Capítulo
7 - La Sexta Petición
“…y no nos metas en
tentación…"
Mateo 6:13
Esta sexta petición también comienza con la conjunción y, requiriéndonos marcar estrechamente su relación con la petición anterior. La relación entre ellas puede ser establecida así. En primer lugar, la petición anterior se refiere a la parte negativa de nuestra justificación, mientras que esta tiene que ver con nuestra santificación práctica; puesto que las dos bendiciones nunca deben ser cortadas. Por lo tanto, observamos que la balanza de la verdad está perfectamente preservada. En segundo lugar, los pecados pasados siendo perdonados. Debemos orar fervientemente para que la gracia nos prevenga de repetirlos. No podemos desear correctamente que Dios nos perdone nuestros pecados a menos que sinceramente deseemos la gracia para abstenernos de otros similares en el futuro. Por lo tanto, debemos hacer de esto nuestra práctica, el que ferviente y sinceramente roguemos por fortaleza para evitar una repetición de los mismos. En tercer lugar, en la quinta petición oramos por la remisión de la culpa del pecado; aquí oramos por el poder ser librados de su poder. La concesión de Dios de la primera de las peticiones es para fomentar en nosotros la fe para que le pidamos ayuda en la mortificación de la carne y que avive el espíritu.
Antes de continuar, podría ser mejor aclarar el camino desechando
algo que es una dificultad real para muchos. "Cuando alguno es tentado, no
diga que es tentado de parte de Dios; porque Dios no puede ser tentado por el
mal, ni él tienta a nadie…" (Sant. 1:13).
No hay más conflicto entre las palabras "…Y no nos metas en
tentación,…" y la expresión "ni él tienta a nadie…” que no hay la
menor oposición entre la enseñanza de que "Dios no puede ser tentado por el
mal" y el hecho relatado de lo que Israel hacía: "Y volvían, y
tentaban a Dios, Y provocaban al Santo de Israel." (Sal. 78:41). Que Dios no tienta a nadie significa que no infunde
el mal en nadie, ni es en ninguna manera un aliado con nosotros en nuestra
culpabilidad. La criminalidad de nuestros pecados se debe atribuir completamente
a nosotros mismos, como Santiago 1:14, 15 lo aclara. Pero los hombres niegan
que es de sus propias naturalezas corruptas que tales y tales males proceden,
culpando a sus tentaciones. Y si no son capaces de solucionar el mal en las
tentaciones, entonces, tratan de excusarse echándole la culpa a Dios, como
Adán: "…La mujer que me diste por compañera medio del árbol, y yo comí. "
(Gen. 3:12).
Es importante comprender que la palabra tentar tiene un
significado doble en la Escritura, aunque no siempre es fácil determinar cuál
de las dos se aplica en un pasaje en particular: (1) probar (la fuerza de),
poner a prueba; y (2) seducir a hacer el mal. Cuando se dice que "Dios probó
a Abraham" (Gen. 22:1), significa que lo retó, poniendo a prueba su fe y
fidelidad. Pero, cuando leemos que Satanás tentó Cristo, significa que Satanás
trató de provocar su caída, aunque era moralmente imposible. Tentar es poner a
prueba a una persona, con el fin de averiguar lo que él es, y lo que hará. Podemos
tentar a Dios de forma legítima y buena poniéndolo a prueba en una forma de
deber, como cuando esperamos el cumplimiento de Su promesa en Malaquías 3:10.
Pero, como se registra en nuestra advertencia en el Salmo 78:41, Israel tentó a
Dios en una forma de pecado, actuando de tal manera que provocaron Su
desagrado.
“Y no nos metas en tentación." Nótese las verdades que son claramente
implicadas por medio de estas palabras. En primer lugar, la providencia
universal de Dios es poseída. Todas las criaturas están a la disposición soberana
de su Hacedor; él tiene el mismo control absoluto sobre el mal, como también sobre
el bien. En esta petición se hace un reconocimiento de que el ordenamiento de
todas las tentaciones está en manos de nuestro todo-sabio, omnipotente Dios. En
segundo lugar, La justicia ofendida de Dios y el mal que merecemos son
declarados. Nuestra maldad es tal que Dios sería perfectamente justo si ahora permitiera
que fuéramos completamente tragados por el pecado y destruidos por Satanás. En
tercer lugar, su misericordia es reconocida. Aunque Lo hemos provocado tan terriblemente,
sin embargo por el amor de Cristo, ha perdonado nuestras deudas. Por lo tanto,
rogamos que nos preserve en lo sucesivo. Cuarto, nuestra debilidad es
reconocida. Ya que nos damos cuenta de que somos incapaces de defendernos
contra las tentaciones en nuestras propias fuerzas, oramos: "…y no nos
metas en tentación…".
¿Cómo nos mete Dios en tentación? En primer lugar, lo hace
objetivamente cuando Sus providencias, aunque buenas en sí mismas, ofrecen
ocasiones (a causa de nuestra depravación) para el pecado. Cuando manifestamos nuestra
propia justicia, Él puede guiarnos a circunstancias como las que Job
experimentó. Cuando estamos seguros de sí mismos, el podría estar agradado en
hacernos sufrir el ser tentados como Pedro lo fue. Cuando somos autocomplacientes,
puede conducirnos a una situación similar a la que Ezequías encontró (2 Cron.
32:27; Véase 2 Reyes 20:12). Dios lleva
a muchos a la pobreza, que, aunque es una prueba dolorosa, sin embargo, bajo Su
bendición, a menudo es enriquecedora para el alma. Dios lleva a algunos a la
prosperidad, lo cual es una gran trampa para muchos. Sin embargo, si se es santificado
por Él, la prosperidad aumenta la capacidad de utilidad. En segundo lugar, Dios
tienta permisivamente cuando no restringe a Satanás (lo que no está obligado a
hacer). A veces Dios permite que él nos zarandee
como trigo, al igual que un viento fuerte que rompe las ramas muertas de los
árboles. Tercero, Dios tienta a algunos hombres judicialmente, al castigar sus
pecados, permitiendo que el diablo los lleve a posteriores pecados, hasta la
destrucción final de sus almas.
Pero ¿por qué Dios tienta a Su pueblo, ya sea objetivamente por medio
de Sus providencias, o subjetiva y permisivamente a través de Satanás? Lo hace
por varias razones. En primer lugar, el nos prueba para revelarnos nuestra
debilidad y nuestra profunda necesidad de su gracia. Dios retiró su brazo sustentador
de Ezequías: "Dios lo dejó, para probarle, para hacer conocer todo lo que
estaba en su corazón. " (2 Cron. 32:31).
Cuando Dios nos deja a expensas de nosotros mismos, es el descubrimiento
más doloroso y humillante que podamos hacer. Sin embargo, es necesario si hemos
de orar con el corazón, “...Sostenme, y seré salvo,…" (Sal. 119:117). En segundo lugar, El nos prueba con el fin de
enseñarnos la necesidad de la vigilancia y la oración. La mayoría de nosotros
somos tan tontos e incrédulos que aprendemos solo en la dura escuela de la
experiencia, e incluso sus lecciones tienen que entrarnos a golpes. Poco a poco
descubrimos cuán alto es el precio que tenemos que pagar por la ligereza, el descuido
y la presunción. Tercero, nuestro Padre nos somete a pruebas para curar nuestra
pereza. Dios clama, "…Despiértate, tú que duermes…" (Ef. 5:14), pero
no Le prestamos atención, y por lo tanto emplea a menudo siervos ásperos para
despertarnos con rudeza. Cuarto, Dios nos pone a prueba para revelarnos la
importancia y el valor de la armadura que él ha designado (Ef. 6:11). Si imprudentemente vamos a la batalla sin el
arsenal espiritual, entonces no debemos sorprendernos de la heridas que
recibimos; pero tendrán el efecto salutífero de hacernos más cuidadosos en el
futuro.
De todo lo que se ha dicho anteriormente, debe quedar claro que no
estamos para orar simple y absolutamente contra todas las tentaciones. Cristo mismo
fue tentado por el diablo, y definitivamente fue llevado al desierto por el
Espíritu con ese mismo propósito (Mateo 4:1; Marcos 1:12). No todas las tentaciones son malas,
independientemente de la perspectiva desde la cual las miremos: su naturaleza,
su diseño o su resultado. Es de la maldad de las tentaciones que oramos ser librados
(como lo indica la siguiente petición en la oración), sin embargo aún en eso oramos
sumisamente y con calificación. Debemos orar para que no se nos meta en
tentación; o, si Dios ve conveniente que debamos ser tentados, que no podamos
ceder a la misma; o si cedemos, que no seamos totalmente vencidos por el
pecado. Tampoco debemos orar por una exención total de las pruebas, sino sólo
para la remoción del juicio de ellas. Dios a menudo permite que Satanás nos
asalte y acose, con el fin de humillarnos, para llevarnos a Él, y glorificarse
a sí mismo, manifestándonos más plenamente su poder preservador. “Hermanos
míos, tened por sumo gozo cuando os halléis en diversas pruebas, sabiendo que la prueba de vuestra fe produce
paciencia.” (Sant. 1:2, 3).
En conclusión, unos cuantos comentarios sobre nuestra
responsabilidad en relación con la tentación son apropiados. En primer lugar,
tenemos el deber y la responsabilidad de evitar a las personas y lugares que
nos atraen al pecado, al igual que siempre es nuestro deber estar alertas por
los primeros signos de aproximación de Satanás (Sal. 19:13; Prov. 4:14; 1 Tes.
5:22). Como un escritor desconocido dijo,
"El que lleva con sigo mucho material inflamable haría bien en mantenerse a
la mayor distancia posible del incendio." En segundo lugar, debemos
resistir firmemente al Diablo. "Cazadnos las zorras, las zorras pequeñas,
que echan a perder las viñas;…" (Cnt 2:15). No debemos ceder ni un milímetro a nuestro
enemigo. En tercer lugar, tenemos que ir sumisamente a Dios por gracia, para
que la medida que Él nos conceda esté de acuerdo a su propio buen placer (Fil.
2:13).
Usted va a esforzarse, de hecho, a orar, y a utilizar todos los
buenos medios para salir de la tentación; pero, sométase, si el Señor se
complace en continuar Su ejercicio sobre usted. No, aunque Dios deba continuar
la tentación, y al presente no le dé las medidas de gracia necesarias, sin
embargo usted no debe murmurar, sino caiga a sus pies; porque Dios es el Señor
de su propia gracia (Thomas Manton).
Por lo tanto,
aprendemos que esta petición debe ser presentada en sumisión a la voluntad
soberana de Dios.
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