domingo, 3 de julio de 2022

Proverbios 3 11-12

 

El castigo del amor de Dios

Proverbios 3:11-12

Este sermón fue predicado por el hermano Julio C. Benítez, quien es uno de los pastores de la Iglesia Bautista Reformada la Gracia de Dios en Medellín, Colombia. Usted puede compartir este sermón con otros a través de medios digitales e impresos, siempre y cuando no sea para la venta, siempre reconociendo y dando los créditos respectivos a su autor.

No menosprecies, hijo mío, el castigo de Jehová, ni te fatigues de su corrección, porque Jehová al que ama castiga, como el padre al hijo a quien quiere”.

Salomón continúa instruyendo a su hijo en el camino de la sabiduría, propósito por el cual escribió este libro, el cual también nos instruye a nosotros para andar por el camino de la vida.

En los primeros 10 versículos Salomón nos animó a caminar por la senda del temor del Señor, la cual consiste en andar bajo la luz de sus preceptos y de los sagrados deberes, y nos animó aún más a hacerlo al mostrarnos los frutos que se obtienen de andar en ellos.

Ahora, en los versos 11 y 12, nos impone otro sagrado deber que nos libra del camino de la muerte y nos conduce hacia la vida plena: someternos gozosos a la disciplina del amor del Señor.

Estudiemos estos pasajes y seamos altamente edificados al comprender este asunto tan vital para el creyente que desea crecer en madurez espiritual.

Este tema nos ayudará a soportar con paciencia, y a recibir con gozo las aflicciones, dolores, enfermedades y adversidades que vienen a nuestra vida, sabiendo que son necesarias para que abandonemos el pecado y seamos más como Cristo.

1. El castigo del Señor no debe ser menospreciado v. 11a

2. El castigo del Señor no debe causar desmayo v. 11b

3. El castigo del Señor es producto de su amor v. 12

1. El castigo del Señor no debe ser menospreciado v. 11a

No desprecies, hijo mío, el castigo de Jehová”.

Analicemos en primera instancia a qué se refiere el texto bíblico con “el castigo de Jehová”, y luego, en qué sentido se puede tomar a la ligera o menospreciar.

En la versión griega (Septuaginta) y en la cita que Hebreos 12 hace de este proverbio, se usa la frase la disciplina del Señor.

La palabra griega usada para disciplina es paideias la cual hace referencia a disciplina, enseñanza e instrucción. El autor tiene en mente el aspecto doloroso o desagradable de la disciplina, pues, luego habla de azotes, es decir, del uso de la vara. La instrucción incluye la corrección y el castigo.

Este castigo de Jehová “cuando se usa en sentido espiritual…, incluye toda instrucción, toda reprensión y corrección, y toda penalidad en nuestra vida dirigida providencialmente, que estén encaminadas a cultivar el crecimiento espiritual y el carácter piadoso.”[1]

Aunque Elifaz aplicó mal este consejo al santo Job, no obstante, dijo una verdad que es confirmada en el resto de las Sagradas Escrituras: “He aquí, bienaventurado es el hombre a quien Dios castiga; por tanto, no menosprecies la corrección del Todopoderoso. Porque él es quien hace la llaga, y el la vendará; él hiere, y sus manos curan” (Job 5:17-18).

Despreciar la disciplina del Señor es descuidar la salud del alma: “El que tiene en poco la disciplina menosprecia su alma; mas el que escucha la corrección tiene entendimiento” (Prov. 15:32).

Una muestra de incredulidad en el corazón y falta de conversión es el menospreciar la disciplina del Señor: “Los azotaste, y no les dolió; los consumiste, y no quisieron recibir corrección; endurecieron sus rostros más que la piedra, no quisieron convertirse” (Jer. 5:3).

A todo aquel que el Señor ha predestinado para salvación le enviará su corrección a través de la disciplina dolorosa, no para destruirlo, sino precisamente para su salud espiritual: “Porque yo estoy contigo para salvarte, dice Jehová, y destruiré a todas las naciones entre las cuales te esparcí; pero a ti no de destruiré, sino que te castigaré con justicia; de ninguna manera te dejaré sin castigo” (Jer. 30:11).

El temor del Señor y la disciplina del Señor van de la mano. El que teme a Dios acepta su disciplina, pues, reconoce quién es Dios: “es sabio temer a tu nombre. Prestad atención al castigo, y a quien lo establece” (Miq. 6:9).

Ahora, sabiendo en qué consiste el castigo del Señor, debemos preguntarnos ¿De qué manera lo despreciamos?

Despreciamos el castigo del Señor cuando no vemos a Dios detrás de todas las adversidades y aflicciones que vienen a nuestra vida. Esto puede sonar extraño a los oídos de muchos creyentes hoy día, no porque este concepto no esté de acuerdo con las Sagradas Escrituras, sino porque no armoniza con la mentalidad mundana, materialista y hedonista de nuestros tiempos.

El creyente debe creer en la soberanía de Dios, es decir, que nada en este mundo sucede sin la voluntad Divina. El Señor lo ha predestinado todo, y en el ejercicio de su soberanía permite que sobre nosotros, sus amados hijos, vengan aflicciones y dolores.

Cuando los creyentes miramos todas las aflicciones que nos vienen como ordenadas por el Padre soberano y amante, un gran consuelo y paz invadirá nuestro corazón en medio de la más ruda tormenta.

No despreciamos la disciplina del Señor cuando tenemos una teología correcta del sufrimiento, y no tratamos de excusar a Dios cuando a los justos les suceden cosas terribles.

Cuando sobre los creyentes viene la enfermedad mortal y dolorosa, allí está Dios presente. Cuando viene la pobreza, allí está Dios presente. Cuando hay sufrimientos de cualquier índole, allí está Dios presente.

Veamos unos textos que afirman esta no muy amada verdad por los creyentes de nuestro siglo:

En el día del bien goza del bien, y en el día de la adversidad considera. Dios hizo tanto lo uno como lo otro…” (Ecl. 7:14).

Yo Jehová, y ninguno más que yo, que formo la luz y creo las tinieblas, que hago la paz y creo la adversidad. Yo Jehová soy el que hago todo esto” (Is. 45:6-7).

¿Quién será aquel que diga que sucedió algo que el Señor no mandó? ¿De la boca del Altísimo no sale lo malo y lo bueno? ¿Por qué se lamenta el hombre viviente? Laméntese el hombre en su pecado” (Lam. 3:37-39).

Y él (Job) dijo: Como suele hablar cualquiera de las mujeres fatuas, has hablado. ¿Qué? Recibiremos de Dios el bien, y el mal no lo recibiremos? En todo esto no pecó con sus labios (Job 2:10).

Jehová empobrece, y él enriquece; abate y enaltece” (1 Sam. 2:7).

Despreciamos la disciplina del Señor cuando murmuramos frente a la adversidad, cuando pensamos que nuestra carga es más pesada que la de los demás, cuando nos hundimos en nuestra tristeza y preocupación por la adversidad, en vez de mirar a Jesús y esperar pacientemente en él.

Despreciamos la disciplina del Señor cuando buscamos formas alternas a la Palabra de Dios para traer paz y gozo a nuestra alma, ya sea a través de la psicología, la nueva era, los falsos profetas de la salud, la prosperidad y la abundancia, entre otros.

Despreciamos la disciplina del Señor cuando nos resignamos a nuestra suerte y no consideramos la corrección para nuestro provecho espiritual.

Los momentos de adversidad son tiempos para meditar, considerar, reflexionar, auto examinar. Si no hacemos esto, perdemos esas maravillosas oportunidades que el Señor nos da para crecer como creyentes. 

2. El castigo del Señor no debe causar desmayo v. 11b

Ni te fatigues de su corrección”.

Solemos desanimarnos espiritualmente cuando la adversidad viene a nosotros, cuando nos enfermamos, o no conseguimos empleo y las cosas van de mal en peor; incluso, nos desanimamos aún más cuando la adversidad nos viene en respuesta a hacer el bien o vivir conforme al evangelio.

Hay un joven en la historia bíblica que, así como Job, era un varón recto y piadoso, pero estaba bajo la disciplina amorosa del Señor. Este joven fue José. Él vivió toda su vida para la gloria de Dios, por lo tanto, Dios lo mantuvo bajo su disciplina.

Él fue vendido como esclavo por sus traidores hermanos. Luego, cuando las cosas iban mejorando, en medio del destierro, y ganó confianza y un lugar de honra en casa de Potifar, la esposa de éste lo acusa calumniosamente de acoso sexual y es puesto en la cárcel.

Si José hubiese sido uno de nosotros ¿qué hubiera pensado él? “Ah, qué sentido tiene ser cristiano. Entre más trato de vivir conforme al evangelio más dificultades tengo. Me he conservado puro y no accedí a los deseos sexuales de mi ama por amor a Cristo, y mira el resultado, acusado injustamente y pudriéndome en esta miserable cárcel”.

Luego, el copero que le prometió interceder por él ante el Faraón se olvida del asunto y José continúa en la cárcel. No obstante, él no desconfió del amor de Dios, ni murmuró por la disciplina del Señor.

José esperó pacientemente en Dios y su alma logró ver el fruto de la santificación y la preservación Soberana. Por eso, luego de sufrir tanto, también pudo orar por aquellos que, a pesar de ser sus hermanos, habían actuado como enemigos, amándolos y no acusándolos de maldad, sino viendo la mano providente de Dios actuando en esta situación: “Vosotros pensasteis mal contra mí, mas Dios lo encaminó a bien, para hacer lo que vemos hoy, para mantener en vida a mucho pueblo” (Gén. 50:20). El resultado de la disciplina del Señor será el bienestar de sus hijos, aunque en el proceso no entendamos el por qué ni el para qué de las cosas.

Hay varias formas de desmayar frente a la adversidad (seguiré en esto a Arthur Pink)[2]:

Primero, cuando nos damos por vencidos y cesamos todos nuestros esfuerzos. Esto se da cuando nos hundimos en el desánimo.

El creyente herido llega a la conclusión de que no podrá soportar más, que la adversidad supera sus fuerzas. Su corazón le falla y se hunde en la más lóbrega oscuridad. El sol de la esperanza se ha eclipsado y la voz de acción de gracias se ha silenciado.

Hermano que estás pasando por una gran aflicción o necesidad, reaviva tus fuerzas y tu ánimo recordando las palabras de Pablo “…no os entristezcáis como los otros que no tienen esperanza” (1 Tes. 4:13). Nosotros sí tenemos esperanza, lleva al Señor tu dolor, reconoce su mano en ella, y recuerda que todas tus aflicciones se encuentran entre “todas las cosas” que obran para tu bien (Ro. 8:28).

Segundo, desmayamos en medio de la adversidad cuando dudamos de que seamos hijos de Dios.

Muchos cristianos afligidos llegan a pensar que definitivamente ellos no son amados del Padre, que a lo mejor aún son inconversos, pues, un hijo de Dios no pasaría por tan duro y largo sufrimiento. Pero ellos olvidan que está escrito “Muchas son las aflicciones del justo” (Sal. 34.19), y que “… es necesario que a través de muchas tribulaciones entremos en el reino de Dios” (Hch. 14:22).

Tercero, desmayamos en medio de la prueba cuando damos paso a la incredulidad. Esto es ocasionado por nuestra incapacidad para buscar apoyo en Dios, en medio de la tribulación, y echar mano de sus maravillosas promesas: “… por la noche durará el lloro, y a la mañana vendrá la alegría” (Sal. 30:5).

Una forma de luchar contra la incredulidad que se asoma en medio de la aflicción, es predicarse así mismo: “¿Por qué te abates, oh alma mía, y te turbas dentro de mí? Espera en Dios; porque aún he de alabarle, salvación mía y Dios mío” (Sal. 42:5). Si nos mantenemos en esta constante actitud, seremos preservados de hundirnos en la desesperanza y el desmayo cuando los problemas vengan sobre nosotros.

3. El castigo del Señor es producto de su amor v. 12

Porque Jehová al que ama castiga, como el padre al hijo a quien quiere

Los cristianos podemos aceptar con gozo y gran esperanza la doctrina de la Soberanía de Dios. Saber que él está al control de todas las cosas y que somos guardados por Su poder, nos da tranquilidad y paz. Pero en muchas ocasiones nos es difícil armonizar su Soberanía enviando adversidad sobre su pueblo, y su amor.

En ocasiones pensamos que Su amor y Su soberanía obrarán de manera tal que impedirá que sobre nosotros vengan adversidades o aflicciones. Pero nuestro autor sagrado está afirmando que la adversidad y el amor de Dios no se excluyen mutuamente, antes, por el contrario, suelen actuar tomados de la mano. Y esta es una fuente de seguro consuelo para el cristiano atribulado y afligido por las muchas adversidades: Dios nos ama y por eso nos disciplina con azotes.

 “La disciplina es entonces un privilegio que Dios extiende a los que ama. Esto suena casi contradictorio hasta que llegamos a entender que la disciplina no se le extiende a los impíos. Ellos reciben su juicio. Dios disciplinó a su pueblo Israel a consecuencia de sus transgresiones, pero él demuestra paciencia y tolerancia con sus enemigos hasta que se llene la medida de su iniquidad (Gn. 15:16; Mt. 23:32; 1 Ts. 2:16). La disciplina es una señal de que Dios nos acepta como hijos suyos.”[3]

La palabra griega traducida como azotes o castigos significa literalmente “golpear con un látigo…, impartir un castigo correctivo... figuradamente <adversidad> o <sufrimiento>. Así como los padres pueden corregir a los hijos a quienes aman, así Dios corrige por medio de los sufrimientos.”[4]

Recordemos que la Palabra de Dios afirma: “El que detiene el castigo, a su hijo aborrece; mas el que lo ama, desde temprano lo corrige” (Prov. 22:13).

Por lo tanto, una fórmula o clave para salir victoriosos de cualquier adversidad se nos da en este texto: contemplar el amor de Dios por su pueblo.

Si somos descuidados en conocer la doctrina de Dios, entonces, cuando pasemos por la aflicción seremos presa de nuestras emociones y pronto dudaremos de Su amor o de que seamos cristianos. “Si vamos a confiar en Dios en la adversidad, tenemos que usar nuestras mentes en esos momentos para razonar sobre las grandes verdades de Su soberanía, sabiduría y amor como se nos revelan en las Escrituras. No podemos permitir que nuestras emociones dominen nuestras mentes. Más bien debemos buscar que la verdad de Dios las gobierne.”[5]

Alguna vez escuché que alguien dijo: “No interpretes el amor de Dios por las circunstancias, interpreta las circunstancias por el amor de Dios.”  O como dice Jerry Bridges “… debemos ver siempre nuestras circunstancias adversas a través de los ojos de la fe, y no del sentido común.”[6]

Aplicaciones:

Cuando estemos entrando en el pozo profundo de la desesperación, sigamos el ejemplo de nuestro Salvador, quien también sufrió y soportó la disciplina del Señor.

Él alimentaba su angustiada alma con las promesas de Su Padre y la esperanza de ver su salvación.

El Salmo 22 contiene sentidas declaraciones de alguien que ha tocado el fondo del dolor. “Dios mío, Dios mío, ¿Por qué me has desamparado? ¿Por qué estás tan lejos de mi salvación, y de las palabras de mi clamor? Dios mío, clamo de día y no respondes; y de noche, y no hay para mí reposo” (v. 1 y 2).

Pero Jesús no se quedó inmovilizado en su fe por el dolor que le causaba la aflicción, antes, por el contrario, animaba su fe y fortalecía su confianza en medio de la más dura prueba, reconociendo que ella provenía de un Dios que siempre tiene los mejores propósitos para con sus hijos: “Pero tú eres santo, tú que habitas entre las alabanzas de Israel” (v. 3).

El atributo de la santidad de Dios garantiza que el trato para con sus hijos siempre será para lo mejor.

El Mesías, luego de derramar su angustiado corazón ante el Padre y contarle todas las adversidades que afligían su atribulada alma, entona un precioso canto de confianza, el cual nutre sus esperanzas y le permite ver la liberación final de sus angustias: “Anunciaré tu nombre a mis hermanos; en medio de la congregación te alabaré. Los que teméis a Jehová alabadle” (v. 22-23).

Que la fuerza que proviene de nuestro Salvador nos conceda la gracia para aceptar el castigo del Señor como parte de nuestra santificación, y, recuerda, esto no será efectivo si su vara no te lleva a pedirle: Examina mi corazón, oh Dios, y muéstrame si en mí hay camino de perversidad.



[1] Bridges, Jerry. La disciplina de la gracia. Página 84

[2] Pink, Arthur. An Exposition of Hebrews. Extraido de: http://www.pbministries.org/books/pink/Hebrews/hebrews_087.htm

[3] Kistemaker, Simon. Hebreos. Página 438

[4] Kittel, Gerhard. Compendio del diccionario teológico el Nuevo Testamento. Página 560

[5] Bridges, Jerry. Confiando en Dios aunque la vida duela. Página 145

[6] Bridges, Jerry. Confiando en Dios aunque la vida duela. Página 3.

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