Un ministerio de poder
Lucas 4:14-22
Introducción:
Hoy
día la mayoría de iglesias cristianas están muy preocupadas por tener
predicadores que impacten con su vida y ministerio al pueblo del Señor de una
manera poderosa, que atraiga a las multitudes y manifieste el poder de Dios.
Esto
no está mal, siempre y cuando el poder que desean ver en sus pastores sea
conforme a lo revelado en las Sagradas Escrituras.
Es
muy común hoy día encontrarse con personas que están haciendo una y mil cosas
para conseguir este poder espiritual que les permita ser ministros o siervos
del Señor poderosos, impactantes, atrayentes.
Pero
considero que no es necesario pagar una cantidad de dinero para asistir a un
evento masivo dirigido por alguno de los más famosos y carismáticos predicadores
con el fin de recibir el poder o aprender a ser un ministro poderoso, pues,
Jesús, el predicador más poderoso que habitó el planeta, nos ha dejado en las
Sagradas Escrituras un modelo eficaz para que seamos predicadores poderosos,
usados por Dios para extender el Evangelio por doquier.
Analicemos
hoy con Lucas, algunas características de un ministerio de poder. Si usted no
es predicador, o es una dama, no piense que en este sermón no encontrará
verdades útiles para su vida, pues, el ministerio de poder que desarrolló Jesús
en la tierra, estaba fundamentado en una vida piadosa, que, por cierto, todos
los cristianos, hombres y mujeres, predicadores y laicos, debemos experimentar
en nuestras vidas cristianas, si queremos continuar creciendo en la gracia de
nuestro Señor Jesucristo.
Dividiremos
nuestro texto de estudio en tres secciones con el fin de comprenderlo mejor:
1.
El poder de vivir lleno del Espíritu Santo
2.
El poder de una vida piadosa
3.
El poder de la Palabra de Dios
1. El poder de vivir lleno del Espíritu Santo (v. 14-15)
El
escritor sagrado nos lleva del desierto de Judea a la provincia de Galilea.
Aunque pareciera que este viaje de Jesús fue inmediatamente después del suceso
de la tentación, la verdad es que Lucas aquí no está siguiendo una secuencia
cronológica, sino que nos pone en perspectiva una secuencia lógica que apunta a
dar claridad al propósito de su mensaje evangélico.
Es
probable que este viaje de Jesús a Galilea haya sucedido un año después de la
tentación, año en el cual Jesús estuvo enseñando en Judea. En este año de
intervalo se dieron algunos sucesos narrados por Juan entre los capítulos 1:19
al 4:42. Jesús habla con Nicodemo y le muestra la necesidad de nacer de nuevo
por el poder del Espíritu para entrar en el Reino de Dios, Juan nos presenta el
regreso de Jesús a Galilea, y en ese caminar le es necesario pasar por Samaria,
una provincia odiada por los judíos, pero allí él tiene un pueblo que salvar, a
través de una mujer samaritana de baja reputación.
Durante
este tiempo Jesús desarrolló un ministerio de predicación en estas provincias,
de manera que su fama cada vez se extendía por todos los pueblos de alrededor.
Jesús
regresó a Galilea, porque, aunque Lucas nos ha dicho que Jesús nació en Belén
de Judea, no obstante su ciudad, su pueblo, su gente, realmente eran de
Galilea. Allí vivían sus padres y él aprendió las costumbres y el acento de los
galileos. (Pero él negó otra vez. Y poco
después los que estaban allí dijeron otra vez a Pedro: Verdaderamente tú eres
de ellos; porque eres galileo, y tu manera de hablar es semejante a la de ellos.
Mr. 14:70).
Pero
Lucas no nos dice simplemente que Jesús volvió a Galilea y predicaba por
doquier, sino que insiste en mostrarnos una cualidad fundamental de este
predicador itinerante: estaba en el poder del Espíritu. Y debía ser así, pues,
un ministro del Evangelio no es simplemente un hombre elocuente que tiene la
capacidad de la labia para dar discursos bonitos, sino que es una persona
impulsada y controlada por el Espíritu Santo de manera que no puede contenerse
en su deseo de hablar del Evangelio de Dios, de enseñar la Palabra y de guiar a
la gente a un conocimiento más profundo de la Palabra de Dios.
Jesús
fue lleno del Espíritu Santo en su bautismo y desde allí siempre anduvo bajo esta
llenura, cumpliendo con fidelidad y poder el glorioso ministerio que Dios el
Padre le había encomendado.
Todo
creyente que anhela servir de manera poderosa y efectiva en el reino de los
cielos, debe ser una persona llena del Espíritu Santo, pues, si no andamos bajo
su poder y guía, lo único que podremos hacer son esfuerzos meramente humanos y
los frutos conseguidos serán efímeros y huecos.
Jesús,
el Hijo de Dios, en el cumplimiento de su misión requirió de la llenura del
Espíritu Santo, de la misma manera todo predicador, todo siervo del Señor,
requiere de esta llenura.
Y
¿Qué es ser lleno del Espíritu Santo? Es vivir una vida de obediencia a la
voluntad divina, es someterse cada día a los dictados de la Palabra de Dios, es
no confiar para nada en nuestros talentos humanos, y buscar cada día la ayuda
del Espíritu para el cumplimiento de nuestra labor.
El
apóstol Pedro era un hombre valeroso para algunas cosas. En él encontramos a un
discípulo osado e impulsivo. Pero esta valentía procedía de su naturaleza
humana, de su carne, pues, cuando llegó el momento de mostrar verdadero valor,
confesando ante los hombres que era discípulo del Señor, sus fuerzas carnales
no le sirvieron para nada, y desmayó, flaqueó y negó al Señor Jesucristo.
Pero
cuando nosotros vamos al libro de los Hechos, allí encontramos a un Pedro
totalmente distinto. Es un predicador fogoso, y sin temor alguno predica que
Jesús es el Señor y le dice a aquellos judíos ante los cuales tuvo temor de
confesar a Jesús que Él es el Mesías, que Jesús es el Señor, e invita a la
gente a arrepentirse por haber matado al dador de la vida. ¿Qué hizo la
diferencia entre el Pedro de los Evangelios y el Pedro de Hechos? Que él había
sido llenado del Espíritu Santo, que ahora era controlado en todo su ser por la
voluntad divina.
Cuánta
necesidad tenemos de contar con predicadores que no confíen tanto en su
personalidad carismática y arrolladora, en sus técnicas de popularidad, o en su
verborrea y capacidad de dominar a un público, sino que se someten en todo al
Espíritu de Dios, no queriendo predicar nada distinto a lo que él ha revelado
en las Sagradas Escrituras.
Pero
un predicador lleno del Espíritu Santo, una persona llena del Espíritu Santo,
no solo tiene el deseo de enseñar y predicar, sino que lleva una vida de
devoción piadosa, y este será nuestro segundo punto.
2. El poder de una vida piadosa. (v. 15-16)
Nuestro
ungido predicador, lleno del Espíritu Santo, anhela las cosas del Espíritu. Es
por eso que lo encontramos sábado tras sábado cumpliendo con su deber
espiritual asistiendo a las sinagogas, sin importar la ciudad o el pueblo.
Jesús
era una persona que conocía perfectamente la voluntad del Espíritu Santo y
comprendió que no es posible estar lleno del Santo ser y no anhelar lo que el
Espíritu anhela. El autor de Hebreos, por inspiración divina, mostró la
voluntad del Espíritu para el creyente cuando dijo: “no dejando de congregarnos, como algunos tienen por costumbre, sino
exhortándonos; y tanto más, cuanto veis que aquel día se acerca” (Heb.
10:25).
Jesús,
lleno del Espíritu Santo, no dejaba de congregarse. Ningún detalle pequeño le
parecía un gran obstáculo para dejar de asistir a la sinagoga el día de reposo.
Él había alimentado la costumbre de asistir al culto todos los días del Señor,
y ahora estaba controlado por el Espíritu Santo, de manera que el asistir a la
iglesia cada semana formaba parte de su ser, de sus anhelos.
Lo
más sorprendente de este hábito piadoso en nuestro Salvador es que él, siendo
el maestro de maestros, el Dios conocedor de todo, la Palabra revelada, y la
verdad encarnada, no desestimó el asistir a los cultos de la sinagoga
justificando, lo que para algunos pudiera ser una justificación válida, no
hacerlo debido a que los predicadores en
estos lugares de culto eran los escribas y fariseos; hombres hipócritas que
mandaban a los hombres a hacer cosas que ellos mismos no hacían (Y él dijo: ¡Ay de vosotros también,
intérpretes de la ley! Porque cargáis a los hombres con cargas que no pueden
llevar, pero vosotros ni aun con un dedo las tocais Lc. 11:46), Jesús, conocía el corazón de los hombres, y
sabía que la mayoría de estos predicadores en la sinagogas eran hipócritas, que
no vivían lo que predicaban (Entonces
habló Jesús a la gente y a sus discípulos, diciendo: en la cátedra de Moisés se
sientan los escribas y los fariseos. Así que, todo lo que os digan que
guardéis, guardadlo y hacedlo; mas no hagáis conforme a sus obras, porque dicen
y no hacen Mt. 23:1-3).
Con
esta clase de predicadores es difícil pensar que los asistentes a las sinagogas
disfrutaran de la presencia del Espíritu Santo y de muchas bendiciones. Pero
aún así vemos que el hombre lleno del Espíritu Santo no deja de congregarse.
Jesús asistía a las sinagogas a pesar de la hipocresía de sus ilustres
predicadores. Jesús asistía a pesar de que él tenía más conocimiento de las
Escrituras que todos los predicadores.
Él
no era de esa clase de hombres orgullosos que consideran tener tanta unción y
conocimiento que no pueden sentarse en una silla a escuchar la sencilla predicación
de un humilde siervo de Dios, de un predicador campesino o de un nuevo
predicador que apenas está dando sus primeros pasos en esta ardua labor. No,
Jesús no dejaba de congregarse nunca. Él sabía que la mejor delicia de un
creyente se encuentra en la casa de Dios, que es la comunión de los santos. (Jehová, la habitación de tu casa he amado, y
el lugar de la morada de tu gloria. Sal. 26:8).
Jesús
no era de la clase de creyentes que se consideran más santos y correctos que
los demás, y que conociendo alguna debilidad o pecado del predicador, deciden
quedarse en casa para no escuchar las predicaciones hipócritas del pastor. No,
él hizo de la asistencia a las sinagogas un hábito personal. Era mejor estar en
el culto escuchando a un predicador hipócrita, que quedarse en casa descuidado
los medios de gracia.
Jesús
mismo prometió la bendición de su presencia cuando los creyentes se reúnen en
el culto público de adoración, pero no lo prometió para los que se quedan en
casa adorando aislados del resto de creyentes. (Porque donde están dos o tres, congregados en mi nombre, allí estoy yo
en medio de ellos. Mt. 18:20). La bendición de su presencia está en la congregación (congregados en mi nombre), es decir, en el culto público de
adoración. No importa si la iglesia es grande o pequeña; si la Palabra es
predicada, así sea con defectos, Jesús promete estar allí; no en las casas de
los creyentes que se consideran más santos y correctos que los demás y
abandonan el culto de adoración, no en las casas donde prefieren ver o escuchar
una predicación por la radio, la televisión o la internet.
Pero
nuestro predicador ungido no solo asistía a los cultos piadosamente, sino que
cuando enseñaba solo quería hablar las palabras de Su Padre.
3. El poder de la Palabra de Dios. (v. 16-22)
El
éxito de un predicador no se encuentra en las multitudes que le sigan, ni en la
personal carismática y arrolladora que posea, ni en las técnicas de crecimiento
o mercadeo que desarrolle, no, el verdadero éxito de un predicador se encuentra
en la fidelidad que tenga para con la Palabra de Dios.
El
predicador no se predica a sí mismo, no está interesado en ganar fama, no busca
lo suyo propio. El predicador ha sido llamado por Dios para que hable de Su
santa Palabra, para que lleve a los hombres el mensaje que él quiso dejarnos
por medio de las Sagradas Escrituras. El predicador no quiere dar a conocer sus
sueños, sus planes o su visión, no, él quiere dar a conocer el sueño, los
planes y la visión de Dios, tal y como han sido revelados en las Sagradas
Escrituras.
Esto
fue lo que hizo Jesús, el poderoso y ungido predicador.
Cuando
en una sinagoga le daban la oportunidad de predicar, no quería otra cosa sino
compartir la Palabra, explicar la Palabra, enseñar la Palabra.
Lucas
dice que se levantó a leer. Era costumbre en ese tiempo que el encargado de los
rollos donde estaba escrito el Antiguo Testamento, le asignaran la lectura a
alguna persona ilustre que estuviera en la congregación para que leyera la
porción del día, y si la persona quería, podía dar una exposición de la misma.
Esto
fue lo que hizo el encargado de los rollos con la visita de Jesús a la sinagoga
de Nazaret. Aprovechó la visita de un hijo de Nazaret, como se creía de Jesús,
y le facilitó el rollo del profeta Isaías.
Jesús
escogió la lectura que anuncia la naturaleza de la obra del Mesías, y aprovecha
esta oportunidad para darse a conocer entre su gente como el Mesías, en quien
se cumplía esta profecía del profeta Isaías.
Las
palabras del profeta son las más apropiadas para que Jesús hable de sí mismo,
de su misión. Tal vez esta es una de las razones por las cuales Lucas escogió
este episodio para ubicarlo al inicio del ministerio de Jesús, pues, nos
presentan la naturaleza del ministerio de Cristo en la tierra.
“El Espíritu del
Señor está sobre mí”. Esta es una
cita de la versión griega del Antiguo testamento, denominada Septuaginta. El
ministerio del Mesías se realizará bajo la dirección y unción del Espíritu
Santo. Ya Lucas nos dijo que Jesús estaba lleno del Espíritu Santo. Su misión, su
ministerio consistía en:
“Predicar el
evangelio a los pobres”. Los más
necesitados son los que necesitan escuchar buenas noticias, son los que más
anhelan recibir una palabra de alivio o tranquilidad. Esta es la condición
básica o fundamental para entrar al reino de Dios, ser un pobre. Pero no un
pobre en cuestiones económicas, pues, hay muchos pobres que tienen corazones
orgullosos y piensan que ellos no necesitan a Dios. Se trata de aquellos
bienaventurados que reconocen su pobreza y ruina espiritual, su pecado. Para
estos que reconocen su estado de miseria espiritual, Jesús trae una buena
nueva, él les dice “Bienaventurados los
pobres en espíritu, porque de ellos es el reino de los cielos” (Mt. 5:3). “Pero miraré a aquel que es pobre y humilde
de espíritu, y que tiembla a mi palabra” (Is. 66:2).
“Sanar
a los quebrantados de corazón”. Consolar a los que sufren a causa de
saberse pecadores y miserables delante de Dios.
“Pregonar
libertad a los cautivos”. Es un
mensaje de liberación para todos los que han estado esclavizados por el pecado
y Satanás. Jesús viene a predicar la verdad, él mismo es la verdad encarnada, y
cuando la gente cree en esa verdad, entonces encontrará la verdadera liberación
de su vida de pecado y temor. Jesús dijo: “Y
conoceréis la verdad, y la verdad os hará libres” (Juan 8:32). (Así que, si el Hijo os libertare, seréis
verdaderamente libres. Jn. 8:36). Jesús vino a liberar de la esclavitud de
una religión que imponía cargas pesadas pero que no podía dar la verdadera
salvación. (Estad, pues, firmes en la
libertad con que Cristo nos hizo libres, y no estéis otra vez sujetos al yugo
de esclavitud. Gál. 5:1). No importa el pecado, no importa el vicio, no
importa la clase de esclavitud, Jesús es especialista en dar libertad al hombre
que reconoce su total incapacidad para liberarse él mismo, y acude a Su verdad
para ser libre.
“
Y vista a los ciegos”. Satanás
tiene enceguecido a los hombres que están bajo su dominio, él es especialista
en producir ceguera espiritual. (En los
cuales el dios de este siglo cegó el entendimiento de los incrédulos, par que
no les resplandezca la luz del evangelio de la gloria de Cristo, el cual es la
imagen de Dios. 2 Cor. 4:4). Los hombres no tienen la capacidad de ver los
asuntos espirituales con claridad. Ellos llaman a lo bueno, malo y a lo malo,
bueno. Ellos aborrecen a Dios y aman a Satanás, aunque no se dan cuenta de su
error. Ellos creen que están amando a Dios, cuando en realidad hacen las obras
del diablo. (Jesús entonces les dijo: Si
vuestro padre fuese Dios, ciertamente me amaríais; porque yo de Dios he salido,
y he venido; pues no he venido de mí mismo, sino que él me envió. ¿Por qué no
entendéis mi lenguaje? Porque no podéis escuchar mi palabra. Vosotros sois de
vuestro padre el diablo, y los deseos de vuestro padre queréis hacer. Él ha
sido homicida desde el principio, y no ha permanecido en la verdad, porque no
hay verdad en él. Cuando habla mentira de suyo habla; porque es mentiroso y
padre de mentira. Jn. 8:42-44). Pero Jesús vino para dar vista a los ciegos
y conducirles de regreso al Padre de las luces.
“a
poner en libertad a los oprimidos”.
El pecado lo único que produce en el hombre es dolor, angustia, desesperación y
esclavitud. “De cierto, de cierto os
digo, que todo aquel que hace pecado, esclavo es del pecado” (Jn. 8:34).
Todos los hombres hemos pecado, por lo tanto todos somos esclavos del mal. No
tenemos la capacidad de escaparnos de nuestros pecados, de nuestras mentiras,
de nuestro orgullo, de nuestros malos deseos, de nuestra lengua perniciosa.
Hemos estado siendo oprimidos por Satanás, pero ahora Jesús, el verdadero
Mesías vino para darnos libertad. (Vosotros
sabéis lo que se divulgó por toda Judea, comenzando desde Galilea, después del
bautismo que predicó Juan: cómo Dios ungió con el Espíritu Santo y con poder a
Jesús de Nazaret, y cómo éste anduvo haciendo bienes y sanando a todos los
oprimidos por el diablo, porque Dios estaba con él. Hch. 10:37-38). Esta
liberación también incluyó la salud física milagrosa para algunos de sus hijos
(Enseñaba Jesús en una sinagoga en el día
de reposo; y había allí una mujer que desde hacía dieciocho años tenía espíritu
de enfermedad, y andaba encorvada, y en ninguna manera se podía enderezar.
Cuando Jesús la vio, la llamó y le dijo: Mujer, eres libre de tu enfermedad.
Luego, en respuesta a las críticas del principal de la sinagoga por haber
sanado a la mujer en el día de reposo, Jesús de dijo: Y a esta hija de Abraham, que Satanás había atado dieciocho años, ¿no
se le debía desatar de esta ligadura en el día de reposo? (Luc. 13:10, 11,
12, 16).
“A
predicar el año agradable del Señor”.
Este año agradable se relaciona mucho con el año del jubileo, cuando los
esclavos recobraban su libertad, cuando los que habían perdido sus propiedades
la volvían a recibir, cuando se perdonaba a los ofensores y la ley les daba un
indulto. El año agradable del Señor es el año de la redención, cuando Dios ya
no tiene en cuenta el pecado del hombre, porque este ha sido cargado en la cruz
del calvario, y ahora está reconciliando consigo a los pecadores. (Y todo esto proviene de Dios, quien nos
reconcilió consigo mismo por Cristo, y nos dio el ministerio de la
reconciliación; que Dios estaba en Cristo reconciliando consigo al mundo, no
tomándoles en cuenta a los hombres sus pecados, y nos encargó a nosotros la
palabra de la reconciliación. 2 Cor. 5:18-19). Este año agradable del Señor
consiste en que Cristo toma la pesada carga que los hombres llevan sobre sí por
el pecado y les hace descansar para siempre. (Venid a mí todos los que estáis trabajados y cargados, y yo os haré
descansar. Mt. 11:28).
Luego
que Jesús lee la Palabra escrita, entonces la expone a sus oyentes. Lucas no
nos presenta todo el contenido de su mensaje, pero indudablemente debió ser una
exposición del pasaje, aplicándolo por completo a sí mismo, como nos lo deja
ver Lucas en el verso 21.
La
predicación de Jesús debió ser muy impactante, de lo cual no tenemos duda,
pues, la gente respondió ante ella hablando bien de Jesús. Les sorprendía la
sabiduría y el poder de las Palabras de Cristo. Hablaban bien de él. Pero no
siempre que se hable bien de una predicación o del predicador, quiere decir que
la gente está recibiendo la Palabra de Dios, pues, esta gente que ahora le
alaba, luego lo tratará de despeñar porque no pueden soportar la predicación
confrontativa de la Palabra de Dios.
Conclusiones:
-
Sigamos el ejemplo de Jesús, quien nunca estuvo interesado en encontrar excusas
para no congregarse, sino que, a pesar de las profundas debilidades de las
sinagogas de su tiempo, a pesar de la hipocresía de los predicadores, prefería
usar los medios de gracia que quedarse en casa adorando solo. Si no es por una
causa grande, por una tragedia o una enfermedad tan seria que no te permita
mover ni siquiera un dedo de tu pie, (aunque ya tenemos sillas de rueda),
entonces no dejes de congregarte. Si por alguna razón debes viajar a otra
ciudad o pueblo, y el día del Señor, el domingo debas quedarte allí, lejos de
la congregación de donde eres miembro, no dejes de congregarte. No importa si
ellos cantan de otra manera, o si la predicación es débil en cuanto a la
exposición, es mejor congregarte que quedarte en casa. Si no sientes amor por
el día del Señor, y cualquier excusa es válida para congregarte de manera
regular, entonces acude a aquel que dio su vida por tu salvación. Aquel que
amaba el día del Señor y formó el hábito de congregarse, tiene el poder para
ayudarte a amar ese día santo, tiene el poder para darte la gracia que te lleve
a amar la iglesia de Dios, la congregación de los santos. Arrepiéntete por tu
falta de fidelidad en congregarte, y Jesús te dará su perdón, pero también de
su gracia para darte un corazón obediente a su palabra.
-
Los congregantes en la sinagoga de Nazaret admiraban la buena enseñanza.
Alababan al predicador ilustre que exponía sabia y fielmente la Palabra de
Dios. Reconocían al pastor que trazaba correctamente las Escrituras. Se
emocionaban cuando escuchaban una predicación nutrida y esta era presentada con
autoridad. Pero sus corazones no seguían lo que sus emociones y sus mentes
alababan, pues, solo se conformaban con escuchar buenas predicaciones, pero
eran insensibles a la palabra de Dios. En nuestras iglesias de hoy día hay
“muchas personas en un estado mental poco mejor que el de los que oyeron al
Señor en Nazaret. Hay miles que escuchan regularmente la predicación del
Evangelio y lo admiran cuando lo escuchan. No ponen en entredicho la verdad de
lo que oyen. Hasta sienten una especie de placer intelectual al escuchar un
sermón bueno e impactante. Pero su religión nunca pasa de este punto. El que
escuchen el sermón no evita que lleven una vida de irreflexión, mundanalidad y
pecado. Examinémonos a nosotros mismos en cuanto a este importante asunto.
Veamos el efecto práctico que produce en nuestros corazones y en nuestras vidas
la predicación que decimos que nos agrada. ¿Nos lleva a un verdadero
arrepentimiento hacia Dios y a una fe más viva hacia nuestro Señor Jesucristo?
¿Nos incita a esforzarnos semanalmente por dejar de pecar y resistir al diablo?
Estos son frutos que los sermones debieran producir si verdaderamente nos hacen
bien. Sin ese fruto, resulta totalmente inútil una mera admiración estéril. No
hay muestra de gracia, no salvará al alma”[1].
-
¿Cuál es la condición espiritual en la
que te encuentras? Si te has mirado como un pobre miserable a causa de tus
pecados, si estás siendo esclavizado por un vicio, si tu corazón está sufriendo
a causa de las maldades tuyas y los daños que has recibido por las maldades de
otros, si eres esclavo de Satanás, si estás cautivo en las cárceles de este
mundo perverso, si no puedes mirar claramente tu condición espiritual a causa
de la ceguera con la cual Satanás entontece las mentes de los hombres, si has
estado oprimido por Satanás, si tienes una gran deuda con Dios, que de seguro
la tienes, si andas huyendo del Soberano porque su justicia te persigue,
entonces este es el año agradable para ti, este es tu día de salvación. Mira a
Jesús, mira al Mesías, mira al Salvador, míralo como el liberador, míralo como
el redentor, míralo como el sanador, míralo a él y solo a él, acude a su cruz,
confía en su sacrificio redentor, escucha sus palabras, confía plenamente en
ellas, y podrás encontrar la paz abundante que tu alma necesita. Él te dice hoy
“La paz os dejo, mi paz os doy; yo no os
la doy como el mundo la da. No se turbe vuestro corazón ni tenga miedo”
(Jn. 14:27).
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