Salmo
85
Anhelo
por un avivamiento
Este sermón fue predicado por el hermano Julio C.
Benítez, quien es uno de los pastores de la Iglesia Bautista Reformada la
Gracia de Dios en Medellín, Colombia. Usted puede compartir este sermón con
otros a través de medios digitales e impresos, siempre y cuando no sea para la
venta, siempre reconociendo y dando los créditos respectivos a su autor.
Como
nos hemos podido dar cuenta en el estudio de los salmos, ellos no son
simplemente un registro de la espiritualidad del Antiguo Testamento, sino una
guía para la vida cristiana. Los salmos nos dan un hermoso relato de la
experiencia cristiana. Cuando la iglesia primitiva leía y cantaba los salmos en
sus servicios de adoración, con frecuencia cantaba lo que ahora llamamos el Gloria
Patri luego de la lectura o el canto de los salmos:
Gloria
demos al Padre,
Al
Hijo y al Santo Espíritu;
Como
eran al principio,
Son
hoy y habrán de ser
Eternamente.
Amén.
En
un principio, muchas iglesias cristianas estaban conformadas por gentiles y
judíos que creían en Jesús como el Mesías. Por lo tanto, este canto cristiano,
entonado luego de la lectura de los salmos, recordaba que el Antiguo Testamento
no es ajeno a la doctrina del Dios Triuno. Y que, en la persona de Jesucristo,
se revela la Trinidad de Dios.
Ahora,
este salmo fue compuesto en conexión con la historia del pueblo santo que
retorna a la tierra de Judá, luego del exilio babilónico, el cual fue enviado
por Dios para castigar a su díscolo pueblo que se había revelado contra la Ley
santa.
Pero,
ahora al regresar, se encuentran con muchas dificultades, la restauración será
algo difícil, y, en especial, la restauración espiritual del pueblo de Judá. No
obstante, la única esperanza que ellos tienen es confiar en el Dios que los
liberó de la esclavitud egipcia y de la diáspora babilónica.
Por
lo tanto, este salmo es una invitación para que los creyentes, cuando seamos
conscientes de nuestro pecado, y de las consecuencias dolorosas que trae a
nuestra vida, cuando no experimentamos el gozo de la comunión con Dios;
volvamos nuestra mirada al pasado, a la cruz donde Cristo nos liberó de la
esclavitud del pecado, y encontremos en su gracia salvadora la fuente de
reconciliación, perdón, limpieza, restauración y avivamiento que, de tanto en
tanto, todos necesitamos.
Este
salmo consta de tres partes:
1.
La fuente del avivamiento anhelado (v. 1-3)
2.
Súplica por el avivamiento anhelado (v. 4-7)
3.
Actitud para el avivamiento anhelado (v. 8-9)
4.
La abundancia del avivamiento anhelado (v. 10-13)
1.
La fuente del avivamiento anhelado (v. 1-3)
“Fuiste
propicio a tu tierra, oh Jehová; volviste la cautividad de Jacob. Perdonaste la
iniquidad de tu pueblo; todos los pecados de ellos cubriste. Reprimiste todo tu
enojo; te apartaste del ardor de tu ira”.
El
salmista inicia su oración recordando las misericordias divinas. Así como
también el Señor nos enseñó a orar diciendo: Padre nuestro. Dios es nuestro
Padre, y para ello él nos liberó de la esclavitud de Satanás, así como liberó
al antiguo Israel de la esclavitud egipcia, y, en especial, de la diáspora
babilónica.
Dios
había castigado duramente a Judá por su desobediencia y creciente alejamiento
de la Palabra de Dios. Aunque el Señor les envió profetas, una y otra vez,
llamándolos al arrepentimiento y advirtiéndoles de las consecuencias que
traerían sus pecados, ellos no hicieron caso, y Dios les envió a Nabucodonosor,
quien destruyó las ciudades amuralladas, e incluso al templo santo.
Pero
el pueblo, estando en esa condición miserable, se humilló, se arrepintió, y
suplicó la misericordia divina, de tal manera que luego pudieron regresar a su
tierra, porque Dios los perdonó con su abundante gracia, pues, Dios es lento
para la ira y grande en misericordia.
Y
este perdón divino no es como el de muchos hombres, los cuales dicen: yo perdono,
pero no olvido, no, Dios los perdonó cubriendo todos sus pecados. “Yo
deshice como una nube tus rebeliones, y como niebla tus pecados; vuélvete a mí,
porque yo te redimí” (Is. 44:22); “Yo, yo soy el que borro tus
rebeliones por amor de mí mismo, y no me acordaré de tus pecados” (Is.
43:25).
Pero
estos pecados de Israel solo pudieron ser cubiertos por la muerte del Mesías
que vendría a dar su vida en rescate por muchos.
¿Hemos
pecado? ¿Estamos sufriendo algunas consecuencias por esos pecados? La única
solución es confesarlos, arrepentirse de haber desobedecido al Señor, y confiar
en su perdón gratuito y abundante. “Si confesamos nuestros pecados, él es
fiel y justo para perdonar nuestros pecados, y limpiarnos de toda maldad”
(1 Jn. 1:9).
El
arrepentimiento es la antesala del verdadero avivamiento. Los avivamientos se
necesitan cuando el pueblo de Dios, a causa de sus pecados, pierde la vitalidad
espiritual, cuando todo se convierte en monotonía y mero ritualismo, cuando la
iglesia no tiene poder para impactar al mundo. Entonces, es necesario empezar
con el arrepentimiento, pero este podrá darse solo sobre la base de la obra
consumada de Jesucristo. De allí la importancia de que siempre estemos
recordando la magna obra de redención, sin ella, no habrá arrepentimiento
efectivo ni perdón seguro.
2.
Súplica por el avivamiento anhelado (v. 4-7)
“Restáuranos,
oh Dios de nuestra salvación, y haz cesar tu ira de sobre nosotros. ¿Estarás
enojado contra nosotros para siempre? ¿Extenderás tu ira de generación en
generación? ¿No volverás a darnos vida, para que tu pueblo se regocije en ti?
Muéstranos, oh Jehová, tu misericordia, y danos tu salvación”.
Luego
de un tiempo de decaimiento espiritual, de recibir el juicio divino, de haber
pasado por un desierto espiritual y haber pecado gravemente contra el Dios del
cielo; la solución es el arrepentimiento, la confesión, y apartarse del pecado.
Pero
el alma ha estado tan alejada del Cielo que todavía no experimenta el mismo
gozo del principio, cuando estaba en el primer amor; por lo tanto, ahora el
salmista, representando al pueblo, ruega al Dios de salvación que derrame su
gracia abundante sobre ellos y le conceda tres favores vitales: Restáuranos,
avívanos y muéstranos.
Restáuranos,
es decir, concédenos de nuevo el gozo de tu salvación (Sal. 51), permitiéndonos
ver de manera completa tu obra de redención. Quita de sobre nosotros el oprobio
que nos vino por el pecado, y danos la total liberación.
Tú,
oh Dios, que eres lento para la ira y grande en misericordia, quita los efectos
de tu ira y derrama inundaciones de tu amor. Tú, oh Dios, que enviaste tu
juicio sobre tu hijo Jesucristo, en la cruz del Calvario, ahora, a través de mi
Salvador, envía tus bendiciones y restáurame a la condición del principio, y
aún mucho más, que ahora te ame con todo el corazón, y odie el pecado que me
apartó de ti.
Avívanos,
danos vida para que tu pueblo se regocije en ti.
El pecado secó mi vitalidad espiritual, el pecado endureció mi corazón, nubló
mi visión espiritual y me hizo alejar de los medios de la gracia individuales o
corporativos. No sentía gozo ni fuerzas para orar, o para leer tu palabra, o
para cantar los cánticos de Sion, o para asistir a las asambleas solemnes de
adoración. Pero, Dios de mi salvación, no me dejes en este estado de
resequedad, envía tu Espíritu, el único que puede dar vida, y despierta en mí
el amor por tu Palabra, por la oración y la obediencia. Este es el avivamiento
verdadero.
Muéstranos
tu misericordia, haznos saber que nos amas, que tu amor
es inagotable.
3.
Actitud para el avivamiento anhelado (v. 8-9)
“Escucharé
lo que hablará Jehová Dios; porque hablará paz a su pueblo y a sus santos, para
que no vuelvan a la locura. Ciertamente cerca está su salvación a los que le
temen, para que habite la gloria en nuestra tierra”.
La
respuesta de un corazón arrepentido, es esperar en la buena Palabra del Señor.
No podemos estar verdaderamente arrepentidos cuando oramos y luego nos vamos,
no, esperamos en la respuesta del Señor. Le pedimos que nos hable a través de
su Palabra, a través de los ministros que nos predican o de otros creyentes.
Ahora,
todo aquel que viene en arrepentimiento al Señor, y suplica su misericordia, la
palabra del Señor será de paz y salvación.
Dios
le dirá: Te he perdonado por el sacrificio de mi Hijo, he borrado tus
iniquidades, he sido reconciliado contigo a través de mi Hijo, ahora estoy en
paz contigo, te daré bien y no mal, te haré descansar, y te he dotado de mi
Espíritu para que andes en mis ordenanzas y te goces haciendo mi voluntad.
Este
es el verdadero avivamiento que necesitamos: un hambre por la Palabra, por la
gracia de Dios. Solo esto nos transformará y nos alejará de la locura de la
desobediencia. Recordemos que la gloria de la presencia de Dios se experimenta
con más fuerza cuando el creyente y la iglesia andan en santidad, en
obediencia. Pero esta obediencia es el resultado la gracia de Dios en nuestras
vidas, llevándonos a escuchar su Palabra con corazones devotos.
4.
La abundancia del avivamiento anhelado (v. 10-13)
“La
misericordia y la verdad se encontraron; la justicia y la paz se besaron. La
verdad brotará de la tierra, y la justicia mirará desde los cielos. Jehová dará
también el bien, y nuestra tierra dará su fruto. La justicia irá delante de él,
y sus pasos nos pondrá por camino”.
En
los tratos humanos la verdad y la misericordia no parecen andar juntas. La
verdad requiere justicia, mientras que la misericordia busca el perdón. Pero, o
actuamos conforme a la verdad y requerimos la completa justicia, o somos
misericordiosos y echamos la verdad o la justicia a un lado.
No
obstante, en los tratos de Dios y en su obrar de gracia, la verdad y la
misericordia se encuentran, se abrazan, se besan y se funden en uno solo. Esto
parece imposible, pero es lo que pregona el evangelio.
En
el caso de Israel, Dios castigó al pueblo conforme a la verdad que había
proclamado a través de los profetas, pero Dios mismo tomó la iniciativa de darles
el don del arrepentimiento, pues, la tristeza según Dios nos conduce al
arrepentimiento, para luego darles el perdón, llevarlos a más arrepentimiento,
conducirlos a orar por el avivamiento, y otorgarles más paz y prosperidad
espiritual.
Pero,
el lugar en el cual la misericordia y la verdad se besaron y fundieron en uno
fue en la Cruz del Calvario. Allí la verdad y la justicia exigieron la muerte
del Sustituto, de Jesucristo, quien era el Cordero de Dios que quitaba el
pecado del mundo. Allí él sufrió los rigores de la ira divina que debían caer sobre
él conforme a la justicia de la verdad que exigía la santidad de Dios.
Pero,
a la misma vez, de esa cruz, brotó el manantial inagotable de la misericordia
que salva y recata a millones y millones de personas que son llevadas por el
Espíritu de Dios a mirar con fe y arrepentimiento esa cruz del Salvador, y a
clamar por perdón y misericordia.
De
esa manera la verdad fue cumplida y la misericordia otorgada. La justicia
satisfecha y el alma reconciliada. Por eso Jesús, con toda autoridad, pudo
decir: Mi paz os dejo, mi paz os doy, yo no os la doy como el mundo la da. Yo
no sacrifico la verdad por la paz, ni la justicia por la misericordia. Mi paz
es verdadera porque se desprende de la justicia, mi misericordia es duradera
porque se desprende de la verdad.
“Ciertamente
llevó él nuestras enfermedades, y sufrió nuestros dolores; y nosotros le
tuvimos por azotado, por herido de Dios y abatido. Más él herido fue por
nuestras rebeliones, molido por nuestros pecados; el castigo de nuestra paz fue
sobre él, y por su llaga fuimos nosotros curados. Todos nosotros nos
descarriamos como ovejas, cada cual se apartó por su camino; mas Jehová cargó
en él el pecado de todos nosotros” (Is. 53:4-6).
El
resultado de esta obra de gracia, o avivamiento, es que la verdad brotará de la
tierra, así como brotan las plantas, y desde el cielo mirará la justicia. Esta
es una bella forma poética de anunciar los pletóricos frutos de la obra de
redención.
Dios
se goza en hacer las dos cosas. Por un lado, la verdad del evangelio se
anunciará por todas partes, y las personas amarán la Palabra, escucharán con
avidez los mandatos divinos, y andarán conforme a la verdad. Pero este
cumplimiento siempre será imperfecto, mientras estemos en este lado de la historia;
por lo tanto, la justicia divina se inclinará a mirar a los hombres a través de
la obra perfecta de Jesucristo.
El
resultado es que la tierra será llena de la gloria del evangelio, Dios
producirá conversiones por todas partes, el bien surgirá en el corazón de los
regenerados y la justicia de la verdad se proclamará por doquier, trayendo a
conversión a muchos.
Aplicaciones:
La
Palabra nos muestra, de principio a fin, que Dios se deleita en salvar, en
perdonar, en restaurar. Dios es especialista en esa gloriosa obra creativa en
la cual extrae bendición de la maldición, en la que derrama perdón donde no es
merecido, en la cual trae restauración donde hubo fractura. Ese es el deleite
de Dios. Eso es el evangelio.
Hermano,
amigo, ¿te has visto y sentido como un ser miserable, digno del desprecio
divino a causa de tus pecados? Ven a la fuente de la limpieza, de la
justificación y de la restauración. Es Cristo Jesús. Él murió en la cruz,
precisamente, para que esta gracia obrara poderosamente a favor de los que reconocen
su condición espiritual miserable. Los brazos del buen Jesús están abiertos
para abrazar, consolar, limpiar y restaurar al que se había desviado del camino.
Jesús
te dará la paz que sobrepasa todo entendimiento, porque él dijo a los que creen
en él: Mi paz os dejo, mi paz os doy, yo no os la doy como el mundo la da.
Entonces, disfrutarás de la comunión con Dios, y tu corazón exultará de gozo
espiritual, leerás la Biblia con dedicación y obediencia, amarás escuchar las
predicaciones de los ministros del Evangelio, orarás con intensidad y
perseverancia; estarás en constante avivamiento.
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