Dos bautismos y dos destinos:
Consecuencias del arrepentimiento o la falta de él
Lucas 3:15-20
Este
sermón fue predicado por el hermano Julio C. Benítez, quien es uno de los
pastores de la Iglesia Bautista Reformada la Gracia de Dios en Medellín,
Colombia. Usted puede compartir este sermón con otros a través de medios
digitales e impresos, siempre y cuando no sea para la venta, siempre
reconociendo y dando los créditos respectivos a su autor.
Introducción:
Durante
muchos siglos el pueblo de Israel había estado esperando con expectación y
ansiedad la llegada del Mesías, aquel que les libraría del yugo opresor del
pecado, aquel que los iba a introducir a un período de paz, prosperidad y
justicia. Los piadosos hombres de Dios clamaban con angustia y súplica para que
llegara ese momento anhelado y la edad dorada del Mesías empezara a llenar toda
la tierra.
Pero
era necesario que el pueblo estuviese preparado para tan magno evento, y que
sus corazones fueran conducidos a un estado espiritual en el que ellos fueran
receptores de la gracia divina traída por el Mesías.
Unos
pocos años antes del inicio del Ministerio de Jesús, aparece un profeta, al
estilo antiguotestamentario; humilde, con un mensaje escatológico de
exhortación, invitando al arrepentimiento a través del bautismo. Este profeta
no dudó en cumplir el propósito que le había sido impuesto por Dios, y aunque
sabía que su vida no sería la de los muchos amigos a causa de su mensaje
confrontador, y aunque sabía que muy probablemente sufriría la muerte a causa
de su ministerio, prosiguió con su camino y llamó a los hombres al verdadero
arrepentimiento.
En
el pasaje anterior aprendimos que muchas personas, siendo confrontadas por la
contundente proclamación del profeta del desierto, le pidieron a Juan
instrucción respecto a cuáles son los frutos del verdadero arrepentimiento. El
Bautista les invitó a hacer cambios profundos en su vida diaria, a mostrar en
su trabajo, en sus actitudes, en sus relaciones la justicia, la rectitud, la
verdad, la equidad, y por sobre todo el amor al prójimo.
Ahora
en los versos 15 al 18, Juan prosigue exhortando al pueblo, y en esta ocasión
anima a los que se han arrepentido para que esperen con gran entusiasmo al que
será el Salvador eterno, porque él les trae un período de abundancias
espirituales, pero a la vez continúa exhortando a los que permanecen en estado
de incredulidad advirtiéndoles de los terribles juicios que Dios tiene
preparado para los que rechazan el mensaje del Evangelio.
Veamos
con Juan las benéficas consecuencias espirituales que recibirán los que se
arrepienten verdaderamente y los terribles juicios que vendrán sobre los
impíos.
Vamos
a dividir el texto solo en dos partes:
1.
Un bautismo de poder para los arrepentidos
2.
Un bautismo de juicio para los incrédulos
1. Un bautismo de poder para los arrepentidos. V.
15-16
La
predicación de Juan el Bautista cumplió con el objetivo trazado por las
profecías del Antiguo Testamento. Su mensaje contundente sobre el
arrepentimiento fue tan efectivo que las personas no solo estaban bautizándose
en señal de humillación y confesión de sus pecados ante el Dios Santo, sino que
ahora sus corazones estaban anhelando con expectación la llega del Mesías.
La
nación judía había estado esperando la llegada del Cristo y últimamente esta
expectación se había exacerbado debido al ministerio de Juan. Realmente fue un
tiempo de avivamiento espiritual. Un pueblo que había estado dormido en su
religiosidad y pecado, ahora es despertado para que puedan ver las miserias de
sus maldades y procedan al arrepentimiento. El bautismo de arrepentimiento, que
incluía a los judíos, a los hijos de Abraham, era algo nuevo para ellos, pero
el llamado a la conversión que hacía Juan era tan directo y poderoso que
incluso los hijos de Abraham estaban bautizándose arrepentidos por sus pecados
y entregando sus vidas completas al Señor.
Este
gran avivamiento generado por el misterioso profeta del desierto, despertó aún
más las esperanzas mesiánicas del pueblo, al punto que ellos empezaron a pensar
si acaso Juan sería el Mesías, es decir, el Cristo, el ungido de Dios que
salvaría al mundo de sus pecados.
Pero
Juan no es de la clase de predicadores que buscan gloria para sí mismos, sino
que la humildad no solo le caracterizó en el vestir y el frugal comer, pues,
como predicador, como profeta, como ministro del Evangelio solo buscaba la
gloria de Cristo. Él no quiso gloria para sí mismo, todo lo quiso para el
Salvador.
La
gente quiere saber si él es el Cristo. Esta fue la pregunta que le hicieron los
judíos: ¿Quién eres? Juan pudo aprovechar la gran aceptación que tenía entre la
gente para darse un “merecido” reconocimiento por sus grandes logros en el
campo espiritual. Había atraído incluso a los religiosos, pedantes y fríos
fariseos, quienes venían a escucharlo en el desierto. El Rey Herodes mismo
tenía cierto respeto hacia este predicador.
“Porque el mismo Herodes había enviado y
prendido a Juan, y le había encadenado en la cárcel por causa de Herodías,
mujer de Felipe su hermano; pues la había tomado por mujer. Porque Juan decía a
Herodes: No te es lícito tener la mujer de tu hermano. Pero Herodías le
acechaba, y deseaba matarle pero no podía; porque
Hedores temía a Juan, sabiendo que era varón justo y santo, y le guardaba a
salvo; y oyéndole se quedaba muy perplejo, pero le escuchaba de buena gana”.
(Mr. 6:17-20).
El
pueblo de Israel tenía un gran aprecio hacia Juan, al cual consideraban un gran
profeta: “Y Herodes quería matarle, pero
temía al pueblo, porque tenían a Juan por profeta” (Mt. 14:5).
Pero
Juan no aprovechó este momento de efervescencia entre la gente para recibir
gloria de los hombres, sino que cuando supo que la gente estaba pensando de él
como el Cristo se apresuró a dar la gloria debida al Hijo de Dios, y quitó la
mirada de la gente hacia él.
Él
no solo dijo “Yo no soy el Cristo” sino que agregó algo que mostró la enorme
humildad que caracterizaba a este poderoso hombre. Jesús dijo de él “Entre los que nacen de mujer no se ha
levantado otro mayor que Juan el Bautista…” (Mt. 11:11), pero Juan no tenía
más alto concepto de sí, ni buscaba gloria terrena, era el mejor prototipo de
un ministro del Evangelio que está interesado en que el nombre de Cristo brille
más que su propio nombre. Aunque Jesús dijo que era el más grande de los
hombres, él mismo se veía como el más pequeño “Yo a la verdad os bautizo en agua; pero viene uno más poderoso que yo,
de quien no soy digno de desatar la correa de su calzado…” (Lc. 3:16).
Los
esclavos de menor rango eran usados por los amos para que les quitaran el
calzado, pero Juan dice que él es menor que el menor de los esclavos de Cristo
y ni siquiera debe recibir la dignidad de quitar el calzado de su Salvador.
En
otra ocasión cuando los judíos quisieron provocar en Juan preocupación a causa
de que el Ministerio de Jesús iba creciendo con más fuerza, él mostró el
verdadero gozo que debe llenar el corazón de un ministro cuando sabe que el
nombre de Cristo brilla más que el de él “Vosotros
mismos me sois testigos de que dije: Yo no soy el Cristo, sino que soy enviado
delante de Él. El que tiene la esposa, es el esposo; más el amigo del esposo,
que está a su lado y le oye, se goza grandemente de la voz del esposo; así
pues, este mi gozo está cumplido. Es necesario que él crezca, pero que yo
mengüe” (Jn. 3:28-30).
Los
verdaderos predicadores son siervos del Señor y nunca buscan su propia gloria, sino
que sienten preocupación sincera cuando ven que sus nombres son mencionados con
más frecuencia por la gente, que el nombre de Cristo.
En
días recientes el reconocido pastor bautista reformado John Piper pidió a la
iglesia donde es uno de los ancianos, le concediera varios años de Licencia en
los cuales no predicaría ni escribiría ni tendría presentaciones públicas,
debido a que estaba preocupado por el creciente interés que la gente tiene en
él, y desea evitar cualquier idolatría hacia su nombre. Esta es la correcta
actitud de un piadoso ministro de Cristo. Se siente incómodo cuando otros
hablan más de él que de Cristo.
El
apóstol Pablo a pesar de haber sido llamado al apostolado por Cristo, nunca
tuvo este llamamiento como motivo para buscar su gloria, sino que dijo “Porque no nos predicamos a nosotros mismos,
sino a Jesucristo como Señor, y a nosotros como vuestros siervos por amor de
Jesús” (2 Cor. 4:5).
Juan
Carlos Ryle dijo respecto a la humildad de Juan “Una conducta semejante siempre
será característica de un verdadero hombre de Dios. Nunca permitirá que algo le
sea atribuido a él, o a su ministerio, cuando pertenece a su divino maestro.
Los principales objetivos de su ministerio son alabar la muerte y resurrección
de Cristo por los impíos, dar a conocer el amor de Cristo y su poder para
salvar a los pecadores. No le importará que su nombre sea olvidado siempre que
Cristo crucificado sea exaltado.” (Meditaciones sobre los Evangelios. Lucas
1-10, pág. 129-130. Editorial Peregrino).
La
predicación de Juan era poderosa y los frutos se estaban viendo en los muchos
convertidos y arrepentidos, pero él no se veía así mismo como un poderoso, sino
que anuncia a los oyentes la venida de un hombre que es mucho más poderoso que
él. El Mesías, Jesús, era más poderoso porque no bautizaría a las personas con
agua, sino con algo mucho mejor, con el Espíritu Santo.
Juan
ha estado bautizando en el Jordán, usando agua. Pero ahora venía el más grande,
quien bautizaría con el Espíritu Santo a los creyentes.
Este
sería uno de los beneficios espirituales del verdadero arrepentimiento.
Aquellos que ahora estaban preparando sus corazones para la llegada del Mesías,
y estaban procediendo al arrepentimiento, además de ser bautizados en agua, lo
serían por el Espíritu de Dios.
Este
bautismo del Espíritu Santo consiste en unir a los creyentes al cuerpo de
Cristo. Por medio de él somos injertados a Cristo y tomamos de la sabia
espiritual que procede del Tronco, es decir del Salvador. El apóstol Pablo
dijo: “Porque por un solo Espíritu fuimos
todos bautizados en un cuerpo, sean judíos o griegos, sean esclavos o libres; y
a todos se nos dio a beber de un mismo Espíritu” (1 Cor. 12:13).
El
bautismo con el Espíritu Santo que haría Cristo en los suyos se cumplió
especialmente en el día de Pentecostés. Jesús, al ascender a los cielos,
prometió a sus discípulos que serían bautizados con el Espíritu Santo: “Y estando juntos (los discípulos), les mandó que no se fueran de Jerusalén,
sino que esperasen la promesa del Padre, la cual, les dijo, oísteis de mí.
Porque Juan ciertamente bautizó con agua, más vosotros seréis bautizados con el
Espíritu Santo dentro de no muchos días” (Hch. 1:5).
En
el día de Pentecostés los discípulos estaban reunidos y “de repente vino del cielo un estruendo como de un viento recio que
soplaba, el cual llenó toda la casa donde estaban sentados. Y fueron todos
llenos del Espíritu Santo, y comenzaron a hablar en otras lenguas, según el
Espíritu les daba que hablasen” (Hch. 2:2, 4).
Cuando
Pedro contó al resto de discípulos cómo el Señor había dado salvación a los
gentiles, les dijo que ellos también habían sido bautizados por el Espíritu
Santo y entonces se acordó de la promesa del Señor “Y cuando comencé a hablar, cayó el Espíritu Santo sobre ellos también,
como sobre nosotros al principio. Entonces me acordé de lo dicho por el Señor,
cuando dijo: Juan ciertamente bautizó en agua, más vosotros seréis bautizados
con el Espíritu Santo” (Hch. 11:16).
De
manera que Juan está profetizando la venida del Espíritu Santo sobre la iglesia
en el Pentecostés, y como consecuencia de ese hecho histórico, él vino sobre
toda la iglesia de todos los tiempos. Jesús es el poderoso salvador que
sobrepasa a Juan porque él enviará al Espíritu Santo para que haga morada en
los creyentes. Juan, ni ningún otro predicador pueden bautizar con el Espíritu
Santo, pero Jesús si lo hace.
Y
¿qué beneficios tiene para el creyente el bautismo con el Espíritu Santo? Juan dice
que Jesús bautizará con Espíritu y con fuego. El fuego nos habla de
purificación. El Espíritu Santo bautiza con fuego a las personas cuando son
regeneradas, quitando de ellos la impureza. El bautismo por agua no puede
limpiar, pero el Bautismo con el Espíritu Santo si lo hace.
Juan
le está diciendo a la gente que el verdadero arrepentimiento tiene las
consecuencias más benéficas que el ser humano pueda recibir. Su corazón será
convertido, será injertado al cuerpo de Cristo, será purificado, pero el fuego
también habla de luz y claridad. La presencia del Espíritu Santo en el creyente
produce esclarecimiento y comprensión de las Escrituras. Podemos entender el
consejo del Señor y nuestro corazón es sensibilizado para amarle con pasión.
Nosotros
no podemos comprender las Escrituras simplemente con un estudio racional, se
requiere la presencia del Espíritu de Dios para que nos lleve a una comprensión
vivencial y transformadora de esta poderosa palabra. Nosotros no amamos a Dios
ni aborrecemos el pecado simplemente por una decisión de nuestra voluntad,
requerimos que el Espíritu Santo nos impregne con un nuevo y profundo amor hacia
el Padre celestial. Nosotros no tendremos deseo de anunciar el Evangelio ni
venceremos el miedo para hacerlo solo por quererlo, sino por la presencia
poderosa del Espíritu en nosotros.
Muchas
personas temen convertirse al cristianismo porque creen que no podrán abandonar
sus mas amados pecados, pero lo que Juan está diciendo es que el poder para
abandonar el pecado, para amar a Dios, para ser una persona piadosa, procede
del Espíritu Santo quien hace su morada en el creyente desde el momento en el
cual procede al arrepentimiento. Su venida es tan poderosa que es comparada con
el fuego. El fuego quema, purifica, alumbra, pero también destruye. Destruye
nuestro pecado, nuestro egoísmo, nuestra falta de obediencia a Dios, nuestra
falta de amor. Hemos sido bautizados por el Espíritu Santo desde el momento en
el cual creímos verdaderamente en Cristo y ahora dependemos totalmente de él
para crecer en santificación.
Pero
cuando Juan dice que Jesús bautiza con Espíritu Santo y fuego, también tiene
una perspectiva escatológica, y se refiere a la segunda venida de Cristo,
cuando ya no bautizará con Espíritu Santo, sino que limpiará a la tierra con el
fuego de su ira.
2. Un bautismo de juicio para los incrédulos
Mientras
que los que proceden al arrepentimiento son bautizados con el Espíritu Santo,
los impenitentes, los que no reconocen su necesidad de salvación y por lo tanto
no acuden humildes ante Jesús, solo les queda esperar el terrible día en el
cual tendrán que soportar el fuego de la ira de Dios.
El
bautismo con fuego no solo hace referencia a la obra de gracia que el Señor
obra en los corazones de los creyentes, sino que también habla de la ira. El
bautismo con fuego habla del fervor que el Espíritu impregnará en los
creyentes, pero también de los horrores del día del juicio venidero.
Jesús
no solo purifica a los arrepentidos, sino que purgará a la tierra de su
suciedad y quemará con el ardor de su ira a los impenitentes, a los no
arrepentidos, a los no creyentes, a los malos.
El
bautismo con fuego hace referencia al Pentecostés cuando cayeron lenguas como
de fuego, pero también al juicio final, el cual estará acompañado de un fuego
destructor.
El
verso 17 es una ampliación de este bautismo de fuego por medio del cual, Jesús,
el Dios de la creación, juzgará a los vivos y a los muertos y dará su paga
merecida a los que no quisieron creer en él como Señor y Salvador.
El
profeta Juan explica cómo será este bautismo de fuego al final de los tiempos
usando una figura tomada del campo que sería muy bien entendida por sus
oyentes.
Él
dice que el bautismo de fuego será como cuando un agricultor cosecha el trigo o
la cebada y luego lo trilla para separar la cáscara o el tamo del grano. Luego
que los bueyes han trillado el grano y este se ha liberado de la cáscara,
entonces el agricultor, desde una colina alta, aprovechando el viento de la
tarde, avienta el grano trillado, y la brisa se lleva el tamo o la cáscara, y
el grano, que es mas pesado, cae dentro de la era. El grano ya limpio de la
basura es recogido y almacenado en el granero. Pero la paja, la cáscara, el
tamo, será tomado como basura y se le prende fuego.
El
trabajo del aventador es persistente, él no se quedará quiero hasta que todo
esté depurado, limpio.
El
trigo está mezclado con la paja. Lo mismo sucede en las iglesias locales. Hay
muchos miembros que realmente son trigos y hay otros que son pura paja.
Aparentemente se arrepintieron, fueron bautizados con agua mas no con el
Espíritu, participaron de la Santa Cena pero nunca comieron del verdadero pan
del cielo por medio de la fe. Creyeron en Jesús, pero Jesús nunca creyó en
ellos. Un día, el Señor separará el trigo de la paja, dentro de la iglesia.
Jesús compara a estos falsos creyentes con la cizaña, una maleza que se parece
mucho al tallo que produce el trigo. Son casi idénticos, parecen verdadero
trigo en lo externo, pero tienen un grave problema, aunque parezcan cristianos,
no lo son. Ellos tratan de vestirse como cristianos y hacen obras que parecen
de cristianos, cantan como cristianos, se bautizan como los cristianos,
participan de la cena como los cristianos, adoran el Domingo como los
cristianos, pero son cizaña, incrédulos, lobos vestidos de ovejas, su falsedad
ha sido tan grande que ellos terminan creyendo que son cristianos, pero un día
se descubrirá su verdadera naturaleza y entonces serán quemados como la paja.
(Mt. 13:24-30; 36-43).
Lo
que Juan quiere decir a sus oyentes, y a nosotros hoy día, es que un día Cristo
volverá a la tierra. Este Jesús amante que dio su vida en una cruz por
nosotros, y que a través de su muerte hizo provisión para la salvación de su
pueblo, un día regresará para llevar un juicio sobre todos los hombres. Y en
este juicio él purgará a la tierra.
Jesús,
el gran aventador cósmico, tiene el poder para tomar a todos los hombres, sin
que se le escape ninguno para juzgarlos de acuerdo a sus obras, y en especial
para juzgarlos de acuerdo a lo que hicieron con la predicación del Evangelio:
lo creyeron o lo rechazaron.
Los
creyentes son el grano de trigo o cebada. Ellos fueron convertidos en personas
útiles para el reino a causa de la fe puesta en Jesús y la presencia del
Espíritu Santo que los transformaba constantemente. Ellos serán tomados y
llevados a los graneros celestiales, donde no habrá más dolor, ni muerte, ni
lágrimas, sino que el Padre estará para siempre con ellos y ellos se deleitarán
contemplando por siempre la gloria esplendorosa de la divinidad.
Jesús
le dijo a los suyos que él estaba preparando la morada para los creyentes: “No se turbe vuestro corazón; creéis en Dios,
creed también en mí. En la casa de mi Padre muchas moradas hay; si así no
fuera, yo os lo hubiera dicho; voy, pues, a preparar lugar para vosotros. Y si
me fuere y os preparare lugar, vendré otra vez, y os tomaré a mi mismo, para
que donde yo estoy, vosotros también estéis”. Juan 14:1-3.
El
apóstol Pedro también exhorta a los creyentes a que esperen con paciencia el
momento de la segunda venida de Cristo, en la cual el dueño del mundo
introducirá a su trigo, a sus hijos, a un mundo nuevo donde reina la justicia.
“Pero nosotros esperamos, según sus
promesas, cielos nuevos y tierra nueva, en los cuales mora la justicia” (2
Ped. 3:13).
Este
granero donde seremos llevados los que procedimos al arrepentimiento es
descrito en Apocalipsis como un sitio maravilloso: “Vi un cielo nuevo y una tierra nueva; porque el primer cielo y la
primera tierra pasaron, y el mar ya no existía más. Y yo Juan vi la santa
ciudad, la nueva Jerusalén, descender del cielo, de Dios, dispuesta como una
esposa ataviada para su marido. Y oí una gran voz del cielo que decía: He aquí
el tabernáculo de Dios con los hombres, y él morará con ellos; y ellos serán su
pueblo, y Dios mismo estará con ellos como su Dios. Enjugará Dios toda lágrima
de los ojos de ellos; y ya no habrá muerte, ni habrá más llanto, ni clamor, ni
dolor; porque las primeras cosas pasaron” Apoc. 21:1-4.
Pero
nos muestra cuál será la recompensa que el juez de toda la tierra dará a todos
los que no acudieron en fe a Jesús, arrepentidos por sus pecados: serán quemados como la paja, en un fuego que
nunca se apaga.
Este
fuego que nunca se apaga hace referencia al destino eterno de los incrédulos,
el cual estará en el infierno. Este sitio que es descrito en numerosos pasajes
de la Biblia como un lugar de terrible tormento para Satanás, sus ángeles y los
no creyentes, tiene un fuego que nunca se apaga, es decir, el castigo en ese
lugar es eterno, sin fin. Jesús dijo que el infierno es un lugar “donde el gusano de ellos no muere, y el
fuego nunca se apaga” Mr. 9:48.
El
profeta Daniel, hablando de esta separación que Jesús hará al final de la
historia presente, dice que algunos resucitarán en dicho día para ser
introducidos a la vida eterna en la presencia de Dios, pero otros para sufrir
vergüenza y confusión perpetua. (Dn. 12:2). El infierno será un sitio de
vergüenza y de confusión, porque allí se mostrará la excesiva pecaminosidad de
los pecados, allí se mostrará que la gente no fue tan buena como pensaban, sino
que, incluso con sus actos aparentemente buenos y justos, ofendían la santidad
de Dios y le desagradaban a causa de haber rechazado al Salvador, al Mesías,
Jesús el redentor.
El
fuego que nunca se apaga es descrito en Apocalipsis de una manera vívida: “Y el tercer ángel los siguió, diciendo a
gran voz: Si alguno adora a la bestia y a su imagen, y recibe la marca en su
frente o en su mano, él también beberá del vino de la ira de Dios, que ha sido
vaciado puro en el cáliz de su ira; y será atormentado con fuego y azufre
delante de los santos ángeles y del Cordero; y el humo de su tormento sube por
los siglos de los siglos. Y no tienen reposo de día ni de noche…” Ap.
14:9-11.
La
predicación de Juan el Bautista tuvo que ser un duro remesón para las
conciencias dormidas y tranquilas del pueblo de Israel. Ellos pensaban que por
ser hijos de Abraham, según la carne, estaban libres del tormento del infierno.
Pero el profeta es claro y les deja ver que al menos que en ellos se encuentren
los frutos del verdadero arrepentimiento, su tormento les espera y un día,
verán sobre ellos como la ira de Dios es derramada, y ya no habrá oportunidad
para recibir piedad o misericordia.
Aplicaciones:
-
Hoy es el día aceptable, hoy es el día en el cual los hombres pueden clamar por
misericordia y la encontrarán. Hoy es el día en el cual Dios escucha el clamor
de los hombres cuando le piden a él que tenga piedad de sus almas. Vendrá el
día cuando Dios no escuchará ningún clamor humano. Vendrá un día cuando los
incrédulos experimentaran de manera definitiva y contundente el ardor de la ira
divina, y entonces, con todo el corazón y total convicción clamarán al Dios de
los cielos que se apiade de ellos, pero el cielo se habrá cerrado para siempre.
Dios habrá cerrado sus oídos y nunca, nunca más los escuchará, sino que los
abandonará en su eterna condenación. Pero Dios no quiere la muerte del que
muere, y por eso nos envió a profetas como Juan, los cuales nos anuncian con
mucha antelación, la venida del día del juicio. Un juicio del cual ningún
hombre podrá escapar, pues Dios enviará a sus ángeles los cuales le reunirán a
todos los hombres, vivos o muertos, y cada uno será juzgado de acuerdo a lo que
hizo con Cristo: Creyó en él de todo corazón y en consecuencia vivió obediente
a sus mandatos, o despreció el sacrificio y la salvación ofrecida por él,
viviendo según sus propias normas y pensando que podía tener su propia
religión, a su manera, y que no era tan malo como para acudir a la cruz en
búsqueda de perdón.
Apreciado
amigo y amiga que estás hoy escuchando esta predicación, no encuentro palabras
para urgirte a que busques hoy el perdón de tus pecados, a que procedas al
arrepentimiento, y des frutos de una verdadera conversión. Si no acudes hoy a
Cristo, es posible que mañana te estés enfrentando con el juez de la tierra. Un
hombre rico estaba confiado en la abundancia de sus bienes materiales y pensaba
que la muerte no le sorprendería, pues, tenía acceso a los mejores médicos y la
mejor alimentación, pero un día el Señor le dijo: “Necio, esta noche vienen a pedirte tu alma; y lo que has provisto ¿de
quién será? Así es el que hace para sí tesoro, y no es rico para con Dios.”
Lc. 12:20-21.
Si
has entendido, aunque sea un poco del mensaje predicado por Juan el Bautista,
haz lo mismo que hicieron algunos de sus oyentes, arrepiéntete de corazón,
pregunta hoy ¿Qué debo hacer para ser salvo? ¿Qué haremos? Y encuentra en las
Sagradas Escrituras la fuente de sabiduría que te hará una persona sabia, es
decir, alguien que teme a Dios, que se aparta del mal, y le sigue. No duermas
mas en tus pecados y despiértate de entre los muertos, clama a Dios por tu vida
y ruega que venga sobre ti su misericordia, que te sea dado el don de la fe y
el arrepentimiento, de manera que puedas creer en Cristo verdaderamente como tu
Salvador pero también como tu Señor.
-
Pero también tengo una aplicación para los creyentes, para aquellos que ya
gozamos de la vida abundante que nos da nuestro Salvador. Hermano y hermana,
¿Cómo está tu fervor espiritual? ¿Qué tanto amas al Salvador? ¿Cómo está tu
interés por llevar el Evangelio a los perdidos? ¿Aún tienes temor y estás
imposibilitado para anunciar las buenas nuevas? Tú has sido bautizado por el
Espíritu Santo desde el momento en el cual creíste, y ahora él mora en ti. Él
vino para darnos poder para testificar de Cristo a todos los hombres. Llénate
cada día del Espíritu Santo y recibe la abundancia de poder que él tiene para
los hijos de Dios, de manera que tu amor hacia Cristo cada día sea más
creciente, llénate cada día de él y recibe la sabiduría que procede de Dios,
llénate cada día más de él, y apártate de los pecados que asedian tu alma. Aunque los primeros cristianos experimentaron
ciertos fenómenos físicos cuando el Espíritu Santo descendió por primera
vez sobre la Iglesia, ahora no
necesitamos esperar sentir nada, ni escuchar un viento, ni que lenguas de fuego
se posen sobre nosotros, ni hablar en nuevas lenguas o cosas parecidas. Ahora
el Espíritu Santo está en medio de la iglesia dando de sus gracias y dones,
capacitando a los santos para que lleven una vida de servicio a Cristo. Confía
en Su Palabra, y por el poder del Espíritu que ya está en ti, crece en amor a
Dios, crece en amor al prójimo, testifica del Evangelio, expresa el amor de
Dios a los demás, apártate de los pecados y condúcete en una vida que honre su
santidad.
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