Jesús proclamó
y mandó a su iglesia para que se mantuviera en unidad.
La unidad con
el resto del cuerpo de Cristo es un asunto fundamental para el avance del Reino
de Dios en este mundo. Sin esta unidad, el mensaje del evangelio no es más que
sonidos confusos de palabras bonitas que no tienen la capacidad de transformar
o impactar a un mundo cada vez más entregado a la oscuridad del pecado.
Mantener la
unidad es un asunto difícil y cuesta mucho, implica sacrificios y trabajo,
lidiar con nuestros propios pecados y los de los otros, limarnos mutuamente,
negarnos a nosotros mismos, morir a nuestro orgullo; es decir, vivir
verdaderamente el evangelio; tal vez será por eso que muchos prefieren la
comodidad del vivir en las paradisíacas islas de nuestros guetos evangélicos
(iglesias locales o denominaciones), donde todos creemos y practicamos minuciosamente lo
mismo; olvidándonos que ese Dios al cual decimos servir, tiene otros pastores y
rebaños locales que forman parte de UN SOLO cuerpo, y que el sentido natural de
esa figura usada en las Escrituras (la iglesia como cuerpo) es con el fin de
que nunca vivamos un evangelio egoísta y cómodo, centrados en nosotros mismos,
sino para que conjuntamente nos apoyemos los unos a los otros, para crecer
todos en el conocimiento del Señor, la santidad de nuestras almas y la
propagación de Su santo evangelio.
Cuánto nos
falta crecer en el amor de Cristo. Como dijo un puritano: es nuestro deber amar
a todos los que Dios ama.
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