La fe
perseverante:
Tres
ejemplos notables de cómo es imposible agradar a Dios sin la fe
Hebreos
11:4-7 (Segunda parte)
Introducción:
El capítulo once de Hebreos se centra en
el tema de la naturaleza, importancia y eficacia de la fe salvadora. El verso 1
nos presenta la interpretación esencial de la fe. Y en el resto de versículos
el autor nos muestra, a través de ejemplos prácticos tomados de las Sagradas
Escrituras, los frutos, los efectos y los logros de la fe. Las mejores
ilustraciones que los predicadores podemos y debemos usar en nuestros sermones
son las que se extraen de la Palabra de Dios.
Ya en el verso 4 aprendimos que la fe de
Abel le condujo a la obediencia, y Dios testificó de él que era un hombre
justo.
Siendo que la presentación consecutiva
que hace nuestro autor de los personajes del Antiguo Testamento tomados como
ejemplos de una vida de fe no se ajusta a un orden histórico (como se puede
comprobar al ver que en el versículo 9 se habla de Isaac y Jacob, mientras que
en el 11 se habla de Sara), entonces, algunos comentaristas, como Arthur Pink,
llegan a la conclusión que el Espíritu Santo tenía un fin especial al escoger
el orden en el cual son presentados estos héroes de la fe. Pink dice que en
este capítulo se sigue un orden experimental de la fe: Los primeros tres
ejemplos (v. 4-7) nos presentan un esbozo de la vida de fe. “Abel es mencionado
de primero, no por haber nacido antes que Enoc y Noé, sino por lo que se
registra de él en Génesis 4, siendo él una ilustración y demostración de dónde
comienza la vida de fe. De la misma manera, Enoc es el siguiente en la lista no
porque él se mencione antes que Noé en el libro del Génesis, sino porque lo que
se encontró en él (O más bien, por lo que la Divina gracia obró en él) debe
preceder a lo que caracterizó a la fe que construyó el arca. Cada uno de estos
tres hombres esboza o delinea un rasgo distintivo o un aspecto de la vida de
fe, y este es un orden inviolable. Algunos han presentado este orden: En Abel
vemos el culto o la adoración que produce la fe, en Enoc el caminar de la fe y
en Noé el testimonio y trabajos de la fe”[1].
En nuestros tiempos de gran confusión
doctrinal, el orden que nos presenta el autor de Hebreos ha sido tergiversado
y, por lo general, a las personas se les inculca que lo primero que deben hacer
es mostrar el trabajo o servicio de la fe. Nuestro autor no comienza con el
ejemplo de Noé, sino que éste es precedido por Enoc, quien caminó con Dios. Es
imposible producir los frutos y el trabajo de la fe si primero no se ha
caminado con Dios. Hoy día, en nuestro afán activista, llevamos a los nuevos
convertidos a involucrarse en algún trabajo eclesial: evangelismo, escuela
dominical, el coro de la iglesia, entre otros. Pero el apóstol Pablo es claro
al respecto y recomienda que a los nuevos en la fe se les dé un tiempo para que
caminen con Dios primero y, entonces luego sean asignados al servicio al cual
Dios les llama: “no un neófito, no sea
que envaneciéndose caiga en la condenación del diablo” (1 Tim. 3:6).
La fe perseverante que agrada a Dios y
alcanza las promesas debe conservar este orden, y si lo invertimos, entonces
corremos serios peligros: Primero encontramos la fe que adora a Dios, este es
el inicio de la misma en la vida de la persona. Dios le concede el don de la fe
y entonces el inconverso puede ver al verdadero Dios en su majestad y cae
postrado ante él en adoración, abandonando cualquier confianza vana en sus
propias buenas obras. Luego, este nuevo creyente empieza a caminar con Dios, a
través de le fe, y solo después, podremos encontrar en él el trabajo y las
actividades que esa fe produce en el creyente. Mientras que Abel es un ejemplo
de cómo comienza la vida de fe en una persona, Enoc es usado como un testimonio
de en qué consiste la vida de fe: caminar con Dios, y Noé es el ejemplo del
trabajo y los frutos de la fe.
Continuemos analizando los versos 6 y 7.
“Pero sin fe es imposible agradar a Dios;
porque es necesario que el que se acerca a Dios crea que le hay, y que es
galardonador de los que le buscan” (Heb. 11:5).
La palabra “Pero” con que inicia este versículo indica que, en primera
instancia, es una explicación, a través de un silogismo, de porqué Enoc fue traspuesto
a los cielos. El autor dijo que Enoc fue traspuesto porque antes había agradado
a Dios. Pero la única manera de agradar a Dios es a través de la fe, por lo
tanto, Enoc fue traspuesto solo por la fe. “El argumento se deriva de la
imposibilidad de lo contrario: como es imposible agradar a Dios sin fe, y como Enoc recibió testimonio
de haber agradado a Dios, entonces debió tener una fe que justifica y
santifica”[2].
Es
imposible agradar a Dios, sin la fe. Esto se debe a que los
hombres, en nuestro estado natural, debido a la caída en el pecado de nuestros
primeros padres, y siendo que heredamos la maldición de una naturaleza
inclinada siempre al mal, entonces, no hay manera de que nosotros podamos
trabajar en hacer algo para que Dios nos acepte delante de su santidad
perfecta. Nuestras mejores obras le son totalmente desagradables. Cualquier
obra que el pecador haga para agradar a Dios será vana y, además, ofensiva a su
santidad, es por ello que Pablo, el apóstol, declara que “los que viven según la carne no pueden agradar a Dios (Ro. 8:8).
Los que viven según la carne, son los hombres que todavía se encuentran en su
estado natural caído, y que no han procedido al arrepentimiento. Cualquier
esfuerzo que estos hombres hagan por servir a Dios o serle agradable será una
pérdida de tiempo. Pero hay un camino para acercarnos a la Majestad Divina y
ser hallados agradables ante él: este es el camino de la fe. Pero no de la fe
en la fe, sino de la fe en Cristo. Abel, Enoc y Noé agradaron a Dios, y
recibieron el testimonio de aprobación divina, solo porque tuvieron fe en Dios
y su salvación.
Que los predicadores de la fe están
errados cuando usan Hebreos capítulo 11 para justificar su fe esotérica como un
medio para recibir sanidades y prosperidad se deja ver en este versículo. El
objetivo que nuestro autor tiene en mente es el de la fe que nos salva, de la
fe que nos permite acercarnos a Dios para adorarlo, de la fe que se mantiene
firme en la doctrina bíblica, de la fe que persevera hasta el fin para salvación.
Pero
sin fe es imposible agradar a Dios. Esta es una verdad que los
hombres a menudo olvidan, y como Caín, tratan de servir o rendir adoración a
Dios, confiados en su buena voluntad y su elevada moral, pero no consiguen nada
más que la desaprobación divina. Y les pasa lo mismo que a muchas personas en
el pueblo de Israel, los cuales fueron desaprobados por Dios, porque ellos
buscaban la justificación a través de obedecer la Ley, es decir, de las obras
humanas, y no a través de la fe: “mas
Israel que iba tras una ley de justicia, no la alcanzó. ¿Por qué? Porque iban
tras ella no por fe, sino como por obras de la ley, pues tropezaron en la
piedra de tropiezo” (Ro. 9:32).
Ninguno de los personajes tomados como
ejemplos de verdadera fe, por nuestro autor, tiene obras que presentar las
cuales hayan ganado el mérito de obras justificadoras. Este verso nos enseña
que la justicia de la cual se les alaba, no es propia, sino recibida por medio
de la fe en Jesucristo, como bien lo enseñara Pablo en Romanos 4:4-5 “Pero al que obra, no se le cuenta el salario
como gracia, sino como deuda; mas al que no obra, sino cree en aquel que
justifica al impío, su fe le es contada por justicia”.
Dice Arthur Pink que “con el fin de
agradar a Dios cuatro cosas deben estar presentes, todas las cuales son
realizadas por la fe: En primer lugar, la persona que agrada a Dios debe ser
aceptada por él (Gén. 4:4). En segundo lugar, la acción que agrada a Dios debe
estar de acuerdo con su voluntad (Heb. 13:21). En tercer lugar, la forma de
hacerlo debe ser agradable a Dios: debe llevarse a cabo en humildad (1 Cor.
15:10), en sinceridad (Is. 38:3), con alegría (2 Cor. 8:12). En cuarto lugar,
el fin debe ser dar la gloria a Dios (1 Cor. 10:31). La fe es el único medio
por el cual estos cuatro requisitos se cumplen. La persona es aceptada solo por
la fe en Cristo. La fe nos hace someternos a la voluntad de Dios. La fe nos
lleva a examinar la manera en que lo hacemos delante de Dios. La fe tiene por
objetivo la gloria de Dios: de Abraham se dice que “se fortaleció en fe, dando gloria a Dios” (Ro. 4:20)[3].
La fe es el ingrediente fundamental que
debe estar presente en toda la vida cristiana. Sin ella no tenemos ninguna
oportunidad de ser salvos, de crecer en santidad, de adorar verdaderamente, de servir
al Dios vivo, de agradarlo en todas las cosas y de disfrutar de su presencia.
Cada uno debe examinar su propia vida y verificar que tiene esta fe que procede
del cielo, de lo contrario, se encuentra en un estado natural, y el servicio
que pretender ofrecer a Dios no es más que despreciable esfuerzo humano.
Es por la fe que los pecadores son
salvos (Hch. 16:31). Es por la fe que Cristo habita en el corazón (Ef. 3:17).
Es por la fe que nosotros vivimos (Gál. 2:20). Es por la fe que estamos firmes
(Ro. 11:20; 2 Cor. 1:24). Nosotros andamos por la fe (2 Cor. 5:7). Es por la fe
que podemos resistir exitosamente al diablo (1 Ped. 5:8, 9). Es por la fe que
somos realmente santificados (Hch. 26:18). Es por medio de la fe que podemos
tener acceso a Dios (Ef. 3:12; Heb. 10:22). Es por la fe que se pelea la buena
batalla (1 Ti. 6:12). Es por la fe que el mundo es vencido (1 Jn. 5:4).
Aplicación:
¿Estás seguro de que tienes la fe los escogidos de Dios? (Tito 1:1).
“…porque es necesario que el que se
acerca a Dios crea que le hay, y que es galardonador de los que le buscan”
Estas dos últimas frases del verso 6 no
han estado libres de dificultad en su interpretación, especialmente para
aquellos ministerios que no han logrado mantener un bíblico equilibrio entre la
gracia divina y la justicia divina. Cuando se enfatiza mucho el favor gratuito
de Dios, y las demandas se ignoran, o cuando se subrayan los privilegios y se
olvidan de los deberes, entonces se está muy lejos de interpretar muchos textos
de las Sagradas Escrituras en su verdadera perspectiva.
Pero el lector puede preguntarse ¿Cuál
es la dificultad que hay en este texto? Vamos a presentar las dificultades
formulando una serie de preguntas, siguiendo al comentarista Arthur Pink: “¿Si
el ejercicio de la fe es lo que hace que agrademos a Dios, esto significa que
la fe puede ser considerada un mérito? ¿Cómo podemos evitar este concepto a la
luz de la afirmación de que Dios es galardonador de los que le buscan? ¿En qué
consiste una “recompensa” bajo la pura gracia? ¿Cuál es la fuerza de la
doctrina en el siguiente verso? ¿El caso de Noé enseña la salvación por las
obras? ¿Si él no hubiera trabajado tanto en la construcción del arca, entonces
él y su familia hubieran escapado del diluvio? ¿El haber sido constituido en
“heredero de la justicia” fue el resultado de su obediencia y trabajo? ¿Cómo
podemos evitar llegar a esta conclusión?”[4].
“…porque
es necesario que el que se acerca a Dios crea que le hay, y que es galardonador
de los que le buscan”
Junto con Arthur Pink puedo ver aquí un triple acercarse a Dios. Uno
inicial, uno continuo y uno final. El primero tiene lugar en la conversión, el
segundo se da durante toda la vida del creyente y el tercero se produce en la muerte
o en la segunda venida del Señor Jesucristo.
El autor de la carta dice que para poder
acercarnos de manera correcta a Dios, primero es necesario creer que él existe.
Pero no solo significa creer que existe un dios, sino creer que existe el Dios
verdadero, el cual es revelado en las Sagradas Escrituras y que este Dios posee
los atributos que son mencionados en su Santa Palabra (soberano, supremo,
santo, inflexiblemente justo, todopoderoso, lleno de misericordia, lleno de
gracia hacia los pecadores a través de Cristo). Creer que él existe, no
consiste simplemente en firmar que existe una causa primera o un ser supremo, sino que este único Dios verdadero
es revelado en las Escrituras y en las obras de la creación, pues, de lo
contrario solo estaremos creyendo en un fantasma inventado por nuestra
imaginación. Para acercarnos a Dios primero es necesario reconocer con plena
certeza que este Dios verdadero ha hablado a través de los profetas, y
especialmente por medio de Jesucristo y que todas sus promesas de salvación son
seguras, de manera que si confiamos en él no seremos defraudados, sino que
encontraremos su poderosa salvación.
Pero, creer que el Dios verdadero
existe, también significa: tomar en serio sus mandatos, sus exhortaciones, sus
amenazas. Y cuando tomamos en serio sus mandamientos, entonces el Espíritu de
Dios obra en nosotros y nos muestra nuestra condición caída y miserable, a
causa del pecado que mora en nosotros y de nuestro actuar diario en contra de
la voluntad santa de este único Dios verdadero, de manera que, como el hijo
pródigo, somos conducidos de regreso a la casa de nuestro Padre, y con
arrepentimiento y profunda humillación reconocemos delante él que hemos pecado
contra su Santa Majestad.
Pero creer en Dios, no solo significa
que reconocemos su santidad y justicia, sino que él es misericordioso y lleno
de gracia, a través de Cristo, de manera que si nos allegamos a él con
arrepentimiento sincero, encontraremos su misericordia y nos dará el perdón. Es
por eso que nuestro autor dice “porque es
necesario que el que se acerca a Dios crea que le hay y que es galardonador de
los que le buscan”. Nadie podrá acercarse correctamente al Dios verdadero
si, primero, no es hecho consciente por el Espíritu Santo, de que en Dios
encontrará la gracia que le otorgará el perdón eterno, la vida eterna y la
dicha de ser su hijo para siempre. Para agradar a Dios hay que acercarse a él
con la plena confianza de que él escucha la oración, de que él está interesado
en cada uno de los que le verdaderamente le buscan y que encontrarán respuesta
en él. Este fue el consuelo del salmista, quien, en medio de crueles
persecuciones, incluso de parte de uno de sus hijos, pudo tener la confianza de
que Dios le permitiría ver su salvación:
“Comerán
los humildes, y serán saciados, alabarán a Jehová los que le buscan; vivirá
vuestro corazón para siempre” (Sal. 22:26).
“Los
leoncillos necesitan, y tienen hambre, pero los que buscan a Jehová no tendrán
falta de ningún bien” (Sal. 34:10).
“Gócense
y alégrense en ti todos los que te buscan, y digan siempre los que aman tu
salvación. Jehová sea enaltecido” (Sal. 40:16).
“Gloriaos
en su santo nombre, alégrese el corazón de los que buscan a Jehová” (Sal.
105:3)
Buscamos a Dios con la plena confianza
de que él será hallado y que su gracia nos acogerá y recibiremos de él
misericordia. Si no tenemos esta confianza, entonces es imposible acercarnos a
Dios. Dios podrá ser encontrado solo cuando venimos a él con la confianza plena
de que él existe y recibirá con su gracia al que a él se acerca: “Buscad a Jehová mientras puede ser hallado,
llamadle en tanto que está cercano. Deje el impío su camino, y el hombre inicuo
sus pensamientos, y vuélvase a Jehová, el cual tendrá de él misericordia, y al
Dios nuestro, el cual será amplio en perdonar” (Is. 55:6-7). “Por esto orará todo santo en el tiempo en
que puedas ser hallado; ciertamente en la inundación de muchas aguas no
llegarán éstas a él” (Sal. 32:5).
El texto no sólo nos invita a acercarnos
de corazón al Dios verdadero, con la confianza que le hay, sino que lo hacemos
confiando en su gracia, sabiendo que él es galardonador
de los que le buscan. Acercarnos con fe a Dios significa que nuestro corazón
anticipa el hecho de que en él encontraremos la recompensa de Su gracia, que él
dará el perdón al pecador arrepentido, sabiduría al que no la tiene, fortaleza
al que está cansado, consolación al que está triste y angustiado, dirección al
que está confundido, gracia al que está luchando contra un vicio o pecado, en
fin, cuando buscamos a Dios con fe, le hallaremos, y cuando estamos con Dios,
sabemos que tenemos todas las cosas, así como dice Pedro: “Como todas las cosas que pertenecen a la vida y a la piedad nos han
sido dadas por su divino poder, mediante el conocimiento de aquel que nos llamó
por su gloria y excelencia” (2 P. 1:3).
Pero, ¿encontramos recompensa por
nuestra búsqueda o más bien, la búsqueda en sí ya es una recompensa de la
gracia? La gracia nos impulsa a buscar los dones que gratuitamente nos serán
dados para que confiados en la gracia, le busquemos con todo el corazón,
recibiendo todo aquello que nos será dado solo por gracia, pero que vienen
acompañados de un querer y un hacer, donde, responsabilizados por la gracia,
buscamos al dador de ella y recibimos lo que él nos quiere dar. “La recompensa
deseada por aquellos que lo buscan es la alegría de encontrarlo; él mismo es
alegría y… gozo de su pueblo (Sal. 43:4)”[5].
Nuestro autor acaba de poner como
ejemplo a Enoc, quien buscó a Dios con fe y encontró lo que deseaba su alma: al
amado, la compañía perdurable del que es el placer de nuestra alma. La oración
del que espera la recompensa o el galardón que Dios ofrece a los que le buscan
con fe debiera ser: “Como el ciervo brama
por las corrientes de las aguas, así clama por ti, oh Dios, el alma mía. Mi
alma tiene sed de Dios, del Dios vivo” (Sal. 42:1-2). Recordemos que el
Señor ha prometido la recompensa para los que le buscan “Y me buscaréis y me hallaréis, porque me buscaréis de todo vuestro
corazón. Y seré hallado por vosotros.” (Jer. 29:13-14)
Solo los que buscan a Dios encontrarán
la recompensa que él ha prometido a los que le aman, y por lo tanto le buscan,
como dice Pablo: “Antes bien, como está
escrito: cosas que ojo no vio, ni pido oyó, ni han subido en corazón de hombre,
son las que Dios ha preparado para los que le aman” (1 Cor. 2:9). Todo el
que no busque a Dios de corazón, con sinceridad y conforme a la revelación que
él da de sí mismo, no lo encontrará y la única recompensa que tendrá será el
infierno: “Los malos serán trasladados al
Seol, todas las gentes que se olvidan de Dios” (Sal. 9:17).
Pero ¿Qué es buscar a Dios? Para buscar
a Dios es necesario renunciar a cualquier confianza espiritual en nosotros, se
requiere que nos neguemos a nosotros mismos, que él sea nuestra regla y nuestra
porción. Para buscarlo con diligencia es necesario hacerlo tempranamente “Yo amo a los que me aman, y me hallan los
que temprano me buscan” (Prov. 8:17), y con todo el corazón, “Con todo mi corazón te he buscado; no me
dejes desviarme de tus mandamientos” (Sal. 119:10).
Aplicaciones:
- ¿Cuántos de nosotros, que profesamos
ser creyentes, vivimos buena parte de nuestra vida ignorando al verdadero Dios?
Lo ignoramos cuando no frecuentamos leer su Palabra, lo ignoramos cuando no
oramos a él diariamente y sin cesar, lo ignoramos cuando no consultamos su
voluntad revelada en las Sagradas Escrituras para los asuntos más importantes
de nuestra vida, lo ignoramos cuando buscamos consuelo para nuestras angustias
en otras personas o cosas, y no en las poderosas promesas que Su Palabra
contiene, lo ignoramos cuando no seguimos sus principios para la crianza de
nuestros hijos, lo ignoramos cuando no conocemos sus mandamientos, o
conociéndolos los desobedecemos, lo ignoramos cuando no predicamos el Evangelio
y dejamos que los impíos sigan caminando al infierno; en fin, todos los días
tenemos el reto de vivir nuestra fe en Dios o de ser ateos prácticos, ignorando
al Dios en el cual profesamos creer. El Señor nos ayude a vivir siempre Coram Deo, delante de su presencia,
siendo conscientes que él es el Dios omnipresente que tiene sus ojos puestos
sobre nosotros y ve nuestra maldad, pero que también ve nuestros dolores,
sufrimientos y necesidades.
[1] Pink, Arthur. An Exposition of
Hebrews. Extraido de:
http://www.pbministries.org/books/pink/Hebrews/hebrews_058.htm En: Mayo 04 de
2011 (traducido y adaptado por Julio C. Benítez)
[2] Pink, Arthur. An Exposition of Hebrews. Extraido de:
http://www.pbministries.org/books/pink/Hebrews/hebrews_058.htm En: Mayo 04 de
2011 (traducido y adaptado por Julio C. Benítez)
[3] Pink, Arthur. An Exposition of Hebrews. Extraido de:
http://www.pbministries.org/books/pink/Hebrews/hebrews_058.htm En: Mayo 04 de
2011 (traducido y adaptado por Julio C. Benítez)
[4] Pink, Arthur. An Exposition of Hebrews. Extraido de:
http://www.pbministries.org/books/pink/Hebrews/hebrews_058.htm En: Mayo 04 de
2011 (traducido y adaptado por Julio C. Benítez)
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