La sabiduría y las relaciones con el prójimo
Proverbios 3:27-35
Este sermón fue
predicado por el hermano Julio C. Benítez, quien es uno de los pastores de la
Iglesia Bautista Reformada la Gracia de Dios en Medellín, Colombia. Usted puede
compartir este sermón con otros a través de medios digitales e impresos,
siempre y cuando no sea para la venta, siempre reconociendo y dando los
créditos respectivos a su autor.
Cada vez más Salomón instruye a su hijo en
asuntos prácticos de la vida diaria a través de los cuales se evidencia el
camino de la sabiduría; lo cual nos recuerda que necesitamos de la gracia de
Dios, del temor de Dios y la sabiduría de Dios para cualquier rol,
responsabilidad o actividad que hacemos en este mundo.
Salomón inició el capítulo 3 instruyéndonos en la
importancia de practicar la Ley del Señor, lo cual nos ayuda a no olvidarla. En
practicar la misericordia y la verdad. Que debemos confiar en el Señor de todo
corazón, abandonando la confianza en nuestra propia prudencia. Además, nos dijo
que es de sabios honrar al Señor con los bienes obtenidos, y, también recibir
toda disciplina o castigo de su mano amorosa y santificante.
Y entre los versos 13 al 26 Salomón nuevamente
exaltó la sabiduría, exhortándonos a buscarla incesantemente, pues, sus frutos
son más deleitosos que las riquezas o las piedras preciosas.
Por lo tanto, en la última parte de este capítulo
encontraremos a Salomón dándonos ejemplos prácticos de cómo aplicamos sabiduría
en nuestras relaciones con el prójimo, lo cual redundará en intimidad con Dios,
gracia, bendición y honra.
1. Sabiduría en la deuda que tenemos con el
prójimo (v. 27-28)
2. Sabiduría en el trato con el prójimo (v. 29-30)
3. Sabiduría en lo que deseo de mi prójimo (v.
30-33)
1. Sabiduría en la deuda que tenemos con el
prójimo (v. 27-28)
“No te niegues a hacer el bien a quien es
debido, cuando tuvieres poder para hacerlo. No digas a tu prójimo: anda, y
vuelve, y mañana te daré, cuando tienes contigo qué darle”.
Este consejo implica varias cosas. Primero, a
cada uno debemos dar lo suyo, tanto lo que le debemos justamente, como la
caridad o la misericordia. Y esto lo debemos hacer con apresuramiento, sin
dilaciones o demoras., pues, “la justicia tardía es injusticia momentánea”[1].
Este deber se enfoca, especialmente, en darle lo
debido al pobre o más necesitado sin hacerle esperar. Pues, no es correcto ni
justo pedirle a la persona que regrese mañana cuando yo puedo dárselo
inmediatamente. Yo no sé si veré el día de mañana y perderé la oportunidad de
dar lo debido, o si la persona vivirá el día de mañana, y muera sin recibirlo.
Ahora, ¿qué incluye este deber?
A. El pago de cualquier deuda. Cuando
nuestro prójimo nos preste dinero o algún bien, es nuestro deber, como sabios y
santos, devolverlo en el momento acordado. Demorar la devolución de lo prestado
se cuenta como injusticia porque el prójimo tiene derecho a usar lo que es de
él. Igualmente, si encontré algo que no es mío, o se me dio en administración
algo que no me pertenece, es deber del santo sabio entregar estos bienes a sus
legítimos propietarios sin dilación alguna, pues, esto será contado como
injusticia.
B. El pago de salarios y rentas.
Recordamos que Santiago condena a los que retienen el salario del trabajador: “He
aquí clama el jornal de los obreros que han cosechado vuestras tierras, el cual
por engaño no les ha sido pagado por vosotros” (Stgo. 5:4). Además, Dios,
en su santa Ley dice lo siguiente: “No oprimirás a tu prójimo, ni le
robarás. No retendrás el salario del jornalero en tu casa hasta la mañana”
(Lev. 19:13).
C. Provisión
para nuestra casa y familiares necesitados. No debemos demorarnos en este
deber, pues, Pablo dice: “Pero si alguno no provee para los suyos, y
mayormente para los de su casa, ha negado la fe, y es peor que un incrédulo”
(1 Tim. 5:8).
D. Pago de impuestos al Estado y ofrendas para
el sostenimiento de la iglesia. “Y les dijo: Dad, pues, a César lo que
es de César, y a Dios lo que es de Dios” (Mt. 22:21). “Cuando llegaron a
Capernaum vinieron a Pedro los que cobraban las dos dracmas, y le dijeron:
¿Vuestro maestro no paga las dos dracmas? Él dijo: Si” (Mt. 17:24-25). “Pues
por esto pagáis también los tributos… Pagad a todos lo que debéis; al que
tributo, tributo, al que impuesto, impuesto, al que respeto, respeto; al que
honra, honra. No debáis a nadie nada, sino el amaros unos a otros, porque el
que ama al prójimo ha cumplido la ley” (Ro. 13:6-8).
E. Ayudar a los más necesitados, ya sea de la
iglesia, la comunidad, o personas de mi nación u otras naciones en calamidad. “Así
que, según tengamos oportunidad, hagamos bien a todos, y mayormente a los de la
familia de la fe” (Gál. 6:10).
2. Sabiduría en el trato con el prójimo (v. 29-30)
“No intentes mal contra tu prójimo que habita
confiado junto a ti. No tengas pleito con nadie sin razón, sino te han hecho
agravio”
Aquí se nos mandan dos deberes más: Nunca hacerle
el mal al prójimo y nunca ser foco o fuente de contención o discordia.
Para alcanzar estos deberes es necesario crecer
en el amor, el cual no busca el mal para nadie, no es desconfiado ni
prejuiciado. Evita hacer juicios en la mente, los cuales llevan a los juicios
delante de los jueces.
El prójimo es nuestro semejante, y somos mandados
por Dios a amar al semejante, pues, en él está la imagen de Dios. “El que
derramare sangre de hombre, por el hombre su sangre será derramada; porque a
imagen de Dios es hecho el hombre” (Gén. 9:6).
Por lo tanto, no brindarle amor al prójimo es
considerado una injusticia. Mas cuando Cristo nos dice que debemos amar,
incluso, a los enemigos, a los que se portan mal con nosotros. “Pero yo os
digo: Amad a vuestros enemigos, bendecid a los que os maldicen, haced bien a
los que os aborrecen, y orad por los que os ultrajan y os persiguen” (Mt.
5:44).
Y Pablo ordena en Romanos 12:20 “Así que, si
tu enemigo tuviere hambre, dale de comer; si tuviere sed, dale de beber; pues,
haciendo esto, ascuas de fuego amontonarás sobre su cabeza” (Ro. 12:20).
Si un día serán juzgados y arrojados al infierno
los que no hicieron el bien a su prójimo, cuánto más aquellos que,
deliberadamente, le hicieron el mal a los otros. “Entonces les responderá
diciendo: De cierto os digo que en cuanto no lo hicisteis a uno de estos más
pequeños, tampoco a mí lo hicisteis. E irán estos al castigo eterno, y los
justos a la vida eterna” (Mt. 25:45-46).
Y peor aún, más condenación habrá para aquellos
que, aprovechándose de la confianza que el prójimo tenía con nosotros, nos
aprovechamos de ello para hacerle el mal. El ideal es que todos podamos vivir
confiados porque sabemos que el vecino no nos hará mal, ni nosotros a ellos.
3. Sabiduría en lo que deseo de mi prójimo (v.
31-33)
“No envidies al hombre injusto, ni escojas
ninguno de sus caminos. Porque Jehová abomina al perverso; mas su comunión
íntima es con los justos. La maldición de Jehová está en la casa del impío,
pero bendecirá la morada de los justos. Ciertamente él escarnecerá a los
escarnecedores, y a los humildes dará gracia. Los sabios heredarán honra, mas
los necios llevarán ignominia”.
El siguiente deber que se nos impone respecto al
prójimo es no envidiar o desear tener la prosperidad de los malos. Y con el fin
de animarnos a no imitarlos, Salomón presenta cuatro contrastes entre la
condición de los unos y los otros.
A. Mientras los justos son amados por Dios, y
Dios se goza en tener comunión con aquellos que reflejan su imagen puesta en
ellos; los perversos son abominados, aborrecidos, odiados por el Dios que solo
ama la justicia y la rectitud. ¿Quiénes son estos perversos? Los que aman el
mal, los que no aman a su prójimo, los que se aprovechan del prójimo para
quitarles lo que les pertenece. ¿Quiénes son los justos? Los que confían en
Dios para su salvación, los que obedecen la voluntad de Dios, los que aman a su
prójimo y le hacen el bien. Dios es amigo íntimo de estos rectos. ¿En qué
sentido? “Ellos disfrutan de un compañerismo con Dios desconocido para el
mundo. Él les descubre los misterios ocultos de la gracia, refresca sus almas
con la manifestación de su amor incomparable y les bendice por medio de las
obras insondables de su gracia”[2].
B. La habitación de los justos, sus casas, sus
familias, sus posesiones, gozan de la abundante bendición de Dios; mientras que
las casas y posesiones de los impíos están bajo la maldición divina. Por eso no
debemos envidiar nada del impío. Y la bendición de Dios hace la diferencia
entre la felicidad y la amargura. Cuando mires las elevadas y suntuosas
edificaciones de los injustos recuerda que están infestadas por la lepra del
pecado. Pero, las moradas sencillas de los justos, por muy precarias que
parezcan, por la bendición del Señor, se convierten en moradas de gozo y
alabanza. Allí hay cánticos de acción de gracias, oraciones de confianza,
palabras de ánimo y valor, buen trato. Allí está la verdadera felicidad.
C. Las cosas o bendiciones terrenas que Dios le
da a los impíos vienen acompañadas de la burla divina, pues, al final, esas
cosas serán usadas para derramar mayor juicio e ira sobre estos escarnecedores
que nunca buscaron a Dios. Mientras que, a los humildes, a los que lloraron por
sus pecados y se humillaron bajo la poderosa mano de Dios y vinieron postrados
a la cruz de Cristo, Dios les dará su abundante y eterna gracia salvífica.
¿Quiénes son los escarnecedores? Aquellos que por su orgullo son burladores.
Son tan engreídos que tratan a los demás con insolencia y desprecian a Dios
mismo. “Dios resiste a los soberbios, y da gracia a los humildes” (1 P.
5:5). ¿De qué manera Dios los escarnece? Burlándose y despreciando a estos
arrogantes gusanos del polvo, a los cuales pone por escarnio delante de los
hombres, así como hizo con el engreído Nabucodonosor llevándole a la locura y a
que fuera arrojado al campo, donde comía pasto como las vacas; o como hizo con
Amán, el cual buscaba la gloria mundana a costa del desprecio infame hacia el
pueblo de Dios, pero fue obligado a darle honra al creyente que más
despreciaba, Mardoqueo; y luego fue ahorcado públicamente en la horca que había
preparado para un hijo de Dios. O, como el orgulloso Herodes quien se jactaba
de recibir glorias y reconocimientos de los hombres, y Dios lo mató
públicamente de una muerte vergonzosa. Pero, por el contrario, Dios mira con
agrado y bondad a los humildes que caminan sometidos a su Dios. “Porque así
dijo el Alto y Sublime, el que habita la eternidad, y cuyo nombre es el Santo:
Yo habito en la altura y la santidad, y con el quebrantado y humilde de espíritu,
para hacer vivir el espíritu de los humildes, y para vivificar el corazón de
los quebrantados” (Is. 57:15). “Él les dio esa gracia que les hace
humildes, y sigue dándoles más. Dios concede su gracia a los hombres para que
le glorifiquen; y los que se humillan, aquellos a quienes el Señor ha hecho
conscientes de su vacío y de su culpa, son personas que le alaban por el más
pequeño de sus favores. En ellos Dios mostrará la excelencia de su amor y los
enriquecerá con sus bendiciones en este mundo, y en la vida eterna. “Bienaventurados
los pobres en espíritu, pues de ellos es el reino de los cielos” (Mt. 5:3).[3]”
D. Los santos son los verdaderos sabios, por lo
tanto, ellos serán honrados por los que aprecian la verdadera sabiduría;
mientras que los inteligentes necios, a pesar de sus riquezas y honores
mundanos, al final solo recibirán perpetua confusión e ignominia. En este mundo
algunas personas nacen con títulos o posiciones honoríficas, con grandes
riquezas. Pero, si no son sabios, esta posición privilegiada será el escenario
para que manifiesten ante los demás su propio deshonor. No así sucede con los
humildes sabios que serán herederos de la salvación, y recibirán un nombre
nuevo. Estos, al presente, son coronados con conocimiento y sabiduría, pero
vendrá el día cuando brillarán con el brillo del firmamento. El sabio no busca
ningún honor mundano, pero al final recibirá los honores más grandes.
Aplicaciones:
La íntima comunión de Dios es con aquellos que lo
aman, que aman a Su Hijo y se gozan en obedecer sus mandamientos. Los más
dulces secretos del amor de Dios se comparten con los que son amigos de Dios: “Ya
no os llamaré siervos, porque el siervo no sabe lo que hace su señor; pero os
he llamado amigos, porque todas las cosas que oí de mi Padre, os las he dado a
conocer” (Jn. 15:15). “La comunión íntima de Jehová es con los que le
temen, y a ellos hará conocer su pacto” (Sal. 25:14). El Señor nos conceda
en su gracia vivir conforme a estos preceptos.
Indiscutiblemente, todos estos deberes fueron
cumplidos por Cristo Jesús, la sabiduría encarnada. Él les hizo el bien a los
hombres, aunque ellos le hicieron el mal. Él no abandonó al prójimo necesitado,
sino que tuvo misericordia al ver las multitudes de enfermos, pobres,
endemoniados y necesitados de un pastor. Él nunca le hizo mal al prójimo, sino
que nos enseñó a amar a nuestros enemigos. Él nunca tuvo pleito con nadie, sino
que, cuando le maldecían respondía con bendición, y cuando le injuriaban encomendada
su causa al Padre. Él nunca envidió a los grandes y poderosos, sino que tuvo
compasión de ellos, pues, él sabía que, aunque en esta tierra sufriría los más
grandes desprecios, al final obtendría una corona de honra y gloria eterna.
Por lo tanto, cuando nos veamos débiles en
practicar estos principios de sabiduría, acudamos a Aquel que dio su vida por
nosotros para que con su Espíritu nos ayude a reflejar ese carácter santo en
nuestras vidas. Él es nuestro pastor y también nuestro ayudador. Él es nuestro
Redentor y también nuestro ejemplo. Él es nuestro Salvador y también nuestra
fortaleza. Acudamos a Jesús y pidámosle más fuerzas de Su gracia para honrarlo
viviendo como él vivió en esta tierra.
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