El Reino Inconmovible de Cristo
Hebreos 12:27-28
“La voz del cual conmovió entonces la tierra, pero ahora ha prometido, diciendo: Aún una vez, y conmoveré no solamente la tierra, sino también el cielo. Y esta frase: Aún una vez, indica la remoción de las cosas movibles, como cosas hechas, para que queden las inconmovibles. Así que, recibiendo nosotros un reino inconmovible, tengamos gratitud,
y mediante ella sirvamos a Dios agradándole con temor y reverencia”
Este es un estudio bíblico adaptado de Arthur Pink por Julio C. Benítez. Iglesia Bautista Reformada "La Gracia de Dios" Medellín, Colombia. www.caractercristiano.org
El gran propósito de Dios
en la Divina encarnación fue el establecimiento del Reino de Cristo, pero antes
de que pudiera ser debidamente establecido se tenía que dar un fuerte temblor
con el fin de que las sombras del judaísmo dieran lugar a la sustancia.
La aparición del Mesías
hizo necesaria la total disolución de toda la economía judaica: Las
instituciones levíticas fueron cumplidas en Cristo, ellas habían alcanzado su
propósito, lo cual fue solemnemente representado por el velo rasgado en el
templo, y 40 años más tarde por la total destrucción del templo. No obstante,
era difícil convencer a los Hebreos cristianos que ese era el caso, y, por lo
tanto, el autor acudió al argumento que dio en el 12:18-24 y a la exhortación
que dio en el verso 26, citando como prueba un texto de sus propias Escrituras
Antiguas.
Las palabras de Hageo,
cuando dice que el Señor hará temblar “los
cielos y la tierra”, se refieren, como hemos visto, no a las estrellas del
cielo o los planetas del cosmos, sino a la constitución judaica bajo la Ley
ceremonial – llamándole “los cielos”
porque ellas eran tipo de cosas celestiales.
En última instancia, Dios
“haría temblar” y eliminaría todos
los dominios, tronos y poderes que se oponían al Reino de Cristo – como él hizo
más adelante, por ejemplo, con el imperio romano.
“Así que, recibiendo nosotros un reino inconmovible”. El propósito
del Espíritu Santo en este pasaje era incrementar la estima de los hebreos
cristianos por la excelencia y la supremacía del Reino de Cristo, el cual ha
sido “traído a la luz” por Su santo
Evangelio, y del cual los creyentes han recibido el derecho y la seguridad,
pues, estas sacudidas o temblores que se dieron, tuvieron el
propósito de dar lugar al Reino de Cristo.
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El autor insiste en que
estas “sacudidas” de Dios tuvieron
como propósito “remover” lo que
dificultaba la manifestación y desarrollo del Reino de Cristo. Esto es una
prueba adicional de que la profecía de Hageo no apuntaba hacia la convulsión
universal de la naturaleza en el día final, sino a algo que ya tuvo cumplimiento:
Los creyentes ahora obtienen el fruto de esa “agitación”, porque ellos reciben, ahora, el reino inconmovible, es
decir, el Reino de Cristo que no puede ser movido.
Pero la profecía de Hageo
no sólo anunció la superioridad del Cristianismo sobre el judaísmo, sino que
dio a entender claramente el sentido último y completo de la dispensación
cristiana. Esto es evidente en las palabras de Hebreos 12:27 “Y esta frase: Aún una vez”. Según la
interpretación de algunos dispensacionalistas el autor debió haber dicho: “Aún dos veces más”, porque ellos piensan
que así como la dispensación Mosaíca fue seguida por el cristianismo, también
esta será sucedida por un revivido y glorioso judaísmo en el “milenio”. Sin embargo, “Aún una vez” significa eso, una vez más
y después de eso, nada.
El cristianismo es la
última cosa que Dios tiene para esta tierra. El último gran cambio
dispensacional se hizo cuando el Señor dio el Evangelio al mundo, por eso Pedro
pudo decir: “Más el fin de todas las
cosas se acerca” (1 P. 4:7), porque Dios ha hablado su última palabra a la
humanidad. También Juan dijo: “Hijitos,
ya es el último tiempo” (1 J. 2:18), lo cual muestra que no es cierto que
otra dispensación deba seguir a la actual.
“Y esta frase: Aún una vez, indica la remoción de las cosas movibles,
como cosas hechas, para que queden las inconmovibles” (v. 27). Aquí el
autor explica la declaración de Hageo “De
aquí a poco yo haré temblar los cielos
y la tierra…” (compare con el “ahora”
de Heb. 12:26).
Cuando el autor se
refiere a las cosas “sacudidas y
removidas” como “cosas hechas”
estaba lejos del propósito de adicionar una mera y superflua declaración; él
vuelve a insistir en el contraste que ha estado presentando.
La frase “como cosas hechas” es elíptica, porque
necesita, para su completo sentido, que se le añada la frase “hechas por manos”. Todas las cosas
relacionadas con el judaísmo fueron hechas por manos humanas; incluso, las
tablas de piedra donde Dios escribió los Diez mandamientos, fueron “labradas” por Moisés (Éx. 34:1). Además,
el tabernáculo, y todas las cosas dentro de él, debió ser “hecho” conforme al “modelo”
que Dios le mostró (Éx. 25:8-9). En agudo y bendito contraste, las cosas
inmateriales y espirituales del cristianismo, dice Pablo, “no son hechas de manos”
(2 Cor. 5:1; Col. 2:11).
“Así que, recibiendo nosotros un reino inconmovible, tengamos gratitud,
y mediante ella sirvamos a Dios, agradándole con temor y reverencia”. Aquí
el autor presenta una inferencia de lo que había dicho sobre la agitación y
remoción del judaísmo y el establecimiento del cristianismo. En primer lugar, aquí se dice que los cristianos hemos entrado a un gran
privilegio, es decir, ahora estamos bajo el gobierno espiritual de
Jesucristo – a quien Dios ha ungido y establecido como Rey sobre Su santo monte
de Sión (Pero yo he puesto mi rey sobre
Sion, mi santo monte Sal. 2:6), aquí llamado “un reino”. En segundo lugar,
el carácter esencial de este reino, a diferencia de todos los demás, es inamovible, es eterno y permanente.
En tercer lugar, la forma en la cual
participan los creyentes de este beneficio es “recibiendo”. “Este reino es, entonces, el gobierno de Cristo en
y sobre la Iglesia, lo cual el Apóstol ha demostrado es más excelente que el de
la Ley” (Owen). Este reino es el que ahora vamos a considerar.
Al comienzo de la
historia humana el Reino de Dios fue manifestado en esta tierra, por lo que no
había necesidad de orar “venga tu Reino”.
El Reino de Dios fue establecido en Edén, y todas las bendiciones que fluyen de
la sujeción a su dominio fueron entonces disfrutadas. La supremacía de Dios fue
reconocida gustosa y espontáneamente por todas sus criaturas. Pero el pecado
entró, y se produjo un cambio radical. El hombre rechazó el reinado de Dios. Al
transgredir sus mandamientos, Adán rechazó su Soberanía. De este modo, al hacer
caso a las sugerencias de la serpiente, el reino de Satanás se estableció en
este mundo (Mt. 12:26).
Desde la Caída ha habido
dos imperios trabajando en esta tierra: “El
mundo” y el “Reino de Dios”. Los
que forman parte del primero, no le pertenecen a Dios, y los que pertenecen al
segundo, profesan sujeción a él.
En tiempos del Antiguo
Testamento, la teocracia israelita fue la esfera particular del Reino de Dios
sobre la tierra, el dominio donde su autoridad fue manifestada en una forma
especial (Jue. 8:23; 1 Sam. 12:12; Oseas 13:9, 10; etc.) Pero la sujeción a él,
incluso allí, era, de parte de la nación como un conjunto, parcial y breve.
Vino muy pronto el tiempo cuando Jehová tuvo que decir a su siervo: “… por que no te han desechado a ti, sino a
mí me han desechado, para que no reine sobre ellos” (1 Samuel 8:7).
Entonces Dios señaló a reyes humanos en Israel como sus representantes. Mientras
el pacto sinaítico continuó en vigor Jehová se mantuvo como su Rey (Éx. 19:6) –
Él fue el rey que “hizo fiestas de bodas
para su hijo” (Mt. 22:2). Aunque Saúl, David y sus sucesores dañaron el
carácter real, y por lo tanto, en parte fue oscurecido el gobierno divino, el
reinado de Dios no fue abolido (2 Cro. 13:8). El trono en el que Salomón se
sentó fue llamado “El trono del reino de
Jehová” (1 Cr. 28:5).
A través de los profetas
de Israel Dios anunció que vendría una manifestación más gloriosa de su
gobierno que el que habían visto sus padres en la antigüedad, y prometió que Su
dominio tomaría una forma más espiritual en el establecimiento del Reino
mesiánico. Esto se convirtió en el gran tema de las predicciones posteriores en
el Antiguo Testamento.
La naturaleza y el
carácter del Reino por venir fue representado bajo las figuras y formas de
aquellas cosas materiales con las cuales la gente estaba familiarizada y por
aquellos objetos que eran venerados en el judaísmo.
La creación del reino
espiritual e inamovible de Cristo fue el tema y objetivo de todo lo que los
profetas declararon (Ver Lc. 1:69, 70; y cf. Daniel 2:24: “Y nos levantó un poderoso Salvador en la casa de David su siervo, como
habló por boca de sus santos profetas que fueron desde el principio” (Lc.
1:69, 70) “Y en los días de estos reyes
el Dios del cielo levantará un reino que no será jamás destruido” (Dan.
2:44)). “Jehová reina; se vistió de
magnificencia; Jehová se vistió, se ciñó de poder. Afirmó también el mundo (es
decir, el mundo venidero de Heb. 2:5,
el nuevo mundo traído por Cristo), y no
se moverá” (Sal. 93:1), este pasaje es paralelo a Hebreos 12:28 “recibiendo nosotros un reino inconmovible”.
Pero, aunque fue
claramente revelado a través de los profetas que el Señor Mesías sería un Rey
con un imperio universal, la mayor parte de los descendientes naturales de
Abraham se entretuvieron con una concepción errónea de la aparición de Cristo y
de la verdadera naturaleza de Su reino; y este error produjo la más perniciosa influencia
sobre sus temperamentos y conductas cuando se dio Su primera venida a esta
tierra.
El sentido en el que
ellos miraban a las profecías mesiánicas halagaba su orgullo y fomentaba su
carnalidad. Ignoraban sus necesidades espirituales y se hinchaban con una falsa
persuasión de que Dios estaba muy interesado en sus peculiares intereses terrenos
por ser descendientes carnales de Abraham (Jn. 8:39, 41). De allí que la vida
humilde, la santa enseñanza y los santos reclamos del Señor Jesús fueron
amargamente rechazados por ellos (Juan 8:48, 59; Lc. 19:14).
Aunque Dios había hecho
muchos anuncios a través de los profetas de Israel que el Mesías ocuparía el
oficio real, Dios dio indicios claros de que él sería muy diferente a los
monarcas de la tierra (Is. 53:2 Subirá
cual renuevo delante de él, y como raíz de tierra seca; no hay parecer en él,
ni hermosura; le veremos, mas sin atractivo para que le deseemos).
Aunque el dominio y
reinado del Mesías había sido descrito a través de símbolos materiales, se había
dejado claridad que su reino no sería de
este mundo. Zacarías predijo: “He
aquí tu rey vendrá a ti, justo y salvador, humilde, y cabalgando sobre un asno,
sobre un pollino hijo de asna” (Zac. 9:9). Cuán diferente fue el esplendor
que asumieron los soberanos de la tierra. Qué contraste entre su asno y los
magníficos carros reales. La pobreza que caracterizó el aspecto real de Cristo
era una evidencia de que su reino no sería temporal. El creador del cielo y tierra, el
Señor de los ángeles, desdeñaba las cosas que son altamente estimadas por los
hombres.
El error fatal de los
judíos en la comprensión de la verdadera naturaleza del reino del Mesías, fue
la principal base sobre la cual lo rechazaron y trataron, lo cual se convirtió
en su ruina final. Cuánto debemos, entonces, buscar en oración tener una correcta visión
del Reino de Cristo y resistir todo lo que tiende a secularizar su santo
dominio, no sea que por corromper la economía evangélica, deshonrando
así al bendito redentor, finalmente seamos castigados como los enemigos de su
gobierno.
La principal causa de la
infidelidad de los judíos fue su noción errónea de un reino temporal del
Mesías, de la misma manera, la fuente principal para la corrupción del
cristianismo ha sido el intento hecho por Roma y sus hijas (y ahora por el
neo-carismatismo) de convertir el reino espiritual de Cristo en uno temporal,
por medio de la unión de la Iglesia y el Estado, tratando de extender el Reino
de Cristo por medios terrenales.
En el evangelio hay una
palabra muy significativa después de narrar la entrada real del Señor a
Jerusalén sentado sobre el lomo de un pollino: “Estas cosas no las entendieron sus discípulos al principio; pero cuando
Jesús fue glorificado, entonces se acordaron de que estas cosas estaban escritas
acerca de él, y de que se las habían hecho” (Juan 12:16). Tan prejuiciados
estaban los apóstoles por la enseñanza errónea de los fariseos, que ellos no
entendieron correctamente la naturaleza del reino de Cristo hasta su Ascensión.
Ellos también buscaban un reino material, esperando que apareciera en pompa y
gloria externa, y por lo tanto, estaban lejos de aprehender las Escrituras que
hablaban del Reino de Cristo como de una apariencia pobre y humilde. Bien dijo
Matthew Henry: “La correcta comprensión de la naturaleza espiritual del Reino
de Cristo, de sus poderes, glorias y victorias, fue impedida por nuestra mala
interpretación y la aplicación errónea
de lo que la Escritura habla sobre el tema”.
¡Ay! Cuán ciegos son
todavía los hombres en cuanto a lo que constituye la gloria verdadera del Reino
de Cristo, es decir, que este es espiritual, que avanza por medios
espirituales, por personas espirituales y con fines espirituales. El reino de
Cristo es: “Para someter corazones, no para conquistar reinos; para otorgar las
riquezas de Su gracia a los pobres y miserables pecadores, y no como Salomón,
para acumular oro, plata y piedras preciosas; para salvar hasta lo sumo a todos
los que vienen a Dios por él, y no para propagar la ruina y desolación sobre
innumerables provincias (como hicieron César, Carlomagno, Napoleón A. W. P.);
para estar rodeado con un ejército de mártires, no con un ejército de soldados;
para tener una corte donde los indigentes y los que no son príncipes son
libremente bienvenidos” (J. C. Philpot). Solo aquellos que han sido bendecidos con el
verdadero discernimiento espiritual serán capaces de percibir en qué consisten
los reales honores y glorias del Cordero.
El Rey mediador debe
tener necesariamente un reino, incluso en su nacimiento fue proclamado como “Cristo el Señor” (Lc. 2:11); y la
primera investigación que hicieron de él fue “¿Dónde está el Rey de los judíos, que ha nacido?” (Mt. 2:2).
El reinado de Cristo y su
reino se derivan de una causa doble: Primero, su soberanía como Dios es
esencial a su naturaleza divina siendo: no derivada, absoluta, eterna e
inmutable. Segundo, su soberanía como mediador es derivada, siendo dada a él
por el Padre como recompensa por su obediencia y sus sufrimientos. Esto tiene
dos aspectos distintos: Primero, en su aplicación más amplia y general abarca
todo el universo. Segundo, en su administración más estrecha y específica se
limita a la iglesia, la elección de gracia.
Además de estas
distinciones, es importante resaltar que Cristo nunca afirmó que el establecimiento
de su reino en esta tierra dependió de la actitud que tuvieran los judíos hacia
él; no, el eterno propósito de Dios nunca quedó supeditado a la conducta de los
gusanos de la tierra.
“Cuando los judíos
rechazaron a Jesús como el Mesías, él no dijo que la fundación del Reino
quedaba pospuesta hasta Su segunda venida, más dijo que el Reino sería quitado
de ellos y dado a los gentiles” (W. Masselink, Why the Thousand Years?). “Jesús les dijo: ¿Nunca leísteis en las
Escrituras: La piedra que desecharon los edificadores, ha venido a ser cabeza
del ángulo. El Señor ha hecho esto, y es cosa maravillosa a vuestros ojos? Por
tanto os digo, que el reino de Dios será quitado de vosotros, y será dado a
gente que produzca los frutos de él” (Mt. 21:42, 43).
Por otra parte, todos los
pasajes en las epístolas hablan del Reino de Cristo como una realidad presente,
los cuales refutan la teoría de que Su reino ha sido pospuesto hasta su segunda
venida: “El cual nos ha librado de la
potestad de las tinieblas, y trasladado al reino de su amado Hijo” (Col.
1:13). “Yo Juan, vuestro hermano, y
copartícipe vuestro en la tribulación, en el reino y la paciencia de Jesucristo,
estaba en la isla llamada Patmos…” (Ap. 1:9) – El reino de Cristo existía
en los días de Juan, y él estaba en él. Cristo es ahora “El soberano de los reyes de la tierra” (Ap. 1:5), y ya ha sido “coronado de gloria y de honra” (Heb.
2:9).
Como consecuencia de la
entrada del pecado, Dios ha establecido un reino en antagonismo con el reino de
Satanás. Este es esencialmente diferente de los reinos del mundo en su origen,
naturaleza, fin, método de avance y permanencia. Es esencialmente un reino de
justicia, y su principio fundamental es la lealtad del corazón de sus súbditos
al Rey mismo. No es una democracia, sino una absoluta monarquía. La agencia
especial para la extensión de este reino son las iglesias de Cristo
bíblicamente constituidas con su ministerio regular de predicación.
Por sus operaciones
providenciales el Señor Jesús está trabajando en cada esfera y está causando
todos los movimientos históricos de pueblos y naciones, civilizadas en
incivilizadas, para promover sus intereses y avanzar su crecimiento, aunque
mientras se dan tales movimientos, estos quedan ocultos a los sentidos
carnales.
La consumación de este
reino se dará cuando regrese el Rey, quien recompensará a sus siervos y
destruirá a todos sus enemigos.
“Sólo hay un reino o
imperio espiritual en el cual Cristo reina para siempre, y que al final será
eternamente glorioso en la perfecta gloria de Su rey; sin embargo, en las
Escrituras hay tres nombres distintos que se usan para exponer las virtudes y
la bendición de ese reino en varios aspectos, a saber, el Reino, la Iglesia y
la Ciudad de Dios” (A. A. Hodge).
De los tres términos, la palabra
“Reino” es el más flexible, y tiene una gama amplia de usos en el Nuevo
Testamento. Designa, en primer lugar, una esfera de gobierno, un reino sobre el
cual el gobierno de Cristo se extiende. Significa, en segundo lugar, un reinado
o el ejercicio de la autoridad real. Denota, en tercer lugar, los beneficios o
bendiciones que resultan del benevolente ejercicio de la regia autoridad de
Cristo. “Porque el reino de Dios no es
comida ni bebida – el reino de Cristo no se expresa en esta clase de
actividades – sino justicia, paz y gozo
en el Espíritu Santo” – estas son las características de Su reino (Ro.
14:17).
Que el reino de Cristo es
de un carácter y de una naturaleza totalmente diferente de los reinos de este
mundo se desprende de lo que él mismo enseñó: “Más Jesús, llamándolos, les dijo: Sabéis que los que son tenidos por
gobernantes de las naciones se enseñorean de ellas, y sus grandes ejercen sobre
ellas potestad. Pero no será así entre vosotros, sino que el que quiera hacerse
grande entre vosotros será vuestro servidor, y el que de vosotros quiera ser el
primero, será siervo de todos. Porque el Hijo del Hombre no vino para ser
servido, sino para servir, y para dar su vida en rescate por muchos”
(Marcos 10:42-45). Y otra vez dice: “Respondió
Jesús: Mi reino noes de este mundo” (Juan 18:36). Observen que él no dijo:
“Mi reino no está en este mundo”,
sino, “no es de este mundo”. No es
una cosa provincial, no es una institución política, no se rige por
consideraciones territoriales o materiales, ni es gobernado por políticas
carnales, no está compuesto por sujetos no regenerados, ni busca un
engrandecimiento mundano. Este es puramente un régimen espiritual, regulado por
la Verdad. Esto se deja ver por los medios que él usó en su fundación y sus
recursos para su apoyo y ampliación – no la fuerza física, sino la puerta de la
gracia.
Algunos hombres que les
gusta elaborar innumerables distinciones y contrastes con la excusa de “trazar bien la palabra de Verdad”,
establecen una diferencia entre el Reino de Dios y el Reino de Cristo. Pero esto
es claramente refutado por el apóstol Pablo cuando dice: “Porque sabéis esto, que ningún fornicario o inmundo, o avaro, que es
idólatra, tiene herencia en el reino de Cristo y de Dios” (Ef. 5:5), y Juan
dice: “Los reinos del mundo han venido a
ser de nuestro Señor y de su Cristo” (Ap. 11:15 cf. 12:10).
Su naturaleza espiritual
se deja ver claramente en la declaración de Jehová: “Y dijo Jehová a Samuel: Oye la voz del pueblo en todo lo que te digan;
porque no te han desechado a ti, sino a mí me han desechado, para que no reine
sobre ellos” (1 Sam. 8:7). Su trono y su cetro no eran visibles; de igual
manera, cuando los judíos dijeron de Jesús: “no queremos que este reine sobre nosotros” (Lc. 19:14), dieron a
entender que no estaban dispuestos a entregar sus corazones a su influencia
moral. Así también, cuando Pablo dijo: “Pero
iré pronto a vosotros, si el Señor quiere, y conoceré, no las palabras, sino el
poder de los que andan envanecidos. Porque el reino de Dios no consiste en
palabras, sino en poder” (1 Cor. 4:19-20), él obviamente quería decir: el
poder espiritual del reino será experimentado en los corazones.
El reinado de Cristo
tiene una doble aplicación: Primero, Él sostiene la relación de un soberano
misericordioso con su pueblo redimido, gobernando en amor, sosteniendo sus
intereses, supliendo sus necesidades, restringiendo a sus enemigos,
capacitándoles por Su servicio ahora y por la gloria que les aguarda en el
cielo.
Segundo, Él es el
gobernador moral sobre el mundo; y aunque ellos son inconscientes de sus
operaciones, todos los hombres son controlados por él, y sus maquinaciones y
acciones son dirigidas para que cumplan Sus propios fines. Incluso, las
potestades de la tierra son obligadas por su voluntad secreta: “Por mí reinan los reyes, y los príncipes
determinan justicia” (Prov. 8:15). “Como
los repartimientos de las aguas, así está el corazón del rey en la mano de
Jehová” (Prov. 21:1). Su gobierno sobre el mundo, si, sobre el universo
entero, es administrado por una serie de medios sabiamente adaptados, equipados
y dirigidos por él.
Es importante reconocer
este doble alcance del reinado de Cristo. Al Padre él le dijo: “Como le has dado potestad sobre toda carne,
para que dé vida eterna a todos los que le diste” (Juan 17:2). El Reino de
Cristo como algo interno y espiritual
es propio de los elegidos; pero su reino, como algo judicial y externo es universal. Las dos cosas son diferenciadas en
el Salmo 2: “Pero yo he puesto mi rey
sobre Sión, mi santo monte” (v. 6) y “Pídeme,
y te daré por herencia las naciones, y como posesión tuya los confines de la
tierra” (v. 8).
Cristo no es solamente “Rey de los santos” (Ap. 15:3), sino
también, “Rey de las naciones” (Jer.
10:7). Él reina sobre toda la humanidad, y sobre todos aquellos que no se
someten a Él como Redentor, los cuales estarán frente a él como Juez. “Los quebrantarás con vara de hierro; como
vasija de alfarero los desmenuzarás” (Sal. 2:9).
Ahora bien, el Reino de
Cristo, considerado en sus aspectos espiritual e interno, dice nuestro autor,
es “recibido” por los creyentes, esto
es, ellos participan de sus privilegios y bendiciones.
Como el Reino de Cristo
no es de este mundo, sino “celestial”
(2 Tim. 4:18), entonces, sus sujetos no son de este mundo, sino celestiales.
Desde el lado divino, ellos entran a través de la vivificación del Espíritu,
porque, “el que no naciere de nuevo, no
puede ver el reino de Dios” (Juan 3:3). Desde el lado humano, ellos entran
cuando arrojan las armas de su rebelión y toman el yugo de Cristo sobre ellos,
porque “si no os volvéis y os hacéis como
niños, no entraréis en el reino de los cielos” (Juan 18:3).
Fue cuando trasladamos
nuestra lealtad de Satanás a Cristo, que pudimos decir: “el cual nos ha librado de la potestad de las tinieblas, y trasladado al
reino de su amado Hijo” (Col. 1:13). Aquellos que han recibido el Evangelio
con un corazón honesto han sido admitidos y han sido hechos participantes del
Reino de Cristo.
“Así que, recibiendo nosotros un reino inconmovible”. Definamos qué
es lo que hemos recibido nosotros. Recordemos el significado triple de la
palabra “reino”. En primer lugar,
significa que somos admitidos en el ámbito o esfera donde Cristo es propietario
como Supremo. En segundo lugar, significa que nos hemos rendido al reinado o
cetro de Cristo, para que él gobierne sobre nuestros corazones y vidas. En
tercer lugar, significa que ahora participamos de las bendiciones del gobierno
de Cristo.
La palabra “recibiendo” significa que obtenemos este
reino de otro: “Y os encargábamos que
anduvieseis como es digno de Dios, que os llamó a su reino y gloria” (1
Tes. 2:12). “Hermanos míos amados, oíd:
¿No ha elegido Dios a los pobres de este mundo, para que sean ricos en fe y
herederos del reino que ha prometido a los que le aman? (Sant. 2:5). “Entonces el Rey dirá a los de su derecha:
Venid, benditos de mi Padre, heredad el reino preparado para vosotros desde la
fundación del mundo” (Mt. 25:34).
Al afirmar que se trata
de un reino “que no se puede mover”,
el autor enfatiza una vez más la gran superioridad del cristianismo sobre el
judaísmo, y también muestra que el Reino de Cristo es diferente a todos los
reinos en la tierra, los cuales están sujetos a convulsiones y conmociones.
Este “reino inconmovible” no es más
que otro nombre para las “cosas
inconmovibles” que “permanecen”
del versículo 27. Este reino es la sustancia y realidad de lo que fue
tipificado en la economía mosaica. “Hemos recibido un reino que no será movido,
ni da lugar a una nueva dispensación. El canon de la Escritura es ahora
completo, el Espíritu de la profecía ha cesado, el misterio de Dios ha sido
consumado. Él ha puesto su última mano sobre esto.” (Matthew Henry).
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