domingo, 3 de julio de 2022

Lucas 4 22-30

 

Un rechazo peligroso

Lucas 4:22-30

Este sermón fue predicado por el hermano Julio C. Benítez, quien es uno de los pastores de la Iglesia Bautista Reformada la Gracia de Dios en Medellín, Colombia. Usted puede compartir este sermón con otros a través de medios digitales e impresos, siempre y cuando no sea para la venta, siempre reconociendo y dando los créditos respectivos a su autor.

Introducción:

Suele suceder que venimos a ser conscientes del valor de las personas que son familiares o cercanas a nosotros cuando están lejos o se han ido para siempre.

Lastimosamente esto forma parte de nuestras imperfecciones y nos estorba para disfrutar plenamente de las buenas cosas que nos rodean.

Pero este defecto humano, de valorar a las personas cuando ya no están con nosotros, se convierte en algo catastrófico cuando llega al punto de rechazar a alguien que puede significar la vida para nosotros, simplemente porque nos es muy familiar y no consideramos que pueda ser muy útil o vital.

En nuestro pasaje de hoy veremos como una comunidad religiosa decide rechazar al dador de la vida, simplemente porque él era uno de ellos.

Quiera el Señor ayudarnos para que al exponer este pasaje seamos confrontados por las Escrituras de manera que no continuemos rechazando a aquel que nos puede dar la vida eterna o condenar para siempre en el infierno.

Dividiremos nuestro sermón en tres partes:

1. Rechazando al Salvador porque parece familiar. V. 22-24

2. Rechazando al Salvador por su soberanía en ofrecer misericordia v. 25-28

3. Rechazando al Salvador al punto del desprecio total. V. 29-30

 

1. Rechazando al Salvador porque parece familiar. V. 22-24

Los feligreses de la sinagoga de Nazaret acaban de escuchar un poderoso sermón predicado por el más grandioso maestro que haya pisado esas tierras. Acaban de escuchar al que fue enviado para ser el Salvador del mundo, el redentor de la humanidad, a Emmanuel, y sus palabras han sido diáfanas, veraces y autoritativas. La gente está asombrada. El orden usual del culto ha sido roto por un corrillo de voces que no pueden dejar de hacer comentarios aprobatorios de lo que acaban de escuchar. Sus familiares, vecinos y coterráneos están impresionados por la sabiduría y los poderosos milagros de Jesús.

Pero lo que más les asombra es que este Jesús que ahora habla como un sabio y al cual en otras regiones le atribuyen poderes milagrosos, creció con ellos y en medio de ellos. Parece que fue ayer que era solo un chiquillo que corría por las polvorientas calles del pueblo y jugaba a las escondidas con otros niños.

Es por eso que la gente en la sinagoga empieza a preguntarse “¿No es este el hijo de José?”, o como nos relata Marcos “¿No es este el carpintero, hijo de María, hermano de Jacobo, de José, de Judas y de Simón? ¿No están también aquí con nosotros sus hermanas? Y se escandalizaban de él”) Mr. 6:3.

Al principio la gente estaba entusiasmada con la claridad, elocuencia y autoridad con que Jesús habló acerca de la venida de la Salvación prometida siglos atrás por Dios a través de los profetas. Todos ellos estaban esperando la llegada del Mesías. Ellos anhelaban que la Salvación, la liberación de la esclavitud al imperio romano llegara a su fin y nuevamente pudieran constituirse en una nación libre, soberana y poderosa, con reyes descendientes de David gobernando sobre una reconstruida nación judía. El mensaje de Jesús les pareció muy apropiado para ellos, pues, en todas partes la gente estaba inquieta anhelando su pronta liberación. Muchos hablaban de la llegada del Mesías, posiblemente algunos habían escuchado los relatos de un niño que tres décadas atrás unos padres de Belén habían llevado a presentar al templo y de cómo unos ancianos profetas habían hablado de él. Es posible que conocieran del ministerio de un profeta que vestía y hablaba a la usanza antigua en medio de los desiertos de Judea y él decía que era el precursor del Mesías.

Jesús ha tocado un tema de gran relevancia para la gente de su tiempo. Y están asombrados y maravillados. Pero hubo algo que no les gustó en el sermón. Jesús se ha presentado como ese Mesías, Jesús les ha dicho que él es el Salvador prometido. Y allí es donde empieza la gran dificultad para esta gente. ¿Cómo es posible que un sencillo y pobre carpintero galileo pueda pretender ser el Ungido, el Mesías, el libertador de nuestra esclavitud? Eso no lo podían aceptar. “La familiaridad produjo desprecio”[1]. Ellos despreciaron a Jesús en sus pretensiones mesiánicas debido a que conocían su familia y su crianza, fue uno de ellos y no podía levantarse ahora a decir que es un libertador, cuando siempre lo conocieron como el sencillo carpintero, que, por alguna extraña razón ahora es un elocuente predicador.

Pero ellos están dispuestos a creer, si Jesús hace, en ese momento, en medio del culto de la sinagoga, un poderoso milagro, así como los que dicen que hace en otros lugares. Jesús interpreta el pensamiento de esta incrédula congregación y de la misma manera como Satanás en la tentación quiere incitar a Jesús para que haga un milagro portentoso con el fin de convencerlo de que él si es lo que dice ser, esta gente desea ver el poder milagroso de Jesús actuando, no para ayudar a un desvalido, sino para satisfacer la curiosidad de una multitud incrédula; pues, para ellos, Jesús, no es más que el simple carpintero de Nazaret que ahora aprendió a hablar elocuentemente y tiene gran conocimiento de las Escrituras Sagradas.

Pero de la misma manera que Jesús respondió a Satanás y a todos los que querían ver un espectáculo obrado por el derroche del poder milagroso del Salvador, nuevamente responde con un rotundo no. El poder milagroso de Dios no puede ser usado para ofrecer un espectáculo o show a la gente. Los verdaderos apóstoles continuaron con este pensamiento de Jesús sobre los milagros. Los judíos le habían pedido a Pablo que hiciera una campaña de milagros con el fin de que ellos pudieran creer al ver el poder milagroso de Jesús obrando a través de él, pero su respuesta también fue negativa, él dijo: “Porque los judíos piden señales… pero nosotros predicamos a Cristo crucificado, para los judíos ciertamente tropezadero, y para los gentiles locura” (1 Cor. 1:22-23).

Los verdaderos predicadores o evangelistas tienen como propósito principal exponer el evangelio, predicar las Sagradas Escrituras, hablar de Cristo a la gente. El medio usado por Dios para convencer de manera efectiva a la gente de su necesidad del Salvador es a través de la locura de la predicación. “Pues ya que en la sabiduría de Dios, el mundo no conoció a Dios mediante la sabiduría, agradó a Dios salvar a los creyentes por la locura de la predicación” (1 Cor. 1:21).

Esto no significa que Jesús no hizo milagros o que los apóstoles no lo hicieron, claro que sí. Pero nunca fue considerado por ellos el medio para convencer al incrédulo. Jesús obraba milagros para ayudar a los necesitados, él tenía misericordia de la gente, y la sigue teniendo hoy. Pero la mayoría de los que recibieron sus poderosos y benévolos milagros no creyeron en él.

Los apóstoles no organizaban cultos especiales de sanidad o sanación. No, la Biblia dice que ellos predicaban de Cristo, y de este crucificado, y el Señor, conforme a su voluntad, obraba señales o milagros. “Y ahora, Señor, mira sus amenazas, y concede a tus siervos que con todo denuedo hablen tu palabra, mientras extiendes tu mano para que se hagan sanidades y señales y prodigios mediante el nombre de tu santo hijo Jesús.” (Hch. 4:29-30).

Es por eso que Jesús responde a la congregación de Nazaret “Sin duda me diréis este refrán: Médico, cúrate a ti mismo; de tantas cosas que hemos oído que se han hecho en Capernaúm, haz también aquí en tu tierra” (Hch. 4:23).

Jesús conocía algunos de los refranes más populares de su tiempo y acude a uno de ellos para interpretar lo que esta incrédula congregación estaba pensando hostilmente hacia el Salvador. Ahora, no es que ellos estuvieran dudando de los milagros que había hecho en Capernaúm o en los otros lugares, ellos, así como los fariseos y escribas, podían dar fe de que Jesús tenía el poder de hacer cosas maravillosas y portentos, pero lo que no podían creer es que él fuera el Mesías, que la salvación vendría a través de un conocido, de un familiar. En esa mañana de Nazaret los hermanos, hermanas y familiares de Jesús estaban en el culto, ellos formaban parte del público presente, pero ellos no podían aceptar que la salvación de Israel vendría a través de un conocido suyo, y menos de un simple carpintero. Es por eso que en otra ocasión sus propios hermanos lo incitan para que haga milagros en Judea con el fin de que la gente crea en él, pero su respuesta fue nuevamente un rotundo no. “Y le dijeron sus hermanos. Sal de aquí, y vete a Judea, para que también tus discípulos vean las obras que haces. Porque ninguno que procura darse a conocer hace algo en secreto. Si estas cosas haces, manifiéstate al mundo. Porque ni aún sus hermanos creían en él. Entonces Jesús les dijo: mi tiempo aún no ha llegado.” (Juan 7:3-6).

Jesús responde al primer refrán con un segundo dicho, muy conocido por la gente de Nazaret: “Y añadió. De cierto os digo, que ningún profeta es acepto en su propia tierra”. El significado de este refrán es: “Un profeta puede ser honrado en cualquier parte, pero con seguridad no será honrado en su tierra”[2].

Y la falta de honra o reconocimiento para un familiar o persona conocida se encuentra en la envidia. (1 Sam. 17:28). La gente de Nazaret no podía aceptar que un humilde y sencillo miembro de su comunidad pudiera ser levantado por Dios como el Salvador o el Mesías. “Ningún profeta es acepto en su tierra. Esta es la norma, no lo que debería ser. Ancianos, diáconos, ayudante (hombres o mujeres), maestros de Escuela Dominical, solistas, líderes de clubes de niños o niñas, etc., en potencia son dejados de lado por considerarles incompetentes. Al trasladarse a otra ciudad o iglesia se constituyen inmediatamente en una gran bendición debido a que sus talentos son reconocidos. ¡No estemos tan seguros de que el miembro de la iglesia con quien nos criamos sea incapaz!”[3].

A pesar de que Jesús está usando un proverbio de la gente, del pueblo, él dice que su contenido es verdadero, al introducirlo con un Amén. “De cierto os digo” o “Amén os digo”. Siempre que Jesús usa esta expresión quiere significar que él “introduce una afirmación que expresa no sólo una verdad o realidad, sino una realidad importante, una verdad solemne, algo que en general está en conflicto con la opinión popular o que por lo menos provoca un grado de sorpresa o requiere cierto énfasis[4].

Los judíos de Nazaret creían que tenían derechos sobre Jesús, por ser su coterráneo, y por lo tanto debía hacer milagros en medio de ellos así como los que hizo en otros lugares, pero no querían ver milagros para creer en él como Mesías, sino solo para satisfacer su curiosidad por el “maestro milagrero”. Ellos se consideraban los privilegiados y consideraban al resto de la gente como extranjeros. Es por eso que Jesús les responde mostrando, a través de dos ejemplos del Antiguo Testamento, la soberanía de Dios al dar su misericordia.

2. Rechazando al Salvador por su soberanía en ofrecer misericordia v. 25-28

Para demostrarles que él no tiene porqué hacer milagros en la sinagoga de Nazaret, simplemente por el hecho de que ellos son su familia o sus vecinos, así ellos no crean en él como Mesías, Jesús utiliza dos ejemplos del Antiguo Testamento que demuestran la soberanía de Dios en ofrecer su misericordia a quién él quiere, y por cierto, utiliza ejemplos de gentiles, lo cual ofendió, indudablemente, el orgullo judío de esta gente.

El primer ejemplo es tomado de los días de Elías el profeta. El Señor había cerrado los cielos para que no lloviera por tres años y medio. El texto de 1 Reyes 17  no indica el tiempo exacto que duró la intensa sequía, sino que Elías le dice al malvado rey Acab “Vive Jehová Dios de Israel, en cuya presencia estoy, que no habrá lluvia ni rocío en estos años, sino por mi palabra” (1 R. 17:1). Pero Jesús, validando una antigua tradición judía, dice que el tiempo exacto de este período de hambruna fue de tres años y medio.

Dios había hablado al profeta y le dijo que se fuera para el arroyo de Querit donde él lo cuidaría a través de unos cuervos (1 R. 17:2), porque la palabra era segura y habría hambre en toda la tierra que Dios había dicho produciría leche y miel, pero que a causa de la incredulidad de la gente él traería hambre y sequía. No fue la palabra de Elías la que trajo la sequía o la lluvia, fue la palabra de Dios en la boca de Elías. Cuando predicamos la Palabra de Dios ella produce el efecto para el cual ha sido enviada. (Is. 55:11).

Durante este tiempo la característica común de la gente en Israel era la incredulidad. Rechazaban a Dios y en consecuencia también a su Santa Ley. La gente sufría y de manera especial las viudas. Estaban aguantando física hambre. Muchas viudas había entre el pueblo incrédulo de Dios, pero la misericordia soberana había provisto el alimento para una viuda en especial, pero no en Israel sino en un pueblo extranjero: Sarepta de Sidón. Allí el profeta encontró una viuda que confiaba en el Dios de Israel. Ella le dijo al profeta “vive Jehová tu Dios” (1 R. 17:12). Tenía fe en ese Dios.

Por la palabra de Dios en la boca del profeta (1 R. 17:16) (ojo, no por la palabra del profeta como diría hoy alguien influenciado por la doctrina de la nueva era del poder de la lengua) la misericordia alcanzó a esta pobre viuda que estaba preparando las cosas para dejarse morir ella y su hijo a causa del hambre. El profeta le había dicho que la poca cantidad de harina y de aceite que tenía en su cocina no se iba a acabar mientras permaneciera la sequía, así ella gastara mucha harina diaria, la cantidad que tenía en su concina no iba a menguar. Fue un verdadero milagro de provisión. Esta viuda pobre ahora podía estar tranquila y confiada en el Dios de Israel. Pero las viudas del pueblo de Dios seguían muriendo de hambre.

Jesús utiliza un segundo ejemplo de cómo la misericordia divina es soberana y decide bendecir a gente que no formaba parte del pueblo de Dios, mientras que no bendice a algunos que eran considerados miembros del pueblo del pacto. En los días de Eliseo, sucesor de Elías, había muchos leprosos en Israel. Esta era una enfermedad muy común y terrible en esas tierras y en ese tiempo. Mucha gente sufría como consecuencia de esa dolorosa, degradante e ignominiosa enfermedad.

Pero el Señor, a través del profeta Eliseo, ofreció su misericordia sanadora, no a los leprosos del pueblo de Dios, sino a un extranjero que tenía poca o ninguna fe en el Dios de Israel. Naamán, el Sirio, fue a Israel por recomendación de una humilde muchacha, empleada de su esposa, la cual le dijo que en Israel había un profeta a través del cual el Señor obraba milagros, que a lo mejor, si él iba donde el profeta, Dios le podía sanar de la lepra. Este general del ejército Sirio decidió ir a probar suerte en Israel. Ya lo ha probado todo, así que, que mas da ir donde un loco profeta. (2 R. 5:1-27).

A pesar de que Naamán opuso cierta resistencia a obedecer las palabras del profeta, en el sentido que se sumergiera siete veces en sucio río del Jordán, con el fin de ser sanado, al final lo hizo y su lepra desapareció y fue sanado de esta enfermedad para siempre. Este extranjero gentil regresó a su tierra totalmente sano, mientras que los leprosos en Israel continuaban sufriendo a causa de esta oprobiosa enfermedad.

 Estos dos ejemplos usados por Jesús tenían como fin mostrarle a la gente de la sinagoga de Nazaret que había empezado una nueva era en la historia de la salvación. Que lo que se había dado de manera aislada en la historia del Antiguo testamento ahora sería la constante, que Dios derramaría de su misericordia sobre los gentiles, sobre los extranjeros, sobre todo el mundo. Jesús les dio a entender que si Israel permanecía incrédulo frente a su mesianismo entonces los gentiles serían mayormente beneficiados por las misericordias que Dios derramaría en esta era dorada. Que Dios no haría distinción entre las gentes para ofrecer su misericordia salvadora. Tanto judíos como gentiles serían beneficiados de la misma manera.

Pero esto fue algo intolerable para la gente de la sinagoga de Nazaret. Ellos no podían aceptar que la misericordia divina se extendiera a los extranjeros, todo lo querían para ellos, así no tuvieran fe en el Salvador prometido. Ellos no podían aceptar la doctrina de la Soberanía de Dios. “De todas las doctrinas de la Biblia, ninguna resulta tan ofensiva a la naturaleza humana como la doctrina de la soberanía de Dios. El hombre soporta oír que Dios es grande, justo, santo y puro. Pero oír que “de quien quiere, tiene misericordia” y “que no da cuenta de ninguna de sus razones”, “que no depende del que quiere, ni del que corre, sino de Dios que tiene misericordia” son verdades que el hombre natural no puede aceptar. Este exterioriza con frecuencia toda su enemistad contra Dios y se llena de ira”[5].

Es por eso que en su incredulidad deciden rechazar al Mesías, hasta el punto del desprecio total, intentado quitarle la vida.

 

3. Rechazando al Salvador al punto del desprecio total. V. 29-30

El rechazo de la gente de Nazaret hacia Jesús llegó a su colmo. Ellos ya no querían tolerar más escuchar estas palabras tan ofensivas de su coterráneo. ¿Quién se ha creído este carpintero para venir a cuestionar la posición honrosa de los judíos, favoreciendo más a los inmundos gentiles? ¿Cómo se atreve a ponerlos a ellos en una posición inferior frente a las viudas y leprosos extranjeros?

Entonces deciden tomar al predicador y sacarlo hacia un lugar alto y agreste de la ciudad con el fin de lanzarlo contra las rocas y causar así la muerte de este falso profeta. (Dt. 13:1-5). Ellos definitivamente no querían seguir escuchando a Jesús. No importaba su fama, no importaban los milagros que había hecho en otros lugares, no importaba nada. Su rechazo hacia el Salvador fue total. Pero no solo los judíos de Nazaret rechazaron de manera total a Cristo, los judíos de Jerusalén hicieron lo mismo cuando le pedían a los gobernantes romanos “!crucifíquenle, crucifíquenle!!

Pero aún no había llegado la hora de la muerte para el salvador y su muerte no sería por despeñamiento, sino por crucifixión, de manera que por un milagro de Dios Jesús puede pasar sin dificultad en medio la multitud y es librado de una muerte temprana. “Mas él pasó por en medio de ellos, y se fue” (v. 30).

 

Aplicaciones:

- Cuando las cosas nos son muy familiares o abundantes tendemos a subvalorarlas. Es un peligro en el cual siempre tenemos la tendencia de caer. Pero recuerda que las consecuencias pueden ser catastróficas. “Somos propensos a pensar poco en el privilegio de poder abrir la Biblia, escuchar una predicación del Evangelio y tener libertad para reunirnos y tener un culto público. Crecemos en medio de estas cosas y estamos acostumbrados a contar con ellas sin problemas. Y la consecuencia es que frecuentemente las tenemos en poco y menospreciamos el alcance de las muestras de misericordia de que somos objeto”[6]. Si leemos la Biblia hagámoslo con reverencia, con la conciencia de saber que es la voz de Dios para nosotros. Si oramos, hagámoslo de corazón, que cada palabra salga de nuestro corazón, pues, estamos hablando con el Dios soberano. Si venimos al culto, hagámoslo con total disposición, pues, venimos a la casa de Dios adorarle. Que nunca la familiaridad con estos medios de gracia nos lleven a tenerlos en poco, que nunca llegue el día en el cual subvaloremos las misericordias que Dios tiene para con nosotros.

-  La doctrina de la Soberanía de Dios es ofensiva para al ser humano que vive centrado en sí mismo. Nos cuesta aceptar que Dios da sus misericordias a unos y a otros no, que Dios ama a unos de manera especial y a otros no, que Dios da el don de la fe para salvación a unos y a otros no, que Dios sana a unos y a otros no. Nosotros quisiéramos tener una varita mágica y hacer que las misericordias del cielo cayeran sobre todos los hombres. Pero nosotros no somos más sabios que Dios. Aceptemos humildemente sus designios, así algunas bendiciones no caigan sobre nosotros. Que nuestros corazones no se rebeldicen contra la Soberanía de Dios cuando vemos que algunas personas, tal vez no “tan dignas” como nosotros, o con “tanta fe” como la nuestra, reciben bendiciones de Dios, ya sean estas económicas, de  salud o de otra índole, mientras que nosotros que estamos orando desde hace tiempo por alguna de esas bendiciones, no las recibimos. Recordemos las palabras del Espíritu Santo: “Tendré misericordia del que yo tenga misericordia, y me compadeceré del que yo me compadezca” (Ro. 9:15). Que nuestros corazones estén contentos con lo que tenemos y perseveremos en la oración y dependencia divina, sabiendo que Dios, en su tiempo, nos dará lo que él sabe es mejor para nosotros.

- Revisemos nuestros corazones, que en él no estemos rechazando al que puede salvar nuestras almas o condenarlas en el infierno. ¿Qué es lo que vienes a buscar en Jesús? ¿Milagros, como la gente de Nazaret, o la salvación? ¿Cómo estás viendo a Jesús? ¿Cómo un milagrero o como el Salvador? Así él no haga un solo milagro en tu vida, así la enfermedad que tienes no sea sanada, así el problema económico no sea aliviado, recuerda que si no aceptas a Jesús como el Hijo de Dios, como el Mesías salvador, como tú Señor, estás condenado y la ira de Dios se encuentra sobre ti, y un día todo el peso de su justicia caerá sobre ti y eternamente serás condenado en el infierno. Recuerda las palabras de Juan: “El que en Él cree no es condenado; pero el que no cree, ya ha sido condenado, porque no ha creído en el nombre del unigénito Hijo de Dios” Juan 3:18. “El que cree en el Hijo tiene la vida eterna, pero el que rehús cree en el Hijo no verá la vida, sino que la Ira de Dios está sobre Él” Juan 3:36. ¿Qué prefieres? ¿Ver un milagro? O ¿Ser salvado para siempre de la ira de Dios?

 

 

 

 

 

 



[1] Hendriksen, William. Lucas. Página 258

[2] Hendriksen, William. Lucas. Página 259

[3] Hendriksen, William. Lucas. Página 262

[4] Hendriksen, William. Lucas. Página 260

[5] Ryle, J. C. Meditaciones sobre los Evangelios. Lucas 1-10. Página 157

[6] Ryle, J.C. Meditaciones sobre los evangelios. Lucas 1-10. Página 156

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