domingo, 3 de julio de 2022

Lucas 13 22-30

 

La importancia de entrar por la puerta estrecha

Lucas 13:22-30

Introducción:

Todos los hombres, en una u otra ocasión, hemos sido llevados a pensar en qué será de nosotros después de la muerte. ¿Será que existe algo más allá luego de morir? ¿Será que hay premios y castigos por la forma en que uno vive en esta tierra? ¿Serán estos castigos muy terribles o serán pasajeros?

Es imposible no pensar en estos asuntos, especialmente cuando estamos pasando por un momento trágico, de enfermedad o cuando estamos pecando a nuestras anchas y nuestra curtida conciencia todavía nos molesta y nos hace sentir culpables.

Este pensamiento acerca de la eternidad o lo que nos espera luego de la muerte, ha motivado a millones de hombres y mujeres, en todo el mundo, a tratar de encontrar maneras a través de las cuales garanticen paz para sus almas y un estado eterno tranquilo, libre de castigos y sufrimientos. La mayoría de las religiones del mundo han surgido en torno a esta inquietud espiritual.

Los judíos pensaban que cumpliendo con los mandamientos de la Ley de Dios, pero especialmente por el hecho de nacer dentro del pueblo del pacto, tenían asegurado un futuro libre de sufrimientos en la eternidad. Y es así que se esforzaban en cumplir con las ceremonias religiosas de la ley mosaica, aunque realmente sus corazones estaban lejos de Dios.

De la misma manera, cientos de miles de cristianos han tratado de cumplir con ciertas ceremonias con el fin de aliviar sus culpables conciencias y garantizar para sí la tranquilidad y el gozo, o al menos, librarse del sufrimiento eterno después de la muerte.

Pero ¿será posible que a través del cumplimiento de ciertas ceremonias logremos evitar el castigo eterno? ¿Será posible que a través de ciertos pasos sencillos logremos garantizar que luego de morir evitaremos la ira de Dios y gozaremos para siempre de su favor? ¿No será que miles de personas que se llaman cristianas están engañadas y realmente el futuro que les espera no es nada halagüeño? ¿Cómo saber si realmente estamos camino a la felicidad o al sufrimiento eterno?

En Lucas 13:22-30 el Señor Jesús responde esta vital inquietud y nos presenta un cuadro completo de lo que pasará con aquellos que logran entrar a la salvación, pero también nos presenta la situación terrible de aquellos que quedarán fuera del reino de Dios.

Analicemos estas palabras poderosas de nuestro salvador, y quiera Dios usarlas para conducirnos a pensar en serio si realmente formamos parte de los que gozarán para siempre de la gloria de Dios, o si somos de aquellos que crujiremos nuestros dientes cuando seamos invadidos del furor de la ira de Dios, que arderá para siempre.

Con el fin de estudiar expositivamente este pasaje tomaremos sus partes naturales:

1. Cómo se entra a la salvación v. 22-24

2.  Una búsqueda sincera pero infructuosa para entrar a la salvación v. 25-26

3. Un terrible destino para los que no entran a la salvación v. 27-28

4. Una solemne advertencia para entrar a la salvación v. 30

 

1. Cómo se entra a la salvación v. 22-24

Pasaba Jesús por ciudades y aldeas, enseñando, y encaminándose a Jerusalén. Y alguien le dijo: Señor, ¿son pocos los que se salvan? Y él les dijo: esforzaos a entrar por la puerta angosta, porque os digo que muchos procurarán entrar y no podrán

Lucas nos presenta al Salvador encaminándose al ineludible destino que le espera en Jerusalén. Es necesario que él sea despreciado por la gente, por los líderes religiosos y por el poder político de su tiempo. Es necesario que él sea crucificado y muerto por los pecados de su pueblo. Pero antes de que esto acontezca es preciso que él mismo anuncie el reino de Dios en toda Judea y sus alrededores. El ministerio de Jesús se enfocaba principalmente en enseñar. Él instruía a sus discípulos y enseñaba las verdades fundamentales que identifican al reino de Dios. Los milagros y las liberaciones de los endemoniados eran solo señales que respaldaban su Palabra.

Su mensaje principal se enfocaba en el reino de Dios, es decir, en la salvación. Ser salvado significa entrar al Reino de Dios y a este reino solo entran los salvados.

Las más recientes enseñanzas de Jesús, presentadas por Lucas, han estado enfocadas en el Reino de Dios:

- Jesús les dijo a sus discípulos que ellos eran una manada pequeña que ha recibido de Dios el Reino (es decir, la salvación), y por lo tanto deben vender lo que tienen para darlo a los pobres, demostrando así que lo más preciado para ello no se encuentra en esta tierra sino en los cielos. (12:32-34)

- También les enseñó que los que entran al Reino de Dios son como siervos que anhelan la venida de su señor, y le esperan con suma expectación, y así el Señor se tarde en regresar, ellos le esperan velando y no desmayan. (12:35-40). Pero si este siervo es descuidado y no está esperando la venida de su Señor, entonces recibirá muchos azotes y castigos (12:41-48)

- También les dijo a sus discípulos que su Reino, es decir, la salvación, traería divisiones familiares y sociales. Los padres se levantarían contra los hijos y viceversa, a causa de la fe en él. (12:49-53)

- El mensaje del Reino siempre inicia con el arrepentimiento, pues, sin él, no podemos entrar al Reino de Dios. Aquellos que no se arrepienten no solo no entrarán al Reino de Dios, sino que morirán eternamente en el castigo de la ira de Dios que los consume pero no los destruye por completo. (13:1-5)

- Las parábolas de la semilla de mostaza y la levadura resaltan la acción cada vez más creciente del Reino de Dios, el cual se extenderá hasta los confines de la tierra y salvará a personas de todas las naciones y lenguas. (13:18-20).

Estas enseñanzas sobre el Reino de Dios crearon profundas inquietudes en muchos de los oyentes y discípulos de Jesús, pues, aunque él dijo que este permearía todo, así como la levadura hace con la harina, no obstante, sus exigencias son tan altas que muy pocos lograrán alcanzar la salvación. Es así que un oyente, del cual no se da el nombre, pregunta a Jesús: ¿Son pocos los que se salvan?

La tradición judía enseñaba que todos los miembros de Israel, exceptuando a pocas personas, serían salvas. Pero la predicación de Jesús parece dar a entender lo contrario, pues, él requiere un verdadero arrepentimiento, una justicia superior a la de los fariseos, la negación de sí mismo, amar a los enemigos y aborrecer a padre y madre. En el sermón del monte Jesús elevó a un grado muy superior la obediencia a la Ley y estipuló principios espirituales altos.

De manera que algunos de los seguidores de Jesús, luego de escuchar estas declaraciones, quedaron preocupados acerca de quiénes serían salvos, el número de los salvos, y el número de los que se pierden.

Pero Jesús, como hizo en otras oportunidades, no responde de manera directa la pregunta, sino que exhorta a todos los oyentes a que se pregunten a sí mismos si ellos son salvos. No es tanto preguntarnos si fulanito de tal es salvo, sino ¿Soy yo salvo? Jesús aprovecha la ocasión y les indica de qué manera entramos a la salvación o al Reino de Dios. Él les dice: “…esforzaos a entrar por la puerta angosta, porque os digo que muchos procurarán entrar y no podrán

No hay otra forma de estar seguros de la salvación o de pertenecer al Reino de Dios, sino es entrando por la puerta angosta. Siendo que la puerta es angosta, entonces la entrada no es fácil, sino que requiere esfuerzo. La palabra griega utilizada por Lucas para esforzaos es la que da origen al verbo agonizar. De manera que al Reino de Dios solo se puede entrar agonizando. Si no agonizamos por entrar al Reino, entonces no entraremos, pues, la puerta es angosta. Solo entramos al Reino cuando viendo la terrible pecaminosidad de nuestros pecados exclamamos con todo el corazón “!Ay de mí! Que soy muerto; porque siendo hombre inmundo de labios, y habitando en medio de pueblo que tiene labios inmundos, han visto mis ojos al Rey, Jehová de los ejércitos” (Is. 6:5). La puerta es estrecha porque sin un verdadero arrepentimiento es imposible entrar. Cuando los judíos le preguntaron a Pedro de qué manera podían ellos ser salvos, él les respondió: “Arrepentíos” (Hch. 2:37).

El arrepentimiento es aquella acción del alma que viéndose totalmente sucia y despreciable delante del santo y majestuoso Dios, se desprecia a sí misma y exclama con el apóstol Pablo “Miserable de mí” (Ro. 7:24), pues, sabe que sus mejores obras no son más que “trapos de inmundicia” y que “todos nosotros somos como suciedad” (Is. 64:6). El arrepentimiento verdadero no consiste meramente en repetir una oración, en levantar la mano cuando el predicador hace la invitación para los que quieren convertirse, o en firmar una tarjeta. No, el arrepentimiento es una condición del alma y de todo el ser en el cual experimentamos un profundo asco hacia nosotros mismos y nos abatimos hasta el polvo sabiendo que hemos ofendido al Dios maravilloso que hizo los cielos y la tierra.

La puerta es estrecha porque para entrar es necesario tomar nuestra cruz: “Y el que no lleva su cruz y viene en pos de mí, no puede ser mi discípulo” (Lc. 14:27). Llevar la cruz es identificarnos con Cristo en que no amamos a este mundo ni anhelamos sus gozos o glorias, sino que ellas nos parecen insignificantes y de poco valor comparado con el gozo y la gloria eterna. Llevar la cruz consiste en negarnos a nosotros mismos, y entregar nuestras vidas para el Reino de Dios. No reclamamos nuestros derechos ante los que nos hacen daño por causa del Evangelio sino que estamos dispuestos a sufrir oprobios por el Salvador.

Si una persona no entra al Reino por esta puerta estrecha, sino que entró por la puerta amplia de la felicidad personal, de las glorias humanas, del evangelio de la prosperidad y las riquezas materiales, de la autoestima y las emociones agradables, entonces no entró al Reino de Dios, sino al reino del humanismo, el cual conduce a la muerte eterna y a la condenación de la ira de Dios: “…porque ancha es la puerta, y espacioso el camino que lleva a la perdición, y muchos son los que entran por ella” (Mt. 7:13).

Jesús dijo que muchos procurarán entrar por la puerta que conduce al Reino y a la salvación, pero no podrán entrar. Es posible que en esta declaración incluyera a aquellos religiosos que sinceramente están interesados en la salvación de sus almas, pero usando sus propios métodos, poniendo sus reglas, o creyendo que esto se puede hacer sin necesidad de la humillación a través del arrepentimiento. Muchos sentirán agrado hacia la fe cristiana, se deleitarán con nuestros cánticos y tendrán en gran estima nuestra predicación y nuestro estilo de vida. Algunos incluso llegarán a bautizarse, hacerse miembros de una iglesia bíblica, participar de la Cena del Señor, cantar en el coro, ser maestros de escuela dominical, e incluso algunos llegarán a ser pastores; pero nunca habrán entrado por la puerta angosta, porque siempre les pareció que el evangelio debía ser más amplio.

 

 2.  Una búsqueda sincera pero infructuosa para entrar a la salvación v. 25-26

Después que el padre de familia se haya levantado y cerrado la puerta, y estando fuera empecéis a llamar a la puerta, diciendo: Señor, señor ábrenos, él respondiendo os dirá: No sé de donde sois. Entonces comenzaréis a decir: delante de ti hemos comido y bebido, y en nuestras plazas enseñaste

Un día, tal vez no muy lejano, la puerta que conduce a la salvación se cerrará definitivamente. El mismo que la abrió a través de su carne sacrificada en la cruz, cerrará la puerta y ya no habrá más oportunidad. Este día será aquel en el cual todas las tribus y naciones verán al Hijo de Dios viniendo en las nubes con gran poder: “He aquí que viene con las nubes, y todo ojo le verá, y los que le traspasaron; y todos los linajes de la tierra harán lamentación por él. Sí. Amén” (Ap. 1:7). Este será un día de llanto y dolor para todos los que no reconocieron de corazón a Jesús como su Salvador y Señor. Será un día de espanto para los que tuvieron una fe superficial y vivieron un cristianismo sin cruz y sin negación de sí mismos. Entonces, aquellos que solo creyeron superficialmente, creerán verdaderamente y se lamentarán de corazón por sus pecados, y reconocerán cuánto ofendieron con sus pecados al Santo Dios, será un tiempo de sincera búsqueda espiritual, pero la puerta de la salvación se habrá cerrado y el día aceptable habrá pasado. El Dios de gracia será ahora el Dios de juicio. El Cordero que una vez murió por la salvación de su pueblo, ahora no será misericordioso sino que derramará su ira sobre los incrédulos: “Y los reyes de la tierra, y los grandes, los ricos, los capitanes, los poderosos, y todo siervo y todo libre, se escondieron en las cuevas y en las peñas de los montes; y decían a los montes y a las peñas: Caed sobre nosotros, y escondednos del rostro de aquel que está sentado sobre el trono, y de la ira del Cordero” (Ap. 6:15-16).

Muchos en ese día, que se negaron a someterse a la autoridad de Cristo y de su Palabra, le llamarán Señor, señor. Ese día reconocerán y aceptarán que Jesús sea el Señor de sus vidas, ese día muchos querrán someterse sin restricciones a la Palabra de Cristo, pero será demasiado tarde, ya solo podrán experimentar a Cristo como Juez airado que los condenará para siempre.

La frase “No sé de dónde sois”, indica que Dios nunca los vio como sus hijos, pues, ellos se rehusaron a aceptarlo como Padre, no haciendo su voluntad; sino que vivieron como hijos de Satanás, de manera que ahora no pueden entrar a la casa, pues, son extraños en el reino de Dios. Pero ellos estuvieron muy cerca del Reino de Dios, ellos estuvieron a solo unos pasos de la salvación. Ellos escucharon el evangelio, vieron los milagros de Cristo, experimentaron en cierta medida la gracia de Dios, pero se quedaron allí, no avanzaron más. Ellos se conformaron con lo superficial, pero el amor a este mundo y el amor a sí mismos fue más fuerte, de manera que nunca se comprometieron realmente con Cristo. Algunos buscaron lo milagroso, lo espectacular, lo sensacional y se fascinaron con las sanaciones, las lenguas, la expulsión de demonios, y creyeron que eso los convertía en miembros del pueblo del pacto, pero grande será la sorpresa que recibirán en el día del juicio, pues, ellos nunca entraron por la puerta estrecha, siempre quisieron las delicias del Reino sin tomar la cruz. En un pasaje paralelo Jesús nos presenta el cuadro completo: “No todo el que me dice Señor, señor, entrará en el reino de los cielos, sino el que hace la voluntad de mi padre que está en los cielos. Muchos me dirán en aquel día: Señor, señor, ¿no profetizamos en tu nombre, y en tu nombre echamos fuera demonios, y en tu nombre hicimos muchos milagros? Y entonces les declararé: Nunca os conocí; apartaos de mí, hacedores de maldad  (Mt. 7:21-23).

Delante de ti hemos comido y bebido y en nuestras plazas enseñaste”. Muchas de las personas que en el día del juicio saldrán avergonzadas porque no podrán entrar a la casa del Padre celestial, estuvieron muy cercanas a Jesús. Algunos le conocieron en persona y otros le tenían en gran estima. Jesús estuvo dispuesto a recibirlos, pero ellos no le buscaron de corazón.  

3. Un terrible destino para los que no entran a la salvación v. 27-29

Pero os dirá: Os digo que no sé de dónde sois; apartaos de mí todos vosotros, hacedores de maldad. Allí será el llanto y el crujir de dientes, cuando veáis a Abraham, a Isaac, a Jacob y a todos los profetas en el reino de Dios, y vosotros estés excluidos. Porque vendrán del oriente y del occidente, del norte y del sur, y se sentarán a la mesa en el reino de Dios”.

Jesús no responde directamente la pregunta de si son muchos o pocos los que se salvan, pero sí lleva a sus oyentes, y a nosotros hoy, a pensar en nuestro estado espiritual. La salvación se ofrece gratuitamente a todos los pecadores, pero algunos prefieren continuar a sus anchas, viviendo en el pecado, amando a este mundo, y considerando su estado eterno como algo insignificante o no apremiante en la actualidad. Pero vendrá el día terrible en el cual no habrá esperanza alguna de ser aceptado por el Padre. Ese día será de gran tribulación. Todos llorarán de vergüenza y angustia al saber que fueron dejados fuera. “El lloro es el de la miseria inconsolable y sin fin y la desesperanza completa y eterna.  Pero no solo llorarán sino que crujirán sus dientes de rabia al saber que tuvieron la oportunidad de entrar por la puerta estrecha, y la despreciaron al tratar de llevar un cristianismo amplio y cómodo. Su lloro y su crujir de dientes tienen tres causas directas:

- Ellos pueden ver o son conscientes de la presencia de todos los santos, tanto del Antiguo como del Nuevo Testamento, los cuales forman parte de la iglesia.

- Pero no solo forman parte de este Reino los santos de la biblia, sino muchos gentiles que fueron tomados de los cuatro puntos cardinales de la tierra.

- En cambio ellos no son recibidos en el Reino consumado de Dios, y para completar el cuadro trágico, ellos son expulsados forzosamente.

4. Una solemne advertencia para entrar a la salvación v. 30

Y he aquí, hay postreros que serán primeros, y primeros que serán postreros

El hombre que hizo la pregunta de si son pocos los que salvan habrá quedado terriblemente impactado por la respuesta de Jesús, y el llamamiento que hizo de entrar por la puerta estrecha. Pero, Jesús no solo llama a las personas a esforzarse para entrar por la puerta estrecha, sino que concluye su enseñanza advirtiéndonos de que muchos  de los que ahora tenemos a nuestra disposición los medios de gracia, y que Domingo tras Domingo estamos escuchando la predicación del evangelio, siendo que somos perezosos en los asuntos del reino, y vivimos un cristianismo de poca negación personal, seremos sobrepasados por algunas personas que, cuando reciben las verdades del evangelio las abrazan con gozo y caminan firmes en la fe.

Tremendas sorpresas nos llevaremos cuando encontremos en el Reino de Dios a muchas personas que no pensábamos ver, y extrañaremos a muchos que pensábamos estarían disfrutando de la gloria. Será un día de muchas sorpresas.

Pero el mensaje de Jesús para estos hombres y para nosotros es una advertencia para que aprovechemos los medios de gracia que nos han sido dados. Para que atendamos a la predicación, para que obedezcamos los mandamientos de Cristo, para que crezcamos en santificación, para que tomemos nuestra cruz, para que mortifiquemos el pecado, para que cada día nos neguemos a nosotros mismos, para que seamos valientes y arrebatemos el Reino de Dios, para que no seamos cobardes en el Evangelio.

Conclusiones:

- “Independientemente de la religiosidad de otros, el Señor Jesús quería comunicarnos que nuestra tarea es clara. La puerta es estrecha. La obra es ingente. Los enemigos de nuestras almas son muchos. Debemos levantarnos y hacer. No debemos esperar a nadie. No debemos preguntarnos lo que otros están haciendo o si muchos de nuestros vecinos, parientes y amigos están sirviendo a Cristo. La incredulidad y la indecisión de los demás no nos servirán de excusa en el día final. Nunca debemos seguir a la multitud en hacer el mal. Aunque vayamos al cielo solos, debemos decidir ir por la gracia de Dios. Tanto si tenemos a muchos junto a nosotros como si somos pocos, el mandamiento que tenemos delante es claro: <esforzaos a entrar>”[1].

- Independientemente de la religiosidad de otros, el Señor Jesús desea que sepamos que somos responsables de esforzarnos. No debemos quedarnos anclados en el pecado y la mundanalidad esperando la gracia de Dios. No debemos continuar en nuestra maldad amparándonos bajo el vano pretexto de que no podemos hacer  nada <para entrar al Reino de la salvación>  si Dios no nos dirige. Debemos acercarnos a Él en el uso de los medios de gracia (la Palabra, la oración, la iglesia). Sabemos que nadie podrá venir a Cristo si el Padre no le trae, y que la salvación es solo por gracia, pero el mandamiento de Jesús en este pasaje es claro, expreso e inconfundible: “esforzaos por entrar”.

- No esperemos a que sea demasiado tarde para tratar de entrar al Reino de Dios por la puerta estrecha. “Hay un tiempo futuro cuando muchos se arrepentirán demasiado tarde y creerán demasiado tarde, se arrepentirán del pecado demasiado tarde y empezarán a orar demasiado tarde, se preocuparán de la salvación demasiado tarde y anhelarán el cielo demasiado tarde. Miles despertarán en otro mundo y estarán convencidos de verdades que rehusaron creer en la tierra. La tierra es el único lugar de la creación de Dios donde hay infidelidad. El infierno en sí no es más que la Verdad conocida demasiado tarde”[2]. No esperes más en entrar por la puerta estrecha. Suplica a Dios que tenga misericordia de ti, pues, has pecado mucho contra él. Humilla tu corazón y mira la cruz de Cristo, sabiendo que solo allí encontrarás el perdón de tus pecados y la reconciliación con Dios.

- La instrucción de Cristo en estos pasajes debe ayudarnos a dar el aprecio adecuado a las cosas que nos rodean, a priorizar bíblicamente las cosas. “El dinero y el placer, el rango y la grandeza ocupan el primer lugar ahora en el mundo. La oración, la fe, la vida santa y el conocimiento de Cristo son despreciados, ridiculizados y considerados muy baratos. ¡Pero un día las cosas cambiarán! Los últimos serán los primeros y los primeros los últimos. Debemos estar preparados para ese día”[3].

- “Y ahora, preguntémonos si estamos entre los muchos o entre los pocos. ¿Sabemos algo del esfuerzo y la lucha contra el pecado, el mundo y el diablo? ¿Estamos preparados para la venida del Padre de familia a cerrar la puerta? El hombre que puede responder a estas preguntas satisfactoriamente es un verdadero cristiano”[4].

 

 

 

 

 



[1] Ryle, J. C. Meditaciones sobre los evangelios. Lucas 11-24. Página 162

[2] Ryle, J. C. Los evangelios explicados. Lucas 11-24. Página 163

[3] Ryle, J. C. Los evangelios explicados. Lucas 11-24. Página 163

[4] Ryle, J. C. Los evangelios explicados. Lucas 11-24. Página 163

Lucas 4 22-30

 

Un rechazo peligroso

Lucas 4:22-30

Este sermón fue predicado por el hermano Julio C. Benítez, quien es uno de los pastores de la Iglesia Bautista Reformada la Gracia de Dios en Medellín, Colombia. Usted puede compartir este sermón con otros a través de medios digitales e impresos, siempre y cuando no sea para la venta, siempre reconociendo y dando los créditos respectivos a su autor.

Introducción:

Suele suceder que venimos a ser conscientes del valor de las personas que son familiares o cercanas a nosotros cuando están lejos o se han ido para siempre.

Lastimosamente esto forma parte de nuestras imperfecciones y nos estorba para disfrutar plenamente de las buenas cosas que nos rodean.

Pero este defecto humano, de valorar a las personas cuando ya no están con nosotros, se convierte en algo catastrófico cuando llega al punto de rechazar a alguien que puede significar la vida para nosotros, simplemente porque nos es muy familiar y no consideramos que pueda ser muy útil o vital.

En nuestro pasaje de hoy veremos como una comunidad religiosa decide rechazar al dador de la vida, simplemente porque él era uno de ellos.

Quiera el Señor ayudarnos para que al exponer este pasaje seamos confrontados por las Escrituras de manera que no continuemos rechazando a aquel que nos puede dar la vida eterna o condenar para siempre en el infierno.

Dividiremos nuestro sermón en tres partes:

1. Rechazando al Salvador porque parece familiar. V. 22-24

2. Rechazando al Salvador por su soberanía en ofrecer misericordia v. 25-28

3. Rechazando al Salvador al punto del desprecio total. V. 29-30

 

1. Rechazando al Salvador porque parece familiar. V. 22-24

Los feligreses de la sinagoga de Nazaret acaban de escuchar un poderoso sermón predicado por el más grandioso maestro que haya pisado esas tierras. Acaban de escuchar al que fue enviado para ser el Salvador del mundo, el redentor de la humanidad, a Emmanuel, y sus palabras han sido diáfanas, veraces y autoritativas. La gente está asombrada. El orden usual del culto ha sido roto por un corrillo de voces que no pueden dejar de hacer comentarios aprobatorios de lo que acaban de escuchar. Sus familiares, vecinos y coterráneos están impresionados por la sabiduría y los poderosos milagros de Jesús.

Pero lo que más les asombra es que este Jesús que ahora habla como un sabio y al cual en otras regiones le atribuyen poderes milagrosos, creció con ellos y en medio de ellos. Parece que fue ayer que era solo un chiquillo que corría por las polvorientas calles del pueblo y jugaba a las escondidas con otros niños.

Es por eso que la gente en la sinagoga empieza a preguntarse “¿No es este el hijo de José?”, o como nos relata Marcos “¿No es este el carpintero, hijo de María, hermano de Jacobo, de José, de Judas y de Simón? ¿No están también aquí con nosotros sus hermanas? Y se escandalizaban de él”) Mr. 6:3.

Al principio la gente estaba entusiasmada con la claridad, elocuencia y autoridad con que Jesús habló acerca de la venida de la Salvación prometida siglos atrás por Dios a través de los profetas. Todos ellos estaban esperando la llegada del Mesías. Ellos anhelaban que la Salvación, la liberación de la esclavitud al imperio romano llegara a su fin y nuevamente pudieran constituirse en una nación libre, soberana y poderosa, con reyes descendientes de David gobernando sobre una reconstruida nación judía. El mensaje de Jesús les pareció muy apropiado para ellos, pues, en todas partes la gente estaba inquieta anhelando su pronta liberación. Muchos hablaban de la llegada del Mesías, posiblemente algunos habían escuchado los relatos de un niño que tres décadas atrás unos padres de Belén habían llevado a presentar al templo y de cómo unos ancianos profetas habían hablado de él. Es posible que conocieran del ministerio de un profeta que vestía y hablaba a la usanza antigua en medio de los desiertos de Judea y él decía que era el precursor del Mesías.

Jesús ha tocado un tema de gran relevancia para la gente de su tiempo. Y están asombrados y maravillados. Pero hubo algo que no les gustó en el sermón. Jesús se ha presentado como ese Mesías, Jesús les ha dicho que él es el Salvador prometido. Y allí es donde empieza la gran dificultad para esta gente. ¿Cómo es posible que un sencillo y pobre carpintero galileo pueda pretender ser el Ungido, el Mesías, el libertador de nuestra esclavitud? Eso no lo podían aceptar. “La familiaridad produjo desprecio”[1]. Ellos despreciaron a Jesús en sus pretensiones mesiánicas debido a que conocían su familia y su crianza, fue uno de ellos y no podía levantarse ahora a decir que es un libertador, cuando siempre lo conocieron como el sencillo carpintero, que, por alguna extraña razón ahora es un elocuente predicador.

Pero ellos están dispuestos a creer, si Jesús hace, en ese momento, en medio del culto de la sinagoga, un poderoso milagro, así como los que dicen que hace en otros lugares. Jesús interpreta el pensamiento de esta incrédula congregación y de la misma manera como Satanás en la tentación quiere incitar a Jesús para que haga un milagro portentoso con el fin de convencerlo de que él si es lo que dice ser, esta gente desea ver el poder milagroso de Jesús actuando, no para ayudar a un desvalido, sino para satisfacer la curiosidad de una multitud incrédula; pues, para ellos, Jesús, no es más que el simple carpintero de Nazaret que ahora aprendió a hablar elocuentemente y tiene gran conocimiento de las Escrituras Sagradas.

Pero de la misma manera que Jesús respondió a Satanás y a todos los que querían ver un espectáculo obrado por el derroche del poder milagroso del Salvador, nuevamente responde con un rotundo no. El poder milagroso de Dios no puede ser usado para ofrecer un espectáculo o show a la gente. Los verdaderos apóstoles continuaron con este pensamiento de Jesús sobre los milagros. Los judíos le habían pedido a Pablo que hiciera una campaña de milagros con el fin de que ellos pudieran creer al ver el poder milagroso de Jesús obrando a través de él, pero su respuesta también fue negativa, él dijo: “Porque los judíos piden señales… pero nosotros predicamos a Cristo crucificado, para los judíos ciertamente tropezadero, y para los gentiles locura” (1 Cor. 1:22-23).

Los verdaderos predicadores o evangelistas tienen como propósito principal exponer el evangelio, predicar las Sagradas Escrituras, hablar de Cristo a la gente. El medio usado por Dios para convencer de manera efectiva a la gente de su necesidad del Salvador es a través de la locura de la predicación. “Pues ya que en la sabiduría de Dios, el mundo no conoció a Dios mediante la sabiduría, agradó a Dios salvar a los creyentes por la locura de la predicación” (1 Cor. 1:21).

Esto no significa que Jesús no hizo milagros o que los apóstoles no lo hicieron, claro que sí. Pero nunca fue considerado por ellos el medio para convencer al incrédulo. Jesús obraba milagros para ayudar a los necesitados, él tenía misericordia de la gente, y la sigue teniendo hoy. Pero la mayoría de los que recibieron sus poderosos y benévolos milagros no creyeron en él.

Los apóstoles no organizaban cultos especiales de sanidad o sanación. No, la Biblia dice que ellos predicaban de Cristo, y de este crucificado, y el Señor, conforme a su voluntad, obraba señales o milagros. “Y ahora, Señor, mira sus amenazas, y concede a tus siervos que con todo denuedo hablen tu palabra, mientras extiendes tu mano para que se hagan sanidades y señales y prodigios mediante el nombre de tu santo hijo Jesús.” (Hch. 4:29-30).

Es por eso que Jesús responde a la congregación de Nazaret “Sin duda me diréis este refrán: Médico, cúrate a ti mismo; de tantas cosas que hemos oído que se han hecho en Capernaúm, haz también aquí en tu tierra” (Hch. 4:23).

Jesús conocía algunos de los refranes más populares de su tiempo y acude a uno de ellos para interpretar lo que esta incrédula congregación estaba pensando hostilmente hacia el Salvador. Ahora, no es que ellos estuvieran dudando de los milagros que había hecho en Capernaúm o en los otros lugares, ellos, así como los fariseos y escribas, podían dar fe de que Jesús tenía el poder de hacer cosas maravillosas y portentos, pero lo que no podían creer es que él fuera el Mesías, que la salvación vendría a través de un conocido, de un familiar. En esa mañana de Nazaret los hermanos, hermanas y familiares de Jesús estaban en el culto, ellos formaban parte del público presente, pero ellos no podían aceptar que la salvación de Israel vendría a través de un conocido suyo, y menos de un simple carpintero. Es por eso que en otra ocasión sus propios hermanos lo incitan para que haga milagros en Judea con el fin de que la gente crea en él, pero su respuesta fue nuevamente un rotundo no. “Y le dijeron sus hermanos. Sal de aquí, y vete a Judea, para que también tus discípulos vean las obras que haces. Porque ninguno que procura darse a conocer hace algo en secreto. Si estas cosas haces, manifiéstate al mundo. Porque ni aún sus hermanos creían en él. Entonces Jesús les dijo: mi tiempo aún no ha llegado.” (Juan 7:3-6).

Jesús responde al primer refrán con un segundo dicho, muy conocido por la gente de Nazaret: “Y añadió. De cierto os digo, que ningún profeta es acepto en su propia tierra”. El significado de este refrán es: “Un profeta puede ser honrado en cualquier parte, pero con seguridad no será honrado en su tierra”[2].

Y la falta de honra o reconocimiento para un familiar o persona conocida se encuentra en la envidia. (1 Sam. 17:28). La gente de Nazaret no podía aceptar que un humilde y sencillo miembro de su comunidad pudiera ser levantado por Dios como el Salvador o el Mesías. “Ningún profeta es acepto en su tierra. Esta es la norma, no lo que debería ser. Ancianos, diáconos, ayudante (hombres o mujeres), maestros de Escuela Dominical, solistas, líderes de clubes de niños o niñas, etc., en potencia son dejados de lado por considerarles incompetentes. Al trasladarse a otra ciudad o iglesia se constituyen inmediatamente en una gran bendición debido a que sus talentos son reconocidos. ¡No estemos tan seguros de que el miembro de la iglesia con quien nos criamos sea incapaz!”[3].

A pesar de que Jesús está usando un proverbio de la gente, del pueblo, él dice que su contenido es verdadero, al introducirlo con un Amén. “De cierto os digo” o “Amén os digo”. Siempre que Jesús usa esta expresión quiere significar que él “introduce una afirmación que expresa no sólo una verdad o realidad, sino una realidad importante, una verdad solemne, algo que en general está en conflicto con la opinión popular o que por lo menos provoca un grado de sorpresa o requiere cierto énfasis[4].

Los judíos de Nazaret creían que tenían derechos sobre Jesús, por ser su coterráneo, y por lo tanto debía hacer milagros en medio de ellos así como los que hizo en otros lugares, pero no querían ver milagros para creer en él como Mesías, sino solo para satisfacer su curiosidad por el “maestro milagrero”. Ellos se consideraban los privilegiados y consideraban al resto de la gente como extranjeros. Es por eso que Jesús les responde mostrando, a través de dos ejemplos del Antiguo Testamento, la soberanía de Dios al dar su misericordia.

2. Rechazando al Salvador por su soberanía en ofrecer misericordia v. 25-28

Para demostrarles que él no tiene porqué hacer milagros en la sinagoga de Nazaret, simplemente por el hecho de que ellos son su familia o sus vecinos, así ellos no crean en él como Mesías, Jesús utiliza dos ejemplos del Antiguo Testamento que demuestran la soberanía de Dios en ofrecer su misericordia a quién él quiere, y por cierto, utiliza ejemplos de gentiles, lo cual ofendió, indudablemente, el orgullo judío de esta gente.

El primer ejemplo es tomado de los días de Elías el profeta. El Señor había cerrado los cielos para que no lloviera por tres años y medio. El texto de 1 Reyes 17  no indica el tiempo exacto que duró la intensa sequía, sino que Elías le dice al malvado rey Acab “Vive Jehová Dios de Israel, en cuya presencia estoy, que no habrá lluvia ni rocío en estos años, sino por mi palabra” (1 R. 17:1). Pero Jesús, validando una antigua tradición judía, dice que el tiempo exacto de este período de hambruna fue de tres años y medio.

Dios había hablado al profeta y le dijo que se fuera para el arroyo de Querit donde él lo cuidaría a través de unos cuervos (1 R. 17:2), porque la palabra era segura y habría hambre en toda la tierra que Dios había dicho produciría leche y miel, pero que a causa de la incredulidad de la gente él traería hambre y sequía. No fue la palabra de Elías la que trajo la sequía o la lluvia, fue la palabra de Dios en la boca de Elías. Cuando predicamos la Palabra de Dios ella produce el efecto para el cual ha sido enviada. (Is. 55:11).

Durante este tiempo la característica común de la gente en Israel era la incredulidad. Rechazaban a Dios y en consecuencia también a su Santa Ley. La gente sufría y de manera especial las viudas. Estaban aguantando física hambre. Muchas viudas había entre el pueblo incrédulo de Dios, pero la misericordia soberana había provisto el alimento para una viuda en especial, pero no en Israel sino en un pueblo extranjero: Sarepta de Sidón. Allí el profeta encontró una viuda que confiaba en el Dios de Israel. Ella le dijo al profeta “vive Jehová tu Dios” (1 R. 17:12). Tenía fe en ese Dios.

Por la palabra de Dios en la boca del profeta (1 R. 17:16) (ojo, no por la palabra del profeta como diría hoy alguien influenciado por la doctrina de la nueva era del poder de la lengua) la misericordia alcanzó a esta pobre viuda que estaba preparando las cosas para dejarse morir ella y su hijo a causa del hambre. El profeta le había dicho que la poca cantidad de harina y de aceite que tenía en su cocina no se iba a acabar mientras permaneciera la sequía, así ella gastara mucha harina diaria, la cantidad que tenía en su concina no iba a menguar. Fue un verdadero milagro de provisión. Esta viuda pobre ahora podía estar tranquila y confiada en el Dios de Israel. Pero las viudas del pueblo de Dios seguían muriendo de hambre.

Jesús utiliza un segundo ejemplo de cómo la misericordia divina es soberana y decide bendecir a gente que no formaba parte del pueblo de Dios, mientras que no bendice a algunos que eran considerados miembros del pueblo del pacto. En los días de Eliseo, sucesor de Elías, había muchos leprosos en Israel. Esta era una enfermedad muy común y terrible en esas tierras y en ese tiempo. Mucha gente sufría como consecuencia de esa dolorosa, degradante e ignominiosa enfermedad.

Pero el Señor, a través del profeta Eliseo, ofreció su misericordia sanadora, no a los leprosos del pueblo de Dios, sino a un extranjero que tenía poca o ninguna fe en el Dios de Israel. Naamán, el Sirio, fue a Israel por recomendación de una humilde muchacha, empleada de su esposa, la cual le dijo que en Israel había un profeta a través del cual el Señor obraba milagros, que a lo mejor, si él iba donde el profeta, Dios le podía sanar de la lepra. Este general del ejército Sirio decidió ir a probar suerte en Israel. Ya lo ha probado todo, así que, que mas da ir donde un loco profeta. (2 R. 5:1-27).

A pesar de que Naamán opuso cierta resistencia a obedecer las palabras del profeta, en el sentido que se sumergiera siete veces en sucio río del Jordán, con el fin de ser sanado, al final lo hizo y su lepra desapareció y fue sanado de esta enfermedad para siempre. Este extranjero gentil regresó a su tierra totalmente sano, mientras que los leprosos en Israel continuaban sufriendo a causa de esta oprobiosa enfermedad.

 Estos dos ejemplos usados por Jesús tenían como fin mostrarle a la gente de la sinagoga de Nazaret que había empezado una nueva era en la historia de la salvación. Que lo que se había dado de manera aislada en la historia del Antiguo testamento ahora sería la constante, que Dios derramaría de su misericordia sobre los gentiles, sobre los extranjeros, sobre todo el mundo. Jesús les dio a entender que si Israel permanecía incrédulo frente a su mesianismo entonces los gentiles serían mayormente beneficiados por las misericordias que Dios derramaría en esta era dorada. Que Dios no haría distinción entre las gentes para ofrecer su misericordia salvadora. Tanto judíos como gentiles serían beneficiados de la misma manera.

Pero esto fue algo intolerable para la gente de la sinagoga de Nazaret. Ellos no podían aceptar que la misericordia divina se extendiera a los extranjeros, todo lo querían para ellos, así no tuvieran fe en el Salvador prometido. Ellos no podían aceptar la doctrina de la Soberanía de Dios. “De todas las doctrinas de la Biblia, ninguna resulta tan ofensiva a la naturaleza humana como la doctrina de la soberanía de Dios. El hombre soporta oír que Dios es grande, justo, santo y puro. Pero oír que “de quien quiere, tiene misericordia” y “que no da cuenta de ninguna de sus razones”, “que no depende del que quiere, ni del que corre, sino de Dios que tiene misericordia” son verdades que el hombre natural no puede aceptar. Este exterioriza con frecuencia toda su enemistad contra Dios y se llena de ira”[5].

Es por eso que en su incredulidad deciden rechazar al Mesías, hasta el punto del desprecio total, intentado quitarle la vida.

 

3. Rechazando al Salvador al punto del desprecio total. V. 29-30

El rechazo de la gente de Nazaret hacia Jesús llegó a su colmo. Ellos ya no querían tolerar más escuchar estas palabras tan ofensivas de su coterráneo. ¿Quién se ha creído este carpintero para venir a cuestionar la posición honrosa de los judíos, favoreciendo más a los inmundos gentiles? ¿Cómo se atreve a ponerlos a ellos en una posición inferior frente a las viudas y leprosos extranjeros?

Entonces deciden tomar al predicador y sacarlo hacia un lugar alto y agreste de la ciudad con el fin de lanzarlo contra las rocas y causar así la muerte de este falso profeta. (Dt. 13:1-5). Ellos definitivamente no querían seguir escuchando a Jesús. No importaba su fama, no importaban los milagros que había hecho en otros lugares, no importaba nada. Su rechazo hacia el Salvador fue total. Pero no solo los judíos de Nazaret rechazaron de manera total a Cristo, los judíos de Jerusalén hicieron lo mismo cuando le pedían a los gobernantes romanos “!crucifíquenle, crucifíquenle!!

Pero aún no había llegado la hora de la muerte para el salvador y su muerte no sería por despeñamiento, sino por crucifixión, de manera que por un milagro de Dios Jesús puede pasar sin dificultad en medio la multitud y es librado de una muerte temprana. “Mas él pasó por en medio de ellos, y se fue” (v. 30).

 

Aplicaciones:

- Cuando las cosas nos son muy familiares o abundantes tendemos a subvalorarlas. Es un peligro en el cual siempre tenemos la tendencia de caer. Pero recuerda que las consecuencias pueden ser catastróficas. “Somos propensos a pensar poco en el privilegio de poder abrir la Biblia, escuchar una predicación del Evangelio y tener libertad para reunirnos y tener un culto público. Crecemos en medio de estas cosas y estamos acostumbrados a contar con ellas sin problemas. Y la consecuencia es que frecuentemente las tenemos en poco y menospreciamos el alcance de las muestras de misericordia de que somos objeto”[6]. Si leemos la Biblia hagámoslo con reverencia, con la conciencia de saber que es la voz de Dios para nosotros. Si oramos, hagámoslo de corazón, que cada palabra salga de nuestro corazón, pues, estamos hablando con el Dios soberano. Si venimos al culto, hagámoslo con total disposición, pues, venimos a la casa de Dios adorarle. Que nunca la familiaridad con estos medios de gracia nos lleven a tenerlos en poco, que nunca llegue el día en el cual subvaloremos las misericordias que Dios tiene para con nosotros.

-  La doctrina de la Soberanía de Dios es ofensiva para al ser humano que vive centrado en sí mismo. Nos cuesta aceptar que Dios da sus misericordias a unos y a otros no, que Dios ama a unos de manera especial y a otros no, que Dios da el don de la fe para salvación a unos y a otros no, que Dios sana a unos y a otros no. Nosotros quisiéramos tener una varita mágica y hacer que las misericordias del cielo cayeran sobre todos los hombres. Pero nosotros no somos más sabios que Dios. Aceptemos humildemente sus designios, así algunas bendiciones no caigan sobre nosotros. Que nuestros corazones no se rebeldicen contra la Soberanía de Dios cuando vemos que algunas personas, tal vez no “tan dignas” como nosotros, o con “tanta fe” como la nuestra, reciben bendiciones de Dios, ya sean estas económicas, de  salud o de otra índole, mientras que nosotros que estamos orando desde hace tiempo por alguna de esas bendiciones, no las recibimos. Recordemos las palabras del Espíritu Santo: “Tendré misericordia del que yo tenga misericordia, y me compadeceré del que yo me compadezca” (Ro. 9:15). Que nuestros corazones estén contentos con lo que tenemos y perseveremos en la oración y dependencia divina, sabiendo que Dios, en su tiempo, nos dará lo que él sabe es mejor para nosotros.

- Revisemos nuestros corazones, que en él no estemos rechazando al que puede salvar nuestras almas o condenarlas en el infierno. ¿Qué es lo que vienes a buscar en Jesús? ¿Milagros, como la gente de Nazaret, o la salvación? ¿Cómo estás viendo a Jesús? ¿Cómo un milagrero o como el Salvador? Así él no haga un solo milagro en tu vida, así la enfermedad que tienes no sea sanada, así el problema económico no sea aliviado, recuerda que si no aceptas a Jesús como el Hijo de Dios, como el Mesías salvador, como tú Señor, estás condenado y la ira de Dios se encuentra sobre ti, y un día todo el peso de su justicia caerá sobre ti y eternamente serás condenado en el infierno. Recuerda las palabras de Juan: “El que en Él cree no es condenado; pero el que no cree, ya ha sido condenado, porque no ha creído en el nombre del unigénito Hijo de Dios” Juan 3:18. “El que cree en el Hijo tiene la vida eterna, pero el que rehús cree en el Hijo no verá la vida, sino que la Ira de Dios está sobre Él” Juan 3:36. ¿Qué prefieres? ¿Ver un milagro? O ¿Ser salvado para siempre de la ira de Dios?

 

 

 

 

 

 



[1] Hendriksen, William. Lucas. Página 258

[2] Hendriksen, William. Lucas. Página 259

[3] Hendriksen, William. Lucas. Página 262

[4] Hendriksen, William. Lucas. Página 260

[5] Ryle, J. C. Meditaciones sobre los Evangelios. Lucas 1-10. Página 157

[6] Ryle, J.C. Meditaciones sobre los evangelios. Lucas 1-10. Página 156

Lucas 4 14-22

 

Un ministerio de poder

Lucas 4:14-22

Introducción:

Hoy día la mayoría de iglesias cristianas están muy preocupadas por tener predicadores que impacten con su vida y ministerio al pueblo del Señor de una manera poderosa, que atraiga a las multitudes y manifieste el poder de Dios.

Esto no está mal, siempre y cuando el poder que desean ver en sus pastores sea conforme a lo revelado en las Sagradas Escrituras.

Es muy común hoy día encontrarse con personas que están haciendo una y mil cosas para conseguir este poder espiritual que les permita ser ministros o siervos del Señor poderosos, impactantes, atrayentes.

Pero considero que no es necesario pagar una cantidad de dinero para asistir a un evento masivo dirigido por alguno de los más famosos y carismáticos predicadores con el fin de recibir el poder o aprender a ser un ministro poderoso, pues, Jesús, el predicador más poderoso que habitó el planeta, nos ha dejado en las Sagradas Escrituras un modelo eficaz para que seamos predicadores poderosos, usados por Dios para extender el Evangelio por doquier.

Analicemos hoy con Lucas, algunas características de un ministerio de poder. Si usted no es predicador, o es una dama, no piense que en este sermón no encontrará verdades útiles para su vida, pues, el ministerio de poder que desarrolló Jesús en la tierra, estaba fundamentado en una vida piadosa, que, por cierto, todos los cristianos, hombres y mujeres, predicadores y laicos, debemos experimentar en nuestras vidas cristianas, si queremos continuar creciendo en la gracia de nuestro Señor Jesucristo.

Dividiremos nuestro texto de estudio en tres secciones con el fin de comprenderlo mejor:

1. El poder de vivir lleno del Espíritu Santo

2. El poder de una vida piadosa

3. El poder de la Palabra de Dios

 

1. El poder de vivir lleno del Espíritu Santo (v. 14-15)

El escritor sagrado nos lleva del desierto de Judea a la provincia de Galilea. Aunque pareciera que este viaje de Jesús fue inmediatamente después del suceso de la tentación, la verdad es que Lucas aquí no está siguiendo una secuencia cronológica, sino que nos pone en perspectiva una secuencia lógica que apunta a dar claridad al propósito de su mensaje evangélico.

Es probable que este viaje de Jesús a Galilea haya sucedido un año después de la tentación, año en el cual Jesús estuvo enseñando en Judea. En este año de intervalo se dieron algunos sucesos narrados por Juan entre los capítulos 1:19 al 4:42. Jesús habla con Nicodemo y le muestra la necesidad de nacer de nuevo por el poder del Espíritu para entrar en el Reino de Dios, Juan nos presenta el regreso de Jesús a Galilea, y en ese caminar le es necesario pasar por Samaria, una provincia odiada por los judíos, pero allí él tiene un pueblo que salvar, a través de una mujer samaritana de baja reputación.

Durante este tiempo Jesús desarrolló un ministerio de predicación en estas provincias, de manera que su fama cada vez se extendía por todos los pueblos de alrededor.

Jesús regresó a Galilea, porque, aunque Lucas nos ha dicho que Jesús nació en Belén de Judea, no obstante su ciudad, su pueblo, su gente, realmente eran de Galilea. Allí vivían sus padres y él aprendió las costumbres y el acento de los galileos. (Pero él negó otra vez. Y poco después los que estaban allí dijeron otra vez a Pedro: Verdaderamente tú eres de ellos; porque eres galileo, y tu manera de hablar es semejante a la de ellos. Mr. 14:70).

Pero Lucas no nos dice simplemente que Jesús volvió a Galilea y predicaba por doquier, sino que insiste en mostrarnos una cualidad fundamental de este predicador itinerante: estaba en el poder del Espíritu. Y debía ser así, pues, un ministro del Evangelio no es simplemente un hombre elocuente que tiene la capacidad de la labia para dar discursos bonitos, sino que es una persona impulsada y controlada por el Espíritu Santo de manera que no puede contenerse en su deseo de hablar del Evangelio de Dios, de enseñar la Palabra y de guiar a la gente a un conocimiento más profundo de la Palabra de Dios.

Jesús fue lleno del Espíritu Santo en su bautismo y desde allí siempre anduvo bajo esta llenura, cumpliendo con fidelidad y poder el glorioso ministerio que Dios el Padre le había encomendado.

Todo creyente que anhela servir de manera poderosa y efectiva en el reino de los cielos, debe ser una persona llena del Espíritu Santo, pues, si no andamos bajo su poder y guía, lo único que podremos hacer son esfuerzos meramente humanos y los frutos conseguidos serán efímeros y huecos.

Jesús, el Hijo de Dios, en el cumplimiento de su misión requirió de la llenura del Espíritu Santo, de la misma manera todo predicador, todo siervo del Señor, requiere de esta llenura.

Y ¿Qué es ser lleno del Espíritu Santo? Es vivir una vida de obediencia a la voluntad divina, es someterse cada día a los dictados de la Palabra de Dios, es no confiar para nada en nuestros talentos humanos, y buscar cada día la ayuda del Espíritu para el cumplimiento de nuestra labor.

El apóstol Pedro era un hombre valeroso para algunas cosas. En él encontramos a un discípulo osado e impulsivo. Pero esta valentía procedía de su naturaleza humana, de su carne, pues, cuando llegó el momento de mostrar verdadero valor, confesando ante los hombres que era discípulo del Señor, sus fuerzas carnales no le sirvieron para nada, y desmayó, flaqueó y negó al Señor Jesucristo.

Pero cuando nosotros vamos al libro de los Hechos, allí encontramos a un Pedro totalmente distinto. Es un predicador fogoso, y sin temor alguno predica que Jesús es el Señor y le dice a aquellos judíos ante los cuales tuvo temor de confesar a Jesús que Él es el Mesías, que Jesús es el Señor, e invita a la gente a arrepentirse por haber matado al dador de la vida. ¿Qué hizo la diferencia entre el Pedro de los Evangelios y el Pedro de Hechos? Que él había sido llenado del Espíritu Santo, que ahora era controlado en todo su ser por la voluntad divina.

Cuánta necesidad tenemos de contar con predicadores que no confíen tanto en su personalidad carismática y arrolladora, en sus técnicas de popularidad, o en su verborrea y capacidad de dominar a un público, sino que se someten en todo al Espíritu de Dios, no queriendo predicar nada distinto a lo que él ha revelado en las Sagradas Escrituras.

Pero un predicador lleno del Espíritu Santo, una persona llena del Espíritu Santo, no solo tiene el deseo de enseñar y predicar, sino que lleva una vida de devoción piadosa, y este será nuestro segundo punto.

2. El poder de una vida piadosa. (v. 15-16)

Nuestro ungido predicador, lleno del Espíritu Santo, anhela las cosas del Espíritu. Es por eso que lo encontramos sábado tras sábado cumpliendo con su deber espiritual asistiendo a las sinagogas, sin importar la ciudad o el pueblo.

Jesús era una persona que conocía perfectamente la voluntad del Espíritu Santo y comprendió que no es posible estar lleno del Santo ser y no anhelar lo que el Espíritu anhela. El autor de Hebreos, por inspiración divina, mostró la voluntad del Espíritu para el creyente cuando dijo: “no dejando de congregarnos, como algunos tienen por costumbre, sino exhortándonos; y tanto más, cuanto veis que aquel día se acerca” (Heb. 10:25).

Jesús, lleno del Espíritu Santo, no dejaba de congregarse. Ningún detalle pequeño le parecía un gran obstáculo para dejar de asistir a la sinagoga el día de reposo. Él había alimentado la costumbre de asistir al culto todos los días del Señor, y ahora estaba controlado por el Espíritu Santo, de manera que el asistir a la iglesia cada semana formaba parte de su ser, de sus anhelos.

Lo más sorprendente de este hábito piadoso en nuestro Salvador es que él, siendo el maestro de maestros, el Dios conocedor de todo, la Palabra revelada, y la verdad encarnada, no desestimó el asistir a los cultos de la sinagoga justificando, lo que para algunos pudiera ser una justificación válida, no hacerlo debido a que los predicadores  en estos lugares de culto eran los escribas y fariseos; hombres hipócritas que mandaban a los hombres a hacer cosas que ellos mismos no hacían (Y él dijo: ¡Ay de vosotros también, intérpretes de la ley! Porque cargáis a los hombres con cargas que no pueden llevar, pero vosotros ni aun con un dedo las tocais Lc. 11:46),  Jesús, conocía el corazón de los hombres, y sabía que la mayoría de estos predicadores en la sinagogas eran hipócritas, que no vivían lo que predicaban (Entonces habló Jesús a la gente y a sus discípulos, diciendo: en la cátedra de Moisés se sientan los escribas y los fariseos. Así que, todo lo que os digan que guardéis, guardadlo y hacedlo; mas no hagáis conforme a sus obras, porque dicen y no hacen Mt. 23:1-3).

Con esta clase de predicadores es difícil pensar que los asistentes a las sinagogas disfrutaran de la presencia del Espíritu Santo y de muchas bendiciones. Pero aún así vemos que el hombre lleno del Espíritu Santo no deja de congregarse. Jesús asistía a las sinagogas a pesar de la hipocresía de sus ilustres predicadores. Jesús asistía a pesar de que él tenía más conocimiento de las Escrituras que todos los predicadores.

Él no era de esa clase de hombres orgullosos que consideran tener tanta unción y conocimiento que no pueden sentarse en una silla a escuchar la sencilla predicación de un humilde siervo de Dios, de un predicador campesino o de un nuevo predicador que apenas está dando sus primeros pasos en esta ardua labor. No, Jesús no dejaba de congregarse nunca. Él sabía que la mejor delicia de un creyente se encuentra en la casa de Dios, que es la comunión de los santos. (Jehová, la habitación de tu casa he amado, y el lugar de la morada de tu gloria. Sal. 26:8).

Jesús no era de la clase de creyentes que se consideran más santos y correctos que los demás, y que conociendo alguna debilidad o pecado del predicador, deciden quedarse en casa para no escuchar las predicaciones hipócritas del pastor. No, él hizo de la asistencia a las sinagogas un hábito personal. Era mejor estar en el culto escuchando a un predicador hipócrita, que quedarse en casa descuidado los medios de gracia.

Jesús mismo prometió la bendición de su presencia cuando los creyentes se reúnen en el culto público de adoración, pero no lo prometió para los que se quedan en casa adorando aislados del resto de creyentes. (Porque donde están dos o tres, congregados en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos. Mt. 18:20). La bendición de su presencia está en la congregación (congregados en mi nombre), es decir, en el culto público de adoración. No importa si la iglesia es grande o pequeña; si la Palabra es predicada, así sea con defectos, Jesús promete estar allí; no en las casas de los creyentes que se consideran más santos y correctos que los demás y abandonan el culto de adoración, no en las casas donde prefieren ver o escuchar una predicación por la radio, la televisión o la internet.

Pero nuestro predicador ungido no solo asistía a los cultos piadosamente, sino que cuando enseñaba solo quería hablar las palabras de Su Padre.

 

3. El poder de la Palabra de Dios. (v. 16-22)

El éxito de un predicador no se encuentra en las multitudes que le sigan, ni en la personal carismática y arrolladora que posea, ni en las técnicas de crecimiento o mercadeo que desarrolle, no, el verdadero éxito de un predicador se encuentra en la fidelidad que tenga para con la Palabra de Dios.

El predicador no se predica a sí mismo, no está interesado en ganar fama, no busca lo suyo propio. El predicador ha sido llamado por Dios para que hable de Su santa Palabra, para que lleve a los hombres el mensaje que él quiso dejarnos por medio de las Sagradas Escrituras. El predicador no quiere dar a conocer sus sueños, sus planes o su visión, no, él quiere dar a conocer el sueño, los planes y la visión de Dios, tal y como han sido revelados en las Sagradas Escrituras.

Esto fue lo que hizo Jesús, el poderoso y ungido predicador.

Cuando en una sinagoga le daban la oportunidad de predicar, no quería otra cosa sino compartir la Palabra, explicar la Palabra, enseñar la Palabra.

Lucas dice que se levantó a leer. Era costumbre en ese tiempo que el encargado de los rollos donde estaba escrito el Antiguo Testamento, le asignaran la lectura a alguna persona ilustre que estuviera en la congregación para que leyera la porción del día, y si la persona quería, podía dar una exposición de la misma.

Esto fue lo que hizo el encargado de los rollos con la visita de Jesús a la sinagoga de Nazaret. Aprovechó la visita de un hijo de Nazaret, como se creía de Jesús, y le facilitó el rollo del profeta Isaías.

Jesús escogió la lectura que anuncia la naturaleza de la obra del Mesías, y aprovecha esta oportunidad para darse a conocer entre su gente como el Mesías, en quien se cumplía esta profecía del profeta Isaías.

Las palabras del profeta son las más apropiadas para que Jesús hable de sí mismo, de su misión. Tal vez esta es una de las razones por las cuales Lucas escogió este episodio para ubicarlo al inicio del ministerio de Jesús, pues, nos presentan la naturaleza del ministerio de Cristo en la tierra.

El Espíritu del Señor está sobre mí”. Esta es una cita de la versión griega del Antiguo testamento, denominada Septuaginta. El ministerio del Mesías se realizará bajo la dirección y unción del Espíritu Santo. Ya Lucas nos dijo que Jesús estaba lleno del Espíritu Santo. Su misión, su ministerio consistía en:

Predicar el evangelio a los pobres. Los más necesitados son los que necesitan escuchar buenas noticias, son los que más anhelan recibir una palabra de alivio o tranquilidad. Esta es la condición básica o fundamental para entrar al reino de Dios, ser un pobre. Pero no un pobre en cuestiones económicas, pues, hay muchos pobres que tienen corazones orgullosos y piensan que ellos no necesitan a Dios. Se trata de aquellos bienaventurados que reconocen su pobreza y ruina espiritual, su pecado. Para estos que reconocen su estado de miseria espiritual, Jesús trae una buena nueva, él les dice “Bienaventurados los pobres en espíritu, porque de ellos es el reino de los cielos” (Mt. 5:3). “Pero miraré a aquel que es pobre y humilde de espíritu, y que tiembla a mi palabra” (Is. 66:2).

Sanar a los quebrantados de corazón”. Consolar a los que sufren a causa de saberse pecadores y miserables delante de Dios.

“Pregonar libertad a los cautivos”. Es un mensaje de liberación para todos los que han estado esclavizados por el pecado y Satanás. Jesús viene a predicar la verdad, él mismo es la verdad encarnada, y cuando la gente cree en esa verdad, entonces encontrará la verdadera liberación de su vida de pecado y temor. Jesús dijo: “Y conoceréis la verdad, y la verdad os hará libres” (Juan 8:32). (Así que, si el Hijo os libertare, seréis verdaderamente libres. Jn. 8:36). Jesús vino a liberar de la esclavitud de una religión que imponía cargas pesadas pero que no podía dar la verdadera salvación. (Estad, pues, firmes en la libertad con que Cristo nos hizo libres, y no estéis otra vez sujetos al yugo de esclavitud. Gál. 5:1). No importa el pecado, no importa el vicio, no importa la clase de esclavitud, Jesús es especialista en dar libertad al hombre que reconoce su total incapacidad para liberarse él mismo, y acude a Su verdad para ser libre.

“ Y vista a los ciegos”. Satanás tiene enceguecido a los hombres que están bajo su dominio, él es especialista en producir ceguera espiritual. (En los cuales el dios de este siglo cegó el entendimiento de los incrédulos, par que no les resplandezca la luz del evangelio de la gloria de Cristo, el cual es la imagen de Dios. 2 Cor. 4:4). Los hombres no tienen la capacidad de ver los asuntos espirituales con claridad. Ellos llaman a lo bueno, malo y a lo malo, bueno. Ellos aborrecen a Dios y aman a Satanás, aunque no se dan cuenta de su error. Ellos creen que están amando a Dios, cuando en realidad hacen las obras del diablo. (Jesús entonces les dijo: Si vuestro padre fuese Dios, ciertamente me amaríais; porque yo de Dios he salido, y he venido; pues no he venido de mí mismo, sino que él me envió. ¿Por qué no entendéis mi lenguaje? Porque no podéis escuchar mi palabra. Vosotros sois de vuestro padre el diablo, y los deseos de vuestro padre queréis hacer. Él ha sido homicida desde el principio, y no ha permanecido en la verdad, porque no hay verdad en él. Cuando habla mentira de suyo habla; porque es mentiroso y padre de mentira. Jn. 8:42-44). Pero Jesús vino para dar vista a los ciegos y conducirles de regreso al Padre de las luces.

“a poner en libertad a los oprimidos”. El pecado lo único que produce en el hombre es dolor, angustia, desesperación y esclavitud. “De cierto, de cierto os digo, que todo aquel que hace pecado, esclavo es del pecado” (Jn. 8:34). Todos los hombres hemos pecado, por lo tanto todos somos esclavos del mal. No tenemos la capacidad de escaparnos de nuestros pecados, de nuestras mentiras, de nuestro orgullo, de nuestros malos deseos, de nuestra lengua perniciosa. Hemos estado siendo oprimidos por Satanás, pero ahora Jesús, el verdadero Mesías vino para darnos libertad. (Vosotros sabéis lo que se divulgó por toda Judea, comenzando desde Galilea, después del bautismo que predicó Juan: cómo Dios ungió con el Espíritu Santo y con poder a Jesús de Nazaret, y cómo éste anduvo haciendo bienes y sanando a todos los oprimidos por el diablo, porque Dios estaba con él. Hch. 10:37-38). Esta liberación también incluyó la salud física milagrosa para algunos de sus hijos (Enseñaba Jesús en una sinagoga en el día de reposo; y había allí una mujer que desde hacía dieciocho años tenía espíritu de enfermedad, y andaba encorvada, y en ninguna manera se podía enderezar. Cuando Jesús la vio, la llamó y le dijo: Mujer, eres libre de tu enfermedad. Luego, en respuesta a las críticas del principal de la sinagoga por haber sanado a la mujer en el día de reposo, Jesús de dijo: Y a esta hija de Abraham, que Satanás había atado dieciocho años, ¿no se le debía desatar de esta ligadura en el día de reposo? (Luc. 13:10, 11, 12, 16).

“A predicar el año agradable del Señor”. Este año agradable se relaciona mucho con el año del jubileo, cuando los esclavos recobraban su libertad, cuando los que habían perdido sus propiedades la volvían a recibir, cuando se perdonaba a los ofensores y la ley les daba un indulto. El año agradable del Señor es el año de la redención, cuando Dios ya no tiene en cuenta el pecado del hombre, porque este ha sido cargado en la cruz del calvario, y ahora está reconciliando consigo a los pecadores. (Y todo esto proviene de Dios, quien nos reconcilió consigo mismo por Cristo, y nos dio el ministerio de la reconciliación; que Dios estaba en Cristo reconciliando consigo al mundo, no tomándoles en cuenta a los hombres sus pecados, y nos encargó a nosotros la palabra de la reconciliación. 2 Cor. 5:18-19). Este año agradable del Señor consiste en que Cristo toma la pesada carga que los hombres llevan sobre sí por el pecado y les hace descansar para siempre. (Venid a mí todos los que estáis trabajados y cargados, y yo os haré descansar. Mt. 11:28).

Luego que Jesús lee la Palabra escrita, entonces la expone a sus oyentes. Lucas no nos presenta todo el contenido de su mensaje, pero indudablemente debió ser una exposición del pasaje, aplicándolo por completo a sí mismo, como nos lo deja ver Lucas en el verso 21.

La predicación de Jesús debió ser muy impactante, de lo cual no tenemos duda, pues, la gente respondió ante ella hablando bien de Jesús. Les sorprendía la sabiduría y el poder de las Palabras de Cristo. Hablaban bien de él. Pero no siempre que se hable bien de una predicación o del predicador, quiere decir que la gente está recibiendo la Palabra de Dios, pues, esta gente que ahora le alaba, luego lo tratará de despeñar porque no pueden soportar la predicación confrontativa de la Palabra de Dios.

 

Conclusiones:

- Sigamos el ejemplo de Jesús, quien nunca estuvo interesado en encontrar excusas para no congregarse, sino que, a pesar de las profundas debilidades de las sinagogas de su tiempo, a pesar de la hipocresía de los predicadores, prefería usar los medios de gracia que quedarse en casa adorando solo. Si no es por una causa grande, por una tragedia o una enfermedad tan seria que no te permita mover ni siquiera un dedo de tu pie, (aunque ya tenemos sillas de rueda), entonces no dejes de congregarte. Si por alguna razón debes viajar a otra ciudad o pueblo, y el día del Señor, el domingo debas quedarte allí, lejos de la congregación de donde eres miembro, no dejes de congregarte. No importa si ellos cantan de otra manera, o si la predicación es débil en cuanto a la exposición, es mejor congregarte que quedarte en casa. Si no sientes amor por el día del Señor, y cualquier excusa es válida para congregarte de manera regular, entonces acude a aquel que dio su vida por tu salvación. Aquel que amaba el día del Señor y formó el hábito de congregarse, tiene el poder para ayudarte a amar ese día santo, tiene el poder para darte la gracia que te lleve a amar la iglesia de Dios, la congregación de los santos. Arrepiéntete por tu falta de fidelidad en congregarte, y Jesús te dará su perdón, pero también de su gracia para darte un corazón obediente a su palabra.

- Los congregantes en la sinagoga de Nazaret admiraban la buena enseñanza. Alababan al predicador ilustre que exponía sabia y fielmente la Palabra de Dios. Reconocían al pastor que trazaba correctamente las Escrituras. Se emocionaban cuando escuchaban una predicación nutrida y esta era presentada con autoridad. Pero sus corazones no seguían lo que sus emociones y sus mentes alababan, pues, solo se conformaban con escuchar buenas predicaciones, pero eran insensibles a la palabra de Dios. En nuestras iglesias de hoy día hay “muchas personas en un estado mental poco mejor que el de los que oyeron al Señor en Nazaret. Hay miles que escuchan regularmente la predicación del Evangelio y lo admiran cuando lo escuchan. No ponen en entredicho la verdad de lo que oyen. Hasta sienten una especie de placer intelectual al escuchar un sermón bueno e impactante. Pero su religión nunca pasa de este punto. El que escuchen el sermón no evita que lleven una vida de irreflexión, mundanalidad y pecado. Examinémonos a nosotros mismos en cuanto a este importante asunto. Veamos el efecto práctico que produce en nuestros corazones y en nuestras vidas la predicación que decimos que nos agrada. ¿Nos lleva a un verdadero arrepentimiento hacia Dios y a una fe más viva hacia nuestro Señor Jesucristo? ¿Nos incita a esforzarnos semanalmente por dejar de pecar y resistir al diablo? Estos son frutos que los sermones debieran producir si verdaderamente nos hacen bien. Sin ese fruto, resulta totalmente inútil una mera admiración estéril. No hay muestra de gracia, no salvará al alma”[1].

-  ¿Cuál es la condición espiritual en la que te encuentras? Si te has mirado como un pobre miserable a causa de tus pecados, si estás siendo esclavizado por un vicio, si tu corazón está sufriendo a causa de las maldades tuyas y los daños que has recibido por las maldades de otros, si eres esclavo de Satanás, si estás cautivo en las cárceles de este mundo perverso, si no puedes mirar claramente tu condición espiritual a causa de la ceguera con la cual Satanás entontece las mentes de los hombres, si has estado oprimido por Satanás, si tienes una gran deuda con Dios, que de seguro la tienes, si andas huyendo del Soberano porque su justicia te persigue, entonces este es el año agradable para ti, este es tu día de salvación. Mira a Jesús, mira al Mesías, mira al Salvador, míralo como el liberador, míralo como el redentor, míralo como el sanador, míralo a él y solo a él, acude a su cruz, confía en su sacrificio redentor, escucha sus palabras, confía plenamente en ellas, y podrás encontrar la paz abundante que tu alma necesita. Él te dice hoy “La paz os dejo, mi paz os doy; yo no os la doy como el mundo la da. No se turbe vuestro corazón ni tenga miedo” (Jn. 14:27).

 

 



[1] Ryle, J. C. Meditaciones sobre los Evangelios. Lucas 1-10. Editorial Peregrino. Página 153-154