y somos dignos de muerte. Pero a través de Jesucristo,
el Hijo de Dios, se nos imputa la justicia divina y vamos rumbo a la vida. Y
esta vida es abundante en todo sentido: no incluye muerte, es de gozo y paz, y
hay un crecimiento constante en la justicia santificante.
4. Contrastes entre la diligencia y la pereza
(24, 27)
“La mano de los diligentes señoreará; mas la
negligencia será tributaria” (v. 24). La diligencia es la marca de los que
alcanzan grandes logros, y no serán indigentes. Así como Salomón promovió a
Jeroboam porque vio que era “varón… esforzado” (1 R. 11:28), el
diligente o esforzado no vivirá en indigencia.
“El indolente ni aun asará lo que ha cazado;
pero haber precioso del hombre es la diligencia” (v. 27). El perezoso es
tan indolente que, aunque del cielo le caiga la caza, no logra comérsela, sino
que viene otro y la disfruta. Este pasaje exalta la diligencia como un valor
principal del ser humano. El creyente, el sabio, es diligente en todos los
asuntos. La pereza es contraria al mandato divino de cultivar la tierra, un
mandato para todo ser humano.
Conclusiones:
El camino de la vida y el camino de la muerte es
constantemente presentado en este libro como las únicas alternativas que tiene
el ser humano.
O estás en la senda de la vida o estás en la
senda de la muerte. No hay ruta intermedia.
El camino de la vida se caracteriza por la
sabiduría que escucha los consejos sabios, el que no reacciona pecaminosamente
ante las injurias, el que examina su camino y camina rectamente de manera que
es guía para otros, el que siempre habla la verdad y con ella procura la
justicia, el que usa sus palabras para curar y bendecir a los demás, el que
anda en la verdad divina, la cual permanece para siempre; el que vive alegre
porque siempre piensa y hace el bien, el que agrada a Dios porque no solo habla
verdad, sino que la convierte en una práctica diaria, el que actúa y habla con
cordura, el que alegra los corazones atribulados con sus sabias palabras, el
que recibe las adversidades con fe y esperanza, el que anda por la senda de
justicia que lleva a la vida, el diligente que llegará a gobernar.
Pero, ¿quién es esta persona sabia o justa? Indudablemente,
aquel que ha sido regenerado por el Espíritu de Dios, aquel que ha recibido el
don de la fe salvadora y ha reconocido su fatuidad y miseria espiritual. Es
aquel que reconoce su pecado y viene en búsqueda del Salvador, del Logos
encarnado, del Redentor; y se doblega ante él reconociendo su ignorancia y
necesidad de conocer y creer la Verdad.
Este, que así ha sido salvado, ahora cuenta con
el Espíritu de gracia, el Espíritu Santo, quien es también Espíritu de
sabiduría. Él usa estos consejos del sabio Salomón y los aplica a nuestras
vidas con poder, de manera que somos sabios según Dios, y andamos en rectitud
agradándole a Él y siendo de bendición para este mundo caído.
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