El último libro del Antiguo Testamento contiene las declaraciones proféticas de Malaquías, quien es enviado por Dios para reprender a su desobediente pueblo y traerlo al arrepentimiento, pues, de lo contrario sufrirá la terrible ira del Dios Todopoderoso.
La religión judía se encontraba en los niveles más bajos de la historia del pueblo escogido. Su degradación llegó a tal punto que se atrevieron a preguntarle a Dios ¿En qué nos amaste?, dudaban del amor de Dios e ignoraban los poderosos hechos obrados por el Señor para bendecir a su pueblo escogido, en detrimento de los descendientes de Esaú a los cuales había aborrecido. (1:3). El Señor confronta a su pueblo con las relaciones familiares o civiles y les pregunta “El hijo honra al padre, y el siervo a su Señor. Si, pues, soy yo padre ¿dónde está mi honra? Y si soy Señor ¿dónde está mi temor? (1:6). Todo el libro de Malaquías contiene esta clase de declaraciones en las cuales el Señor muestra su indignación por los altos niveles de desobediencia de su pueblo. No lo amaban, no tenían temor de él, menospreciaban su nombre, los sacerdotes, quienes eran los guías espirituales de la nación, se habían convertido en oscuridad e irrespetaban el nombre del Señor ofreciendo pan inmundo. El Señor había ordenado que sobre su altar solo se sacrificaran animales perfectos, pero el pueblo y los sacerdotes escogían los animales enfermos, ciegos, cojos, lo que no servía, y lo ofrecían de manera ofensiva al Señor. La situación espiritual llegó a decaer tanto que nadie quería servir al Señor, sino le pagaban o daban un salario (1:10).
El Señor les dice que sus ofrendas se habían convertido en una ofensa para con su grande nombre el cual había sido profanado. También estaban cansados y fastidiados de servir y ofrendar al Señor.
Desde el capítulo 2 el Señor empieza a declarar maldición sobre los sacerdotes y su pueblo, como consecuencia de su flagrante desobediencia. El Señor dice que dañará su cementera, sus cosechas, sus campos, sus tiendas. También les declara que vendrá un mensajero (Juan el Bautista) quien preparará el camino del Señor, quien vendrá para afinar y limpiar la plata, quien traerá juicio sobre los desobedientes.
En este orden de ideas, los versículos 6 al 12 continúan declarando las maldiciones que vendrán sobre su desobediente pueblo, pues, la fe, la vida espiritual era tan oscura, tan baja, que, además de ofender el nombre de Dios con sus vidas atestadas de pecado, habían dejado de diezmar, conforme al mandato expreso de la Ley Mosaica. (Lev. 27:30). El estado espiritual de esta nación estaba tan degradado que se habían preguntado ¿Qué aprovecha que guardemos su ley, y que andemos afligido en presencia de Jehová de los ejércitos?
El capítulo 4 termina con una declaración del terrible día del Señor el cual será como un ardiente horno, y todos los soberbios y todos los que hacen maldad serán estopa. (4:1), no obstante, en medio de tanto pecado, hay un remanente fiel, el cual será como un especial tesoro para el Señor.
Así que la maldición que Dios pronuncia, a través del profeta sagrado, sobre su pueblo, no es resultado exclusivo de su incumplimiento con los diezmos, sino de sus vidas disipadas, de su desobediencia en todos los sentidos, y la falta de amor para con el Señor.
Si un pastor o hermano, ha de predicar sobre este pasaje debe tener en cuenta que lo importante aquí es que Dios quiere un pueblo que le obedezca en todos los sentidos, que le ame con todo el corazón. Los diezmos son solo una pequeña parte de la causal de esta maldición.
Ahora, en el Nuevo Testamento no encontramos la Ley del Diezmo, sino que los creyentes son llamados a ofrendar y dar con alegría, conforme cada quien propuso en su corazón. (2 Cor. 9:7). Nuestras dádivas para el Reino deben ser conforme a la prosperidad que el Señor nos haya dado (1 Cor. 16:2). Incluso el Antiguo Testamento nos deja ver que las ofrendas y diezmos se dan, no para recibir más del Señor, sino porque él nos ha dado primero: “Pues todo es tuyo, y de lo recibido de tu mano te damos” (1 Cr. 29:14).
Como mencioné en una respuesta anterior, nosotros como pueblo del Nuevo Pacto, aunque no tenemos la Ley del Diezmo, y por lo tanto no hay una maldición sobre nosotros en este sentido, si somos llamados a tener estándares de obediencia más altos que los que tenía el pueblo del Antiguo Testamento. Por lo tanto, siendo que aún debemos dar de nuestros bienes para el sustento y la extensión del reino, nuestro dar debe ser tan abundante que supere el diezmo, pero nunca será por temor a una maldición económica.
No es correcto usar este pasaje de Malaquías para forzar al pueblo cristiano a dar los diezmos, estos deben ser voluntarios y en un espíritu de sincero agradecimiento por las bondades recibidas de nuestro pródigo padre. No obstante, en todas las Sagradas Escrituras somos llamados a obedecer los santos mandatos del Señor. Si somos desobedientes no estamos mostrando amor para con nuestro Dios, y de seguro que la disciplina del Señor vendrá sobre nosotros. "Porque el Señor al que ama, disciplina, y azota a todo el que recibe por hijo" (Hebreos 12:6. Todo pastor debe predicar con exhortación los santos mandatos del Señor, pero debe dar prioridad a lo que la Biblia le da prioridad: La justicia, la verdad, el amor, la misericordia, la fe, los diezmos o las ofrendas son importantes, pero no son lo más importante en la obediencia cristiana. Debemos motivar a los creyentes a ofrendar con alegría pero nunca presionarlos a hacerlo so pena de maldición.
3 comentarios:
Sigo pensando en la ofrenda como algo propuesto en el corazòn y con alegrìa y no por obligaciòn
Debemos mirar a la misericordia y la justicia y a la responsabilidad personal si vivimos solos o de la famila que se sostiene.
Una sugerencia del 10 por ciento o superàndolo no es aplicable a todos y no como obligaciòn.
Se puden aùn generar deudas con alguien o instituciòn privada o pùblica. Al ofrendar sin mirar èsta parte no estamos siendo responsables con nuestra mayordomìa.
Otros no viviràn solos y de ayuda familiar pero no tienen trabajo o son demasiadas las obligaciones.
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