Capítulo 1 - A quién se dirige la oración
"Padre nuestro que
estás en los cielos" Mateo 6:9
Esta cláusula de apertura es un prólogo apropiado de todo lo que
sigue. Nos presenta el gran Objetivo a Quien oramos, nos enseña el oficio del pacto
que El sostiene para nosotros, y denota la obligación impuesta a nosotros, a
saber, la de mantener hacia él un espíritu filial, con todo lo que ello
implica. Toda oración verdadera debe comenzar con una devota contemplación y
expresar un reconocimiento del nombre de Dios y de sus benditas perfecciones.
Debemos acercarnos al Trono de la gracia con las aprensiones o temores adecuados
de la majestad y el poder soberanos de Dios, sin embargo con una santa
confianza en su bondad paterna. En estas palabras de apertura se nos instruye
introducir nuestras peticiones expresando el sentido que tenemos de las glorias
esenciales y relativas de Aquel a quien nos dirigimos. Los Salmos abundan con
ejemplos de ello. Véase Salmo 8:1 como un caso puntual.
"Padre nuestro que estás en los cielos." en primer lugar
vamos a tratar de determinar el principio general que está incorporado en esta
cláusula introductoria. Nos informa de la manera más simple posible que el
gran Dios está más misericordiosamente dispuesto a concedernos una audiencia. Dándonos
la directriz de dirigirnos a él como nuestro Padre, sin duda y definitivamente
nos asegura Su amor y poder. Este precioso título está diseñado para elevar
nuestros afectos, para excitarnos a una atención reverente y para confirmar
nuestra confianza en la eficacia de la oración. Tres cosas son esenciales para una
oración aceptable y eficaz: fervor, reverencia y confianza. Esta cláusula de
apertura está diseñada para remover cada uno de estos elementos esenciales
dentro de nosotros. El Fervor es el efecto de nuestros afectos puesto en
ejercicio; la reverencia se verá impulsada por el temor o aprensión del hecho
de que estamos dirigiéndonos al trono celestial; la confianza se profundizará a
través de percibir el Objeto de la oración como nuestro Padre.
Al venir a Dios en un acto de adoración, debemos "creer que
él es, y que Él es galardonador de los que le buscan" (Heb. 11:6). ¿Qué es más indicado para profundizar nuestra
confianza y sacar adelante el más profundo amor y las más grandes esperanzas de
nuestros corazones hacia Dios, que Cristo presentándose a nosotros en su más
tierno aspecto
y entrañable relación? ¡Cómo se nos anima aquí a usar una santa confianza y a derramar
nuestras almas ante él! No podríamos invocar adecuadamente un Primera Causa
impersonal; menos
aún podríamos adorar o suplicar a una gran abstracción. No, es a una persona,
una Persona Divina, Uno que tiene nuestros mejores intereses en el corazón, que
nos invita a acercarnos, incluso a nuestro Padre. "Mira qué amor nos ha
dado el Padre, para que seamos llamados hijos de Dios" (1 Juan 3:1).
Dios es el Padre de todos los hombres, naturalmente, ya que es su
Creador. “¿No tenemos todos un mismo Padre? ¿No nos ha creado un mismo
Dios?" (Mal. 2:10). "Pero
ahora, oh Señor, tú eres nuestro padre; nosotros somos la arcilla, y tú nuestro
alfarero; y todos somos la obra de tus manos" (Isa. 64:8). El hecho de que
tales versículos hayan sido groseramente pervertidos por unos que se aferran a opiniones
erróneas sobre "la paternidad universal de Dios y la hermandad del
hombre," no debe hacer que los repudiemos totalmente. Es nuestro
privilegio percatarnos de lo más impío y abandonar eso, si ellos no harán sino
arrojar las armas de la guerra y hacer como el hijo pródigo hizo, hay un Padre
amoroso listo para darles la bienvenida. Si escucha el grito de los cuervos
(Sal. 147:9), ¿Él se hará el de los oídos sordos a las peticiones de una
criatura racional? Simón el Mago, mientras que todavía estaba "en hiel de
amargura, y en prisión de maldad", fue dirigido por un apóstol para que se
arrepintiera de su maldad y orara a Dios (Hechos 8:22, 23).
Pero la profundidad y significado de esta invocación pueden ser solo
adentrados por el creyente, ya que hay una relación más alta entre él y Dios que
la que es meramente de naturaleza. En primer lugar, Dios es su
padre espiritual. En segundo lugar, Dios es el padre de Sus elegidos
porque es el padre de su Señor Jesucristo" (Ef. 1:3). Por lo tanto, Cristo lo anunció expresamente,
" Subo
a mi Padre y a vuestro Padre, a mi Dios y a vuestro Dios." (John 20:17). En tercer lugar, Dios es el padre de sus
elegidos por decreto eterno: "…habiéndonos predestinado para ser adoptados
hijos suyos por medio de Jesucristo, según el puro afecto de su voluntad,…"
(Ef. 1:5). Cuarto, Él es el padre de sus
elegidos por la regeneración, en el cual nacen de nuevo y llegan a ser
"partícipes de la naturaleza divina" (2 Ped. 1:4). Está escrito, " Y por cuanto sois hijos,
Dios envió a vuestros corazones el Espíritu de su Hijo, el cual clama: ¡Abba,
Padre!” (Gal. 4:6).
Estas palabras: "Padre nuestro" no sólo significan el
oficio de que Dios nos sostiene en virtud del pacto eterno, sino que también
implican claramente nuestra obligación. Nos enseñan ambos cómo debemos disponernos
hacia Dios cuando oramos a él, y el comportamiento que se está creando por virtud
de esta relación. Como Sus hijos debemos "honrarle" (incluso más que
nuestros padres humanos; véase Ex. 20:12; Ef. 6:1), estar en sujeción a él, deleitarnos
en él, esforzarnos en todas las cosas con el propósito de agradarle. Una vez
más, la frase "Padre nuestro" no sólo nos enseña nuestro interés
personal en Dios mismo, Quien por la gracia es nuestro Padre, sino que también nos
instruye acerca de nuestro interés en nuestros hermanos cristianos, que en
Cristo son nuestros hermanos. No se trata sólo de "mi Padre" a quien oro,
sino al "Padre nuestro." Debemos manifestar nuestro amor a los
hermanos orando por ellos; hemos de ser lo más preocupados por sus necesidades,
mientras estamos preocupados también por las nuestras. ¡Cuánto está incluido en
estas dos palabras!
"…que estás en los cielos…" Qué bendito equilibrio le da
esto a la frase anterior. Si aquella habla de la bondad y de la gracia de Dios,
esta nos habla de su grandeza y majestad. Si aquella nos enseña de la cercanía
y de lo afectuoso de su relación con nosotros, esta anuncia Su infinita
elevación por encima de nosotros. Si las palabras "Padre nuestro"
inspiran confianza y amor, las palabras "…que estás en los cielos…"
deberían llenarnos de humildad y asombro reverente. Estas son las dos cosas que
deberían siempre ocupar nuestra mente y atrapar nuestros corazones: la primera
sin la segunda tiende a una familiaridad impía; la segunda sin la primera
produce frialdad y temor. Por medio de la Combinación de ambas, se nos preserva
de ambos males; y un adecuado equilibrio es forjado y mantenido en el alma mientras
debidamente contemplamos ambos la misericordia y el poder de Dios, su amor
insondable y su inconmensurable sublimidad. Nótese cómo el mismo balance
bendito fue preservado por el Apóstol Pablo, al emplear las siguientes palabras
para describir a Dios el Padre: "…el Dios de nuestro Señor Jesucristo, el
Padre de la gloria,…" (Ef. 1:17).
Las palabras
"que estás en los cielos" no se usan para indicar que Él está
encerrado allí. Se nos recuerdan las palabras del rey Salomón: " Pero ¿es
verdad que Dios morará sobre la tierra? He aquí que los cielos, los cielos de
los cielos, no te pueden contener; ¿cuánto menos esta casa que yo he edificado?"
(1 Reyes 8:27). Dios es infinito y
omnipresente. Aunque hay un sentido particular, en el cual el Padre está
"en el cielo", porque es el lugar en el que su majestad y gloria son
más eminentemente manifiestos. "Jehová dijo así: El cielo es mi trono, y
la tierra estrado de mis pies…" (Isa. 66:1). La comprensión de ésto nos
debe llenar con la más profunda reverencia y asombro reverente. Las palabras "…que
estás en los cielos…" llaman la atención a su providencia, declarando el
hecho de que Él está dirigiendo todas las cosas desde lo alto. Estas palabras proclaman
su habilidad de emprender por nosotros, ya que nuestro Padre es el
Todopoderoso. “Nuestro Dios está en los cielos; Todo lo que quiso ha hecho. "
(Sal. 115:3). Sin embargo aunque es el
Todopoderoso, Él es el "Padre nuestro." "Como el padre se
compadece de los hijos, Se compadece Jehová de los que le temen." (Sal. 103:13). "Si vosotros, siendo malos, sabéis dar
buenas dádivas a vuestros hijos: ¿cuánto más vuestro Padre celestial dará el
Espíritu Santo a los que le piden?" (Lucas 11:13). Por último, estas benditas palabras nos
recuerdan que estamos viajando hacia allá, porque el cielo es nuestro hogar.
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